RAFE prefirió no darle importancia a la mirada condescendiente de Nella Southwell. Se moría de ganas de decirle que pertenecía a una de las familias más importantes del país y que con su fortuna multimillonaria podía comprarse toda la ciudad de Maysville. Pero prefirió sorprenderla concurriendo al almuerzo del domingo con un traje de etiqueta y comportándose como un perfecto caballero de modales refinados. Ayudó a Elsa a sentarse, esperó a que la anfitriona comenzara a comer para probar el primer bocado y utilizó el cubierto correspondiente en cada caso.
No solía perder el tiempo burlándose de la gente, pero necesitaba hacer algo que lo librara del aburrimiento de aquella comida con los Southwell Mays. Había tratado de convencer a Elsa para que no fueran, pero ella se había negado rotundamente.
—Iremos a comer con Ellison y Nella como estaba planeado —había dicho, después de hacer el amor en la ducha.
—¿Por qué? Pensaba que no querrías saber nada de Ellison, ahora que sabes que puede ser quién está detrás de las amenazas.
—Por eso mismo. Ya que es el sospechoso principal, no podemos permitir que sepa que sospechamos de él.
El argumento de Elsa era tan sólido que Rafe se vio en la obligación de desistir y de acompañarla a la cita. Y allí estaba, escuchando a Ellison relatar la enésima historia sobre Maysville, su familia y su querida tía Nella. Cada vez que la anciana le dirigía la palabra a Rafe, era para preguntarle sobre la investigación, y él siempre le contestaba en términos generales.
—Creo que has sido muy valiente al lanzar ese desafío por televisión —dijo Nella a Elsa.
En aquel momento entró el mayordomo para indicarles que podían pasar al salón a tomar café. Ellison se puso en pie y ayudó a su tía a levantarse, y Rafe hizo lo mismo con Elsa.
El salón tenía una decoración tan recargada que Rafe se sentía asfixiado, igual que cuando de niño iba a visitar a su abuela.
Nella se sentó en un sillón, presidiendo la reunión como si fuera una reina en su trono.
—Debe de ser terrible tener a tu guardaespaldas pegado a la espalda todo el tiempo. Especialmente en tu casa, cuando se quedan solos. En mi época, eso habría bastado para dañar la reputación de una mujer soltera.
—¡Tía Nella! —la reprendió Ellison—. ¿Cómo te atreves a insinuar algo así?
—No me levantes la voz, Ellie —protestó la mujer—. No estaba insinuando nada. Sé muy bien que Elsa no se dejaría seducir por cualquiera, y menos por alguien como el señor Devlin —se volvió hacia Rafe—. No es nada personal, pero tu profesión tiene ciertas características que distan bastante de lo que se espera de un caballero con estilo.
—Tiene razón, Nella. Si me comportara como un aristócrata no sólo pondría en peligro la vida de mi cliente, sino que también estaría arriesgando la mía. Saber qué cubierto usar o tener antepasados ilustres no me serviría para mantener a Elsa a salvo. Cuanto menos caballeroso sea, mejor haré mi trabajo.
La anciana se puso colorada y carraspeó.
—A eso me refería.
El mayordomo entró en el salón con una bandeja de plata en las manos. Cuando Nella se distrajo, Elsa le lanzó una mirada reprobatoria a Rafe. Él se encogió de hombros y sonrió. Ella frunció el ceño. Rafe le había prometido que sabría comportarse, y, al parecer, ella sentía que había roto su promesa.
Rafe aprovechó que los demás estaban atentos al mayordomo para acercarse a Elsa.
—Debo reconocer que esto es mucho más divertido que pasar toda la tarde haciéndote el amor apasionadamente —susurró.
Elsa gruñó y miró a sus anfitriones. Aparentemente, ninguno había notado el comentario de Rafe ni su reacción. Se volvió hacia Rafe con cara de pocos amigos, y él simuló una mueca de pena, que le hizo fruncir aún más el ceño.
—Elsa, he estado pensando que tal vez deberías venir a quedarte con nosotros hasta que todo haya pasado —dijo Nella—. A fin de cuentas, ¿quién se atrevería a hacerte daño en mi casa?
Rafe apretó la mandíbula. No podía creer que aquella mujer pensara que su posición social la protegía de todo y de todos.
—Es una oferta muy generosa —replicó Elsa—, pero me siento muy segura en casa, con mi guardaespaldas.
Mientras el mayordomo servía el café, Ellison insistió en hablar sobre la investigación que estaba llevando adelante la agencia Dundee. A Rafe le pareció muy sospechoso que estuviera tan interesado en conocer todos los detalles y pensó que o Mays era el responsable de los atentados contra Elsa y su familia, o estaba aterrado de que descubrieran su conexiones con Honey Town. Dudaba que a Nella la enfadara enterarse de que su sobrino era poco menos que el dueño del barrio, pero estaba seguro de que la destrozaría saber que hacía años que tenía un romance con una prostituta.
Rafe comprendió que el hecho de que él hubiera reducido su lista de sospechosos a dos hombres no significaba que uno de ellos fuera el autor de las amenazas contra Elsa. Ellison Mays era una posibilidad obvia, tal vez demasiado.
Era consciente de que los celos lo impulsaban a situar a Harry Colburn en el primer lugar de la lista. Aunque Elsa había hecho el amor con él, podía terminar eligiendo a Colburn. Si no conseguían nada que probara que tenía conexiones con la mafia, Harry quedaría libre de sospechas. Y si lo conseguían, Elsa sufriría una enorme desilusión.
Colburn la había llamado docenas de veces en los últimos dos días, y salvo por las dos veces en las que ella le había quitado el teléfono de las manos, Rafe se había encargado de decirle que no podía atenderlo. Sabía que no era muy profesional de su parte, pero su relación con Elsa era mucho más que una cuestión de trabajo. Al convertirse en su amante, había cambiado las reglas. Ella ya no era una simple clienta, era su mujer, y protegerla era una cuestión personal. Muy personal.
Cuando salieron de la mansión de los Southwell, Rafe sintió que Ellison Mays los observaba. Lo irritaba no entender qué pasaba con Mays. De repente, una alarma mental le dijo que estaban en peligro. Un peligro que no tenía nada que ver con Ellison.
Rafe observó el coche que avanzaba por la avenida y le pareció ver algo metálico asomando por la ventanilla. En el preciso momento en que empezaron los disparos, arrojó a Elsa al suelo y la empujó debajo de su vehículo. Se refugiaron detrás de un árbol y consiguieron evitar que las balas los alcanzaran. Rafe alcanzó a descargar su Magnum 357 antes de que el automóvil acelerara y desapareciera por la avenida.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Elsa, mientras se incorporaba.
—Hemos estado a punto de ser asesinados.
Rafe sacó su móvil, llamó a la policía y después a Frank, para contarle lo sucedido.
—Las advertencias se han terminado —afirmó—. Ahora están hablando en serio.
Quince minutos más tarde, la mitad de la policía de Maysville estaba dando vueltas por el jardín de los Southwell bajo las órdenes de Van Fleming. Nella había tenido un ataque de nervios y habían tenido que llamar a su médico. Ellison también parecía traumatizado. Rafe no sabía si era una farsa, o si el pánico en los ojos de Mays era auténtico.
—No sé cómo el tipo no consiguió darles —dijo Van Fleming.
—Ha sido gracias a Rafe —afirmó Elsa—. Si no me hubiera protegido, ahora mismo estaría muerta.
Cuando Van quiso tomarla de las manos, Rafe gruñó, y el hombre se apartó de inmediato.
—Elsa, creo que deberías irte de la ciudad —sugirió el jefe de policía—. A ser posible, hoy mismo. No tengo forma de garantizar tu seguridad.
Ella movió la cabeza en sentido negativo.
—Si me voy, él gana, y la gente de Maysville pierde.
—Van tiene razón —opinó Ellison—. Tu vida es más importante que BSM y que tu lucha en Honey Town. Es una causa perdida.
—Honey Town no es una causa perdida —manifestó ella.
Rafe contuvo la respiración, esperando ver si Elsa perdía el control y revelaba que sabía que Ellison era el propietario de la mitad de los edificios infestados de ratas del barrio. Rogaba que no lo hiciera, que no le advirtiera que sospechaban de él.
En lugar de decirle algo a Mays, Elsa le pidió a Rafe que la llevara a casa. Se puso de pie, enderezó los hombros y miró a Fleming con gesto desafiante.
—Si necesitan algo más, pueden encontrarnos en mi casa.
—Elsa, deberías reconsiderarlo —replicó el hombre—. No puedes librar esta batalla sola.
Ella sonrió.
—No estoy sola. Tengo el respaldo de BSM y la protección de la agencia Dundee. Mientras Rafe esté a mi lado, estoy dispuesta a pelear hasta el final.
—Sólo espero que no sea tu final —se sinceró Van.
Antes de que Elsa pudiera contestar, llegaron Harry, Troy y Geoff. En cuanto se bajó de su camioneta, Troy corrió a abrazar a su hermana.
—¿Estás bien?
—No estoy herida —le aseguró ella—. Muerta de miedo, pero no herida.
—Elsa… Elsa… —dijo Harry, tratando de tomarla de la mano—. Debes salir de la ciudad cuanto antes. Tengo una casa en la playa, podrías quedarte allí.
Elsa apartó la mano.
—No pienso ir a ninguna parte.
—¡Pero tienes que hacerlo! —gritó Harry—. Después de lo que acaba de pasar, no estás a salvo en Maysville. Insisto en que deberías…
—¿Cómo es que te has enterado tan pronto del tiroteo? —preguntó Rafe.
Colburn lo miró con desconcierto.
—¿Qué?
—¿Tienes un informante en la policía o eres adivino? Prácticamente has llegado detrás de la policía.
—He sido yo quien lo avisó —dijo Van.
Rafe arqueó las cejas.
—Sabía que era muy amigo de Elsa y… —añadió el comisario.
—Y Van esperaba que yo pudiera ayudarlo a convencer a Elsa de que debía dejar la ciudad —afirmó Harry—. Admiramos su valentía y queremos que esté a salvo.
—Aprecio vuestra preocupación. Pero si renuncio a esta lucha, me arrepentiré el resto de mi vida. Sé que si me quedo encontraré la forma de echar a la mafia de Honey Town.
Harry, Ellison y Van se mostraron incómodos ante el comentario. Rafe los observó con detenimiento, tratando de dejar de lado la opinión personal que le merecían para poder descifrar qué era lo que se escondía detrás de la inquietud de cada uno. Fleming podía estar confabulado con alguien, pero era muy improbable que fuera el culpable. A menos que se tratase de alguien extremadamente escurridizo, sólo podía tratarse de Mays o de Colburn.
Elsa no podía dormir ni descansar. Aunque los agentes de Dundee le habían asegurado que estaban a punto de conseguir más información sobre los principales sospechosos, no le podían garantizar que pudieran atrapar al desgraciado que estaba detrás de los atentados antes de que el hombre intentara un nuevo golpe. Hacía horas que los investigadores se habían marchado y la habían dejado sola con Rafe, y Elsa seguía sin poder recuperar la calma. Tenía la cabeza hecha un lío y las emociones descontroladas, pero nada le iba a hacer modificar su decisión de seguir adelante.
Rafe no le había sugerido ni una sola vez que debía renunciar y marcharse de Maysville. Aquel gesto le había hecho darse cuenta de que la entendía mejor que nadie.
A las once de la noche, Troy la abrazó y se despidió de ella.
—¿Vas a estar bien sin mí, hermanita?
—Sí, quédate tranquilo. Tengo a Rafe.
—Lo traeré sano y salvo antes del desayuno —dijo Monday, pasando un brazo por encima del hombro de Troy.
—Éste es el único momento que tengo para ver a Alyssa sin toparme con su padre. Y Geoff ha convencido a una enfermera para que me dejara quedarme con ella esta noche. Toda la noche.
—La mujer es una romántica perdida —explicó el guardaespaldas—. Cuando le conté los detalles de la historia de amor de Troy y Alyssa, enseguida se ofreció a ayudarnos.
—Pero, si después de lo que ha pasado, prefieres que me quede aquí…
—Vete de una vez —le ordenó Elsa—. Probablemente estés más seguro lejos de mí, dado que el tipo volverá a intentarlo. Sólo es una cuestión de tiempo.
—Tal vez debería quedarme.
—¡No! Ve a ver a tu novia. Te necesita.
No habían pasado dos minutos desde que Troy y Geoff se habían marchado cuando sonó el teléfono. Rafe había contestado al menos una docena de llamadas y había dejado que el contestador automático atendiera otras tantas. Toda la ciudad estaba hablando de lo que había pasado. Elsa había accedido a que la entrevistaran en el telediario de la WJMM y había ordenado que todos los programas difundieran que iba a quedarse en Maysville y que continuaría ofreciendo batalla.
Rafe dejó que el contestador atendiera la última llamada. En el mensaje, una voz masculina claramente distorsionada decía:
—Vas a morir, perra.
Elsa se estremeció y miró a Rafe con desesperación. Al verlo avanzar hacia ella contuvo la respiración. Estaba segura de que la excitación del peligro, la adrenalina del miedo, lo estimulaban tanto como a ella. Era como si con cada paso que daba Rafe le estuviera diciendo que aquella noche podía ser la última y que necesitaba hacerle el amor para sentirse vivo.
—¿Rafe?
—No pienses en ello.
Aunque aún no la había tocado, Elsa podía sentir cómo la envolvía con su poder. Rafe era su escudo contra el mundo exterior.
—Prométeme que, si me pasa algo, te asegurarás de que mis hermanos estén bien.
Él le tomó la cara entre las manos.
—Jamás permitiría que te pasara algo. Me moriría antes.
Al oírlo hablar así, Elsa sintió una mezcla de miedo, alegría y amor que la dejó sin habla. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Rafe se echó hacia adelante y la capturó con la punta de la lengua. Elsa cerró los ojos y suspiró.
—Abrázame, Rafe. Bésame y haz que el mundo entero desaparezca.
Él atendió a su súplica y, sin soltarle la cara, la besó con ternura. Una y otra vez. Después, la recostó en el sofá, le acomodó la cabeza sobre los cojines y le besó la palma de las manos.
—Quédate aquí —le dijo—. Voy a conectar la alarma y volveré para que sigamos con lo que hemos empezado.
Elsa asintió, bajó los brazos y descansó a la espera del regreso de su amante. Aunque estaba en peligro y sabía que sólo era una cuestión de tiempo que el asesino volviera a intentar matarla, Elsa no tenía miedo. Mientras Rafe estuviera con ella, listo para pelear a su lado, estaría bien.
Él regresó a los pocos minutos, se sentó al lado de ella y la contempló en silencio. Se echó hacia adelante y la besó apasionadamente. Ella lo correspondió con la misma intensidad y comenzó a desabotonarle la camisa. Mientras le devoraba la boca, él la tomó del trasero y la empujó contra su sexo erecto.
—Haz el amor conmigo —dijo ella, acariciándole el pecho desnudo.
—Hazme el amor, Elsa.
Ella sonrió.
—Sí…
Se quitaron la ropa con desesperación, ansiosos por librarse de las barreras que se interponían entre sus pieles. Antes de que Elsa pudiera darse cuenta de lo que estaba haciendo, Rafe se puso un preservativo y la acomodó sobre él. Elsa separó las piernas y lo introdujo en ella. Él la tomó de la cadera y empujó hacia dentro.
—Cabálgame, preciosa.
Cuando ella vaciló, Rafe la guió con sus movimientos para ayudarla a encontrar el ritmo.
—Eso es —susurró—. Marca el paso. Haz lo que te guste.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó ella.
—Todo lo que hagas me gustará. No te preocupes por mí.
Ella se meció sobre él, vibrando con cada ondulación de su cadera. Rafe comenzó a lamerle y a mordisquearle los senos, intensificando las sensaciones que la atravesaban. Elsa no tardó en alcanzar el clímax. Y cuando lo hizo, sintió que el calor de su sexo le envolvía el cuerpo en una hoguera de placer indescriptible.
—Rafe, Rafe… —gimió, extasiada.
Él la tomó de la cadera y la movió arriba y abajo frenéticamente. Segundos después, soltó un grito ahogado y se estremeció al llegar al orgasmo. Mientras temblaba debajo de ella, la besó con desesperación. Ella respondió con idéntica pasión, deseando que aquel momento durara para siempre.
Rafe se despertó repentinamente, sin saber qué era lo que lo había sacado de su sueño reparador. Elsa estaba durmiendo encima de él, desnuda bajo la manta con la que se habían cubierto después de hacer el amor. La recostó sobre el sofá y se aseguró de taparla bien. Se levantó y se vistió deprisa para poder averiguar qué lo había despertado.
La casa estaba en silencio. Cuando Rafe empezaba a creer que había sido un sueño, sintió olor a humo. Entonces comprendió que lo que lo había despertado era el olor a queroseno. Se lanzó sobre Elsa y la sacudió hasta que abrió los ojos. Buscó algo de ropa del suelo, envolvió a Elsa en la manta y la levantó en brazos.
—¿Qué pasa? —preguntó ella—. ¿Qué estás haciendo?
Sin decirle una palabra, Rafe corrió hacia la puerta principal. Al ver que entraba humo por debajo, se dio la vuelta y se dirigió hacia la cocina para salir por la puerta trasera. A través de la ventana se podían ver las llamas que envolvían el edificio.
—¡Se está incendiando la casa! —exclamó ella—. Bájame y…
Rafe hizo caso omiso al pedido, conectó la alarma de incendios y la cargó hasta la entrada del sótano. Sólo entonces la dejó ponerse de pie.
—Bajemos —dijo—. Tal vez podamos salir por aquí.
Elsa se acomodó la manta alrededor del cuerpo y bajó las escaleras a toda velocidad. Rafe iba detrás de ella.
—Espera aquí —ordenó él—. Trataré de abrir la puerta.
Como la mayoría de las construcciones de la época, la casa de Elsa tenía una entrada al sótano desde el exterior. Mientras Rafe subía por las desvencijadas escaleras que conducían a la salida, Elsa se libró de la manta y se puso unos vaqueros y una camisa. No tenía zapatos, ni calcetines ni chaqueta. Rafe también estaba descalzo.
Cuando por fin Rafe consiguió abrir la puerta, una nube de humo negro invadió el lugar y los cegó durante algunos segundos. Tras restregarse los ojos, Elsa miró hacia arriba y vio una barrera de fuego sobre sus cabezas.
Estaban atrapados.