Capítulo 14

 

 

 

 

 

RAFE empujó la puerta, haciendo un esfuerzo por sobreponerse al dolor que sentía en las manos. Después, llevó a Elsa al frío, húmedo y oscuro sótano.

—Abajo hay agua, ¿verdad? Creo recordar que había una lavadora y una pila…

Ella asintió.

—Sí, están a tu derecha. También hay un interruptor de luz en la pared.

—Muy bien. Dame la manta.

Elsa se la dio y él la metió en la pila y abrió el grifo del agua para empaparla bien. Acto seguido, se la devolvió; y sólo entonces, ella notó las heridas de sus manos.

—¿Qué te ha pasado en las manos?

—Son quemaduras sin importancia —respondió—. Supongo que la parte superior estará llena de humo, así que nuestra mejor posibilidad de supervivencia consiste en salir por esa trampilla que da al exterior. Cuando lleguemos a lo alto de los peldaños, nos pondremos la manta por encima y nos abriremos paso. ¿Comprendido?

—Comprendido.

—Buena chica.

En cuanto se pusieron la manta y abrieron la trampilla, se encontraron rodeados por las llamas. Pero consiguieron alejarse sin más problemas que unas cuantas quemaduras en la ropa.

El sonido de las sirenas rompía el silencio de los minutos anteriores al alba, y el murmullo de los vecinos que se habían congregado en los alrededores convenció a Rafe de que la ayuda ya se encontraba en camino.

 

 

Elsa Leone y su guardaespaldas seguían vivos. Su asesino había fallado por segunda vez, así que no tendría más remedio que hacerlo personalmente por mucho que le disgustara. Pero tenía que encontrar la forma de alejar a la mujer de Devlin.

Mientras se tomaba un café, marcó el número del móvil de Fleming. Si alguien podía informarlo sobre la situación, ése era él.

—¿Dígame?

—Fleming, ¿dónde estás?

—En el Maysville Memorial, esperando a hablar con Elsa y Devlin. La casa de Elsa se ha incendiado y han estado a punto de morir abrasados. Ella parece estar bien, pero Devlin se quemó al intentar salvarla.

—De modo que siguen vivos.

—Sí, totalmente vivos. Por lo visto, él tiene quemaduras de primer y segundo grado en las manos y en un brazo.

—¿Son graves? ¿Lo dejarán fuera de juego?

—Es posible que una temporada.

—Antes de que Devlin tenga tiempo de asignar a Elsa otro guardaespaldas, quiero que intervengas y que les ofrezcas la ayuda del departamento de policía de Maysville.

—Puedo ofrecérselo, pero Devlin no confía en mí.

—Es cierto. Entonces, hagamos esto… Elsa recibirá una llamada dentro de poco tiempo. Cuando lo haga, necesitará marcharse de forma discreta sin que lo sepan los agentes de Dundee. Quiero que te ofrezcas para llevarla a su destino. Prométele que la protegerás y que la ayudarás a llevar a su enemigo ante la justicia.

—¿Qué tienes en mente? No quiero formar parte de un…

—Lo único que tienes que hacer es llevar al cordero al matadero —lo interrumpió—. Yo me ocuparé del resto.

 

 

Cassie Dover se preguntó cómo era posible que una noche tan maravillosa hubiera terminado en una mañana tan terrible. Ellison había estado todo el tiempo a su lado, hasta que ella despertó a las seis y se levantó para preparar café, huevos revueltos y tostadas, con intención de servírselos en la cama.

Pero entonces, todo se estropeó y ni siquiera sabía cómo había podido creer que sus sueños se hicieran realidad. Ellison le había prometido que la apoyaría económicamente, que podían vivir juntos y que nunca más tendría que servir a otro cliente. Ahora, sin embargo, las cosas eran distintas.

A pesar de ello, consiguió convencerse de que podrían salir adelante si hacía lo que le habían pedido. Sólo se trataba de hacer una llamada telefónica, sólo eso; a fin de cuentas, a ella no debía importarle que mataran a Elsa Leone. Además, apenas la conocía, no le debía nada. Y por si fuera poco, no tenía elección: no podía sacrificarse a sí misma.

 

 

Aunque Frank, Leenie, Kate, Geoff, Troy y Van Fleming se encontraban afuera, en la sala de espera, Elsa se negó a apartarse de Rafe y permaneció con él mientras el médico lo examinaba y las enfermeras curaban sus heridas.

—Tienes quemaduras de primer grado en el brazo derecho y en la mano izquierda, y quemaduras de segundo grado en la mano derecha —lo informó el médico, el doctor Bolland.

El médico se dirigió entonces a una de las enfermeras y añadió:

—Que lo lleven a una habitación inmediatamente.

—¿Por qué? Acabas de decir que no tengo quemaduras de tercer grado, luego no se trata de nada importante —protestó Rafe—. Estoy bien. No hace falta que me quede aquí ni que te haga perder más el tiempo.

—Tus quemaduras no son graves, pero has perdido bastantes fluidos y corres el riesgo de padecer una infección.

—Deja de discutir con el médico —intervino Elsa.

—Pero estoy bien…

—Hazlo por mí, por favor. Me has salvado la vida dos veces en menos de veinticuatro horas. Te debo mucho, así que te ruego que no seas tan obstinado. Haz lo que te dice.

—Eso no es justo. Sabes que haría cualquier cosa por ti.

Elsa sonrió con debilidad.

—Está bien, pero no vayas sola a ninguna parte.

—No pienso marcharme a ningún sitio, descuida. Me quedaré por aquí hasta que te den el alta. Alguien tiene que asegurarse de que te portes bien.

—¿Por qué no sales e informas a la tropa de que no me estoy muriendo?

Elsa asintió y miró al médico:

—Si te causa más problemas, dímelo.

El médico asintió y ella salió e informó a todos sobre la situación.

—Supongo que hace falta algo más que un simple incendio para dejar fuera de juego a Rafe —comentó Frank.

—Tendré que haceros unas cuantas preguntas sobre lo sucedido —dijo Fleming—, pero eso puede esperar.

—Gracias, Van. No estoy segura de poder responder a nada en este momento. Y en cuanto a Rafe, menos aún.

—¿Alguien quiere café? —preguntó Leenie.

En ese momento sonó el teléfono de la sala de espera. Todo el mundo hizo caso omiso, menos una señora de mediana edad que se encontraba allí por otro paciente.

La mujer se levantó, contestó la llamada y acto seguido, dijo:

—¿Hay alguien aquí que se apellide Leone?

—Sí, yo —dijo Elsa.

—Es para usted.

—¿Quieres que conteste yo? —dijo Kate.

—No, probablemente es algún conocido que se ha enterado del incendio y quiere saber cómo estoy.

Elsa tomó el auricular enseguida.

—¿Dígame?

—No menciones mi nombre. No quiero que nadie sepa que te he llamado.

—¿Quién eres?

—Soy Cassie Dover. ¿Te acuerdas de mí? Soy una de las chicas, ya sabes… y una buena amiga de Ellison Mays.

—Sí, me acuerdo de ti.

—Tengo cierta prueba que podría interesarte, pero de momento tiene que quedar entre nosotras. Ven a verme. Y ven sola o no hablaré.

Elsa dio la espalda a los demás para que no notaran su preocupación.

—¿De qué prueba me estás hablando? ¿Y cómo sé que puedo confiar en ti?

—No lo sabes y yo no te lo puedo demostrar. Tendrás que aceptar mi palabra. En cuanto a la prueba, posiblemente es lo que necesitas para acabar con Ellison. Posee la mitad de los edificios de Honey Town y está metido en todo tipo de cosas ilegales.

—¿Qué quieres decir con eso de todo tipo de cosas…?

—Que fue quien contrató al hombre que ha intentado matarte.

Elsa se quedó helada.

—¿Qué tipo de pruebas tienes?

—Te lo enseñaré cuando vengas a verme, y si te interesa, te diré cuánto cuesta. Necesito dinero para marcharme de la ciudad.

—¿Cuánto?

—Cincuenta mil dólares, pero no es preciso que los traigas contigo. Eso podemos arreglarlo cuando oigas mi historia.

—No pienso ir sin un guardaespaldas.

—No, tienes que venir sola.

—No puedo fiarme de ti. Por lo que sé, esto podría ser una trampa.

—Está bien, trae a alguien si quieres, pero date prisa o cambiaré de opinión. Y vengas con quien vengas, se quedará afuera.

Elsa colgó el teléfono, y cuando se volvió, Van Fleming se encontraba a su lado.

—Quiero que sepas que como jefe de policía te voy a asignar a alguien para que cuide de ti veinticuatro horas al día.

—¿Podrías quedarte un momento, Van? Necesito un favor.

—Claro, como quieras.

Elsa se dirigió a los demás y dijo:

—¿Qué os parece si vamos a la cafetería a desayunar? Yo voy a quedarme unos minutos más para volver a ver a Rafe. Además, no es necesario que todos nos quedemos aquí.

—Si quieres, puedo quedarme yo —dijo Frank.

—No, prefiero que me traigas un café y un bizcocho.

—Está bien…

En cuanto Fleming y Elsa se quedaron a solas, ella le explicó lo sucedido y le pidió que la acompañara a ver a Cassie Dover.

—Tal vez deberíamos avisar a los agentes de Dundee y pedir a alguno que nos acompañe —dijo él.

—No, porque intentarían detenerme. Además, Rafe se enteraría y no dejaría que la viera —explicó—. Por otra parte, sería importante que no vayas de uniforme y que utilicemos un coche normal, sin distintivos de la policía.

—Está bien. Déjamelo a mí.

Van se alejó entonces y abrió la puerta que daba a la calle. Entonces apareció un joven agente, bastante alto.

—Creo que conoces a Andy Bridges…

Elsa sonrió y le estrechó la mano. Su hermana, Janie Bridges, era una de las productoras de la WJMM.

—Hola, Elsa…

—Hola, Andy.

—¿Nos vamos? —preguntó Fleming.

Elsa dudó un momento. No se fiaba del todo de él, pero a fin de cuentas iría con dos policías como escolta y era una ocasión perfecta para conseguir las pruebas que necesitaban. Sólo tenía que hablar con Cassie Dover y volver al hospital para contárselo a Rafe.

—Está bien, vámonos.

 

 

—¿Qué quieres decir con que no sabes dónde está? —preguntó Rafe.

—La dejé en la sala de espera con Fleming hace cinco minutos —explicó Frank, mientras dejaba dos tazas de café y un bizcocho en una mesa.

—¿Y dónde diablos se ha metido? Esto no me gusta nada. Búscame algo de ropa y llama a Kate ahora mismo.

Frank salió a preguntar a la recepcionista, quien regresó segundos más tarde con la información que necesitaban:

—La señorita Leone se ha marchado sin dejar ningún mensaje, pero la acompañaban el jefe Fleming y un agente.

Rafe se puso en tensión.

—¿Sabe si alguien ha oído adónde iban?

—Sólo que el jefe Fleming mencionó algo sobre Honey Town.

—¿Y dice que había un agente con ellos? —preguntó Frank.

—Sí, un joven de pelo rubio.

—¿Por qué habrá ido Elsa con Fleming a Honey Town? —preguntó Rafe, mirando a su amigo.

—No lo sé, pero… ¡Maldita sea! Recibió una llamada telefónica justo antes de que nos enviara a todos a la cafetería. Debí haber sospechado. Se libró de nosotros deliberadamente para poder marcharse.

—Tenemos que encontrarla como sea.

El instinto le decía a Rafe que se encontraba en graves problemas, y ni siquiera quería pensar en la posibilidad de que le pudiera ocurrir algo malo.

—¡Búscame ropa, maldita sea! —exclamó—. Y dile a Kate que llame a la comisaría de policía y que averigüe dónde está Fleming y quién es el agente que los acompaña. Pero dile también que te localice en tu teléfono móvil, porque tú y yo salimos hacia Honey Town ahora mismo. Vamos a buscar a Elsa.