Prólogo

 

 

 

 

 

ELSA Leone se había convertido en una molestia; metía las narices donde no debía y llamaba la atención de toda la ciudad de Maysville sobre los problemas de Honey Town. Las cartas y las amenazas telefónicas no habían bastado para hacerle entender que se estaba metiendo con cosas que podían costarle la vida. Era una mujer testaruda que había sabido aprovechar su puesto como gerente de la WJMM, la cadena de radio y televisión de la ciudad, para denunciar los delitos que se estaban cometiendo en Maysville e instar a los ciudadanos a tomar cartas en el asunto. Así, se había convertido en la vanguardia de la organización Buenos Samaritanos de Maysville, conocida como «BSM», cuyos integrantes exigían que se tomaran cartas en el asunto. Y aquellas exigencias eran más firmes cada día.

El primer error que él había cometido había sido el de permitir que las cosas llegaran tan lejos. Para rectificarlo, había dado instrucciones para que la atacaran aquella noche. Y si la atrevida e inteligente Elsa seguía sin atender a las advertencias, tendría que morir.

Mirando hacia el escenario de la sala de conferencias del Magnolia Plaza, se sumó a la ovación de pie que el público brindaba a Elsa en la noche de la fundación de BSM. Jamás la había visto así. Elsa tenía una belleza casi exótica, pero no parecía ser consciente de su enorme atractivo y, por lo general, evitaba llamar la atención. Sin embargo, aquella noche llevaba un vestido de seda negro que revelaba toda la sensualidad de su figura esbelta y curvilínea.

Mientras la observaba y apreciaba sus encantos femeninos, suspiró y fingió una sonrisa amable. No podía evitar pensar que era una lástima. Si Elsa fuera más sumisa y no se hubiera metido donde no debía, tendría garantizada una larga vida. Pero, por el contrario, tenía un espíritu justiciero y unas férreas convicciones feministas que probablemente la llevarían a la muerte.

 

 

Elsa se había dirigido al público con el corazón, aunque sin mencionar que sus tragedias personales habían estado marcadas por el alcohol y la drogadicción. Por lo que sabía la población de Maysville, la campaña de Elsa para luchar contra la delincuencia en la ciudad se basaba únicamente en el deseo de una buena persona de hacer algo positivo por su comunidad.

Mientras se dirigía al guardarropa a buscar el abrigo, Elsa pensó que, en efecto, era una buena persona. No siempre era agradable, pero hacía grandes esfuerzos por no desviarse del camino. Era ambiciosa, y no se conformaba fácilmente. Esperaba lo mejor de sí misma, y le resultaba incomprensible que alguien pudiera desperdiciar su vida por no explotar su potencial.

Cuando estaba a punto de ponerse el abrigo, una mano cálida y grande le tocó la espalda. Se quedó inmóvil y, al volverse, descubrió los ojos azules de Ellison Southwell Mays, miembro de la familia más antigua y prestigiosa de Maysville. Apenas lo conocía, y detestaba el contacto de los desconocidos. Además, había algo en aquel hombre que la inquietaba. De hecho, ni siquiera podía precisar su edad, aunque imaginaba que tenía entre cuarenta y sesenta años.

—Sólo quería decirte lo mucho que apreciamos que tengas el coraje de salir a plantar cara a esos desgraciados —declaró Ellison.

—Gracias.

A pesar de lo incómoda que se sentía, Elsa sonrió con amabilidad. Si algo había aprendido poco después de mudarse a Maysville era que no convenía ofender a ciertas personas, en particular a la vieja guardia, porque tenían influencias sociales y económicas en todo el país.

—Elsa… —dijo una voz masculina.

Ella aprovechó la oportunidad para alejarse de Mays. Se acercó a Harry Colburn, un joven y prometedor empresario de la ciudad, y sonrió con desenfado.

—Gracias por haber venido, Harry. Para nosotros es muy importante contar con tu apoyo. Tu compromiso y tu generosidad con BSM servirán de estímulo para los demás.

Harry sonrió con timidez. Por enésima vez, Elsa pensó en lo increíblemente guapo que era aquel hombre de pelo moreno rizado y ojos color miel.

—Me complace saber que te he ayudado, Elsa —afirmó, mirándola con intensidad—. Has hecho maravillas desde que has tomado las riendas de la WJMM. ¿Cuánto ha pasado desde entonces? ¿Ocho meses?

Ella aflojó los hombros y suspiró.

—Sí, sólo han sido ocho meses y medio, pero a veces me parece que llevo años en Maysville. Sinceramente, he llegado a encariñarme con la ciudad y su gente.

—Y nosotros contigo.

A pesar del deseo con que la miraba, Elsa intentó no dar demasiada importancia al comentario de Harry.

El pasillo que conducía al guardarropa empezó a llenarse de gente que quería felicitarla y darle las gracias por el apoyo de la WJMM al grupo de BSM.

—En el tiempo que llevo como jefe de policía —le dijo Van Fleming—, jamás hemos tenido a tantos ciudadanos dispuestos a colaborar con nosotros en la limpieza de Honey Town.

Noah Wright, el alcalde, también elogió el trabajo de Elsa.

—Eres una bendición para Maysville.

Se sentía abrumada ante tantos halagos, pero agradecía todos y cada uno con amabilidad. Para una joven tímida que había crecido rodeada de pobreza, no resultaba fácil ser el centro de la atención. Sin embargo, había trabajado muy duro para llegar a ser alguien, y estaba decidida a disfrutar del éxito que había conseguido. Se sentía orgullosa de que la aceptaran todas las personas importantes de aquella ciudad de Mississippi. No sólo se habían acercado a ella el alcalde y el jefe de policía, sino también personas como Nella Southwell, la tía de Ellison y la mujer más importante de la alta sociedad local, y Bruce Alden, el rector de la Universidad de Maysville.

—¿Quieres que te lleve a casa? —le preguntó Harry.

—No, gracias. He venido en coche, y tengo que ir a la radio. Troy tiene la furgoneta en el taller y necesitará que lo lleve. Además, tengo que hacer un montón de cosas hasta que termine su turno.

—Tu hermano se esfuerza mucho. Se pasa el día en la universidad y encima trabaja en la radio.

Elsa sonrió y asintió. Estaba orgullosa de Troy; mucho más orgullosa de lo que nadie podía imaginar. Su hermano, de veinte años, libraba una valiente batalla contra la adicción a las drogas que había arrastrado desde la niñez. Llevaba dos años sin consumir nada, y Elsa estaba muy esperanzada ante la posibilidad de que por fin rehiciera su vida. Aceptar aquel trabajo en Maysville no sólo había representado una maravillosa posibilidad profesional para ella, sino que le había dado a Troy la oportunidad de empezar de nuevo en una ciudad donde nadie conocía su pasado.

—En ese caso —dijo Harry—, ¿puedo acompañarte hasta el coche?

—Claro que sí.

El Magnolia Plaza era el hotel más elegante de Maysville y uno de los edificios más destacados de Construcciones Colburn, una de las muchas empresas de Harry.

Cuando Elsa se disponía a cerrar la puerta del coche, Harry se echó hacia delante y dijo:

—¿Por qué no cenamos un día de éstos?

Ella se quedó mirándolo en silencio durante un rato, tratando de superar el estupor provocado por semejante invitación. Estaba sorprendida y complacida a la vez. Harry era el soltero más codiciado de la ciudad; todas las mujeres soñaban con salir con él, y acababa de invitarla a cenar.

—Sí, ¿por qué no? —contestó al fin.

A Elsa le gustaba Harry. Lo encontraba intrigante, extremadamente guapo y muy amable, a pesar de ser uno de los hombres más adinerados del país. No le aceleraba el corazón ni le hacía sentir mariposas en el estómago, pero tampoco estaba buscando una relación de aquel tipo. Era una mujer pragmática, sensata y realista. La pasión desenfrenada no era para ella. Sin embargo, casarse con el hombre correcto sí formaba parte de su plan.

En los diez minutos que tardó en llegar desde el hotel hasta la radio, Elsa pensó en la cita que había concertado con Harry Colburn para el viernes por la noche. Él había dicho que irían a Menphis, lo cual significaba que estarían una hora solos en el Mercedes de Harry: una hora para conocerse mejor. La mera idea de salir con él la alteraba. Se preguntaba si alguien tan experimentado como Harry notaría que era una novata en el juego de las relaciones. Al salir del orfanato era poco más que una niña, y desde entonces se había tenido que ocupar de sus hermanos. La vida social era un lujo que no se había podido permitir, ni de adolescente ni de adulta. Tal vez hubiera llegado el momento de dedicar más atención a aquel aspecto, y aceptar una cita con el soltero más cotizado de la ciudad era un excelente comienzo. Nadie sabía qué podría surgir de aquella cena.

Dejó el coche en el aparcamiento de la radio, a menos de quince pasos de la entrada principal. Antes de apearse, echó un vistazo a su alrededor. Aunque se sentía a salvo en aquella zona de Maysville, siempre tomaba precauciones en lo tocante a la seguridad personal. Todo parecía normal. Después de salir, cerró el coche y se levantó las solapas del abrigo para protegerse del gélido viento de enero. El clima invernal del norte de Mississippi era imprevisible.

Impaciente por entrar para refugiarse del frío, caminó hacia la entrada del estudio de radio. Pero antes de alcanzar la acera oyó el ruido de un motor. Levantó la vista y vio una camioneta de último modelo que avanzaba hacia ella a toda velocidad.

Al comprender que quien estaba detrás del volante intentaba atropellarla o había perdido el control del vehículo, Elsa corrió hacia la puerta. La camioneta se subió a la acera y continuó persiguiéndola.

La acera terminaba en la puerta metálica de la entrada. Como medida de seguridad, nadie podía entrar al estudio si no tecleaba el código de acceso o si no le abrían la puerta desde el interior. Presa de los nervios, Elsa alcanzó a marcar los cuatro números de la clave. Apenas se abrió la puerta, la camioneta se estrelló contra la entrada, bloqueándola. Si Elsa hubiera tardado dos milésimas de segundo más en marcar el código, habría quedado atrapada entre el vehículo y los cristales de la fachada.

Con la prisa por huir de la camioneta, trastabilló y cayó de rodillas en la moqueta de la recepción. Sin volverse siquiera para ver si el conductor seguía tras ella o había escapado, abrió la boca y gritó con todas sus fuerzas.