Capítulo 5

 

 

 

 

 

LE HAS dado un beso de buenas noches? —preguntó Rafe.

Elsa se sobresaltó al verlo de pie en el umbral de la habitación de huéspedes. Rafe sólo llevaba puestos los vaqueros, con el botón superior abierto, por lo que se podían ver claramente sus calzoncillos oscuros. Ella se quedó boquiabierta y le recorrió ávidamente el pecho desnudo con la mirada. Se preguntaba por qué tenía que ser tan guapo y masculino, y por qué no se le aceleraba tanto el corazón al mirar a Harry. Harry era mucho más apuesto, pero Rafe era la criatura más atractiva y viril que había visto en toda su vida.

—Si fuera asunto tuyo, y no lo es —puntualizó ella—, te diría que, en efecto, le he dado un beso de buenas noches. En la mejilla.

Elsa no entendía por qué había añadido aquel comentario cuando debería haberse limitado a decirle que no se entrometiera en lo que no era de su incumbencia.

—Y por si te interesa —continuó—, se ha ido hace más de una hora. He estado lavando ropa y haciendo otras cosas.

Además de poner la lavadora, lo único que Elsa había estado haciendo había sido evitar subir para no tener que verlo.

Rafe sonrió.

—¿Tu cita del viernes sigue en pie?

—Por supuesto. Y le he explicado a Harry que vendrás con nosotros, aunque los dos creemos que es innecesario.

Descalzo, Rafe caminó hacia ella.

—Iré adonde tú vayas. Lo siento, pero será así hasta que descubramos quién está amenazando tu vida.

Elsa se armó de coraje y le sostuvo la mirada.

—Somos como el agua y el aceite —dijo Elsa—. Tú tratas de pasarte de listo todo el tiempo, y yo estoy demasiado sensible como para tomarme bien tus bromas. Además, no se me dan bien los flirteos, y no puedes negar que estás coqueteando conmigo. Has hecho todo menos abrazarme y besarme. ¿Qué pasa? ¿Acaso te ha molestado que te diga que Troy se equivocaba al pensar que me moría por ti?

Rafe se acercó un poco más. Elsa se apartó y siguió hacia su dormitorio, pero antes de que pudiera abrir la puerta, él se interpuso en su camino.

—No me enfado con tanta facilidad —dijo él—. Además, no estoy tan seguro de que Troy se equivoque.

Ella frunció el ceño. Lo último que necesitaba en aquel momento era tener que lidiar con la presunción de aquel hombre. Ya tenía bastantes problemas teniendo que pasar el día con él.

—Creo que tal vez deberías cambiar el puesto con Frank. Tal vez él debería ser mi guardaespaldas, y tú deberías trabajar con Kate en la investigación.

Rafe la tomó de la muñeca. Ella pensó en liberarse, pero no lo hizo. Aunque estaba temblando, quería demostrarle que no tenía tanto poder sobre ella como creía.

Rafe la miró a los ojos y le deslizó la mano por el brazo hasta rozarle el cuello. Elsa contuvo el aliento.

—Estás temblando —comentó él.

—Me pones nerviosa.

—¿Por qué?

—Porque juegas conmigo, con mis emociones, y no sé cómo tratar contigo.

Rafe la contemplaba con tanta intensidad que, durante un momento, Elsa creyó que iba a besarla. Pero él la soltó y se apartó.

—¿Qué es lo que tienes, Elsa, para que desee ser tu príncipe azul?

—Es tu trabajo, ¿no es cierto? Te dedicas a hacer de príncipe azul.

Él movió la cabeza en sentido negativo.

—Soy un guardaespaldas profesional. Hago mi trabajo y nunca me involucro personalmente. Créeme, existe una gran diferencia entre un príncipe azul y un agente de Dundee.

—¿Pretendes que crea que nunca te haces el héroe? Te conozco bien. Viniste en mi rescate en aquel muelle, y no sólo evitaste que me violaran, sino que probablemente me salvaste la vida. Y ni siquiera me conocías. No era ninguna clienta —declaró Elsa, sin dejar de mirarlo a los ojos—. Aquel día, cuando ya estaba a salvo en el coche, no dejaba de pensar en ti como mi príncipe azul.

—No te confundas, Elsa. No soy un caballero que acude en su corcel a salvar a la damisela en apuros.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no suspiro por ti? Quédate tranquilo; te prometo que no te perseguiré, si es lo que te preocupa. No te deseo. Deseo a un hombre como Harry.

Rafe arqueó las cejas.

—Rico e influyente.

—No sólo es eso. También es alguien que podría estar interesado en una relación estable.

—Que el bueno de Harry no te engañe. Los mujeriegos nunca pierden las mañas, ni siquiera después de casados.

—¿Hablas por experiencia?

—No. Ni soy mujeriego ni he estado casado —afirmó él, con una sonrisa—. Una vez estuve a punto, pero mi prometida se espabiló y me dejó.

Elsa se dijo que debía alejarse de él, mantener las distancias, encerrarse en su dormitorio y, por la mañana, volver a plantearle la posibilidad de que intercambiara el puesto con Frank.

—Será mejor que me vaya a la cama. Quiero levantarme temprano.

—¿A qué hora llega Troy?

—Cerca de la medianoche —dijo ella, mirando el reloj—. Debe de estar a punto de llegar.

—¿Has conectado la alarma?

—No. Troy suele hacerlo cuando vuelve.

—A partir de ahora, quiero que el sistema de seguridad esté conectado todo el tiempo. Por cierto, ¿tienes alarmas en las ventanas?

—No, sólo en las puertas.

—Mañana haré unas llamadas y veré qué puedo hacer para que este lugar sea más seguro. Y recuerda mantenerte alejada de las ventanas.

Ella asintió y se volvió para entrar en su dormitorio.

—Un par de cosas más —añadió Rafe—. Yo contestaré el teléfono y la puerta. Recuérdalo.

—Lo intentaré.

—Debes hacer algo más que intentarlo. Tu vida podría depender de eso.

Elsa se estremeció al oírlo hablar así.

—¿Rafe?

—¿Sí?

—Por la mañana deberíamos discutir…

—¿Si sigo siendo tu guardaespaldas? —la interrumpió él—. No voy a cambiarle el puesto a Frank. Pero no te preocupes, intentaré comportarme.

—Debes hacer algo más que intentar…

Rafe sonrió, se despidió de ella y se dirigió a las escaleras.

—¿Adónde vas?

—A comprobar que las puertas y las ventanas están bien cerradas. Troy puede conectar la alarma cuando vuelva. Vete a la cama y trata de descansar un poco. Estás a salvo. Estoy aquí.

Acto seguido, Rafe bajó por las escaleras.

Elsa respiró profundamente y entró en su habitación. Cuando estaba a punto de cerrar la puerta recordó que Rafe le había pedido que la dejara entreabierta. No quería que hubiera ninguna puerta cerrada entre ellos, porque no quería obstáculos que le impidieran socorrerla si estaba en peligro.

No sabía si iba a poder conciliar el sueño sabiendo que Rafe estaba a pocos metros de su cama. Mientras se preparaba la ducha, se repitió una y otra vez que no estaba interesada en él.

 

 

Ella estaba recostada debajo de él, bañada en sudor. Olía a sexo y a perfume barato. Él se apartó y se recostó en la cama, completamente satisfecho. Cassie Dover era la clase de mujer capaz de darle a un hombre todo lo que quería, por un precio justo. Le prestaba sus servicios desde que era poco más que una niña. Él solía frecuentar a otras prostitutas, tanto en Honey Town como en otros sitios, pero siempre volvía a Cassie.

Ellison le acarició la cadera desnuda y sonrió al oírla suspirar. Ella lo hacía sentirse el único hombre en el mundo, aunque tuviera relaciones sexuales con la cuarta parte de los hombres de Maysville. Sin embargo, a él no le importaba, porque no tenía intención de casarse con ella.

Se rió para sí. Si se casaba con alguien como Cassie, varias generaciones de Southwell y Mays se revolverían en sus tumbas, y a su tía Nella le daría un infarto.

Era una idea absurda. En cierta forma, quería a Cassie. Era preciosa, rubia, cariñosa y con un cuerpo de ensueño. Pero Ellison tenía casi cincuenta años y no podía permitir que la libido determinase su vida.

Elsa Leone era mucho más apropiada para él. Era una mujer joven y adorable a quien hasta la misma Nella apreciaba. El problema era que cada vez que él trataba de seducirla encontraba una manera diplomática de rechazarlo. Aun así, Ellison estaba dispuesto a dedicar todos sus esfuerzos a conquistar a la ciudadana más famosa de Maysville. Y aunque se casara con Elsa, no tenía por qué dejar de ver a Cassie.

Lo malo era que Elsa no viviría lo suficiente como para casarse con nadie, porque se estaba metiendo donde no debía y cosechando enemigos poderosos. Tal vez lo mejor era esperar a ver qué pasaba, si la mujer entraba en razón y aceptaba las reglas del juego. Podía seguir liderando BSM, siempre y cuando dejara de meterse con cosas que podían costarle la vida. Ellison conocía las reglas de aquel juego; hacía años que lo jugaba.

—Ellie, quédate a pasar la noche conmigo, por favor —le suplicó Cassie, apretando sus grandes senos contra él.

Mays le besó la frente.

—No puedo, cariño. Sabes que tengo que llegar a casa antes de que amanezca. La gente es muy chismosa, y un hombre de mi posición tiene una reputación que cuidar.

—Ojalá pudiéramos pasar una semana juntos, a solas. En algún lugar fuera de la ciudad. Lejos de Honey Town.

Él le palmeó el trasero.

—Tal vez lo hagamos un día de éstos. Podríamos ir a nuestra casa del Caribe. ¿Te gustaría?

Cassie se sentó en la cama y sonrió.

—¿Hablas en serio, Ellie? ¿Podríamos ir al Caribe?

—Tal vez.

—Eres especial, ¿sabes? No eres como los otros. Eres noble y generoso.

Él salió de la cama y comenzó a vestirse. Cassie lo observaba atentamente.

—¿Ellie?

—¿Sí?

—¿Has pensado en lo que hablamos la última vez?

Desde luego que había pensado en ello. Sabía qué era lo que quería Cassie, y él también lo quería. No obstante, no podía arriesgarse a que alguien lo descubriera. No era buena idea mezclar los negocios con el placer. Pagar a una prostituta ocasionalmente y mantener a una amante eran dos cosas diferentes. Ni sus socios ni su tía lo entenderían.

—Mira, cariño, me he ocupado de que tengas todo lo necesario para ser independiente. Tienes esta casa y no pagas alquiler, un buen coche…

—Lo sé y aprecio todo lo que has hecho por mí. Pero si me dieras una mensualidad podría dejar de trabajar. Podría ser tuya en exclusiva —declaró, abrazándolo por la cintura—. Ya no me tocarían otros hombres. ¿No te gustaría?

Sabía cuánto detestaba Ellison que otros hombres la tocaran. De hecho, un par de meses atrás se había enfrentado con un cliente.

—De acuerdo, lo pensaré un poco más y veré cómo puedo arreglarlo. Pero si alguien se entera de que…

—La gente de Honey Town sabe mantener la boca cerrada.

—No todos se callan, Cassie. Al menos, no desde que los de BSM empezaron a meter las narices aquí.

—En cuanto Elsa Leone esté fuera de juego, las cosas volverán a ser como antes.

—¿Qué sabes del ataque a Elsa?

Cassie lo miró con una mezcla de sorpresa y miedo en sus enormes ojos azules.

—Nada, salvo lo que se ha estado cuchicheando en Honey Town.

—¿Y qué se ha estado cuchicheando? —preguntó él, apretándole el cuello.

—Ellie, me haces daño.

Mays la soltó.

—¿Qué has oído?

—Nada; sólo que alguien quiere deshacerse de ella.

Ellison respiró profundamente y le acarició la espalda mientras pensaba que era una pena que una mujer tan encantadora e interesante como Elsa tuviera que morir. Pero entendía que, en ocasiones, lo impensable era necesario.

 

 

Troy casi no había dormido. No podía dejar de pensar en el embarazo de Alyssa. Sólo tenía veinte años y trabajaba a media jornada. Quería hacer lo correcto, tanto para ella como para el niño, pero no sabía qué hacer. Se preguntaba si debía ofrecerse a pagar el aborto, si debían casarse y tratar de arreglárselas como pudieran, o si Alyssa debía tener al niño y darlo en adopción. No sabía qué era lo mejor para ellos. No lo sabía y estaba aterrado.

No podía hablar con Elsa. No porque no fuera a ayudarlo, sino porque ya le había provocado demasiado dolor y no quería causarle un nuevo problema. Y menos en aquel momento. Ningún problema era tan grave como la posibilidad de ser asesinado.

Tenía que encontrar la forma de resolver la situación por su cuenta. Decidió que aquel día seguiría con su vida como si nada hubiera cambiado, y que por la tarde volvería a hablar con Alyssa para ver qué quería hacer. Tenía toda la intención de quedarse con ella y apoyarla en lo que fuera. Desafortunadamente, ella parecía tan confundida como él.

Cuando salió de su habitación, a las cinco y media de la madrugada, la casa estaba en silencio. Elsa se levantaría a las seis y bajaría a la cocina a las seis y veinte. Su hermana mayor no perdía el tiempo con maquillajes y peinados. Nadie podía negar que era muy atractiva, pero no se cuidaba lo suficiente. Troy estaba convencido de que a Elsa no le gustaba llamar la atención. Era tan tímida y reservada que lo sorprendía lo bien que estaba llevando la fama que había adquirido recientemente. No obstante, sabía que una de las mayores virtudes de su hermana era su capacidad para sortear los obstáculos que la vida ponía en su camino.

Troy abrió la puerta de la cocina y se detuvo en seco. Rafe estaba de pie junto a la puerta trasera, con un café en la mano. En cuanto entró el joven, Rafe se volvió y dijo:

—Buenos días.

—Te has levantado temprano.

—Igual que tú, sobre todo considerando lo tarde que regresaste anoche.

Troy había llegado después de la una, porque había estado deambulando por la ciudad, pensando en su problema.

—¿Me oíste llegar?

Rafe asintió.

—Si quieres, hay café recién hecho.

—Sí, necesito un poco de cafeína.

—No has dormido bien, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? ¿Tengo muchas ojeras?

—No, pero te he oído moverte por tu dormitorio casi toda la noche.

—Siento haberte molestado. Tengo un problema que intento resolver.

—Debe de ser grave, si llega a quitarte el sueño —dijo Rafe, mirándolo a los ojos—. Tal vez te vendría bien hablar con Elsa.

Troy apoyó la taza en la mesa y se dejó caer en una silla.

—No puedo.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Rafe, sentándose frente al joven—. No te estarás drogando de nuevo, ¿verdad?

—No, no te preocupes. Estoy limpio y pretendo seguir así.

—Mejor para ti.

Troy se moría de ganas de contarle la verdad a Rafe. Sabía que hablar con otro hombre, pedirle su opinión y su consejo, lo ayudaría. Aunque no lo conocía mucho, imaginaba que si en alguien podía confiar, además de Elsa, era en el hombre que le había salvado la vida.

Guardó silencio durante unos minutos, bebiendo su café y meditando sobre lo que debía hacer. Al fin se dijo que lo mejor que podía hacer era confiar en su instinto y contarle su problema a Rafe.

—Tengo una novia, Alyssa. Es una chica encantadora e inteligente. ¿Sabes a qué me refiero?

Rafe asintió y lo dejó seguir.

—Soy el primer hombre en su vida —continuó el joven—. Ayer me dijo que está embarazada, y no sé qué hacer.

Rafe lo miró con los ojos llenos de preocupación.

—Qué mal momento. Tu hermana tiene un problema serio, corre un grave peligro, y te necesita. Y, sobre todo, necesita que no le causes más problemas.

—Lo sé. Siempre lo estropeo todo —declaró Troy, poniéndose de pie impetuosamente—. ¿Qué puedo hacer, Rafe? Alyssa y yo no podemos esperar eternamente. Y menos si ella decide que no quiere tener al niño.

—¿Quiere abortar?

—No sabe lo que quiere. Y le da más miedo decírselo a su padre que a mí decírselo a Elsa.

—Su padre querrá matarte.

—Lo sé. Lo malo es que, aunque quisiéramos casarnos y tener al niño, él no lo permitiría. Es la hija de Bruce Alden, el rector de la Universidad de Maysville. Ni siquiera sabe que estamos juntos.

—En otras circunstancias te aconsejaría que se lo dijeras a Elsa, pero tal como están las cosas creo que lo mejor es esperar un par de semanas. Si tu chica acaba de descubrir que está…

En aquel momento, Elsa abrió la puerta y, mirando a su hermano, preguntó:

—¿Decirme qué? ¿Hay algún problema? ¿Pasa algo con una chica?

Troy tragó saliva. No sabía cuánto había oído Elsa.

—No es nada. En serio.

—Estábamos teniendo una charla de hombres —dijo Rafe—. Troy me estaba hablando de su novia.

—¿Novia?

—Sí, Alyssa Alden.

—¿Su padre ha aceptado vuestra relación?

—No exactamente.

—Y ése es el problema de Troy. El padre de su novia —explicó Rafe, sirviéndole una taza de café—. ¿Qué os apetece desayunar? ¿Tomáis cereales o…?

—Hay cereales y bollos de plátano y nuez —dijo Elsa—. Come lo que quieras.

Con la taza en una mano, Elsa sacó una caja de cereales de la alacena, la dejó en la mesa y se volvió hacia Troy.

—Alyssa y tú no podréis seguir ocultándoos de su padre durante mucho tiempo. Más tarde o más temprano lo descubrirá, y…

Un golpe en la puerta trasera los sobresaltó. Rafe se puso tenso y los miró con preocupación.

—Es el periódico, no te preocupes. El chico que lo entrega siempre lo estampa contra la puerta —explicó Troy—. Iré a buscarlo.

—No, espera —lo detuvo Rafe—. Déjame a mí.

—Sólo es el periódico…

—Puede ser, pero prefiero asegurarme.

—De acuerdo —dijo el joven—. Más vale prevenir que curar. Aunque a ti también podrían herirte. Ni siquiera vas armado.

Rafe no le hizo caso y caminó hasta la puerta, apartó la cortina y miró al exterior. A Troy se le aceleró el corazón. Cuando se volvió a mirar a Elsa, notó que estaba pálida. No recordaba haberla visto tan asustada en mucho tiempo.

Rafe abrió la puerta, inspeccionó el área y dedicó unos segundos a observar la entrada. Troy podía ver el periódico junto a los pies del guardaespaldas, y se preguntaba por qué no se limitaba a recogerlo y cerrar la puerta. Hacía frío, y el aire de la calle estaba entrando en la cocina.

—Agarra el periódico y cierra la puerta de una vez —suplicó—. Estás dejando escapar todo el calor.

—Llama a la policía —dijo Rafe, cerrando la puerta sin recoger el periódico.

Elsa dejó la taza en la encimera y corrió hacia él.

—¿Qué ocurre?

Rafe la detuvo antes de que volviera a abrir la puerta.

—Han escrito algo en la pared. Troy, por favor, llama ahora mismo a la policía.

—¿Qué pone? —preguntó ella.

—Pone «Muerte», y no han usado pintura para escribirlo.

A Troy le temblaban las manos mientras llamaba al jefe de policía. Cuando Van Fleming lo atendió, le dijo quién era y que necesitaban que fuera a la casa de inmediato porque Elsa había recibido una amenaza de muerte.

—¿Lo han escrito con sangre? —quiso saber ella.

—Sí, supongo que han usado sangre de rata.

—¿Cómo sabes que es de rata? —dijo Troy.

—Porque han dejado la rata muerta en la acera.