En esta sórdida historia que se empezó a tejer hace ya varias décadas, hay un personaje que impactó a todos los que han seguido la situación vivida en torno a la parroquia de El Bosque. Es Verónica Miranda Taulis, médico e ingeniera de cuarenta y tres años, ex mujer de James Hamilton Sánchez, y madre de sus tres hijos: Verónica, de diecisiete años; Diego, de quince, y Teresita, de catorce.
Verónica Miranda apareció en el programa Informe Especial de abril de 2010, apoyando los dichos de su ex marido. Su testimonio, precisamente por haber estado casada once años con Jimmy Hamilton, contribuyó a afianzar la credibilidad en la atónita audiencia.
El abogado querellante Juan Pablo Hermosilla, quien ha acompañado a los denunciantes desde esa fecha, la califica como «un personaje notable. No conozco a nadie que no le haya impresionado. Es un portento».
Delgada, de pelo largo castaño, que acentúa su figura menuda, alguna vez pensó en ser monja, hasta que se enamoró de James Hamilton en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. «Con un amor infinito por Jimmy, entendió lo que le había pasado y que él no habría podido desahogarse con ella, porque estaba atrapado por Karadima. Salir en la televisión apoyando a su ex marido, después de todo lo ocurrido, muestra que es una mujer notable», afirma el abogado.
Fue ella la primera en conversar con un cura amigo sobre lo sucedido y formalizar una denuncia ante la Iglesia Católica en 2004. «¡Y cómo ha cuidado y apoyado a sus chiquillos! Tú la ves y te acuerdas de esa gente en dictadura que era pura entrega. Cero beneficio», agrega Juan Pablo Hermosilla.
Aunque no esté caratulado así en ningún proceso y sus declaraciones para la justicia sean las de una testigo, basta recorrer desde fuera lo que ha vivido para comprender que esta mujer ha sido una de las principales víctimas de Fernando Karadima.
En marzo de 1990, cuando se iniciaba la recuperación de la democracia en Chile, James Hamilton cursaba el séptimo año de Medicina. A pesar del infierno interior que vivía, había vuelto a poner su foco en los estudios. Poco le faltaba ya para titularse, cuando conoció a Verónica Miranda, estudiante de cuarto año de la misma facultad. Siete meses después empezaron a pololear. «Despertó sentimientos y deseos durante mucho tiempo olvidados por mí. Fue esperanzador y renovador», cuenta Hamilton.
Pero el impulso inicial no duró mucho. «Al tercer día de pololeo, Jimmy me dijo que no podía pololear conmigo», señaló Verónica en su declaración ante el fiscal Xavier Armendáriz1.
Jimmy, sin saberlo Verónica, había contravenido una regla importante: Karadima se arrogaba la atribución de dar el pase a cualquier decisión afectiva de sus niños de la Acción Católica. Ellos tenían que consultar cuándo podían pololear, con quién hacerlo y si podían tomar la mano o dar un beso a la polola. Cualquier paso debía ser sometido a consulta y contar con la aprobación del «santo» que dirigía sus vidas.
«Sentía culpa, ya que no era aprobado por mi director espiritual que yo conociera a alguien; debía ser planificado y solo podía hacerlo cuando Dios lo dispusiese para mí», explica Jimmy Hamilton. «Tanta fue la pugna interna, que me puse a pololear de manera oculta. Pero luego se lo confesé a Karadima.»
La confidencia desató una nueva crisis, cuenta Hamilton. «Me citó con un grupo selecto de sacerdotes de su confianza al restaurante Villa Real, en Providencia, adonde iba a menudo, y me ordenó que dejara la relación.»
Después de eso Jimmy Hamilton quedó mal. «Y me pareció que la única posibilidad de seguir con Verónica era incorporarla a la parroquia, así que la invité a las reuniones de los miércoles. Poco a poco empezó a participar.»
Unos días después se volvió a acercar a Verónica en la universidad y la invitó a El Bosque, donde él seguía siendo presidente de la Acción Católica. Hasta ese momento, «Jimmy no me había llevado nunca para allá. Sin embargo, la religión no era nueva para mí, pues estuve en un colegio católico y, de hecho, antes de entrar a la universidad había estado pensando en ser monja», dice ella.
Cuando comenzó a ir a misa a El Bosque, solía sentarse en los bancos del fondo de la iglesia. No conocía a nadie. Sintió entonces la inquietud de conversar con algún sacerdote. Jimmy le propuso a Andrés Arteaga, en aquella época vicario parroquial, con la idea de que se transformara en su director espiritual. Ella no sabía mucho de qué se trataba todo esto, pero le pareció una buena idea. Alcanzó a sostener algunas conversaciones con Arteaga, pero Karadima decidió que ella también estaría bajo su tutela.
Verónica Miranda declaró el 4 de junio de 2004 ante Eliseo Escudero y Gustavo Adolfo García Fuenzalida, de los Sagrados Corazones, quien actuó como notario ad hoc. Es la primera acusación ante la justicia eclesial sobre este caso. En el escrito, elaborado por los sacerdotes García y Escudero —que lleva sus firmas y la de Verónica Miranda—, se consigna: «El padre Fernando le sugirió que su director espiritual debía ser él, porque ya lo era con Jimmy y que era conveniente que así fuera. Ella asintió sin poner mayor dificultad, pensando que así tenía que ser, aunque habría preferido al padre Andrés»2.
Indica el documento del promotor de justicia eclesiástica que «la dirección espiritual comenzó con una confesión general. Allí el padre indagó toda la vida de Verónica, diciéndole que él debía conocer todo lo que le había sucedido hasta ese instante. Le preguntó incluso sobre lo que ya había sido confesado con el padre Andrés, y si había sucedido “algo” durante el pololeo con Jimmy».
La relación de los jóvenes estudiantes de Medicina se reanudó unas tres semanas después de que ella empezó a ir a la iglesia. «Jimmy me invitó para lograr la aprobación de Karadima de nuestro pololeo, según me dijeron otros jóvenes y sacerdotes de la parroquia», consigna Verónica en su declaración ante el fiscal Armendáriz 3. Y expresa que por la cercanía de Jimmy con el cura, «rápidamente tomé confianza y, de hecho, como mujer, tuve muchos privilegios que ninguna otra tenía en El Bosque, como entrar y tener libertad para circular en los pasillos interiores y el comedor».
La situación privilegiada a la que alude Verónica Miranda se relaciona con el ostensible segundo plano en que Fernando Karadima relegaba a las mujeres.
«En El Bosque las mujeres eran “las esclavitas”, como les decía él. Servían para limpiar los copones y lavar la ropa», señala Jimmy Hamilton. «Las tenía ahí con la expectativa de que algunos de estos “lolos” no se fueran de cura y las podía casar con ellos. Había una perfecta manipulación de todo. El tipo es despiadado. Le importaba un pucho lo que pasara con ellas o con nosotros. La única persona de la galaxia a la cual él le tenía miedo era a su madre. Hoy creo que amor no sentía por nadie. Todos éramos objetos.»
—¿Cómo era la madre de Karadima?
—Doña Elena Fariña era una madre terrible, dominadora, déspota, afirma Hamilton.
El periodista Juan Carlos Cruz recuerda con nitidez el rol menoscabado que el sacerdote atribuía a las mujeres. «A sus jóvenes que no enviaba al Seminario, él les elegía estas mujeres de buenas familias pero en extremo sumisas. Les organizaba literalmente los matrimonios. Les decía “es la voluntad de Dios” que tú pololees con ella. A las mujeres las miraba en menos. Las llamaba “las esclavitas” y decía que las tareas menores que les encomendaba les hacían bien para practicar la humildad. Para lo único que servían en la parroquia era para limpiar los copones y hacer catequesis.»
Este desprecio por las mujeres es una característica que surge en diferentes testimonios. Otros agregan que también les encomendaba repartir medallitas y pasar la colecta.
Según Juan Carlos Cruz, muchas de las niñas de El Bosque habían querido ser monjas, «veían al padre como lo veíamos nosotros, como este santo enviado de Dios. Ellas también le decían “santo o santito”. Y nunca cuestionaban que se quedara tanto tiempo con sus maridos. Si alguna reclamaba, decía:“Está con la maña”, y hacía que otras mujeres o algún otro cura hablara con ella; o él mismo las encaraba. Y, para variar, decía que se les había metido el demonio. Y como eran sumisas y querían hacer la voluntad de Dios, acataban».
En 1991, Jimmy Hamilton ganó una beca de cirugía en la Universidad de Chile, en la sede del Hospital del Salvador de Santiago. «Durante ese año, a pesar de mi pololeo, las cosas no cambiaban, salvo que ahora debía esconderme para que Verónica no se enterara de lo que ocurría con monseñor.»
Al mismo tiempo, relata, «la intensidad del pololeo se hacía mayor y constantemente me tenía que confesar con el padre Fernando por lo que consideraba “mis pecados de pureza”, más allá del respeto mutuo que nos manteníamos; probablemente pasaba lo mismo con Verónica».
Ese año, al llegar el verano, un día en el estacionamiento de la casa sacerdotal en El Bosque, «tratando de ver cómo resolvía estos “pecados”, le pregunté a Karadima qué podía hacer de mi vida, a lo que me contestó:“Cásate pu’h m’hijo”. Después del drama interno que me suponía mi supuesta vocación sacerdotal, todo se resolvía de pronto al sacar el auto para acompañarlo a alguna de sus actividades».
Meses más tarde, Hamilton siguió el consejo. Venía llegando de un viaje a Nueva York, junto con Gonzalo Tocornal, al que fue invitado por Karadima. Entonces, a su regreso, le propuso matrimonio a Verónica Miranda. Pero no obtuvo una respuesta definitiva. «Para mi sorpresa, Verónica me indicó que se iba de viaje a Europa con su hermana Claudia y que me contestaría a la vuelta. Solo años después supe que, como había pensado en ser religiosa, iba a decidir sobre su vocación allá, cosa que supongo sabía Fernando Karadima.»
Ese verano, Jimmy Hamilton tuvo muchos turnos médicos después de dos semanas de vacaciones. Se sentía angustiado por el trabajo, la duda ante la respuesta de Verónica y la presión siempre presente de Karadima. Estaba agotado y deprimido. Durante su viaje, ella le mandó algunas cartas y en ocasiones hablaron por teléfono.
Verónica tuvo un nuevo acercamiento a la Iglesia y a la idea de dedicarse de lleno a ella. Por eso, tras la propuesta matrimonial, prefirió tomarse un tiempo para despejar sus dudas. Y comentó el asunto con Karadima. «Él como que fue desinflando mi vocación», dice. Ya de vuelta de Europa, a principios de marzo, Verónica aceptó el matrimonio.
«Luego Jimmy me regaló un anillo de compromiso y me decidí. Nos casamos en diciembre de 1992, en un matrimonio muy bonito», declaró Verónica Miranda ante el fiscal.
Sin embargo, para Jimmy Hamilton, ya antes de efectuarse el matrimonio, «la comunicación entre Verónica y yo estaba bloqueada; todo pasaba por nuestro director espiritual común, por lo que nunca logramos establecer una intimidad cómplice».
La ceremonia religiosa realizada en El Bosque, oficiada por el propio Karadima, con prédica incluida, fue «una puesta en escena grandiosa, una misa con decenas de sacerdotes salidos de la parroquia», describe.
«El día del matrimonio —cuenta Jimmy— yo estaba muy ansioso y angustiado, estaba haciendo lo que Dios quería, pero no estaba contento, sentía que era el premio de consuelo por no haber sido sacerdote... no hubo caso, no lo podía disfrutar. Durante la prédica del padre Fernando, yo trataba de olvidarme de toda la historia previa y trataba de ver el futuro con esperanza y añoranza de libertad.»
Después hubo una celebración en el Hotel Hyatt. Brindis, exquisiteces y bailes. «Fue una gran fiesta, pero yo sufrí desde el principio. Lo único que quería era irme de luna de miel», dice el novio.
Las cosas no mejoraron. La dependencia frente al director espiritual seguía. De vuelta a Chile, tras un viaje a México, el sometimiento de la pareja respecto del cura siguió intacto. Jimmy y Verónica se instalaron en Santiago. «Llegamos a un departamento arrendado que monseñor mandó a pintar, lo que genuinamente agradecí, como las numerosas ayudas en bencina para mi auto, invitaciones a comer y algunos regalos más. Lo que yo pensaba que había acabado, continuó. La rutina era la misma, pero ahora se agregaba Verónica, que nos acompañaba a comer al comedor de la casa sacerdotal; después de la comida, el padre me pedía que lo fuera a examinar a su pieza», señala Jimmy Hamilton.
Jimmy y Verónica iban a menudo a la parroquia. Después de un tiempo se cambiaron de casa, pero tuvieron que decidirse por un nuevo domicilio cerca de El Bosque. Así lo dispuso Fernando Karadima. «No nos podíamos ir de la parroquia, teníamos que estar dentro de lo que era su jurisdicción. Teníamos que ir todos los días a misa de ocho de la tarde o llegar al Rosario veinte para las ocho», comenta Jimmy. Y Verónica agrega: «Llegué a ir para allá en la mañana y en la tarde, es decir, dos veces al día a misa; la verdad, era mi casa».
«El padre Fernando siempre quiso que como matrimonio vivieran cerca de la parroquia, los quería tener allí», señala el informe ante el promotor Escudero que consigna el testimonio de Verónica. «Incluso le pidió a un sacerdote que comprara un departamento en el barrio para luego arrendárselo a ellos. Ellos estaban viviendo en otro lugar entonces, pero a instancias del padre tuvieron que trasladarse al que él les ofrecía», señala.
Durante un tiempo en que vivieron «lejos de El Bosque, en el barrio alto, iban a misa a la parroquia del lugar (…), pero el padre Fernando les cobraba sentimientos y comentaba que esas misas no eran válidas; lo peor del caso es que se los decía en serio», señala el informe.
«El mundo de El Bosque era muy encerrado. De hecho, en tiempos de mi matrimonio nos teníamos que cambiar de casa para estar cerca de la parroquia», confirma Jimmy Hamilton. «La casa donde vivíamos era de los papás de Gonzalo Tocornal, que se la había regalado aparentemente a Francisco Proshaska, otro de los chiquillos de la parroquia, pero decían que era administrada por Fernando Karadima. Y nosotros pagábamos el arriendo a Proshaska. No tengo idea dónde terminaban esas platas. Pero esa fue la última casa que tuvimos en común con Verónica.»
—Curioso el sistema de vida…
—Completamente controlado. Había un control total. Karadima era una especie de Paul Schäfer, pero El Bosque es una Colonia Dignidad sin rejas a su alrededor. Hay en este caso un límite inmaterial, pero a mucha gente nos mantenía dentro de esta especie de colonia virtual, incluso desde el punto de vista físico.
«Nuestra cercanía con Karadima era total —continúa Verónica Miranda en su testimonio ante el fiscal—, él nos influenciaba totalmente a ambos, no quería que fuésemos a otras misas; él decidía lo que yo debía decirle a Jimmy, no podía pensar ni hacer nada de forma autónoma. Karadima sabía nuestra intimidad como matrimonio y hablaba de ello, era como una preocupación permanente de él. Ahora lo pienso como si hubiese sido un matrimonio de a tres. Por esto, también siento una suerte de abuso psicológico y espiritual hacia mí.»
El documento del procurador Eliseo Escudero y el notario Gustavo Adolfo García señala en uno de los primeros párrafos: «Al nacer la hija mayor de Verónica y Jimmy, el padre Fernando les pidió ser padrino de bautismo de la guagua, pero en esa ocasión Jimmy no aceptó tal petición». No obstante, al nacer el segundo hijo, la insistencia continuó y «se lo entregaron como su ahijado».
Aunque en el ambiente de El Bosque se asumía con naturalidad ese pedido de Karadima de ser padrino —y de hecho innumerables matrimonios son «compadres» del cura— es una costumbre que llama la atención incluso dentro de la Iglesia, ya que lo habitual es que el sacerdote bautice a un niño, pero que los padrinos sean familiares o amigos.
—¿Qué rol le daba él a Verónica? —le consulto a Jimmy.
—Como la meretriz de los hijos que yo le iba a entregar a él. De hecho me pidió ser el padrino de mi hijo hombre. Y a mí me hubiera encantado darle a otra persona la posibilidad de ser el padrino. Pero era imposible…
—¿Lo bautizó y fue el padrino?
—Sí, claro. Pero no le podía decir que no, porque por cualquier cosa que fuera en contra de sus deseos me hacía un berrinche, era quitarnos su favor, era quitar el favor de Dios.
—¿En qué se manifestaba el berrinche?
—De alguna manera, te dejaba de hablar, o si tú ibas a misa y lo ibas a saludar, no te devolvía el saludo. O te decía: «Estoy muy ocupado, tengo que hacer, m’ hijito». Siempre había como una ley del hielo. Un chantaje emocional. Y era una situación que al principio me afectaba muchísimo; sin embargo, en la medida en que fue pasando el tiempo, uno ya se somete como por entero, pero trata de que estas cosas no perturben el resto de tu vida. Pero cuando uno empieza a insensibilizarse con todo esto, comienza también a insensibilizar su corazón. Empieza a olvidarse de que es persona. Y que vive y tiene sentimientos. En cierto modo, uno deja de vivir.
La intromisión del cura en el «matrimonio de a tres», como lo define Verónica, se manifestaba en todos los planos. Incluso en cuestiones domésticas.
Jimmy relata un episodio que sucedió después de casado, cuando se le ocurrió comprar un televisor. «Vivíamos muy justos, pero había ganado unos pesos y compré un aparato de televisión. Karadima nos hacía invitarlo a comer a la casa. Y un día llegó y vio el televisor nuevo; me llamó a un lado y me dijo:“M’hijo, no me consultaste lo de tu tele”. Entonces yo le contesté:“Pucha, en realidad padre, no se me ocurrió”. Y su respuesta fue:“Recuerda que me tienes que consultar”. Para todo era así.»
Entretanto, bajo su «dirección espiritual», Verónica «se ciñó a todas las directrices que el padre le daba», anota el informe eclesiástico. En alguna oportunidad, cuando no le hizo caso, Verónica fue «recriminada por Jimmy, su esposo, quien le pidió que fuera obediente con el padre. Ella acató la orden».
«El problema era que Jimmy no se atrevía a contradecir al padre —continúa el documento— y hacía exactamente lo que le ordenaba, incluso hasta las pequeñeces más nimias, como qué lápiz usar en la camisa. (…) Y si al padre no le gustaba el lápiz, simplemente no lo usaba más.»
Señala la denuncia de Verónica, registrada por el procurador Escudero y el notario García: «El padre utilizaba a Verónica o a otro sacerdote para averiguar información sobre Jimmy cuando este andaba de mal talante: le gustaba indagar el porqué de su estado de ánimo y por qué no quería ir a conversar con él».
Jimmy Hamilton ratifica: «Mi ex mujer —que es una mujer notable, honorable, buena— y yo llegamos a confesar a Karadima secretos personales, problemas propios del ser humano, puesto que él era nuestro director espiritual y confesor. En este juego entre la dirección espiritual y la confesión, de repente era él quien definía qué cosas se le habían dicho en confesión y qué otras en dirección espiritual. Se daba una situación de profunda confusión y dominación».
—¿Cómo establecerías tú la diferencia entre confesión y dirección espiritual?
—El director espiritual es una suerte de consejero, un coaching, pero en estos casos se atribuye la visión de Dios. El director espiritual le dice a su dirigido lo que a él, de acuerdo a su intuición y su inteligencia, le parece que es lo que Dios quiere para su dirigido. Es un coaching divino. Pero el confesor es el que te quita las culpas. Le cuentas tus pecados mortales y veniales; con quién fuiste infiel, a quién le mentiste, a quién robaste, a quién mataste… toda la gama de lo que se consideran pecados dentro de la Iglesia.
Jimmy Hamilton explica que algunas congregaciones «dividen estos roles casi de manera obligatoria y no dejan que la persona del confesor sea a la vez el director espiritual. Acá, este hombre cumplía ese doble rol. Según su teoría, esta era la única manera de conocernos en profundidad para poder ver qué era lo que Dios quería de nosotros. Establecía así un control total sobre la vida de nosotros, porque él era, además, la voz divina».
«Ese proceso —agrega Hamilton— generó dentro del matrimonio una situación en la cual no quedaba claro lo que uno le decía en confesión al director espiritual, porque al final él tenía la discrecionalidad de definir. Y con la información que obtenía podía chantajear a uno de los dos. Verónica le había contado cosas que yo supe después de quince años.»
«Y como teníamos una comunicación muy inmadura, de niños muy chicos ambos —dice—, él tenía sobre ella la amenaza permanente de que si no hacía las cosas que a él le parecían o se vestía como él quería, podía tener consecuencias…»
—¿Ella se vestía como él quería?
—Sí, claro. De repente, si llegaba en minifalda y consideraba que a mí me podía gustar, encontraba que ella estaba muy provocativa. Entonces, en cierto modo, él le fue matando su feminidad. Fue destruyendo su feminidad para mantenerme en una situación de frustración en este aspecto, lo que por otra parte facilitaba el abuso. A pesar de llevar algunos años casado con Verónica, la presión de Karadima seguía y en ocasiones nos juntábamos en su pieza.
El asunto de su vestuario y aspecto externo también lo abordó Verónica con Escudero y García en 2004. El informe lo resume así: «Verónica vivió una influencia fuerte del padre Fernando, quien opacó mucho su feminidad. Siempre le decía que no es posible que una mujer casada vaya pintada o tan bien arreglada. Al principio, lo tomaba como una broma, pero al final le comenzó a molestar. Sin embargo, logró cambiar sus costumbres para ser una mujer que pasaba más bien desapercibida. Esta situación se repetía con otras mujeres. Los padres de Verónica advirtieron ese cambio y se lo cuestionaron».
Jimmy Hamilton señala que Karadima dejaba entrever la complicación de que «cosas mías que él sabía también se las podía contar a Verónica». Entonces, dice, «se genera una ruptura total de comunicación en la pareja. Cero complicidad, cero intimidad. Toda esa situación atentaba contra lo más profundo que puede haber en una pareja, como lo es el mundo de la libido y la energía del eros, que es una energía vital. Esta triangulación en el fondo lograba impedir cualquier tipo de matrimonio como corresponde».
En el documento que recogió la denuncia de Verónica hay otros antecedentes que pueden haber contribuido al distanciamiento afectivo de la pareja: «El segundo y tercer embarazo fueron dificultosos, con largos períodos de cama».
Pero la «triangulación» no ocurría solo en el espacio del matrimonio, según Hamilton. «Esto mismo también lo hacía con amigos. Siempre estaba cruzando la información, porque era director espiritual y confesor de todos.»
—¿Con cuánta gente cruzaba información?
—Con todos los que circulaban en torno a la parroquia, cuarenta y cinco o cincuenta personas. Además, sin contar a los sacerdotes, los obispos y la periferia que constituye su red de influencias que pueden ser miles de personas a las que confesaba cada cierto tiempo.
—¿Con qué frecuencia tenías tú estas sesiones de confesión y dirección espiritual?
—Semanalmente y cuando tenía alguna duda o necesidad de consultar algo, podía ser más seguido. Por ejemplo, si era invitado a un congreso o me estaban ofreciendo una beca…
—¿Todo eso pasaba por la dirección espiritual? ¿Un congreso médico también?
—Todo. Porque él sostenía que quizá no convenía que yo viajara, porque el congreso me podía aumentar la vanidad. Entonces, por humildad yo tenía que dejar de ir al congreso. Había que hacer pruebas de humildad. Él contaba que una vez que lo habían invitado a viajar, el padre Hurtado le había hecho romper los pasajes porque no convenía que él viajara en ese momento. Siempre estaba dando ejemplos de cosas que le habían hecho a él y heroicamente había obedecido a su director espiritual que, según él, era el padre Hurtado.
»Teníamos una doble referencia de santos: el padre Hurtado que ya era Siervo de Dios o Santo en vida, a quien después la Iglesia canonizó, y luego venía este otro santo que se decía heredero de toda la doctrina del padre Hurtado. Pero lo que hacía la Iglesia, en relación con la defensa de los derechos humanos, tenía que ver con curas comunistas.
El informe basado en la denuncia de Verónica Miranda reitera la estrecha vinculación que Verónica y Jimmy mantenían con Karadima: «Lo acarreaban a diferentes lugares, cenaban juntos en su casa... No eran muchos los matrimonios que mantenían este grado de intimidad». Destaca también que «tenían cargos especiales en la parroquia. Jimmy fue durante cinco años presidente de la Acción Católica. Lo fue desde antes de su matrimonio. Después de casados se les encargó impartir charlas de preparación a los novios para el matrimonio».
Pero mientras daban charlas para los demás, la situación de ellos como pareja en este «matrimonio intervenido» se hacía imposible. «Seguimos yendo juntos a misa y tras la llegada de nuestros hijos todo siguió igual… Me sentía profundamente solo, en una casa con una buena mujer, lindos niños, pero no era mi hogar. Me volqué con intensidad a mi trabajo, el cual me consumía gran parte del tiempo y energía. Nos cambiamos varias veces de casa, siempre con la orden de que fuese cerca de la parroquia. Me gustaba pintar óleo y tenía varios cuadros... nunca quise ponerlos en las paredes, no tenía el sentimiento de pertenencia», relata Jimmy.
Según él, en ese tiempo «como papá era pésimo, no era capaz de acompañar a mis hijos en nada, ni siquiera me dediqué a mirarlos desde el jardín si es que jugaban afuera o en la calle. Llegaba solo a dormir siesta y me empecé a deprimir. Despertaba agotado en las mañanas, engordé, choqué en un año como cuatro veces por quedarme dormido, incluso contraté a un chofer... Y solo tenía treinta y cuatro o treinta y cinco».
En ese estado de ánimo decidió recurrir a un siquiatra, «pero monseñor me sugirió que era mejor aumentar la oración en la capilla». Al final, acudió al médico personal de Karadima, Santiago Soto, «a quien no fui capaz de contarle lo que me ocurría y me recetó un antidepresivo y ansiolíticos». Los empezó a tomar, pero el asunto era bastante más de fondo.
«En el tiempo que vivía su problema, Jimmy era un hombre más bien triste, opacado, cansado, de mal genio. Imaginaba que todo el mundo estaba enojado con él», describió Verónica Miranda al promotor Eliseo Escudero. «Sin embargo, antes de ocurrir estos hechos, él no era así; era un hombre bueno para compartir con sus amigos. Incluso sus compañeros de colegio contaban que al entrar a la parroquia él se transformó, volviéndose un hombre más reservado y con menos vitalidad», apunta el informe.
«A Verónica le ha tocado lo mismo que a otras señoras: esperar a sus maridos mientras estos conversan con el padre Fernando en su dormitorio, arriba en el segundo piso de la casa (…) esa espera le parecía normal y no producía sospechas», dice el documento del proceso eclesiástico. «Estas subidas al segundo piso Verónica no las veía con maldad. Las esperas y subidas se suponía eran cosas espirituales y no le provocaban ni dudas ni sospechas.»
En una de las numerosas conversaciones sostenidas con Jimmy —varias en mi casa, otras en la Clínica Santa María o en la Universidad de Chile—, seguimos profundizando en esa doble vida que llevó durante años, tratando de desentrañar lo inexplicable. La persistente pregunta sobre el tiempo que estuvo bajo la influencia o el hechizo de Karadima, vuelve a la mesa repetidas veces.
«Cuando me casé, pensé que nunca más me iba a presionar… pero si uno no le aceptaba la invitación a su pieza te quitaba el favor. Empezaba con la ley del hielo, el demonio, el Infierno, que no estabas con Dios, que estabas con la maña y te ibas a condenar. Toda la vida aplicaba la teología de la condenación», señala.
—¿Esos acosos o eventos eran menos frecuentes después de que te casaste?
—Sí, porque yo tenía excusas para no ir. Si iba a misa tenía excusas para no quedarme, pero tarde o temprano empezaba una presión que aumentaba hasta que finalmente ocurría.
—¿Cómo fue eso que publicó un diario que el abuso ocurría incluso en tu propia casa?
—En realidad no era que hubiera sido en mi propia casa, sino en el segundo piso del edificio de la parroquia, donde estaba la pieza de Karadima. Él nos invitaba a comer y yo iba con mi señora y mi guagüita en coche.
A propósito de esas aproximaciones en distintos escenarios, cuenta que, poco antes de romper con todo, «él nos exigió que nos fuéramos de vacaciones a Puerto Varas a unas cabañas al lado suyo, ya que a él le habían cedido una propiedad los Kast y le habían construido una casa para su descanso en los veranos. Invitaron también a Francisco Prochaska a esas cabañas. Y nos convidaron una tarde a tomar té. Estaban Andrés Arteaga, Tommy Koljatic, estaban todos, “la corte”, como la llamábamos. Y ahí recuerdo que hasta en esas circunstancias intentaba toqueteos o besos, pero yo ya me resistía».
—¿Cuándo fue eso?
—El verano de 2003 o quizá de 2002… Si esto ocurrió desde que yo tenía diecisiete años hasta que yo me fui a principios de 2004. Fue continuo. Desde 1983, cuando llegué a esa parroquia, empezaron esos toqueteos y los besos. Como era «mi papá» y era un gesto que se daba con otros jóvenes, no me di cuenta de que eran abusos. Después vino lo demás.
Verónica Miranda nunca sospechó lo que pasaba entre su marido y Karadima. Aunque «ahora recuerdo —le indicó al fiscal Armendáriz— que Karadima a menudo tenía dolencias físicas y quería consultarle a Jimmy como médico, pero él le hacía el quite, y Karadima me pedía que yo hablara con Jimmy (…) Yo lo retaba, porque Jimmy siempre ha sido muy atento con sus pacientes; su negativa ahora me calza».
Cuenta Verónica, en su relato ante la justicia eclesiástica, que el ex párroco «se operó de una hernia y lo iba a intervenir Jimmy, pero al final no pudo hacerlo. Y como detalle recuerdo que Karadima nunca aceptaba que le dieran ninguna anestesia cuando le tocaba hacerse endoscopías; él decía que era como una mortificación, pero yo pienso que quería evitar decir cosas impropias bajo los efectos de la anestesia».
La distancia entre Jimmy y Verónica era cada vez mayor. Ella llegó a pensar que él tenía a otra mujer. Así se lo hizo saber a su director espiritual en una conversación, pero Karadima le aseguró que no había nadie más, que nunca había existido otra mujer y le pidió que se confesara por haber dudado de su fidelidad.
Aunque Jimmy Hamilton sostiene que en ese tiempo era «un mal padre», afirma que la «única pequeña brújula que me quedaba es la que me orientó a proteger a mis hijos».
Verónica Miranda dejó consignado en su declaración como testigo ante el fiscal un hecho ocurrido en 2003: «Cuando mi hijo Diego tenía unos ocho años, se perdió dentro de la parroquia y no lo encontraba. Al rato apareció y nos dijo a Jimmy y a mí que había estado en la pieza del “curita”, que así le decíamos a Karadima, frente a lo cual a Jimmy se le desencajó la cara, lo increpó y le dijo que nunca más lo hiciera».
El cura —dice Jimmy Hamilton— «siempre me decía “mándame a Dieguito, a mi hijo, mándame a los niños a saludarme”. Pero yo nunca les permití que fueran solos a saludarlo a la pieza. Siempre estuve con ellos, siempre los acompañé. Nunca dejé que se fuera a establecer un nexo como el que tuvo con otros niños con los que se quedaba solo».
Y relata una situación que le impresionó: «Al hijo de Jorge Álvarez, al Toté, Karadima lo iba a buscar en auto desde los tres años todos los días, con alguno de nosotros; lo llevaba a pasear, a comprarle cosas, era una obsesión de una persona de sesenta años con un niño de tres. Era tan patológico, que cuando Jorge Álvarez se fue a Canadá para hacer una especialización, Karadima se quedó sin este niño de tres o cuatro años y lo suplantó por el hijo de un cuidador de autos de la parroquia que se parecía. Y empezó a ir a verlo y nos llevaba para que lo acompañáramos a ver a este niño, a comprarle cosas y a tratarlo igual que al otro que se había ido».
El niño de tres años de entonces, hijo del doctor Jorge Álvarez, ahora es un joven que pertenece a la Acción Católica y que en estos años ha sido uno de los más próximos a Karadima.
Para Jimmy, el temor que tuvo cuando su hijo estuvo perdido en la parroquia fue uno de los puntos de quiebre que le permitió empezar a mirar su propia situación con otros ojos, según ha reflexionado después.
Verónica supo lo que ocurría recién el 25 de enero de 2004, como consta en su declaración ante Escudero. «La confesión se produjo después de un viaje de cinco horas solos y en medio del silencio más absoluto. Nada se conversó durante todo el trayecto. Finalmente, a eso de las once de la noche, se inició el relato, partiendo por el incidente de Viña del Mar, ocurrido veinte años antes», relató Verónica al promotor de justicia de la Iglesia.
«La gente se pregunta por qué veinte años… tanto tiempo. Yo voy a ser muy sincero. Creo que si no llega a ocurrirme una circunstancia de vida muy especial en un momento en que sentí que mi corazón estaba muerto, hasta el día de hoy podría estar ahí metido», explica James Hamilton. «Esa situación tan fuerte rompió el statu quo en que me resignaba a que era lo que me tocaba vivir.»
—¿Te sentiste atraído por otra mujer?
—Sí, volví a sentir un afecto profundamente. Cuando uno tiene el corazón muerto durante años, frío, lo han usado y todo deja de ser, y el bien y el mal no tienen una especie de separación ya que hay un relativismo absoluto, y uno nota que el corazón siente algo de nuevo, uno se aferra a eso como a una especie de tabla de salvación.
»Y más que el hecho de que uno se haya sentido atraído por una mujer, la pura sensación de volver a sentir algo en el corazón es como decir no estoy muerto, tengo esperanza, hay una posibilidad. Y curiosamente esa especie de llamita fue lo que de manera súbita me hizo alejarme —señala.
«En el verano de 2004 me fui», agrega Hamilton. «Si no, podría estar ahí metido igual que esos jóvenes que aparecen en la tele vestidos de chaqueta y corbata, como nazis, o como Juan Pablo Bulnes, dando testimonio en contra de nosotros. Por eso, hay que tener compasión y comprensión con muchas víctimas que siguen ahí y no tienen la capacidad de darse cuenta de qué está bien y qué está mal o, si ya lo han clarificado, no se atreven a confesar lo que han vivido.»
Reconoce que asumirlo y contarlo «ha sido un proceso desgarrador. Me imagino amigos míos —todavía los considero así, porque les tengo aprecio— que siguen ahí adentro y que de manera súbita descubren que todo lo que ellos han visto y vivido es una perversión. Y que está fuera de Dios. Debe ser horrible también».
Verónica Miranda, ante el fiscal Xavier Armendáriz, manifestó: «En enero de 2004, Jimmy me contó lo que pasaba con Karadima, me señaló que todo empezó en Viña del Mar y que tuvo intimidad con Karadima en adelante, incluso durante nuestro matrimonio».
Admitió con la entereza que la caracteriza: «Esto obviamente me pareció tremendo y lloré mucho, lloramos juntos… Cuando Jimmy me contó, me calzó todo, como que por primera vez vi a Jimmy al desnudo. Desde ese momento estuvo inquieto, angustiado, sin saber qué hacer. Le dije que esto lo íbamos a solucionar juntos».
En 2004, Verónica Miranda se encargó de poner la situación vivida por ella y su marido en conocimiento de la jerarquía católica. La situación entre Jimmy y Karadima «se la conté ese mismo año al padre Adolfo García, que es familiar político, quien fue a hablar en persona con el cardenal Errázuriz», señaló Verónica. A partir de eso se inició un proceso eclesiástico, «por lo cual fui a declarar con el sacerdote que estaba a cargo de la investigación, el padre Eliseo Escudero», señaló ante el fiscal.
El 24 de mayo de 2010, Xavier Armendáriz le preguntó a Verónica Miranda si había hablado de esto con Karadima. Su respuesta fue negativa. «La verdad, no soy capaz. Hasta hoy me siento intimidada de hacerlo, dada la tremenda influencia que tuvo en mí», fue su respuesta.
Relató, en cambio, una conversación con Juan Esteban Morales, el actual párroco de El Bosque «y una persona totalmente de la confianza de Karadima». Morales la llamó por teléfono y quedaron de conversar. La reunión se efectuó en la casa de sus padres.
Contó Verónica al fiscal: Morales quería «por encargo de Karadima, que volviésemos a El Bosque, lo cual obviamente yo no podía hacer, y también que volviéramos a ser pareja. Le señalé que ni yo ni mis hijos jamás íbamos a volver a ese lugar». Le contó que se había «enterado de algo muy delicado. Ante eso, sin existir ni la más leve insinuación mía, Morales dijo que “si era porque hubo algo sexual entre Jimmy y Karadima, que esto era algo sin importancia”. Con esto me descolocó y supe que Morales sabía lo que pasaba entre ambos. Le dije a Juan Esteban que él era sacerdote y que debía actuar como tal y di por finalizada la conversación».
De esta manera, «me reafirmó que la gente del círculo de Karadima ya no se cuestiona nada y no distingue lo que es propio de lo impropio. Por esto y por todo, además, me di cuenta de que lo que hubo con Karadima no fue una infidelidad de Jimmy».
En la primera declaración de 2004, le preguntaron si podría haber otros casos. Verónica Miranda respondió ante el promotor de justicia Eliseo Escudero que sí: «Hay un cierto patrón que se repite en ciertos matrimonios que pueden estar viviendo más o menos lo mismo».
El fiscal Armendáriz le planteó similar interrogante. «A su pregunta, de otras personas que hayan pasado este tipo de situaciones, puedo tener sospechas con varias, por ejemplo, con Morales o con Francisco Prochaska, pero no me consta», fue su respuesta.
Y agregó Verónica Miranda en esa oportunidad: «Sí, recuerdo que aproximadamente el año 2002 fuimos con Jimmy de improviso a la pieza de Karadima, tocamos la puerta y él se demoró mucho rato en abrir, y cuando al fin lo hizo, estaba sentado en su sillón, pero con características de haber hecho mucho ejercicio, y estaba con él un sacerdote, no recuerdo quién, como que me bloqueé, pero la situación se me quedó grabada».
—¿Crees que hay otros hombres casados a los cuales les puede estar pasando algo como lo que tú viviste? —le pregunté a Jimmy Hamilton.
—Sí, claro. Sin duda. El tema del matrimonio no es un obstáculo. Yo pensé que podía ser mi salvación…
En noviembre de 2009, Jimmy Hamilton y Verónica Miranda se divorciaron de común acuerdo. Desde el primer instante ella ha apoyado a su ex marido y a sus hijos. En 2009 iniciaron también el proceso de nulidad religiosa que se vinculó estrechamente a la investigación de la Iglesia contra Karadima, al reconocer que por el abuso del director espiritual el matrimonio se anulaba. Fue un preámbulo de lo que vendría después.
Para Jimmy Hamilton, sus tres hijos están hoy en el primer lugar de sus prioridades. Con ellos estaba en febrero en Val d’Isère, en Los Alpes franceses, cuando se conoció el veredicto del Vaticano. Después de unos días en la montaña, continuaron las vacaciones en la casa de su hermano Philip, quien los invitó a Londres, Inglaterra, donde reside con su familia.
Una semana antes de que estallara el caso, Jimmy había tenido la primera conversación con sus hijos, en la cual les contó «sin mayores detalles lo que me había pasado». Dice que fue «una reacción maravillosa y una de las experiencias más lindas que he tenido en mi vida». Los dos mayores incluso vieron el programa Informe Especial en abril. Y han vuelto a hablar sobre el asunto.
Pero las secuelas de El Bosque alcanzaron incluso a sus hijos en el último tiempo.
«Te voy a contar algo bastante truculento», me dijo Jimmy una tarde: «Después del programa Informe Especial se le acercó a mi hijo Diego, que estudia en el Verbo Divino, un niño cuyos padres son incondicionales de Karadima. Llegó el cabro de catorce años a decirle a Diego que su director espiritual, Juan Esteban Morales, el párroco de El Bosque, lo invitaba a las reuniones de la parroquia».
«Nada de tonto, Diego —quien quiere a su amigo al que le dicen Jamón—, le contestó:“¿No te dai cuenta, Jamón, que estás siendo el niño de los mandados? No me digái estas cosas, déjalas entre los grandes y nosotros sigamos siendo amigos”. Pero eso no bastó, y en una segunda oportunidad llegó ese mismo niño con otro, hijo de Gonzalo Tocornal, diciéndole: “Mi padre espiritual te manda decir que el curita —refiriéndose a Karadima— ya perdonó a tu papá”. ¡Imagínate la manipulación! Y como si eso fuera poco, le contó que el padre Juan Esteban lo había subido en el escalafón y lo había nombrado encargado de todos los primeros medios de la Acción Apostólica del Verbo Divino para llevar a los niños a la parroquia de El Bosque.»
Jimmy Hamilton se indigna al recordar el episodio. «¿Te das cuenta el impacto para mi hijo que le vengan a decir una cosa así de parte de un sacerdote? Le transmitían a mi hijo la información de que yo era un criminal al que el padre había perdonado. Es de una atrocidad tan grande el que trataran de afectar mi relación con mi hijo que solo eso es inquietante. Es una perversión meterse en algo tan íntimo y tan sagrado como es la relación entre un hijo y un padre.»
«Eso demuestra que hay sacerdotes que mantienen esa perversión, un concepto de una nueva moralidad, en que lo bueno y malo dependen del criterio de la persona», señala. Pero, a la vez, cuenta orgulloso que su hijo Diego fue a declarar a la Fiscalía, y tuvo la valentía de hacer público ese episodio ante el fiscal, con la encargada de protección de testigos frente a él.
Según Jimmy Hamilton, lo que ocurrió con Diego refleja cómo «operan las redes de esta trama casi delictual de lavado de cerebro a los jóvenes que después quedan en un estado como el que yo estaba y que son perfectamente susceptibles a todo tipo de abusos».
Y agrega: «Hay un proceso que se inicia con los niños chicos abiertos, generosos, cuando están en su despertar de adolescencia; empiezan a manipular todo su despertar sexual, a decirles que esto es malo, que la masturbación es mala, que esto y esto otro. Y de repente, viene el doble discurso, les empiezan a hacer toqueteos en la confesión o donde sea y ahí comienza un drama como el que he vivido».
El domingo 20 de marzo, desde las cámaras del programa Tolerancia Cero de Chilevisión, el doctor James Hamilton Sánchez dio cuenta en parte de ese drama. En esa ocasión aludió al episodio de su hijo Diego y los recados del párroco Juan Esteban Morales, incondicional de Karadima.
Esa noche, a raíz de las demoras, silencios y posibles complicidades de la jerarquía de la Iglesia, apuntó directamente con su voz acusadora al cardenal Francisco Javier Errázuriz, a quien calificó de «criminal» por sus omisiones ante las denuncias formuladas desde hace siete años. Y advirtió de la eventual complicidad o encubrimiento de otras altas figuras de la Iglesia Católica, en particular de los obispos de El Bosque. «Que no se olviden de Tomislav Koljatic, Juan Barros, Horacio Valenzuela, Andrés Arteaga. Ellos son obispos que, como nosotros, vieron las mismas cosas, que los besos, los toqueteos. No estaban metidos en la pieza, porque no creo que se hayan metido de a cuatro, pero vieron las mismas cosas cuando besaba a este o le corría la boca o le agarraba los genitales al otro», señaló Jimmy Hamilton en Tolerencia Cero.
A la vez, James Hamilton habló de otros protectores del cura, entre los que están los integrantes de uno de los grupos económicos más influyentes del país, los Matte. Señaló que una persona de ese clan había llamado a su ex jefe de la Clínica Santa María, el doctor Juan Pablo Allamand, para indisponerlo tras el programa Informe Especial, bajo la falsa acusación de un acoso sexual en la Clínica Alemana. El impacto de sus palabras y su sinceridad desataron tal vendaval en la sociedad chilena, que sus consecuencias aún no se pueden dimensionar.
Pocas veces alguien había dicho las cosas por su nombre con esa fuerza. Los panelistas Fernando Villegas, Fernando Paulsen y Matías del Río, y quienes veían el programa, quedaron atónitos. Y cuando el abogado Juan Carlos Eichholz trató de recordarle, «estamos en televisión», la respuesta del doctor Hamilton se transformó en una frase que marcará época: «La verdad no se actúa. Es. Y no se enjuicia, es». Y agregó: «Nosotros tomaremos las decisiones que queramos frente a esa verdad. Pero si uno calla estas cosas, ¿quién las dice, cómo proteges a tus hijos?».