Solía destacar entre las quinceañeras de mediados de los años sesenta que circulaban en los salones y fiestas santiaguinas. Muy delgada, alta y de pelo largo y liso, Consuelo Sánchez Roig no ocultaba una coquetería casi infantil.
Ocho años mayor, James Hamilton Donoso, un joven estudiante de Derecho de la Universidad Católica, se enamoró perdidamente de ella. Muy pronto Hamilton le regaló un anillo de compromiso. Consuelo dejó sus estudios en el colegio Villa María antes de terminar la enseñanza media, y se casaron en octubre de 1964. Él acababa de terminar su carrera de abogado.
En octubre de 1965, cuando Consuelo apenas tenía diecisiete años, la pareja tuvo a su primer hijo, James, como el padre. Poco tiempo después nació Philip, el segundo de los Hamilton Sánchez, y más tarde Consuelo, la menor.
Con su silueta alargada y una sonrisa vivaz, vestida esa mañana de mayo de 2010 con un pantalón y un suéter, la madre de James salió a recibirme en su departamento del piso 22 en la calle Cerro Colorado, detrás de la avenida Manquehue.
Solo el pelo, corto ahora, marca inicialmente la diferencia con la joven que tenía en la memoria. No la veía desde fines de la década del setenta o comienzos de los ochenta.
Las imágenes del pasado retornaron desde aquel e-mail que me envió su hijo en abril y volvían al primer plano. La separación de Jimmy padre y Consuelo y la consiguiente «nulidad matrimonial». La tragedia de aquella madrugada de Año Nuevo de 1976, cuando, preso de los celos y la ira, él terminó con la vida de Juan Costabal Echenique —uno de los dueños de la línea aérea Ladeco—, la nueva pareja de ella, en la casa donde Consuelo vivía con sus tres niños. El posterior romance y matrimonio de Consuelo con el hijo de Costabal, con quien tuvo un hijo, hoy veinteañero. Fugaces visiones que se superponían mientras nos saludábamos.
Dedicada al paisajismo y los jardines, con su tablero de dibujo en una de las habitaciones del departamento, mantiene su espíritu y apariencia joviales. Preparaba en esos días invernales un viaje por un mes a Inglaterra para visitar a Philip y a sus cuatro nietos, que viven desde hace años en Europa.
La conversación surge fácil a pesar del motivo de mi visita. Tras instalarnos en su living mirando a la cordillera, habla de su hijo mayor: «Es un chiquillo muy inteligente, que tiene gran memoria, y con una característica maravillosa: él es muy veraz». Asegura que Jimmy nunca le ha mentido. «Si yo le pregunto una cosa y él no me quiere responder, me dice “mamá, no me lo pregunte porque no se lo puedo contestar”, pero no me miente.»
—¿Supiste por Jimmy toda esta historia?
—Claro, Jimmy se separó aproximadamente en febrero de 2004. Él llegó a mi casa y me contó con mucha pena, muy afectado, la decisión que había tomado. En esa oportunidad, me empezó a contar del problema con Karadima. Una cosa creo que llevó a la otra. Mi percepción hacía mucho tiempo era que Jimmy estaba sufriendo enormemente y él no lo decía. Tuvo apnea de sueño, y yo lo veía que comía con mucha ansiedad, subía de peso. Se notaba una gran inquietud en él y, como mamá, percibía que algo le estaba pasando.
»Y era algo definitivamente muy fuerte y profundo que no quería exteriorizar. Hasta que vino a decirme esto… Y me planteó si se podía venir a vivir conmigo —dice Consuelo.
—¿Qué te contó?
—Me contó que el cura había abusado de él, pero no me dio mucho detalle. Un poco lo mismo que dijo en el programa de televisión. Pero que su matrimonio, de algún modo, también había sido no sé si armado por él, pero sí lo habría llevado a tomar la decisión de casarse.
—¿Tú conociste a Karadima?
—Sí, bastante. Al principio Jimmy empezó a ir a la parroquia y fue absorbido absolutamente, de una manera tal que él iba a la universidad y a la parroquia. Y yo empecé a ir los domingos a misa a El Bosque.
En ese tiempo, cuando Jimmy Hamilton comenzó a ser asiduo de El Bosque, seguía viviendo en la casa de su madre, pero ella apenas lo divisaba. «No llegaba a comer nunca a la casa. Comía siempre en la parroquia y llegaba tarde. Y se levantaba para ir a la universidad. El fin de semana también tenía que ser dedicado a El Bosque. Iba a ayudar las misas, a la Acción Católica y pasaba allá.»
—¿No sospechaste que pudiera suceder algo raro?
—Nunca se me pasó por la cabeza que algo malo le podía suceder en El Bosque. Todo lo contrario. Como mamá, decía: «qué bueno que está en un lugar al amparo de la Iglesia».
—¿Tú eres católica?
—Hoy sí, soy muy católica. En ese tiempo quizá también lo era, pero no podía comulgar, iba a misa y tenía que ir a El Bosque, porque una de las cosas que decía Karadima era que su misa era la que valía. Las otras no tenían ningún valor.
—¿Tú también escuchaste eso?
—Lo que tú estás oyendo. «No, no, no, si a las otras misas usted no vaya porque no valen», señalaba. Era una cosa muy curiosa. A mí me gustaba ir a esa misa para estar cerca de Jimmy, para verlo. Con frecuencia, él leía la primera o segunda lectura. Le daban un lugar muy protagónico.
—¿De qué años estás hablando?
—Fueron varios años. Un tiempo bastante largo, desde el 83, 84, por ahí. Y veía que existía este grupo de jóvenes, todos muy arregladitos con chaquetitas azules. De hecho, yo le preguntaba a Jimmy cómo lo hacían, y me decía que tenían un montón de chaquetas azules para todas las tallas.
—¿Las chaquetas las tenían en la parroquia?
—Sí, las tenían en la parroquia. Se les imponía cómo tenían que vestirse. Para ayudarle a Karadima en la misa tenían que estar de chaquetita azul. Eran como uniformados.
—¿Esos jóvenes iban a tu casa o toda la convivencia entre ellos era en El Bosque?
—Todo era en El Bosque. Y una cosa muy importante es que Karadima seleccionaba las amistades. Los amigos de Jimmy, cuando él estaba en El Bosque, eran los de allá, los seleccionados. Y los demás fueron todos eliminados por el cura, por a, b, o c razones. En algún minuto yo le preguntaba qué era de tal amigo del colegio, y la respuesta era «ah, no, es que no tengo tiempo», o cualquier disculpa. Pero la verdad es que eran absolutamente eliminados, porque no eran del núcleo de El Bosque.
»Lo que pasó al final, cuando Jimmy se salió, es que ninguno era amigo. Por eso se quedó muy solo. A sus amigos antiguos del colegio los dejó de ver. Y los otros, en el minuto en que él se salió de El Bosque, obviamente dejaron de ser sus amigos y le cerraron todas las puertas —comenta Consuelo.
Después de saber lo ocurrido, Consuelo Sánchez ha ido «reconstruyendo muchas cosas» que la hacen llegar a ciertas conclusiones: «A mí me parece muy claro que el cura era muy manipulador de conciencias», afirma.
Una prueba de eso —dice— es lo que ocurría tras los abusos: «Cuando el cura toqueteaba a estos chiquillos, después los mandaba a confesarse con un curita viejo de la parroquia que es medio sordo y que yo creo que estaba sobre aviso, les decía “confiésense de faltas de pureza y no den detalles”. Para mí, eso es muy grave, porque estaba tergiversando las conciencias de los jóvenes».
Consuelo Sánchez mantiene la serenidad, pero es firme al subrayar: «En esto hay abusos de tipo sexual, pero también hay otros abusos que son intelectuales, psicológicos, porque se puede abusar de muchas maneras de las personas. Yo creo que hay daño incluso más grave que el físico. Y no me cabe duda de que Jimmy ha sufrido eso. El hecho de apoderarse de las personas emocionalmente es tremendo y es lo que este cura ha hecho».
Para la madre del principal acusador del ex párroco de El Bosque el asunto es claro: «Jimmy tenía en ese tiempo la falta de un padre y también es el caso de este chiquillo Cruz, cuyo padre había muerto recién… Karadima tomaba ese lugar, y de a poco y muy hábilmente se iba apoderando de las personas. Él partía de la carencia afectiva de esos jóvenes para apoderarse y usarlos».
«Hay personas que me han preguntado cómo nunca pensé o dudé», comenta Consuelo. Y ella misma reafirma: «Nunca. La verdad es que en eso tengo que ser bien sincera. Jamás vi, cuando Karadima iba a mi casa a almorzar con la Verito o con Jimmy, una actitud que me hiciera sospechar».
—¿Iba a tu casa también?
—Sí, muchas veces. Iba con este séquito de jóvenes, que no eran uno ni dos, sino como cinco. Porque él no podía ir solo. Siempre andaba rodeado de una corte de mínimo cinco chiquillos jóvenes. Uno le manejaba, otro era el ayudante para acá, el otro no sé qué… Yo nunca vi una mano en una rodilla, una actitud fuera de lugar. Pero hoy, para mi sorpresa, incluso sacerdotes como Hans Kast se aburrieron de decir que no pasaba nada, porque resulta que en la parroquia siempre vieron lo que sucedía.
—¿Qué cosas recuerdas de la personalidad de Karadima?
Se detiene en actitud pensativa y trata de recordar.
—Karadima se cuidaba de mí, pero hay una cosa bien curiosa. A él siempre había que rendirle pleitesía. Y después de misa, cuando yo iba a El Bosque con mi marido y mi hijo menor, Jimmy me decía: «Mamá, venga a saludar al curita». Teníamos que ir a la sacristía, donde había un montón de gente esperando para saludarlo. Y al recordar hoy, pienso una cosa: nunca me miró a los ojos.
Y esa mirada evasiva —dice— la lleva a concluir que «él sabía muy bien que estaba actuando mal. Una persona que no es capaz de mirar a los ojos a la madre de uno de los chiquillos que estaba ahí es porque su conciencia o algo lo hace evitar la mirada».
—Y tú en ese tiempo te sentías muy orgullosa porque tu hijo era destacado…
—Claro, creo que sí, porque, además, El Bosque ha sido la iglesia de una elite. Esto que fueran todos profesionales era significativo.
—¿Tenían que ser todos profesionales?
—Sí, claro. Él maneja muchos hilos. Karadima siempre se ha rodeado de personas influyentes. Él tenía una red de influencias. Jimmy sabe de eso. Yo, aparte de ir a misa a El Bosque y de que el cura venía con estos séquitos a almorzar a la casa… no sé mucho más. Yo no sabía tampoco lo que pasaba dentro de El Bosque. Lo que sí sé es que Karadima le buscaba trabajo a ciertas personas. Se preocupaba. Recuerdo que alguna vez el cura me preguntó cómo estaba mi trabajo, porque pasé una época en que no tenía muy buena situación, y me mandó a hablar con el gerente de una empresa para hacerle el jardín a su casa. Y fui. Después todo quedó en nada. Pero sí sé que él se maneja de esa forma.
—¿Cuándo empezaste tú a oír hablar de la parroquia El Bosque?
—Hace mucho tiempo. Cuando Jimmy empezó a ir, que fue por una chiquilla que lo invitó cuando él estaba muy jovencito, siempre pensé «qué bueno», porque Jimmy quería entrar a Medicina. Entonces encontré que sería positivo que reforzara sus principios católicos, porque las ciencias de alguna manera te alejan de los aspectos religiosos. Todo esto me parecía estupendo.
Cuando al final le contó la verdad, «creí morirme», dice Consuelo. «Porque es lo último que tú esperas escuchar que le haya pasado a un hijo. Y sobre todo por el dolor que veía en él y no veía cómo podría empezar a sanarse.»
Consuelo Sánchez, en esa conversación que sostuvimos en mayo de 2010, se manifestó molesta con la actitud de la Iglesia. No obstante, su crítica no abarca a todo el clero. Opina «que hay muchos sacerdotes muy buenos y muy santos». Ella sigue siendo católica. Pero se sentía desencantada porque «la Iglesia ha actuado muy mal y lento. Se ha visto un traspié tras otro en todas sus declaraciones. Archivan el expediente, y hasta el padre Francisco Walker reconoció que él filtró un documento».
Su principal crítica apunta al entonces cardenal arzobispo de Santiago Francisco Javier Errázuriz por no haber investigado con celeridad la situación. Meses más tarde tuvo la ocasión de topárselo en una ceremonia en la Catedral Metropolitana y le enrostró directamente lo que pensaba.
Tras la confesión de su hijo mayor, después de conversar con su ex nuera Verónica Miranda y de hablar con varios sacerdotes, Consuelo Sánchez decidió escribir una carta al cardenal. Esperaba que la recibiera y en ese momento se la entregaría. Lo llamó y la citaron a la casa del prelado en la avenida Simón Bolívar, en Ñuñoa.
Consuelo acudió con una prima un día de mayo de 2004. «Toqué el timbre, pensé que me iba a recibir. Pero no lo hizo y me mandó un secretario para que le entregara la carta. Bien inocente yo, se la entregué suponiendo que me harían entrar. El secretario me dijo que esperara.»
Pasó media hora y nadie aparecía, mientras Consuelo y su prima esperaban en el auto, frente a la residencia cardenalicia. En ningún momento las hicieron pasar. Hasta que al final volvió a aparecer el secretario «y me mandó un rosario de parte del cardenal».
Molesta todavía con la actitud del prelado, comenta: «No me servía de mucho un rosario. ¿Cierto? A una madre que estaba haciendo una denuncia de este tipo… Nunca supe nada más. Ni una llamada, nada, hasta el día de hoy».
«Jimmy nunca supo de esa carta. Yo no le conté a él. Esto fue algo que quise hacer por mi cuenta. Sí se lo dije a Verónica. Y posteriormente guardé el texto en el computador y, cuando Jimmy pidió su nulidad religiosa, entregué de nuevo la carta a un sacerdote.»
Consuelo se levanta del sillón en el living, me pide que la espere un instante y va hacia su escritorio. Vuelve con una copia de la carta. Me entrega cuatro hojas impresas por ella. «Esto es para ti. Léelo con calma», me dice. «Aquí podrás encontrar otras cosas que te pueden interesar. Esto lo escribí en mayo de 2004.»
Leí el testimonio esa noche. Desde las primeras líneas se advierte el dolor y la angustia de una madre en una situación tan atroz como esa. En realidad, no se trata propiamente de una carta, sino de un relato que parte con un llamado más propio de una oración. Se observa que Consuelo —a quien no recordaba como especialmente religiosa de joven— ha buscado en la fe el refugio ante lo que le ha tocado vivir. «Señor Jesús, ven en mi auxilio, ayúdame a relatar claramente los tristes acontecimientos que voy a escribir», estampó en las primeras líneas.
«Mi hijo mayor, hoy de treinta y ocho años, médico de especialidad cirujano gastroenterólogo, hombre de buen corazón y con una inteligencia y una memoria sobresalientes, me ha dado un gran dolor al venir con su señora a fines del mes de enero del presente año a decirme que ha tenido una gran carga que llevar por gran parte de su vida», señala Consuelo Sánchez en el primer párrafo de su documento.
Tras aludir a la vinculación de Jimmy Hamilton con El Bosque, la madre del médico escribió: «Ahora quiero decir que mi hijo, de su boca y estando presente su señora Verónica, me ha relatado lo siguiente:“Mamá, tengo serios problemas con la Vero y me quiero separar, porque yo he mantenido durante dieciocho años una situación irregular y dolorosa en mi vida; el padre Fernando Karadima ha abusado de mí”. Yo le he preguntado cómo es posible eso, ¿en qué forma? Él directamente y sin titubear me contestó:“El cura me masturbaba y luego de estos actos me pedía perdón y me aseguraba que nunca más iba a suceder. Y volvía a ocurrir”».
Consuelo Sánchez consigna que el padre Fernando «tomó a Jimmy como ayudante personal y de la parroquia para todo lo que se le ofreciera y empezó a absorberlo con todo su tiempo. A la casa llegaba siempre tarde, tipo doce o doce y media de la noche, porque siempre se quedaba a comer en la parroquia».
Describe el angustioso estado de ánimo que advertía en su hijo en esa época y manifiesta que comprende cuál era la razón de esa desesperanza: «Él ya no podía soportar más esa doble vida».
«Pienso que fue doblegado y manipulado, ya que mi hijo empezó a depender del padre Fernando en todas las áreas de su vida, definitivamente en todo», afirma Consuelo Sánchez en su carta.
Alude también a la relación del cura con Verónica Miranda, reiterando lo que han entregado en sus testimonios Jimmy Hamilton y su ex mujer: «Una vez casado, la señora fue incorporada al selecto grupo de la parroquia. Ellos tenían que ir mínimo a la misa de ocho de la noche todos los días. Al pasar el tiempo, me empecé a dar cuenta de que la Verito andaba cada día más desarreglada y sin maquillaje. Yo pensé para mí, esto no es bueno, ya que Jimmy es buenmozo y yo sabía que a él le gustaba su señora arregladita. Hoy sé y entiendo qué pasó. El cura le decía “quien sabe de dónde vienes con esa ropa” o si estaba un poco arreglada la hacía sentirse mal (…) se entrometía en todo y manejaba hasta los más pequeños detalles de la pareja».
En otro párrafo Consuelo se refiere a las «atenciones» que Fernando Karadima tenía con su familia: «Me duele mucho saber que todo el bien que el padre Fernando hacía a nuestra familia, como ayudarnos a que mi hijo menor entrara al colegio San Benito, a ubicarme una abogada eclesiástica para mi nulidad religiosa, casar a mis hijos, bautizar a mis nietos, se lo hacía ver a Jimmy, diciendo todo lo que él hacía por nosotros», anota.
Entre los muchos hechos preocupantes que menciona en su escrito, Consuelo manifiesta «con mucho dolor que el cura alejó a mi hijo de mí y de mi familia».
Cuenta que Karadima tenía que aprobar si Jimmy, Verónica y los niños «podían venir a almorzar a mi casa o no. Si podían visitar a sus suegros. Yo recién le pregunté a mi hijo por qué se había alejado tanto de mí y me contestó con pena:“Mamá, en verdad me alejé de todo el mundo”. El cura regulaba todo, a qué colegio debían ir los niños, dónde y cuándo de vacaciones, si podían cambiar de auto o no».
Agrega que «también exigió que mis tres nietos hicieran la primera comunión en la parroquia, no en sus colegios, aunque están en colegios católicos y pienso que correspondía que no fueran separados de sus compañeros de clase en un día tan maravilloso e imborrable».
Lo anterior —dice Consuelo Sánchez en su documento— «lo relato para que exista una constancia de la manera que él usa para imponerse, dominar todo y asegurando que esta es la forma de santificarse».
«Hoy 9 de mayo de 2004 mi hijo vive en mi casa desde hace dos meses, porque está separado de su señora e hijos. Sufre cansancio permanente, insomnio y sé que él se siente culpable en parte de lo que ha pasado estos años en su vida, pero él no es culpable, solo que el padre Fernando lo ha hecho sentirse así», indica la madre.
Señala también Consuelo Sánchez en su carta, que después del alejamiento de Jimmy de El Bosque, «el padre Fernando ha desplegado un gran seguimiento mandándole recados con padres y jóvenes amigos de la parroquia para conseguir que Jimmy vuelva allá».
Describe toda la situación como «enfermiza y de clara maldad; porque mi hijo hoy sufre mucho y está muy confundido, incluso hay veces que trata de justificar al cura, diciéndome que el padre no tiene toda la culpa porque está enfermo. Mi hijo me contó que él se trató de alejar en varias ocasiones, pero él no lo dejaba, esto evidentemente le producía más presión y dolor».
Más adelante, Consuelo señala: «Yo como madre sé que no ha sido solo masturbación, es peor el abuso y estoy cierta de que al menos uno o dos jóvenes más están en igual situación, que no son homosexuales, tienen señoras e hijos, pero viven tristes y enfermos, porque igual llevan este dolor del abuso».
En el mismo texto, hacia el final, tras la fecha, 12 de mayo de 2004, Consuelo Sánchez anota: «Anoche mi hijo llegó tarde ya que venía de la Clínica de operar; se sentó a conversar conmigo un rato y yo le escuchaba cómo había sido su día; estando juntos en la cocina, sonó su celular, eran las once de la noche; llamó una señora María Elena y yo podía oír lo que decía; evidentemente, la había mandado el cura, ya que nada más tenía que decirle; luego le preguntó directamente si iba a volver. Al cortar, yo le dije, “veo que aún te mandan recados y buscan todo tipo de recursos para que vuelvas”. Jimmy me dijo que sí. Yo le pregunté si temía algo y él me contestó que no».
«Le pregunté por qué existía esta verdadera persecución para volver a la parroquia, a lo que mi hijo me contestó textual: “Mamá, lo que pasa es que yo manejo mucha información”, ante lo cual no hice más preguntas. Jimmy me siguió conversando de cómo se sentía esa noche y me dijo que a él ya no le importaba ser considerado un ser “deleznable”, palabra fuerte que (…) él ha usado en varias oportunidades refiriéndose a sí mismo», consigna la madre.
En los momentos en que escribía esas palabras, Consuelo Sánchez todavía creía que era mejor que su testimonio no se conociera fuera de la Iglesia. En ese tiempo, para ella era «de extrema gravedad que su denuncia se filtrara al mundo. Quería hacerla solo en el ámbito eclesiástico, pues consideraba que el daño podría ser “mayor que el ya causado a mi familia, a otros jóvenes y a otros matrimonios que estoy cierta que viven vidas similares o peores que la de mi hijo (...) solo que ellos debido al dolor o a la vergüenza no lo denuncian.»
Incluso, seguramente bajo el efecto todavía —aún sin quererlo— de las advertencias de Karadima, que tantas veces escuchó en sus misas, Consuelo Sánchez en esa época temía que «el demonio» influyera para que situaciones así se divulgaran. Y por eso pedía a la Comisión actuar rápido. Con el tiempo y las demoras, cambió de parecer y respaldó desde el primer momento a su hijo Jimmy en la denuncia pública.
Con solo leer el contenido de esa carta resulta inexplicable que el cardenal arzobispo de Santiago Francisco Javier Errázuriz haya enviado solo un rosario de vuelta a la angustiada madre de una víctima de abusos sexuales. Ni una palabra de acogida. Ni una instrucción para que alguien del Arzobispado hubiera recibido a Consuelo. Ni siquiera un recado. Y tampoco se comprende que la investigación no se haya realizado con mayor prontitud.
Con todo, la experiencia vivida por su hijo no ha motivado el alejamiento de Consuelo Sánchez de la Iglesia. «Yo sigo queriendo a la Iglesia y sigo siendo parte de ella —manifiesta Consuelo—, pero creo que el problema es que muchos de estos curas se han empoderado de las personas, pero eso está lejos del espíritu de Jesús. Jesús fue un pastor y él dijo “yo vengo a servir, no para que me sirvan”. Este no es el espíritu de Jesús. ¡Qué mal, qué distorsionado está!»
Incluso —dice— «nosotros como feligreses de alguna manera también tenemos culpa, porque endiosamos a estos curas. Creo que uno tiene que poner su fe en Jesús y en Dios y mirarlo solo a él. Pero ocurre que si uno es bautizada y se considera católica, quién bautiza a nuestros niños, quién casa a nuestros hijos, quién entierra a nuestros muertos, quién nos da la absolución, quién nos da la extremaunción… Es decir, hay una implicancia de ellos en nuestras vidas grande y son seres humanos igual que nosotros».
Y reafirma: «No he perdido mi fe porque un cura abusó de mi hijo y de muchos más. Es tristísimo, pero yo sigo siendo católica, porque mi fe está más allá. Y veo en este minuto que Jimmy, Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y todos estos chiquillos en cierto modo son instrumentos de Dios para hacer ver lo que está ocurriendo. Y creo que la Iglesia necesita una purga. Necesita una renovación y mucha transparencia. La Iglesia somos todos y si todos nos alejamos ¿para qué van a seguir los curas?».
Cuando conversamos en mayo de 2010, Consuelo estaba escéptica sobre lo que ocurriría con el veredicto eclesiástico. «No lo veo muy claro con este cardenal Errázuriz —me dijo—. Quizá con el próximo.» Aunque sí mantenía cierta esperanza en el veredicto del Vaticano. Esperaba que las palabras del Papa —«no basta el perdón; se necesita justicia»— se hicieran realidad.
Al parecer, sus oraciones de los meses siguientes han sido escuchadas. El fallo de Roma marcó una señal potente. Pero falta todavía camino por recorrer para hablar de justicia y de transparencia.
«Veo que hay una cosa muy fuerte de la Iglesia en el mundo. La Iglesia tiene que ir a una purificación y a una renovación. No sé hasta cuándo van a seguir, por ejemplo, con tanta pompa. Hoy día hasta los reyes son más sencillos que la Iglesia», comenta Consuelo Sánchez.
Y concluye: «Creo que el mundo necesita y grita por un cambio. Siento que el mundo necesita a Dios, tener en qué creer. Y si la Iglesia se nos viene abajo, se vienen abajo también muchas cosas. Para mí es importante. Y creo que para Jimmy también es importante».
Recuerda que dieron todos los pasos imaginables para «buscar en la Iglesia una solución y no en la justicia civil. Jimmy no dejó nada por mover. Fue donde este, donde el otro. Y todas sus instancias primero fueron religiosas».
Cuenta que ella le confió un día a una amiga «consagrada» su dolor que no se atrevía a compartir con nadie. Un tiempo después, la monja le dijo que un sacerdote quería hablar con ella.
—¿Por qué, por lo de Jimmy? —preguntó Consuelo.
—Sí —respondió la religiosa.
El cura, que conocía la situación de Juan Carlos Cruz, quiso reunirse con Consuelo Sánchez, quien le llevó copia de su carta. Fue ese el hilo que hizo posible que los testimonios de ambos se juntaran y, poco tiempo después, Cruz y Hamilton se decidieran a emprender acciones en común. Consuelo Sánchez prefiere mantener en reserva el nombre del religioso.
Juan Carlos Cruz me había mencionado el nombre del sacerdote con toda naturalidad y con el reconocimiento que se merece por su valentía. No obstante, el religioso aludido prefiere mantener su identidad en reserva. En todo caso, para los defensores de Karadima que hablaban de «complot», vale la pena aclarar que no es un jesuita.