No es alto como otros de los Karadima boys y sus ojos grandes y expresivos son de color café claro. La mirada aguda, el pelo muy corto y semicrespo, y la forma de hablar le dan un aire juvenil. Viste tenida de sport: polera, pantalón y una casaca de género estilo chaquetón. Su aspecto nada tiene de convencional. A simple vista, no parece un «niño de El Bosque» ni un abogado de la Universidad Católica. Quizá sus seis años de psicoanálisis y la reflexión llevada a cabo después de las experiencias vividas en su adolescencia y juventud tienen que ver con esa falta de formalidad que refleja en su vestir.
Fernando Batlle Lathrop tiene treinta y cuatro años, pero no los representa. Es abogado y soltero. Al momento de presentar la denuncia ante la justicia, trabajaba en Lan Chile, la línea aérea más grande del país.
Cual D’Artagnan en Los tres mosqueteros —bromeaban sus nuevos amigos denunciantes—, fue Fernando Batlle, el menor de los cuatro y el que se sumó al final al grupo, el que los convenció de que era hora de presentar las denuncias ante la justicia civil. Y él mismo contactó a su colega, el abogado Juan Pablo Hermosilla, a quien no conocía en persona.
Su testimonio es uno de los que complicaría en especial a Fernando Karadima Fariña si se confirma que los abusos cometidos en su contra empezaron cuando él era menor de edad. Y eso, de acuerdo a las disposiciones del Vaticano, merece elevados castigos y no tiene prescripción. Además, declaró ante el fiscal Xavier Armendáriz y ante el juez Leonardo Valdivieso en 2010 sobre situaciones abusivas que afectan a otras personas.
Alrededor de los catorce años —contó a la periodista Paulina de Allende Salazar en el programa Informe Especial del 26 abril de 2010—, partieron los abusos por parte de Karadima, que era su confesor y director espiritual. «Después de que yo le decía mis pecados, me decía “ya m’hijito, anda tranquilito” y me palmoteaba los genitales, y con la mano ahí puesta algunos segundos, me decía “ándate tranquilito”. Y yo sentía una incomodidad, extrañeza. Y yo dije para mis adentros, “si este cura que es tan importante y tan santo y tan bueno se está tomando esta licencia conmigo, casi tengo que estar orgulloso de la confianza que se está dando. Esto es una cosa que debe ser una broma, no sé”.»
Llamó la atención después que el juez Leonardo Valdivieso dejara pasar sus denuncias y sobreseyera el caso sin mayor investigación. El tiempo transcurrido no parece ser un factor suficiente para que no hubiera, al menos, continuado la investigación realizada por el fiscal Armendáriz, sobre todo cuando testimonios como el de Batlle manifiestan la inquietud de que hechos similares continuaban ocurriendo.
No obstante, cansado de esperar un veredicto favorable de los tribunales de justicia, Fernando Batlle Lathrop resolvió en febrero de 2011 retirar su querella y no seguir adelante con el recurso ante la Corte de Apelaciones. Consideró —según expresó en una declaración de prensa— que ya había cumplido con su objetivo de hacer conciencia en la opinión pública sobre lo ocurrido en El Bosque. Incluso le retiró el poder entregado al abogado patrocinante Juan Pablo Hermosilla para que lo representara en el juicio. Pero su testimonio es elocuente. Incluso si prefiere no seguir como querellante, es una de las víctimas del ex párroco.
Curiosamente, justo un día después de que Fernando Batlle diera a conocer su decisión, la fiscal de la Corte de Apelaciones María Loreto Gutiérrez sorprendió a quienes —como él— parecían no esperar ya nada de la justicia, con un informe en el que recomendaba una batería de diligencias a la Corte antes de cerrar el caso. Poco después, el nuevo arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, dio a conocer el contundente fallo de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Tras un período de silencio, Fernando Batlle decidió reaparecer a través de una declaración pública, tras el programa Tolerancia Cero del 20 de marzo de 2011. En ella apoyó en todos sus dichos a James Hamilton. Todo es «totalmente cierto», afirmó. «Tuvo mucha valentía. Llamó a las cosas por su nombre, dijo la verdad pese a las presiones, maniobras y abusos de poderes fácticos ligados a Karadima, el cardenal y la Iglesia.»
En la oportunidad, además de criticar la actitud del cardenal Errázuriz, quien nunca le respondió su denuncia, manifestó que se hacía responsable «de todo lo que dije el año pasado ante el fiscal Xavier Armendáriz, que no fue poco, lo cual repetí en su oportunidad al juez Valdivieso». Y agregó: «Mi preocupación es que ahora sacerdotes formados por Karadima repitan las mismas conductas dañando a más personas inocentes».
El mismo día de su contundente declaración le envié un email contándole que este libro —en el que incluía la entrevista que habíamos sostenido— ya estaba en la editorial. En la tarde tuvimos un cordial diálogo. No obstante, al día siguiente, me sorprendió con un llamado por teléfono para decirme que lo había pensado mejor y no quería aparecer en estas páginas. Esto lo reafirmó en un e-mail del sábado 26 de marzo en que me escribe: «Te reitero, por si tuvieras algún tipo de dudas, que NO quiero aparecer en este libro, en ningún capítulo, y ni siquiera mencionado. Si te quieres basar en que el tema es público debes citar la fuente mediática. Yo confié en ti cuando fui a tu casa y te hablé del caso abiertamente por eso. Ojalá no traiciones esa confianza y actúes con la ética que señalas te caracteriza como persona. En todo caso, a mí no me parece ético que incluyas situaciones de víctimas que no te hayan dado su autorización. Sabes que en este caso no me estoy refiriendo a mi persona sino a los datos que has conseguido en tu investigación de otras personas. Son temas muy delicados y que contienen un alto grado de sufrimiento».
Tras recordarme «las normas legales vigentes», me solicita que «tome en cuenta sus palabras».
Reflexioné sobre los planteamientos de Fernando Batlle. Pese al sufrimiento experimentado por las víctimas de Karadima —como se refleja en estas páginas—, la voluntad de un entrevistado no podría llevarme a la autocensura. La ética periodística nos obliga a ser veraces y a considerar en primer plano el bien de la sociedad.
Lo conocí personalmente el 11 de junio de 2010, un mes y medio después de su aparición en el programa Informe Especial. Llegó esa tarde a las siete y media a mi casa con el objetivo de sostener una entrevista para este libro, como habíamos acordado previamente por teléfono.
El abogado Fernando Batlle estudió en el Verbo Divino, pero sus lazos con El Bosque se originaron en la familia. Desde 1985, cuando tenía nueve años, vivió en una casa ubicada a tres cuadras de esa parroquia, en La Brabanzón, una callecita corta, paralela a Pocuro, entre avenida El Bosque y Hernando de Aguirre, en la misma calle donde veinte años antes vivía la abuela de Luis Lira. Muchos de los cercanos de Karadima lo ubicaban a pesar de ser de otra generación, porque desde niño frecuentaba la parroquia.
Para Fernando Batlle, la casa de La Brabanzón fue el hogar donde pasó parte importante de su vida. Desde que abrió los ojos escuchó hablar de Fernando Karadima. El cura, antes de ser párroco, había casado a sus padres —en 1976— y Fernando fue bautizado por él. Igual que seis de sus hermanos.
Todo ocurría en la parroquia El Bosque para esta familia. Solo uno de los Batlle Lathrop marca la excepción, porque fue bautizado «de emergencia en la clínica», donde la ceremonia la celebró el padre Antonio Fuenzalida, también formado por Karadima, y uno de los dueños —junto a su familia— de la empresa Turismo Cocha.
Karadima era tanto el director espiritual de sus papás como del propio Fernando. Incluso lo eligió como padrino de confirmación. «Visitaba mi casa desde que yo era muy niño.»
Su padre, Fernando Batlle Moraga —en la actualidad uno de los gerentes de las empresas Falabella— y Carmen Lathrop son ingenieros de la Universidad Católica. Allí se conocieron cuando eran compañeros de curso. Participaron durante un par de años en la Acción Católica de esa iglesia, antes de su matrimonio.
Para los Batlle Lathrop, como para muchas otras parejas jóvenes de esos años setenta, Karadima «era una figura casi sagrada». Lo invitaban a comer y a almorzar muy seguido los fines de semana. Por lo menos, una vez al mes. «Desde que tengo uso de razón recuerdo que el cura iba a la casa y a nosotros desde chicos nos llevaban también siempre a misa allá», señala el abogado. Tal era la veneración a este «santo» en vida, que la familia completa de Fernando era incondicional al cura y le hacía todo tipo de favores. Su mamá hasta le lavaba la ropa.
Fernando asistía habitualmente a la parroquia a otras actividades, mientras respiraba ese ambiente familiar en que sus papás «hablaban de Karadima como de un santo». Para él, con sus ojos de niño, el cura «era una persona súper importante, que hacía esas misas de Semana Santa que desbordaban. Lo admiraba mucho». Lo veía como «muy poderoso, que venía con un séquito como de cinco personas, de un metro ochenta».
A veces —relata— «aparecía en caravana de dos autos. Eran unos Volkswagen Golf blancos. Algunas versiones decían que tenía una especie de mecenas que era este “gallo” de la Papelera, Eliodoro Matte. Le regalaban cosas, y la gente cercana a él comentaba que siempre le llegaban donaciones, porque el padre había hecho mucho bien y la gente lo quería mucho».
Como a los siete u ocho años —recuerda—, «empezamos con uno de mis hermanos a pasar la patena», esa especie de platillo dorado que colocan el sacerdote o sus ayudantes bajo la cara de los feligreses cuando el sacerdote o diácono da la comunión, para evitar que migajas de la hostia consagrada caigan al suelo. Desempeñar esa función era un honor para los dos niños.
Tenía unos doce años Fernando Batlle Lathrop cuando ocurrió un incidente que le quedó grabado en la memoria y marcó un hito para él. «Mis papás iban a una “despedida de soltero” —entre comillas porque era dentro del rito de El Bosque—, de una pareja que era cercana a la parroquia. Los curas organizaban la reunión un día en la tarde en una casa con toda la juventud. Y llegaron mis papás y el cura los hizo ir a buscarme.“¿Dónde está Fernandito? Quiero verlo”, me contaron mis viejos que dijo». Entonces llegaron a su casa y lo invitaron:
—Fernando, el padre quiere que te llevemos. ¿Quieres ir? —le preguntaron.
La respuesta afirmativa no se hizo esperar. «Yo le tenía mucha admiración en ese tiempo», reitera Fernando Batlle. «De chico era muy católico y no solo porque mis papás lo fueran, sino porque desde muy niño me empecé a plantear el tema vocacional.» Cuando tenía seis o siete años y salía a caminar con su papá, ya le preguntaba sobre esto. «Tenía muy arraigada mi religiosidad católica.»
Fernando Batlle estaba contento con la invitación. Más aún cuando entró a la casa donde había unas cien personas y el cura hizo callar a la concurrencia.
—Miren quién llegó, Fernandito —recuerda el aludido que anunció Karadima.
«Y yo me sentía en otro mundo, como que esta cuestión no me puede estar pasando a mí», señala Fernando.
—¿Eras el único niño?
—El único chico, si era pura gente de dieciocho años para arriba. Me sentí como bien privilegiado, como que me estaban considerando casi un adulto. El cura me hizo sentar al lado de él en la mesa del comedor y me hacía cariño en la pierna. Me tomaba la mano, pero nada más en esa oportunidad.
En ese tiempo, calcula Batlle, Fernando Karadima «tendría unos sesenta años y yo doce. No se me pasaba por la cabeza nada más. Era como un abuelo cariñoso. Esa era la imagen que todos tenían de él, que era bien afectivo, de harto contacto físico».
Y comenta: «Mucha gente que lo defiende dice que “son malos entendidos, porque él era un tipo muy afectivo”».
—¿Y cómo siguió el asunto?
—Me decía que estaba muy contento conmigo, que tenía cosas importantes para mí, me repetía «tú eres especial, bla, bla, bla…». Y llenó mi vida de esperanzas. Él era muy convincente, con un carisma notable, una persona que te hacía sentir que existías tú nomás. Pero cuando él quería, podía también hacerte sentir todo lo contrario.
—¿Humillarte?
—Claro. Humillarte, hacerte sentir que no existes. Iba de un extremo al otro. Todo según su interés.
—¿En qué curso de colegio estabas?
—Como en séptimo básico, y en esa época me dijo: «No solo quiero que me ayudes con la patena, sino que también me ayudes en las misas».
«Tenía doce años. Empecé a ir primero los miércoles a las reuniones de actividad pastoral de la parroquia. Todo giraba en torno a esas reuniones que eran para adultos y niños. Después me sumé también a las otras reuniones que hacía Karadima. A las de antes de la misa, que eran de los niños, y después me pasaba a la que dirigía Karadima. Además, íbamos a rezar el rosario media hora antes de la misa», cuenta.
—¿Llegabas de uniforme de colegio?
—De repente con uniforme, pero la mayoría de las veces me cambiaba, porque el padre me decía que para ayudar la misa tenía que venir «pinteado». Yo le decía: «¿Y que es “pinteado”?». Y él contestaba: “¿Pero cómo no sabes lo que es “pinteado”?». Y se reía y se burlaba un poco de mí como diciéndome «avíspate». Al final, yo miraba para el lado y veía a todos los compadres vestidos con pantalón Dockers o Peval, los que estaban de moda, según la época, beige o gris, una camisa celeste y chaqueta azul. Y empecé a ir así, porque quería ayudar misa.
Pero el rito no se limitaba a la ceremonia religiosa. Señala Fernando Batlle que «antes de la misa teníamos que vestir al cura con sus ornamentos». Describe la operación: «Uno le sacaba la chaqueta —a veces era yo— y se la iba a colgar al clóset mientras otro más cercano le abrochaba el cíngulo1 —no cualquiera podía hacerlo— y le ponía la casulla2. Esto lo hacía el de más confianza o el presidente de la Acción Católica o un seminarista. Incluso uno le amarraba los zapatos. Era increíble. Y cuando estaba listo, entraba a decir la misa».
Al terminar la celebración, todos los jóvenes que ayudaban se iban a la sacristía. «Se ponían alrededor y unos retiraban las ropas sagradas del cura.»
Cuenta que, al comienzo, a él lo mandaba a cuidar la puerta principal de entrada «por si veía entrar gente pobre y mendigos para avisarle y llamar a carabineros». Porque aunque suene paradójico —indica— «alejaba a los pobres, porque los asociaba con ladrones». Y relata un episodio que le sucedió «un día en una de esas largas esperas» en que todos los jóvenes estaban atentos para ver quiénes serían elegidos para ayudar la misa celebrada por el sacerdote.
—Tú, chico, ¿cómo te llamabas? Oye, anda a cuidar la puerta, anda a ver si está lloviendo —recuerda Fernando Batlle que le dijo Karadima.
Los demás jóvenes hacían gracia de los dichos del párroco. «Todos reían, y eso para mí fue realmente humillante. Yo tenía doce o trece años.»
Batlle recuerda a Karadima desde esos años como «absolutamente cambiante de carácter, de repente venía enojado y decía “tú, tú, tú, vengan” y no miraba a nadie más. A mí de chico me la hizo hartas veces. De repente, me criticaba la ropa.“Tú estás muy rotito, así es que no te vistas así.” Si a él no le gustaba determinada ropa, yo nunca más la ocupaba. Hacía lo que quería con nosotros. Ahora veo que había un gozo en él con esas actitudes. Te miraba y te decía, por ejemplo:“¿Estás con la maña?”. Y después elegía a otro. Como que veía tus reacciones, veía todo».
Esos cambios hacían sufrir a Fernando Batlle. «Yo era chico y de repente me iba bien triste porque el cura era pesado, pero a la semana siguiente estaba simpatiquísimo.“Ayúdame en esto, sé perseverante; tú eres un santito, porque te he retado y tú has sido humilde.” Él hablaba mucho del orgullo y de que no había que contestar cuando él decía algo que a uno no le gustara.»
—¿Lo ves como una fórmula para someterlos?
—Sí, y asociaba la humildad con poner la otra mejilla, pero de una manera especial. Siempre fue mi dilema, cómo asociaba eso yo con la autoestima. Cómo ser humilde y tener una sana autoestima. Eso lo pensé, claro, ya cuando me estaba saliendo. Pero al principio creía que yo estaba mal.
La actividad de Fernando Batlle en la parroquia El Bosque fue cada vez más intensa, al punto de que, cuando tenía unos catorce años, no solo ayudaba en la misa todos los días, sino que los domingos se repetía seis misas. «Iba a las de ocho, de nueve, de diez, de once, de doce en el día y de ocho de la noche. Me levantaba a las siete de la mañana y no paraba. Me encantaba ayudar misa, sentía que estaba haciendo algo como público. Iba tanta gente a El Bosque y me estaba convirtiendo en una persona que aportaba.»
No obstante —relata—, las «humillaciones» continuaron:«Me acuerdo que una vez no había mujeres que pasaran la colecta. Esa era la actividad que tenían reservada para ellas, que no tenían voz ni voto ahí, no las pescaban para nada. Era misa de nueve, y como no llegaron mujeres, pesqué una de esas bolsitas y la empecé a pasar, de atrás para adelante, por la nave central. Y llegó Karadima, quien, con la cara colorada, furioso, me quitó la cuestión y me gritó delante de todo el mundo:“¡Cómo se te ocurre hacer esto, la colecta no se pasa de atrás para adelante, así la gente no te ve. Se pasa de adelante para atrás!”. Me quitó la bolsa y empezó a pasar él la colecta».
Después —cuenta— «me pegó un reto increíble. Me dijo que por esa actitud “despreocupada” estaba haciendo que la gente pobre tuviera menos que comer y un montón de cosas súper fuertes, delante de todos. Fue muy humillante. Sentí que la había embarrado y que yo tenía la culpa».
A veces Fernando Batlle tenía la impresión de que el cura «se ensañaba» con él, «pero era medio bipolar. En otros momentos me invitaba a comer. Era como tincado conmigo. De repente le decía a cierta gente que yo era “cucof ”, que era una de las tantas palabras de la jerga de El Bosque, tal como hablaba de “cueto”».
—¿Qué es «cucof»?
—Medio loquito, pero con sentido peyorativo. Lo usaba como diciendo «este gallo habla puras idioteces, es tontito», no sé.
—¿Y qué te evoca «cueto»?
—Lo que percibí de «cueto» fue una noche que estaba en el comedor de El Bosque esperando a Karadima, como él me había dicho; tenía TV Cable, puse el Canal 26, Cinemax, que a veces daba películas subidas de tono. Llegó el cura, me miró y me dijo: «Oye, estás viendo cueto», con una risa medio socarrona. Fue la primera vez que se lo escuché. Y después de la comida con sus elegidos, a los que invitaba especialmente, llamaba a uno o dos y los hacía pasar arriba y les decía «vamos al cueto» cuando iban para la pieza. Y como que la gente se reía. Yo no vi presencialmente nada de lo que pasó en esa pieza, pero por lo que me ocurrió a mí y por el ambiente que se vivía, no tengo ninguna duda de lo que se ha denunciado. A mí las cosas que me hizo fueron toqueteos durante la confesión y en el comedor.
—¿En qué consistió el acoso en tu caso?
—Me palmoteaba, me toqueteaba. Y había veces en que yo estaba confesándome y me hacía acercarme harto a él y me ponía la mano ahí —muestra con un ademán la zona genital— y la dejaba como puesta, mientras me daba la absolución en la frente.
—¿En el confesionario normal de la iglesia?
—En un confesionario que estaba en la sacristía, cerrado. Me hacía meterme harto para adentro del confesionario y también me trataba de dar besos en la boca y yo corría la cara. Y él se daba cuenta. Había gallos que se dejaban hacer más. Yo no me opuse fuertemente, salvo al final, cuando saqué más fuerza. Lo que ocurría es que él tenía un tacto fino en cuanto a saber hasta dónde llegar. Es muy hábil. No era todos los días. Una vez al mes, no sé, pero durante varios años. Y en el momento más inesperado. Pero casi siempre era durante la confesión.
Aclara que «no era tan fácil confesarse con Karadima, yo de repente me confesaba dos veces al año con él y las confesiones más periódicas las tenía con otros».
—¿Y ustedes consideraban un privilegio confesarse con él?
—Sí.
—¿Era tu director espiritual?
—Sí. Y hablamos harto de mi vocación y él decía que tenía ciento por ciento seguridad de que yo tenía vocación.
—¿Cómo se produjo lo de los toqueteos en la confesión?
—En la confesión siempre me decía que yo tenía vocación y me preguntaba mucho por los pecados sexuales. Y cuando terminaba me decía: «¿Eso nomás? Ya m’hijito, tienes que estar muy tranquilo». Siempre decía m’hijito o m’hijo. Y «cuida los pirulitos» y me hacía unos palmoteos en los genitales.
«De chico me gustaban hartas niñas y yo le contaba y me decía que tenía vocación y que tenía que cuidarla mucho porque era una cosa que se podía perder. Ponía siempre el ejemplo del joven rico del Evangelio.»
—¿Trataba de que no pololearas?
—Claro, absolutamente. Y no solo eso, sino una vez que yo le desobedecí y me puse a pololear, igual me dijo que yo iba a tener que responder el día del Juicio Final como el joven rico, porque Dios me había dado un regalo y yo lo había pisoteado.
—¿El regalo de la vocación?
—Claro, y yo iba a tener que dar cuenta de eso el día del Juicio Final. Y cuando a uno le planteaba de las «verdades eternas» —hablaba de esas cosas en esos términos— y de las condenas era aterrador. A mí había un ejemplo que me generaba pánico. Decía: «Imagínense que llega el día del Juicio Final y te dijeran que tu condena es que vas a tener que esperar para llegar al Cielo lo equivalente a que con un gotario cada mil años saques una gota del océano hasta que termines de vaciarlo (…), porque así de eterna es la eternidad, que no termina nunca, nunca, nunca, nunca... Entonces, imagínense el sufrimiento eterno, si se condenan», decía. Y yo quedaba pasmado, y le encontraba sentido, porque hablaba del infinito, de la eternidad, de lo que no termina nunca. Y era tan gráfico el ejemplo…
—Juan Carlos Cruz recuerda la imagen del Infierno como un calabozo, también con un sentido del tiempo infinito…
—A mí todavía ese tipo de cosas me dan vuelta… Siempre tengo inquietudes sobre la vida, la muerte, el sentido de la vida. Yo ahora las pienso no de una manera religiosa. Trato de asociar mi muerte y lo que vendrá hacia algo positivo, que es algo que desconozco. Pero no puedo negar que todavía en ciertos momentos me acuerdo de esos ejemplos de Karadima que me han calado tan fuerte y pienso que aparecí en la nada y no hay tiempo… y si es verdad lo del infinito. Es heavy. Me pasó que cuando uno tiene esas primeras conciencias en relación con esos temas, tuve esos referentes. Entonces ha sido muy fuerte.
—¿Cuándo empezaste a tener un sentido crítico respecto de lo que estaba ocurriendo en El Bosque?
—Más cerca de los diecisiete o dieciocho años. Me acuerdo de que una vez me hizo un toqueteo genital delante de otra gente. Yo me puse rojo, me molestó mucho, me sentí extraño. Antes siempre había sentido cierta extrañeza, pero él lo hacía con una naturalidad increíble. Yo muy ingenuamente casi como que lo consideraba un acto de extrema confianza que nunca comenté con nadie en ese momento porque era muy chico. Como que no cachaba. Pero después me produjo esta incomodidad y él se dio cuenta. Y me dijo: «¿Estás con “la maña”, por qué te pones así? Yo te estuve haciendo un cariño…». Yo le tenía mucho respeto y temor reverencial.
En la declaración ante el fiscal regional Xavier Armendáriz, parte del testimonio de Fernando Batlle quedó registrado así: «Los abusos de índole sexual que sufrí de Karadima fueron que varias veces, incluso delante de otras personas, y muchas veces también en el confesionario, me palmoteaba los genitales, en el sentido de poner su mano sobre mi pene, por encima de la ropa y tocarlo y frotarlo varias veces. Me decía “hay que tenerlo muy corcheteadito”, “la vocación hay que cuidarla”. Esto me dejaba muy avergonzado y confuso por esta confianza que se tomaba, como ambigua, pero, por otro lado, pensaba que era como un honor que una persona de su categoría se tomara dicha licencia y no lo vi inicialmente como algo malo»3.
Fernando Batlle especificó ante el fiscal que los palmoteos que le daba a la pasada «eran distintos de las caricias que me hacía en confesión, las cuales eran más prolongadas y de índole sexual».
«En algunas ocasiones, mientras me acariciaba y mantenía su mano sobre mis genitales, me decía que él tenía grandes cosas preparadas para mí, que yo era una de las personas de más confianza que tenía, pero que debía mantener a mis papás alejados, porque eran muy controladores y los criticaba mucho. Menos mal que nunca pude sacar a mis papás de ahí, aunque lo intenté», señaló en su declaración.
Agregó Batlle a Armendáriz: «También me daba besos cerca de la boca o tocándola con sus labios, como por “equivocación”. Todo esto duró desde aproximadamente los catorce años hasta prácticamente cuando dejé mi trabajo pastoral con él, aproximadamente como a los diecinueve años».
«Los episodios de abuso ocurrieron muchísimas veces, tantas que no podría recordar su número», indicó Batlle en el juicio llevado por el juez suplente del Décimo Juzgado del Crimen de Santiago, Leonardo Valdivieso, ante quien ratificó lo denunciado al fiscal. Precisó que los hechos señalados tuvieron lugar desde 1989 y se mantuvieron por más de cinco años hasta que se fue Batlle de El Bosque. «En ese período también ocurrieron hechos de similar naturaleza respecto de otros jóvenes», señaló4.
Según Fernando Batlle, «atendiendo el modus operandi de los hechos descritos en esta querella, y al existente en otros hechos similares que han sido denunciados respecto del querellado, claramente nos encontramos frente a un patrón de conducta mantenido en el tiempo desde al menos 1983, existiendo importantes indicios de que persistirían hasta el presente».
Fernando Batlle relata en su declaración ante el fiscal Xavier Armendáriz algunos casos de los que fue testigo y da nombres de otras personas afectadas por situaciones similares a las vividas por él. Incluso habla de un sacerdote «que no tengo la más mínima duda de que fue abusado» por Karadima5.
Describe, asimismo, una situación que le habría sucedido a su «mejor amigo durante el tiempo en El Bosque». Un día, en la casa parroquial, lo «estaba esperando desde las diez de la noche... Alrededor de las tres de la mañana, finalmente —dice—, Andrés «bajó llorando desde el dormitorio de Karadima y me contó que fue abusado por él».
En la entrevista que sostuvimos en junio de 2010, Fernando Batlle me relató el episodio y el impacto que le había provocado, pero mantuvo en reserva el nombre de su antiguo amigo. No obstante, su identidad aparece en el proceso judicial, ya que tras el relato de Batlle el fiscal Xavier Armendáriz citó al aludido y después efectuó un careo entre ambos. Además, otros testigos de la época se refirieron al asunto.
Andrés Söchting Herrera, también abogado de una importante empresa, negó rotundamente la situación que, según Batlle, habría vivido. «De lo que se me dice, en cuanto a que Fernando Batlle me haya visto salir de la pieza de Karadima llorando y le haya dicho que hayan abusado de mí, digo que eso es totalmente falso, nunca pasó algo así, no sé por qué lo inventa. Es claro que yo haya podido ir a la pieza del padre, de hecho con otros, lo acompañé algunas veces a ver el noticiero, pero, insisto, nunca pasó nada.»6
En su declaración ante el fiscal, Söchting señaló que «en todo el tiempo que estuve en la parroquia nunca vi una actitud impropia o equívoca en el terreno sexual». Y contó que José Andrés Murillo lo había invitado a ser parte de la denuncia y le habría dicho que «este grupo habría contactado a mucha gente, sin darme nombres aparte de Hamilton, y que actuaba como coordinador el jesuita Felipe Berríos».
Andrés Söchting es hermano de Julio, sacerdote de la Pía Unión, que vive hasta ahora en El Bosque, y escribió una carta publicada en El Mercurio contra los acusadores después de las primeras denuncias7. Católico observante, Andrés Söchting es miembro del Tribunal de Apelación Eclesiástico que se encarga de revisar las nulidades religiosas y ejerce como uno de los defensores del vínculo «y, como tal, [es el] encargado de entregar las razones de hecho y de derecho por las cuales un matrimonio no debe ser disuelto», explica el diario electrónico El Mostrador en una crónica que hizo alusión a este episodio el 29 de marzo8.
En el careo con Fernando Batlle al que fue sometido por el fiscal Xavier Armendáriz, Söchting reiteró: «Las dos cosas que dice Fernando no son efectivas, ni hubo golpecitos de Karadima hacia los jóvenes ni tampoco ese episodio que relata Fernando en la noche, ni nunca tuvo un episodio de carácter sexual conmigo ni con nadie que yo supiese».
Batlle ratificó su versión y agregó: «Recuerdo que hacíamos una mímica por los toqueteos genitales, que llamábamos swingswing y Andrés era el que más lo hacía». Por otro lado —señaló al fiscal Armendáriz—, «entiendo la situación personal de cada uno en estos hechos, no es fácil. Veo a Andrés como una víctima».
Söchting insistió en su negativa y dijo que «no es efectivo lo del swing-swing como toqueteo sexual del padre Fernando», aunque admitió que «existía el nombre, pero eran golpes o juegos propios entre adolescentes».
Fernando Batlle expuso: «También vi que a Raimundo Varela Achurra, otro de mis mejores amigos durante mi paso por El Bosque, Karadima le tocó los genitales. Sin embargo, le pregunté y me dijo “no recordarlo”».
El abogado Raimundo Varela, otro integrante del grupo de la Acción Católica de mediados de los noventa, fue también llamado a declarar por Armendáriz. Tras señalar que sus más amigos en la época de El Bosque eran Andrés Söchting, Rodrigo Díaz y Fernando Batlle, indicó que no vio hechos de connotación sexual. «Pero sí recuerdo que el padre Karadima tenía la costumbre de dar golpecitos en la zona genital a los jóvenes (…) Nosotros teníamos la costumbre de bromear con ello y le decíamos swing-swing», confirmó. «Lo teníamos asumido y recuerdo que Andrés Söchting bromeaba con esto, repitiendo el gesto con nosotros, no recuerdo si los demás también lo hacíamos.»
Según Varela, «lo veía en el contexto de la parroquia como natural, aunque ahora y con la perspectiva de los años, no lo encuentro así». El mismo Varela recuerda que por el año 1996 o 1997 supo del episodio relatado por Batlle respecto de Söchting 9.
Söchting y Varela fueron también llamados a un careo por el fiscal Armendáriz. En la oportunidad, Varela ratificó que «el padre Karadima efectivamente nos daba golpecitos en los genitales a algunos jóvenes de los que íbamos a la parroquia, incluyendo a Andrés, acá presente, por lo que incluso le pusimos el nombre de swing-swing como juego». Explicó que «entre nosotros no era necesariamente golpear en los genitales, pero tenía su claro origen en la conducta del padre Karadima».
Raimundo Varela reiteró en el careo:«Fernando Batlle me contó en su época el episodio en que, esperando a Andrés, este último bajó como a las tres de la mañana (…), incluyendo que Karadima le dijo que se tenía que confesar con el padre Panchi». Añadió que «hace como un mes estuvimos conversando con Rodrigo Díaz Valenzuela y con Eduardo Botinelli Guzmán y ambos recordaban las mismas circunstancias. Incluso, creo, pero habría que ratificarlo con él, que Rodrigo me dijo que este último hecho lo había contado el propio Andrés en un paseo a la casa de sus papás en Santo Domingo, la llamamos El Concilio».
«No es efectivo lo que escucho respecto de los golpecitos en los genitales ni a mí ni a nadie que yo sepa, ni tampoco el episodio de la noche que se ha hablado, nada de eso existió», manifestó tajante Andrés Söchting en el careo. Insistió en que el swing-swing —cuya existencia admitió— «se trataba de juegos y bromas propios de adolescentes». Y advirtió ante el fiscal que «esto lo voy a sostener siempre, ante cualquier persona, por lo que otro careo sería una pérdida de tiempo».
Söchting reconoció la existencia del paseo «al que Raimundo se refiere como El Concilio». Y agregó: «Deseo decir que ninguno de mis amigos de esa época que sostienen que yo tuve un incidente con el padre Fernando nunca me preguntaron a mí si ese hecho era efectivo o no. Recién a raíz de esta investigación he tomado conciencia de esos hechos» 10.
En su declaración ante el fiscal regional Xavier Armendáriz, Batlle hizo presente que «Karadima es considerado santo por la gente que acude a la parroquia El Bosque (…) Es una persona muy carismática e influyente, pero también increíblemente manipulador, autoritario y ególatra. Constantemente dice que es continuador del padre Hurtado, pues asegura que recibió un mandato de él».
Batlle se refirió en ambos tribunales al poder de Karadima sobre la conciencia de sus seguidores: «Siendo yo solamente un niño y luego un joven, el padre Karadima tenía sobre mí, como lo tenía en ese entonces y sigue teniendo sobre todos sus seguidores, un inmenso poder respecto de mi conciencia, logrando manipular mis miedos y culpas a la perfección; es por ello que se prolongó dicha situación durante tanto tiempo», señaló al juez Valdivieso.
«Karadima tiene muchos seguidores sobre los cuales también tiene una influencia total. Van muchos niños, adolescentes y jóvenes a la parroquia, todos de clase alta, pues es muy clasista y al menos en mis tiempos no hacía trabajo pastoral con mujeres, salvo pasar la colecta. En definitiva, no las pescaba y eso era bien sabido», manifestó al juez Valdivieso.
En su querella, agregó una situación que conoce por su propia experiencia: «Insisto que tiene un perfil muy dominante, influye sobre muchas personas por generaciones, está instalado en la fibra familiar y espiritual, ya que por lo general casa a los padres, bautiza a sus hijos, los prepara a la primera comunión y confirmación. Es como que estuviera en todos los hitos familiares».
Y describió ante el juez Valdivieso el funcionamiento de la Acción Católica, en términos similares a los que lo explica Juan Carlos Cruz: «Karadima tiene a sus discípulos como en distintos niveles, según la jerarquía tácita en que todos compiten por ir subiendo. Los más “avanzados”, dos o tres, son los que podían entrar a su pieza y lo acompañaban en todas sus actividades sociales».
—¿En algún minuto te designó secretario? —le pregunto.
—Sí, me designó secretario… Era como el gancho que tenía para meternos. Su secretario, después decía, «secretario personal». Y después «vicepresidente». Pero en un tiempo les decía a varios «vicepresidente» y después estaba el «presidente». Esa era la jerarquía. Con los vicepresidentes era más formal la cosa, porque te hacía pasar adelante y en las reuniones de los miércoles decía «hemos nombrado a este vicepresidente» y lo hacía hablar.
Recuerda que «a uno que hacía hablar mucho era a Ramón Salinas, hijo de uno de los socios de Salinas y Fabres, gente con muchas lucas. Estaba también Willy Salinas y el padre Tomás Salinas. Otros que estaban en esa época eran Andrés Ariztía, también de una familia con mucha plata; Antonio Fuenzalida, cuyos papás son los dueños de Turismo Cocha; Gonzalo Tocornal, nieto de Vial Espantoso. Y así suma y sigue. Karadima se rodea de gente con mucho dinero».
—¿Llegaste a ser parte del grupo más cercano?
—No, yo no estaba en el círculo de hierro de los que subía a la pieza, pero como iba todos los días y familiarmente éramos cercanos, estaba con el oído parado y escuchaba estas cosas. Pero eso es lo que yo cachaba sin escuchar las conversaciones en las piezas, sin que él me hiciera sus confidencias. Sus asuntos más personales privados no los comentaba delante de mí. Lo más lejos a lo que yo llegué fue a que me convidara a comer; le ayudaba mucho en misas, él iba a la casa de mis papás. Una vez me invitó a Puerto Varas de vacaciones a la casa de Hans Kast y después me desinvitó.
—¿Le habían regalado esa casa?
—No sé si Cristián Kast, hermano de Hans, se la había regalado o cedido indefinidamente. Como son los dueños del Bavaria, tienen varias propiedades en Puerto Varas, porque ahí tienen mucho ganado.
Entretanto —cuenta Fernando Batlle— «me hice de amigos allá, gente que llegó de la parroquia de Los Castaños, en Vitacura, porque el párroco de Los Castaños, Cristóbal Lira, tenía varios jóvenes y a él lo destinaron a Maipú. Y mandó a todos estos que también eran del barrio alto para El Bosque. Entre ellos estaban José Andrés Murillo y Francisco Costabal, uno rubio, alto, que sigue siendo presidente de la Acción Católica».
Según Fernando Batlle, antes de que llegara esa oleada proveniente de Vitacura, «entre 1992 y 1993, la parroquia estaba pasando por un momento medio crítico, no había tanta gente y yo pasé a ser de los más metidos. Pero la llegada de los provenientes de Los Castaños atrajo a más gente y de nuevo se produjo un impulso. Entre 1993 y 1995 fue el tiempo en que vi más gente mientras estuve».
Para Batlle esa fue una oportunidad de hacer amigos. «Yo nunca había conversado con nadie. Y por primera vez tuve algunos amigos, porque en El Bosque había siempre una cosa medio competitiva. Pude conversar con otros gallos que venían de afuera. Hasta ahí yo viví absolutamente entre mi familia y El Bosque. Me perdí mucho de mi tiempo de preadolescencia y adolescencia, toda esa edad que uno va a fiestas, yo estaba en El Bosque.»
Dice Fernando Batlle que se fijó mucho en las primeras percepciones de algunos de los recién llegados. «Había cosas que les chocaban. Les llamaba mucho la atención ese mesianismo de Karadima, toda esta idolatría que había hacia su persona.»
A los dieciocho recién cumplidos entró a estudiar Derecho a la Universidad Católica. «En la Universidad empecé a ir a misiones y comencé a confrontar. Hasta que llegó un momento en que me sentía incómodo con todo, con la dirección espiritual, sentía que no tenía poder de decisión, que todo había que preguntárselo al cura. Él decía que uno era el que manejaba el auto y el padre espiritual las luces del auto que iluminaban tu camino. La libertad estaba en que uno manejaba, pero el padre representaba las luces. Entonces, para mis adentros, pensaba que sus dichos me determinaban.»
En 1996, Fernando decidió dejar atrás El Bosque. Se sentía confundido y así se lo expresó a Karadima, quien cuando le dijo que se quería ir, simplemente le respondió: «Nunca más vuelvas». Sin embargo, cuenta Batlle, «como una semana después me llamó de nuevo».
Fernando Batlle volvió a visitar al cura. «Esa vez le dije:“Me voy a ir pero quiero que sepa que me voy bien confundido de acá. Encuentro que hay muchas cosas súper raras”. Alrededor de una semana después, me volvió a llamar y me invitó a comer y a ayudar la misa. Fui, pero después me pregunté “¿qué hago acá?”. Y un mes más tarde pasé y me dijo:“¿Cómo estás m’hijito”, con una suerte de diplomacia falsa, hasta que ya no fui a nunca más. Iba a misa todavía a El Bosque, pero ya no pasaba por la sacristía ni por ningún lugar por donde me pudiera topar con el cura.»
Cuando Fernando Batlle se fue, «mandó a llamar a mi mamá a través de obispos, como Tommy Koljatic, para contarle el problema que estaba teniendo conmigo. Mi mamá me defendió, mientras el cura me hacía pedazos. Karadima decía que me estaba “aleonando”, en palabras de él, solo por cuestionarme la estructura de El Bosque, que me chocaba mucho. Todos estuvieron metidos en una oficina y decían que me había sublevado».
Según recuerda su hijo, Carmen Lathrop en esa conversación fue más allá. «Mi mamá le dijo que había escuchado cosas muy raras y que yo le había contado de un episodio que tuvo un amigo. Y el cura le contestó: “¿De qué estás hablando tú, crees que alguien te va a creer eso. Yo soy un sacerdote de prestigio”. Como que trató de bajarle el perfil.»
—¿Qué pasó entretanto con la relación de tus padres con Karadima?
—Desde hace unos ocho o diez años dejaron paulatinamente de ir para allá. Se produjo un quiebre grande cuando yo me fui en 1996. Y me señaló que me iban a suspender y me anularía el decreto o resolución por el cual según Karadima yo era su ahijado de confirmación. Y dijo que él iba a mandar una carta a la curia romana, solicitando que se anulara.
—¿Por qué actuaba así?
—Decía que le estaba desobedeciendo y que según el Derecho Canónico la desobediencia era una causal para dejar de ser mi padrino.
—El tema de la obediencia es muy fuerte para él…
—Impresionante.
—¿Y de tus tres hermanos hombres ninguno siguió en la Acción Católica?
—No, yo fui el único que caí en El Bosque. Después, Andrés, que me sigue, creo que a los doce años fue la última vez que fue a misa.
«Al Negro no lo pescaba el cura y a él tampoco le interesaba. Le decía Negrito; al cura no le gustaban los morenos» —indica Fernando Batlle. El hermano aludido es el ingeniero civil de industrias Juan Pablo Batlle Lathrop.
A pesar de la ruptura con Fernando, los Batlle Lathrop no cortaron relaciones de raíz. «Mis papás siguieron yendo a misa hasta 2000 ó 2001, sin entrar en mayor contacto con el cura, aunque después se fueron a Schoenstatt. Yo antes también me había ido de seminarista de Schoenstatt. Estuve allá en esos años.»
Paradójicamente, el hecho de haber sido padrino de confirmación y de haber enviado a su ahijado una carta el día 10 de junio de 1994, cuando Fernando Batlle recibió ese sacramento, podría tener consecuencias impensadas para el ex párroco de El Bosque.
Fernando Batlle acompañó en su querella ante el juez del crimen una carta reveladora firmada por Fernando Karadima ese día solemne. En la carta el cura reconoce que desde que era un niño de colegio, Batlle era parte de sus discípulos: «Quiero que sepas que tengo muchas esperanzas puestas en ti. Tu trabajo pastoral en la parroquia ha sido cada vez más profundo, servicial y abnegado. Estoy muy agradecido de todo lo que me ayudas y lo que das a la Acción Católica. Pronto saldrás del colegio, estudiarás una carrera universitaria y la vida pasará muy rápido. Por eso, en toda circunstancia debes mantenerte cerca de Dios, continuar tu entrega a la parroquia y estar abierto a lo que Dios te vaya indicando por el camino…».
«Con cariño de padre», se despedía el ahora cuestionado padrino.
—¿Sigues siendo católico? —le pregunté a Fernando Batlle en junio de 2010.
—No, aunque es una pregunta difícil, porque estuve veinticinco años de mi vida en eso y tengo raíces católicas. Pero lo veo más por un lado cultural. No voy a misa…
—¿Te influyó esta situación?
—Sí, creo que sí. La Iglesia es una instancia en que pueden ocurrir este tipo de cosas, cuando está todo tan centrado de repente en una persona. No me considero religioso, para ser honesto; no me gustan las iglesias en general. Sí me considero una persona espiritual, interesada en la esencia de lo que persiguen muchas religiones como la católica. No soy un anticatólico ni mucho menos. Hubo un tiempo en que sí lo fui. He sacado harto la rabia que tenía, estuve seis años en psicoanálisis, tuve otras terapias, ha sido un tema recurrente en mi cabeza. De alguna manera soy creyente, me interesa cultivar la espiritualidad, pero no asociado a una institución ni a una iglesia. Y creo que la iglesia es como cualquier institución, donde puede haber gente inteligente, buenísima, súper espiritual que lleve a cosas muy buenas, y gente muy perversa, dañina, como en todas partes.
«A mí, una de las cosas que más me duele es que yo permití que esta persona me hiciera todas las cosas que me hizo, incluyendo todos los toqueteos y abusos, la manipulación y cómo me pasó a llevar y me humilló», comenta Fernando Batlle. Por eso, porque tenía pendiente este tema, es que decidió juntarse con las otras víctimas y analizar la presentación de denuncias.
Cuenta Fernando Batlle que después de lo que vivió en El Bosque quería ir a encarar a Karadima, pero José Andrés Murillo «me había llamado el año pasado —se refiere a 2009— para plantearme que hiciéramos algo, porque él estaba presentando la denuncia ante la Iglesia y quería seguir alzando la voz».
Fernando Batlle manifestó ante el fiscal Xavier Armendáriz la angustia que le provocó todo lo vivido: «Aunque sé y me consta que a otras personas les hizo abusos sexuales mucho más graves, todo esto me marcó y me afectó muchísimo, pues era totalmente impropio de un sacerdote y de quien se supone era un guía espiritual, alguien que me preparaba para el sacerdocio, lo que me generó culpa, impotencia y rabia». Esos sentimientos los reiteró ante el juez Valdivieso, a quien agregó que todo esto le provocó «un daño muy profundo, cuyas secuelas permanecen hasta hoy».
En la presentación de su querella por abuso sexual ante la justicia criminal, Batlle estableció: «Que a la fecha de inicio de ejecución de los hechos antes descritos constitutivos de delito de abuso sexual, esto es en 1989, yo tenía catorce años. Que evidentemente los actos realizados por el querellado sobre mi persona tuvieron la significación sexual y relevancia exigida por el tipo. Que para la realización de tales actos Fernando Karadima Fariña se prevaleció de su calidad de sacerdote, confesor y guía espiritual que le entregaba su clara posición de poder y de jerarquía, abusando de la relación de dependencia que tenía al ser un adolescente de catorce años de edad, configurándose lo dispuesto en el artículo 363 número dos del Código Penal».
En su declaración pública del 24 de marzo, Batlle señaló: «La comunidad ya sabe quién es Karadima, quien hizo mucho daño, el cual se transmite. Hay muchos curas formados por Karadima que no deberían tener contacto con niños y jóvenes; esas deberían ser las primeras diligencias preventivas que se deberían dictar en honor a una auténtica justicia y sentido de protección de la comunidad. Es una irresponsabilidad que los curas que pertenecían al círculo de Karadima sigan en contacto con niños y jóvenes».
Y desde su mirada de abogado agregó otro argumento que empieza a estar en la discusión: «Desde el punto de vista de la ley, es fundamental eliminar la prescripción en materia penal, lo cual es un insulto a la justicia y una herramienta que fomenta esos delitos. Las personas son responsables de sus actos hasta el final de sus días», afirmó.