GRACIAS

A todos quienes me dieron entrevistas para este libro, en especial a las víctimas, que me entregaron su confianza y su tiempo para hacerlo posible.

En forma muy especial a James Hamilton, quien con su fuerte testimonio me ayudó a comprender lo sucedido y me destinó horas de conversación para que esta iniciativa resultara. A Juan Carlos Cruz, quien además de abrirme su intimidad, se transformó en un verdadero consultor permanente durante este año, entre viajes, teléfonos y e-mails. A José Andrés Murillo, por compartir sus vivencias y sus reflexivas interpretaciones.

A Melanie Jösch, directora editorial de Random House Mondadori, y al editor Gonzalo Eltesch por todo el aporte y estímulo permanente que me dieron en el proceso de edición.

A mi hija María Olivia Browne Mönckeberg, lectora acuciosa e incansable de los primeros originales.

A las periodistas Andrea Domedel y Cecilia Vargas por su constante colaboración en tareas de recopilación de información.

A mis colegas del Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI) de la Universidad de Chile, por el apoyo y entusiasmo brindado durante el año de elaboración de este libro. En especial a Faride Zerán, Ximena Póo, José Miguel Labrín, Roxana Pey, María Eugenia Domínguez y María Cecilia Bravo, por las conversaciones y reflexiones que muchas veces tuvimos sobre este «Señor de los infiernos».

A Sergio Erlandsen, mi marido, y a mis hijas e hijos por su comprensión y apoyo en esta tarea. A mis diecisiete nietos que no han podido disponer de tiempo libre con la abuela desde hace ya varios meses. Cuando algún día lean estas líneas, comprenderán que pensando en ellos y ellas, tuve la fuerza y energía para escribirlas.