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Capítulo 1: Incendio

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—Es una anciana encantadora, Christian. De verdad que sí. ¡Pero ha incendiado mi piso! —Se desahogó Ella con las lágrimas brillando en sus ojos—. Puso la comida congelada en el fuego, con la caja y todo, y salió de la cocina. Me dijo que en la caja ponía “calentar y listo” y fue exactamente lo que hizo —Ella soltó una risotada histérica—. ¿Cómo puedes discutir eso?

Ella había vuelto de un seminario que duraba dos días y se había encontrado con que todas sus pertenencias se habían chamuscado mientras estaba de viaje. Cada foto y recuerdo de su infancia, cada libro que había leído, cada carta de agradecimiento que había recibido desde que empezó a trabajar como trabajadora social cuatro años atrás. Todo aquello estaba en perfectas condiciones antes de marcharse el viernes anterior. Y en aquel momento se habían convertido en cenizas.

—Casi todo lo que tengo estaba en ese apartamento. Tengo ropa para dos días y después me quedaré sin ropa interior limpia —continuó hablando para intentar centrarse en los aspectos más prácticos de lo que había perdido, porque el valor sentimental de lo que había arrasado el fuego la mataba de pena.

—Hasta he perdido el vibrador. —Aquellas palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de que estaba hablando en voz alta, y un ligero rubor nació en sus mejillas.

—Está bien, El. Nos recuperaremos pronto. He mandado a alguien que venga mañana a primera hora para ver si se puede salvar algo. —Christian la apretujó más entre sus brazos.

—Oh, no, no puedo aceptarlo —respondió Ella con mucha rapidez porque siempre se sentía incómoda por aceptar favores de cualquiera, incluso de uno de sus mejores amigos como era el caso. Y aunque la gente la tachara de terca y cabezota, de verdad pensaba que su determinación de no aceptar limosnas era lo que había ayudado a mantener la amistad con Christian todos aquellos años. Se habían convertido en buenos amigos desde los primeros años de universidad. No obstante en el último año, Christian y su buen amigo Lucas habían inventado un programa de ordenador que les había proporcionado una buena fortuna. Ella no tenía ni idea del dinero exacto que tenían los dos, ni mostraba ningún interés en tratar de averiguarlo, pero a juzgar por las enormes mansiones, los cochazos de lujo y la pasta que se gastaban en todo, no sería una locura llamarlos multimillonarios.

—Estaré bien si no te importa que te invada el sofá solo un par de días —consintió porque sus opciones se dividían en lo que acababa de aceptar o en dilapidar los pocos ahorros que le quedaban en una habitación de hotel.

—¡Tengo seis habitaciones libres y crees que te voy a dejar que invadas mi sofá! —respondió Christian con una sonrisa en el rostro.

Tenía unos labios increíbles, tuvo que admitir Ella. En realidad pensaba que todo Christian era completamente alucinante. Desde su físico, alto y musculoso, y su apariencia ruda hasta su lado más tierno, la cantidad de dinero que había donado a las organizaciones benéficas en las que ella estaba involucrada y las horas que había pasado ayudando con sus propias manos en obras de caridad y proyectos comunitarios. Al principio había fantaseado con tener una relación romántica con Christian, pero no podía poner en peligro su amistad. Además, no creía que fuera su tipo porque siempre quedaba con rubias explosivas o morenas delgaditas. A pesar de que Ella siempre había estado orgullosa de su belleza femenina, tenía más curvas que las modelos huesudas que se habían puesto tanto de moda. Aun así, nunca había necesitado llamar la atención de los hombres, puesto que sus rasgos delicados, su sedoso cabello largo de color caoba y sus prominentes senos llamaban la atención adondequiera de fuese.

En aquel momento se abrió la puerta y sacó a Ella de sus elucubraciones. Desde donde estaba podía ver a Lucas cruzar el umbral hacia el vestíbulo.

Al principio Lucas se detuvo y se quedó mirando a Christian y a Ella sin mediar palabra, extrañado evidentemente por la familiaridad excesiva con la que se abrazaban. Ella se apartó y limpió las lágrimas que había dejado en el brazo de Christian. La expresión de Lucas cambió de la duda a la preocupación.

—¿Qué ha pasado, Ella? —preguntó mientras cruzaba la habitación en nanosegundos.

—Nada, un pequeño incendio —dijo riendo con ironía mientras se secaba las lágrimas de las mejillas. Cuando vio que no decía nada más, Lucas preguntó a Christian, que le informó del desafortunado incidente.

—Estamos para lo que necesites, Ella. Ya lo sabes, ¿no? —preguntó para reafirmar su voluntad de ayudar porque sabía, como Christian, que a ella no le gustaba pedir favores.

—Sí, lo sé. Gracias —respondió y se acercó a darle un beso en la mejilla, pero con cuidado para no estropearle el traje tan caro que llevaba. Aunque no era más pretencioso que Christian, Lucas parecía un hombre de negocios adinerado más que un chico malo. Ya había crecido en un entorno con dinero y estaba acostumbrado a ello, aunque en la lista de Ella para buscar el hombre perfecto como pareja romántica estaba unos puestos más abajo. Aun así era un amigo maravilloso.

—¿Qué me dirías si nos vamos unos cuantos días por ahí? —preguntó Christian de repente y añadió al instante—: Piénsatelo antes de poner pegas, El. No tenemos por qué ir a ningún extravagante resort de cinco estrellas ni contratar un avión privado para ir a Venecia. ¿Qué tal unos días en Belice o un fin de semana de esquí? —propuso Christian para intentar restarle importancia a la extravagancia de su sugerencia.

Ella permaneció en silencio unos instantes mientras consideraba la propuesta de Christian, puesto que sabía que lo hacía con toda la buena intención del mundo, pero se sentía mal por tener que aceptar la ayuda o los favores de otros. Solo Dios sabía que no podía gastarse ese pastón en una frivolidad como aquella. Aunque le vino una idea a la cabeza. No era lo que esperaban sus dos amigos, pero de todas formas seguía siendo una escapada de fin de semana que estaba al alcance de su bolsillo.

—De acuerdo, Christian. Me gusta la idea de unas vacaciones improvisadas, pero lo haremos a mi manera —empezó a decir al mismo tiempo que los dos hombres levantaban las cejas a la vez como respuesta a su vaga proposición, aunque sin decir ni una palabra.

Se calló un instante para darle más emoción al asunto mientras dibujaba una sonrisa pícara en su rostro.

—¡Vámonos de acampada!

Y los dos siguieron sin decir ni pío. Suponía que no les encantaría la propuesta, pero estaba lejos de ser la verdadera razón por la que guardaban silencio, atónitos.

—Mmm, El, sabes que ir de acampada significa que tienes que dormir en el suelo, que tienes que cocinar en un fuego, que no hay agua corriente ni comodidades... —dijo Christian de forma cautelosa.

—Ya lo sé, pero soy capaz de lidiar con ello un par de días —bromeó, aunque esperaba tener razón. De hecho, nunca en la vida había pasado ni una noche de acampada—. Un fin de semana solo con tiendas de campaña, neveras portátiles y repelentes de mosquitos. Sin artefactos, sin chismes y por supuesto... ¡sin trabajo! —Miró a los dos hombres intencionadamente, porque sabía que ambos se llevaban trabajo a casa (y a dondequiera que fuesen) como norma general.

Nadie habló durante unos momentos.

—De acuerdo, si puedes tú, podemos nosotros, El —respondió al final Christian con una sonrisa extraña y traviesa que le hacía más atractivo. Aunque su mirada diabólica en aquellos ojos de color verde claro encendía todas las alarmas. Seguro que estaba tramando algo, aunque no podía imaginar qué era.

Habiendo confirmado su pacto, los pensamientos de Ella discurrieron por otros derroteros, ya que intentaba calcular cuánto necesitaba sacar de su cuenta corriente para comprar una tienda de campaña, una nevera portátil y demás parafernalia que necesitara. Aunque ya había empezado a considerar si en realidad estaba hecha para la acampada, debía utilizar aquella excusa como una vía para escapar del problema de su casa rostizada y era la única idea que podía llevar a cabo sin ayuda. Perdida en sus pensamientos, se levantó, abrazó a sus amigos una vez más, les agradeció todo su apoyo y se digirió hacia la puerta principal de la casa.

—¿A dónde vas? —le preguntó Lucas, sonriente.

—Tengo que buscar los bártulos para acampar, chicos. Tengo menos de una semana de vacaciones, así que, ¿qué os parece si hago la reserva para el miércoles y nos tomamos un fin de semana largo? —Ella todavía estaba devastada por el fuego, pero sabía que no era el fin del mundo y podía dejar a un lado aquel problema durante unos días. Con la perspectiva de una nueva aventura con sus dos mejores amigos se estaba poniendo de mejor humor por momentos.

—Te llevo —se ofreció Lucas a la vez que se dirigía hacia la puerta de forma apresurada—. Nos vemos, Christian —los dos se despidieron de él y Lucas cerró la puerta tras ellos.

Christian se repantigó en el sofá y extendió sus brazos por el respaldo. En el momento en que Ella propuso una acampada para los tres empezó a maquinar un plan. Él no era un tipo demasiado taimado, pero había deseado a aquella mujer durante mucho tiempo. De hecho, desde la primera vez que la vio. Por aquel entonces, cuando se conocieron, Ella tenía una relación con uno de sus mejores amigos, aunque deseó que una vez que el otro estuvo fuera de juego ella hubiera mostrado algo de interés por él. Pero ya había sido relegado a la categoría de amigo y desde entonces observó cómo su mejor amiga saltaba de una relación a otra, a cada cual peor. A veces le volvía loco, aunque ella parecía contentarse con lo que tenían. Al menos lo parecía hasta hacía poco tiempo. Había notado la forma en la que lo miraba últimamente, cómo detenía la mirada en sus labios o en su cuerpo descamisado cuando pensaba que no la estaba viendo.

Christian estaba seguro de que Ella estaba atrapada en una rutina metafórica. Salían juntos a los mismos lugares, iban a los mismos restaurantes y hacían las mismas cosas que habían hecho como amigos, así que solo podía verlo como amigo en aquel contexto. Si pudiera sacarla de su zona de confort, a lo mejor se daría cuenta de lo que se había perdido todo aquel tiempo.

Por desgracia no era el único que deseaba a Ella. Sin duda sabía que Lucas también quería a su mejor amiga, cosa que complicaba la situación. Por supuesto, con su plan en marcha, si tenía que compartir la diversión con Lucas, que así fuera. Mucho más excitante sería la experiencia para Ella.