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LA LÍRICA PATRIÓTICA

NO SOLAMENTE SE ILUSTRARON GRÁFICAMENTE los hechos del 2 de mayo, sino que también inspiraron a diversos vates más o menos comprometidos con el oficio. También es cierto que hubo muchos dichos populares de cierto lirismo atribuidos algunos a autores de la época, pero realmente anónimos.

Conocemos a cuatro poetas que asumieron la tarea de alabar el ardor patriótico de aquellos días o resaltar hechos y gestas. Hablaremos de sus vidas y pondremos un ejemplo de su obra relacionada con nuestro tema.

 

Manuel José Quintana, madrileño, nacido el 11 de abril de 1772. Estudió en Salamanca y fue abogado en Madrid. Siguió la inspiración de Jovellanos y escribió diversos poemas con aires formales. Fue muy crítico con Napoleón, al que tachó de «opresor de Europa». Perteneció a la Real Academia Española de San Fernando desde 1814.

La represión del levantamiento le puso contra los franceses. A la vuelta del «Deseado» Manuel fue perseguido hasta el fallecimiento del rey. Después se le rindieron todos los honores, incluida una medalla concedida por Isabel II en 1855. Murió dos años después.

 

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MANUEL JOSÉ QUINTANA:
A España, después de la revolución de marzo

¿Qué era, decidme, la nación que un día

reina del mundo proclamó el destino,

la que a todas las zonas extendía

su cetro de oro y su blasón divino?

Volábase a Occidente,

y el vasto mar Atlántico sembrado

se hallaba de su gloria y su fortuna.

Doquiera España; en el preciado seno

de América, en el Asia, en los confines

del África, allí España. El soberano

vuelo de la atrevida fantasía

para abarcarla se cansaba en vano;

la tierra sus mineros le rendía,

sus perlas y coral el Océano.

Y donde quiera que revolver sus olas

él intentase, a quebrantar su furia

siempre encontraba costas españolas.

Ora en el cieno del oprobio hundida,

abandonada a la insolencia ajena,

como esclava en mercado, ya aguardaba

la ruda argolla y la servil cadena.

¡Qué de plagas, oh Dios! Su aliento impuro

la pestilente fiebre respirando,

infestó el aire, emponzoñó la vida;

el hambre enflaquecida

tendió los brazos lívidos, ahogando

cuanto el contagio perdonó; tres veces

de Jano el templo abrimos,

y a la trompa de Marte aliento dimos;

tres veces, ¡ay!, los dioses tutelares

su escudo nos negaron, y nos vimos

rotos en tierra y rotos en los mares.

¿Qué en tanto tiempo viste

por tus inmensos términos, oh Iberia?

¿Qué viste ya, sino funesto luto,

honda tristeza, sin igual miseria,

de tu vil servidumbre acerbo fruto?

Así, rota la vela, abierto el lado,

pobre bajel, a naufragar camina,

de tormenta en tormenta despeñado,

por los yermos del mar; ya ni en su popa

las guirnaldas se ven que antes le ornaban,

ni, en señal de esperanza y de contento,

la flámula riendo al aire ondea.

Cesó en su dulce canto el pasajero,

ahogó su vocerío

el ronco marinero,

terror de muerte en torno le rodea,

terror de muerte silenciosos y frío;

y él va a estrellarse al áspero bajío.

Llega el momento, en fin; tiende su mano

el tirano del mundo al Occidente,

y fiero exclama: «El Occidente es mío.

Bárbaro gozo en su ceñuda frente

resplandeció, como en el seno oscuro

de nube tormentosa en el estío

relámpago fugaz brilla un momento

que añade horror con su fulgor sombrío.

Sus guerreros feroces

con gritos de soberbia el viento llenan;

gimen los yunques, los martillos suenan;

arden las forjas. ¡Oh, vergüenza! ¿Acaso

pensáis que espadas son para el combate

las que mueven sus manos codiciosas?

No en tanto os estiméis; grillos, esposas

cadenas son que en vergonzosos lazos

por siempre amarren tan inertes brazos.

Estremeciose España

del indigno rumor que cerca oía,

y al gran impulso de su justa saña

rompió el volcán que en su interior hervía.

Sus déspotas antiguos,

consternados y pálidos se esconden;

resuena el eco de venganza en torno,

y del Tajo las márgenes responden:

«¡Venganza!» ¿Dónde están, sagrado río,

los colosos de oprobio y de vergüenza

que nuestro bien en su insolencia ahogaban?

Su gloria fue, nuestro esplendor comienza;

y tú, orgulloso y fiero,

viendo que aún hay Castilla y castellanos,

precipitas al mar tus rubias ondas,

diciendo: «Ya acabaron los tiranos.»

¡Oh triunfo! ¡Oh gloria! ¡Oh celestial momento!

¿Con qué puede ya dar el labio mío

el nombre augusto de la patria al viento?

Yo le daré; mas no en el arpa de oro

que mi cantar sonoro

acompañó hasta aquí; no aprisionado

en estrecho recinto, en que se apoca

el numen en el pecho

y el aliento fatídico en la boca.

Desenterrad la lira de Tirteo,

y el aire abierto a la radiante lumbre

del sol, en la alta cumbre

del riscoso y pinífero Fuenfría,

allí volaré yo, y allí cantando

con voz que atruene en derredor la sierra,

lanzaré por los campos castellanos

los ecos de la gloria y de la guerra.

¡Guerra, nombre tremendo, ahora sublime,

único asilo y sacrosanto escudo

al ímpetu sañudo

del fiero Atila que a Occidente oprime

¡Guerra, guerra, españoles! Es el Betis;

ved del Tercer Fernando alzarse airada

la augusta sombra; su divina frente

mostrar Gonzalo en la imperial Granada;

blandir el Cid su centelleante espada,

y allá sobre los altos Pirineos,

del hijo de Jimena

animarse los miembros giganteos.

En torvo ceño y desdeñosa pena,

ved cómo cruzan por los aires vanos;

y el valor exhalando que se encierra

dentro del hueco de sus tumbas frías,

en fiera y ronca voz pronuncian: «¡guerra!»

¡Pues qué! ¿Con faz serena

vierais los campos devastar opimos,

eterno objeto de ambición ajena,

herencia inmensa que afanando os dimos?

Despertad, raza de héroes; el momento

llegó ya de arrojarse a la victoria:

que vuestro nombre eclipse nuestro nombre,

que vuestra gloria humille nuestra gloria.

No ha sido en el gran día

el altar de la patria alzado en vano

por vuestra mano fuerte.

Juradlo, ella os lo manda: «¡Antes la muerte

que consentir jamás ningún tirano!»

Si, yo lo juro, venerables sombras;

yo lo juro también, y en este instante

ya me siento mayor. Dadme una lanza,

ceñidme el casco fiero y refulgente;

volemos al combate, a la venganza;

y el que niegue su pecho a la esperanza,

hunda en el polvo la cobarde frente.

Tal vez el gran torrente

de la devastación en su carrera

me llevará. ¿Qué importa? ¿No iré, expirando,

a encontrar nuestros ínclitos mayores?

«¡Salud, oh padres de la patria mía,

yo les diré, salud! La heroica España

de entre el estrago universal y los horrores

levanta la cabeza ensangrentada,

y vencedora de su mal destino,

vuelve a dar a la tierra amedrentada

su cetro de oro y su blasón divino».

 

(Escrita en abril de 1808)

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Alegoría del Madrid del 2 de mayo.

 

Juan Nicasio Gallego. Zamora fue su cuna el 14 de diciembre de 1777. Fue escritor erudito que conocía el latín y había estudiado humanidades. Doctor en Filosofía, Derecho Civil y Canónico fue amigo de Meléndez Valdés. Ejerció como sacerdote madrileño y amigo de Quintana y Cienfuegos.

El 2 de mayo era capellán de Palacio y dejó que su pluma corriese abundantemente. Esperó la llegada de Fernando VII en Andalucía y luego volvió para que éste le persiguiese con gran empeño hasta que consiguió meterlo en prisión dieciocho meses y que fuese mandado a la Cartuja de Jerez durante cuatro años. En 1820 salió como el resto de patriotas a quien el indigno rey Fernando había atacado por ayudarle. Murió en 1852 como consecuencia de una enfermedad que arrastraba desde que había tenido un accidente en la Plaza de Oriente.

 

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Juan Nicasio Gallego.
Grabado de la Biblioteca Nacional.

 

JUAN NICASIO GALLEGO: El dos de mayo

Noche, lóbrega noche, eterno asilo
Del miserable que esquivando el sueño
Profundas penas en silencio gime,
No desdeñes mi voz; letal beleño
Presta a mis sienes, y en tu horror sublime
Empapada la ardiente fantasía,
Da a mi pincel fatídicos colores,
Con que el tremendo día
Trace el fulgor de vengadora tea,
Y el odio irrite de la patria mía,
Y escándalo y terror al orbe sea.

 

¡Día de execración! La destructora
Mano del tiempo le arrojó al averno:
Mas ¿quién el sempiterno
Clamor con que los ecos importuna
La madre España en enlutado arreo
Podrá atajar? Junto al sepulcro frío,
Al pálido lucir de opaca luna,
Entre cipreses fúnebre la veo:
Trémula, yerta, y desceñido el manto,
Los ojos moribundos
Al cielo vuelve que le oculta el llanto:
Roto y sin brillo el cetro de dos mundos
Yace entre el polvo, y el león guerrero
Lanza a sus pies rugido lastimero.

 

¡Ay! Que cual débil planta
Que agosta en su furor hórrido viento,

 

De víctimas sin cuento
Lloró la destrucción Mantua afligida!
Yo vi, yo vi su juventud florida
Correr inerme al huésped ominoso.
Mas ¿qué su generoso
Esfuerzo pudo? El pérfido caudillo,
En quien su honor y su defensa fía,
La condenó Al cuchillo.
¿Quién ¡ay! La alevosía,
La horrible asolación habrá que cuente,
Que hollando de amistad los santos fueros,
Hizo furioso en la indefensa gente
Ese tropel de tigres carniceros?

 

Por las henchidas calles
Gritando se despeña
La infame turba que abrigó en su seno.
Rueda allá rechinando la cureña,
Acá retumba el espantoso trueno,
Allí el joven lozano,
El mendigo infeliz, el venerable
Sacerdote pacífico, el anciano
Que con su arada faz respeto imprime,
Juntos amarra en su dogal tirano.
En balde, en balde gime
De los duros satélites en torno
La triste madre, la aflijida esposa,
Con doliente clamor: la pavorosa
Fatal descarga suena,
Que a luto y llanto eterno las condena.

 

¡Cuánta escena de muerte! ¡Cuánto estrago!
¡Cuántos ayes doquier! Despavorido

 

Mirad ese infelice
Quejarse al adalid empedernido
De otra cuadrilla atroz. ¡Ah! «¿Qué te hice?,
Exclama el triste en lágrimas deshecho:
Mi pan y mi mansión partí contigo;
Te abrí mis brazos, te cedí mi lecho,
Templé tu sed y me llamé tu amigo.
¿Y ora pagar podrás nuestro hospedaje
Sincero, franco, sin doblez ni engaño,
Con dura muerte y con indigno ultraje?»
¡Perdido suplicar! ¡inútil ruego!
El monstruo infame a sus ministros mira,
Y con tremenda voz gritando ¡fuego!,
Tinto en su sangre el infeliz expira.

 

Y en tanto, ¿do se esconden?,
Do están, oh cara patria, tus soldados,
Que a tu clamor de muerte no responde?
Presos, encarcelados
Por jefes sin honor que, haciendo alarde
De su perfidia y dolo,
A merced de los vándalos te dejan,
Como entre hierros el león, forcejean
Con inútil afán... Vosotros sólo
Fuerte Daoiz, intrépido Velarde,
Que osando resistir al gran torrente,
Dar supisteis en flor la dulce vida
Con firme pecho y con serena frente.
Si de mi libre musa
Jamás el eco adormeció a tiranos,
Ni vil lisonja emponzoñó su aliento,
Allá del alto asiento

 

A que la acción magnánima os eleva,
El himno oíd que a vuestro nombre entona,
Mientras la fama aligera le lleva
Del mar del hielo a la abrasada zona.

 

Mas ¡ay! Que en tanto sus funestas alas
Por la opresa metrópoli tendiendo,
La yerma asolación sus plazas cubre!
Y al áspero silbar de ardientes balas,
Y al ronco son de los preñados bronces,
Nuevo fragor y estrépito sucede.
¿Oís como rompiendo
De moradores tímidos las puertas,
Caen estallando de los fuertes goznes?
¡Con qué espantoso estruendo
Los dueños buscan que medrosos huyen!
Cuanto encuentran destruyen
Bramando los atroces forajidos,
Que el robo infame y la matanza ciegan.
¿No veis cual se despliegan
Penetrando en los hondos aposentos,
De sangre y oro y lágrimas sedientos?

 

Rompen, talan, destrozan
Cuanto se ofrece a su sangrienta espada.
Aquí matando al dueño se alborozan,
Hieren allí su esposa acongojada;
La familia asolada
Yace expirando, y con feroz sonrisa
Sorben voraces el fatal tesoro.
Mustio el dulce carmín de su mejilla
Y en su frente marchita la azucena,

 

Con voz turbada y anhelante lloro
De su verdugo ante los pies se humilla
Tímida virgen de amargura llena;
Mas con furor de hiena,
Alzando el corvo alfanje damasquino,
Hiende su cuello el bárbaro asesino.

 

¡Horrible atrocidad!... ¡Treguas, oh Musa,
Que ya la voz rehúsa,
Embargada en suspiros mi garganta!
Y en ignominia tanta,
¿Será que rinda el español bizarro
La indómita cerviz a la cadena?
No; que ya en torno suena
De Palas fiera el sangriento carro,
Y el látigo estallante
Los caballos flamígeros hostiga.
Ya el duro peto y el arnés brillante
Visten los fuertes hijos de Pelayo.
Fuego arrojó su ruginoso acero:
¡Venganza y guerra!, resonó en su tumba;
¡Venganza y guerra!, repitió Moncayo,
Y al grito heroico que los aires zumba,
¡Venganza y guerra!, claman Turia y Duero.
Guadalquivir guerrero
Alza al bélico sol la regia frente,
Y del Patrón valiente
Blandiendo activo la nudosa lanza,
Corre gritando al mar: ¡Guerra y venganza!

 

Vosotras, oh infelices
Sombras de aquellos que la fiel cuchilla

 

Robó a sus lares, y en fugaz gemido
Cruzáis los anchos campos de Castilla,
La heroica España, en tanto que al bandido
Que a fuego y sangre, de insolencia ciego,
Brindó felicidad, a sangre y fuego
Le retribuye el don, sabrá piadosa
Daros solemne y noble monumento.
Allí, en padrón cruento
De oprobio y mengua, que perpetuo dure,
La vil traición del déspota se lea;
Y altar eterno sea
Donde todo español al monstruo jure
Rencor de muerte que en sus venas cunda,
Y a cien generaciones se difunda.

 

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Goya: Fernando VII. El «Deseado», terminó por ser el mayor azote de sus propios partidarios.

 

Bernardo López García, jienense, nació el 11 de noviembre de 1838, con lo que los hechos de Madrid le quedaban lejos. Sin embargo a él pertenece el poema más famoso dedicado al infausto día, que presentamos aquí.

Políticamente fue contrario a la corona y revolucionario que fue perseguido por Isabel II tras los sucesos de Loja. Murió en Madrid el 15 de noviembre de 1870.

 

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Bernardo López García.

BERNARDO LÓPEZ GARCÍA: Al 2 de mayo

Oigo, patria, tu aflicción,

y escucho el triste concierto

que forman tocando a muerto,

la campana y el cañón;

sobre tu invicto pendón

miro flotantes crespones,

y oigo alzarse a otras regiones

en estrofas funerarias,

de la iglesia las plegarias,

y del arte las canciones.

 

Lloras, porque te insultaron

los que su amor te ofrecieron...

¡a ti, a quien siempre temieron

porque tu gloria admiraron:

a ti, por quien se inclinaron

los mundos de zona a zona;

a ti, soberbia matrona

que libre de extraño yugo,

no has tenido más verdugo

que el peso de tu corona...!

 

Do quiera la mente mía

sus alas rápidas lleva,

allí un sepulcro se eleva

cantando tu valentía;

desde la cumbre bravía

que el sol indio tornasola,

hasta el África , que inmola

sus hijos en torpe guerra,

¡no hay un puñado de tierra

sin una tumba española!...

 

Tembló el orbe a tus legiones,

y de la espantosa esfera

sujetaron la carrera

las garras de tus leones;

nadie humilló tus pendones

ni te arrancó la victoria;

pues de tu gigante gloria

no cabe el rayo fecundo,

ni en los ámbitos del mundo,

ni en el libro de la historia.

 

Siempre en lucha desigual

cantan tu invicta arrogancia,

Sagunto, Cádiz, Numancia,

Zaragoza y San Marcial;

en tu suelo virginal

no arraigan extraños fueros;

porque indómitos y fieros,

saben hacer tus vasallos,

frenos para sus caballos

con los cetros extranjeros...

 

Y aun hubo en la tierra un hombre,

que osó profanar tu manto...

¡Espacio falta a mi canto

para maldecir su nombre!...

Sin que el recuerdo me asombre

con ansia abriré la historia;

presta luz a mi memoria,

y el mundo y la patria a coro,

oirán el himno sonoro

de tus recuerdos de gloria.

 

Aquel genio de ambición

que en su delirio profundo

captando guerra, hizo al mundo

sepulcro de su nación,

hirió al ibero león

ansiando a España regir;

y no llegó a percibir,

ebrio de orgullo y poder,

que no puede esclavo ser,

pueblo que sabe morir.

 

¡Guerra! clamó ante el altar

el sacerdote con ira;

¡guerra! repitió la lira

con indómito cantar:

¡guerra! gritó al despertar

el pueblo que al mundo aterra;

y cuando en hispana tierra

pasos extraños se oyeron,

hasta las tumbas se abrieron

gritando: ¡Venganza y guerra!...

 

La virgen con patrio ardor

ansiosa salta del lecho;

el niño bebe en su pecho

odio a muerte al invasor;

la madre mata su amor,

y cuando calmado está

grita al hijo que se va:

“¡Pues que la patria lo quiere,

lánzate al combate, y muere:

tu madre te vengará!...”

 

Y suenan patrias canciones

cantando santos deberes;

y van roncas las mujeres

empujando los cañones;

al pie de libres pendones

el grito de patria zumba

y el rudo cañón retumba,

y el vil invasor se aterra,

y al suelo le falta tierra

para cubrir tanta tumba!...

 

***

 

Mártires de la lealtad

que del honor al arrullo

fuisteis de la patria orgullo

y honra de la humanidad...

en la tumba descansad,

que el valiente pueblo ibero

jura con rostro altanero

que hasta que España sucumba,

no pisará vuestra tumba

la planta del extranjero.

 

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Juan Bautista Arriaza y Superviela. «Gato» genuino, había nacido en el año 1790, y fue militar, aunque el día trágico estaba retirado. Publicó en Londres en 1810 Poesías patrióticas, que tuvo varias reediciones. Fue un destacado fernandista. Falleció en 1837.

 

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(Con motivo de la victoria de Bailén.
Le puso música Fernando Sor
)

Venid, vencedores,
de la Patria honor,
recibid el premio
de tanto valor.
Tomad los laureles
que habéis merecido
los que os han rendido
Moncey y Dupont.

 

Vosotros, que fieles
habéis acudido
al primer gemido
de nuestra opresión.

 

Dupont, terror del Norte,
fue vencido en Bailén
y todos sus secuaces
prisioneros con él.
Toda la Francia junta
llorará este baldón.
Al son de la Carmañola
¡Muera Napoleón!

 

(Cantado en Madrid, el 23 de agosto de 1809)

Los tres tienen hoy calle en Madrid en recuerdo de su obra y compromiso.

 

LOS SONES OLVIDADOS

ALGUNAS CANCIONES POPULARES de las que se cantaron en aquellos días se han ido perdiendo sin nadie que las transmitiera. El trabajo de algunos documentalistas, como Francisco Olmeda, nos permite hoy conocerlas. Fueron cantadas recientemente por el trovador zamorano Joaquín Díaz y se pueden encontrar en la página web de su Fundación (http://www.funjdiaz.net).

Existen otras versiones de algunas de las canciones halladas en otros archivos y documentos. Traemos aquí algunas de ellas por su extraordinario interés a la hora de entender cómo pensaba el pueblo en aquellos días, cuáles eran sus sensibilidades, y cómo utilizaban este medio para decir cosas que no se podían decir por ningún otro, aunque las más de las veces no les entendieran.

Son notables dos cosas. La primera, el tono burlesco con el que se hizo escarnio de personajes como José I Bonaparte, al que se le tilda de borracho frecuentemente —no en vano le quedó el apodo que figura en la primera canción, Pepe Botella—. A Fernando VII, en principio la esperanza de los españoles, se le trata con cariño, pero posteriormente las burlas también se dirigen hacia él, llamándole «narizotas», por ejemplo.

Los sentimientos patrióticos son entonces muy fuertes, y se manifiestan a través del odio a los franceses y a quienes abogan por ellos, los llamados «afrancesados». Son cantos de llamada y arenga al sacrificio individual y colectivo para liberar una patria oprimida, pero sobre todo humillada.

Se emplearon la mayoría de los géneros que aún sobreviven, desde la soleá a la sardana, pasando por el fandanguillo. Otros, como las tiranas (por las frases ¡Ay tirana, ay tirana!) y jácaras (evolución de las jarchas árabes), han desaparecido prácticamente desde entonces, aunque han influido en otros géneros musicales.

Una de las características principales de las letras es la improvisación, que las convierte en alocuciones sencillas, aunque cargadas de fuerte contenido simbólico para quienes las emplearon en contra de los franceses como si fueran un arma más.

 

Pepe Botellas (1809)

Pepe Botella
baja al despacho;
No puedo ahora,
que estoy borracho.

 

Anoche, Pepe Botellas,
anoche se emborrachó
y le decía su hermano:
borracho, tunante, perdido, ladrón.

 

Ya se fue por las Ventas
el rey Pepino,
con un par de botellas
para el camino.

 

En tu cuerpo han entrado
tantas bodegas,
que hasta el vino tienes
El alma llena;
de lo que infiero
que de cántaro el alma
tiene tu cuerpo.

 

Pierde cuidado, Pepe,
que aunque no quieras,
has de ser rey de España
por tus botellas,
pues ellas solas
te harán de tus estados
gran rey de copas.

 

Marqués de la Romana (1810)

Marqués de la Romana
Por Dios te pido
Que saques a los franceses
De Ciudad Rodrigo
Marqués de la Romana
Por Dios te ruego
Que saques a los franceses
A sangre y fuego.
—-

(A la que se puede añadir otra estrofa)

 

Napoleón Bonaparte
¿qué tal te parece España?
Ya tienes en tu presencia
Al Marqués de La Romana.

A los afrancesados

ahora es la hora,
que quieran que no quieran,
de echar la mosca.

 

Yo no los nombro
a ninguno de ellos,
ni los conozco.

 

Andaluces, alerta
con los cañones,
no temáis a la Francia,
ni a los traidores;
pero alentarse
porque todos los días
van a la cárcel.

 

¿Quién podría en Sevilla
tener un doblón
cuando vivía en ella
tan fino Ladrón?
Es más ventaja
ser ladrón de dinero
que de Guevara.

 

La siguiente fue muy famosa y popular, lo que la llevó a ser cantada por mucha gente, como nos recuerda Ramón de Mesonero Romanos en Memorias de un setentón. Incluso, con diversas modificaciones fue recordada hasta mediados del siglo XX.

Hoy día, la frase «esto es Juan (Juana) y Manuela», ha quedado como forma de referirse a lo que es totalmente inútil, en memoria de cómo querían los madrileños con ella que los franceses dejaran volver a Fernando VII, sin resultado alguno. Entre otras cosas, porque no entendían la ironía que contenía.

 

Juana y Manuela (1815?)

Cuando el rey don Fernando, larena,
Va a la Florida
Juana y Manuela, va a la Florida
Hasta los pajarillos
Le dicen: ¡Viva Prenda!

 

Cuando el rey don Fernando, larena
Sale en calesa
Juana y Manuela, sale en calesa
Todas las madrileñas
Se me embelesan ¡Prenda!

UNA CANCIÓN QUE HA
SOBREVIVIDO DOS SIGLOS

¿Se canta hoy alguna canción de aquellos días?

Pues sí…, y además todo el mundo la conoce y quizá la ha entonado alguna vez o escuchado a Juanita Reina en la película Lola La Piconera (1952), dirigida por Ricardo Blasco y Luis Lucía. Existe otra versión famosa cantada por Lolita Sevilla.

 

Veamos:

Versión popular actualizada:

 

Váyanse los franceses
en hora mala,
que Cádiz no se rinde,
ni sus murallas.

 

Con las bombas que tiran los
fanfarrones
se hacen las gaditanas
tirabuzones

 

Que las hembras cabales en
esta tierra
cuando nacen ya vienen
pidiendo guerra

 

Y se ríen alegres
de los mostachos
y de los morriones
de los gabachos

 

Versión recogida en
cancioneros antiguos:

 

Marica (1812)

Con las bombas que tiran
Los valentones
Hacen las gaditanas
Tirabuzones.

 

Traile Marica traile
a Napoleón
Verás como le damos
La constitución.