WikiLeaks ha demostrado ser un escándalo aparente en lo que tiene que ver con los contenidos, mientras que ha sido y será algo más en cuanto a las formas, pues, como veremos, ha inaugurado una nueva época histórica.
Un escándalo es aparente cuando lleva al nivel del discurso público lo que todos sabían y comentaban de forma más privada, eso que no pasaba del nivel del chismorreo, por decirlo de alguna manera, solo por razones de hipocresía (por ejemplo, los cotilleos sobre un adulterio). Cualquier persona, no digo enterada de los asuntos de la diplomacia, sino que haya visto películas de intriga internacional, sabe perfectamente que, por lo menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, o sea, desde que los jefes de Estado pueden llamarse por teléfono o tomar un avión para verse para cenar, las embajadas han perdido su función diplomática (¿se le envió un embajador de uniforme a declararle la guerra a Sadam?) y, en los casos más evidentes, salvo pequeños ejercicios de representación, se han transformado en centros de documentación sobre el país anfitrión (y cuando el embajador es bueno realiza el trabajo de sociólogo y de politólogo), mientras que en los casos más reservados las embajadas son auténticas centrales de espionaje.
Sin embargo, haberlo declarado en voz alta ha obligado a la diplomacia estadounidense a admitir que es verdad y, por lo tanto, a sufrir una pérdida de imagen en el plano de las formas. Con la curiosa consecuencia de que esta pérdida, fuga, goteo de noticias reservadas, más que perjudicar a las presuntas víctimas (Berlusconi, Sarkozy, Gaddafi o Merkel), ha perjudicado al presunto verdugo, es decir, a la pobre señora Clinton, que probablemente se limitaba a recibir los mensajes que los funcionarios de embajada le enviaban por deber profesional, visto que se les paga exclusivamente para eso. Que, al fin y al cabo y según todas las evidencias, es lo que Assange quería, puesto que era al gobierno estadounidense al que tenía atravesado, no al gobierno de Berlusconi.
¿Por qué no ha afectado a las víctimas, como no sea superficialmente? Porque, como todos habrán notado, los famosos mensajes secretos eran puros «ecos de la prensa», y se limitaban a referir lo que todos en Europa sabían y decían, y que incluso en Estados Unidos ya se había publicado en el Newsweek. Por lo tanto, los informes secretos eran como los informes que los gabinetes de prensa de una empresa mandan al consejero delegado, que, teniendo en cuenta todo lo que tiene que hacer no puede leer también los periódicos.
Es evidente que los informes enviados a Hillary Clinton, al no informar de cosas secretas, no eran notas del espionaje. Ahora bien, aunque se hubiera tratado de noticias aparentemente más reservadas, como el hecho de que Berlusconi tiene intereses privados en los negocios del gas ruso, también en este caso (ya sea verdadero o falso) las notas repetirían solo lo que comentaban los que hablan de política en el bar, los famosos «estrategas de café», como se los denominaba en los tiempos del fascismo.
Lo cual confirma otra cosa que sabemos perfectamente. Es decir, que todo dosier elaborado por unos servicios secretos (de cualquier nación) está hecho con material que ya es de dominio público. Las «extraordinarias» revelaciones estadounidenses sobre las noches de juerga de Berlusconi referían lo que desde hacía meses podía leerse en cualquier periódico italiano (excepto dos), y las manías de sátrapa de Gaddafieran desde hacía tiempo tema —por lo demás bastante manido— para los caricaturistas.
La regla por la que los expedientes secretos deben confeccionarse solo con noticias ya conocidas es esencial para la dinámica de los servicios secretos, y no solo en este siglo. Y es esa misma regla según la cual si ustedes van a una librería dedicada a publicaciones esotéricas, ven que cada libro nuevo (sobre el Grial, sobre el misterio de Rennes-le-Château, sobre los Templarios o sobre los Rosa-Cruz) repite exactamente lo que ponía en los libros anteriores. No solo porque al autor de textos ocultistas no le gusta llevar a cabo investigaciones inéditas (ni sabría dónde buscar noticias sobre lo inexistente), sino porque los devotos del ocultismo creen solo en lo que ya saben y les confirma lo que ya conocían. Que es, al fin y al cabo, el mecanismo del éxito de Dan Brown.
Lo mismo sucede con los expedientes secretos. Perezoso el informador y perezoso, o de mente estrecha, el director de los servicios secretos, que considera verdadero solo lo que reconoce. Visto, pues, que los servicios secretos, de todos los países, no sirven para prever casos como el ataque a las Torres Gemelas (aunque si están regularmente desviados, en algunos casos incluso los producen) y solo archivan lo que ya se conocía, más valdría eliminarlos. Pero, con los tiempos que corren, eliminar más puestos de trabajo sería verdaderamente insensato.
Hemos dicho que si en cuanto a contenidos el escándalo era solo aparente, en el ámbito de las formas WikiLeaks ha inaugurado una nueva época histórica.
Pues bien, ningún gobierno en el mundo podrá alimentar ya áreas secretas, y no digo solo Estados Unidos sino ni siquiera San Marino o el Principado de Mónaco (quizá se salve solo Andorra), si sigue confiando las propias comunicaciones y los propios archivos reservados a Internet o a otras formas de memoria electrónica.
Intentemos captar la dimensión del fenómeno. Una vez, en los tiempos de Orwell, se podía concebir el Poder como un Gran Hermano que monitorizaba cada gesto de cada uno de sus súbditos, también y sobre todo cuando nadie se daba cuenta. El Gran Hermano televisivo es una pobre caricatura porque ahí todos pueden monitorizar lo que le pasa a un pequeño grupo de exhibicionistas que se reúnen precisamente para dejarse ver, por lo que el tema tiene un relieve meramente teatral o psiquiátrico. Ahora bien, lo que en los tiempos de Orwell aún era una profecía hoy en día se ha cumplido cabalmente, puesto que el Poder puede controlar todos los movimientos de los individuos a través de su teléfono móvil, todas las transacciones llevadas a cabo, los hoteles visitados, las autopistas recorridas mediante sus tarjetas de crédito, todas sus presencias en los supermercados a través de las televisiones de circuito cerrado, y un largo etcétera; de este modo, el ciudadano se ha convertido en víctima total del ojo de un Hermano Grandísimo.
Eso es lo que pensábamos al menos hasta ayer. Pero ahora se demuestra que ni siquiera los cuartos oscuros del Poder pueden escapar a la monitorización de un pirata informático, y, por lo tanto, la relación de monitorización deja de ser unidireccional y se vuelve circular. El Poder controla a todos y cada uno de los ciudadanos pero cada ciudadano, o en su lugar el pirata que se erige en su vengador, puede conocer todos los secretos del Poder.
Y aunque la gran masa de los ciudadanos no esté en condiciones de examinar y evaluar la cantidad de material que el pirata captura y difunde, aquí se dibuja un nuevo papel para la prensa (y ya lo está desempeñando en estos días): en lugar de dar cuenta de las noticias importantes —y antaño decidían los gobiernos cuáles eran las noticias de verdad importantes, al declarar una guerra, devaluar una moneda, firmar una alianza—, ahora decide autónomamente qué noticias deben volverse importantes y cuáles pueden ser calladas, negociando incluso (como ha sucedido) con el poder político qué «secretos» revelados comunicar y cuáles dejar a un lado.
(Habría que añadir que —visto que todos los informes secretos que alimentan odios y amistades de un gobierno proceden de artículos publicados o de confidencias de periodistas a un funcionario de embajada— la prensa está adquiriendo también otra función: una vez espiaba el mundo de las embajadas extranjeras para conocer sus tramas ocultas, y ahora son las embajadas las que espían a la prensa para conocer sus manifestaciones evidentes. Pero volvamos a lo nuestro.)
¿Cómo podrá regirse a partir de mañana un Poder que ya no tiene la posibilidad de conservar sus propios secretos? Bien es verdad que, como ya decía Simmel, todo secreto verdadero es un secreto vacío (porque un secreto vacío jamás podrá ser revelado) y poseer un secreto vacío representa el máximo del poder; y bien es verdad que saber todo sobre el carácter de Berlusconi o de Merkel es efectivamente un secreto vacío en cuanto secreto, porque es un tema de público dominio; ahora bien, revelar, como ha hecho WikiLeaks, que los secretos de Hillary Clinton eran secretos vacíos, significa quitarle al Poder todo su poder.
Es evidente que, en el futuro, los Estados ya no podrán encomendar ninguna información reservada a Internet: sería como ponerla en un cartel pegado en la esquina de la calle. Pero es igualmente evidente que, con las actuales tecnologías de interceptación, es vano esperar poder mantener relaciones reservadas por teléfono. Nada más fácil, además, que descubrir si y cuándo un jefe de Estado ha viajado en avión para contactar con un colega suyo, por no hablar de esa verbena popular para manifestantes en que se han convertido los G8.
Y entonces, ¿cómo podrán mantenerse en el futuro relaciones privadas y reservadas? ¿Cómo reaccionar ante el triunfo incontrolable de la transparencia total?
Sé perfectamente que, de momento, mi previsión es de ciencia ficción y, por lo tanto, novelesca, pero me veo obligado a imaginar a agentes del gobierno que de forma absolutamente reservada se desplazan mediante diligencias o calesas siguiendo recorridos incontrolables, transitando por los caminos rurales de las áreas más deprimidas, ni siquiera tocadas por el turismo (porque el turista ahora saca fotos con el móvil de todo lo que se mueve delante de él), llevando mensajes aprendidos de memoria y a lo sumo escondiendo las pocas y esenciales informaciones escritas en el tacón de un zapato.
Qué bueno es imaginarse que los enviados de la embajada de Livonia se encuentran con el mensajero del País de las Campanillas en la esquina de una calle solitaria, a medianoche, susurrándose un santo y seña mientras se rozan furtivos. O que, en el transcurso de un baile de disfraces en la corte de Ruritania, un pálido Pierrot, retirándose hacia donde los candelabros dejan una zona de sombra, se quita la máscara y muestra el rostro de Obama a esa Sulamita que, apartando rápidamente su velo, se revelará como Angela Merkel. Y allá, entre un vals y una polca, se producirá ese encuentro, por fin oculto también a Assange, que decidirá las suertes del euro, o del dólar, o de ambos.
Bueno, seamos serios, no pasará, pero de alguna manera tendrá que suceder algo muy parecido. En cualquier caso, las informaciones, la grabación del coloquio secreto, habrán de ser conservadas en copia única y manuscrita en cajones cerrados con llave. Reflexionemos: en el fondo, el intento de espionaje en el Watergate (donde se trataba de descerrajar un armario o un archivador) tuvo menos éxito que WikiLeaks. Y le aconsejo a la señora Clinton que lea este anuncio que he encontrado en Internet:
Matex Security existe desde 1982 para proteger sus bienes. Con la realización a la medida de muebles para su casa dotados de secreter donde ocultar sus bienes y documentos de valor, que ningún malintencionado encontrará nunca aunque registre toda su casa, oficina o embarcación de cualquier tipo y modelo. Estos trabajos se llevan a cabo con la máxima confidencialidad y los muebles se fabrican a medida y según las indicaciones del cliente, construidos exclusivamente por nuestro carpintero y por personal de nuestra mayor confianza.
Por otra parte, hace tiempo escribí que la tecnología avanza a paso de cangrejo, es decir, hacia atrás. Un siglo después de la revolución de las comunicaciones gracias al telégrafo sin cables, Internet ha restablecido un telégrafo con cables (telefónicos). Las cintas de vídeo (analógicas) permitieron a los estudiosos de cine explorar una película paso a paso, recorriéndola hacia delante y hacia atrás, descubriendo así todos sus secretos de montaje, mientras que ahora los DVD (digitales) permiten solo saltar por capítulos, y es decir, solo por macrosegmentos. Ahora con la alta velocidad se va en tren desde Milán a Roma en tres horas mientras que con el avión, entre un desplazamiento y otro, se necesitan por lo menos tres horas y media. Así pues, no es extraordinario que también la política y la técnica de las comunicaciones gubernamentales vuelvan a los correos a caballo, a encuentros entre las nieblas de un baño turco, a mensajes entregados en la alcoba por alguna condesa de Castiglione. Se abrirán, por lo tanto, buenas perspectivas de trabajo para las velinas de mañana o para quienes hayan aprendido a emplearlas bien en favor de la cosa pública.
[Reelaboración de dos artículos publicados en Libération, el 2 de diciembre de 2010, y en L’Espresso, el 31 de diciembre de 2010.]