Esta intervención mía no pretende sostener posturas filosóficas, teológicas y bioéticas sobre los problemas del aborto, de las células estaminales, de los embriones y de la denominada defensa de la vida. Mi intervención tiene un carácter puramente histórico y pretende relatar qué pensaba al respecto santo Tomás de Aquino. A lo sumo, el hecho de que pensara de forma distinta de la Iglesia actual dota a mi reconstrucción de una curiosidad particular.
El debate es antiquísimo, nace con Orígenes, que consideraba que Dios creó desde los orígenes las almas humanas. La opinión fue refutada de inmediato, también a la luz de la expresión del Génesis (2,7) por la que el Señor «formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente». Así pues, en la Biblia, primero Dios crea el cuerpo, y luego le insufla el alma, y esta doctrina, que se ha convertido en la doctrina oficial de la Iglesia, se llama creacionismo. Ahora bien, esta posición planteaba problemas por lo que atañe a la transmisión del pecado original. Si el alma no es transmitida por los padres, ¿por qué los niños no están libres del pecado original, a tal punto que deben ser bautizados? Por eso Tertuliano (De anima) sostuvo que el alma del padre se «traduce» de padre en hijo a través del semen. Claro que el traducianismo se consideró inmediatamente herético, al presumir un origen material del alma.
Otro que estuvo en apuros fue san Agustín, que tenía que vérselas con los pelagianos, quienes negaban la transmisión del pecado original. Por lo tanto, Agustín, por un lado, sostiene la doctrina creacionista (contra el traducianismo corporal) y, por el otro, admite una especie de traducianismo espiritual. Claro que todos los comentadores juzgan su postura bastante retorcida. Agustín había sentido la tentación de admitir el traducianismo, pero al final en la epístola 190 confiesa la propia incertidumbre al respecto y observa que las Sagradas Escrituras no sostienen ni creacionismo ni traducianismo. Véase también su oscilación entre ambas tesis en De genesi ad litteram.
Santo Tomás de Aquino será decididamente creacionista, y resolverá la cuestión de la culpa original de forma muy elegante. El pecado original se traduce con el semen como una infección natural (Summa theologiae, I-II, 81, 1 ad 1, ad 2), pero esto no tiene nada que ver con la traducción del alma racional:
Se dice que el hijo no llevará el pecado del padre, porque no se le castiga por dicho pecado a no ser que sea partícipe de la culpa. Y así ocurre en nuestro caso: pues el hijo hereda la culpa del padre por generación; como (puede heredar) el pecado actual por imitación. […] Aunque el alma no sea transmitida (por generación), ya que la virtualidad del semen no puede producir un alma racional, sin embargo, (el semen) coopera dispositivamente a la misma. De ahí que, por la virtualidad del semen, se transmita la naturaleza humana del padre al hijo y, simultáneamente con la naturaleza, la infección de la misma; puesto que el que nace se hace partícipe de la culpa del primer padre por recibir de él su naturaleza por una cierta moción, que es la generación.1
Si el alma no se transmite con el semen, ¿cuándo se introduce en el feto? Recordemos que para Tomás los vegetales tienen alma vegetativa, que en los animales es absorbida por el alma sensitiva, mientras que en los seres humanos estas dos funciones son absorbidas por el alma racional, que es la que convierte al hombre en ser dotado de inteligencia y, añado yo, hace de él una persona, en cuanto la persona era, por antigua tradición «naturae rationalis individua substantia», sustancia individual de naturaleza racional. Ahora bien, el alma que sobrevivirá a la corrupción del cuerpo y que será llamada a la condenación o a la gloria eterna, la que hace que un hombre sea hombre y no un animal o un vegetal, esa alma no es sino el alma racional.
Tomás tiene una visión muy biológica de la formación del feto: Dios introduce el alma solo cuando el feto adquiere, gradualmente, primero alma vegetativa y luego alma sensitiva. Solo en ese momento, en un cuerpo ya formado, se crea el alma racional (Summa theologiae, I, 90).
Por lo tanto, el embrión tiene solo alma sensitiva (Summa theologiae, I, 76, 3):
El Filósofo dice que el embrión es antes animal que hombre. Pero esto sería imposible si el alma sensitiva y la intelectiva tuviesen la misma especie, pues el animal lo es por el alma sensitiva, en cambio, el hombre lo es por la intelectiva. Por lo tanto, en el hombre no puede tener la misma esencia el alma sensitiva y la intelectiva. Por lo tanto, hay que decir: el alma sensitiva, la intelectiva y la nutritiva, en el hombre son numéricamente la misma. Cómo sucede esto, se puede comprobar fácilmente reflexionando sobre las diferencias de las especies y de las formas. Pues observamos que las especies y las formas se distinguen entre sí por su mayor o menor perfección. De este modo, en el orden natural los seres animados son más perfectos que los inanimados, los animales, son más perfectos que las plantas, el hombre más perfecto que los animales, y aun dentro de estos géneros hay diversos grados. Así, Aristóteles […] compara las diversas almas a las especies de las figuras, en las que unas contienen a otras, como el pentágono contiene al cuadrilátero y es mayor que él. Así, pues, el alma intelectiva contiene virtualmente todo lo que hay en el alma sensitiva de los seres irracionales y lo que hay en el alma vegetativa de las plantas. Por lo tanto, así como una superficie pentagonal no tiene figura de cuadrilátero por una parte y de pentágono por otra, ya que la primera es superflua al estar contenida en la segunda, así tampoco Sócrates es hombre en virtud de un alma y animal en virtud de otra, sino que lo es por una y la misma. […] Al principio, el embrión tiene un alma solo sensitiva que es sustituida por otra más perfecta, a la vez sensitiva e intelectiva.
En Summa theologiae I, 118, 1, ad 4) se dice que el alma sensitiva se transmite con el semen:
En los animales perfectos, que son engendrados por unión carnal de sexos, la virtud activa está en la sustancia seminal del género masculino, según el Filósofo. […] Mientras que la materia del feto es lo suministrado por la hembra. En esta materia se encuentra ya desde el principio el alma vegetativa, pero no obrando en acto segundo, sino en acto primero, tal como está el alma sensitiva en los que duermen. Pero cuando comienza a tomar alimento, de hecho está ya obrando. Esta materia, pues, se va alterando por la virtud seminal activa hasta llegar a ser en acto alma sensitiva; pero no de tal modo que la virtud que había en el semen se convierte en alma sensitiva, en cuyo caso sería uno mismo el que engendra y el engendrado, y esto se parecería más a la nutrición y al crecimiento que a la generación, como anota el Filósofo. Después que por la virtud del principio activo que había en el semen se produce en el engendrado el alma sensitiva en cuanto a alguna parte principal, esta misma alma sensitiva de la prole comienza ya a actuar para el complemento del propio cuerpo por la nutrición y el crecimiento. Pero la virtud activa existente antes en el semen, deja de existir al disolverse el semen y desvanecerse el espíritu inherente a él. En esta desaparición no hay inconveniente alguno, pues esta virtud no es agente principal, sino instrumental; y la moción del instrumento cesa una vez que se ha producido el efecto.
Y en Summa theologiae I, 118, 2, Resp.) Tomás niega que la virtud del semen pueda producir el principio intelectivo, y que, por lo tanto, exista un alma en el momento en que se concibe. Puesto que el alma intelectiva es una substancia inmaterial, no puede ser causada por generación, sino solo por creación por parte de Dios. Quienes admitieran que el alma intelectiva se transmite mediante el semen deberían admitir también que no es subsistente por sí misma y que, por consiguiente, se corrompe con la corrupción del cuerpo.
Siempre en la misma cuestión (ad secundum), Tomás niega también que después del alma vegetativa (presente desde el principio) llegue otra alma, es decir, la sensitiva; y tras ella, otra más, y es decir, la intelectiva. De este modo en el hombre habría tres almas, de las cuales una sería potencia de la otra. Y niega que la misma alma, la cual desde el principio era solo vegetativa, luego, por una virtud activa del semen llegue a ser también sensitiva, y por último se convierta en alma intelectiva, no por la virtud activa del semen, sino por la virtud de un agente superior, y es decir, Dios que desde fuera llegaría a alumbrarla:
Pero tampoco esto puede admitirse. 1) En primer lugar, porque ninguna forma sustancial es susceptible de más y menos, sino que añadirles perfección es hacerlas cambiar de especie, como hace otra especie en los números el simple añadido de la unidad. Además, no es posible que una forma numéricamente idéntica pertenezca a diversas especies. 2) En segundo lugar, porque se seguiría que la generación del animal sería un movimiento continuo, pasando gradualmente de lo imperfecto a lo perfecto, como ocurre en la alteración. 3) En tercer lugar, porque se tendría que la generación del hombre o del animal no sería generación en sentido estricto, puesto que el sujeto de la generación ya se daría en acto antes de la generación misma. Efectivamente, si en la materia de la prole desde el principio hay alma vegetativa que gradualmente va llegando hasta la perfección, siempre habrá adición de perfección subsiguiente sin corrupción de la perfección precedente. Esto va contra la naturaleza de la generación en sentido propio. 4) En cuarto lugar, porque lo que es causado por la acción de Dios, o es algo subsistente, en cuyo caso será esencialmente distinto de la forma preexistente, que no era subsistente, y así se vuelve a la opinión de los que ponían varias almas en el cuerpo; o no es algo subsistente, sino alguna perfección del alma preexistente, y de esto, por necesidad, se sigue que el alma intelectiva se corrompa al corromperse el cuerpo, lo cual es imposible. […]
Por lo tanto, hay que decir: la generación de un ser implica siempre corrupción de otro, y, por eso, tanto en los hombres como en los otros animales, al llegar una forma superior se corrompe la precedente, pero de tal manera que en la forma siguiente queda todo lo que había en la anterior más lo que ella trae de nuevo. De este modo, mediante diversas generaciones y corrupciones se llega a la última forma sustancial tanto en el hombre como en los otros animales. Esto resulta evidente en los animales engendrados a partir de la descomposición. Por lo tanto, hay que decir que el alma intelectiva es creada por Dios al completarse la generación humana, y que esta alma es, a un mismo tiempo, sensitiva y vegetativa, corrompiéndose las formas que le preceden.
Así pues, en el momento en que es creada, el alma racional, por decirlo de alguna manera, formatea las dos almas, vegetativa y sensitiva, y las recarga como implicadas por el alma racional.
En la Summa contra gentiles (II, 89, 11) se repite que hay un orden, una graduación en la generación, a causa de las formas intermedias de las que queda dotado el feto desde el principio hasta su forma final.2
¿En qué punto de la formación del feto se infunde esa alma intelectiva que hace de él una persona humana a todos los efectos? La doctrina tradicional era muy cauta al respecto, y se hablaba en general de cuarenta días. Tomás dice solo que el alma es creada cuando el cuerpo del feto está dispuesta a acogerla.
En Summa theologiae (III, 33, 2), Tomás se pregunta si el alma de Cristo fue creada al mismo tiempo que el cuerpo. Nótese que, puesto que la concepción de Cristo no se produjo mediante la transferencia de semen sino por gracia del Espíritu Santo, no habría nada sorprendente en que en un caso como este Dios creara simultáneamente el feto y el alma racional. Pero también Cristo, en cuanto hombre-Dios, debe seguir las leyes humanas: «El momento de la infusión del alma puede considerarse de dos modos. Uno, según la disposición del cuerpo. Y así el alma no fue infundida en el cuerpo de Cristo en un momento distinto al que lo es en los demás hombres. Como, una vez formado el cuerpo de un hombre, al instante le es infundida el alma, así sucedió en Cristo. Otro, considerando dicho momento solo en relación con el tiempo. Y bajo este aspecto, por haber sido perfectamente formado el cuerpo de Cristo con anterioridad temporal, también fue animado antes».
Claro que aquí no está en cuestión tanto el problema de cuándo se convierte un feto en un ser humano, sino si el embrión es ya un ser humano. Y como se ha visto, Tomás es clarísimo al respecto. Aunque el suplemento a la Summa theologiae no es de mano suya sino probablemente de su discípulo Reginaldo de Piperno, es interesante leer la cuestión 80, 4. El problema reside en si con la resurrección de los cuerpos resurge todo lo que ha contribuido a su crecimiento, de donde se derivan algunas cuestiones aparentemente grotescas: la comida se transforma en substancia de naturaleza humana, a veces nos alimentamos con carne de buey, entonces, si ha de resucitar todo lo que ha sido substancia humana, ¿resucitará también la carne de buey? Es imposible que una misma cosa resucite en hombres distintos. Sin embargo, es posible que algo haya pertenecido substancialmente a distintos hombres, como en el caso del caníbal que se alimenta de carne humana, que transforma en su misma substancia. Entonces, ¿quién resucita? ¿El comedor o el comido?
La cuestión 80 responde de forma compleja y artificiosa y no parece tomar partido entre opiniones distintas. Ahora bien, lo que nos interesa es que al final de la discusión se dice que los seres naturales son lo que son no en virtud de su materia, sino de su forma. Por lo tanto, aunque la materia que al principio tuvo forma de carne bovina resucite en el hombre con la forma de carne humana, no será en absoluto carne de buey, sino de hombre. De otro modo, habría que decir que resucitará también el fango con el que se formó el cuerpo de Adán. En cuanto a la hipótesis del canibalismo, según una opinión, las carnes ingeridas no se reintegran nunca en la verdadera naturaleza humana de quien la come, sino en la de aquel que ha sido comido. Por lo tanto, las mencionadas carnes resurgirán en este último y no en el primero.
Ahora bien, el punto sustancial que nos interesa es que, según esta opinión, los embriones no tomarán parte en la resurrección de la carne si antes no han sido animados por el alma racional.
Bien, sería infantil pedirle a Tomás absoluciones para los que lleven a cabo un aborto dentro de un determinado período de tiempo y, probablemente, no pensaba ni siquiera en las implicaciones morales de su discurso, que hoy denominaríamos de tipo exquisitamente científico. De todas formas, es curioso que la Iglesia, que siempre se remite al magisterio del doctor de Aquino, haya decidido alejarse tácita de sus posiciones sobre este punto.
Ha sucedido un poco lo mismo que con el evolucionismo, con el que la Iglesia ha llegado a pactos desde hace mucho tiempo, porque basta con interpretar en sentido traslaticio los seis días de la creación, como han hecho siempre los padres de la Iglesia, y vemos que no hay contraindicaciones bíblicas a una visión evolucionista. Es más, el Génesis es un texto exquisitamente darwiniano, porque nos dice que la creación se produjo por fases desde lo menos complejo a lo más complejo, desde lo mineral a lo vegetal, a lo animal y a lo humano.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. […] Dijo Dios «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día» y a la oscuridad la llamó «noche». […] E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento de las aguas de por encima del firmamento. […] Dijo Dios: «Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un solo conjunto, y déjese ver lo seco»; y así fue. Y llamó Dios a lo seco «tierra» y al conjunto de las aguas lo llamó «mares». […] Dijo Dios: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra». […] Hizo Dios los dos luceros mayores: el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas. […] Dijo Dios: «Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste». Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies […]. Dijo Dios: «Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie». […] Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra». […] Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente.3
La elección de una batalla antievolucionista y de una defensa de la vida que llega hasta el embrión parece, más bien, una alineación en las posiciones del protestantismo fundamentalista.
He dicho que en esta intervención mía no pretendía tomar parte en las disputas actuales, sino solo dar razón del pensamiento de Tomás de Aquino, con quien la Iglesia de Roma puede hacer lo que quiera. Por lo cual, aquí me detengo, entregando estos documentos a la consideración de mis oyentes.
[Ponencia dictada el 25 de noviembre de 2008 en Bolonia, en la Scuola Superiore di Studi Umanistici, en un congreso sobre la ética de la investigación, publicada posteriormente en las actas, Francesco Galofaro, ed., Etica della ricerca medica e identità culturale europea, Bolonia, CLUEB, 2009.]