PRÓLOGO

 

Parece que fue en otra vida. Bueno, a depender del punto de vista, realmente lo fue. Otra vida, otra existencia, otro tiempo, otra... realidad. ¿Importan las etiquetas? ¿Importa cómo llamamos el intervalo de conciencia entre un existir y otro? Si a ustedes les importa, elijan el nombre que les haga felices. Es solo un nombre; es solo una ilusión.

Prefiero llamarlo aventura.

Una aventura nunca imaginada para mí en mi vida sin sal; en mi mediocre existencia, una existencia casi tan mediocre como la gente con la que yo vivía; gente que, si no trataba de dañarme por el simple placer que uno tiene de arruinar la vida a sus semejantes, tampoco me ayudaba.

Si quieren saber, el ser humano es mierda.

¿Están conmocionados ustedes con mi palabrota?

No. No con la palabrota. A lo mejor lo que les conmociona es la revelación; pero, entre nosotros, esta revelación no es una sorpresa. En el fondo, todos ya lo saben. En el fondo, en algún momento, cada ser humano mira a su prójimo, mira su propia imagen en el espejo y se da cuenta —aunque por un breve momento— de que es una mierda, un montículo grande y maloliente de excremento quienes si creen importantes. Demasiado importantes.

Tuve que pasar por la experiencia más salvaje y surrealista de mi corta vida para comprender que somos verdaderas langostas en el Universo.

No, no soy pesimista. Ya fui. Hoy soy una mujer madura y realista que enfrenta los hechos en lugar de lamentarlos; que compra la pelea. Una mujer que descubrió que las lágrimas, al contrario de lo que muchos creen, no lavan el alma, solo hacen un gran desorden, se tapan las narices (la mía con seguridad), hacen que los ojos se pongan rojos (¡Ahhh! Ojos rojos... ¡Me gustan! Pero, no por las lágrimas) y no arreglan ni siquiera una jodida cosa. Nada.

Me traicioné a mí misma. No en la forma que ustedes pueden imaginar o intentar adivinar. No. Me traicioné de una manera tan concreta, tan palpable que…

Tal vez debiera empezar de otra manera, tal vez debiera comenzar con lo que aprendí de esa aventura, para hacerles comprender que no importa el amor que creamos que vivimos, no importa cuán perfecto parezca ese amor o pasión; el verdadero amor, el que debemos cultivar, el más importante de todos, es el amor que uno tiene por sí mismo, por quien es. No es que los otros amores no sean importantes, es solo que… ¡Dios! ¡Qué difícil está explicar las cosas que me llevaran tiempo entender!

La pendeja aquí solo aprendió las cosas que quiere enseñar cuando se vio entre la vida y la muerte, sangrando; cuando se dio cuenta de que su propia vida se desvanecía lentamente dejando suficiente tiempo para que la desesperación se hiciera cargo. Ah, la desesperación que sentí al verme morir…

No, yo no experimenté una experiencia fuera del cuerpo. Lo siento, pero realmente no me haré entender, tal vez tampoco debiera comenzar a contar esta historia de esa manera.

Veamos si lo aclaro: me vi casi muerta, pero cuando sucedió, yo estaba en mi cuerpo, llorando de tristeza, de miedo y, lo que es peor, de remordimiento.

Qué la culpa no le hace a un alma perdida, ¿verdad? Lloramos a nuestros muertos, les traemos flores, pero no lo hacemos en nombre del amor, lo hacemos por la culpa. Culpa por todo lo que no dijimos, no hicimos, por el tiempo que no pasamos juntos. Todo es culpa. ¿Por qué no podemos hacer lo correcto mientras todavía hay tiempo?

No sé, creo que nuestra naturaleza es esta: destructiva, depredadora.

Langostas.

Grandes, verdes, ruidosas y devoradoras langostas.

Y aquí estoy, divagando de nuevo, porque no quiero confesar que no sé cómo les contar esta historia. Lo que sucede es que intenté contarla antes, y créanme, todo sucedió para que ella se perdiera en el tiempo: los archivos se disiparon, desaparecieron de las nubes; los medios fueron destruidos por mis perros; los cortes de energía precipitaron durante la actualización de datos; en resumen, sucedió todo lo que pudo suceder para que esta historia solo pudiera estar en mi memoria. Hubo tantos incidentes que, por un tiempo, tuve miedo de contarla; sabía que algo andaba mal.

Entonces pensé que ELLA no quería que yo compartiera mi aprendizaje, quería que lo dejara en el pasado. Pero me equivoqué. Ella quería que yo compartiera esta lección, pero quería que fuera a su manera. De dónde viene, la palabra escrita no es tan valiosa como la palabra hablada; los encantamientos deben ser pronunciados por los labios, no confinados a pergaminos.

Cuando su poderosa voz vino a mi mente y ella explicó cómo se debería contar esta historia, entendí el tamaño de mi desafío, y es por lo que estoy sentada aquí, ahora, contándoles esta historia. Justo yo, que siempre he sido tan tímida que podría ser considerada débil. Todavía tengo mis recaídas, a veces me encuentro frágil y desprotegida, y es cuando ella se hace cargo y me salva.

Pero ¡cálmense! Se les diré quién es ella, ¡se lo juro! De hecho, ella está muy ansiosa. Puedo sentir, en cada poro de mi piel, su ansiedad, su hambre, su deseo de contarles esta historia y hablarles sobre él y todo lo que él ha desarrollado hasta el día de hoy para ayudarla.

Él, un hombre de la ciencia, poseedor de muchos conocimientos.

Tanto conocimiento ha ayudado, pero no ha sido suficiente, y ahora sabemos la razón. Faltaba la especia, faltaba el toque final, faltaba la parte que le pertenecía a ella.

La magia

¿Yo? Yo he aprendido que no hay magia más poderosa que la que trata con las palabras, la que cuenta historias. Cuando contamos historias, construimos universos enteros.

Aunque, hoy, no necesitamos construir un universo, solo necesitamos resetear la vida, y ustedes son parte de eso ahora.

Aquí está nuestra historia.

Todo empezó...