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CAPÍTULO 3

La hija pródiga

 

Dejemos una cosa clara en caso de que alguien, tal vez, todavía tenga dudas sobre lo que se ha informado hasta ahora: Marysol y Ruan vinieron de otro universo… uno paralelo, ¿saben? Multiversos, creo que ya hayan escuchado algo a respeto. Asustador, extraño, maravilloso, piensen como quieran… De todos modos, ellos no eran como nosotros, pero no solamente porque habían venido de otro mundo; y pronto llegaré a esta otra diferencia.

Es cierto que nosotros, pobres mortales encarcelados en cuerpos de carne que creemos que son nuestro propio ser, pero que la sabiduría universal nos ha demostrado ser solo prisiones orgánicas, no podemos concebir viajes interdimensionales excepto a través de nuestra imaginación limitada. Pero, del lugar donde provienen esos personajes, es posible viajar entre mundos. No diría que es tan simple y sencillo como lo es para nosotros los mortales viajarnos entre diferentes ciudades, pero ellos saben que es viable y no todos se quedan con secuelas. Algunos lo hacen con tanta naturalidad que se podría decir que duele. No es la naturalidad con la que lo hacen que duele, lo que duele es la envidia que seres limitados como nosotros somos capaces de sentir de este tipo de habilidad.

Después de todo, ¿quién no querría vivir en un mundo dominado por la magia, en el que todas las cosas son posibles, en el que uno puede elegir el universo y la realidad en la que vivirá?

Este era el tipo de libertad de que disfrutaban Marysol y Ruan. Sin embargo, a pesar de que podían viajar entre mundos, a pesar de que tenían un número infinito de universos dispuestos a recibirlos, a pesar de que tenían un amplio conocimiento de los misterios que impulsan a los seres vivos en sus diferentes versiones, y aunque ellos mismos podían conocer varios de sus propios diferentes versiones, ellos estaban atrapados. Atrapados para una pelea que había cruzado todas las fronteras.

Viajar puede ser agotador. Nosotros, que dependemos de los medios de transporte, nos cansamos, a veces nos confundimos con los cambios de zona horaria, imagínense lo que puede hacer, a uno, un viaje entre mundos. Aún que a dos tipos experimentados como Marysol y Ruan.

Marysol, por ejemplo, en este punto de la historia, aún no se había dado cuenta de que estaba en un mundo diferente al mundo en el que Ruan se encontraba. Solo sabía que necesitaba encontrarlo y eliminarlo antes de que su propio mundo se derrumbara. Tal como el mundo de Talita, el mundo de Marysol y Ruan tal vez tuviese poco tiempo, a causa de todo lo que había sucedido entre ellos dos. Solo restaba saber cuándo sería el deslizamiento final. Las leyendas sobre las consecuencias de alterar el equilibrio universal parecían ser ciertas, los signos estaban demasiado evidentes, y Marysol ya comenzaba a creer que era posible, sí, que un mundo se extinguiera, así que temía por el suyo.

Ella tenía poco tiempo. El problema era que su naturaleza como rastreadora y cazadora la hacía querer descubrir el paradero de Irene, un desvío que no podía permitirse si quisiera encontrar a Ruan. Aun así, no dudó y no cuestionó si sería capaz de cumplir las dos misiones, cada una relevante en diferentes realidades. Marysol solo tenía que hacer lo que se había propuesto hacer.

En el cruce, les pidió a Talita y Jorge que la dejaran en paz y, prometiendo que regresaría lo antes posible, volvió sobre el camino que había tomado el día que perdió las huellas del Maldito. Ella sentía que había algo allí. Marysol había cruzado el portal en ese camino desde donde caminó por un tramo no demasiado largo hasta que no pudo aguantar más y Talita la encontró. Irene se había ido por tres años, pero eso no significaba mucho. El factor tiempo era bastante flexible cuando estaban involucrados los portales entre los mundos. Al otro lado del ferrocarril, estaba el lugar donde Marysol había caído. No quería acercarse demasiado, pero necesitaba acercarse lo suficiente para poder ver la brillante veta vertical que aún brillaba.

—¡Todavía está abierto!

Posicionó la guitarra y miró directamente al portal. Pensó en Irene, se centró en las fotos que había visto y tocó algunas notas. Permanecía enfocada mientras la melodía algo fatalista y extraña resonaba en la inmensidad. Sabía que Irene estaba cerca, tenía que estarlo. No podía ser una coincidencia que ella hubiese caído ahí, en el mismo lugar donde la hija de Talita había desaparecido.

Tocó, tocó… esperó… tocó un poco más, pero no pasó nada. Al regresar a la casa de Talita, Marysol confirmó sus sospechas. La caminata desde el portal hasta el cruce había le tomado unos pocos minutos, pero para Talita y los demás se había pasado casi tres años.

Talita corrió hacia Marysol cuando la vio regresar, se llevó las manos a la boca y le gritó a Lolla, que saludó y aceleró su paso hacia la tabernera.

—¿Me demoré?

—¿Si te demoraste? ¿Me ‘tás tomando el pelo? —gritó Talita—. Sumiste por casi tres años. ¿Por qué me hiciste eso?

Marysol respiró hondo y miró a su alrededor. La taberna estaba diferente: la pintura estaba gastada y la cerca blanca al costado del terreno estaba rota. El paisaje estaba más árido.

—Solo me tomó media hora —respondió Marysol, mientras miraba a una persona que salía de la taberna y caminaba hacia ellas.

—¿Media hora? ¿Media hora? ¡‘Tás loca! Pasé tres años miserables llenándome de maldiciones por haberte dejado irte a buscar a mi Irene… Yo… yo… —Enfurecida, ella le dio la espalda, pero cambió de opinión, se dio la vuelta y continuó hablando—: No te tomo por el cuello, porque pareces bien… —Prestó atención a la muchacha y, confundida, murmuró—: Las quemaduras… Sigues con las mismas quemaduras… y la ropa… es la misma.

Después de tres años, se suponía que esas quemaduras solares mejorarían o, por lo menos, que ella se cambiara de atuendo. Pero, como con los ojos rojos cuando la vio por primera vez, Talita acomodó esa coincidencia en su mente consciente, y decidió que era solo una impresión, a lo mejor, la chica se había metido en otro problema y se quemado una segunda vez. Diferentes quemaduras en diferentes momentos, que solo se veían iguales.

—Como le dije —explicó Marysol—, puede que le haya tomado un tiempo, pero fue rápido para mí. Sé que no me entiende…

—Cuando te fuiste ese día, Jorge y yo volvimos aquí. Estaba oscuro y no tornabas, me preocupé mucho y fui al cruce nuevamente. —Talita sonrió, pero había algo inquietante en su rostro, como si quisiera ser feliz pero no pudiera. Miró a la puerta principal de la taberna, Marysol siguió su mirada. Irene estaba parada allí, observando a Marysol—. Salí del cruce y caminé en la misma dirección que tú, y ella vino hacia mí como un milagro. Mi pequeña, mi chamaca, mijita volvió a casa…

Marysol miró a Irene, que estaba sonriendo mientras bajaba las escaleras, y reconoció su aura. La Bandolera se mantuvo seria; Irene sostuvo su mirada con igual intensidad y, antes de extender la mano, Marysol dijo sin rodeos:

—¡Esta no es su hija, Doña Talita!

 

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No hace falta decir que Talita no aceptó con gusto esa declaración. ¿Con qué derecho esa extraña, a quien había recibido con tanto gusto en su hogar, a quien incluso le había ofrecido un trabajo, tenía la audacia de decir que su Irene, que había estado desaparecida tantos años y ahora estaba justo frente a ella, no era su hija? El corazón de la madre sintió la ofensa, y la hospitalidad de la posadera fue al pantano. Irene oía el monólogo —ya que una discusión implicaría dos personas hablando— hasta que Talita concluyó con un «Creo que debes irte», que fue aceptado sin quejas ni sufrimiento por parte de Marysol, quien seguía mirando a Irene. La hija de Talita no dijo nada, ni para defenderse ni para calmar a su madre.

Lo único que Marysol quería antes de irse era sus pantalones rotos, porque quería devolverle a Talita la ropa que se le había prestado. Pero Talita, que no era mezquina, insistió en entregar las cinco blusas y los dos jeans que había comprado para Marysol.

Talita, aunque muy molesta por la actitud de Lolla hacia Irene, sentía que le debía algo a esa extraña. Estaba agradecida por la buena fortuna traída por ella: su hija había regresado milagrosamente.

La cara de la tabernera parecía mostrar tristeza cuando vio Lolla tomar el camino y le pidió a Jorge que la llevarla a la ciudad, pero la Bandolera recusó el aventón, así que Talita le entregó los mapas que había comprado hacía tres años, a lo que Marysol asintió con la cabeza. Jorge llegó masticando su tabaco y le entregó a la muchacha un sombrero de vaquero. Ella miró el regalo con admiración y gratitud: había llegado en un buen momento.

—Para no freírte los sesos bajo este sol infernal —explicó Jorge.

Marysol aceptó la oferta y se ajustó el sombrero sobre la cabeza. Temía por esas criaturas que habían sido sus anfitriones, pero necesitaba encontrar al Maldito, y sabía que no sería fácil. Ya empezaba a sospechar que estuviesen en mundos diferentes, y que no sería a través del portal que había llegado a esa aldea que podría alcanzarlo. Si entrara en ese portal, regresaría a su propio mundo, lo que no podría hacer hasta que consiguiera la cabeza de Ruan.

Tomó el camino para cumplir su misión llevándose con ella la preocupación por aquellos a quienes había apreciado, pero complacida de haber descubierto ese portal antes de su partida, porque pudo ocultarlo con un simple hechizo. Al menos en ese cruce, nadie más desaparecería.

 

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La primera gran sorpresa que Ruan tuvo en nuestro mundo fue descubrir que somos humanos. Él ya había escuchado sobre nuestra especie. Era un ser estudiado y conocía todas las leyendas sobre nosotros, lo que pasaba era que no creía que existiéramos. Los seres humanos habitábamos el imaginario de los de su especie. Tan pronto como superó el susto, utilizó la observación para comprendernos.

Sabía que, en nuestro mundo, las criaturas pensantes no llegaban a ningún lado si eligiesen la soledad. Necesitaban unos de los otros desesperadamente, incluso inconscientemente. Somos seres gregarios por naturaleza, y él tendría que adaptarse si quisiera dominarnos. Él vino de una tierra donde los seres vivían solos, no tenían fuertes lazos con familia, amores, nada. Tendría que aprender a agregar para tener sus primeros seguidores.

Buscó a una propiedad para apoderarse. Sí. Apoderarse. O ¿acaso creen que el Maldito pagaría el alquiler? ¡Por favor! Él se consideraba por encima de las convenciones legales de este o de cualquier otro universo. Mientras buscaba, observaba a las criaturas con las que se comunicaba, cuidando de recordar siempre que ellos eran personas. Per-so-nas.

Así es como nos llamamos a nosotros mismos: personas. En el mundo de Ruan, muy similar al nuestro —creo que no sea demasiado repetirlo—, las criaturas como él y Marysol no se llamaban personas, no eran personas, aunque no hubiera una diferencia externa visible entre un tipo y otro. Excepto por los ojos peculiares.

Ruan comprendió que el género en nuestro mundo parecía más un problema que una razón por la cual las cosas fuesen menos aburridas. Se dio cuenta de lo frágiles que eran las hembras en este universo. Incluso las más seguras tenían que luchar para ser respetadas por los machos. Mientras pensaba en las diferencias entre hembras y machos, trató de corregirse: «Hombres y mujeres», se repitió a sí mismo, «hombres y mujeres». El diablo estaba en los detalles, las diferencias, las sutilezas, y Ruan no lo olvidaría.

Se detuvo frente a una casa antigua y bien cuidada, donde había un cartel de «Se alquila». Su mente ardía cuando se acercó a la puerta. Sabía que la casa no estaba vacía, así que tocó el timbre. Fue atendido por el agente inmobiliario.

—Estoy interesado —dijo.

—Éntrese, por favor.

Cuando la puerta se cerró a las espaldas del Maldito, la casa ganó un nuevo dueño. El agente inmobiliario nunca más dejó el lugar.

 

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En otro mundo, Marysol llegó a la ciudad después de unos treinta minutos de caminata. Se sentó en el banquillo de cemento en la plaza para poder examinar el mapa de la ciudad junto con el mapa del mundo. Se encontró en un mundo pobre, sin grandes ciudades. Era una gran zona rural que parecía devastada.

—¡El hijo de una maldita puta me tiró al fin del mundo!

Su memoria, deteriorada por el viaje, ya había vuelto. Todavía se tomó el tiempo para pensar en Irene y su supuesta falta de memoria, pero sabía que la muchacha estaba mintiendo. Confundida o no, Marysol era bien versada en el arte de descubrir ese tipo de mentira, solo le faltaba entender por qué no sentía el aura de las criaturas de ese mundo. Cuando vio a Irene, supo muy bien quién era ella o, más bien, de qué tipo era, puesto que el quien aún le despertaba dudas, aunque ella tuviera sus sospechas.

Necesitaba salir de ese lugar, encontrar el Maldito dondequiera que estuviera y cumplir su misión; también necesitaba cuidar a esa Irene, porque Talita no merecía ser engañada. Su prioridad era el Maldito, pero, para llegar a él, necesitaría un sacrificio, y no cualquier sacrificio.

Entró en un restaurante; bueno… tal vez la palabra restaurante sea exagerada. Se parecía más a un garito. Ella ordenó el plato del día y, a pesar de pasados tres años, el dueño la reconoció y le preguntó por su tía Talita. Marysol murmuró algo como «No seas metiche», mientras que el viejo respondió con cierto disgusto y se fue. A diferencia del Maldito, la Bandolera no estaba preocupada por construir buenas relaciones y, a bien de la verdad, en ese mismo momento, lo único que le preocupaba era el plato humeante frente a ella.

La comida estaba buena, pero le faltaba condimento. Sin querer ir al viejo a quien había despedido con terribles modales unos minutos antes, miró por encima del mostrador y vio un vaso con salsa picante. Los pocos segundos que llevó para dejar su asiento, ir al mostrador y volver a la mesa fueron suficientes para que un tipo de unos veinte años, sin temor a molestarla, sentase en la silla junto a la suya y la sonriese.

—¿¡Perdón!? —Apartó la silla para alejarse del extraño antes de sentarse.

—¡Vaya! ¡Lo que tienes tú de linda, tienes de cabreada!

—A ti te puede parecer cabreo, pero, ahí de donde me ves, ¡tengo hambre! Así que, si quieres quedarte, quédate. Pero ¡mantente callado!

Marysol, desinteresada de su compañero de mesa, esparció la salsa en el plato. Y cuando les digo esparció, quiero decirles llenó, colmó, abarrotó el plato. Puso tanta pimienta que su no-invitado se sintió incómodo, apretó los dientes y se revolvió en la silla. Cuando la Bandolera se llevó el primer bocado a la boca, él apartó el cuerpo esperando por la escupida que estaba seguro de que vendría. Pero, contrario a sus expectativas, no hubo escupe, ni mueca, todo lo que se podía ver en la cara de la muchacha era una ligera frustración.

—¿Llamáis a eso pimienta?

—Es de las más fuertes…

—¡Ya te dije que te callaras, criatura!

—Pero ¡si tú lo empezaste! —dijo él—. Y mi nombre es Saulo.

—Suerte para ti. —Intrigada por la pimienta, Marysol abandonó la salsa, abrió el vaso y rompió un chile entero bajo la mirada curiosa de Saulo, quien murmuró un, «¡Dios mío!» mientras sacudía la cabeza de lado.

—¡Bah…! Débil, sí, pero no está tan mal. —Vació el vaso con los pimientos rojos sobre la comida, lo aplastó con su tenedor y disfrutó su comida.

—¡Qué rara eres!

—¿Qué? Es solo pimienta… Si puedes llamarlo así. De dónde vengo, esto está más como que para pepino. No tiene sabor.

—¿En serio? —Ante el asentimiento afirmativo de Marysol, se sintió más cómodo y trató de empezar una conversación—: A ver ¿de dónde eres?

—¿Qué demonios te importa?

—¡Vaya! ¡Qué genio! Solo quiero platicar…

Ella levantó la cabeza y lo miró por unos segundos.

—Haces demasiadas preguntas…

—A eso llamamos socializarnos. Así es como lo hacemos para averiguar si las otras personas son buenas personas.

—¿Personas? —Dejó de masticar y esperó una respuesta que no llegó—. ¿Qué quieres decir con personas?

—¡Vaya! Persona, ¡pues! Como yo, tú… la gente. Personas.

Marysol siguió mirándolo. Su rostro estaba serio, pero puedo decir que, en realidad, ella estaba preocupada. Aquellas eran personas y la trataban como a una persona. Comprendió por qué no había podido reconocer a esas criaturas por su aura. En su mundo, conocían a las personas solo por las historias que se contaban para asustar a los niños. Ella nunca había imaginado que la gente, las personas, verdaderamente existieran. Se preguntó si el mundo en donde estaba Ruan también estaba formado por personas, y entendió que no lograría nada con sus modales groseros.

—De acuerdo, Saulo. Soy un tiquito rara, pero he tenido algunos problemas y… ¡bueno!, me quedo sospechosa siempre cuando trato con las personas… otras personas, quiero decir. —Saulo le dio una sonrisa avergonzada y comenzó a levantarse, pero ella lo tomó de la muñeca—. ¡Quédate! Empecemos de nuevo nuestra charla.

—¡Vale! —dijo ilusionado—. Mi disculpa si le he parecido un metiche chismoso, es que casi no hay personas de mi edad por aquí…

—¡Ya veo! Me preguntaste de dónde soy; bueno… nací y pasé buena parte de mi infancia en México.

—¿México? —Frunció el ceño dubitativo.

—Es un país, ¿no lo conoces?

—El país México que conozco existe solo en los viejos libros de historia. Fue destruido en una guerra hace más de cincuenta años.

—¡Te equivocas! ¡Míralo aquí! Está en el mapa que compré en la papelería. —Abrió el mapa y lo mostró a Saulo, mientras señalaba a la librería. El muchacho sonrió y sacudió la cabeza.

—¡Ese mapa no está cierto! Te estafaron. ¿Quién te lo vendió? ¿El viejo o su sobrina?

—Fue una chica… No vi a ningún viejo.

—A él no le gusta mostrarse… Ha estado raro en los últimos días…

—¡Mierda! —Marysol se levantó apresuradamente y, con su guitarra al hombro, corrió hacia la papelería mientras el dueño del bar la seguía gritando que no había pagado el almuerzo; Saulo les seguía a los dos, loco por entender lo que estaba sucediendo.

Como un rayo, la Bandolera entró en la papelería, empujó a la chica que la había atendido tres años antes y alcanzó a la parte trasera del establecimiento donde vio al hombre que intentaba escaparse trepando a una pared alta. Tan pronto como se acercó, reconoció su aura en expansión: era muy similar a la de Irene. Era inconfundible.

Mucho más ágil que su oponente, que todavía intentaba cruzar la pared, la Bandolera corrió y logró impulsarse lo suficiente para saltar y atraparlo con las piernas alrededor de su cintura, haciendo que los dos cayeran al suelo cubierto de hierba.

Mientras la sobrina del comerciante gritaba por ayuda, Marysol luchaba con el hombre como si estuviera en una lucha de MMA.

—¿Creías que te ibas a esconderte, cabrón? Fuiste inteligente en no acercarte a mí, pero ahora puedo sentir exactamente quién eres. ¡Sé que estás ahí!

El hombre logró arrojarla a un lado, y ella gruñó, enfurecida, pero se levantó con la velocidad de un gato. Ambos estaban de pie, jadeando, como si estuvieran a punto de comenzar un duelo. Las manos de Marysol estaban gesticulando cerca de su cuerpo, como si tuviera la intención de sacar de sus armas enfundadas. Las armas no estaban allí, pero la urgencia y la costumbre de sacarlas estaban tan arraigadas en su ser que no era como si tuviera control sobre eso. Era un gesto automático.

—¿Creías que te ibas a deshacerte de mí, chulita? —dijo él, limpiando la saliva que corría por el lado de su boca con el brazo.

Marysol sostuvo su mirada, sus manos aún cerca de su cuerpo, lista para sacar los revólveres que no tenía. Frente a frente, parecían dos animales salvajes a punto de romperse.

—Ahora entiendo cómo llegué aquí… Él te usó como sacrificio, ¿no es así, Pablo? —Los ojos de Marysol se volvieron anaranjados. Quería matar a su oponente, al mismo tiempo, estaba fascinada con lo que había acabado de descubrir—. Así que… es verdad…

—Sí, ¡es verdad! —respondió él. Sus palabras exudaban odio, y sus ojos verdes adquirieron un tono rosado—. Y no termina ahí. El balazo que me pusiste en mi cabeza, ¡idiota!, terminó tirándome aquí, en mi doble.

Los dos combatientes se rodearon estudiando el uno al otro; sus ojos habían adquirido un tono carmesí brillante y parecía que la arena cubierta de hierba en cualquier momento se quedaría manchada de sangre cuando llegaran dos policías armados. Los contendientes cerraron los ojos para que sus iris retomasen un tono considerado normal para la gente, y Marysol no reaccionó cuando fue esposada por atacar a un apacible comerciante justo después de incumplir con otro.

 

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Durante la noche, Marysol miraba a la luna solitaria a través de la ventanilla enrejada en lo alto de la pared de la cárcel. Era la única detenida en un pequeño pueblo donde la policía no veía mucha acción, y se estaba retorciendo el cerebro pensando en cómo salir de ese lugar sin magia, ya que su guitarra también había sido detenida. Aparentemente, el alguacil temía que, si la dejaba con el instrumento, ella podría ahorcarse con las cuerdas.

—¿Quién sería tan idiota como para suicidarse? —murmuró mientras caminaba nerviosamente entre una pared y otra de la celda—. ¡La gente, por supuesto! Si no me lo hubieran dicho, ahora se lo adivinaría. ¡La gente existe! Realmente existen. ¡Y solo ellos podrían ser tan estúpidos!

Necesitaba salir de allí. Con Pablo libre, liviano y suelto en el exterior, la Bandolera estaba en desventaja. Si no lograba escapar, sería el cordero del sacrificio. Necesitaba la guitarra. Su magia fluía prácticamente toda a través de ella.

Deseó tener tantos trucos bajo la manga como el Maldito. Él había perfeccionado sus dones, no necesitaba un conductor mágico, al paso que ella… bueno… ella era solo una ladrona. Le gustaba el desafío, le gustaba ser diferente, vencer sus batallas sin usar magia, y solo usaba sus poderes en casos extremos. Como resultado, sus dones se quedaron algo atrofiados y, en una situación de emergencia como esa, lamentaba no haber practicado.

Tomó la taza esmaltada donde había bebido agua y la pasó por los barrotes con la esperanza de que el ruido hiciera que un policía se acercara. Pasó de lado a lado, pero no pasaba nada, porque la estación de policía estaba vacía. ¡Excelente!, pensó. Si Pablo apareciera allí e intentase matarla, no habría nadie para ayudarla.

—¿No hay nadie en esta maldita chirona? —gritó, sosteniendo los barrotes y tratando de ver a través de la oscuridad que dominaba el pasillo de la celda—. ¡Heeeyyy! ¿Hay alguien? Esta prisión es ilegal, ¡imbéciles!

Además de la fría luz plateada de la luna que entraba por la ventanilla, solo el silencio y la oscuridad de los pasillos le hacían compañía. Ella resopló y, de espaldas al corredor, se apoyó contra los barrotes con los brazos caídos a los costados. Estaba avergonzada.

—¡Qué bonito! Marysol Barbueno arrestada… y por ¡personas! —dijo para sí misma, mientras apoyaba su cabeza contra los barrotes, tratando de tener alguna idea que la sacase de allí.

Escuchó una fuerte respiración detrás de sí, sintió una mano fuerte sujetarla por el cuello y, al otro lado, vio acercarse la punta de una daga afilada. Sostenida por el cuello, con la espalda contra las barras, no pudo liberarse. Metió las uñas en el brazo que la estrangulaba y, con su mano derecha, trató de agarrar el brazo que sostenía la daga y que se acercaba rápidamente de su cuello. Aturdida, ella sintió cuando la hoja fría tocó su cuello.

Comenzó lentamente, cortando superficialmente, disfrutando al ver las pequeñas gotas de sangre roja oscura brotaren de la piel suave. Pablo —el dueño de los brazos fuertes— puso los ojos en blanco: podía oler la vida mezclada con el olor de la muerte. Se dio cuenta de que, a pesar de la limitada carcasa humana que ahora habitaba, aún mantenía sus instintos naturales.

Aplicó más fuerza a la daga, y Marysol sintió que el aguijón de la afilada cuchilla le picaba la carne. Ella trató de gritar… no por miedo. Quería gritar a causa del odio, de la ira, del sentimiento de impotencia. No podía terminar así, no después de todo lo que había pasado. Sería ridículo que terminara allí, como un cordero, en las manos de una mierdecita insignificante. Un tipejo que ni siquiera podía matarla; un tipo de mierda que tal vez ni siquiera pudiera usar la sangre. Marysol era un daemon, y solo podría ser exterminada por otro daemon. Pablo también había sido un daemon, pero como estaba habitando un cuerpo humano, se había transformado en un híbrido. No era ninguno de los dos, y las leyendas no tenían claro qué podría hacer con la sangre recogida.

Mientras sentía la hoja fría en su cuello, Marysol todavía tuvo tiempo para razonar que, ya que Pablo ya no era un daemon, lo más probable sería que ella se mantuviera viva. Y si él lograra separar su cabeza de su cuerpo, y ella siguiera viva, acabaría por convertirse en una de esas criaturas de pesadilla, y tendría que sacar solo un arma durante sus peleas, porque uno de los brazos estaría constantemente ocupado llevando su propia cabeza.

Entonces la sangre tibia, un hilo, comenzó a fluir.

 

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¡SANGRE ES VIDA! era una de las primeras cosas aprendidas en el mundo de Marysol y Ruan. Era el líquido más preciado, usado en los hechizos más temidos y los sortilegios prohibidos. Los antiguos maestros comparaban la sangre en venas y arterias con ríos de vida, conductores, y por esta razón, ella servía como pasaporte para que los más atrevidos y valientes pudieran viajar entre los universos. Sin embargo, no era cualquier sangre la que servía como vehículo entre los universos paralelos infinitos. Necesitaba ser sangre de daemon, derramada por otro de la misma especie.

Cuando Marysol olió a su propio fluido de poder extraído por su antiguo enemigo que habitaba en un cuerpo indigno, trató de recordar todo lo que había aprendido, pero no se había atrevido a hacer. Pablo había sido el primer daemon en el que ya había usado magia de sangre cuando, sin querer, abrió el pasaje que terminó arrojándola al mundo de Vila del Buen Retiro.

 

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Déjenme contarles, de una buena vez, cómo fue que Ruan y Marysol se quedaron separados, cada uno en un universo diferente.

Marysol había desafiado a Ruan a un duelo.

No cualquier duelo, ella lo había desafiado a un High-Noon.

Un desafío High-Noon solo terminaba cuando uno de los competidores sucumbía o era encarcelado por el victorioso para ser llevado ante la justicia. Marysol tenía toda la intención de llevar a Ruan ante la justicia…, muerto. Con respecto al High-Noon, queda por aclarar que, una vez que el desafío sea aceptado, los contendientes tienen sus poderes cancelados hasta que se defina un vencedor.

Incapaces de usar magia el uno contra el otro, Marysol y Ruan estaban exhaustos cuando Pablo intervino y se paró como una pared entre los dos.

A Pablo, sí, le estaba permitido usar magia durante esa pelea, ya que no estaba directamente involucrado, pero la Bandolera no permitiría que ese tipejo se interpusiera en su camino. Ella había aceptado nada menos que matar a Ruan. Era su forma de obtener justicia y, al mismo tiempo, redimirse por sus propios crímenes que, en comparación con los de Ruan, no eran casi nada. Tendría el cuerpo de Ruan y se lo llevaría a los grandes, no sería ese tipo de mierda quien la detendría. Luego corrió hacia Pablo y, dejando escapar un grito de guerra, saltó sobre él, aterrizó detrás de su espalda y, tan pronto como él se volvió, disparó un tiro directo entre sus ojos. Miró el cuerpo tendido en el suelo, cuyos ojos abiertos parecían mirar el cielo rojo del universo daemon. Su ira estaba tan grandiosa que sintió que podía descargar el arma en ese cuerpo sin vida solo para desahogar su furia. Pero había un objetivo más grande, justo allí, detrás de él.

Sin embargo, Marysol no sabía que Ruan ya había estado pensando en la posibilidad de no poder vencerla en ese duelo. Cuando corrió acompañado de Pablo, no había corrido por miedo, no había corrido para escaparse: había corrido porque tenía un plan. Cuando Marysol dio ese tiro, hizo exactamente lo que Ruan esperaba que hiciera.

Con Pablo tirado en el suelo, la Bandolera se quedó tan concentrada en Ruan que no notó la grieta que comenzó a abrirse al lado del cadáver. Avanzó, resuelta y con el arma desenfundada, hacia el enemigo.

—Ahora estamos los dos… —dijo ella.

—¡Vente, zorra! —respondió Ruan, sin apartar la vista de su oponente.

El silencio fue interrumpido solo por sus fuertes respiraciones; Marysol colocó su dedo en el gatillo, puedo decir que comenzó a apretarlo, pero el Maldito fue rápido, mucho más rápido de lo que su aparente fatiga hizo parecer que sería. Dio un salto con la pierna derecha extendida hacia adelante y pateó el vientre de la Bandolera, que fue empujada hacia el portal, cuyo tamaño era suficiente para recibir su pequeño cuerpo. Fue entonces cuando pareció darse cuenta de lo que había sucedido y, usando sus rápidos reflejos, logró pararse en el suelo antes de pasar por la entrada. No tuvo tiempo para nada más, porque Ruan ya se había acercado y, efectivamente, cortó profundamente el brazo de ella con una daga que se había quitado de la cintura, obteniendo la sangre necesaria para la apertura de un segundo portal. En cuanto a ella, después de ser abofeteada, cayó al pasaje y sintió que su cuerpo era succionado.

Viajó a través de un túnel en el que varios despojos giraban a su alrededor; parecían ruinas de mundos antiguos. Quizás lo fuesen. Escombros de mundos pretéritos y destruidos. Cerró los ojos y olió la muerte con tanta intensidad que estaba segura de que moriría también. Mientras cruzaba, estaba segura de que Ruan la había enviado a un mundo que, si aún no estaba destruido, estaba al borde de la extinción. Ella perdió el sentido y se despertó junto a un ferrocarril, pero ustedes ya escucharan esa parte de la historia, así que volvamos a la celda donde Marysol se encuentra como rehén de Pablo, a quien, por artificio del Maldito, ella había matado en el universo daemon, y quien, en ese momento, parecía ansioso por devolverle el favor.