Image

CAPÍTULO 4

La Reina del Camino

 

Marysol sintió el cuerpo deslizarse por los barrotes y derrumbarse en el piso.

Por alguna razón, Pablo se le había aflojado el cuello.

Ella llevó una mano al corte abierto. Se dio cuenta de que la intensidad del sangrado estaba mayor de lo que ella había imaginado, pero pronto recordó al enemigo y se alejó de los barrotes para tratar de entender lo que estaba sucediendo. Sus ojos cazadores no necesitaran mirar muy lejos.

—¡De nada! —dijo Irene, con una enorme sonrisa en su rostro y una gran pala en sus manos.

Abrió la celda y extendió la mano para ayudar a la Bandolera a levantarse, pero ella rechazó la oferta: estaba mareada, pero podía levantarse.

—¿De dónde sacaste esa llave?

—Puse a dormir al vigilante —respondió Irene, señalando la pala que estaba apoyada a un lado.

—¿Qué le hiciste? —preguntó la Bandolera, mientras salía cuidadosamente de la celda, analizando la situación.

—Él va a sobrevivir... —dijo Irene, dando poca importancia al destino del ser humano. Cuando se volvió hacia la pala, Marysol dio un paso adelante.

Irene abrió los brazos y se encogió de hombros como si no importara quién tenía o no la pala; luego comenzó a arrastrar el pesado cuerpo de Pablo hacia la parte trasera de la estación de policía con extrema facilidad.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Marysol, mientras Irene intentaba abrir la puerta y mantener al humano desarticulado al mismo tiempo.

—Porque quiero salir de aquí, y tú eres mi mejor chance.

—Necesito la guitarra.

—Debe estar en el despacho del sheriff. ¡Tómate la llave! —Tomó una de las llaves del juego y se la arrojó a Marysol, quien la recogió—. Yo me ocuparé de este tipejo.

Marysol encontró la oficina del sheriff que, en ese mundo, se llamaba comisario. Encontró la guitarra, algunas pistolas cargadas y una mochila: una vez ladrona, ladrona siempre.

Usó la mochila para guardar las pocas pertenencias que tenía, incluidas las armas que acababa de robar, y las pocas ropas que recibió de Talita que estaban en una bolsa de plástico. Cuando recordó a Talita, también recordó a la falsa Irene y regresó. Encontró a Pablo esposado y amordazado con Irene parada a su lado, luciendo una postura que no revelaba nada acerca de sus intenciones, pero, tal vez para evitar meterse en problemas, fue la primera en hablar.

—Irene, a quien nunca conocí, es mi doble.

—¡No me lo digas! —respondió Marysol, llena de sarcasmo.

—Mi nombre es Irina… Similar, ¿verdad?

Marysol no se sorprendió al escuchar el nombre. Ya sospechaba. No la había conocido personalmente en su propio mundo, pero había oído hablar de la tipa. No mostró su reconocimiento, solo dijo:

—¿Qué quieres tú de mí?

—Te lo dije, quiero tu ayuda. Este mundo aquí se está desmoronando, y gracias a ti, Irene fue llevada a nuestro mundo y yo me he quedado aquí en su lugar.

—¿No crees que te tomó demasiado tiempo para llegar si cruzaste por mi culpa?

—Estaba perdida, fue el sonido de la guitarra lo que me llamó. La escuché, pero no te vi a ti… Creo que debe haber una zona neutral, no lo sé, tú tampoco te topaste conmigo, ¿verdad? Cuando me vi en ese camino, empecé a caminar… Pronto esa mujer vino hacia mí, y empezó a correr y a llorar, y me decía hija... —Irina hizo una expresión de disgusto—. ¡Eeww! ¡Cómo les gusta tocarnos! Y los besos… ¡Ya! Fue entonces cuando me di cuenta de que yo estaba en un mundo de…

—Personas. Sí, me tomó mucho más tiempo entenderlo. Me pareces estudiada, Irina. ¿Qué sabes sobre los sacrificios para abrir portales con un destino elegido?

—Esto es algo básico, todos lo saben, supongo. Uno debe decapitárselo o disparárselo en la cabeza de otro de los nuestros. La sangre de un daemon abre cualquier portal —respondió con cierto orgullo.

—¡Genial! —Marysol respondió, mostrando nuevamente ese sarcasmo en su voz—. El problema, Irina, es que el cuerpo de este hombre no es de Pablo, la sangre no es la de un daemon.

—Pero la esencia lo es. Esto afecta a todo el cuerpo. ¡No hay más Antonio allí, querida!

Marysol parecía considerar la situación, ciertamente tenía sentido, aún que no pudiera estar segura. Ni siquiera podía estar segura si Irina estaba diciendo la verdad o no. Decidieron salir de allí con Pablo lo antes posible, el sacrificio tendría que hacerse pronto, antes de que la ciudad despertara y descubriera que la forastera había huido. No quería derramar la sangre inocente de esa gente, pero no era aconsejable permanecer en ese mundo en peligro de extinción. Si fuera necesario pelear, ella pelearía.

Transportaban a Pablo a través de la maleza que daba acceso al cementerio de la ciudad, cuando Marysol le pidió a Irina que volviera a buscar una de las armas que se había caído. De mala gana, Irina regresó a buscar el arma, mientras Marysol golpeaba al hombre en la cara con el dorso de la mano para despertarlo.

Los ojos de Irina barrieron el suelo lleno de lápidas, mientras miraba hacia atrás para ver qué estaba haciendo Marysol. Cuando finalmente encontró el arma, la recogió y corrió hacia los dos. Tenía prisa.

Al acercarse, vio a Marysol con la cara apretada, nariz con nariz, como la de un hombre asustado, casi sumiso. Ni siquiera remotamente se parecía al descarado Pablo. Temiendo que la Bandolera descubriera que António aún habitaba ese cuerpo y lo compartía con el viejo daemon, Irina aceleró el paso.

—¿Qué pasa? —preguntó, y tanto Marysol como el hombre asustado volvieron la cabeza hacia ella.

Marysol se levantó lentamente, buscando el revólver que estaba metido en la parte posterior de la cintura de sus shorts. Al notar el movimiento, Irina apuntó el arma que había encontrado a la cabeza de Marysol, quien sonrió.

—Así que ya lo sabes… —dijo Irina, mirando hacia un António horrorizado por la escena; Pablo se había escondido y permitido que el antiguo dueño del cuerpo tomara el control.

—Bueno... —Marysol levantó la pistola y la apuntó en dirección a Irina, quien, en respuesta, tiró al percutor de su pistola, haciendo que Marysol imitara su gesto.

—¡Suelta el arma, Lolla, o te mataré! Te lo juro que tenía la intención de usar el mezcladitito este, pero, para serte honesta, no creo que su sangre siquiera abra una grieta, así que, te va a tocar a ti. Solo la sangre pura de un daemon puede hacernos cruzar juntos. Pablo se va conmigo. Vámonos a reunir a la banda, ya sabes.

—Entonces eso es lo que querías… reunir a la banda y llevar a ese inútil… —Marysol respondió con una voz tranquila y un sereno semblante—. ¡Dispara! —ordenó y bajó la mano que sostenía el arma.

Al igual que el día que pasó frente a ese lugar —el depósito de muertos—, Marysol estaba con los pelos en punta. Pero la piel de gallina estaba más intensa, probablemente por estar dentro del lugar. Le dolía el estómago y tenía una sensación extraña y excitante. Sentía un poder mayor, un frenesí que le parecía como nostalgia y la dejaba con los sentidos más agudos.

El sentimiento estaba tan fuerte que, ante la mano armada de Irina, todo en lo que Marysol podía concentrarse era ese anhelo, ese dolor. Una nostalgia que parecía ser suya, mientras que parecía ser de alguien más.

Decidió centrarse en la nostalgia, o fuera lo que fuera, más tarde. Su mano armada volvió a subir en un movimiento que parecía demasiado lento, hacia el objetivo perfecto de la cabeza de Irina. Su oponente tenía una gran ventaja, así que el brazo de Marysol aún no estaba sobre su estómago cuando Irina apretó el gatillo.

 

Image

 

En nuestro mundo humano, Ruan aprendía a respeto de lo que llamamos partidos políticos. Tales cosas no existían en su mundo, ya que no había necesidad de este tipo de representación. Había cierto tipo de liderazgo, pero algo diferente al de los humanos. Decidió conocer a los líderes en profundidad; sus relaciones con el electorado; los resultados de sus promesas. ¡Estaba un caos! Estaba perfecto para él. Parecía que a las personas les gustaba ser engañadas y tenían una debilidad obvia: eran interesadas, egoístas y vanidosas; no reconocían sus errores, incluso insistían en ellos. Cavaban sus propias tumbas.

De lo que Ruan se dio cuenta inmediatamente en nuestro territorio, fue que había una facción, así que le gustaba llamarla, que tenía la intención a través de actos aparentemente inocentes de dar glamur y legitimidad al crimen, al mismo tiempo que lograban debilitar las instituciones gubernamentales centradas en el bienestar y en la seguridad social. Las leyes, las ignoraban abiertamente; los beneficios llegaban a los asesinos y estafadores más infames, y la sociedad se colapsaba.

La gente había gritado por el demonio, y allí estaba él. En carne y huesos. Toda la emoción que había buscado y nunca había encontrado en su propio mundo, suficiente tendría en el nuestro.

Caminó alrededor de la laguna Rodrigo de Freitas disfrutando de los placeres que la gente parecía incapaz de disfrutar por completo. El día estaba hermoso, y él disfrutaba de un helado. Apreciaba todo en nuestro universo, especialmente el calor. El calor de un humano era indescriptible para un daemon.

No entendía cómo, teniendo tanta libertad y belleza a su alrededor, esas criaturas preferían competir y luchar entre sí por las razones más ridículas. Las cosas más pequeñas adquirían proporciones gigantescas y absurdas, se convertían en tema de discusión. Las personas no actuaban como iguales. Eran competitivas, eran vanidosas.

Ruan tenía el deseo de dominar, pero se consideraba puro. Quería dominar por los suyos, quería compartir su reinado con los suyos. Decidió que entregaría esas personas a su raza. Los que se uniesen a él sobrevivirían; los que se opusiesen serían exterminados. Era un mal necesario.

Estaba pensando en el carácter depredador de esa especie que se destruía a sí misma, cuando notó que personas vestidas de blanco llegaban y se acercaban a la laguna con carteles y pancartas, algunos con flores. Prestó atención a las protestas del grupo. Pedían la paz, el fin de la violencia, un mundo más fraternal.

De repente, esas personas comenzaron a tomarse de manos alrededor de la laguna. Ruan frunció el ceño. ¿Qué sería eso? No se trataba de magia, pero debería tener algún uso. Poco a poco, otras personas se reunieron para mirar a ese grupo vestido de blanco, y pronto, el personal de una red de televisión apareció para cubrir el acto. Él se acercó a un camarógrafo para entender de qué se trataba.

—Están abrazando la laguna como protesta por la violencia —respondió el camarógrafo mientras reparaba el equipo. Ruan le dio una sonrisa.

—¿Y funciona?

—Al menos lo están intentando… —respondió el tipo, impaciente.

—Ya veo…

Le dio la espalda al profesional, que dirigió su atención a su equipo. Ruan caminó lentamente, vio unos vehículos policiales cerca y entendió que eran la seguridad del evento.

—Hilarante e hipócrita —murmuró—. Están en contra de las armas para luchar contra los delincuentes, pero necesitan hombres armados para cuidarlos mientras transmiten su mensaje de paz, para que no sean atacados por los mismos criminales que defienden. —Sacudió la cabeza de lado—. ¡Desquiciados!

Fascinado, observó a los dichos pacifistas en su acto simbólico de abrazo; observó a los policías que parecían molestos por verse obligados a encargarse de esa manifestación; ciertamente tenían cosas más importantes que hacer; miró a los espectadores que acudían y observaban; y a los transeúntes que pasaban sin conmoción.

—¡Imbéciles! Se merecen el exterminio.

La mejor magia es la deseada, aunque inconscientemente, por sus objetivos, por lo que Ruan decidió divertirse.

Con un movimiento de su mano en dirección a los vehículos, empezó a crear su ilusión: la policía vio a hombres fuertemente armados que salían de una sucursal bancaria, se subían a los automóviles y huían; luego entraron en los vehículos sin pestañear y persiguieron a los bandidos imaginarios creados por el Maldito. Sin embargo, para los pacifistas blancos y para la periodista que cubría la manifestación, parecía que la policía simplemente había disuelto el evento, dejándolos desprotegidos. Inmediatamente, el movimiento de paz se puso a gritar consignas contra la policía, mientras que la periodista expresaba su indignación en la televisión nacional. Todo en vivo.

Tan pronto como la periodista apagó el micrófono, Ruan se acercó y, con su voz más seductora, preguntó:

—Están abrazando la laguna por paz…, ¿qué puede salir mal? —Se fue sin importarle la respuesta. Sabía muy bien lo que podía pasar. Ya los había olido a los otros. Estaban cerca.

No sabría cómo nombrarlos, pero ellos estaban armados con pedazos de vidrio y con la intención de cometer robos en el vecindario y decidieron bajarse del autobús antes de su destino programado, muy cerca.

No fue exactamente una decisión de ellos.

Habían atendido la llamada del maestro.

Del Maldito.

Ruan silbó una melodía que atrajo a los delincuentes al igual que el Flautista de Hamelín atrajo a las ratas.

Y, al igual que las ratas de Hamelín, ellos fueron fáciles de manipular y corrieron, sedientos, hacia los manifestantes, tan pronto como pisaron la acera. No satisfecho, el Maldito también dirigió su fascinante silbato a los manifestantes pacíficos, quienes, cuando se dieron cuenta que se acercaba el arrastrero, fueron apoderados de una furia sin precedentes.

Tico, un niño sin hogar, que había observado todo desde el principio, fue, quizás, el único que se permitió prestar atención al hombre de gestos extraños que silbaba esa extraña canción. Quizás, permitirse no sea la expresión más precisa. La verdad es que Tico no podía apartar la mirada de él. Estaba aterrorizado, tenía escalofríos, y cada molécula de su cuerpo maltratado de chico criado en las calles gritaba que debía apartarse, mirar hacia otro lado, hacer otra cosa, pero él no pudo. Era como un imán.

No sabía cómo, pero estaba seguro de que el hombre había atraído a los vándalos e instado a los manifestantes. Las personas se atacaban entre sí sin medir las consecuencias, y por la acción de vidrios y navajas, se derramaba mucha sangre. Los pacifistas, que no tenían armas con las cuales atacar, fueron abrumados con tanta furia que, cuando lograban liberarse y quitar los objetos afilados de las manos de los vándalos, los arrojaban al suelo, les golpeaban la cabeza contra la acera y les pateaban el estómago, pisaban sus testículos. Los delincuentes estaban armados, pero los manifestantes estaban en más número, y en algún momento en toda esa confusión, parecía que todo lo que importaba era la guerra. Ya ni siquiera veían contra quienes luchaban, solo necesitaban luchar.

Fue una carnicería difundida en vivo por la red de televisión más grande del país.

Después de filmar una pelea particularmente violenta, en la que dos manifestantes pacifistas habían golpeado la cabeza de uno de los vándalos contra el asfalto con tanta fuerza que le quitaron la vida, la periodista se atrevió a acercarse y preguntó:

—Habéis matado el chico… ¿Por qué? Era solo un niño…

Pronto, los manifestantes, con sus ropas blancas manchadas por salpicaduras de sangre y tierra, gritaban que ya no podían soportar tanta violencia; dirigieron su ira hacia la periodista que, si no fuera por sus compañeros de trabajo, habría tenido el mismo destino que el vándalo de cara desfigurada y pantalones cortos cubiertos de orina y mierda que yacía muerto sobre el asfalto.

Fuera de la línea imaginaria que contenía a los combatientes, Ruan se reía y Tico lo miraba.

El Maldito estaba extasiado.

El tránsito se detuvo para ver el espectáculo de terror al aire libre, y la congestión que se extendió en una línea de kilómetros provocó otros enfrentamientos que no necesitaran el silbato del Maldito. Fue el sonido del claxon de uno de estos autos, cuyo conductor ya estaba acostumbrado a las guerras diarias en Río de Janeiro y no necesitaba ojear a otra, que sacó a Tico del trance y de su observación casi hipnótica del hombre que silbaba.

Salió corriendo y se escondió detrás de un puesto de periódicos. Todos sus instintos de chico de la calle gritaban que ese hombre no debería verlo. Faltó poco. Cansado del circo que él mismo había creado, Ruan comenzó a poner atención al resto del ambiente y, sintiendo esa presencia que lo perturbaba por su curiosa observación, dirigió su mirada hacia donde debería estar Tico.

Tico tenía solo doce años, pero ya había aprendido a reconocer el peligro y a escaparse de ello. Sentía lo malvado que era ese hombre: su corazón acelerado le señalaba eso con una certeza alarmante. Ruan olisqueó el miedo del niño, entendió que era su miedo, miedo a su presencia, y eso fue suficiente para apaciguar su vanidad. No fue tras el chico. Y este fue el primer error que cometió en nuestro mundo.

Y ha sido un gran, gran error.

 

Image

 

En el cementerio de Vila del Buen Retiro, Irina y Marysol se enfrentaban. El brazo armado de la Bandolera pasaba a la altura del estómago de la oponente, cuando Irina, con el objetivo apuntando a su frente, apretó el gatillo.

Y apretó el gatillo una y otra vez, y otra vez más.

Nada pasó.

No brotaron los proyectiles.

Mientras tanto, la mano armada de la Bandolera había terminado la escalada, y los grandes ojos de Irina solo parecían poder ver el cañón del arma. Marysol tenía su brazo derecho firmemente posicionado con el objetivo apuntando a la cabeza de la doble de Irene cuando dijo:

—¿Creías que yo fuera suficientemente estúpida como para dejar un arma con municiones a otro daemon, Irina?

—¡Me engañaste! —dijo Irina, con su voz más inocente, mientras lanzaba un hechizo de olvido a Marysol—. Te liberé, podría haber venido aquí sola con él, pero te traje... ¿Por qué quieres deshacerte de mí?

—¡No me queras ver la cara! —dijo Marysol, mientras sentía que Irina intentaba golpearla con magia—. Y no pienses que me pegas con ese hechizo de olvido, ¡recuerdo cada palabra de lo que me acabas de decir! —Mientras mantenía su mano firme hacia Irina, el cerebro cazador de Marysol trabajaba duro. Estaba tratando de descubrir cuál sería la habilidad mágica de Irina, al mismo tiempo, se preguntaba por qué no había sido afectada por el hechizo de olvido que ella había intentado lanzar. Deseando que borrar recuerdos fuera el único don mágico de su oponente, continuó—: Me trajiste aquí porque sabías que la sangre de este mierda es bueno para nada. El humano aún sigue vivo. No es personal, pero no estoy hecha para el sacrificio. ¡No soy cordero, Irina!

Irina volvió a levantar el brazo, Marysol se dio cuenta de que su respiración estaba entrecortada: tenía un plan. Decidió no perder más tiempo en conjeturas, apretó el gatillo y pegó a Irina en la frente. Al caer hacia atrás, la daemon aún logró hacer un tiro imposible en el aire. El sonido sorprendió a Marysol, quien entendió lo que había acabado de suceder:

—Así que tu don es materializar cosas… ¡Buen truco, Irina, buen truco! Pero tú no eras una bandolera. Las bandoleras siempre somos más rápidas. ¡Qué lástima! ¡Serías muy útil a mi lado!

Olvidándose la prisa y la necesidad de salir de ese lugar rápidamente, Marysol miró hacia abajo, como si una fuerza invisible la obligara a hacerlo. El cuerpo de Irina estaba sangrando, y la sangre espesa y de color rojo oscuro fluía como un río hacia sus pies, bordeaba sus botas y teñía la lápida sobre la que ella había estado en el momento del tiroteo. La inscripción decía: «Maria Dolores Solemar - Nuestra querida Lolla».

Cerró los ojos y entendió la nostalgia, los sentimientos confusos, los intensos escalofríos, la sensación de poder. Esa era la tumba donde descansaba el cuerpo de su doble en ese mundo. El cuerpo ya no estaba vivo, pero Marysol aún podía sentir la energía de su contraparte. A su lado, había otra lápida cuya inscripción decía: «Romero Solemar - Querido hermano de Lolla».

Tenía demasiada prisa para averiguar si su intuición era cierta, pero podía apostar las dos armas que había acabado de obtener, que la otra tumba pertenecía al doble de Ruan. Hoy, puedo decirles que la intuición de Marysol era correcta, el cuerpo enterrado era, de hecho, el del doble de Ruan. En el mundo en peligro de extinción de Vila del Buen Retiro, la Bandolera y el Maldito no solo habían sido hermanos, sino que se habían amado tanto que murieron juntos.

A uno no tiene sentido llorar por sí mismo, y el tiempo se acababa. Marysol respiró hondo, trató de despejar sus pulmones y su mente, y se concentró en lo que tenía que hacer aún que una parte suya no podía evitar sentir la pérdida y aferrarse a ese luto inusual.

Levantó los brazos en V y ordenó que se abriera el portal, mientras la sangre de Irina rodeaba sus botas, cubría la (su) tumba y manchaba la maleza.

—¡Quiero irme hasta Ruan, el Maldito!

Una grieta brillante se abrió frente a Marysol. Era como un corte en la piel, una herida en el aire; e iluminaba sus ojos color miel. Volvió hacia António, el pobre humano asustado que intentaba convencerse de que eso era solo un sueño a medida que la grieta se hacía más grande.

—Oye, no voy a desatarte porque sé que el idiota de Pablo está ahí, fingiéndose de muerto y él no puede seguir conmigo. Dile a Talita que voy a encontrar a su hija.

—Esta es su hija! ¡Mataste a Irene! ¿Por qué Irene me trajo aquí? ¡Me voy a volver loco, Dios mío! —gritó.

—¡No! Esa es una doble de la hija de Talita. Una doble que vino de mi mundo, el mismo mundo de este tipo que te atrapó.

—¿Cómo lo hago para que me deje en paz? ¡Temo a Dios, no quiero vivir con un demonio! —dijo Antonio, casi llorando. A Marysol no le gustaba escuchar la palabra demonio tal como él la tenía pronunciado. Sonaba como un insulto. Era un insulto.

—No te dejará. Eres su sustento. Intentes mantener el control, no dejes que te domine. Eso es todo lo que puedes hacer.

Marysol caminó hacia la grieta, que se parecía mucho a una puerta. Estaba a punto de entrar cuando escuchó a Pablo gruñir detrás de ella. Él reía. No cabía duda de que António ya había perdido esa pelea.

—¡Fíjate! —dijo Pablo—. ¡La pobre madre llorará mucho cuando encuentre a su hija muerta en este matorral! Y yo, el sobreviviente de una asesina que esa mismísima madre acogió en su mismísima casa, le contaré cómo Lolla mató a su hija en modo tan cobarde.

Ella lo ojeó y levantó el cuerpo de Irina con el brazo libre de la guitarra, arrastrándola hasta el portal. Cuando Pablo se dio cuenta de lo que ella pretendía hacer, lanzó un grito de odio.

La Bandolera llevaría el cuerpo por dos razones: para tratar de cerrar el pasaje, evitando que Pablo cruzara si lograba liberarse; y salvar a Talita de un sufrimiento aún mayor. Sería mejor para la tabernera pensar que su hija se había escapado. Marysol sabía que, en el fondo, Talita sentía algo mal en esa hija, no estaba cien por ciento contenta con su regreso.

Metió la mitad de su cuerpo dentro de la grieta, levantó su brazo libre y le mostró a Pablo el dedo medio. Sus ojos brillaban en su color más escarlata, pero no con ira, solo era una provocación. Cuasi un chiste.

—Pablo, su mierda, ¡buen apocalipsis para ti!

 

Image

 

Tico había decidido dormir en casa de su madre, quien tenía tres hijos más: Robson, de quince años; Alexandra, diez; y Mirina, seis. Como siempre, tomó algo de dinero para irse a su casa, pero mantuvo con él la cantidad que necesitaba para comer mientras estuviera en la calle. El nombre de su madre era Lorena, y ella gastaba casi todo el dinero en drogas. De su padre, Tico solo tenía una foto, conservada como si fuera un tesoro, y que siempre miraba por temor a olvidar su rostro. El padre de Tico había sido asesinado por el narcotráfico cuando el niño aún tenía tres años.

Pasó junto a cuatro tipos armados que vigilaban la entrada de la comunidad; uno de ellos fumaba un cigarrillo de marihuana. Ya conocido, Tico no tuvo problemas para entrar.

—¡Qué onda, eh, Tico! —dijo el que fumaba marihuana.

Tico se encogió de hombros.

—Vengo a ver a mi madre.

—¡Pásate, carnal! —dijo el otro, dándole al flaco Tico un manotazo a la espalda—. ¿Has venido pa’ quedarte? Si te quedas, hay chamba y lana, y nada de poli…

Sin nada decir, Tico los saludó con la cabeza y subió la escalera alta, quería salir de allí. Hablaba con los traficantes porque sabía lo que le sucedía a cualquiera que no se encajara con ellos. Su padre, que había sido líder en una pequeña comunidad en la Zona Oeste, había muerto porque se había enfrentado con los bandidos en una comunidad más grande. Tico aún recordaba de la noche en que los delincuentes invadieron su casa y dispararon a su padre frente a todos.

Desde la edad de seis años, Tico caminaba por las calles porque no podía más soportar las palizas de su padrastro alcohólico. Su hermano mayor desaparecía de vez en cuando, no sabía lo que estaba haciendo, pero Tico sospechaba que Robson también estaba en el narcotráfico, pero de una facción rival. Tico prefería ser independiente, no quería lazos con los narcos, con el tráfico, con nadie.

Se obligaba a irse allí por su familia. Le gustaban sus hermanas. También le gustaba su madre, aunque no podía soportar estar con ella durante más de tres días, que era el período máximo que ella podía soportar sin cocaína.

Llegó a casa y, para su sorpresa, su madre estaba sobria y de buen humor; abrazó a su hijo de una manera rara, parecía feliz de tenerlo allí. Preguntó dónde había estado y recibió un «por ahí» como respuesta. Preguntó si Tico había almorzado, y él recordó que tenía hambre. El episodio en laguna lo había hecho olvidar todo, incluso de comer.

—Te traje algo de lana, mamá. —Le entregó algunos billetes a Lorena, quien sonrió torpemente.

—Voy a poner tu almuerzo… Casi la hora de la cena, ¿verdad?

Tico podía ver a la madre en la cocina ya que las habitaciones eran pequeñas. Preparaba un plato de pasta con carne picada y papas fritas que hizo que los ojos de Tico se abrieran. Las cosas parecían estar bien esa semana. Mientras comía, Tico observaba a su madre vestirse.

—¿Vas a salir, amá? ¿Dónde están Xanda y Mina?

—Están en casa de abuela. Tengo que hacer algo muy importante esta noche.

—¿Qué cosa?

—La gente del Centro hará una sesión —respondió, mientras revolvía el cabello castaño y rizado y lo ataba parcialmente con un turbante violeta—. Será en un claro cerca de la carretera. Me tomaré un aventón con unos amigos.

Tico masticaba con placer, pero recordó al siniestro hombre de la laguna. Justo entonces, después de tantos años sin ir al Centro de Umbanda, su madre, de la nada, había decidido volver. Tico no lo pensaba malo, pero se lo hice raro.

—¿Puedo irme contigo?

—¿Tú? ¿Por…? —Lorena miraba con curiosidad a Tico, quien se tragó el tenedor con esfuerzo, apresurándose a responder.

—¡Porque sí! ¿No puedo?

—Es pa’ gente grande, y tú eres un mocoso, un chamaco…

—Ya tengo doce años, ¡soy un adolescente! —dijo con vehemencia.

Tico conocía las leyes, vivía para escapar de ellas, aunque supiera que, en cierto modo, la ley lo protegía más de lo que lo perjudicaba; de lo contrario, estaría encerrado en una casa para menores, y eso sería peor que la muerte para él. Tico era un chico libre, se había acostumbrado a las calles. No era la vida con la que había soñado; no le gustaba caminar sucio, hambriento, escapando de la policía y de los malhechores, con fiebre al amanecer y sin nadie a quien pedir ayuda, pero la estaba llevando. O al menos trataba de convencerse de eso.

—¿Te metiste en algún lío? ¿Por qué quieres irte a ver la sesión de Exus? —preguntó la madre, con los ojos llenos de preocupación.

—¡No, ma’! ¡Ningún lío! Pero, apenas te veo y tú ya me dices que te vas a pasar la noche en la encrucijada…

—He pensado que quisieras descansar en tu misma cama… pero, bueno. Te levaré. —Tico sonrió con picardía—. Pero, por primero, báñate… No quiero que los Exus se escapen por conta de tu pestilencia.

Tico se rió de buena gana y corrió hacia el baño. A él le gustaba ducharse. A veces lo hacía en algunos establecimientos comerciales, pero tenía que ser rápido y usar la misma ropa. Recordó a su padrastro y le gritó a su madre:

—¿Dónde está Biriba?

—¡Lo corrí! Hace una semana.

A Tico le gustó esa noticia. No sabía si duraría, porque su madre era muy firme y decisiva sin las drogas, pero cuando las usaba, se convertía en una marioneta en manos de cualquiera, especialmente en las manos de un estúpido bribón como Biriba.

Se preparó rápidamente. Cuando se fue con su madre, nadie diría, con solo mirar, que eran miembros de una familia tan sufrida y con tantas secuelas. En el camino hacia el Centro de Umbanda desde donde partirían con el grupo hasta ese claro, de la mano, los dos eran la imagen de la esperanza y de la unidad.

 

Image

 

Marysol arrastraba el cadáver de Irina en el lado derecho de su cuerpo, mientras que, en su hombro izquierdo, balanceaba la guitarra. Los revólveres estaban a cada lado de su cintura, sujetos al cinturón de cuero.

El cruce no fue instantáneo: había una especie de túnel donde se insinuaba una tormenta de arena. Cerró los ojos y siguió avanzando lo más rápido que pudo, porque temía que el pasaje se cerrara antes que ella pudiera pasársela. Con los ojos cerrados, soportando el peso de Irina, agudizó sus otros sentidos para cruzar ese pasillo. Mucho antes de llegar a la salida, escuchó voces y ruidos de instrumentos de percusión. No podía entender las palabras, pero el ritmo era agradable, incluso contagioso. Cuanto más se acercaba, más la dominaba ese ritmo y más claras se volvían las palabras.

 

Estaba caminando por la calle,

una hermosa chica vi

Le pregunté

¿Dónde vives?

Ella me lo respondió así:

¡Vivo en una carretera sin fin!

 

Esos versos se repetían, y el ritmo la contagiaba, la hacía pensar en ritmos árabes que se tocaban en las baquetas. Cuando el ruido se hizo demasiado fuerte y la canción llenó sus oídos, la Bandolera abrió los ojos. Vio un camino rodeado de matorrales a ambos lados; también vio una hoguera y, a su alrededor, personas. Incluso con la visión borrosa debido a la arena, esta vez logró distinguir el aura de esas criaturas simplemente porque no vio aura. Ellos emanaban el mismo tipo de energía que los habitantes de Vila del Buen Retiro.

—¡Genial! Más personas… Hace unos días, ni siquiera sabía que existían; ahora están en todas partes.

Casi al final del pasaje, comenzó a observar al grupo reunido. Algunas mujeres llevaban vestidos y faldas largas, coloridas y redondas, y giraban en círculos en una especie de trance; había cestas y ollas de barro con diferentes alimentos y bebidas. Marysol no sabía qué tipo de ceremonia era, pero, por intuición, y sabiendo que eran humanos sin magia, adivinó que solo podía tratarse de un ritual dedicado a algún dios o entidad; a alguna energía considerada sobrenatural.

Se detuvo a un metro del salto a ese mundo y se quedó mirando a lo que parecía una fiesta llena de ofrendas; las mujeres que giraban alrededor de sí mismas eran veneradas como si fueran diosas. Marysol echó un vistazo al cuerpo de Irina, cuya sangre empezaba a cambiar de rojo oscuro a negro. No podría esperar más: necesitaba cruzar.

Ella saltó.

El salto la colocó justo en medio del fuego, y ella podía sentir el calor de las llamas, aún que el fuego no pudiera lastimarla.

La Bandolera no tenía forma de saberlo, pero el grupo reunido alrededor de la fogata estaba formado por Umbandistas que, junto con algunas personas curiosas, estaban evocando a las «damas del camino». No hace falta decirles cuán irónico es que nuestra Bandolera, una dama tan viajera que se estaba llegando de otro mundo, la definición más perfecta de «dama del camino», apareciera en este nuestro mundo precisamente en un ritual como ese y, a pesar de eso, lo inusual de esa escena —una muchacha en la carretera que surgió desde el medio del fuego llevando un cuerpo y una guitarra—, hizo que los presentes entraran en pánico.

Hubo gritos, carrera y desesperación.

Curiosamente, las mujeres que giraban, aquellas veneradas como diosas, fueron las primeras en huirse; solo quedaron los crédulos, los inocentes y los valientes, que gritaban que la Reina del Camino estaba allí, y se arrodillaban ante una incrédula y aturdida Marysol.

Entre los que se quedaron estaban Tico y su madre Lorena.

Lorena se cuestionaba a sí misma. Se preguntaba si, por casualidad, estaba bajo algún tipo de efecto retardado de las drogas que no había usado en una semana, pero se dio cuenta de que su hijo estaba apuntando a la visión, y eso la hizo comprender que era real, todos la estaban viendo a la mujer que había emergido del fuego

El brazo de Tico todavía estaba extendido, apuntando a la mujer con la guitarra que no se quemaba, y no podía reaccionar ni pronunciar una palabra. Era solo un niño con un brazo en alto. Cualquiera diría que estaba tan sorprendido que no pensaba en nada, pero la verdad, y que supe más tarde, era que su cabeza estaba hirviendo. Por alguna razón, el chico vinculó esa aparición al siniestro hombre de la laguna Rodrigo de Freitas.

Ni el chico sabía por qué.

El hombre de la laguna, a pesar de su aspecto siniestro, era solo un hombre común a quien le gustaba helado; mientras que la mujer esa era más como una entidad sobrenatural tan poderosa que ni siquiera el fuego la hacía arder. Aun así, en su mente juvenil, los dos eran iguales, de la misma especie. Fuera lo que fuera, él sabía que eran muy similares. Y lo sabía con cada milímetro de músculo no podía mover.

—¡Salve, Reina del Camino! —saludó un hombre todo de blanco, y otros repitieron el saludo.

—¿Estás hablando de mí? —preguntó Marysol, quien, ya fuera del fuego, miraba alrededor tratando de entender lo que estaba pasando.

A pesar de la confusión que experimentaba, la voz de la Bandolera era poderosa, casi divina, y esto reforzaba la creencia de quienes permanecieron.

Todos se callaron.

Y ellos esperaron.

No se oyó nada más que el crujido del fuego.

Marysol miró a su alrededor.

Soltó el cuerpo de Irina.

El ruido sordo de la carcasa al estrellarse contra el suelo atravesó la noche silenciosa de manera casi ofensiva, pero nadie se atrevió a moverse.

Volvió a mirar a su alrededor y giró el cuello hacia los lados para que se crujiera.

El crec-crec de eses crujidos cruzó la noche silenciosa de una manera casi amenazante, pero nadie se atrevió a moverse.

Miró a las ofrendas dispersas, había muchas botellas de bebidas, y yo sé lo que ella estaba buscando: cansada y dolorida por el esfuerzo de cruzar el portal con una mujer muerta y una guitarra, solo una buena dosis de tequila haría feliz a la Bandolera.

Dio el primer paso hacia lo que necesitaba.

El sonido de las botas en el pavimento resonó en la noche silenciosa de una manera casi aterradora, pero nadie, nadie, se movió.

Uno podría decir que apenas respiraban.

Marysol se agachó en busca de la bebida adecuada.

El silencio se hacía tan grande que el ruido de sus articulaciones cuando se bajó fue casi un grito que se superpuso al fuego que crepitaba; todos los sonidos gritaban; se escuchaba el sonido de su mano envolviendo el cuello de una botella, el deslizamiento de sus dedos sobre el vaso y el gorgoteo de la bebida que le llegó a la garganta tan escandalosamente que fue casi un panfletario.

No era tequila. La Bandolera tuvo que conformarse con una botella de vino tinto que eligió debido al aroma. Cuando terminó de beber, pasó el dorso de su mano libre sobre su boca, levantó la botella, asintió con la cabeza en señal de agradecimiento y su poderosa voz sacudió los corazones cuando dijo:

—No sé quién la dejó aquí, ¡pero está genial!

—¡Le gustó, hijo! ¡Le gustó! —dijo Lorena, conmovida, incapaz de ocultar su devoción a la Reina del Camino que había elegido, precisamente, la botella que había sido llevada por ella—. ¡La Reina me va a consentir!

 

Image

 

Al otro lado del portal, Pablo no se mantuvo atrapado, pero no fue lo suficientemente rápido como para seguir a Marysol; al menos no con ese cuerpo humano. Vio que el portal disminuía gradualmente frente a él mientras aflojaba sus ataduras; comenzó a desesperarse. António, aunque dominado, luchaba; y Pablo sentía la exasperación e impotencia del hombre que ya no podía controlar su propio cuerpo. Sin embargo, a pesar de lo malo que era Pablo, no dañaría su doble, comprendía que hacerlo sería como una autolesión. Entendía que, al lastimar a su doble, se debilitaría a sí mismo.

Al mismo tiempo, sabía que no podía cruzar el pasaje con su cuerpo. Lo lamentó, ya que era la única forma de salvar a António del apocalipsis cierto e inminente. Saber que uno de sus dobles moriría, aún que fuera ese humano tonto, lo hacía desolado. Pero no podía perecer allí, compartiendo un cuerpo que pronto moriría en un mundo que desaparecería y terminaría en el olvido.

Pablo sabía que, para hacer el cruce tendría que separarse de ese cuerpo, al mismo tiempo, sabía que dejar un cuerpo humano podría conducir un daemon a la muerte, podría llevarlo a una zona neutral donde se perdería para siempre, podría desintegrar su esencia. Él era un daemon mercenario, una mierda para Ruan, y no se rendiría mientras tuviera la más mínima posibilidad de sobrevivir y arreglar sus cuentas con esos dos, pero una cosa tengo que decirles: el mierdecita tenía coraje. Por supuesto, es justo decirles que él debe haber considerado que, incluso si se hubiera quedado en Vila del Buen Retiro, su destino seguro no sería diferente, aun así, se necesitó coraje.

Sabía que tendría que buscar urgentemente a su nuevo doble en el mundo donde Marysol había ido tras Ruan. Ojalá estuviera vivo, ojalá fuera alguien que valiera la pena, que se pareciera a él en su carácter, tal vez alguien más divertido que António. Si no encontraba el doble, estaba en problemas; sería un daemon muerto, un mero espíritu errante; tendría que tomar posesión de un host no natural, cualquier cuerpo, y eso anularía su fuerza de daemon. Perdería su magia, su memoria entraría en hibernación y viviría como cualquier otro ser humano, hasta que el alma que originalmente habitaba ese huésped se separara y lo dejara solo, hasta que el cuerpo pereciera un día y llegara la muerte, demasiado indigna para él. Para los de su raza.

Comenzó a desprenderse, soltando lentamente el caparazón, pero sin perder el ritmo, sin perder el foco. La luz naranja que provenía de la grieta en el portal ayudaba al destacamento. Estaba casi completamente fuera del cuerpo de António.

Cuando estaba completamente separado, el pasaje ya estaba bastante estrecho, pero eso no importaba. Pablo se había convertido en energía, y el espacio no era problema. Una ventaja, de todos modos.

En cuanto a António, fue encontrado horas después, desmayado en las tumbas de María Dolores Solemar y Romero Solemar. Cuando llegara el apocalipsis de ese mundo, António lo enfrentaría con un cuerpo solo suyo.