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CAPÍTULO 7

La banda

 

 

A Marysol le gustaba la merienda que Tico había arreglado a pesar de pensar débil el condimento. Tico casi tragaba sin masticar la hamburguesa con queso, ya que sus grandes ojos estaban fijos en Marysol, que no sabía por dónde comenzar a revelar parte de su historia al niño curioso.

Podría obligarlo a mostrarle el último rastro de Ruan, pero algo la intimaba a satisfacer el deseo del chico. Su instinto decía que podía compartir. Lo primero que le vino a la mente fue su antigua banda, y ella comenzó a hablar de ellos con frases sueltas y desconectadas, cuando el inteligente Tico la interrumpió con entusiasmo:

—Así que tú eras vida loca. Bandidota. ¿Cómo nunca he oído hablar de ti?

—Ya vi que tendré que meter en tu cabeza lo que significa ser de otro universo…

Él frunció el ceño y Marysol explicó de la manera más paciente que logró lo que significaban universos paralelos o multiversos. La Bandolera era una excelente maestra; y Tico, cuando le interesaba, era uno de los mejores estudiantes. Escuchaba a todo encantado.

—Es decir que hay muchos otros Ticos…

—Sí.

—¿Todos ellos viven en la calle?

—Puede que algunos vivan en la calle como tú, puede que seas el único harapiento. Hay muchas posibilidades. Puede haber versiones de Lorena como madres, o no… Algunas de ellas ya se han muerto, otras aún no han nacido.

—¡Genial! —murmuro él.

—¿Qué tiene de genial?

—¿Y tú preguntas? —Él la miró aturdido—. Quería verte la cara cuando te encuentres con tu otra Marysol aquí. Ella debe existir, ¿verdad?

La Bandolera se reclinó en su silla y miró a Tico, decidida y algo molesta, porque no había contado con esa idea. La propia Marysol no se imaginaba cara a cara con su doble. Era el tipo de experiencia que solo los viajeros tenían, y ella se había convertido en una viajera por las circunstancias. Si hubiera tenido una opción, nunca habría dejado su universo.

Cuando pensó en la existencia de su doble, se preocupó: también habría otro Ruan para cazar.

—¿No vas a decir nada, sabionda?

—Yo... —Arrugó la servilleta de papel y la arrojó sobre la frente de Tico—. Te contaré la porquería de mi historia y ¡ya! Porque si me das más excusas para no llevarme a esta laguna de quien sabe qué, te romperé los huesos.

Tico no tomó en serio la amenaza, sabía que ella, sí, podría romperlo, pero si fuera hacerlo, ya lo habría hecho. Antes, estaba allí, pasando tiempo, contando sobre su vida.

¿Magia?

A lo mejor…

En el mundo de Marysol, la palabra hablada es importante, por lo que les cuento esta historia así, cara a cara, porque es como ella quisiera que se les contara. En nuestro mundo, pretendemos que no lo creemos en esa magia, en esa fuerza que las palabras tienen, pero si nos detenemos a pensar, ¿no es por lo que las terapias consisten en hablar todo el tiempo?

Hablamos y hablamos, hablamos de nosotros mismos, de lo que nos atormenta, y mientras hablamos, escuchamos y, bueno…, tal vez sea realmente magia.

En el bar, contando su historia a Tico, La Bandolera continuó:

—Me dijiste bandidota cuando te conté que andaba con una banda… En parte estás correcto. Nos encantaba saquear, pero lo importante era el placer de hacerlo. Éramos un poco diferentes de la mayoría de los daemons.

—Es decir demonios, ¿verdad?

—Sí. Pero, no. No en la forma en que lo entendéis. —El semblante de Marysol no pudo disimular lo tanto que esa palabra, demonio, la disgustaba, y Tico se echó a reír a carcajadas debido a aquella cierta pusilanimidad que veía, y que era muy extraña a un ser tan poderoso—. ¡Los humanos sois idiotas! —Ella apretó los dientes, pero parecía más a una niña enojada. Tico no se veía en peligro.

—Podemos ser idiotas, pero no somos demonios. —Otra sucesión de risas. Marysol se cruzó de brazos irritada y se recostó en la silla. Cuando él dejó de reír, ella arqueó el lado derecho de su labio superior, exponiendo una mezcla de sonrisa y mueca.

—¿Puedo continuar, mortal?

—¡Vaya! ¿No puedes morir? —La sonrisa sarcástica desapareció.

—Sí, lo puedo. Pero no cualquiera puede matarme… Pero, si me dejas contártelo, sabrás…

—Si subes al morro y los narcos te disparan…, ¿no morirás?

—¡Bah! ¡No lo sé! ¿Pongamos a prueba? —La pregunta estaba llena de sarcasmo, pero el semblante del chico se mostraba pensativo, por lo que la Bandolera rodó los ojos y explicó—: Si alguno de los narcos donde vives es un demonio, seguramente moriré; de lo contrario, ¡no!

—¡Joder! —Abrió mucho los ojos, admirado.

—¡Esto nada tiene que ver con sexo! —Ella sacudió la cabeza con impaciencia.

—¿Sexo? No, no, no… Joder nada tiene que… ¡Ah! ¡Déjalo! Cuéntame más. Ya no me burlaré de ti, prometo.

Marysol tamborileó con los dedos sobre la mesa de hierro y comenzó la historia de su hermana Diana.