Pele – El volcán

 

—¡Ella era todo un personaje! Cuando Diana y yo vimos por primera vez a Pele, bueno, fue muy extraño. Estábamos paseando por la plaza principal del condado, creo que fue una o dos semanas después de la humillación pública a la que nuestro padre nos había sometido, había un saloon en el centro de la plaza. Era bastante común tener peleas adentro, porque la parte superior del edificio funcionaba como un burdel, por lo que no le dimos importancia a los gritos que venían desde adentro hasta que salió un grito masculino. ¡PAREN A ESTA ZORRA! Y fue entonces cuando la loca de Pele salió corriendo por la puerta principal, sosteniendo las enaguas, toda despeinada.

—¿Qué es una enagua, tía? —Tico preguntó rápidamente.

—Hmm… Son como faldas que se usan debajo de los vestidos.

—¿Como una falda encima de otra?

—Sí.

—¿Para qué?

—Me vas a dejar contar la historia ¿o no?

—Salió mal… pero, es que, en este calor, las viejas de mala gana se ponen una falda, imagínese dos…

Marysol frunció el ceño y continuó:

—Bueno… Tenía rasgos exóticos, era hawaiana, de pelo negro muy liso y lo llevaba en dos gruesas trenzas. Pele bajaba a menudo al saloon para alardear, le gustaba que la mimaran los machos que iban allí a beber y recoger hembras. Pero ese día, uno se pasó, por lo que ella se escapó. Y luego, estábamos montando, y de la nada, salió esa vieja loca, la música proveniente del tocadiscos de piano que salía del saloon hizo que todo fuera aún más divertido, y cuando ese macho, creo que el mismo que había gritado para pararla, se echó a través de la escotilla, con los pantalones abiertos, ella dio un salto acrobático y cayó sentada sobre el lomo del caballo de mi hermana. Diana odiaba dividir su caballo, así que soltó un «¡Qué demonios!», mientras que Pele le gritaba que galopara. Ella solo quería huir, ni siquiera se molestó en explicar lo que estaba pasando, solo ordenó que galopara. Diana clavó sus espuelas en los costados de Sansón, su caballo negro, y disparamos sin saber por qué esa cortesana estrábica estaba huyendo.

—¿Qué es estrábica?

—Tenía los ojos bizcos, ¿ya ves? —Marysol convergió sus propios ojos, demostrándolo con cierta exageración, lo que hizo que Tico dejara escapar una risa deliciosa.

—¡Ah! ¡Ojos cruzados! ¿Y por qué ella huyó?

—Era orgullosa de elegir a sus clientes, pero ese día, un grupo más atrevido había ido más allá de lo que estaba dispuesta, y no era porque fuera una cortesana que se acostaría con un hombre en contra de su voluntad. Era orgullosa de su libertad, y eso se reflejaba en su magia, que era toda aire. Ya a lomos del caballo de Diana, cuando se dio cuenta de la cantidad de machos que aún nos perseguían, Pele giró la muñeca y provocó un fuerte viento que salía de la nada. Los vientos estaban aumentando en velocidad, creciendo, y cuando nos alejamos, nos dimos cuenta de que ya no era posible ver a la plaza, porque el polvo levantado por el viento de Pele había creado una nube infranqueable. Cuando llegamos a la ciudad vecina, junto a un bosque desierto, Diana detuvo a Sansón y, con un estado de ánimo más desagradable que de costumbre, empujó a Pele, haciéndola caer del caballo, con las piernas extendidas hacia arriba, mostrando las bragas moradas debajo la enagua.

Tico se echó a reír, Marysol lo acompañó con una leve sonrisa.

—¡Genial!

—¿Te parece? Pero Diana estaba furiosa. Apuntó con un dedo a Pele y dijo: «¡Nunca más vuelvas a montar mi caballo o te romperé la cara!» Traté de abrazarla, quise decirle que esa mujer podría ser el número impar que estábamos buscando, pero estaba demasiado enojada. Bajó de Sansón, tiró Pele por los desordenados hilos de su corsé y presionó su nariz contra la de ella. Así, nariz a nariz, los ojos de Pele se torcieron aún más.

—Por cierto, esa tal Pele se cagó de miedo.

—¡Fíjate que no! Ella estaba muy tranquila. Miró bien a mi hermana y dijo: «¡Ah! ¡Veo que te gustan las hembras! Puedo resolver tu problema». Diana se puso pálida. No es que fuera un problema que a una le gustasen los machos, las mujeres o ambos, pero ella odiaba cuando alguien veía su alma. Y ese era otro don de Pele, veía más allá. No solo leía los pensamientos, porque eso la mayoría de los daemons puede hacer; ella veía el alma, sabía si uno era peligroso para el grupo o no… —Marysol suspiró, miró al horizonte—. Ella trató de advertirme sobre el Maldito, ya sabes, pero… pensé que podía manejarlo… estaba equivocada, y ellos pagaron caro… una deuda que nunca podré liquidar.

—¿Qué hizo el Maldito este?

—¿Sabes qué, chico? Mucha conversación y poca acción. ¡Órale! Vámonos caminando, y te lo contaré en el camino.

Se dirigieron a la parada del autobús.

—Ya ves, tía. Creo que tengo un poco de esa magia de Pele en mí… Lo sé cuándo una persona es buena o mala, cuándo puedo confiar. Fue así como me di cuenta de que el Maldito no era algo bueno.

Marysol iba a decir algo, pero el niño hizo una señal a uno de los colectivos. Marysol no tenía dinero, Tico ya lo sabía y pagó los dos boletos. En el autobús que los llevaría a la laguna Rodrigo de Freitas, se sentaron bajo los ojos curiosos de los pasajeros frente a los trajes y a la guitarra de la Bandolera. Ignorando todas esas miradas, Marysol continuó su historia:

—En resumen, Pele se unió a nosotras dos y empezamos nuestro saqueo. Estuvo divertido

—¿No tenías miedo de que te arrestaran de nuevo? Si tu padre era el sheriff y no te relevaba.

—Fuimos a otro condado, no éramos tontas. Mi padre solo tendría que arrestarnos si nos preparáramos en nuestro condado; lo que hiciéramos en los demás lugares ni siquiera se le calentaba la cabeza. Y así fue como terminamos en otros países.

—¿Hay un Brasil?

—Por supuesto que sí, pero dentro de nuestro Brasil, que es una especie de continente, tenemos mi país, México. En Colombia, conocimos a JB, a quien le encantaba un vino y por eso lo llamaban enólogo.

—¿JB?

—Jake el Baco. Era amigo de Jack the Artek, el dúo Jack y Jake. Baco era un apodo, también por el vino, pero todos lo llamábamos JB.

—¿Qué tiene que ver ese Baco con el vino?

—Es una leyenda, un antiguo dios del vino. ¡Olvídalo! En nuestros viajes, nuestro grupo femenino aceptó a ambos machos. Eran geniales, e incluso Diana los aceptó bien con el tiempo.

—¿Qué pasa con el Maldito?

—Fue un gran error... Mi gran error.

Soltó un aliento amargo y guardó silencio. Tico no hizo preguntas, parecía pensar que estaba sufriendo. Cuando finalmente llegaron a la laguna Rodrigo de Freitas, se levantó para dar la señal de desembarco. Marysol sintió que le ardía el estómago. Sintió la presencia de Ruan en todas partes. Su rastro seguía allí. Controló su respiración y frecuencia cardíaca, siguió a Tico, y ambos desembarcaron.

—¡Cuéntame sobre los hombres! —preguntó Tico con una sonrisa.

—Terminaré más tarde. Por ahora, muéstrame dónde lo viste.

Marysol se concentró en el ambiente para rastrear la energía del Maldito, podemos decir que olfateó el aire, pero fue más que eso, fue una inmersión en la realidad, un intento de capturar a través de sus propios poros todo lo que había sucedido en ese lugar para saberlo donde su objetivo hubiera se ido. Sus ojos adquirieron un tono ámbar, y se habrían vuelto anaranjados, luego rojos intensos, si no hubiera notado la mirada de asombro de Tico.

Caminó por el camino que bordeaba la laguna y tocó el hombro del chico.

—Está a Oeste.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tico, y luego se retractó—. Va, va, va… no hace falta que me hables de la tal magia de nuevo.

—Vámonos pues.

Marysol dio unos pasos, pero Tico no se movió. Miraba a la Bandolera con ojos perdidos. Ella se giró, abrió los brazos en un gesto inquisitivo, y el chico dijo:

—La Zona Oeste, si eso es lo que quieres decir con «Oeste», es grande, muy grande. ¿Cómo sabremos dónde? ¿Has pensado en eso, sabelotodo?

Marysol miró a Tico, apoyó las manos en las caderas y dijo, entrecerrando los ojos.

—¿Qué tienes en mente, entonces, sabelotodito?

—Creo que si encontramos a tu gemela…

—Doble.

—Qué sea. Si encontramos a la mujer esta, creo que sea más fácil. Dijiste que, si él encontrara tu doble antes que tú, podría matarla, y si él la mata…

—Es cierto. Pero si me resulta difícil encontrar al Maldito, aunque sé por dónde se fue, ¿cómo crees que podemos encontrar a mi doble?

—A ver… Si tu doble es como tú, ustedes deben tener algo en común, ¿verdad? Las huellas, el ADN, los globitos de los ojitos…, cualquiera… ¿ya ves?

—¿Qué tienes en mente?

—Conozco a una persona que puede decirnos quién es tu doble. Solo que no puedes aparecer armada delante de ella.

Marysol prestó atención al niño. Había estado tan concentrada en seguir las huellas del Maldito, que no se había dado cuenta de cuánto se le había cambiado el humor. Su aroma había cambiado. Él sentía dolor por algo, un dolor no físico, un dolor que ella no entendía. Se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas frente al cuerpo, dejó la guitarra a un lado e invitó:

—¡Siéntate, chavo! —Obediente, Tico se sentó—. Dime qué te pasa, y dímelo todo.

—Te lo dije, tía. Ella puede ayudar. Es una policía, como un sheriff, y no me gusta para nada hablar con ella, pero es mejor trabajar con la policía que con los narcos. Y yo ya la he escuchado charlar acerca de universos para… para… parelelos eses, así que se nos hace fácil convencerla.

—Eso no es de lo que te estoy preguntando, chavo. Te ves diferente. Hay un miedo diferente en ti.

—¡No tengo miedo a nada!

—¿Tendré que invadirte de nuevo?

—¡No! No hace falta.

—Entonces ¡dime!

Tico suspiró, miró a la laguna y miró hacia abajo como si estuviera avergonzado de lo que fuera que estuviera pensando.

—Es solo que… a ver… me gusta todo en esa aventura, estoy aprendiendo mucho y quiero más… ¿sabes? Quiero ver más, quiero saber más, tengo muchas preguntas que hacer. Solo que tú… Tú solo quieres encontrar al Maldito ese, y eso es todo. No te importo yo. A nadie le importo yo… Si te dejo ir, y encuentras al demonio malo, me dejarás. Todos me dejan.

—Chavo…

—¡No pasa nada, tía! De verdad, estoy bien. No es que seas mi pariente ni nada, no es realmente mi tía, lo sé, pero siento que te conozco, ¿ya ves? Y me gustas… y ni siquiera te pido que te guste a ti también, simplemente no quiero que me vuelvan a dejar de lado, así como así. Déjame quedarme un poco más. Solo quiero verte pisar la cabeza del diablo.

Marysol conocía el peso de la soledad. Lo había aceptado después de un tiempo, pero aún pesaba. A su manera, incluso si sus sentimientos de daemon no funcionaban con la misma intensidad que los sentimientos humanos, entendía del peso que cargaba Tico.

—Un bandolero nunca abandona a un miembro de la banda, chavo. No te dejaré ir.

Tico levantó la cabeza, miró la Bandolera a los ojos y la sonrisa que abrió tenía tanta luz que avergonzaría el sol que se estaba poniendo en ese momento.

—Así que ¿soy un bandolero?

—Uno de los más inteligentes que he conocido.

—¿Y somos una banda?

—Sí.

—Pero somos dos.

—Quizás esa policía de que hablaste sea nuestro número impar.

Se levantó, arreglo la guitarra sobre su espalda y tendió la mano al niño. Tico aceptó la mano, se levantó, quitó la suciedad de la parte posterior de su ropa y dijo:

—Pero necesitas deshacerte de las armas.

—¡Ni modo! Mis armas se van conmigo.

—Pero, tía, ella es policía.

—¿Y qué? Mi padre también lo es.

—Sí… y te puso a la cárcel, además de estar en otro mundo.

—Hablas demasiado para un niño…

—No ‘toy pidiendo para tirarlas, pero puedes guardarlas en tu mochila. ¿Te parece?

—¿Y si necesito usarlas?

—No las necesitarás.

—¿Cómo sabes?

—¡Solo sé! ¿Vale? Ahora siéntate, voy a ver algo.

Marysol se sentó en un banco de piedra y esperó a que Tico fuera a un puesto de periódicos. Era un chico interesante, pensó. Muy inteligente. Si bien le gustaba ese chico y una parte de ella gritaba que podía confiar en él, no lograba olvidar todas las historias que había escuchado y leído a respecto de los humanos. Ella sentía la maldad en nuestro mundo. Sabía que muchas de las leyendas mentirosas sobre daemons habían nacido aquí. La gente había dicho tantas mentiras sobre los de su raza, no solo a los demás, sino a sí mismos, que realmente creían que los daemons eran los malos del cuento. No veían el mal que habitaba su propio mundo y culpaban a seres que no conocían. Por otro lado, tampoco podía evitar pensar que las mentiras que los humanos contaban sobre los daemons podrían ser las mismas mentiras que los daemons habían contado sobre los humanos. ¿Qué pasaría si, al fin y al cabo, las personas no fueran tan malas como los libros que ella había leído en su mundo decían que eran?

Decidió darle a ese humano el beneficio de la duda y esperó pacientemente en ese banco mientras el chico hablaba como el vendedor de periódicos. No pasó mucho tiempo, y Tico regresó con un periódico en la mano y una gran sonrisa en su rostro.

—¡Fíjate! —Marysol no pudo entender lo que estaba escrito. Como ya les he explicado, tenía dificultades para leer, aunque pudiera entender todos los idiomas que escuchaba. Tico explicó—: La daemon que mataste y dejaste tirada en la hoguera ha sido identificada. Es decir, ella no. Su doble. Fue identificada por huellas digitales. Se llama Ariana y está vivita y coleando. Y, ¡lo más loco, tía!, ella se fue a la morgue reconocer su propio cuerpo.

Marysol no pudo ocultar su asombro ante la foto de la Irina de este mundo: Ariana.

—¡Vaya, chavo! Así que tenías razón.

—¡Órale! Tengo que llevarte con Danielle, esa inspectora de que te hablé.

—De acuerdo. Pero necesito una ducha, y creo que tengo que dormir un poco.

—Ella también puede ayudar con eso.