Image

CAPÍTULO 8

La Banda y el Héroe

 

 

Ruan no mató a Arthur ni a Solymar. El Maldito lo pensó bien e hizo exactamente lo mismo que había hecho cuando conoció a Marysol: emergió como un salvador, un héroe, alguien que se merece todos los votos de confianza. No solo las personas, sino los daemons también tienen sus modus operandi. Lo último que vio Solymar fue el color de esos ojos de daemon cambiándose a rojo. Él le devolvió la mirada, se alimentó del pánico e hizo su magia: una luz fuerte emanó de los ojos de Ruan, tan fuerte que hizo que Arthur y Solymar perdieran el conocimiento.

—Fácil como matar atún en un barril… —dijo, orgulloso de su conocimiento recién adquirido de esa expresión humana. Miró la versión patética de Artek desmayado y se echó a reír—. Quizás me tengas utilidad, así que no te mataré… por ahora. —Se acercó al cuerpo de Solymar, la tomó en sus brazos y la llevó a la cama—. En cuanto a ti, señorita…, he cambiado mis planes.

Volvió a la cocina e intentó que el lugar, así como la cara de Arthur, se quedasen a hacer creer, a la policía, que hubiera un intento de asesinato y que Ruan había llegado a tiempo justo para defender a Solymar. Llamó a la policía y esperó a que llegara la patrulla.

La televisión estaba encendida, y él fulminó con la mirada a la pantalla. Sin embargo, su rostro pasó del mal humor al asombro cuando vio a una muchacha siendo entrevistada frente a un edificio cuyo título decía Instituto Forense; estaba pálida y era pecosa, con el pelo largo, rojo y anillado, llevaba un aro negro a la nariz, y estaba alarmada por saber que el cadáver de una mujer idéntica a ella tenía huellas digitales idénticas a las suyas.

—No sé lo que está pasando, pero ¡me parece absurdo identificar a una persona muerta como otra persona! —decía Ariana, fuera de control.

La periodista estaba tratando de finalizar la entrevista porque no sabía qué más preguntar: esa historia se le hacía tan rara como la historia de la mujer que insistía en el cuento de que un forastero con poderes mágicos la había transformado de travesti en mujer.

Cuando vio, en la pantalla, la doble de su hermana que había sido asesinada la Bandolera en la misma ciudad donde estaban los dobles de Artek y Marysol, Ruan lo entendió: existía una fuerza que los reunía a todos, era magia; y magia de las más fuertes.

La ley de la atracción y la sincronicidad.

No solamente fuerte…, poderosa.

Pasó la mano por la boca seca y pensó en el cadáver de Irina siendo abierto por expertos forenses. Sucias manos humanas desgarrando el cuerpo de su hermana; esa visión le hizo hervir de ira. ¿Qué harían con su cadáver ya tan mal tratado? ¿Enterrarían como lo hacen los perros con sus huesos? Costumbres bárbaras, pensó.

No sabía cuánto tiempo había pasado sin mirar a nada, hasta que las luces de la patrulla le llamaron la atención. Controló su ira; al fin y al cabo, no podía recibir a los policías con dos ojos rojos brillantes si quisiera desempeñar su papel de gran héroe y salvador de damiselas perseguidas por uxoricidas. Por supuesto que la idea de aparecer en televisión por su «acto de valentía» no le atraía, y no solo por Marysol, sino también porque su propio doble podría verlo, pero no logró evitarlo.

 

Image

 

Marcos Sandoval y Paulo Barbosa tenían más de veinte años de policía civil, y aunque no pertenecían a una generación de policías sexistas, eran igual de machos y bastante atrasados, por lo que tener a una inspectora como Danielle Valente era algo que les molestaba más allá del límite de lo tolerable. Y les molestaba aún más porque Danielle era el tipo hombre nacido en cuerpo de mujer. No porque fuera masculinizada, sino porque, según los estándares vigentes en la sociedad, Danielle era impetuosa, le gustaba trabajar en las calles y era bastante extrovertida. Además, tenía una excelente puntería. Estaban en una mega operación en la Ciudad de Dios con varios equipos para arrestar a los traficantes que habían huido de otra comunidad y que se habían refugiado en la «Ciudad cuyo nombre no coincidía»:

—Solo de ver esta zorra con ropa operativa y se llevando un rifle ya me duele la cabeza —dijo Sandoval.

Puedo decirles que la molestia de Sandoval no se daba porque, a Danielle, le gustase aparecer, sino porque era ella más competente que él y que su colega Barbosa, además de perturbar los planes de los dos, a quienes les gustaba sacar dinero y negociar prisiones; a la inspectora le gustaba trabajar y ser correcta.

No medía más que un metro y medio de altura y no se veía con frunzas en seño, salvo cuando se iba en operaciones como esa, porque parecía un águila con los ojos atentos a todo y a todos, sin sonreír en ningún momento. Existía, en Danielle, no solo la preparación que un buen profesional de seguridad pública debe tener; sino también una intuición aguda que nunca le fallaba.

Esa vez, tampoco le falló.

Entraron en un callejón, los proyectiles volaban a grande. Creo que todos saben que los chalecos no protegen a las cabezas de los policías, ¿verdad? Danielle notó que Barbosa miraba de reojo a una callejuela. Ella lo interrogó con solo un movimiento de la barbilla y recibió un «no pasa nada» en respuesta al leer sus labios. No satisfecha, con un gesto, llamó a otro inspector y a tres policías más, lo que hizo que Barbosa hablase en voz alta:

—¡No hay nada ahí, doctora! Vamos a fre…

—¡Un pío más, y te arrestaré! —dijo Danielle en un susurro enojado, y señaló a Barbosa, quien la miró en silencio.

Ella siguió con los otros cuatro hasta que vieron a Mulambo, el segundo en comando del grupo de traficantes, escabulléndose por la callejuela. Al ver a los policías, el criminal disparó una metralleta y los agentes se separaron para protegerse. Danielle, en una de sus explosiones, se quitó el rifle del hombro, cayó al suelo en una inmersión y disparó varias veces, pegando Mulambo en la pierna. Él, sí, sintió el impacto, pero como la sangre estaba caliente, continuó corriendo, dándose la vuelta varias veces para devolver los disparos. No pasó mucho tiempo, y otro proyectil lo pegó, esta vez, de la pistola de uno de los policías que acompañaba la inspectora. El bandido cayó. Todavía intentó levantarse, pero no le quedaban fuerzas.

Danielle corrió y comunicó por radio que el segundo hombre a cargo de los narcos resultaba gravemente herido y que necesitaban apoyo para llevarlo al hospital. Después de que llegó el refuerzo, buscó a Barbosa, que estaba molesto al lado de Sandoval. Él sonrió y dijo, tratando de ocultar su ira:

—¡Muy bien, inspectora!

—¡Me cago en la puta! ¿Qué carajo pretendías, Barbosa?

—¿De qué hablas? —Abrió los brazos, poniéndose en una postura que lo hacía mucho más grande, y sonrió sarcásticamente. Danielle no se dejó intimidar y le devolvió la sonrisa burlona.

—He sido creada por una mujer, pero un hombre colaboró con un cincuenta por ciento de la materia prima, bonito. ¿Crees que le tengo miedo a tu pecho?

—¡Inspectora! ¡Barbosa!, calmémonos ¿sí?... Inspectora…, ¡por favor!, él solo lo que hizo fue saludarla —dijo Sandoval.

—Pues que tome sus saludos sin agua… y por el culo, ¡joder! —Danielle levantó su tono notablemente, y el ayudante que la acompañaba y los otros policías parecían asombrados. Se acercaron, porque la expresión de ella y de Barbosa era pura animosidad. Ella continuó—: ¡Tu estabas encubriendo a ese marginal, ¿verdad? ¿Quién coño te piensas? ¿Qué demonios estás haciendo, Barbosa? ¡Vendiéndote! ¡Vendiéndonos! Esos bastardos matan a nuestra gente y dejan viudas y huérfanos, ¡JODER!

—¡Baja tu voz para hablar conmigo, que no soy tu perro! —La señaló directamente, y los colegas se colocaron entre los dos.

—¡Bájate, tú, tu maldita voz! Y quítate ese dedo de mi cara si no quieres que te lo metas por el culo, ¡hijo de puta!

—¡Zorra inmunda! ¡Putilla! Lo que necesitas, perra, es polla —dijo, poniéndose la mano entre las piernas.

Y se arrepintió amargamente, porque la inspectora le golpeó la nariz con el puño. Tenía un puño pequeño, sí, pero sabía cómo usarlo. Los hombres se aferraron a Barbosa —que se tapaba la nariz para detener el sangrado—, con fuerza, para evitar que él avanzara sobre su jefe.

La jornada, que se suponía estuviera terminando, había empezado de nuevo. Barbosa estaba siendo monitoreado hacía algún tiempo, y solo necesitaban que Mulambo lo entregara como uno de los contactos que tenía dentro de la policía.

Danielle demandó a Barbosa por desacato, y él exigió la presencia de un abogado para asegurarse de que ella fuera incluida como autora de sus lesiones corporales. Cuando Danielle llegó a la estación de policía, el jefe la estaba esperando con una sonrisa de alguien que ya esperaba que sucediera algo.

—¡Solo haces mierda, Dani! —Estaba recostado casualmente en la silla giratoria—. Eres una excelente policía, pero tu genio…

—Él es sucio, ¡yo lo sé! ¡ lo sabes!

—Hasta que tengamos la EVIDENCIA, ¡no sabemos de NADA! —Respiró hondo, la sonrisa desapareció por un momento.

—¿Sabes tú lo que hace un buen policía para llegar a la evidencia? Él o ella sigue técnicas de investigación, sigue la intuición, la nariz de cazador. ¡Somos jodidos cazadores! Y yo olfateo a un gran hijo de puta entre nosotros, que saca el trasero de las manos y traiciona a los suyos por limosnas.

—¡Yo no soy un cazador, Dani! Soy un comisario y trabajo con la ley.

—Pues lamento decirte que eres un policía a medias. Deberías de haber hecho un concurso para el juez, el fiscal, el carajo, pero no para jefe de policía.

Se fue sin darle tiempo al comisario para responderla. Caminó sobre sus talones y salió a la calle a fumar un cigarrillo. Tan pronto como se fue, un periodista se le acercó con un micrófono que fue empujado por la mano que sostenía el cigarrillo encendido.

—Ahora no, ¡maldita sea! —dijo Danielle—. ¡Mierda! Parecen buitres, ¡qué demonios!

El periodista se alejó escribiendo algo en su libreta, pero sin atreverse a intentarlo de nuevo. Danielle estiró los brazos, se recostó en uno de los vehículos y tragó con placer. A través del humo, vio a Tico, su pequeño informante, acercarse. En favor del niño, ella podría renunciar a su tranquilidad: siempre cuando venía ese niño, traía algo de valor.

Danielle estaba en la parte iluminada de la acera, mientras que Marysol estaba escondida detrás de un árbol en la parte más oscura de la calle. Tico se acercó a la inspectora, y Marysol tuvo una muy buena visión de Danielle. Al ver la cara de la inspectora, la daemon se llevó el puño a los labios y presionó ligeramente. Esa presión no fue suficiente para sofocar todo lo que quería dejar salir por la garganta, por lo que se mordió el nudillo del dedo índice.

Danielle Valente era, nada menos, que el doble de su difunta hermana Diana.

Por segunda vez en su vida, Marysol lloró.

Lágrimas calientes y saladas.

Salada como la lágrima solitaria que había recogido de la cara de Tico.

Lágrimas amargas.

Lágrimas muy diferentes de las lágrimas de un daemon cayeron por su cara cansada.

 

Image

 

Mientras el doble de Artek era llevado a la prisión, Ruan disfrutaba de su nuevo estatus en la sociedad de Río: el valiente periodista que estaba buscando a la hija desaparecida de Arthur, Elisa, y que había decidido hacerle algunas preguntas a la mesera, objeto de la pasión no correspondida del hombre y causa probable de su loco acto. Afortunadamente para Solymar, Ruan apareció en el momento adecuado y, gracias a su sangre fría, había logrado dominar a Arthur, después de casi ser herido por el disparo que, por suerte, solo había golpeado la pared.

Solymar no recordaba nada o, más bien, recordaba lo que Ruan había programado para que ella recordara; y los recuerdos de la muchacha coincidían con la historia idealizada y moldeada por el Maldito.

Cuando Solymar se despertó, había una vecina en su habitación para asegurarse de que la policía no la asustara. Arthur ya había sido llevado en uno de los carros de la policía y él mismo confirmó la versión de Ruan, el gran dominador de mentes.

Después de confirmar con Solymar que Arthur había invadido su hogar, la tomado como rehén y disparado al periodista que había venido a hablar con ella, los policías le dieron a Arthur captura en flagrancia. Estaba confundido, recuperándose del desmayo causado por el daemon, y no pudo decir nada más que la verdad añadida a la realidad paralela implantada en su mente.

Solymar preguntó si podía testificar en otro día porque estaba en estado de shock. Como Arthur mismo había confesado todo y tenía a Ruan como presunta víctima y testigo, sin mencionar la orden de arresto que ya se había emitido en contra de él por el intento de asesinato a su esposa, Solymar fue despedida. Estaba acostada cuando vio a Ruan saliendo por el pasillo y lo llamó. Todavía no sabía su nombre, así que le dijo «¡Hola, tú!».

—¿Cómo te llamas? —preguntó, con una sonrisa pálida.

—Ruan. Lo siento por todo esto. —Hizo un gesto lento con las manos, señalando la confusión y el movimiento de las personas en la casa.

—¡No lo sientas! —Abrió una sonrisa más animada, lo que dejó a Ruan desconcertado. Era la copia perfecta de Marysol, pero actuaba como una niña indefensa y sonriente. Era tan nuevo para él, que se metió las manos en los bolsillos de sus jeans y se balanceó discretamente mientras ella agradecía—. Si no hubieras estado ahí…

—Bueno, tengo que irme a la comisaria ahora. Quiero asegurarme de que ese loco se quede atascado. ¿Estás bien?

—¡Sí! Mira… querías hablar conmigo cuando viniste. ¿De qué se trata?

—¡Ah! He estado investigando la desaparición de la hija de ese hombre… pero creo que ahora no tendré que molestarte más.

—Pero, si me necesitas, puedes llamarme.

Ruan sonrió, y Solymar lo miró a los ojos. Sin saber por qué, se imaginó que esos ojos estaban rojos y sacudió la cabeza. Cuando sacudió la cabeza, miró más de cerca los ojos del Maldito y tuvo una nueva sensación, un sentimiento de familiaridad, como si hubiera visto esa mirada antes.

—-¿Sabes qué, Ruan? Tu cara se me hace conocida. A ver… ¿Sabes esa sensación de ya haber visto a la persona? Tu cara… creo que te he visto antes…

—No, no lo creo. Yo te recordaría… A ver, dejaré mi contacto en caso de que necesites algo —dijo él, y le tendió una tarjeta de visita a Solymar. Cuando ella la alcanzó, sus dedos se tocaron y él la miró con una intensidad nunca vista por la humana.

Se despidió y salió de la habitación mirando hacia atrás otra vez. Solymar respiró hondo y apretó la tarjeta como si fuera un ser vivo, casi sintiendo vida en ese papel. Ruan, a su vez, fue a la estación de policía donde aseguró el arresto de Arthur en flagrante delito, y creó una identidad provisional: Ruan González, periodista, de treinta y cuatro años. Después de firmar todo, logró hablar con Arthur a solas. Fue sencillo:

—Mantendré contacto. Encontraré a tu hija.

—¿Cómo?

—Lo haré —dijo, y puso una mano fuerte sobre el cabello de Arthur, sacándole unos mechones—. Ella se asegurará de que su papá siga mis órdenes. Y antes que abras esta bocota, yo lo voy a negar todo. Te contactaré cuando te necesite.

Y así el Maldito se fue. En el camino de regreso a su casa, recordó como era Jack the Artek, el pedante británico enamorado de Marysol y que se había atrevido a convertirse en su rival directo en el mundo de los daemons.

No puedo decirles exactamente cuáles fueron los recuerdos de Ruan, pero puedo hablarles un poco sobre Artek.