No quiero sonar como un disco rayado, pero no está de más aclararlo: el Río de Janeiro donde había crecido el Maldito estaba en el universo paralelo de los daemons, y no todo era como en el nuestro. No se aburran con mis repeticiones, se los pido, yo sé que la historia es larga, pero no quiero que se les pase alguna información sin que la entiendan perfectamente. Los detalles son importantes.
A primera vista, con poca atención, el Río de Ruan era bastante similar al nuestro, pero cuando uno miraba más de cerca, podía ver las diferencias. Algunas muy sutiles, casi bobas. Por ejemplo, en el mundo de Ruan, no había Cristo Redentor con los brazos abiertos a la Guanabara; no porque ellos fuesen «demonios» o seres malvados, sino porque su Universo tenía una Historia diferente, su esencia era diferente y, principalmente, porque los daemons generalmente no adoran a los héroes o necesitan salvadores; los daemons no se aferran a los íconos; los daemons buscan ser, ellos mismos y cada uno individualmente, sus proprios ídolos.
La justicia también era privada. El estado interfería cuando la sociedad se veía afectada y el colectivo estaba en riesgo. En el caso de Ruan, que había demostrado una sed de poder tan exacerbada, el Estado tuvo que intervenir; así como en el caso de Marysol, quien, como aventura y desafío, terminó robando un objeto de magia antigua demasiado peligroso. Lo que me recuerda a la guitarra, y sé que aún no he explicado el origen y el poder de ese instrumento desafinado, pero, se les pido paciencia, por favor: todo a su debido tiempo.
Por ahora, volvamos al Río de Janeiro de Ruan. Los habitantes del mundo daemon evitaban andar armados —la violencia existía, por supuesto— y esto se daba por una simple razón: todos manejaban la magia y eran poderosos, así que casi nadie estaba dispuesto a correr el riesgo de recibir un disparo y morir. Para muchos de los daemons, la vida en un estado encarnado es una. Aunque creían en la energía y en la posibilidad de la eternidad de un espíritu, valoraban mucho el cuerpo. La vida era una sola cosa: la materia era espíritu y el espíritu era materia. No consideraban la división hecha por los humanos, ni entenderían nuestro escepticismo hacia otros universos, paralelos o no. En resumen: ciencia, magia, religión, las ponían todas juntas y no las complicaban.
Ruan era el único hijo de una pareja de abogados; su padre se llamaba Raúl y su madre, Ernestina. Es decir, Ruan era el único hijo biológico, pero la pareja tenía otras dos hijas adoptivas, una de las cuales era Irina. Para los daemons, había una gran diferencia entre los niños adoptados y no adoptados: los primeros eran preferidos, porque eran los niños elegidos, los hijos del alma, que no eran impuestos por la genética y la naturaleza. Las familias más cercanas de daemons se formaban por elección, como la banda de Marysol, por ejemplo. Las familias de sangre eran una especie de vehículo para que sus linajes naciesen y se perpetuasen. No es que odiasen o no les gustasen sus parientes consanguíneos, pero valoraban más los lazos formados por encima de los naturales.
Ruan era bisexual, como la mayoría de los daemons. A pesar de esto, de esta bisexualidad, ellos naturalmente elegían un sexo u otro. También había heterosexuales que ni siquiera consideraban tratar de relacionarse con daemons del mismo sexo, no por prejuicio, simplemente no se sentían atraídos, y lo mismo sucedía con los daemons homo afectivos.
Sé que quizás no estén interesados en la sexualidad de los daemons, pero créanme, hay una razón por la que les estoy explicando todo esto.
Cuando una pareja homosexual quería tener hijos de su propia sangre, había una solución, inusual, es cierto, para las parejas femeninas: la transmutación. Consistía en que una hembra se convirtiera en un daemon masculino y fertilizara a la otra. Los homosexuales masculinos no podían realizar este tipo de magia, porque un daemon macho no podía seguir siendo hembra durante el tiempo necesario al embarazo.
Ruan pasó su adolescencia follando, drogándose y estudiando magia. Mucha, mucha magia. Por supuesto que la magia era natural para los daemons, cada uno con su don, pero el chaval estudiaba porque no se ajustaba a lo que la naturaleza le había dado. Quería más de lo que sus simples dones naturales podían proporcionarle. Quería TODOS los dones, quería TODOS los poderes. Quería dominar TODAS las formas de magia.
Para él, era todo, porque, de lo contrario, sería nada.
Y Ruan no se conformaría con el nada.
Si él no dominara, sería como decir que estaba siendo dominado.
No quería ser un daemon cualquiera, quería ser El Daemon.
Quería aparecer en los libros, dejar su legado como los viejos maestros que tanto estudiaba.
Voy a hablarles sobre uno de esos antiguos maestros que fascinaban a Ruan, porque fue debido a ese maestro que su camino se desvió para que conociera a la Bandolera.
Un maestro llamado Apollon.
Apollon había perfeccionado la magia curativa; el único mal en un cuerpo físico que tal maestro no había podido revertir era la muerte. Según los libros, a pesar de los intentos agotadores e interminables, Apollon nunca había logrado resucitar a un daemon. Profundizando en sus estudios, Ruan descubrió, sin embargo, que Apollon había logrado vencer la muerte. Al menos la suya. Pero, ante tal hazaña, el maestro, como daemon decente que era, se dio cuenta de que ese tipo de poder traería un gran desequilibrio y haría que la rueda del Universo girara fuera de paso, por lo que, una vez resucitado, cruzó a otra dimensión, donde emergió como un dios.
A los dioses se les permite resucitar; cuando la magia proviene de los dioses, los mortales la llaman milagro y nunca intentan tomar ese poder para sí mismos. Como dios, Apollon no perturbaría el equilibrio universal, y el secreto de su magia permanecería protegido.
Pero Ruan no estaba apegado a la ética; un detalle como la moralidad nunca interferiría en los planes del Maldito.
—¿Por qué resucitarme, si puedo nunca morirme y seguir siendo joven y poderoso?
Nunca morirse. Ni siquiera por las manos de sus iguales. Esa idea deslumbraba al Maldito, y él dedicó todo su tiempo a alcanzar ese objetivo. Quería ser un verdadero inmortal. Estaba tan seguro de que tendría éxito que, cuando era adolescente, mencionó su proyecto de vida en la escuela. Al igual que con muchos genios —y muchos locos también—, se rieron de Ruan.
Sus colegas se rieron.
Su profesor se rió.
Tal vez, si la situación hubiera terminado en la risa desenfrenada de quienes lo ridiculizaban, Ruan no hubiera hecho lo que hizo, pero sucedió que el profesor habló. Más que hablar, el profesor desacreditó los esfuerzos de Ruan, ignorando sus estudios y su maestro.
—¿Apollon? —dijo el profesor de biología con una media sonrisa que no pudo ocultar lo ridículo que le pareció la hipótesis planteada por el chaval—. ¡Apollon fue un tonto! Pasó tanto tiempo persiguiendo esta ilusión de poder resucitar a otro daemon que se volvió loco. Causó el accidente que lo mató. Murió como el loco y engañado que era.
Fue cuando Ruan se echó a reír. No la risa abierta de sus colegas; era una risa helada y serpentina.
—Eres un gilipollas, un ser limitado y sin visión.
Sin caer en la réplica, el profesor levantó el dedo índice hacia Ruan para enviarlo a la sala de detención, pero no pasó nada. Confundido, el profesor volvió a señalar con el dedo, con más énfasis, con más fuerza, con todo lo que tenía. Ruan no se movió. Permaneció allí, en medio de la clase, con esa sonrisa calumniosa en sus labios.
—Cómo… —empezó el profesor
—¿Se le acabó la batería, profesor? ¡Eeeeh, güey! Batería baja, magia baja.
En el medio de la sala, Ruan exudaba poder. Un poder incompatible con su juventud. Los estudiantes miraban la escena. No. Los estudiantes lo miraban a él.
Absoluto.
Vehemente.
Terrible.
Inclemente.
…
Irresistible.
En poco tiempo, todos en la clase quedaron atrapados en su encanto, demasiado fascinados por su aura profusa. La llamada de esa aura era imperativa, obligatoria, ineludible. Sin ninguna oposición, Ruan caminó hacia el profesor. Todos los ojos lo siguieron, excepto el del mismo educador, que estaba paralizado.
Ruan estacionó frente a él. Pasó el dedo índice por el costado de la cara del daemon, jugó con su perilla y pasó suavemente el pulgar por sus labios, haciendo que se abrieran ligeramente. Echó un vistazo al cuerpo bien hecho del petrificado profesor y, con un breve movimiento de su mano, hizo que se cerrara la puerta. El clic de la cerradura que condenó a toda la clase no causó ningún impacto. Los que estaban allí solo tenían ojos para él.
—Estás casado, ¿no? —preguntó al profesor inmóvil—. Con una profesora, ¿verdad?
Rodeó el cuerpo del profesor, un daemon adulto y heterosexual; se detuvo detrás de él y, con la boca cerca de su oreja, respiró hondo y pasó las manos por el torso del educador, al mismo tiempo que le observaban las miradas perdidas entre la emoción y la impotencia.
Su audiencia no le presentaba riesgo.
Estaban débiles.
Frágiles.
Flojos.
…
Sin pelotas.
—A tu esposa profesorititita también le gusta humillar a los alumnos, ¿profesor? —susurró al oído del hombre incapaz hasta de temblar de miedo.
Cualquiera que mirase al adolescente sin barba, casi sin encantos, que se ponía tan imperiosamente detrás de un daemon adulto cuyo trabajo era educarlo, nunca diría, con solo esa mirada, la fascinación que causaba su aura de poder. Solo aquellos en esa clase sabían lo imposible que se ponía reaccionar.
Estaban embelesados.
Azorados.
Enfermos.
Necesitaban saber hasta dónde llegaría esa situación; necesitaban el siguiente movimiento, la siguiente palabra de Ruan.
—Pues yo te mostraré lo que es humillación —dijo el Maldito.
El siguiente sonido que cortó el aire fue el bajar de la bragueta de los pantalones de Ruan. Al igual que con el clic de la cerradura, ese sonido tampoco le sobresaltó a la clase. La masa estaba hechizada, perdida, caída…, abombada.
Desde sus pupitres, los estudiantes observaban la escena de cerca. No estaban conscientes de la desesperación en los ojos del profesor que se inclinaba y se apoyaba sobre su escribanía con los codos; no les importaba el escandaloso grito que salió de su garganta y se mezcló con los sumisos gemidos de uno que no podía controlar ni siquiera su propia voz; no prestaron atención al rostro sacrificado por la consternación.
No.
Solo tenían ojos para Ruan, que iba y venía con mayor velocidad.
Entraba poderoso, salía victorioso.
Entraba enérgico, salía campeón.
Entraba fuerte, salía triunfante.
Entró con vehemencia, y cuando finalmente se fue por última vez, dejando una parte de sí mismo en la espalda de un hombre caído, Ruan se puso iluminado.
Lanzó su mirada a la masa que todavía estaba atrapada bajo su hechizo, cerró la bragueta, sonrió y dijo:
—Disfrutasteis, ¿verdad? —Extendió la sonrisa amistosa a las miradas aún seducidas de sus colegas y caminó hacia el centro de la clase. El clic de la cerradura anunció que estaban libres para irse, pero nadie se movió.
Y el Maldito sabía que no se moverían.
No podían.
No querían.
Necesitaban ver.
Frente a sus colegas, ante su profesor paralizado por la humillación, Ruan hizo su transición de adolescente a adulto. Estiró los brazos hacia los lados, y lo que había sido clase de repente se había convertido en el escenario donde mostró su nueva cara, su nuevo cuerpo y el encanto que lo haría irresistible para casi cualquier otra criatura. El Ruan que, poco después, conocería a la Bandolera.
Satisfecho consigo mismo y con su nuevo cuerpo, aún más, contento de haber hecho que todas esas criaturas mediocres y miserables lo vieran transformarse, Ruan bajó los brazos y se dirigió hacia la salida.
—Sois afortunados, porque no soy egoísta. —La puerta se abrió, Ruan se detuvo debajo del marco y pronunció su condena—: ¡Pasadlo bien!
Dio la espalda a la banda de estudiantes que se habían transformado en una feroz mafia, ansiosos de placer. Antes de cerrar la puerta detrás de sí, se detuvo para ver a sus títeres arrastrándose unos sobre los otros como animales en celo.
Como ya les dije, la justicia en la sociedad daemon era privada. En lo que respectaba al Estado, Ruan, a pesar de haber cometido un crimen atroz, solo se había buscado justicia y se defendido de la humillación que el profesor y sus colegas se le habían impuesto. Para el Estado, si los involucrados se sintiesen violados, ellos mismos deberían hacer su propia justicia.
Por supuesto que, si no hubiera pasado de adolescente a adulto al final de ese episodio, Ruan habría sido castigado de acuerdo con las regulaciones escolares. Sin embargo, como adulto, era solo un daemon ciudadano que se había defendido de un ataque. Y así estalló una guerra abierta entre Ruan y esa clase. Ellos intentaron hacer justicia uniéndose para atacar a el Maldito con magia retributiva, pero él era demasiado fuerte y el ataque resultó infructuoso.
Por supuesto también, que todo ese episodio acabó por tornarse un escándalo, y llegó al punto en que el Estado se vio obligado a intervenir. Era cierto que no había sido el adulto quien realizó el acto; pero también era cierto que había sobrepasado los límites de su derecho de defensa. Entonces, para sortear esa situación y no enmarcar a Ruan como un miembro potencialmente peligroso para la sociedad, se le hizo una propuesta: tendría que ayudar al gobierno mexicano a arrestar a una pandilla peligrosa que estaba se pasando en aquellos rincones.
Al principio, no le gustó la propuesta. Pero cambió de opinión cuando le mostraron la foto de la líder de los pandilleros, la ladrona Marysol Barbueno.
En posesión de las fotos de todos los miembros de la pandilla, el Maldito yacía en su recámara a casa de sus padres, con los pies todavía calzados, las piernas cruzadas y una foto de cada uno de sus objetivos en la mano. A cada uno de ellos, Ruan dio su propio veredicto como si informara un diagnóstico a un paciente:
—Tarada... —dijo mientras miraba la imagen de Pele, antes de tirar la foto al suelo.
—Estúpido borracho. —Sobre JB, otra foto lanzada.
—Un bueno para nada. —Y la foto de Jack the Artek se fue volando.
—Deliciosa, machorra y gruñona. —Hablaba sobre Diana, pero no soltó la foto, la dejó a su lado y miró a la última, su líder.
—Fuerte, guapa, pero no sabe el poder que tiene…
Ruan pasó mucho tiempo con esa foto en la mano. No sé qué estaba buscando, si pensaba que era posible descifrar a Marysol a través de una fotografía, pero fueron largos minutos de contemplación.
En la foto, la Bandolera estaba vestida de negro, el sombrero de vaquera ligeramente inclinado entre la frente y el lado izquierdo; estaba apoyada contra una cerca, una de las espuelas de las botas se destacaba en el talón apoyado más alto en la madera. Sostenía un cigarrillo hecho a mano en la mano izquierda. En la cintura, dos revólveres, uno a cada lado. Miraba al fotógrafo y estaba seria, casi amenazante.
—Estoy contando las horas, Marysol… contando las horas. —Pasó el pulgar sobre la cara de la Bandolera—. Tienes esa cara ruda, pero te voy a domesticar. Ni que me cueste irme a ese calor infernal y montar a un caballo. —Se sentó en la cama, apoyó los codos sobre las rodillas, pero mantuvo la vista fija en la foto—. Con tantos lugares en México, tuviste que irte al desierto… Tenía que ser el lugar más difícil… ¡Maldita bebedora de agua de cactus!
Él sabía que la tarea impuesta por la justicia de los daemons era una forma de hacer que los malos se destruyeran a sí mismos. Si llevara la banda a las autoridades, vale; si la banda lo terminara, vale también.
—Pues, así es como funciona: los degenerados se destruyen a sí mismos, y los correctos observan desde la parte superior de sus pedestales —dijo, finalmente abandonando la foto de Marysol en el colchón y empacando sus pocas pertenencias para el viaje.
Cuando lo pienso, no creo que «degenerada» sea la palabra más correcta para definir la Bandolera. Creo que «inconsequente» sea más apropiada. Ella solo quería divertirse. Tal vez una parte de ella quisiera enfrentar a su padre, pero ni uno de sus crímenes estuvo cerca de lo que Ruan le había hecho a esa clase, ese profesor, a su propia banda.
Marysol no atacó a nadie, no ofendió personalmente a otros. Ni ella ni nadie más en su banda. Simplemente les gustaba vivir una vida sin reglas; les gustaba sentir placer a través del peligro. Según el Estado, los afectados por sus pequeños robos podrían hacerse justicia por sí mismos o aceptar el hecho de que habían sido lesionados.
Lo que atornilló a la Bandolera y la puso directamente en la mira del Estado fue haber puesto las manos en esa guitarra.
Cuando ella lo hizo, ya se hablaba mucho sobre las hermanas Barbueno. Las historias, las más increíbles, corrían de boca en boca hablando de las ladronas a quienes no les gustaba usar magia en sus robos. Todos sabían quiénes eran, y varios carteles de WANTED se encontraban en las paredes y estantes de los más diversos salones con fotos de Marysol y Diana. Conociendo las preferencias de la Bandolera, varios vigilantes pagaban por los carteles en los salones para pegarlos junto a las botellas de tequila para que fuera reconocida donde se detuviera a beber. Esos carteles no funcionaron porque, de hecho, a los propietarios de estos establecimientos hasta que les gustaba la Bandolera, les gustaba su forma de vida divertida. De hecho, esos carteles hicieron que la Bandolera y su hermana ganasen algunas dosis gratis de tequila. Pero entonces, Marysol fue tomada por ese inexplicable deseo de tener a la guitarra. Inexplicable incluso para ella misma, debo decirles. La magia nunca había sido un tema que le interesara a ella; por lo tanto, los objetos mágicos no figuraban en su lista de deseos. Pero un día tuvo ese sueño…, un sueño tan claro que ni siquiera parecía un sueño, fue como una…, no sé…, revelación.
¡Eso!
Marysol tuvo una revelación y SABÍA que DEBÍA tener a esa guitarra.
La guitarra era ELLA.
Organizó la banda y, juntos, invadieron el Museo de Historia y Magia. Sería solo otro robo si la guitarra no fuera un poderoso y antiguo instrumento mágico que le daría a su dueño un poder mágico que podría usarse contra cientos de daemons al mismo tiempo; y esto, imposible de negar, era un problema para el Estado. Cuando la seguridad de muchos estaba en riesgo, la justicia daemon ya no era privada.
El problema que encontraron las autoridades para arrestar a Marysol fue el mismo que los vigilantes privados habían encontrado: ella tenía la simpatía y hasta la complicidad de algunos. Por esta razón, nuestra Bandolera continuaba tomando tequila gratis y practicando sus robos, que culminaron con el envío de Ruan tras ella.
Un poderoso mago contra una ladrona contraria a la magia, pero que poseía un instrumento mágico poderoso.
Antes de acostarse esa noche, la noche antes de su viaje a México, Ruan echó un último vistazo a la foto de Marysol.
—Tienes todo lo que deseo en una mujer: fuego, fuerza y desprecio por lo convencional. Me libraré de ese grupo de inútiles que te sigue, y tú y yo nos haremos cargo de los mundos.
Todos ellos.
Bueno… Suficiente hablar sobre el tiempo de Ruan. Cada vez que pienso en cómo las cosas podrían haber sido diferentes para la Bandolera si ese sinvergüenza nunca hubiera aparecido, siento tanta ira, tanta rabia. Es que Marysol es muy importante para mí, ella siempre ha estado aquí, en mi mente, en mi corazón… ella… Se les ofrezco una disculpa: no debo dejarme llevar por las emociones.
Volvamos a nuestro Río de Janeiro, donde Ruan invadió el mundo periodístico causando un alboroto sin precedentes. Primero, por Cindy. ¿Se acuerdan de ella?
Cindy era un signo de interrogación para la policía y los médicos.
Un signo de interrogación gigantesco, vivo e histriónico que estaba decidido a decirle a cualquiera que quisiera —y que no quisiera— escucharla, sobre el hombre infernal con rostro de príncipe azul que la había convertido en mujer.
—¡Ahora yo tengo coñito, people! Necesito ganarme money con esta mierda.
Y así lo hizo. Trató de usar su parte femenina recién adquirida para que la vieran; ya estaba disfrutando de su nueva condición como mujer. Hizo planes para posar desnuda, tal vez participar como protagonista en alguna telenovela o ser invitada a un reality show.
Por supuesto, la aceptación de su nuevo cuerpo no fue inmediata, pero el aprecio por la fama, sí. Le encantaba ser el centro de todas las atenciones. Se acostumbró a ver su rostro en las pantallas, o impreso en revistas. Al principio eran revistas de noticias, luego pasaron a revistas de chismes, y ella empezó a ser tratada como una famosilla. En la Lista-B de famosos, aun así, en la lista.
Comenzó a vivir en los medios y a aceptar cualquier invitación que recibiese de los canales de televisión. Una de esas invitaciones fue de un programa de variedades sensacionalista grabado en la estación que Ruan había tomado por asalto. El Maldito se echó a reír cuando se dio cuenta de la pequeña forma de su primera gran hazaña mágica en este mundo.
—Realmente, la vanidad no tiene límites —murmuró, mientras veía la entrevista.
—Entonces, Cindy, cuéntanos esta historia. ¿Es cierto que te llamas Cristiano? —preguntó la entrevistadora.
—¡No, my love! Yo me llamaba Cristiano, pero ya no puedo llevar ese nombre, ¿verdad? No con ese cuerpecito aquí.
—Entonces, cuéntanos cómo conseguiste este cuerpecito.
—Mira. Estaba yo allí, haciendo mi job con mi amiga Charlene… — Afectada, Cindy miró a la cámara, se llevó la mano a los labios y lanzó un beso—. ¡Kisses, Charlene! —Volvió su atención a la presentadora y continuó—: Así que estaba yo allí, toda guapa, danzante y catita, con mi falda suuuper corta, cuando llegó ese delicioso bombón. Charlene se quedó súper enojada porque él me eligió a mí, pero mira, Charlene… —Volvió a mirar a la cámara—. Al menos nadie te quitó tu polla, Charlene, piénsalo la próxima vez que te enojes por un job perdido.
El público se echó a reír, y la presentadora, rudamente, trató de recuperar la atención de la entrevistada.
—Pero, Cindy, háblame más sobre ese delicioso bombón.
—¡Ah, estaba di-vi-no! Alto, con el pelo…
Cindy se interrumpió, parecía que había visto a una aparición. Al otro lado del escenario, casi oculto por el equipo de iluminación y las cámaras, vio a Ruan, su príncipe azul, apoyando el costado de su cuerpo en una jamba. Ella se puso blanca, perdió el habla.
—Cindy? —llamó la presentadora—. ¡Cindy! ¿Todo bien?
Con la boca abierta, la pelirroja echó la cara hacia adelante y entrecerró los ojos, estaba segura de lo que acababa de ver. Nunca olvidaría esa cara.
—¡Es él! —gritó y señaló a Ruan, quien se alejó de la pared y miró, amenazadoramente, hacia la extravesti. Fue entonces cuando Cindy se desmayó, y Ruan se aprovechó del lío para desaparecer.
Otra famosilla lanzada por los daemons que habían llegado a nuestro mundo era Ariana Macedo, la doble de Irina, que se suponía erróneamente que estuviera muerta.
Como director de la red de televisión, el Maldito ordenó a uno de los periodistas más respetados de la emisora que localizara a la muchacha. Quería conocerla porque, como doble de su hermana, ella tenía ciertos poderes que podrían serle útiles. Para sus subordinados, la razón, plausible, que dio, fue que sería muy interesante y bueno para la emisora si pudieran averiguar de quién era el cuerpo en la gaveta del Instituto de Medicina Legal.
Cuando Ruan recibió el archivo completo de la muchacha, el expediente vino con fotos de ella y de los miembros de su familia, y él sintió una enorme satisfacción. Dejó caer el peso del cuerpo sobre el respaldo de la silla, puso los pies sobre la mesa y miró con cierta admiración la foto del padre adoptivo de Ariana.
La foto había sido tomada de un archivo policial. El periodista le informó que el hombre nunca había sido arrestado porque era resbaladizo y tenía los mejores —o los peores— contactos en todo el mundo, pero siempre había sido objeto de investigaciones, tanto por la Policía Federal como por la Interpol.
Ruan evaluó la historia del doble de su padre, cuyo nombre era, vean qué interesante, Raúl. Igual que su padre. Sincronicidad perfecta, pensó.
El Raúl de nuestro mundo era un gánster involucrado en varios tipos de delitos, como el tráfico de armas y personas que parecían trabajar en España, Brasil y algunos países árabes. Un tipo elegante, rico y bastante peligroso. Ariana era una de sus varias hijas adoptivas. El hombre no tenía herederos de sangre; como si tuviera la costumbre de recoger niños.
Ariana, a su vez, no vivía con este padre adoptivo. Era una modelo poco conocida que residía ocasionalmente en Brasil, pero que había pasado parte de su vida en Argentina y otra parte en África, más específicamente, en Marruecos.
El daemon se quedó satisfecho por el descubrimiento.
Guardaba el archivo cuando llamaron a la puerta. Norberto Braga Filho estaba allí para advertirle que el auto que lo llevaría a una de las guaridas —como Ruan les había denominado a los muchos brotes de daemons híbridos responsables del destino de la población— había llegado. Norberto explicó que su asistente era un humano, no un híbrido, por lo que no los conocía.
—¿De verdad crees que no sé cómo diferenciar a un híbrido de un humano, Norberto? —preguntó el Maldito, luciendo ofendido. Norberto se aclaró la garganta con torpeza.
—¡Perdón! Es que llevo años entre ellos. Ciertamente ves mucho mejor que yo.
—Finalmente, una conclusión inteligente —dijo, ya saliendo del edificio y dirigiéndose hacia el auto, cuya puerta trasera estaba abierta y con el conductor parado a su lado, esperando a que entrara Ruan.
—¿A quién me anunciarán cuando llegue? —preguntó al asistente tan pronto como se subió al vehículo.
—Al diputado Carlos Gracciani.
Ruan llegó a la Asamblea Legislativa y, al anunciar su nombre, un guardia de seguridad lo llevó al interior.
—Señor, venga conmigo, por favor. Tan pronto como el Señor Gracciani termine de presidir la sesión, le recibirá.
—Me gustaría ver esta sesión —dijo Ruan, y el guardia de seguridad inmediatamente cambió de dirección y lo llevó al auditorio, en la parte superior, desde donde tendría una vista privilegiada de los diputados.
—Puedo llevarle más allá; aquí están los populares…
—¡No se preocupe! —Ruan dio una sonrisa encantadora y miró a las personas que estaban frente a él, prestando atención a los hombres y mujeres que decidían cualquier aspecto de sus pequeñas vidas humanas—. Estoy en el mejor lugar. Esté seguro de que le recomendaré usted al Señor Gracciani por su cortesía.
El empleado sonrió y se fue.
Entre los ciudadanos que se inclinaban para prestar atención a los diputados que pronunciaban sus votos —algo sobre una huelga de la policía—, había muchas personas con carteles que decían «Justicia», otros «Contra la corrupción», y mientras leía cada uno, Ruan luchaba por contener su risa.
Todas esas personas, todos esos humanos, pensaban que su destino estaba siendo decidido por sus iguales, pero Ruan lo sabía, sentía la potente vibración no humana que provenía del piso donde se desarrollaba la sesión. Aunque eran híbridos, aún mantenían esa vibración, y dado que el espacio pequeño para la cantidad de individuos, podía sentir esa vibración sin hacer el menor esfuerzo.
Ruan no tuvo que pedir permiso para romper el bloqueo de las personas que habían llegado antes que él y que normalmente no abandonarían sus lugares privilegiados: él solo caminó. Un paso delante del otro, andaba lentamente; quizás impulsados por el poder que conscientemente no sentían, pero que no podían negar, todos los que bloqueaban el camino del daemon lo cedían. No se quejaban, no discutían, ni siquiera lo palpaban. Cuando él finalmente se acercó a la valla de protección, había un claro alrededor del Maldito, como una señal, o una advertencia, de que las personas nunca serían un obstáculo. Ni allí, ni en ningún otro sitio.
La casa parlamentar estaba llena. Solo faltaban unos cinco diputados, y ninguno de ellos era híbrido. Todos los híbridos habían sido notificados de la presencia de Ruan por Gracciani, quien les había dado instrucciones de asistir. Ellos constituían el setenta por ciento de los congresistas presentes.
Aunque todavía no puedo decirles como lo sé, puedo decirles que sé lo que Ruan sintió cuando vio esos cuerpos humanos manipulados como marionetas: admiración y asco.
Gracciani, tal vez sintiendo los ojos del Maldito sobre él, tal vez porque sintió el aura de poder del daemon, levantó la vista. Los otros híbridos, de espaldas a Ruan, en una sincronía que parecía no intencionada, volvieron la cabeza siguiendo la mirada de Gracciani.
Por un momento, pareció que el tiempo se había congelado, y el silencio dominó la legislatura.
Un silencio de adoración, de respeto, de devoción.
Todas esas cabezas volteadas le miraban a él.
El Maldito
Su dios
Los diputados humanos, que no entendían lo que estaba sucediendo, empezaron una exageración que dispersó el culto haciendo que los híbridos salieran del trance. Después de eso, las deliberaciones continuaron.
—¡Esto está demasiado! —dijo Danielle, mientras buscaba en su teléfono celular el contacto de un papiloscopista con el que había estudiado, y que tomaría las huellas digitales de Marysol sin llenarla de preguntas.
—Me tengo que ir —dijo Tico.
Danielle miró al niño, preocupada. Por primera vez, ella lo veía como a un niño; por primera vez, estaba preocupada por él.
—Sé que siempre sales con la suya, pero está demasiado tarde para patear por las calles.
—Ya está amaneciendo —respondió, sonriendo y mirando hacia la cortina de la habitación que daba acceso a un amplio balcón.
—¿Nos hemos quedado despiertos por toda la noche?
—He estado despierta por más de dos lunas —dijo Marysol.
—¿Qué dices?
—He notado que mis baterías tienen una vida más larga que las vuestras. Pero ahora, creo que tendré que me caer en algún rincón… —Bostezó y estiró los brazos.
—Bueno, puedes descansar allí en el dormi… —Danielle no tuvo tiempo de terminar su frase, porque Marysol cayó postrada por la fatiga en el sofá. El ruido sordo que se escuchó fue como si una de cien kilos hubiera caído sobre el mueble—. De acuerdo, si prefieres el sofá…
Tico abrió la puerta del apartamento para irse, pero Danielle, movida por un instinto que sé que todavía no entendía, lo hizo regresar. Ella le pidió que esperara a que el día se despejara por completo, y preparó un abundante desayuno para el niño. Mientras comían, mirándose el uno al otro, ella dijo:
—Tienes la misma talla que mi sobrino. Él dejó algo de ropa aquí, creo que te quedará bien.
—¿Por qué dices eso? —preguntó, casi ahogándose con la leche.
—¡Porque vas a tomar una ducha decente y usar ropa limpia! —respondió ella, con una autoridad que sonaba casi maternal.
—No hace falta.
—¡No hace falta tu opinión! Solo te estoy comunicando —dijo ella, pero sonrió levemente—. Digamos que me trajiste la revelación más importante de mi vida, algo en lo que siempre creí, pero siempre lo cuestioné porque no podía probarlo. Así que, la ducha es una forma simple de recompensarte.
—Si tú dices…
Tan pronto como terminó de comer, Tico se duchó en el baño inmaculadamente blanco de Danielle, usó jabón de romero, acondicionó su cabello y disfrutó de la comodidad del agua tibia en su espalda. Salió vestido con la ropa del sobrino de Danielle, peinándose, y se echó a reír cuando vio a la inspectora tratando de sacar a Marysol del sofá para llevarla a uno de los dormitorios.
—¡Ella pesa como un hombre! —se quejó la inspectora.
—El poder debe pesar, ¿verdad? Y ella es muy poderosa, ya ves —respondió Tico con una certeza que hizo reír a Danielle.
—Ya veo. Voy a quitarle las botas. Hace calor, déjame encender el aire-acondicionado.
Tico se sentó en el sillón y observó a Danielle tratando de hacer que Marysol, desarticulada y roncando ruidosamente, se quedase lo más cómoda posible.
Cuando ella decidió que ya había hecho lo que podía, le sugirió a Tico que descansara en la recámara, pero cuando levantó la vista, se dio cuenta de que el niño se había quedado dormido apoyado en el sillón. Aliviada de saber que su peso sería mucho menor que el de la daemon, apoyó el cuerpo del chico y lo hizo levantarse.
—Amá, no quiero ir a la escuela —murmuró, mientras Danielle lo guiaba por el pasillo hasta la habitación. Ella lo hizo acostarse en la cama donde su sobrino a veces dormía y volvió a la sala.
Sabía lo que tenía que hacer, así que fue a la cocina, donde tomó un vaso que, con guantes, limpió con una franela; luego regresó a la sala, donde tomó la mano izquierda de Marysol, haciéndola sostener el objeto; y finalmente, empaquetó el material en una bolsa de plástico. Llamó al experto, un amigo suyo, y, sin más explicaciones, le pidió que examinara esas huellas como un favor personal.
—¡Está hecho, vieja! Pronto descubriremos si hay otra versión tuya en este mundo.
Cindy estaba en su pequeño apartamento ubicado en Copacabana, mirando la grabación de la entrevista. Se estremeció cuando vio el momento en que se había desmayado frente a todos. Sola, lloraba como una niña, se sentía inútil y estúpida por haber echado a perder esa oportunidad de que la vieran como una gran estrella.
—¡Maldita sea! ¡La cagué! Y ahora estoy aquí… toda una diva, pero llena de cólico y llorando por la nada… —Se horneó la nariz, y un grito lloroso escapó de su garganta—. Y me tengo que mear, pero no quiero tener que sentarme… ¡Maldita sea! —Los sollozos sacudieron la espalda de Cindy sin que ella pudiera controlarlos—. ¡Oh, my god! ¿Qué me pasa?
Mientras sostenía el pipí para no someterse a la indignidad de tener que orinar sentada, devoraba una barra de chocolate y, a pesar del calor, mantenía una cubierta cuidadosamente colocada sobre sus pies.
—Mis pies… Mis bellas patitas… Tan hermosas, pero ¿por qué siempre tan frías? —Y hubo otra sesión de llanto interrumpida solo por los mordiscos en el chocolate—. Ya ni siquiera puedo usar mis maravillosos zapatos… todos mis tacones hermosos… todos ellos perdidos… todos demasiado grandes para mis deditos.
Sonó el timbre, Cindy intentó secarse las lágrimas y recobrar la compostura, buscó el par de chanclas al pie del sofá. El pequeño tamaño de las chanclas casi le provocó una nueva ola de llanto, pero el timbre, exigente, volvió a sonar.
—¡Ya vooooooyyyy! ¡Joder! ¡Ya voy! —La última palabra fue tartamudeada, mientras se frotaba los ojos y pasaba los dedos para arreglarse el pelo rojo. Miró por la mirilla de la puerta de madera y se sorprendió. Era Nélio…, es decir, Charlene Dayane, a quien solo Cindy a veces llamaba Lady Dai. Abrió la puerta, contenta de ver a su amiga, quien la miraba como si viera un ser de otro mundo.
—Pasa.
Charlene ya conocía el apartamento de Cindy, pero sus pasos eran inestables, como si estuviera entrando en una casa embrujada donde tendría que pasar veinticuatro horas para ganarse un millón.
—¿La neta que sos Cindy? —Se detuvo en medio de la habitación, examinando la recién transformada de arriba a abajo.
—Loco, ¿no? Pero ¡te juro que soy yo! Te he dicho toda la verdad, ¡necesito que alguien me crea, Dai! ¡Porfa!
—Mirá… He estado pensando y, después de verte, y ver cómo hablás, tus gestos… Yo siento que hay mucho de Cindy en vos, pero solo podré creer… ¡mejor!… para que yo piense en empezar a creerte, tenés que probármelo.
—Pero ¿de qué forma puedo probártelo? La policía revisó mis huellas, ¿qué quieres más, mana?
—A ver, maricón… una noche te chambeabas muy mariquita, muy chula y, ¿qué tal?, de la nada, ¡mirá nada más! ¡Sos una vieja, mana! ¡Una puta vieja! Una vieja con tetas y chocho y todo el coño de las putas viejas. ¿La neta que pensás que me voy a creerte a causa de unas huellecitas? ¡No manches, mana! Hace falta mucho, mucho, muchísimo más.
—¿Qué sugieres, maricón?
—Cindy y yo hicimos algo juntas, y sé que ella nunca se lo habría contado a nadie…
—Tú y yo hicimos muchas cosas juntas —respondió Cindy con una mirada ardiente, y se arrojó sobre el sillón—. I’m sorry, mana, pero necesito sentarme. A ver, las mujeres somos titanes, Dai. Eso de echar sangre por el chochito está de muerte. ¡Fatal!
—Mi hermana toma una medicina, ¿cómo se llama…? Bueno, eso es cero importante ahora. Vamos a platicar…
—¡Habla de una puta vez, Charlene Dayane! —gritó Cindy enojada—. Estoy que puedo matar a uno, así que ¡no te vayas por las ramas!
—Está bien, pero ¡no me grités! —Respiró hondo, echó las largas trenzas hacia atrás y dijo solemnemente—. Quiero que me digás por qué dejé de atender a ese dueño del carnicero, el gordo pelirrojo…
Cindy sonrió y se giró de lado en el sillón, mirando a su amiga maliciosamente; Charlene también se sentó, cruzó sus piernas largas y musculosas como una dama, y esperó ansiosamente una respuesta. Cindy la miró y respondió:
—A él le gustaba poner una vela encendida en tu trasero y esperaba hasta que se derritiera y te quemara el pelo de la cola. —Charlene abrió la boca, atónita, pero ningún sonido se le salió—. Lo peor sucedió en el día que él te pidió a ti que le pusieras la vela en él y…
—¡Ya! ¡Suficiente! No quiero más oírte. Yo te creo. —Charlene puso sus enormes manos con uñas postizas pintadas de rojo en la cara—. ¡Qué asco!
—No, no, no. Tú te quieres la prueba, yo te voy a dar la prueba. ¡Fíjate! Él estaba a cuatro patas, y cuando empezaste a ponerle la vela, sentiste algo raro. Pensaste que, a lo mejor, era un trozo de mierda, pero cuando sacaste la vela para intentarlo de nuevo, ¡una lombriz salió del culo del gordo! —Cindy se echó a reír, mientras Charlene se puso de pie nerviosamente y comenzó a pasearse.
El nerviosismo de Charlene no era por el recuerdo, sino porque aquella había sido la gota que colmó el vaso para creyera que su amiga se había convertido en una mujer. Miró a la pequeña pelirroja que todavía se reía en el sillón y, en un estallido de emoción, la levantó y la abrazó.
—¡Cindy, Cindy, sos vos! —Levantó a su amiga por las axilas y la hizo girar en el aire como si fuera una muñeca de trapo.
—¡Suéltame, mana! ¡Suéltame! Me estoy mareando.
Charlene la colocó en el sofá, se arrodilló frente a ella y apoyó sus grandes manos sobre las rodillas de la nueva Cindy.
—Amiga, ¡estoy tan feliz por vos! Sé que nunca pensaste en someterte a una cirugía para cambiar de sexo, que ni la silicona te querías ponerte, pero ¿¡yo!? Yo siempre he tenido ese sueño. He soñado por toda la vida en ser mujer…, y él no me eligió a mí… —La mirada de Charlene estaba la pura desolación.
—Mana…, ¡lo siento! —dijo Cindy con sincero pesar.
—Quiero pedirte un favor. Necesito hablar con este hombre, pedirle que me cambie a mí también.
Cindy parpadeó una y otra vez, sorprendida.
—Dai, yo ni siquiera sé su nombre… Cuando me desperté en ese motel, él se había ido, no dejó rastro. —Charlene empezó a llorar, pero Cindy la sacudió para que sus ojos se encontrasen—. ¡Ya! ¡Basta! Debe haber una manera de encontrar a este hombre, pero todavía no sé cómo. Pero no te rindas; me voy a encontrarlo. ¡Te lo juro, mana! Mira, de verdad no sé nada de él, pero yo estoy en todas las teles, estoy cierta de que vendrá buscarme.
—Estás diciéndome esto solo para consolarme ¿o es de corazón, mana?
—Es del corazón. Mira, yo creo que vi a ese tipo en la entrevista de hoy. Tanto que me derrumbé, ¿me has visto? ¡Fue todo un escándalo! Pero te prometo, amiga, encontraré a ese Afrodito y te lo traeré directamente a ti. ¡Cindy promise!
Cansada con sus «cosas de mujer» y agotada por el estrés del programa de televisión; la visita y aceptación de su amiga Charlene estaban como un bálsamo restaurador para Cindy. Charlene llamó a su hermana y le preguntó el nombre del analgésico que tomaba cuando experimentaba cólico, salió a la calle y regresó con la medicina, haciendo que Cindy tragara y se recostara para tratar de relajarse. Mientras su amiga descansaba, Charlene lavó los platos acumulados, limpió toda la cocina y ordenó una pizza. Cuando llegó la pizza, cálida como a las dos les gustaba, Cindy ya no tenía dolor y su estado de ánimo estaba mucho mejor.
Tico se despertó asustado, mirando a su alrededor. Parecía estar buscando algo o alguien. Se levantó, entró en la sala de estar y no vio a Marysol, pero oyó la ducha y vio a Danielle despedirse de alguien.
—¿Dormiste bien? —preguntó la inspectora tan pronto como cerró la puerta y se dio cuenta de que el niño estaba despierto. El chico la miró sospechosamente y Danielle comprendió que sentía curiosidad por la persona que acababa de irse.
—Entregué las huellas de Marysol para análisis —dijo, señalando con la barbilla en dirección al baño donde se duchaba la Bandolera.
—¡Genial! ¿Va a tardar mucho?
—No. Pero hasta entonces, es mejor que ella no aparezca en público. No sabemos si la gemela esa no es una persona conocida.
—Gemela, no. Doble. La otra ella.
Danielle puso los ojos en blanco y estaba a punto de decir algo cuando Marysol entró en la habitación con el pelo mojado y visiblemente renovada. Dormir le había hecho bien, al igual que el baño. Llevaba parte de la ropa que Talita se le había comprado y estaba descalza.
—¿Puedes decir cuándo tu amigo nos dará la respuesta? —preguntó, mostrando que había escuchado parte de la conversación.
—Creo que esta misma noche, si no está demasiado ocupado.
—¡Bueno! A ver, sobre esconderme, la verdad es que no tengo tiempo que perder, necesito encontrar a Ruan.
—Sé que te parecemos orangutanes retrasados, y juro que te entiendo, pero necesito que confíes en mí. Es mi trabajo investigar, dar seguimiento a las pistas y arrestar a los malditos de este mundo, y te lo dijo: no debes exponerte.
—Tus malditos no son nada comparados al mío. —Marysol se sentó en el sofá y miró a Tico—. ¡Te ves bien, chavo!
—La doctora me prestó la ropa de su sobrino —dijo el niño. Luego, pareciendo recordarse de algo, se volvió hacia la inspectora—. A ver, doctora, ¿por qué me mirabas mientras yo estaba dormido? ¡Me tomé un puta susto!
Danielle entrecerró los ojos e inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado. No parecía entender de dónde había sacado la idea el chico. Ella abrió los brazos y respondió:
—Te dejé en el dormitorio, salí y no volví a verte hasta que despertaste. ¿De qué me estás hablando?
—Desperté porque te estabas sentada a mi lado, mirándome… Pero cuando abrí mis ojos, ya no estabas allí.
—¿Cómo podría tú saber que ella te estaba mirando si tú te estabas durmiendo? —preguntó Marysol.
—Ahí ya no lo sé…, solo sé que fue así. Recuerdo que ella me miraba, estaba muy seria.
—Lo soñaste, Tico —dijo Danielle, descartándolo—. Estuve todo el tiempo aquí en la sala.
Marysol pasó sus dedos por los mechones húmedos de su cabello. Nuevamente debo pedirles a ustedes que me crean, solamente me crean. Aún no les puedo explicar cómo lo sé, pero la verdad es que Tico lo había anticipado, pero ella misma tenía la intención de preguntarle a Danielle lo mismo. La Bandolera también se había despertado con la impresión de haber visto a la inspectora sentada en el borde del sofá, mirándola mientras dormía. Lo más interesante es que, en la memoria de Marysol, la inspectora llevaba un sombrero de vaquera, y eso no tenía ningún sentido.
Sin embargo, al escuchar la sincera respuesta de Danielle a las preguntas de Tico, Marysol guardó silencio. A lo mejor su memoria estuviera gravemente afectada, pero un daemon podía discernir sueño de realidad.
Marysol estaba segura de que no había soñado, igual que Tico. También estaba segura de que Danielle decía la verdad, pero eso no negaba el hecho de que les había estado mirando a los dos mientras dormían.