Hablar de la muerte nunca ha sido fácil, y cuando se trata de la muerte de un niño… bueno… es aún menos fácil, pero la muerte es parte de la naturaleza. De alguna manera, es parte de la vida.
La única forma de escaparse de la muerte es no nacer.
A veces…
Quiero hablarles un poco sobre cuándo la banda de Marysol todavía existía y mostraba su alegría. Alegría a menudo personificada por Pele.
Estaba sentada en la cerca de la finca de Artek mientras comía un plátano. Sí, había plátanos en el mundo de los daemons, y no, esto no es relevante para la historia, pero me gusta pensar en las pequeñas cosas que hacen que nuestro mundo sea similar a lo de ellos.
Esa propiedad servía como punto de parada y descanso para la banda que, en esa época, ya tenía a Ruan como uno de sus miembros. Pele miraba al ganado dirigido por una pastora empleada por Artek. ¡Sí! Los bandoleros eran bandidos, ladrones, pero ninguno de ellos era lo que llamamos pillo de poca monta. Artek tenía empleados. La pastora conducía el ganado mientras tenía que protegerse de las llamas que provenían de los animales más distantes cuyos cuernos eran tres veces más grandes que los de nuestros toros y encantaban a la hawaiana.
Ruan había salido a caballo, lo cual detestaba, pero lo había hecho para complacer a Marysol. El Maldito tenía una motocicleta, sin embargo, quería demostrar que era uno de ellos, que era parte de la banda, por lo que mantuvo la moto guardada en un granero. Usaba el vehículo solo cuando la banda cambiaba de ciudad y la ruta era demasiado larga para que él estuviera dispuesto a hacerla a caballo. Incluso esto se consideraba un acto de buena voluntad, ya que Ruan simplemente podía teletransportarse en lugar de viajar por la ruta. Pele lo miró, y él la saludó con la mano y le dedicó una sonrisa que le pareció encantadora, pero que ella consideraba odiosa, por lo que la hawaiana respondió con una sonrisa falsa mientras mordía una de sus trenzas.
En ese instante, sintió la mano de Diana sobre su hombro. La pistolera acababa de llegar y tenía una expresión seria. No es que Diana fuera un pozo de alegría, pero en ese día, la expresión estaba diferente. No era el mal humor que siempre lucía en su rostro. Ella hablaba en serio.
Lucía seria y reflexiva, tal vez hasta preocupada.
Pele sonrió a su compañera, y Diana se sentó a su lado en la cerca, también mirando a Ruan.
—¡Este tipo no me cae, che! —Diana dijo, su voz llena de desprecio.
—¡Bienvenida al club!
—Así que no es una burla gratuita.
—Créeme, amada…, este tipo apesta y aún mostrará a lo que ha venido… ¡y de la peor manera! —dijo Pele sombríamente. Diana asintió con la cabeza.
La cara de Diana no ocultaba su nerviosismo, pero no era por Ruan, y Pele lo sabía. Aun así, esperó que la daemon hablara.
—Pele…, necesito un favor tuyo.
Sonriendo, la hawaiana volvió la cara hacia Diana. Pensaba que estaba en tiempo de que la indomable le pidiera algo. Pele sabía que Diana estaba enamorada de ella, pero también sabía que la hembra era demasiado distante para intentar acercarse.
—Antes que cantes victoria —dijo Diana—, espera a que yo termine. No estoy aquí de payasada, no. Tengo un asunto serio que discutir contigo. Al menos para mí es un asunto serio; quizás no sea para ti, y puedes decir que no; pero si dices que sí, tiene que ser un sí firme.
—Vale. Soy toda oídos.
—Eres muy buena con la magia de cambio de sexo…
—Sí, es verdad —dijo Pele, con los ojos vacilantes. Esa pregunta la había sorprendido, esperaba algo después de eso.
—Voy a hablarte sin rodeos, porque no se me ocurre otra forma. Quiero ser madre, pero no me gustan los hombres y tener placer es fundamental para una quedarse embarazada, ya sabes…
—Sí, todos lo sabemos. —Pele mantuvo una sonrisa, pero no estaba tan firme, tal vez tratara de adivinar qué tenía que ver con todo eso.
—Eres una hembra, me pones cachonda, así que… —Diana respiró hondo, casi sintiéndose avergonzada de lo que le pediría—. Pensé que podrías ayudarme a quedarme embarazada… —La solicitud salió a toda prisa, con palabras que se cruzaron, como un secreto que necesitaba escabullirse. Respiró por segunda vez y, con más calma, preguntó—: ¿Me ayudarás?
La sonrisa de Pele desapareció, y la sorpresa se pudo ver en sus ojos.
—Tú… yo… nosotras… ¿qué quieres decir?
—¡Quiero un hijo! Mi hijo. La única forma es esta, y no he buscado a otras mujeres que tengan la misma capacidad, que puedan transmutarse, porque una extraña diría que no.
—Y ¿por qué dirían que no, eh? —Pele parpadeó una y otra vez tratando de volver a su estado normal—. Diana, ¿sabes que los riesgos son… desconocidos? ¿Tienes idea de qué tipo de daemon puede surgir de dos mujeres? Es que, amada, la transmutación es como una forma de eludir a la naturaleza. Soy originalmente una mujer.
—¿Por quién me tomas, viviente? ¿Crees que no sé todas estas cosas? Lo que sí digo es que quiero correr el riesgo. ¡No me importa! Y si no te gusta, si no puedes hacerlo por mí, solo retrasarás un poco mis planes, porque voy a elegir otra, pero lo haré.
Pele levantó la vista, respiró hondo y saltó de la cerca. Se enfrentó a Diana, que no pudo ocultar su mirada suplicante.
—¿Por qué tanto quieres un hijo? Nunca te imaginé con uno. No sé… No te veo así de maternal.
—De mí, solo sabes lo que quiero que sepas. Me gusta ser parte de una familia, y mi hermana está enamorada de ese porquería… No seremos una banda para siempre, así que ¿por qué no puedo tener a mi familia?
Pele paseaba de un lado a otro mirando a Diana sin saber qué pensar o decir. Cuando finalmente parecía que tenía decidido lo que diría, JB y Artek salieron de la casa grande, y Diana le lanzó a Pele una mirada que decía que aquel asunto debería quedar solo entre las dos.
Llevando la ropa del sobrino de Danielle, Tico no parecía un niño de la calle. De hecho, se sentía un poco lechuguino, si puedo llamarlo así. No, no puedo. Creo que Tico se describiría a sí mismo como fresita. Así se sentía: fresita. Cuando se acercó a la entrada de la favela, se miró a sí mismo y a la ropa que llevaba puesta y comenzó a preguntarse cuál sería la reacción de los narcos.
El niño había intentado recuperar su ropa antes de abandonar el apartamento de la inspectora, pero Danielle ya la había tirado. Tenía un armario lleno de ropas de su sobrino, e insistió en que Tico se quedara con ellas.
No me malinterpreten, a Tico realmente le gustaba esa apariencia fresita, ¿ya ven? Por supuesto, también había una posibilidad de que los narcos pensasen que Tico había robado esa ropa, y en ese caso, podrían hasta admirarlo. No había manera de predecir la reacción de ellos, por lo que Tico eligió marcar a su madre de un teléfono público cerca de la entrada de la favela. Como se cayó al buzón, decidió buscar a sus hermanas a la escuela.
No es que hubiera estado lejos de su familia por mucho tiempo, pero después de todo lo que había sucedido cerca de la hoguera, y con toda la historia que involucraba su abuela al asesinato de su padre, él simplemente necesitaba saber cómo estaban su madre y sus hermanas. No estaba una semana normal, y él no tenía el derecho a desaparecer. Esperó fuera de la escuela para ver a sus hermanas, pero ninguna de ellas vino.
Preocupado, ya estaba considerando entrar a la favela con su ropa fresita, cuando una de las asistentes de la escuela lo vio y sonrió.
—Tico, ¡qué guapo te ves!
—¿En serio? —preguntó torpemente—. ¡Gracias, tía!
—¿Estás buscando a tus hermanas?
—Sí… ¿Se las perdieron?
—Tico, Tico ¿hace cuánto tiempo que no has estado en casa?
—No hace mucho, tía, solo un par de días, creo. ¿Por qué? —La cara del niño mostraba que la preocupación se estaba convirtiendo en nerviosismo y aprensión.
—Tu madre estuvo aquí ayer, advirtió que las chicas la iban a ayudar hoy con la mudanza. Pidió que compensáramos las ausencias.
—¿Mudanza?
—¡Sí! Y ella se veía muy contenta.
—¿Pa’ dónde se mudó, tía?
—¡A casa de tu abuela, Tico! Estoy feliz por ella. Finalmente va a dejar ese lugar peligroso…
—¿Mi mamá se fue a vivir con mi abuela?
—¡Dios mío, no lo sabes! —La asistente miró a Tico con cierta preocupación, pero dijo lo que necesitaba decir—: Tico…, tu abuela… Ella falleció.
Sin querer detenerse a pensar en lo que había escuchado, el niño le dio la espalda a la mujer antes de que ella terminara de hablar y corrió hacia la parada de autobús.
Dentro del autobús, Tico no pudo evitar notar la cantidad de gente que lo miraba de manera diferente. No lo evitaban, no le tenían miedo. Era el efecto de la ropa que vestía, de su nueva apariencia. Parecía un niño de clase media, una persona común, que no tenía que revolcar la basura para comer. A él le gustaba eso. Le gustaba sentirse incluido. Tico no había sido creado para las calles, para la basura, para los pequeños robos necesarios para la supervivencia.
Antes de las drogas, antes de la muerte de su esposo, su madre Lorena siempre había sido trabajadora, al igual que el padre de Tico. En ese momento, tal vez, y digo tal vez por qué no puedo decir exactamente cómo se sentía Tico en ese mismo momento, pero tal vez realmente se viera a sí mismo; y se diera cuenta de que estaba llevando la vida equivocada. No el tipo equivocado de vida en que uno toma decisiones equivocadas, sino el tipo equivocado como «he sido arrojado a un lugar que no es mío y me veo obligado a vivir una vida que no es mía».
Tico quería eso, se sentía como uno de ellos, uno de los que tomaba el autobús y pasaba desapercibido, uno de los que podían elegir el lugar para sentarse sin sorprender a la persona en el asiento de al lado; uno que no hiciera que las mujeres apretasen el bolso más cerca del cuerpo.
Lorena estaba en la acera hablando con un antiguo vecino de su madre, cuando vio a su hijo y sonrió ampliamente. Se acercó al niño y lo abrazó con fuerza, le olisqueó el cabello y alabó su ropa.
La casa era modesta, pero mucho mejor que la cabaña del morro. Estaba fuera del área de riesgo, en un vecindario pacífico en el suburbio. Okey… Vale… no hay más lugares pacíficos en Río de Janeiro, es solo una forma de decir.
—¿Qué pasó, amá?
—Ah, Tico, ha pasado tanto, y todo tan rápido…
—Dime.
—No sé… Después de que te fuiste con la Reina del Camino…
—Marysol, ma’.
—¡Vaya! ¡Que sea! Pues, yo estaba feliz y muy enojada al mismo tiempo. Es decir… No sé si estaba realmente feliz. Me sentía aliviada porque no tenía ganas de drogarme, ¿ya ves?
—¿No tenía? ¿Estás teniendo ahora?
—¡No! Pero eso no es todo… Es que, después de enterarme de tu abuela, me quedé muy disgustada. Tenía mucho coraje. No podía creer lo que la Reina del Camino había dicho y…
—¡Marysol!
—¡Vaya! Ella se parece a una reina, ¿no? Y estaba en el camino, ¿no?
—Tá bueno...
—Solo necesitaba hacer algo, así que caminé. Necesitaba sacar esa agonía de mi pecho, y nada saca la agonía de mi pecho como la coca.
—¿Te drogaste, má?
—No, no lo hice. Yo quería. ¡Dios!, cómo quería poder hundirme en coca y olvidar toda esa mierda… Sería bueno hacerlo, pero no pude, solo de pensarlo me enfermaba, así que me enojé con la Reina…, con Marysol, ¡maldita sea! porque, gracias a ella, ni siquiera podía olvidar esa historia con coca. —Desolada, Lorena se sentó en un sillón, apoyó la cara en sus manos y suspiró—. Ella era mi madre, Tico. No quería odiar a mi madre, no es cierto… hubiera preferido la coca.
—Y tú eres mi madre. ¡Mi madre! A mí no me importa quién tú odies, solo quiero que estés bien.
Lorena miró a su hijo, no puedo decirles si entendía todo el dolor que había en esas pocas palabras, pero sus ojos brillaron llenos de amor hacia el niño.
—Lo sé, Tiquito, lo sé…
—¡Pero espera! ¿Mataste la abue?
—¡NO! —Lorena gritó indignada y se levantó del sillón—. No, Tico, nunca. Lo que sucedió fue que intenté… No la coca, pero necesitaba probar algo para no venir hasta acá y estrangular esa… esa…
—Tá bien, mamá, creo que no está mal maldecir a la abue. Ella hizo algo malo.
—Pero era mi madre…
Tico miró a Lorena, se sentó en el extremo del sofá e invitó.
—Ven aquí, mamá…
Lorena se sentó junto a su hijo, luego se tumbó y apoyó la cabeza sobre las piernas del niño. Los sollozos escaparon sin que ella pensara en preservarse a sí misma o al chico. Durante un tiempo que no puedo medir, ella se quedó allí, llorando, mientras Tico le acariciaba el pelo. Cuando los sollozos disminuyeron, Lorena permaneció en el regazo de su hijo de doce años y habló en voz baja:
—Yo sentí tanto odio de esa maldita vieja por lo que nos hizo, que solo quería… quería sostenerla por el cuello y abofetearla. Pero ella era mi madre. Así que intenté calmarme, y logré comprarme un porro. Pero ni siquiera pude fumarlo… Vomité todo lo que había comido, y luego me enojé más, así que vine acá, vine porque quería pelear, quería meterle el dedo en su cara y decirle que ella había estropeado con mi vida
—‘Tá bien, mamá…
—Se lo eché a la cara… todo… la dije vieja, le dije que, gracias a ella, nuestra vida se había convertido en un infierno; luego ella dice a Marysol mentirosa y zorra y lo negó todo. Pero sé que Marysol dijo la verdad. A mi mamá nunca le gusté. Me tuvo a la edad de catorce años, era como si yo hubiera acabado con su juventud, como si fuera mi culpa, y ella nunca me dejó olvidar de eso. Ella nunca ocultó que yo había terminado con su vida.
—No pienses así, amá, a la abuela le gustaba tú.
—No, no es cierto. Cuando crecí, ella siempre competía conmigo. Todavía era muy joven y quería robar a mis novios. Siempre fue así… Debí saber que ella también trataría de robar a tu padre. Incluso lo he visto, ¿sabes? Lo intentaba, coqueteaba, siempre lo estaba piropeando… Y le dije eso, le dije que era una zorra vieja que no podía verse a sí misma, y ella me golpeó, Tico. En el medio de mi cara.
Los sollozos regresaron, y Tico puso una mano sobre los hombros de su madre para tratar de contener esos sollozos, para tratar de mantener a su madre sana.
—Tá bien, mamá —repitió Tico, como si ese «Tá bien, mamá» hiciera que todo estuviera bien.
—Ella me lo confesó, Tico. Cuando tu padre no le prestó atención, se quedó tan enojada que subió el morro y le dijo al jefe de los narcos que tu padre era un informante. No tuvo que hacer nada más… Ya sabes cómo es el juicio de los narcos. Ellos no preguntan, ellos…
—Lo sé… Ellos matan.
—Y ella me dijo eso en mi cara, y dijo que yo no merecía ser feliz, porque le había quitado su felicidad. Así que no pude soportarlo y la abofeteé. Y ella… y ella…
La espalda de Lorena temblaba, Tico aumentó la presión de sus manos sobre los hombros de su madre y volvió a contar su mentira.
—Tá bien, mamá.
—No… No… No…. —Lorena no podía hablar; Tico ya sentía lágrimas en sus propios ojos, pero tal vez pensó que necesitaba ser fuerte para cuidar a su madre, así que se quedó allí.
—Tá bien, mamá. Cálmate.
—Después de golpearla, ella me miró con ojos de plato y de repente cayó al suelo. Pensé que estaba haciendo una escena y cerré la puerta. Los vecinos ya estaban acurrucados juntos afuera debido a los gritos, escucharon toda la pelea. Cuando me fui, alguien entró y luego se fue diciendo que estaba muerta. Llamé a la ambulancia, Tico, lo juro, no quería que se muriera…
—Amá, ella no se murió por la bofetada, ¡una bofetada no mata a nadie!
—Pa-pa-paro c-car-díaco… Ella tuvo un ataque al corazón. El doctor dijo que fue masivo. Esa vieja perra ni siquiera sufrió. ¡Zorra inmunda!
Lorena se bajó del regazo de su hijo y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación mordiéndose las uñas. Tico conocía ese frenesí, y comenzaba a preguntarse si el hechizo de Marysol se estaba desvaneciendo.
—Amá, siéntate aquí otra vez.
—No… yo solo… ¿ya ves? de eso te estoy hablando, una rayita ahora me tranquilizaría, me haría olvidar toda esa mierda, pero ¡no puedo! Hay una parte de mí que quiere poder, porque la coca me hará olvidar. ¿Marysol me lo quitaría esa cura?
—¡No, amá! —dijo Tico, levantándose del sofá—. Tú no vas a volver a las drogas. Solo necesitas ocupar tu cabeza. Dime… ¿dónde está la abue? ¿Cuándo será el funeral?
Lorena se detuvo en medio de la habitación, su rostro lleno de culpa.
—Ah, Tico, lo siento, pero no iba a cuidar el cuerpo de esa hija de puta que jodió con mi vida. ¡Ella estaba muerta! Traté de encontrarte, pero no estabas en ningún lado. Los vecinos se reunieron y me ayudaron a pagar el funeral, y tomé mis cosas del morro y vine pa’cá. Al menos ya no estamos bajo el tráfico. La casa era suya, ahora es mía. ¿Vienes a vivir con nosotros, mijo?
—¡Solo si no hablas de drogarte de nuevo!
—Ni siquiera puedo…
—Tienes que conseguir una chamba, amá, para cuidar a mis manas, no pensar más en las drogas.
—Lo sé, y creo que conseguí en una peluquería, lo sabré mañana. Como manicura. No paga mucho, pero puedo limpiar, planchar algo de ropa… —dijo con una sonrisa de esperanza, y Tico también sonrió esperanzado.
El niño cruzó la habitación, abrazó a su madre por la cintura y dijo:
—¡Tranquila, amá! Te voy a ayudar. Y si la abue se convirtió en un fantasma, te juro que no nos perseguirá.
No puedo decirles si Tico dijo eso por decir, o si sabía lo que estaba sucediendo en ese momento, en esa habitación, en otra frecuencia, una frecuencia no percibida por ojos como los nuestros.
En esa habitación, todavía desordenada y llena de cajas de cartón abiertas y revolcadas, donde Tico consolaba a su madre, dos espíritus enojados y locos se miraban llenos de furia.
En esa habitación, Solange, con ojos saltones y tal vez un poco asustada, estaba cara a cara con Diana, que había llegado allí guiada por las vibraciones de su vientre vacío.
Como si todavía tuviera un cuerpo para ponerse, Diana estaba parada con las piernas separadas, con los brazos cruzados delante de Solange; sus dos revólveres imaginarios estaban en el mismo lugar que siempre habían estado cuando la daemon aún estaba viva. Su rostro estaba decidido. Ella quería guerrear.
—Si te acercas a ese chico, te rompo el hocico, ¡maldita humana!
—¿Quién… quién eres? —Los ojos de Solange eran la representación más pura del miedo. Miedo que, en la vida, ella nunca había mostrado.
—¿Yo? —Diana preguntó, luciendo una sonrisa helada—. Soy tu más allá, soy lo que tu raza pretende ser, soy un daemon que murió y no tiene más magia en el mundo de los vivos, pero puede causar mucho daño entre los muertos.
—¿Eres un ángel de la muerte?
—¿Ángel? —Diana rió—. Humana, nunca has estado tan lejos de la verdad.
Diana se acercó; nada más gobernaba su ser si no el deseo de proteger al pequeño humano que estaba en esa habitación desordenada. Cuanto más se acercaba a Solange, más sentía su miedo, y cuanto más miedo sentía, más quería acercarse. Agarró a la mujer por su cuello etéreo, con ambas manos igualmente etéreas y empezó a estrangularla; mientras la estrangulaba, podía sentir sus vibraciones y ver todo el daño que le había hecho a Tico. Eso, si era posible, la volvía aún más loca. Sus ojos adquirieron ese azul inhumano, el azul del sufrimiento, del dolor, del anhelo, y apretó el cuello de Solange aún más. No es que Solange necesitara respirar, pero los espíritus necesitan su tiempo para separarse de la materia, de modo que la mujer se sintió sofocada por esas manos. Intentó liberarse, pero Diana estaba disfrutando y la sacudió de lado a lado, luego la arrojó contra la pared.
No una pared espectral, ni una pared teórica, la pared física, la que los ojos humanos podían ver; la que callosas manos humanas habían levantado una vez. El cuerpo de la mujer golpeó la pared y cayó al suelo. El miedo hizo temblar a Solange, y cuando Diana empezó a caminar, absoluta y poderosa, hacia ella, la abuela de Tico se encogió esperando el golpe.
Pero el golpe no llegó.
—No puedes traspasar la materia, estás aferrada a ese cuerpo como si estuviera viva. ¿Qué pasará si te la traspaso yo?
Diana saltó y atravesó la pared. Por un segundo, Solange miró a su alrededor y, sin ver a la pistolera, dejó escapar un suspiro de alivio. Su alivio, sin embargo, no duró mucho. Pronto, sintió las manos de Diana sobre sus hombros; vinieron desde atrás y la empujaron contra la pared, obligando a su cuerpo inmaterial a traspasar la materia sin saber cómo hacerlo. Solange gritaba de dolor, y no había nadie allí para escucharla excepto la daemon que le causaba ese dolor. Podía sentir su cuerpo atravesando cada parte de la pared, a través del yeso, a través de los ladrillos. Cada molécula de pared pasaba y se mezclaba con las moléculas de su ser.
Diana lo hacía lentamente, parecía saber que le dolía y se dedicaba a causar el mayor sufrimiento posible. Estaba tan concentrada en su tortura, en su venganza, que no percibió la llegada de JB y Pele. Mientras JB sacó a Diana del camino, Pele completó el cruce de Solange, pero a una velocidad mucho más rápida. Estaba decidida a terminar con el sufrimiento de la mujer muerta.
—¿Por qué lo hiciste? —Diana tronó.
—¿Qué? Hicimos lo mismo que estabas haciendo. Solo que más rápido —respondió JB.
—¡Esa perra se lo merecía! —Diana gritó—. Ella lo lastimó a él…
—¡Nosotros sabemos! —respondió Pele—. Por eso estoy aquí. Para protegerlo de ti, que no te das cuenta de que le hará daño. —Pele se acercó a la pistolera y, con voz tranquila, dijo—: No estás pensando con claridad, amada, tu sufrimiento te está volviendo loca… —Diana se pasó la mano por el pelo, bajó la mirada y los empujó a los dos para pasar—. ¿A dónde vas, Di? ¡No estás bien! Tenemos que andar juntos. Somos una banda.
—Si vosotros habéis olvidado o perdonado, ¡ese es muy vuestro problema! —dijo Diana sin mirar hacia atrás—. Voy a buscar a Pablo ahora, ya sé cómo hacerlo; entonces, ayudaré a Mary a matar al Maldito. Sois bienvenidos si queréis ayudar, de lo contrario, dejadme en paz.
—¡No hagas daño a tu doble, Diana! —pidió JB.
—No voy a usar su cuerpo, si es eso lo que piensan. Jamás me lastimaría a mí misma. Además, aquí en este mundo, cualquier cuerpo es para acciones… rápidas. —Le dirigió a Pele una mirada astuta y dijo—: ¿Ya ves, guapa? No estoy loca Sé mucho bien lo que hago.
—Di…
Pele todavía trató de alcanzarla, pero Diana ya se había ido.
No. Diana no sabía lo que estaba haciendo. Pero ¿qué madre no se vuelve loca cuando se trata de la seguridad de su hijo? Lo que me lleva de vuelta a esa conversación que se había iniciado en la finca de Artek, donde Diana le había pedido a Pele que la ayudara a tener un hijo.
Ahora necesito que ustedes mantengan sus mentes abiertas a lo que, entre nosotros, los humanos, es imposible. Siempre pensamos que estas cosas solo suceden en los libros o en las películas de ciencia ficción porque, para nosotros, esta es la única manera de que suceda este tipo de cosas: en la ficción.
En nuestra realidad, limitada por la naturaleza y la fuerza de nuestro pensamiento, es inconcebible que dos personas del mismo sexo tengan un hijo. Entonces, nos enfrentamos a un mundo extraño al nuestro, cuyas estrellas y galaxias hasta existen como en nuestro universo, pero cuyos nativos tienen una biología diferente.
Por supuesto, no se hace tan fácil como las leyendas lo hacen parecer. En teoría, el proceso es simple: una hembra se transmuta en un macho, fertiliza a otra hembra y, unos meses después, un hermoso bebé daemon deja escapar su grito anunciando que está vivo. En la práctica, quienes lo intentaron terminaron descubriendo que no estaba tan simple. Quizás, a pesar de tener una biología liberadora, la naturaleza daemon condenase la práctica; quizás fuera imposible para las hembras fertilizadas disfrutaren de un macho, aunque supieran que el macho era, de hecho, una hembra transmutada; quizás fuera solo una leyenda. Todos esos «quizás», Diana no los consideraba. Ella quería un hijo. Una familia de la misma sangre que ella. Diana quería un reemplazo para la compañía de Marysol que, ella sabía, pronto dejaría la banda para tener su propia familia con Ruan.
La biología daemon podía ser liberadora, pero la pistolera estaba atascada. Atrapada por la necesidad de ser madre. Una necesidad que ni siquiera entendía, una necesidad que no tenía la fuerza para entender.
Todavía no había hablado con Pele al respecto, estaba esperando el mejor momento. Sabía que, si lograba alcanzar su propósito, no podría mantenerlo en secreto, pero hasta que la hawaiana tomara una decisión, no se lo diría a nadie.
El sol se estaba poniendo, y los insectos ya estaban empezando a molestar a la pistolera cuando escuchó los suaves pasos de Pele en la hierba detrás de ella.
—¿Puedo sentarme contigo? —preguntó Pele.
—¡Acércate! —respondió Diana, señalando el lugar a su lado.
Pele se sentó, se alisó las trenzas y miró de reojo a su compañera.
—He estado pensando en lo que me pediste…
—¿Y…?
—Y… ¿estás segura de que esto es lo que quieres?
—Sí.
—¿Y cuál será mi papel?
—Ponte tranquila, guapa. Para nada te molestaré.
—¿Ves? Esto es lo que me inquieta, amada. Si toda esta locura sale bien, ese niño tendrá un pedazo de mí, será parte de mí, mi hijo o hija. ¿Crees que puedo hacerlo y ya… olvidarme… darle la espalda?
—Te estoy liberando del servicio.
—¡No quiero ser liberada del servicio, Diana! Quiero estar a tu lado y ver nacer a este bebé, sostenerlo en mis brazos… Además, alguien tiene que estar pendiente de ese niño, pa’ que no crezca de mal humor como su madre… una de las madres.
Diana no sonrió. Miraba hacia adelante. Pele no pudo decir en lo que estaba pensando, hasta que preguntó:
—¿Quieres una familia conmigo?
—Ya somos una familia, Di, todos nosotros.
—¿Me estás diciendo que sí?
—Estoy diciendo que podemos intentarlo. Y te estoy diciendo que tú no me vas a arrinconar. Si hacemos eso, haremos lo todo. Estaremos juntas. Quiero verlo crecer, y quiero sostenerlo en mi regazo, y llevarlo a la escuela… —Dejó su asiento y se sentó frente a Diana, sosteniendo sus manos—. Quiero contar historias para dormir y hacerlo descansar en mis brazos; quiero ayudar a extraer el primer diente y verlo crecer hasta convertirse en un adulto. Quiero asegurarme de que hice todo lo posible para poner a un buen daemon en el mundo. Un daemon del que podré estar orgullosa.
—Eso no estaba en mis planes.
—Entonces ponlo en tus planes. Yo digo que sí, si tú también me dices sí. —Diana suspiró y Pele preguntó—: ¿Quieres un poco de tiempo para pensarlo?
—No. No tengo que hacerlo. Quiero un hijo, y si ese es el precio que tengo que pagar…
—Hmmmm… Realmente sabes cómo cortejar a una dama —dijo Pele con una sonrisa traviesa.
Diana no pudo evitar sonreír.
—Eres muy chistosita.
Pele se inclinó y besó a Diana.
Fue su primer beso.
El primero de muchos.
Más besos de los que pensaron que intercambiarían.
Menos de lo que habían deseado intercambiar.
En ese mismo día, tuvieron su primera noche de amor.
La primera de muchas.
La única que necesitaron para concebir a un niño especial.
Diana siempre se había sentido atraída por Pele, pero nunca fue una hembra de darse; y Pele siempre fue dada. Era Pele quien hacía la alegría de la banda durante las celebraciones. Por supuesto que, como exprostituta, estaba acostumbrada a ser ingeniosa. Cuando Diana buscó a Pele para tener a su hijo, fue por la capacidad de metamorfosis de la daemon, pero también por la necesidad de sentir placer.
Ah, la biología de los daemons…
Pele sabía de su atracción, y también sabía que, a la pistolera, no le gustaban los machos; nunca pudo sentir placer con uno. Así que dejó para transmutarse solo en el momento de la concepción.
—Diana —susurró, mientras pasaba los labios por el cuello de la pistolera—, quiero que cierres los ojos y pienses en mí… en nosotras.
Diana obedeció la orden de su amante y, con los ojos cerrados, abrió las piernas.
Si ella tenía miedo, no lo sé.
Si ella sintió dolor cuando fue penetrada por primera vez, tampoco lo sé.
Pero sé que ella no pudo mantener los ojos cerrados.
Cuando Diana sintió el peso del cuerpo repentinamente grande y con una fuerte musculatura moviéndose sobre ella, abrió los ojos para mirar al hombre de piel oscura y cabello lacio y negro. Reconoció las trenzas de Pele y le pareció divertido que esas trenzas adornasen un cuello tan fuerte, así que ella sonrió.
Sonrió una sonrisa llena de afecto por la futura madre o padre, ¡no lo sé! de su hijo, y deshizo el peinado de Pele, permitiendo que el cabello negro se balanceara en sincronía con los movimientos.
—¡Abriste los ojos! —dijo Pele, con un tono divertido y una voz cálida y masculina.
Diana reconoció la sonrisa de la daemon detrás de esos fuertes labios y también sonrió. Estaba llena de afecto por ese extraño macho y pasó ambas manos por la espalda de Pele. Levantó la cabeza y se le mordió la barbilla. El dolor no intimidó a la hawaiana que forzó la cabeza de la pistolera hacia abajo y dominó sus delicados labios con un beso de su nueva y vigorosa boca.
Fue un beso diferente para Diana, un beso lleno de fuerza, de posesión, de autoridad; la misma autoridad que Pele había demostrado al exigir ser parte de la vida del niño.
En cada golpe de ese físico fuerte, Diana reconocía la delicadeza y la alegría de la hawaiana, por lo que la amó.
La amó profundamente.
Al menos por ese minuto.
Ya les hablé de daemons y sentimientos; sobre cómo no los entienden, cómo simplemente los perciben; también he dicho que lo que ellos llaman amor, lo reconocemos como lealtad; pero créanme cuando digo: Diana amó a Pele en ese momento. Y la amó de un amor que nunca pensó que sería capaz de amar; un amor que no pudo nombrar y, por lo tanto, no reconoció como amor, no lo llamó amor, pero amor sí lo era.
Ese amor que no busca sinónimos.
Ese amor que no tiene sinónimos.
Ese amor que se siente.
Punto.
Y, a pesar de toda la enseñanza de la biología de los daemons que predica que el placer es necesario a la concepción, me atrevo a decirles, aquí, desde lo más alto de mi humanidad, que ese niño fue concebido por el amor que esas dos bandoleras sentían la una por la otra.
Después del amor, Diana apoyó la cabeza sobre el pecho del macho Pele, mientras ya sentía la nueva vida pulsando dentro de su útero.
—¡Funcionó! —dijo con una dulce sonrisa. Tan dulce que hizo que Pele se recostara y volviera a su forma femenina para disfrutarla mejor.
Allí, las dos hembras estaban paradas, desnudas, una frente a la otra, intercambiando sonrisas cómplices y acariciando el vientre que llevaba una promesa.
Esperaron unas semanas antes de contar las noticias al resto de la banda. Eligieron una de las ocasiones en que el grupo se reunió alrededor de la hoguera. Silenciosa, Marysol interrumpió el camino de una pierna de pollo a su boca, se puso de pie, con la boca abierta, con ese trozo de carne colgando de su mano, pareciendo no creer lo que estaba escuchando. Aun así, Marysol tuvo más suerte que Artek, que ya había mordido su trozo de pollo y acabó por sofocarse.
JB ofreció sus servicios masculinos para una próxima concepción posible.
Ruan guardó silencio.
Más que estar en silencio, Ruan parecía no estar allí.
Nadie más en el grupo, aparte de Diana y Pele, notó el distanciamiento del Maldito y, aun que estuvieran en un momento de extrema alegría, las dos presintieron lo peor.
La verdad es que Ruan estaba pensando en sus planes. En ese momento, la masacre de la banda ya estaba planeada, pero el Maldito no tenía ninguna voluntad de eliminar a una mujer embarazada. No es que sintiera lástima por el bebé; ni al caso; pero, como ya les dije, Ruan era un poderoso mago que había estudiado mucho, y entre sus estudios, aunque no hubiera se profundizado en el tema, dedicó tiempo a las criaturas daemons engendradas por dos del mismo género.
El recuerdo de lo que había estudiado lo dejaba alerta. Matar a un feto de esa naturaleza era lidiar con lo inesperado, y eso podría no ser bueno para un mago como él. En ese momento, consideraba salvar a Diana.
El plan inicial de Pablo en nuestro mundo era apoderarse de Barbosa como lo había hecho con António; dominar, suplantar a Barbosa con su propia personalidad. Pero cuando lo hizo, descubrió en el policía a un hombre con el mismo carácter que él, e igual de cobarde. No es que Pablo se viera a sí mismo como un cobarde, esa parte me toca a mí, pero eran dos iguales y, si eran iguales, podrían dividir el cuerpo en lugar de luchar por él.
Sin la disputa, sin el dueño original luchando por expulsarme todo el tiempo, tal vez las cosas sean más fáciles, pensó Pablo; así que prefirió hablar con su anfitrión. Hacer un acuerdo.
Buscó al policía mientras él dormía, cuando el inconsciente domina la voluntad, y el espíritu se revela en su forma más fiel. Le contó sobre los mundos paralelos, sobre cómo hay dobles que se encuentran dispersos por todo el universo, y sobre el hecho de que tenían la misma enemiga, cada uno en su propio mundo. Convenció a Barbosa de que juntos podrían trabajar muy bien y derrotar a la inspectora Danielle. Así, el policía abrió voluntariamente el camino para que Pablo habitara su cuerpo.
A la mañana siguiente, cuando Barbosa se despertó, se recordó que necesitaba testificar en el Asuntos Internos a causa de la pelea entre él y la inspectora. No recordaba el sueño con un doble idéntico que vestía ropa de vaquero y tenía dos cicatrices, una a cada lado de la cara, pero escuchó esa voz en su mente. Era una voz clara, firme y real. Una voz que Barbosa no pudo ignorar.
Despierto, su conciencia luchaba contra todo lo que su inconsciente había abrazado durante la noche, pero ya era demasiado tarde: Pablo estaba allí y hablaba con él. No había vuelta atrás, no había boleto de regreso. Estaba asustado, pero al anfitrión no le importaba la rabieta del humano.
Barbosa se miró en el espejo, y los espejos siempre dicen la verdad.
—¡Sé macho, viviente! Estamos juntos y te ayudaré. —Escuchó decir, su propio reflejo.
Se puso las manos sobre la cabeza y la apretó.
No es que sintiera dolor u otra sensación física. Era solo la voz dentro de su cabeza y esa alucinación en el espejo; su imagen haciendo movimientos que él no estaba haciendo, diciendo cosas mientras él permanecía en silencio. Barbosa pensó que había algo mal con él, pero al mismo tiempo, sabía que no había nada malo. De hecho, se sentía más fuerte y seguro. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa, superar cualquier obstáculo. Era la confianza en sí mismo, de Pablo, lo que gritaba dentro de él.
Salió a dar su testimonio creyendo que condenaría a Danielle; declaró a la corregidora que se sentía amenazado por la inspectora y que creía que ella quería hacerle un mal mayor.
—Defina «mal mayor» —pidió la corregidora con inconfundible disgusto.
—Lamento hablar así de otra policía, pero ¡esa mujer está loca!
—¿Es usted psiquiatra?
—No, o que pasa es que…
—¿Psicólogo?
—No, pero, como le estaba decien…
—Si no tiene entrenamiento en esta área, ¿cómo puede decir que una persona está loca?
—Ella me atacó frente a otro inspector, simplemente porque pensó que yo estaba saboteando la misión. Estas contusiones aquí —dijo señalando al ojo—, son de los golpes que ella me dio. Podría haberle devuelto los golpes, pero no soy un cobarde.
—Por supuesto que no.
Incluso con su renuencia a creer en Barbosa, la corregidora escaneó los documentos de la investigación, donde se había incluido la información de que, horas después de agredir al policía, Danielle accidentalmente disparó su arma y magulló un árbol, un hecho que no había sido debidamente aclarado y que podría denotar la inestabilidad emocional de la inspectora.
Sin embargo, los problemas más graves que enfrentaría Danielle empezarían después de que Barbosa saliera de la sala de Asuntos Internos.
En la planta baja del edificio donde estaba el policía, había unas seis personas y una daemon invisible que acechaba con ojos de lince a los dos seres en un solo cuerpo. Una daemon lo suficientemente enojada como para perseguir su venganza, pero no tan enojada como para haber considerado tomar posesión del cuerpo de su doble Danielle.
Había una parte de Diana que quería preservar la doble y no quería dañarla con una posesión. Al fin y al cabo, nada de eso se quedó importante, porque Diana, sí, terminó por lastimar a Danielle.
Estaban en el edificio de la Comisaría, un lugar en donde el noventa por ciento de las personas que circulaban eran policías, casi todos armados. Diana esperó a que Barbosa saliera del edificio y regresara a la calle donde estaba estacionado su auto. Luego vio que una oficial de policía también salía del edificio y caminaba hacia una motocicleta estacionada más abajo en la calle.
La hermana de Marysol fue a la mujer y confirmó que estaba armada.
Diana no lo hizo con mala intención, créanme.
Necesitaba vengarse de Pablo y, al mismo tiempo, iba a liberar a su doble Barbosa. Todo lo que necesitaba era una pistola.
Y así fue como, sin pedir permiso, sin medir las consecuencias, ella tomó posesión del cuerpo de la policial en la moto. La mujer no luchó contra el control. Se subió a la moto, se puso el casco y salió apurada, siguiendo el auto de Barbosa. Cuando estaban a una buena velocidad, ya en una avenida en el centro de Río de Janeiro, Diana hizo que la policía recogiera la pistola mientras mantenía el control de la moto con la mano izquierda.
Fue en ese momento que la oficial Marisa intentó reaccionar contra la dominación. Su ser consciente se vio a sí misma con la pistola en la mano, persiguiendo a otro policía, y comenzó a preguntarse por qué estaba haciendo eso. Diana podría haber retrocedido en ese momento para no dañar a un humano que no tenía nada que ver con esa guerra, pero, al estar donde estaba, pudo leer el carácter de su caparazón.
No le gustó lo que vio.
Estaba prendida en el modo «obtener justicia» y decidió que esa humana no era mejor que Pablo o Barbosa.
—¡Rata maldita! Eres una traidora… —gritó, fuerte y acusadora, en la mente de Marisa—. Además de ser una grande hija de puta, no sabes cómo trabajar, nunca has investigado nada más que a tus propios amigos, vives con chismes. Has traicionado a tu banda.
—¡Dios mío! ¿qué pasa conmigo? —gritó Marisa.
—No me arrepentiré de usarte, no vales mucho.
Diana tenía razón sobre Marisa, por supuesto, y les pido que recuerden que, desde su perspectiva, la justicia de los daemons era privada, así que ella estaba haciendo lo que creía ser correcto. Ella fortaleció aún más su dominio, por lo que Marisa no tenía control sobre sus acciones.
En ese momento, Marisa se convirtió en Diana.
Eran una.
Era solo Diana.
Y sus ojos rojos brillaron a la dirección del objetivo.
Cuando la luz detuvo el tráfico, combinó la moto con el auto de Barbosa. Él miró a un lado, a la bella silueta de una mujer que viajaba en motocicleta y sonrió; pero Pablo, a través de la visera del casco, notó el par de ojos, y esos ojos lo golpearon con el peso de todas las maldiciones.
—¡Salte de aquí ahora! —gritó en la mente de Barbosa.
Barbosa quería salir, pero la luz estaba roja, roja como los ojos de Diana, roja como las luces de freno de los autos que bloqueaban su camino, roja como la sangre que mancharía los asientos de su auto si no salía de allí pronto.
Diana se quitó el casco para que Pablo pudiera estar seguro de quién estaba allí apuntándole la pistola, su cabello oscuro, muy diferente al rubio de la policía de quién había tomado posesión, ondeó en el viento, y sus ojos brillaron con un escarlata de puro odio que clamaba venganza.
—¡Agáchate, monte de mierda! Ella va a disparar. ¡Al piso! —gritó Pablo desesperado.
La pistolera disparó tres veces con una precisión que Marisa nunca había tenido o nunca tendría. Lo primero que explotó fue el cristal de la ventanilla; el segundo, la cabeza de Barbosa.
Diana se fue con la motocicleta y zigzagueó entre los autos, escapándose. Arrojó el arma a un pozo abierto y abandonó el cuerpo de Marisa, con la moto, en una calle pequeña y concurrida. Ser acusada de asesinato sería un buen pago por todos los años que había pasado arruinando a sus colegas profesionales. Para Diana, un traidor da banda debía ser castigado por la banda.
Después de matar a Pablo, Diana sintió alivio, sí, pero también se sintió vacía. Era un vacío extraño que no tenía nada que ver con el que sentía en su útero. No sabía qué pensar, pero sabía que todavía tenía algo que perseguir, y esperaba que el vacío desapareciera cuando lograse vengarse de Ruan. Pablo fue el primero, porque Pablo la había matado, pero Ruan… Ruan pagaría también.
Creo que es hora de decirles, después de todo, cómo fue que Ruan eliminó la banda de Marysol, y el papel de Pablo en toda esta historia, y eso es lo que voy a hacer, pero primero, todavía hay algunas consideraciones sobre Diana y las consecuencias de sus actos.
El más serio e inmediato de ellos fue que Danielle fue reconocida en los videos de seguridad como la asesina de Barbosa y se metió en problemas. Por supuesto, Diana no lo sabía, y en su vacío que no parecía recompensar la muerte de Pablo, se retiró para meditar.
Se preguntó si realmente había logrado eliminar al enemigo. Las historias dicen que cuando un daemon es asesinado por segunda vez, su espíritu desaparece; eso era todo lo que la pistolera creía saber, y, sentada en una gran piedra perdida en medio de un desierto, que la hacía sentir como en casa, pensaba en eso cuando escuchó los gritos furiosos y poderosos de Marysol que llamaban su nombre.
Sabía que era la voz de su hermana, pero no entendía cómo podía suceder eso. La magia de teletransportación nunca había sido una especialidad de la Bandolera. Fue entonces cuando se dio cuenta, no solo de la forma de Marysol, sino también de la forma pálida y asustada de su doble Danielle, y comprendió cómo había sido posible.
Diana sonrió.
La sonrisa no duró más que el tiempo de un suspiro, solo duró hasta que viera los ojos rojos y furiosos de la Bandolera.
—Yo hablo; tú escuchas… Y escuchas muy calladita —dijo Marysol.
Bueno… es llegada la hora de contarles la historia que no quiero contar. Es una historia que me duele, que me causa tanto dolor que, si no fuera tan necesario, no la contaría. Estoy aquí todo el tiempo hablando de venganza. La sed de venganza de Marysol, que era tan grande que la hizo viajar entre los mundos; la sed de venganza de Diana, que la hizo perseguir la revancha incluso después de su muerte; la sed de venganza de Pablo, que se hizo cargo de dos cuerpos diferentes en dos universos distintos; la sed de venganza de Artek, que a pesar de ser un buen daemon, terminó volviendo loco a su doble en este mundo. De todos modos… bueno… son muchos daemons colmados de odio, son muchos daemons que quieren venganza.
No todos lucharon del mismo lado.
No todos sufrieron el mismo dolor.
Pero todos querían lo mismo.
La revancha, la reparación, la vindicta.
El castigo, la sentencia, la condena.
La filosofía humana ha teorizado durante mucho tiempo sobre la venganza, y es sentido común, entre los filósofos, que la venganza nada tiene que ver con la justicia. De hecho, Francis Bacon dijo que, cuanto más la naturaleza humana se inclina a la venganza, más la justicia debe exterminarla.
No sé si Bacon tiene razón.
Hubo un tiempo que mi lado humano estaba en contra de la venganza, en contra de la justicia hecha con las propias manos; pero, si yo estuviera en el lugar de Marysol, sintiendo el dolor que ella sentía… No sé si puedo decirles que no cruzaría portales con una guitarra robada persiguiendo mi razón.
Sin embargo, cualquier consideración hecha por mí o por un filósofo o doctrina filosófica queda silenciada ante el hecho de que no estoy contando una historia humana. Todavía no. Estoy contando una historia de daemons, y los daemons siempre han hecho su propia justicia, sin importarse con el nombre que se le dé.
Pero para que ustedes entiendan de qué querían desquitarse todos esos daemons, esta parte dolorosa de la historia es importante.
Es fundamental.
Es la parte que subyace y justifica —incluso— mover las balanzas que mantienen el universo intacto, y por esa razón, necesito contarles.
Es la historia de cómo Ruan delineó un plan y logró exterminar a toda la banda de Marysol. La historia de cómo el plan perfecto de Ruan no sucedió exactamente como debería, entre otras razones, debido a un deseo de venganza.
Ustedes deben recordarse cómo fue que Artek y JB conocieron a la banda de Marysol: la persecución y como Marysol derribó al líder de la banda de machos que las perseguía. Fue una pelea mano a mano en la que la Bandolera le dio varios golpes al macho que, sin alternativa, se rindió.
En ese día, ese macho dejó, en el suelo rojo, la mancha de su propia sangre y el deseo de vengarse, y se llevó una cicatriz en la cara.
El daemon masculino se llamaba Pablo.
Pablo juró por su propia sangre que se vengaría de la maldita perra que lo había humillado delante de sus compinches, y cuando Ruan lo encontró, no lo pensó dos veces. Ruan había preparado una buena de una emboscada para el grupo, una emboscada que tenía un cierto tiempo para suceder, o, mejor dicho, un cierto momento del día para suceder: era el momento del paseo de la Bandolera.
Marysol era una hembra libre, una hembra con pocos hábitos predecibles, pero tenía uno que no la abandonaba. Por las mañanas, antes de que el sol calentara el suelo, ella salía a montar. Al lomo de Thor, experimentaba el olor, si podemos llamarlo así, de cada día; sentía el ambiente; era su propio tipo particular de magia, su forma de garantizar que sería dueña de su destino por uno ciclo solar más.
En eses tiempos, ella no llevaba la guitarra todo el tiempo.
No necesitaba.
De hecho, incluso la evitaba.
Todavía estaba tratando de entender qué era lo que la hacía querer quedarse con la guitarra, pensaba que tal vez nunca lo descubriría, pero la mantuvo de todos modos.
El Maldito no tenía la habilidad física o los cómplices necesarios para derrotar a la banda de Marysol. No era un buen luchador, pero era un excelente mago y, sobre todo, podía contar con la guitarra que la Bandolera abandonaba descuidadamente cuando montaba. Ruan fue paciente. Durante días, usó el tiempo de cabalgada y la guitarra para reclutar daemons para su esfuerzo. Cada vez que Marysol salía a dar su paseo matutino, el Maldito tomaba la guitarra y tocaba el hechizo. Le tomó tiempo, porque no podía sacar la guitarra sin ser visto por otros de la banda, por lo que tocaba y esperaba que los afectados por la magia lo encontrasen.
Llevó semanas y semanas de reclutamiento.
Llevó semanas y semanas tocando la guitarra por las mañanas y se indo al punto de encuentro al atardecer para descubrir cuántos mercenarios había logrado atraer. No todos los días las notas llegaban a uno, pero todos los que respondieron a la llamada del hechizo fueron utilizados. Pablo estaba entre ellos. Cuando Ruan se enteró de la historia de Pablo y Marysol, entendió que aquel daemon no necesitaba estar encantado para seguir el plan. Ese era un daemon que no tendría miedo de matar; un daemon que no temería las consecuencias.
Esa mañana, la Bandolera se fue como lo hacía todas las mañanas, para regresar cuando siempre regresaba, y Ruan puso en práctica su plan. Un plan que había sufrido una ligera modificación desde que él había se enterado del embarazo de Diana.
Sabiendo que no tenía nada que temer, Ruan no se escondió con la guitarra. Rasgueó el instrumento y convocó a su horda de —perdónenme el cliché— zombis-daemons. Cada uno, en su estado de hipnosis, sabía exactamente qué hacer; y que necesitaba hacérselo rápido.
La banda debería ser eliminada; Diana debería ser llevada viva y mantenida en prisión hasta que naciera el niño; unos mercenarios, que serían sacados del trance, deberían quedarse para que Ruan pudiera fingir que los había arrestado y mantener su máscara de buen daemon sobreviviente; y una ilusión haría que Marysol viera a Diana entre los muertos para que no emprendiera una búsqueda a su hermana. Todo esto debería hacerse durante el tiempo del paseo de la Bandolera.
Artek estaba tocando el ganado para el pasto cuando escuchó el trueno de los caballos que invadían su propiedad. Los mercenarios dejaron caer el portón, y Artek no pudo contar cuántos estaban entre el polvo rojo que se elevaba del suelo. Montó su propio caballo y galopó hacia la casa gritando:
—¡Mercenarios! ¡Mercenarios! ¡A las armas!
Sacó su revólver y disparó dos veces al aire para despertar a la banda. Cuando se dio cuenta de que el ganado se agitaba en el pasto, apuntó un tiro directo a la puerta del corral, avivando a algunos de los valientes toros con largos cuernos a los invasores. En la puerta de la casa, Artek saltó de su caballo para entrar y unirse a la banda cuando Ruan salió con la guitarra en sus brazos, y la comprensión llegó al británico.
—¿Qué hiciste, cabrón? —preguntó, incapaz de ocultar el dolor que la traición le estaba causando.
Ruan sonrió.
Artek levantó el arma.
No fue Artek quien disparó.
Los mercenarios que habían logrado escapar ilesos del ataque de los toros habían llegado a la casa. Uno de ellos arrojó su lazo sobre Artek, atrapándolo por el cuello y tirándolo al suelo. Con el revólver de costado, perdido en la tierra, el británico intentó liberarse del amarre cuando uno de los daemons zombis le disparó, en blanco, a la cabeza.
Fue una muerte rápida.
Ruan seguía sonriendo.
Eso fue lo último que vio Artek: la sonrisa del Maldito.
Se dice que la última imagen que uno ve antes de morir se queda grabada en su retina, como un último esfuerzo para aferrarse a la vida. Una imagen perpetua e inmortal. Una fotografía que nunca se revelará, pero que tampoco se puede romper, olvidar o arrojar a una hoguera. Parece que no es diferente con los daemons.
No es de extrañar que Artek se hubiera vuelto enloquecido.
Aun así, creo que la sonrisa del Maldito sea mejor que las imágenes que Artek se salvó de ver; como, por ejemplo, Pele se arrojando sobre su cuerpo, tratando de negar lo inevitable y traerlo de vuelta, y tener el mismo fin rápido que él lo tuvo: con un disparo directo a la frente. La sangre de la hawaiana corrió por los labios del británico cuando su cabeza cayó sobre la de él.
JB apareció detrás de Ruan y, con agilidad, logró golpear a cuatro de los mercenarios que se acurrucaban alrededor de los cuerpos de Artek y Pele: estaban celebrando la matanza. Rápidamente se dio cuenta de que sus dos compañeros estaban muertos y no perdió su concentración ni desperdició su energía con remordimientos, tomó uno de los caballos sueltos y derribó a tantos mercenarios como pudo antes de que también le disparasen y él se cayera muerto.
Cuando el cuerpo de JB cayó, Ruan bajó la guitarra, contento: ahora todo lo que tenía que hacer era encontrar a Diana y llevarla cautiva.
A pocos kilómetros de distancia, Marysol, preocupada, decidió regresar temprano. Todos sus instintos gritaban que debería estar con la banda.
La horda embrujada abarrotó el ganado y comenzó a prender fuego a los cobertizos; un pequeño grupo entró en la casa principal para saquear. Diana había visto todo el movimiento desde adentro y se dio cuenta de que Ruan era quien estaba avivando a los mercenarios, y aunque cada fibra en su cuerpo quisiera salir y luchar, sabía que no serviría de nada: los miembros de la banda estaban muertos, y ella no derrotaría a tantos mercenarios.
Necesitaba liquidar la fuente.
Necesitaba atrapar a Ruan.
La entrada de la horda en la casa la obligó a huir. No por cobardía. Diana se escapó porque sabía que era una lucha sin gloria y porque tenía un hijo en el útero que necesitaba proteger. Si lograba salir de allí y encontrar a Marysol, las dos podrían llorar juntas a la banda y hacer justicia juntas; si se quedase, probablemente tendría el mismo destino que Artek, Pele y JB.
Se deslizó a través de los muebles, salió por la parte trasera de la casa sin ser notada, pero no pudo atravesar la cerca de la propiedad. Pablo la estaba esperando.
Él sabía que Ruan había decidido salvar la pistolera por el embarazo y no se puso en contra del Maldito. Prefirió fingir que aceptaba sus órdenes sin pestañear. Quería vengarse de Marysol. Como se le hizo prohibido tocar a la Bandolera, la jefa, él se vengaría de la jefa utilizando a Diana, a quien intentaría dar una muerte lenta y muy, muy dolorosa. A él le importaba un bledo ese embarazo, y no entendía por qué a Ruan se le importaba.
—Ahora estamos nosotros…, perra —dijo, caminando lentamente hacia ella, acompañado por otros diez daemons.
—¿Tú? —preguntó Diana.
—Yo… yo mismo —dijo el daemon, extendiendo los brazos y mostrándose—. Te dije a ti y a esa apestosa cerda que es tu hermana que yo volvería.
Mientras Diana y Pablo se miraban con los ojos rojos listos para la pelea, en la frente de la casa, Ruan estaba feliz. Acababa de recibir el mensaje telepático de que Diana había sido capturada; el resto de la banda había sido eliminado; y su horda de daemons hipnotizados estaba saqueando todo lo que podían. Todo lo que restaba hacer era colgar los cuerpos: el último acto de humillación.
En la entrada de la propiedad, antes del portón derrumbado, los mercenarios comenzaron a levantar el patíbulo; en la parte de atrás, Diana empuñaba su mosquete: no se caería sin luchar.
La pistolera jadeaba, enojada, con el mosquete apoyado sobre su hombro derecho mientras trataba de decidir en qué dirección disparar cuando sintió la vida palpitar en su vientre. Al sentir que ese palpitar la debilitaba y la fortalecía al mismo tiempo, suavizó el rojo de sus ojos. Se le quitó cualquier deseo de luchar. Diana estaba tan condicionada a no usar su magia que, hasta ese momento, no se había considerado la teletransportación, pero su hijo merecía una oportunidad de vivir, una oportunidad que no tendría si ella se quedase allí. Sabía que, sola, no ganaría ni siquiera a los once que tenía delante, si pensaba en todos los que estaban al otro lado de la casa… sabía que no tenía ninguna posibilidad.
Solo necesitaba transportarse a Marysol y convencerla de que no fuera a la granja para intentar matar a Ruan en ese momento. Necesitaba salvarse a sí misma para salvar a su hijo y a su hermana, quien, en ese momento, Diana también pensó que moriría cuando regresase del paseo.
Por primera vez en su vida, Diana decidió huir de la guerra.
Bajó el mosquete y cerró los ojos mentalizando a Marysol para que la alcanzara, pero recibió un disparo en la pierna derecha y cayó al suelo. Ignorando el dolor, se levantó, recogió el mosquete y disparó, disparó y disparó. Logró matar a cinco mercenarios.
Ella no quería la guerra, pero la guerra sí la quería a ella.
No podía escaparse, era el destino del guerrero.
Pablo aprovechó el hecho de que ella estaba concentrada en los daemons hechizados y le dio en su hombro derecho, luego el izquierdo. Sin lugar para sostener el mosquete, Diana se quitó los revólveres de la cintura y disparó a Pablo, dándole a la cara, y así fue como Pablo consiguió su segunda cicatriz causada por una Barbueno; y así fue como Pablo vio que su sangre se drenaba, por segunda vez, a causa de una Barbueno.
Otro francotirador acertó a Diana, esta vez en el muslo izquierdo, pero ella se giró y disparó al daemon, acertándolo en el corazón y luego en la frente. Volvió a buscar a Pablo, pero la pérdida de sangre ya había comenzado a producir sus efectos, y la pistolera sintió la visión borrosa, los dolores y el frío… hacía tanto frío…
Cuando finalmente logró concentrarse en Pablo, apuntó a su cabeza, pero uno de los embrujados la rodeó por el cuello. Soltó el arma para tratar de deshacerse de la cuerda, sus piernas lesionadas lucharon casi involuntariamente durante el esfuerzo, y empeoró el dolor, pero ese dolor no era nada comparado con la sensación de asfixia que le causaba la cuerda en la garganta.
En el lado derecho de su cabeza, levantando polvo en el suelo de tierra, Diana escuchó los pies de Pablo estacionaren y sintió que la presión sobre la cuerda había disminuido, por lo que dejó de luchar. Desde abajo, vio al macho levantar el brazo, y sus ojos siguieron el cañón del arma.
—Estoy embarazada.
Pablo sonrió una sonrisa cínica, del tipo que luce en los rostros de los canallas, escupió en la cara de la pistolera y dijo:
—Sí… yo lo sé… —Bajó el cañón de la pistola, que estaba apuntada a la cara de la daemon hasta que llegó a su pecho—. A mí me importa un pepino este bastardo. —Bajó aún más el cañón y miró al vientre—. Pero a la zorra de tu hermana sí le importa…
Disparó dos veces contra el vientre de la pistolera.
Diana sintió que su cuerpo se hundía.
No por el impacto de los proyectiles, no. El cuerpo de Diana se hundió bajo el peso de miles de tristezas y pérdidas; se hundió porque la comprensión de lo que acababa de suceder la mató tan completamente como mil disparos no hubieran podido matar. Si es cierto que la última imagen que vemos en la vida se queda grabada en la retina, si Diana se hubiera muerto en eso instante, su retina llevaría el negro de las esperanzas penadas.
No había nada en su mente.
Ningún sonido hacía eco en sus oídos.
Se olvidó de sus dolores, de Pablo, de la cuerda alrededor de su cuello. Como si cada una de sus manos pesara cincuenta kilos, tuvo que trabajar duro para mover sus brazos y usar sus dedos para tocar su vientre ensangrentado. Se acarició con las palmas de las manos, liberó su aullido agonizante de bestia herida y levantó la cabeza.
La sangre en sus manos era roja.
Gritaba.
Aullaba.
La rompía.
Ese rojo rugía dentro de Diana. Era todo lo que escuchaba, era el latido de su mismo corazón. Si no fuera por su naturaleza, habría rogado por la muerte allí mismo, pero ella no era humana, era una daemon, y un daemon no se rinde, no desiste.
¡Un daemon lucha!
Fue como si el tiempo volviera a transcurrir, y la pistolera apartó los ojos de sus manos ensangrentadas; los sonidos a su alrededor ya no se amortiguaban; y su aullido de agonía se convirtió en un grito de guerra. Levantó las manos sobre su cabeza, sostuvo la cuerda y tiró con toda la fuerza que su ira descontrolada era capaz de producir, pero ella estaba demasiado débil… había perdido demasiada sangre. Todo lo que logró hacer fue obtener la risa de Pablo, quien tomó la soga de la mano del mercenario, montó un caballo y arrastró la pistolera alrededor de la propiedad.
Al frente, Ruan, el señor absoluto del reino, apreciaba su logro: la propiedad estaba en llamas, los tres miembros de la banda estaban muertos y expuestos en horcas a la entrada del rancho, y los mercenarios se retiraban. Solo quedaba estar seguro de que Pablo había hecho todo bien con Diana. Caminó hacia la casa que todavía estaba en llamas. Necesitaba poner la guitarra ahí. Sabía que el instrumento no sería destruido por el fuego, y era importante que Marysol creyera que él era un sobreviviente del ataque, no su mentor. A lo lejos, notó a Pablo galopando con Diana siendo arrastrada por una soga alrededor de su cuello.
—¡Gusano! —murmuró, sabiendo que una cuerda alrededor del cuello no sería capaz de matar a un daemon.
Tiró la guitarra al fuego y atravesó el caos de cenizas y humo. Los mercenarios ya se habían transformado en figuras en el horizonte, y también en el horizonte vio otra figura: la de Marysol, que regresaba antes de lo esperado.
—¡Maldita sea! —murmuro—. ¡Pablo! ¡Lleva a Diana de aquí!
Cuando volvió la cara para buscar a su cómplice, lo encontró en la plataforma improvisada que serviría de patíbulo: Pablo estaba colgando a Diana en una horca junto a los otros tres. La daemon luchaba mientras él sostenía la cuerda que la sujetaba por el cuello. El Maldito usó la teletransportación para llegar al escenario y evitar lo peor, pero llegó tarde; antes de que pudiera materializarse junto al compañero y evitar el disparo, la cabeza de Diana ya estaba inclinada hacia un lado con un agujero en el medio de la frente.
Pablo sonrió la sonrisa de los vencedores.
Ruan podría matarlo allí mismo, pero tenía que preocuparse por Marysol que estaba cerca.
Muy cerca.
Lo suficientemente cerca como para entender que él era el responsable por todo.
Lo suficientemente cerca como para reconocer los cuerpos que colgaban de las horcas.
Lo suficientemente cerca como para oler la sangre daemon.
Lo suficientemente cerca como para que Ruan pudiera ver los ojos enrojecidos de la Bandolera y comprender que su plan de fingir ser una víctima afortunada no funcionaría.
Enloquecida, Marysol saltó del lomo de Thor y aterrizó en el patíbulo frente al cuerpo de Diana. Su grito de dolor y odio resonó a través de la propiedad, a través del fuego, a través del humo, superpuso el galope de la manada que estaba distante en el horizonte. Era el grito furioso de una diosa.
Ruan retrocedió dos pasos. Ese no era el momento de confrontar a Marysol: no quería matarla, pero tampoco quería morir. Tomó el brazo de Pablo decidido a teletransportarse, pero Marysol fue más rápida y, antes de que el Maldito pudiera realizar su magia, ella lanzó el desafío gritando:
—¡HIGH NOOOOOONNNNN! ¡HIIIIIGH NOOOOON!
Ya les conté sobre el Desafío High Noon: ello limita los poderes mágicos de los daemons que participan en el desafío. Por esta razón, Ruan no tenía forma de escaparse de Marysol usando magia; por otro lado, Marysol tampoco podía matarlo. Los dos tendrían que esperar el momento adecuado para el duelo. Un High Noon condenaba un daemon a otro hasta que la pelea terminara.
Saber que Ruan no tenía forma de escapar, que incluso si corriera más que el viento y se distanciaba por ese día se vería obligado a confrontarla, le dio a la Bandolera la tranquilidad necesaria para sacar a su hermana y a sus compañeros de aquellas cuerdas indignas.
Ruan no se movió. A unos pasos de Marysol, él observó cómo ella depositaba suavemente el cuerpo de Diana en el estrado y se arrodillaba. La Bandolera pasó los dedos por el cabello de su hermana, bajó a la cara, pasó los dedos por el cuello inmóvil de la pistolera y luego los dedos fueron desviados al vientre ensangrentado.
Marysol no tuvo el coraje de bajar las manos a esa sangre; Marysol no tuvo el coraje de tocar la vida que ya no existía.
Las vidas que ya no existían.
Sus manos vacilantes temblaron.
Todo su cuerpo se sacudió.
Un temblor que se elevó desde la punta de los dedos de los pies, subió hasta los tobillos, atravesó las rodillas sostenidas por la madera manchada por la sangre de Diana, cruzó todo su torso y dejó su garganta en forma de un extraño sonido.
Un sonido que ella no conocía.
Un sonido que no sabía hacer.
Un sonido que salió entrecortado como su aliento.
Hipado.
Tartamudeado.
En piezas.
Y ese sonido que era un temblor golpeó su espalda que se inclinaba sobre su hermana, y subía, y bajaba, y temblaba, y aullaba, y Marysol perdió el control de su cuerpo.
Sus ojos vertieron agua.
Su boca vertió agua.
Todo en ella era un río que fluía sobre el cuerpo de Diana.
Así lloró Marysol por primera vez en su vida:
Sin quererlo.
Sin saberlo.
Sin entenderlo.
Solo salió.
Curioso, Ruan se atrevió a acercarse, también se arrodilló al lado del cuerpo de Diana, no por Diana, sino por la Bandolera. No sabía lo que estaba haciendo Marysol, no sabía qué tanta agua estaba saliendo de ella, pero sintió la repentina necesidad de protegerla.
Marysol levantó la vista y su cara se había convertido en máscara.
Era como si ya no fuera la Bandolera, era solo un disfraz, una caracterización.
Ruan no sabía quién lo enfrentaba, pero sabía que ella estaba sufriendo.
Su máscara era la agonía, la aflicción, el sufrimiento.
Extendió su dedo índice en dirección a ese disfraz y recortó el agua que corría por las mejillas de la Bandolera. Interesado, acercó su dedo mojado a los ojos, lo olisqueó y finalmente se lo llevó a la boca. Marysol siguió el movimiento de ese dedo. Solo lo siguió. Entonces el Maldito la miró, y la furia doliente renació.
Debido al Desafío High Noon, hasta que los dos se enfrentaran y uno de ellos ganara, ella no podía contar con su fuerza sobrenatural para derrotarlo, pero aún era muy fuerte. Se arrojó sobre Ruan. Los dos se cayeron de la plataforma y se revolcaron por la tierra roja.
La máscara de dolor se había convertido en una máscara de odio, y los puños de la Bandolera golpearon la cara del Maldito con suficiente ira como para desalojar la mandíbula de Ruan en el primer golpe. Después de eso, giraron tan juntos que no se sabía dónde comenzaba uno y dónde terminaba el otro. Pablo quería ayudar, pero tenía miedo de disparar y golpear a Ruan, por lo que se contentó con mirar.
Cuando Marysol logró liberarse y sentarse en las caderas del Maldito para golpearlo nuevamente en la cara, Ruan se sacudió y tiró la Bandolera. Sosteniendo su mandíbula rota, le pidió a Pablo que dibujara una protección en el suelo, detrás de la cual se refugió para hablar con su oponente. Sabía que, en virtud del hechizo High Noon, Marysol no lo mataría allí, no en ese momento, pero tampoco tenía ganas de continuar siendo golpeado.
—¿Quieres saber cómo logré matarlos a todos? Usé la guitarra… esa guitarra de la que tienes tanto orgullo de haber robado. —La voz salía suave y terrible, Marysol, quien hasta ese día nunca había llorado, contuvo las lágrimas y sintió dolor al hacerlo.
—Diana estaba embarazada… —dijo con una voz profunda y arrastrante—. Tú lo sabías y…
—Ah, ¡no! No, no, no… —Ruan extendió ambas manos frente al cuerpo e indicó a Pablo con los ojos—. Diana toca a él… Yo iba a dejarla afuera.
Marysol dirigió su atención a Pablo.
—Oye, ¡pedazo de mierda!
—¿Cómo me dijiste, perra? —preguntó Pablo, muy valiente detrás de la barrera de protección, mientras apuntaba el revólver hacia la Bandolera.
—Te llamé por el nombre correcto: pedazo de mierda. ¿Quieres nombre y apellido? Qué tal, ¿montón de mierda maloliente que morirá desangrado como un cerdo?
Ruan se echó a reír, y Pablo sacó el arma, pero el Maldito se le ordenó:
—¡No! ¡Ella es mía!
Pablo bajó el revólver, y Marysol dijo:
—Mañana, aquí… Pero los quiero a los dos. Tú y el saco de mierda ese… —A Pablo se le hinchó el pecho y él comenzó a levantar el revólver de nuevo, pero Marysol no mostró miedo: levantó la cabeza y se acercó a la barrera—. Mataste a mi hermana, monte de mierda, así que te sangraré lentamente, muy lentamente, y chillarás como un cerdo. —Ella sonrió con una sonrisa de promesa y apartó la vista hacia el Maldito—. Y tú, Ruan… Te haré sentir tanto dolor, que desearás tener el mismísimo fin que tendrá este pedazo de mierda.
Antes que uno pudiera decir o hacer algo más, sintieron un temblor. No como si el suelo estuviera temblando, era más como si todo estuviera temblando, como si el universo no se pudiera detener, el aire a su alrededor temblaba, y se abrió una grieta púrpura entre la Bandolera y Ruan.
Tres daemons, tres jueces, con togas del mismo color de la grieta, salieron. Solo se veía sus ojos; uno de ellos se distinguía por llevar un libro pesado y viejo, y otro era una hembra.
La justicia daemon finalmente les había alcanzado a Ruan y a Marysol.
Siguiendo el poder emitido por la guitarra que había sido utilizada durante días, localizaron a sus dos fugitivos más buscados.
—Ella acaba de lanzar el High Noon contra mí, nobles y obsoletos caballeros y… hmmm… damisela —dijo Ruan en su tono más burlón, como para advertirles que su presencia era tan inútil como un sombrero en un día ventoso.
—Lo sabemos —dijo el macho que llevaba el libro—. No podemos anular esta magia, pero podemos imponer condiciones que se aplicarán tan pronto como un ganador salga vivo del duelo.
—¿Qué condiciones? —preguntó Marysol.
—No hay necesidad de matarse en un duelo como este —dijo la hembra.
—O le mato a ese bastardo, o me muero —respondió Marysol, mostrando que no quería negociar.
—Aun así, queremos dejarte una tercera opción, ya que los dos son buscados por la justicia, incluso por el robo de esa guitarra.
Sorprendida, Marysol se dio cuenta de que la guitarra estaba allí, a sus pies, como si la hubiera buscado. El instrumento todavía tenía una extraña fascinación para la Bandolera, pero ella recordó que Ruan la había usado y que, por eso, Diana estaba muerta.
—Ya no me sirve. ¡Tómesela!
Los tres jueces se miraron seriamente, pero fue la hembra quien respondió:
—Si ganas el duelo sin matar a tu oponente y nos lo entregas, tus crímenes serán suprimidos y podrás comenzar tu vida de nuevo, Marysol.
—Supongo que esta propuesta también es válida para mí, ¿verdad? —Ruan intervino, con su sonrisa vacilante.
—No. Fue ella quien lanzó el desafío.
—¿Aceptas esta propuesta, Marysol? —preguntó la jueza.
—Dijo que puedo comenzar mi vida de nuevo…
—Así es.
—¿Qué vida?, si este sinvergüenza me lo quitó todo. No tengo nada para empezar de nuevo, solo quiero terminarlo.
La jueza se acercó a Marysol, parecía deslizarse; sostuvo la mano de la Bandolera.
—Tu madre era así…, como tú. Diente por diente, ojo por ojo.
—Mi madre siguió su camino, como tengo la intención de seguir el mío. Mi camino, mi destino; y mi destino es matar a este bastardo.
—Tu madre sí siguió su camino, renunció a muchas cosas por ello porque eso era lo que tenía que hacer. En cuanto a tener que matarlo… —La jueza se volvió para examinar a Ruan con una mirada, pero pronto se volvió hacia Marysol—. La muerte no siempre es el peor castigo.
—Hace ese discurso porque no perdió su familia como yo acabo de perder. Mi hermana estaba embarazada y ahora está muerta a causa de él. Así que no me venga a decirme qué sentir o cómo sentir, porque usted no siente nada. Está por encima de eso, su señoría.
—Si te digo que la muerte no siempre es el peor castigo, y que nos lo entregues, es porque conocemos el mejor castigo para él. Y sé muy bien cómo te sientes, sé lo que es estarse perdida, aunque parezca solo una jueza haciendo su trabajo.
—Esté tranquila, su señoría, porque lo haré sufrir mucho antes de que muera —dijo y dio la espalda a los jueces. Ella completó, caminando—: En cuanto a su empatía, señora, la aprecio, pero no la necesito. Guarde su sufrimiento para cuando pierda a alguien de verdad.
Marysol continuó su camino, y la jueza se puso frente a ella, sosteniéndola por los hombros; la Bandolera se separó de esas manos e intentó alejarse, pero la magistrada bloqueó su camino una vez más, se inclinó sobre ella y le susurró algo al oído; Ruan podía ver la confusión en los ojos de la joven bandolera mientras escuchaba lo que escuchaba. Cuando terminó de susurrar, la jueza dijo:
—¿Al menos me prometes que pensarás en traerlo antes de que lo mates?
—Tal vez... pero no prometo nada.
La verdad es que Marysol aún necesitaría tiempo para recuperarse de la revelación que acababa de recibir; Ruan se dio cuenta de eso y estaba intrigado, pero el duelo, el High Noon, estaba programado, y él necesitaba prepararse, por lo que se retiró con Pablo.
En el patíbulo improvisado, cuatro espíritus observaban sus antiguos cuerpos dispuestos lado a lado por la Bandolera; las sogas que solían colgarlos en la horca se habían reducido a cenizas. Sabían que no había necesidad de hacer eso, Ruan lo había hecho solo para humillarlos, para exponerlos. JB y Pele se tomaron de las manos, estaban tranquilos, conocían la inevitabilidad de la muerte y no tenían remordimientos, habían vivido una vida plena y feliz.
Artek estaba perturbado. El recuerdo de la sonrisa de Ruan ardía en su memoria, y su preocupación por Marysol, que siempre había sido una fuente de disputa entre él y el Maldito, lo estaba volviendo loco. No podía concentrarse, no podía aceptarlo.
Diana estaba perdida. Incluso tengo mis dudas de que ella supiera que estaba muerta. Todo el tiempo se ponía las manos alrededor del cuello, como si tratara de quitarse la cuerda que, recientemente, la asfixiaba y la arrastraba sobre la tierra roja; luego miraba su barriga vacía, y un grito de dolor se le escapaba de su garganta; luego recordaba la cuerda e intentaba sacársela del cuello nuevamente, luego miraba el vientre y gritaba; cuerda, vientre, grito; cuerda, vientre, grito…
Estaba atrapada.
Atrapada en una vida que ya no tenía.
Atrapada en un circuito físico entre su garganta y su vientre.
Su vientre vacío.
Ese vacío la hacía desesperada; la vida que había comenzado a crecer dentro de ella no era más que vacío, y ella sufría de inexistencia; al mismo tiempo, había una parte de sí que estaba segura de que esa alma se había ido antes del fin. Diana estaba segura de que su hijo, Thiago, era un sobreviviente y estaba en algún lugar. Ese pensamiento, en lugar de calmar su espíritu, la hacía aún más angustiada: necesitaba encontrar a su hijo, su bebé. Estaba perdido en algún lugar del mundo, y ella necesitaba encontrarlo.
Pele y JB estaban tranquilos, habían aceptado su destino, pero también estaban preocupados por sus amigos Artek y Diana y estaban tratando de decidir qué hacer. Llegó la noche y, en su propia frecuencia, encendieron un fuego como solían hacerlo todas las noches mientras aún estaban vivos, tal vez eso calmara a los otros dos. El fuego no consoló a Diana ni a Artek, pero Pele se sintió tan en casa que comenzó a sentarse frente a ello para calentarse las manos.
—No te sientes —advirtió JB—. Si nos sentamos, no tendremos forma de cruzar, lo sabes.
—Pero se me hace tan cómodo…
—Piensa en el futuro, Pele. Ellos van a meter la pata y, a depender del tamaño de la patada, es posible que nunca podamos volver a verlos — dijo JB, señalando a Diana y a Artek que caminaban de arriba abajo, aun mirando a sus cuerpos alineados en el patíbulo—. ¿Piensas abandonarlos a su propria suerte?
—No, ¡claro que no! —respondió Pele al darse cuenta de que no podía darse al lujo de descansar.
Mientras trataban de decidir si se vengaban o seguían adelante, una nueva alma, que ni siquiera podía tomar forma porque no tenía referencia previa, comenzó a vagar por el mundo de los daemons donde había sido generada. Esta alma podía ver todas las brechas pequeñas por las que solo las más especiales podían pasar cuando iban a otros mundos; pero ni siquiera sabía qué eran los mundos, los multiversos: era un bebé en todos los sentidos de la palabra.
Un alma nueva.
Vio una de esas grietas, que podría conducir a mundos diferentes en épocas y tiempos infinitos, y se arrojó, disfrutando de esa sensación de flotación, de ser llevado a algo que ni siquiera sabía lo que podría ser.
Thiago Barbueno —ese habría sido su nombre si hubiera nacido para Diana—, parecía una burbuja de jabón errante en un día soleado. Oyó un grito de desesperación, una voz de mujer que lloraba sin parar, pero se le abrió otro camino más adelante; estaba en una especie de bifurcación, y el primer sendero que quería seguir lo llevó a una joven que acababa de tener un accidente de motocicleta. Thiago realmente quería irse con ella y continuar hasta el final, pero el accidente terminó con este deseo, y él se vio obligado a regresar e ir en la otra dirección. Su visión aún no estaba muy buena, pero vio a una mujer acostada en una cama de hospital, sangrando mucho, mientras abrazaba el cuerpo de un bebé; era algo tan pequeño, sin vida en absoluto, y la mujer lloraba y gritaba mientras miraba esa cosita que había deseado durante nueve meses y que se había muerto en el parto. Thiago vio una pequeña luz que venía lentamente del cuerpo del bebé, no entendía lo que estaba sucediendo, solo sintió que era algo malo, que esa luz debería estar en el cuerpo.
La mujer que sostenía al bebé, Lorena, lloraba sin parar.
A ella no le importaba su exposición, sus piernas abiertas, su sábana manchada de sangre, la cantidad de personas que pasaban y la miraban a través de las puertas abiertas del cuarto del hospital público: todo lo que importaba en ese momento era el cuerpo sin vida que tenía en sus brazos.
Ella había hecho todo bien, tomado todas las vitaminas, hecho todos los exámenes prenatales, ¿cómo era posible que ese bebé no estuviera vivo? Lorena no entendía y no aceptaba. Ella gritaba su negación al sentir el cuerpo aún caliente del bebé contra su pecho.
Thiago flotó cerca de la mujer y del niño. La luz aún no había abandonado completamente el cuerpecito del bebé, pero quedaba poco. Thiago era un daemon, un daemon inexperto todavía, pero un daemon, y sabía qué hacer. La enfermera insistió en que necesitaba tomar el cuerpo que Lorena no quería entregar, así que se acercó, lista para tomar el pequeño cadáver; fue entonces cuando las dos escucharon el fuerte grito.
—Dios mío, ¡está vivo!
—No entiendo… ¡lo comprobamos más de una vez! —dijo la enfermera.
—¡Es un milagro!
Cuando llegó el médico, él revisó los signos vitales del bebé que ya estaba mamando y parecía tener un gran apetito. El niño parecía estar bien, pero el doctor se dio cuenta de que la enfermera estaba asustada.
—¿Qué pasa?
—No lo sé, doctor, a lo mejor no es nada, a lo mejor estoy estresada. Este parto y todo lo que sucedió debe haber sido la gota que colmó el vaso, porque se lo juro que el bebé lloró y luego abrió los ojos y… los ojos… a ver… los ojos. ¡No! ¡Olvídeselo! ¡Estoy loca!
—Hábleme. ¿Qué pasa con sus ojos?
—La madre dijo que ella también lo vio, pero está tan feliz que ni siquiera le importa, pero yo… el niño… los ojos… estaban rojos.
El doctor sonrió, consolando a la enfermera.
—Examiné al bebé: tiene los ojos azules; a juzgar por los padres, deberán volverse marrones en unas pocas semanas. Acaba de pasar por una situación inusual: un bebé fue dado por muerto y de repente respiró de nuevo, así que… ¡mantenga la calma! Estoy seguro de que es emoción mezclada con sueño, nada más.
Mientras debatían y Lorena amamantaba, la pequeña luz se despidió de este mundo. Ese pequeño cuerpo tenía un nuevo residente: el primero no había podido acomodarlo.
La enfermera no quiso discutir. Tampoco quería creer en lo que había visto, por lo que sería mucho más fácil simplemente estar de acuerdo con el médico. El joven doctor le sonrió a Lorena y le dijo:
—Tenemos que llevar a este chico para algunos exámenes. Queremos asegurarnos de que todo esté bien.
Lorena esperó a que el niño terminara de mamar, le dio un ligero beso en la frente y se lo entregó al médico que, no sé si por si acaso o por curiosidad, lo miró de nuevo a los ojos.
—Cuídelo bien, doctor —pidió Lorena.
—Quédese tranquila, señora. ¿Hay elegido un nombre para este pequeño guerrero?
—Estamos divididos entre dos nombres. Cuando llegue mi esposo, elegiremos.
—¡Ponle ganas! Este chiquitillo merece un buen nombre.