Solymar dejó su trabajo poco después de las dos de la mañana, y Ruan la estaba esperando en el mismo estacionamiento donde Marysol y Rogelio se habían conocido. De hecho, todavía podía sentir el rastro de energía dejado por su acosadora. Solymar sonrió cuando lo vio.
—Holaaaa —dijo ella, antes de darle un beso rápido en los labios.
—¿Por qué estás tan sonrojada?
—Odio.
—¿Noche difícil?
—La peor de todas… y la última de todas.
—¿Cómo?
—Te lo diré luego. Ahora, te quiero a ti.
Echó los dos brazos alrededor del cuello de Ruan y lo besó sin prisa. El mundo podía esperar.
Al mismo tiempo, en otro vecindario de la misma ciudad y realidad, Rogelio abrió los ojos borrosos para ver el contorno de las piernas de Marysol sobre su cabeza, mientras la mitad de su cuerpo yacía sobre la arena húmeda, y la otra mitad estaba bajo las aguas del mar que iban y venían en un balé sincronizado.
—Eres patético, doctor.
—Y te ves hermosa desde aquí donde estoy.
—¿Puedes arrastrarte a tu trono o tengo que llevarte?
—Prefiero quedarme aquí. Creo que necesito algo de glucosa.
—¿Por qué?
—Estoy borracho.
—No te ves borracho.
—Lo sé, y ello me irrita profundamente. Pero, aunque mi capacidad de razonamiento es buena en comparación a la mayoría de las otras personas, créeme, estoy completamente borracho. Necesito un poco de azúcar.
—‘Tá bueno. Ahora vuelvo. ¡No huyas! —advirtió Marysol.
Rogelio se carcajeó en respuesta.
En la casa grande y antigua de Solymar, Ruan miraba la doble de Marysol, tan diferente y al mismo tiempo tan igual, y por un breve momento, tan breve que casi no lo sintió, la quiso. Una Marysol más dulce, una Marysol que luchaba menos con él, que simplemente se rendía y lo amaba, o lo que sea que les sucediera a los daemons ya que no entendían el concepto de amor como nosotros. Echó esa idea, porque lo del amor era cosa de las personas, y él no podía rendirse a ese tipo de sentimiento, mejor, de emoción. Tenía un objetivo, y aunque se distrajera, no perdería de vista su enfoque.
Esa noche, en particular, sentía algo diferente sobre la doble. Como si ella hubiera ganado una nueva vida. Ruan sospechaba la razón: la presencia de Marysol. El recuerdo de la energía de la enemiga, que había sentido en el estacionamiento, denunció que la Bandolera había encontrado su doble, por lo que estaba más fuerte y, al mismo tiempo, fortalecía a Solymar al alterar ligeramente la parte de ella que más le gustaba a Ruan: la personalidad dulce y sumisa.
—Entonces, cariño, ¿nos vamos a quitar la ropa? —dijo ella.
—Primero, dime por qué estás tan molesta.
—Instalaron ese toro mecánico en el bar, me hicieron sentarme en esa cosa toda la noche, como si fuera una puta, un pedazo de carne en exhibición en una carnicería.
—¿Montabas el toro de la misma manera que el día que fuimos a surfear?
—Sí.
—Te veías cachonda ese día. Me imagino a ese grupo de borrachos imbéciles…
Solymar sonrió, se mordió el labio inferior, agarró la camisa de Ruan y lo condujo al dormitorio. Ella lo arrojó de espaldas sobre la cama, desató el nudo de la camisa abotonada que se le estaba atada a la cintura y, llena de malicia, dijo:
—Déjame mostrarte cómo monté al toro…
En la casa de Rogelio, Marysol observaba, sentada en la cama, la puerta del baño donde el médico había desaparecido para lavarse y quitarse la arena del cuerpo. Mientras lo observaba, pensaba en cómo él le gustaba y no le gustaba al mismo tiempo. Había algo en el médico que la atraía, al mismo tiempo, había algo que la repelía, y que probablemente era su apariencia. La dualidad universal nunca la había confundido tanto como lo hacía en ese momento. Era como si Rogelio fuera un Ruan equivocado… ¿O, quizás, fuera el correcto? Ella sentía que quería conocer al doctor en su mundo, quería que el doctor fuera Ruan; y que Ruan fuera el doctor.
Quizás, si hubiera conocido esa versión del Maldito, la persecución no hubiera sido necesaria; quizás la guerra nunca existiera. Y ella y su banda, su hermana y el bebé, tal vez estuviesen juntos. El hijo de su hermana… él hubiera sido el elemento impar de la banda.
El Ruan que estaba al otro lado de esa puerta no habría arruinado todo: era su versión bendecida, aunque él mismo pensaba que era un sinvergüenza despiadado a veces. ¡Cómo esos seres se castigan íntimamente!, pensó. Pensando en todas las versiones de sí misma que existieran o que alguna vez existieron, Marysol se preguntó si alguna de ellas había tenido la misma oportunidad de poder elegir la realidad en la que quería vivir. Desde que se dio cuenta de lo porquería que era Ruan, decidió que no podían estar juntos, pero en ese instante, veía la posibilidad de hacer las cosas diferentes.
La experiencia que vivió en el cementerio de Vila del Buen Retiro, en el que, en cierto modo, había extraído algo de la tumba de su doble fallecida y enterrada junto al doble de Ruan, mezclado con el encuentro con Rogelio, un doble perfecto en su imperfección humana, estaba haciendo que Marysol se hiciera muchas preguntas. Ella sabía poco sobre múltiples universos además de las pocas cosas que había estudiado y las leyendas que corrían, pero de repente comenzó a sospechar que, en todos los mundos habitados por vida consciente, su versión había encontrado la versión de Ruan y vivido, con él, una historia. De amor, amistad, guerra, paz. En cualquiera de los universos, sus versiones se encontrarían y formarían una parte importante de la vida de los demás, pero nunca lo había imaginado que ellos se encontrarían en dos universos distintos. De repente, se apercibió teniendo la oportunidad de elegir su historia, de elegir su Ruan, todo lo que necesitaba hacer era ignorar su deseo de venganza.
¡Tá bueno! Como si el Maldito pudiera olvidarse de su venganza…, pensó.
La silla de ruedas salía por la amplia puerta del baño por la que había entrado. El olor a jabón de hinojo llenó la habitación, y ella preguntó:
—¿Puedo lavarme también?
—Hay una toalla limpia sobre el fregadero —dijo Rogelio.
Sin meditar demasiado sobre lo que estaba sucediendo —ya que siempre supo que era posible—, Rogelio usó sus brazos para impulsar su propio cuerpo y acomodarse en la cama. No tenía idea de lo que Marysol pretendía quedándose, pero tenía curiosidad sobre el tema erección.
El sexo era solo una de las cosas que se le habían robado a Rogelio con el accidente. Él podía hacerlo. Funcionaba, como solía decir, pero no era sexo real. La cabeza lo sabía, pero su cuerpo no lo sentía, y eso le quitaba todo el placer; y Rogelio era el tipo de persona que buscaba satisfacción, nunca estaría contento con las migajas.
Al no tener nada que hacer mientras esperaba, alcanzó la guitarra de Marysol. Tocó el instrumento: estaba desafinado. Más que desafinado, el sonido combinado de sus cuerdas era ofensivo a los oídos.
—¿Cómo puede tocar algo con esto? —Ajustó la primera cuerda, la misita, a un tono agradable para sus oídos y, desde allí, afinó las otras cinco cuerdas. Pasó el pulgar por las cuerdas frente a la boca de la guitarra y sintió la armonía—: ¡Ahora, sí!
Habíase pasado mucho tiempo desde que había tomado una guitarra entre las manos; no sabía qué tocar, así que solo sintió el sonido, tocando algunas notas aleatorias. De repente se sintió excitado, como si algo dentro de él hubiera sido reparado, como si esa fuera una fórmula mágica para la felicidad y el bienestar. Recordó una canción folklórica del país en el que había crecido, Estados Unidos, e intentó recordar los acordes marcando el ritmo tocando el pulgar en la parte superior del instrumento.
«Hay una casa en Nueva Orleans,
la llaman la casa del sol naciente,
ella ha sido la ruina de muchos buenos muchachos
y, ¡Dios!, sé que soy uno de ellos…»
—¿Qué haces? —preguntó una desnuda, mojada y furiosa Marysol, que había salido del baño cuando se dio cuenta de que su conductor de magia estaba siendo tocado.
Sin pensar demasiado y sin comprender por qué ella estaba tan enojada, Rogelio bromeó:
—Sinceramente, espero que teniendo una erección refleja.
—¡Esta canción es peligrosa! —Señaló, temblorosa, hacia la guitarra—. Y, ¿cómo te atreves a tocar mi guitarra?
—¿Peligrosa? ¡Es casi una canción de cuna! ¿Y cuál es el gran negocio de esta guitarra?
—Esta canción es un poderoso invocador, no debes tocarla.
—Quizás en tu mundo. En el mío, es solo música folk. Cada uno la canta de una manera diferente. El primer verso es casi siempre lo mismo, solo cambia la ciudad donde se encuentra la casa, pero el resto de la música, bueno, cada uno la canta como quiere. Ha existido durante tanto tiempo que nadie sabe quién la compuso. Y no respondiste por qué no puedo tocar esta guitarra… ¿Qué pasa? ¿No sabes compartir los juguetes?
—No es un juguete… —Ella lo evaluó, preocupada, pero al mismo tiempo, no sentía que necesitaba preocuparse.
—Estoy de acuerdo —dijo Rogelio—. No es un juguete. Es un instrumento musical que, por cierto, estaba bastante desafinado.
No queriendo explicarle a un humano que era un instrumento mágico y que no importaba lo afinado que estuviera, ni si supiera o no tocarlo, Marysol extendió la mano para tomar la guitarra, pero Rogelio echó la espalda hacia atrás y con el brazo derecho, alejó el instrumento; luego, en un acto reflexivo, levantó la rodilla para detener el ataque de la Bandolera y, por un segundo, el tiempo se detuvo.
Sentada sobre las caderas del Maldito, Solymar se inclinó hacia él, besó sus labios, luego su cuello, y lentamente abrió su camisa. Ella estaba diferente, más libre; Ruan aún no había decidido si le gustaba, pero cuando sintió que los labios de la muchacha bajaban por su abdomen hacia el cierre de sus pantalones, olvidó de sus preguntas. Parecía tan feliz y determinada que, a pesar de esa alegría y esa aura de poder que le recordaban a la otra, él decidió aprovechar el momento.
Cuando ella le desabrochó los jeans, saltó de la cama y tiró de él por las piernas, desnudándolo con un solo movimiento de brazo, Ruan no pensó en nada más, dejándose montar como si fuera el toro mecánico en el que ella había estado toda la noche
Rogelio no tardó ni medio segundo en comprender que lo que les había sucedido a sus piernas tenía algo que ver con la guitarra.
Magia.
Magia verdadera que ni siquiera él podía comparar a la ciencia.
Sintió sus muslos, sintió la piel con las yemas de los dedos, o más bien, sintió las yemas de los dedos con la piel de las piernas. Ni siquiera recordaba cómo era. Con una amplia sonrisa en su rostro, miró a Marysol, luego, por un segundo, el tiempo se detuvo nuevamente, y realmente sintió su erección.
No perdió el tiempo con preguntas, no trató de caminar, no pensó en matar el anhelo de saber cómo era pararse. Los senos de Marysol estaban demasiado cerca de su boca. Soltó el cuello de la guitarra y envolvió a la Bandolera por la cintura. La pierna que había usado para alejarla se convirtió en un gancho que la acercó a él y le permitió sorber uno de sus pezones. Marysol echó la cabeza hacia atrás y se permitió ese placer; el placer que Ruan siempre había podido proporcionar. En eso, se dio cuenta, los dos no estaban tan diferentes. Las grandes manos de Rogelio le subieron por la nuca, le acariciaron el pelo mojado y las bocas de la Bandolera y del Bendito se encontraron.
Se tragaron.
Se aspiraron.
Se mordieron.
Se saborearon.
Las pequeñas manos de Marysol recorrieron el torso de Rogelio hasta que encontraron aquello lugar entre sus piernas. Fue el turno de Rogelio de descansar la cabeza, arrojándola hacia atrás, para sentir el placer que no sentía en mucho tiempo. La lengua de Marysol trazó caminos húmedos a través de sus muslos y de su pene duro, y aunque el placer, en ese momento, dominaba cualquier otra sensación, en el cerebro de Rogelio todavía había espacio para pensar en el después, para preguntarse cómo podía estar así, concentrándose en los caminos trazados por esa boca, cuando el mayor milagro acababa de suceder: tenía piernas, tenía un pene que funcionaba. Era un hombre otra vez, pero solo tenía la concentración suficiente para pensar en la mujer que estaba con él. ¿Podría ser, esto, amor? El amor no existe, Rogelio. Finalmente lograste emborracharte, eso es todo.
Aprovechándose de la privación de los sentidos que le quitaban todo el poder de decisión y reducían el mundo al territorio dentro de las cuatro paredes de esa habitación, el médico sostuvo a Marysol por el pelo y la atrajo hasta que sus bocas se encontraron nuevamente. Gozando de un placer que no sentía había muchas vidas que nacieron y murieron dentro de sí mismo y de su desesperanza, Rogelio puso Marysol sobre el colchón y se colocó sobre ella para, después de diez años, sentir el interior de una mujer que, al fin y al cabo, no era una mujer.
Era una hembra.
Era una daemon.
Hay un lugar donde el pasado, el presente y el futuro suceden todos al mismo tiempo. Los relojes marcan diferentes momentos al mismo tiempo, y los niños que ni siquiera nacieron ya están muertos y han dejado descendientes. Un lugar donde no pasa nada, porque todo siempre está sucediendo. Este lugar es el mundo en el que vivimos.
El tiempo es una ilusión creada por el hombre para tratar de darle sentido a la vida que no espera. Aun así, no mentiré cuando digo que, en el mismo instante, en una ciudad llamada Río de Janeiro, aquí en este universo habitado por nosotros los humanos, dos parejas intermundos dejaban de lado sus preocupaciones intermundanas para entregarse al placer.
¿Sería el placer un lenguaje interdimensional?
Dentro de la misma unidad de tiempo, al mismo lapso, en una ciudad llamada Río de Janeiro, en este planeta llamado Tierra, dos daemons se rendían al placer bajo dos —indignas y engañadas por el tiempo— personas.
El tiempo y el espacio son lo mismo, nos enseñó Albert Einstein, quien —estoy casi segura— era un daemon, o al menos un híbrido. El tiempo es un lugar donde caminamos hacia la muerte, nada más. Cuanto más rápido caminemos por este lugar, más cortas serán nuestras vidas.
Engañados por el reloj, los amantes no lo pensaban.
Tenían prisa, estaban ansiosos.
Solymar montaba a Ruan cada vez más rápido en la búsqueda por el placer; Rogelio, entraba y salía de Marysol con más y más ganas, en busca de lo que había perdido juntamente con sus piernas.
Tenían prisa y corrían apresurados en ese lugar llamado tiempo.
Cuando llegaron al placer, los daemons y las personas eran como el tiempo y el espacio: lo mismo; y sus auras se mezclaron bajo los cielos de Río de Janeiro, rodearon, bailaron sobre la Bahía de Guanabara, a través del Cristo Redentor y la Floresta de la Tijuca, se fusionaron y, por un breve momento, no hubo dobles. Sus almas estaban unidas por el placer y la cercanía.
Debajo de Solymar, Ruan veía la cara de Marysol distorsionada por el placer; bajo Rogelio, Marysol veía los ojos vigilantes de Ruan.
«¡Te voy a matar, Maldito!»
«¡Tendrás que cacharme primero, perra!»