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CAPÍTULO 17

Yo soy tú

 

Rogelio se despertó feliz a la mañana siguiente. El olor del cabello de Marysol, cuya cabeza descansaba sobre su hombro derecho, llenaba todos los espacios vacíos en su alma. Besó la frente de ella, que se despertó sobresaltada y saltó de la cama.

—¿Dónde estoy?

—¡Buen día! ¿Siempre te despiertas así?

—Yo duermo solita…

—Yo también… —dijo el doctor y sonrió—. Pero he disfrutado verte aquí a mi lado.

Marysol miró a los ojos de Rogelio. No entendía cómo podía sentirse tan a gusto con alguien tan similar a Ruan. Casi podía sentir afecto por el doctor. Era un sentimiento extraño a ella, ese calor interno, ese deseo de estar con alguien. Se sentía frágil y desprotegida, como si hubiera sido infectada por alguna enfermedad.

Tan pronto como su cerebro se adaptó al nuevo día, Rogelio tuvo dos pensamientos llenos de miedo: el primero surgió del hecho de que él, nuevamente, no sentía sus piernas; el segundo fue el recuerdo de su relación con Rafaela. Al igual que con Rafaela, la primera reunión con Marysol había sido después de un alto consumo de alcohol, y él se preguntaba si estar con la Bandolera sería soportable sin la ayuda de su anestesia cerebral.

Se le resultó más fácil enfrentar sus piernas.

Él movió su mano izquierda por su muslo, tratando de sentir las puntas de sus dedos en la piel.

No sintió nada.

Trató de sentir.

Mentalizó sus propios dedos se deslizando por la piel, casi mentalmente dibujó la fricción del pelo de sus piernas contra las yemas de sus dedos, y una ilusión de sensación se deslizó por su cerebro haciendo que un poco de negación se atreviera a sondear sus pensamientos. Pero Marysol destruyó todas sus ilusiones:

—Necesitas orinar —dijo.

—¿Me ayudas con la silla?

—¡Sí! Pero, aprovechando que estamos despiertos, y antes que este día se inicie, te toca una advertencia: si vuelves a poner una de tus cochinas manos en mi guitarra, ¡te parto el hocico!

Rogelio sonrió.

Sonrió una sonrisa que convirtió la amenaza vacía de la Bandolera en cenizas funerarias, así que ella no tuvo más remedio que ayudarlo a acomodarse en su silla.

 

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A diferencia del humano Rogelio, la humana Solymar se despertó sola, se estiró en la cama y respiró hondo. Se había despertado feliz, no solo por Ruan, sino por todas las decisiones que había tomado a la noche anterior.

Después de que sus empleadores la obligaron a subirse al toro mecánico, presumiéndola ante los borrachos desubicados, Solymar comprendió que había alcanzado su límite en todos los sentidos. Renunció a ese trabajo loco y decidió poner la casa a la venta. Sabía que eso no pasaría de la noche a la mañana, tal vez incluso consideraría alquilar la propiedad, pero sabía que ya no podía vivir allí. Ella no necesitaba esa enorme casa; si todavía vivía allí, era por razones sentimentales, pero los sentimientos no llenan el estómago, por lo que decidió que necesitaba una vida plena. Una vida en la que se reconociese a sí misma.

Cuando le comunicó su decisión a Ruan, el Maldito no se quedó tan ilusionado como ella: gruñó algo acerca de que Solymar estaba bajo los efectos de la otra y la instó a ser más mansa y se fue. La mañana llegó, y Solymar estaba entusiasmada con el posible futuro que bailaba frenéticamente ante ella.

 

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Rogelio se tomó más tiempo de lo necesario en el baño. Necesitaba pensar. Se dio cuenta de que no había dado suficiente importancia al hecho de haber sentido las piernas en la noche anterior y se preguntó el porqué; incluso se preguntó si era verdad, si realmente había sucedido o si, por casualidad, no hubiera sido una ilusión causada por demasiado tequila.

Recuperar el movimiento de sus piernas era todo lo que había perseguido desde su accidente. Estudió, investigó, desarrolló métodos y rituales, persiguió portales interdimensionales en todo el mundo, desperdició dinero y tiempo, todo para recuperar sus piernas y, cuando las sintió nuevamente, las usó para tener relaciones sexuales.

Más.

Las usó para tener relaciones sexuales con alguien que ni siquiera era humano.

Allí, sentado en el inodoro, sin el efecto anestésico del alcohol, finalmente se dio cuenta de lo absurdo de todo.

—La navaja de Occam —murmuró para sí mismo—. ¿Cuál es la explicación más lógica a todo lo que me ha pasado anoche?

Terminó concluyendo que todo había sido obra del tequila. El sexo, las piernas, la personalidad exuberante de Marysol: todo hecho con tequila. Por cierto, una ilusión causada por el alcohol era más probable que creer que una guitarra mágica había devuelto el movimiento a sus piernas lo suficiente como para hacerle el amor a una daemon.

Por otro lado, si hubiera sido una ilusión, había sido muy vívida. Una ilusión del bien. Una ilusión a que no le importaría a él convertir en realidad. Principalmente por Marysol.

Rogelio se dio cuenta de que había estado persiguiendo sus piernas durante diez años; pero perseguía a alguien que lo acompañara por toda su vida. Nunca había podido encontrar un alma gemela, si es que existía, o al menos alguien con quien pudiera hablar como un igual.

—Estabas borracho, Rogelio. Ella es solo otra Rafaela, es solo una ilusión que se desvanecerá cada vez más a medida que desaparezca el efecto del alcohol; una imagen que se desvanecerá con el amanecer.

Resignado, el médico realizó su ritual de ponerse los pantalones, una pierna a la vez, una cadera a la vez, sin poder realmente levantarse para pasar la pieza por sus ancas. Un ritual que parecía más doloroso esa mañana que las otras mañanas. Un ritual que requería mucho más habilidad y fuerza de lo que recordaba que era necesario. Se movió a su silla de ruedas y salió del baño para enfrentar la realidad.

Afuera, encontró a Marysol vestida, sentada en el borde de la cama que habían compartido en la noche anterior. Él se había despertado con esa mujer, y esto no era una ilusión. La Bandolera se colocó, protectoramente, al lado de la guitarra que descansaba sobre el colchón.

—¿Tienes hambre? —preguntó él.

—Sí.

—Vamos a la cocina. Puedo hacer buen uso de una taza de café fuerte y unos vasos de agua.

—¿Necesitas ayuda?

—No, gracias, pero me gustaría la compañía. —Marysol sonrió y colgó la guitarra sobre su hombro—. ¿Por qué no dejas la guitarra?

—Porque es mía.

—Y seguirá siendo tuya. Te prometo que estará bien guardada aquí.

—Yo también pensé eso ayer, pero le pusiste las manos encima. ¿Te acuerdas?

—Vale. Si te sientes mejor con ella, llévatela. Pero mis manos estarán más lejos si ella se queda aquí mientras desayunamos.

Rogelio tenía razón, y Marysol lo sabía. Se quitó el instrumento de los hombros y lo dejó sobre la cama. Fueron a la cocina. Rogelio ajustó la cafetera e hizo tostadas.

—Estás muy callado, doctor…

—Estoy confundido y, a serte sincero, me duele la cabeza.

—Hmm… ¿puedo? —preguntó Marysol, extendiendo su mano derecha a la frente del médico. Ante el asentimiento afirmativo de Rogelio, ella lo tocó haciendo que el dolor desapareciera.

—Mucho mejor. Gracias. Entonces… no tuve un brote de alcohol, eres una bruja.

—¿Bruja?

—Ya sabes… manipuladora de magia.

—Así que, hoy, la magia ya no es ciencia.

—No veo un método en el tocar mi frente y hacer que el dolor desaparezca…

—Hay un método en el lugar correcto de tu frente.

—¿Amanecimos en lados opuestos de la conversación?

—Necesitaríamos hablar para eso, doctor, y estás demasiado silencioso.

—Las mañanas son difíciles para mí. Es como si mi cerebro se apagara durante el sueño y necesitara tiempo antes de reiniciarse.

—O tienes la cruda…

—A lo mejor… —Llenó dos tazas de café, le entregó una a Marysol, colocó la tostada en el mostrador y dejó que un gran sorbo de café negro y caliente le bajara por la garganta—. Mucho mejor… —dijo, dejando escapar un profundo suspiro.

Marysol también bebió el café; disfruto del sabor fuerte.

—De veras… Muy bueno.

—Ayer… —comenzó el doctor—, las cosas de que me recuerdo ¿sucedieron de veras?

—Depende de lo que te acuerdes.

—Tequila, dobles, otros mundos, daemons, sexo, mis piernas y la guitarra.

—Bebiste mucho tequila, eres el doble del Maldito, existen otros mundos, soy una daemon, tuvimos relaciones sexuales y, por un tiempo, recuperaste el movimiento de tus piernas.

—¿Qué pasa con la guitarra?

—Es un conductor de magia.

—Así que fue ella que devolvió el movimiento de mis piernas.

—Es solo un conductor. Quien te devolvió las piernas fuiste tú.

—A ver… Si yo logré que funcionara…

—No lo sé, no me lo preguntes. No esperaba esto. Tal vez haya sido la canción…

—Era solo una canción popular.

—A lo mejor la gente de tu mundo la entienda de esa manera, pero esa canción es parte de un poderoso encantamiento. ¿De veras no sentiste el poder oscuro que emanaba de la melodía?

—¿Oscuro? ¡Para nada! Sentí una alegría abrumadora, una ligereza inusual, como si varias cosas se encajaran en mi universo, pero había estado tomando, así que no sé qué pensar.

—Pensé que no te emborrachabas.

—Es posible que haya cruzado algún límite anoche.

—Seguro que lo hiciste. Si te atrapo con tus manos en mi guitarra nuevamente, seré yo quien cruzará la línea.

—¡Ay, ya! Hasta te hice el favor de afinarla.

—¡Qué favor, ni que ocho cuartos! ¿Tienes alguna idea de lo que podría haber pasado?

—Sí. Yo podría estar caminando.

—¡Ah, por favor! Como si un humano tuviera suficiente magia…

—Explícamelo entonces, sabelotodo.

—Debe haber sido la canción. Aunque no tenga magia aparente, incluso un humano puede realizar un encantamiento cantado. Las palabras son poderosos instrumentos de magia.

—¡Era solo una canción! —repitió el doctor, exasperado.

—¡Era un encanto!

—Estoy de acuerdo en que era una canción melancólica, hasta siniestra, pero… ¿un encanto? ¿Qué tipo de encanto? ¿Un encanto para qué?

—Para cualquier cosa que el mago decida ajustar la letra.

—A ver… tu teoría es que, solo porque esa canción ha cambiado con los años….

—No es una teoría. Y la música es siempre la misma, solo se cambian sus palabras. Se dice que los acordes de esta canción derribaron la montaña de la diosa Hannah.

—Una peleíta doméstica hizo caer la montaña de Hannah.

—¿Conoces la historia de Hannah y Marco? ¿A cuántos universos has tenido acceso en tus investigaciones?

—No sabría decírtelo, pero volvamos a la guitarra, ¿puedes hacerme caminar?

—¿Y proporcionar al Maldito un cuerpo sano? Creo que no.

—No para él. Para mí.

—Eres su doble. Si estás débil, él está débil.

—¿Crees que soy débil?

—Tienes una buena cabeza sobre tus hombros, pero eso no le ayudará a él. Además, eres encantador y atractivo, y esa es la única razón por la que aún estás vivo.

—¿En serio? La estupenda erección de anoche no te hizo pensar que merezco un día más de vida.

—¿No le tienes miedo a la muerte, doctor?

—Es como preguntar si tengo miedo a descansar.

—Los humanos sois patéticos.

—Así que me vas a tragar con esa vieja charla de que la vida es bella, preciosa y que debo valorarla. Ahórrate el discurso. Soy lo suficientemente grandecito como para saber qué cosas puedo y qué cosas no puedo soportar, y la verdad es que estoy cansado.

—Parecías bastante feliz con tu trabajo en África.

—Mentiras que me conté a mí mismo. Mi propia versión de botella de tequila. Los humanos somos realmente patéticos; tanto, que estoy cansado de la humanidad.

—No soy humana.

—¡Cierto! Y quieres matarme.

—¡Hostia! Explícame pues, ¿por qué no lo he hecho todavía?

—Mi única teoría está firmemente plantada en la estupenda erección de anoche.

Marysol no respondió.

No sonrió.

No pestañeó.

Marysol no hizo ningún sonido ni otro gesto que levantar la taza de café a los labios y morder la tostada. Sus bocas se quedaron silenciosas porque, si se permitiesen hablar, dejarían salir todas sus dudas y temores.

Rogelio tenía miedos que no quisiera confesar, miedo de tener y de perder a Marysol al mismo tiempo. El temor de tenerla venia de la certeza de que, sin el efecto de la bebida, la percibiría común y predecible, y él no soportaría otra Rafaela; el miedo a perderla venia del hecho de que estaba disfrutando de la ilusión de tener a alguien con quien hablar. Marysol tenía dudas sobre la mejor estrategia para su guerra contra el Maldito; ella tenía el doble, necesitaba usarlo sabiamente.

 

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Solymar estaba energizada esa mañana. No sabía de dónde venía la energía, la fuerza y la alegría, pero sabía que quería disfrutar de ese sentimiento. Tan pronto como se despertó, sin ver a Ruan a su lado en la cama, la soledad y la sensación de que lamentaría las decisiones que había tomado la noche anterior la golpearon muy pronto.

Era cierto que era solo una chamba en un bar, pero era una chamba, y ella no tenía a nadie en quien apoyarse, era responsable de su propio sustento y del mantenimiento de esa casa, necesitaba el dinero. Se levantó, abrió las cortinas e inhaló el aire. Ese aire tan conocido, en esa mañana, se veía muy diferente. Solymar estaba segura de que podría, estaba segura de que era capaz, estaba segura de que este sería el primer día de muchos otros buenos días en su vida.

Echó todas las dudas.

Tendría un nuevo trabajo.

Encontraría un nuevo lugar para vivir.

Y todas esas cosas harían compañía al nuevo amor que ya tenía.

Soltó un suspiro apasionado frente a la ventana pensando en Ruan, y se fue sin desayunar. Lo que realmente quería era surfear, pero tenía un objetivo, y lo que hizo esa mañana fue perseguir ese objetivo.

Fue a algunas agencias de empleo, echó muchas preces a Nuestra Señora de Guadalupe, y se fue a buscar un lugar más pequeño y barato para vivir. Su estómago ya se quejaba de las horas de ayuno, así que ella decidió invitar a Ruan a almorzar.

 

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En la casa de Rogelio, Marysol y el médico habían logrado retomar la intimidad de la noche anterior como si se hubieran olvidado todos los temores y dudas. La Bandolera le contó a él toda su historia, habló sobre su obsesión por tener esa guitarra y cómo parecía que ahora ella le pertenecía, y contó la parte más dolorosa de su historia: el exterminio de la banda. Le explicó al médico que esa era la razón por que buscaba al Maldito, y le contó sobre la solicitud de la jueza.

Rogelio escuchó todo casi sin interrumpir. Como había dicho: era un hombre inteligente. El miedo a que Marysol no fuera lo suficientemente interesante como para mantenerlo encantado se desvaneció gradualmente. Estaba seguro de que se enfrentaba a una criatura fuerte, inteligente y única.

—Y ese maldito, ¿cómo se llama?

—Ruan.

—Y si entiendo correctamente, no me hará daño porque me necesita, porque yo le hago a él más fuerte.

—Sí.

—Pero tú sí puedes lastimarme porque si… hmm… me destruyes… él se queda en desventaja.

—Sí.

—Aun así, tú estás aquí, en el medio de mi cocina, y todavía estoy vivo.

—Sí…

—¿Tienes un plan para mí, Marysol?

—No. Es decir… no lo sé. Vosotros los humanos me poneis confundida.

—Yo pongo confundida a mucha gente… ¿Está apropiado decirte gente?

—No te preocupes. Yo he entendido.

—Dime algo…

—¿Qué?

—Si el Ruan ese muere, ¿yo también me debilito?

—No hay debilitamiento de ninguno de los dos, pero cuando el doble está cerca, nos hacemos más fuertes, así que…

—Así que, si tienes a tu doble como aliada y yo ya no existo, tienes una ventaja.

—Sí.

—¿Y si te ayudo?

—Un lisiado…

—No un simple lisiado; un lisiado muy inteligente. Y en cuanto al lisiado… pues tenemos la guitarra.

—No. Estas prohibido de manipular mi guitarra.

—Yo no puedo, pero tú sí puedes.

—No sé si puedo.

—¿Por qué?

—Porque si te habilito, aumentaré la ventaja del Maldito y…

—¿No crees que quiero ayudarte?

—No siento la mentira en ti, pero la magia tiene mucho que ver con intención, y no sé si soy capaz de desear que te sanes. Aunque sea muy poderosa, la guitarra es solo un conductor, el mago es quien la toca.

—Pero no soy un mago, y la toqué, y mis piernas volvieron.

—Solo por un momento. El instrumento debe haber capturado tus intenciones, tal vez… la verdad es que no tengo las respuestas a lo que te pasó.

—¿Al menos puedes intentarlo?

—No funcionará. No sé si puedo. Odio al Maldito, no puedo concebir una realidad en la que yo quiera verlo curado, fuerte o poderoso. ¿Puedes entender mi dilema?

—¿Al menos puedes intentarlo? —repitió Rogelio con la resolución de aquellos que están firmemente agarrados al borde de un abismo.

—Intentarlo sí lo puedo…

—Por favor, Marysol.

Sin saber por qué lo hacía, Marysol se levantó y comenzó a caminar hacia el dormitorio donde estaba la guitarra. Rogelio la siguió en su silla. En el dormitorio, se sentó al borde de la cama, colocó la guitarra sobre su pierna derecha, dejó escapar un profundo suspiro e hizo que sus dedos recorrieran las cuerdas.

Los dedos corrieron, el sonido salió, pero Marysol no lo sintió.

Miró el rostro esperanzado de Rogelio; un rostro que no coincidía con su experiencia, un rostro que no coincidía con las cosas que ella había leído cuando lo tocó; un rostro que parecía el de un niño en la mañana de Navidad esperando abrir su primer regalo.

De hecho, Rogelio realmente se sentía así.

Era más o menos como si fuera la primera vez en su vida que realmente sentía algo. Cualquier cosa. Siempre que lo pienso, pienso que Rogelio, el humano Rogelio, era muy daemon en esa cosa de sentimientos: sabía que existían, pero nunca lo habían tocado.

Nunca.

Hasta esa mañana.

Prestó atención a los rasgos de Marysol y se puso casi seguro de que ella no podría. Ella le odiaba demasiado al Maldito para curarlo. El médico casi podía sentir todo el resentimiento de la Bandolera, así que puso su mano izquierda sobre la mano derecha de Marysol, que estaba tocando las cuerdas, y dijo:

—No pasa nada. No tienes que hacerlo.

—¡No toques mi guitarra! —dijo Marysol gruñonamente, pero el toque de la piel del doctor sobre la suya la hizo sentirse diferente. Por mucho que odiara esa versión de Ruan, no podía odiar al doctor.

Él era diferente.

Volvió a tocar con todas las cosas que había aprendido sobre ese humano peculiar en mente, y Rogelio sintió un hormigueo en los pies. No era la misma sensación de bienestar que lo había invadido la noche anterior, era solo una molestia, una picazón y un calor irritante, pero no estaba malo; después de todo, ello era sentir, y sentir estaba bueno. El hormigueo y el calor le subieron por las piernas hasta las caderas, y Rogelio logró mover los dedos de los pies. Toda su inteligencia, todas sus neuronas y toda su experiencia se centraron en ese movimiento del dedo del pie: algo tan común para unos; un verdadero milagro para él.

Aunque ya había experimentado la sensación a la noche anterior, puso la mano entre sus piernas, tocó su virilidad porque, de repente, parecía importante asegurarse de que estaba allí. Dobló las rodillas, se pellizcó los muslos y, tímidamente, se arriesgó a poner los pies en el suelo. Cuando sintió las plantas de sus pies tocaren la alfombra, gañó coraje, se levantó y se cayó.

No fue un tropiezo, no fue un resbalón. Rogelio se había levantado con tanta fe y tantas ganas que se estrelló en el piso.

 

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Ruan y Solymar se reunieron para el almuerzo frente al mar.

Solymar estaba emocionada.

—Te ves diferente —dijo Ruan.

—Me siento diferente… Es como si todo estuviera más fácil, como si yo pudiera hacer cualquier cosa.

La sonrisa de Solymar brilló más que el sol del mediodía; Ruan conocía el porqué, sabía que se trataba de la proximidad a Marysol. Toda esa energía, toda esa garra, todo ese deseo de aventurarse, todo era la Bandolera. Sabía que la Bandolera también estaba sufriendo los efectos de esa proximidad, aunque, sufriendo, tal vez no fuera la palabra correcta. Sabía que la Bandolera era más fuerte, pero no pudo evitar de preguntarse si, por casualidad, ella no habría asumido un poco de la dulzura de su doble. Sería interesante ver a la ruda Bandolera con una sonrisa apasionada en su rostro. De hecho, mucho de lo que Ruan había hecho desde la primera vez que vio la cara de Marysol fue tratar de lograr una sonrisa apasionada.

O el equivalente daemon a una sonrisa apasionada que, francamente, no sé cómo sería.

A Ruan le gustaría un poco de dulzura en Marysol, pero no quería el pimiento Bandolera en su Solymar. La quería dulce y sumisa. Esa nueva versión llena de actitud lo molestaba. Ella había renunciado a su trabajo, iba a cambiar de casa; si él permitiera todas esas cosas, perdería el control sobre ella.

—¿Sabes en qué vas a trabajar?

—Aún no. Pero he estado procurando toda la mañana. No puedo elegir mucho por lo poco estudio que tengo, pero sé que quiero algo durante el día, y quiero volver a la universidad.

—Tal vez yo tenga algo para ti en la emisora.

—¿En serio? —Solymar dejó su asiento y envolvió sus brazos alrededor del cuello de Ruan—. ¡Eres perfecto!

Sí… Perfecto… Esa era la actitud que Ruan quería, esa era la devoción que necesitaba.

 

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Marysol y Rogelio se separaron bajo el peso de la duda y de la confusión, cosas a las que ninguno de los dos estaba acostumbrado.

La vida de Marysol siempre había sido simple, recta, llena de diversión. Ella cabalgaba, saqueaba, reía, follaba y dormía. Todas las decisiones que necesitaba tomar eran simples. Su única confusión había sido la guitarra; el único deseo que tuvo que no pudo explicarse fue por ese instrumento; pero frente al deseo, simplemente hizo lo que hacía con todo lo demás: dijo que sí.

Simple.

Directo.

Natural.

Rogelio no era simple. Al menos no para las otras personas. Parecía que, todo el tiempo, necesitaba justificar sus acciones, explicar cosas, pero él nunca sufría a causa de dudas. Desde lo alto de su gran coeficiente de inteligencia, pensaba que veía el mundo más claramente que aquellos quienes debería llamar similares, así que, aunque su vida no fuera simple, su camino siempre había sido muy claro.

Lógico.

Racional.

Exacto.

Esa confusión, ese montón de dudas que, de repente, habían comenzado a formar parte de sus existencias era nueva. Para los dos. Y ello no era una buena noticia.

Marysol sabía que necesitaba concentrarse en el Maldito. Había atravesado el portal con un objetivo claro en mente: vengarse. Se lo debía a Diana, se lo debía a su banda, se lo debía a sí misma. Haber terminado en la cama del doble de Ruan y, además, haberlo salvado, incluso haberlo querido… bueno… eso no estaba para nada simple, directo o natural. No era ella.

Llegó al apartamento de Danielle con la cara sonrojada, arrojó la guitarra a un lado y se sentó a un sillón con las piernas abiertas, con los brazos extendidos sobre el respaldo del mueble y se quedó mirando la pared tratando de no pensar en nada. Pero la inspectora no le permitiría ese respiro.

—¿Dónde pasaste la noche?

—¿Te has convertido en mi padre?

—No seas así, Mary… Eh, ¿puedo llamarte así?

—Sí… muchos me dicen Mary en mi mundo.

—Debes cuidarte. No puedes ser vista. ¡Mira el desastre que hizo Diana!

—No soy mi hermana.

—De acuerdo, pero igual me preocupo. Además, necesito hablar con alguien, toda esta historia de Tico me está volviendo loca.

—¿Qué pasa con el chavo?

—¿No crees que puede ser el bebé que perdí?

—Para nada. ¡Es solo un chavito común! Y ¡ojo!, no te vas a ponerle historias a la cabecita.

—Pero ¿y si Diana tiene razón? ¿Y si lo es, no un doble, sino el mismísimo Thiago?

—¿Un daemon nacido en el mundo humano? Si es así, lo sabremos pronto.

—¿Por qué lo dices?

—Porque se acerca la transición, cuando se convertirá en adulto.

—¿Qué? Adulto… ¿Cómo? ¿De la nada? ¿Como una oruga que se convierte en mariposa?

—A ver, ¿mariposa? ¿En serio? Él es un daemon, ¡joder! Los daemons no nos transformamos en mariposas. ¡Mariposa…! Un par de alas que puede ser llevado por el viento… Una indignidad para un daemon, pues. No, viviente, los daemons nos convertimos en dragones, dinosaurios, águilas… los daemons tenemos alas poderosas. ¡Mariposas…!

—¡Vaya! No tuve intención de ofender a tus bríos de daemon poderosa…

—No me regañes, tengo cosas más importantes en que pensar.

—¿Cómo qué? Y no me hables del Maldito, porque si estuvieras pensando en él, estarías hablando de planes. Te ves muy rara.

—Encontré a su doble —dijo la Bandolera y se levantó y empezó a pasearse por la habitación de un lado a otro, mientras se revolvía el pelo.

Una luz de comprensión cayó sobre Danielle, y ella también se levantó y trató de enfrentar a Marysol.

—¿Lo mataste? Por favor, dime que no hiciste nada estúpido. Puedes dañar a esa chica Solymar si te filmaron.

—No. No lo maté, pero la cagué…

—¿Qué hiciste?

—Me acosté con él.

Danielle sonrió.

—Pero es una buena noticia… Quiero decir… Ruan tiene el control de Solymar, entonces tú solamente estás haciendo lo mismo que él, ¿no? —Cuando no escuchó una respuesta de Marysol, Danielle preguntó—: ¿No es así?

—No sé.

—¿Cómo no sabes?

—Me gustó acostarme con él.

—Siéntate y cuéntame esta historia.

Marysol se arrojó sobre el sillón, extendió dos grandes ojos hacia Danielle y dijo:

—Él es un Ruan con una pizca extra de pimienta y olía a tequila… ¿Qué más yo podría hacer?

 

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Rogelio pasó la tarde sumido en sus pensamientos. No tengo intención de intentar contarles todas las cosas que pasaron en su mente. Aunque tengo informaciones privilegiadas, el cerebro del médico no es exactamente algo que yo pueda entender, pero, de todas las cosas que sucedieron en su mente, se destacaron dos anhelos: sus piernas y Marysol.

Sus dos deseos estaban mezclados, y el hombre racional no podía entender. Como había perdido el movimiento de sus piernas, era todo lo que podía pensar: caminar de nuevo, sentir de nuevo, ver el mundo desde arriba. Luego conoció a alguien que podía devolverle lo que más quería, pero la había dejado ir, llevar el instrumento con poder para cumplir sus deseos y, lo que era peor, no sabía cómo encontrarla.

Para Rogelio, Marysol era la personificación de un deseo aún más antiguo: una pareja. Una pareja que no solo era soportable, sino interesante. Habían pasado toda la mañana hablando sin que él se aburriera, sin que él se quedase desinteresado.

Entre las dos sensaciones que había experimentado la noche anterior, no podía decidir cuál tenía prioridad: sus pies tocando el suelo o la boca caliente de la Bandolera paseando por su cuerpo, y eso era ilógico, irracional e inexacto.

Al final de ese día, sin saber en qué concentrarse y deseando ver a Marysol, Rogelio fue tras la única referencia que tenía: el bar donde trabajaba Solymar.

Marysol tampoco pudo concentrarse en sus objetivos ese día. Todo parecía muy confuso, todo estaba muy mal, se sentía contaminada. Se preguntó si la humanidad era una enfermedad que la había afectado.

Al final del día, desenfocada, irritada consigo misma por permitirse distracciones humanas o ser distraída por los humanos, Marysol decidió poner los dos pies en el suelo, reanudar sus planes y concentrarse en sus objetivos, por lo que fue a Solymar: era hora de enfrentarse cara a cara con su doble.

 

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Con el problema del trabajo resuelto ya que Ruan se había comprometido a proporcionarle un puesto en la estación de televisión, Solymar se tomó esa tarde libre para ir a la playa. Más que una tarde libre, esa era una tarde de despedida. Le dio adiós a su antigua vida, adiós a su antiguo trabajo, adiós a esa persona que se había obligado a ser desde que había perdido a sus padres.

Ella se sentía diferente.

No sabía si era por Ruan. Sabía que él despertaba fuertes sentimientos dentro de ella, sentimientos que no sabía de dónde venían, sentimientos que nunca había sentido, sin mencionar esa extraña impresión de que lo había visto antes, como si él fuera parte de ella, como si estuviera grabado de alguna manera en su retina, dentro de su mente, como un príncipe encantador de una fábula y que se había materializado repentinamente en su vida. Un verdadero cuento de hadas.

Por otro lado, mientras sentía el sol que le quemaba la piel y el agua tibia que le mojaba los pies durante la caminata, había una parte de ella que gritaba que no era solo por él. No era solo Ruan. No es que le importara. Si el cambio se debiera a un hombre, a ella daba exactamente lo mismo; se sentía bien, estaba feliz, no tendría problema en admitirlo. Pero ella sabía que no era solo por el novio. Se sentía más fuerte, más segura, más… ya ni siquiera sabía explicarlo. No es que ella fuera más ella misma, era como si tuviera más de ella, pero no exactamente ella.

Llegó a casa, se duchó y empezó a deshacerse de las cosas viejas. Quería nueva vida, nuevas sensaciones, una nueva Solymar. Recogió ropa, zapatos y libros que ya había leído; finalmente sacó la ropa de sus padres de los armarios, abrió las ventanas, dejó pasar el viento y renovó el aire. Respiró hondo tratando de oler la nueva vida cuando sonó su teléfono.

—¡Hola, mi amor! —dijo ella, después de identificar el número de Ruan.

—¿Amor?

—¿No te gusta?

—Me gusta todo lo que viene de ti.

—¿Vas a pasar la noche conmigo?

Ruan sabía que no podía permitirse el lujo de estar con Solymar todo el tiempo. Había cosas de las que tenía que ocuparse, todavía no sabía lo que planeaba la Bandolera, todavía no había encontrado a su doble, pero al pensar en Marysol, también pensaba que Solymar era lo más cerca de tener a la Bandolera que él lograría y, además, siempre era una buena idea tenerla a su alcance.

—¿A qué hora?

—Pasaré por el bar para recibir mi pago. ¿Por qué no me encuentras allí tan pronto como oscurezca?

—Vale.

Solymar salió de casa unos minutos antes de que llegara Marysol.

 

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En el estacionamiento del bar donde solía trabajar Solymar, Rogelio ensayaba si entraba o no al lugar. Sabía que tenía una buena chance de que Marysol apareciera para tomar prestada la energía de su doble, pero la impaciencia le impedía de quedarse esperando. Además, era peligroso andar con esa silla de ruedas en el estacionamiento, siempre existía la posibilidad de no ser visto y atropellado.

Cuando oscureció, finalmente cedió a la impaciencia y entró. El toro mecánico parado dejaba el ambiente melancólico, parecía que faltaba algo, o tal vez estuviera demasiado borracho la noche anterior y hubiera inventado euforia en el lugar. Buscó la versión humana de Marysol y vio la coleta pasar detrás del mostrador, en una puerta trasera. Se sentó en una de las mesas y esperó un poco más, y nuevamente, la impaciencia lo abrumó. No estaba bueno allí, no estaba bueno afuera. Su cabeza generalmente trabajaba todo el tiempo, pero esa impaciencia estaba nueva.

Decidió irse. Cuando se acercó a la puerta, sintió una incomodidad inusual, como si, si fuera posible, su cerebro creciera un poco más, obtuviera más información, luego sus piernas comenzaran a hormiguear. Aceleró el ritmo de sus ruedas pensando que encontraría a Marysol con su guitarra afuera cuando se abrió la puerta del bar y fue como si le hubieran golpeado directamente en la nariz.

Perdió el aliento.

Perdió su discurso.

Durante unos segundos, estuvo seguro de que había perdido su capacidad de pensar.

 

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Cuando Solymar vio la figura de Ruan en la puerta, saltó y fue a saludarlo.

—¡Llegaste! —Se puso de puntillas y lo besó en la mejilla ya que Ruan no se dignó a mirarla tan hipnotizado estaba por la vista de su doble sentado en la silla de ruedas.

Solymar siguió la dirección de la mirada de su novio y, cuando vio a Rogelio, ensanchó los ojos y la boca antes de echar una grande, dulce y brillante sonrisa.

Ruan y Rogelio aún no habían intercambiado una palabra. Estaban demasiado ocupados mirándose el uno al otro. Si habláramos de otros dos seres, podríamos decir fácilmente que ellos no sabían cuánto tiempo se habían quedado ahí, mirándose, estudiándose; pero esos dos eran Ruan y Rogelio.

El Maldito y el Bendito.

Y cada uno de ellos contó cada uno de los ochenta y dos segundos exactos de estudio y análisis mientras trataba de decidir si se enfrentaba a un aliado o a un oponente. Por supuesto, si consideramos que el tiempo es una construcción del hombre para satisfacer al hombre, la relatividad del tiempo que ellos se miraron podría resumirse en generaciones. La luz de comprensión que invadió cada par de ojos mientras miraba al otro era la luz de comprensión de aquellos que vivieron muchos años, de aquellos que hicieron largos viajes.

—Sol, lo sé qué te lo he prometido, pero hubo un… imprevisto. Necesito que te vayas sola a casa —dijo Ruan, aún sin mirar a Solymar.

—¿Por qué no me dijiste que tienes un hermano gemelo?

—Sol, ¡ve a casa!

—Pero, amor…

—¡No me digas amor! —Los ojos de Ruan escupieron carmesí sin su planificación. Solymar se alejó, sorprendida, y Ruan se dio cuenta de que el color de sus ojos ni siquiera había hecho parpadear a su doble. Respiró hondo, sonrió encantadoramente y miró a su novia—. Amor, necesito hablar con mi carnal. Tema de suma importancia. No te importa volver sola, ¿verdad?

Hipnotizada, literalmente —no creo que necesite aclararlo—, Solymar le dio la espalda y se fue, dejando a los dos dobles mirándose el uno al otro en una contemplación que duró otros treinta y cuatro segundos antes de que Rogelio dijera:

—Entrenaste bien a tu perrita, güey.

 

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Solymar solo se dio cuenta de que se iba a casa cuando llegó a casa. Atravesó la entrada y encontró la silueta de una mujer apoyada contra la pared al lado de la puerta principal. Tenía la cara cubierta con un sombrero de vaquero y estaba de brazos y piernas cruzados. A su lado, también apoyada contra la pared, había una vieja guitarra.

—Hola, ¿puedo ayudarla? —preguntó Solymar.

Sin levantar el sombrero o mirar hacia arriba, Marysol respondió:

—Podemos ayudarnos mutuamente, pero necesito que mantengas la calma.

—¿Calma?

Marysol se quitó el sombrero y levantó la vista.

¿Lo que les puedo decir?

Las dos no contaron los segundos como habían hecho Ruan y Rogelio, porque Solymar se cayó, como un trapo sucio, en el suelo cubierto de hierba frente a la casa.

 

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—Entonces, tú eres el Maldito —dijo Rogelio, acentuando las vocales de la palabra maldito como si escupiera sarcasmo en cada sílaba.

—Y tú eres un lisiado.

—¿Cuál es el problema de vosotros los daemons con el uso saludable de las palabras? ¡Los buenos modales no son caros!

—¡Humanos! Siempre tratando de encontrar palabras hermosas para fingir que las cosas no son lo que son.

—Todo lo que pido es un poco de cortesía, quizás un poco de amor propio. Al fin y al cabo, yo soy tú ¿verdad?

—Bueno, amigo, tú puedes desearlo, incluso puedes intentarlo, pero un humano ordinario nunca será como yo.

—Bueno…, a-mi-go. —Rogelio comenzó a inclinar su cuerpo hacia adelante en un intento de enfrentar a Ruan, aunque su cara estuviera cincuenta centímetros más baja que la del Maldito—. Puede que no te guste, pero, hasta donde yo sé, tus piernas deben estar fallando en este mismísimo instante.

Ruan sonrió.

No era una sonrisa peligrosa, ni siquiera era su sonrisa seductora, era la sonrisa conformada de quien había encontrado lo que estaba buscando y descubierto que no era nada de lo que quería, aun así, lo necesitaba.

—No podemos tener esta plática aquí —dijo el Maldito—. Vamos a mi casa.

Tocó el hombro derecho de Rogelio y, sin preocuparse de que los vieran, sin siquiera preguntar si el otro estaba de acuerdo, los teletransportó.

 

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—Qué bueno —dijo Marysol mirando el amontonado de Solymar tirado en el suelo—, una debilucha.

Tocó el cuerpo de la chava desmayada con la punta de su bota queriendo asegurarse de que estaba realmente inconsciente; mágicamente abrió la puerta principal, cargó su guitarra, luego regresó y levantó a Solymar del piso. La acomodó en el sofá y esperó a que la doble se despertara, admirando desde lejos la escultura de Nuestra Señora Guadalupe, que era lo único que Solymar no había movido del lugar en esa tarde de renovación.

 

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—Me doy cuenta de que has hecho esa cosita molesta de tocarme y aprender sobre mi vida —dijo Rogelio—. ¿Te divertiste?

—No.

—¡Ah! ¿No es la vida de un lisiado lo suficientemente emocionante para su señoría?

—Realmente no te gusta la palabra…

—No me gustas tú.

—¿Por qué? Tú no me conoces.

El Maldito tenía razón. Rogelio no lo conocía. Todo lo que sabía era la versión de los hechos dada por Marysol, y escuchar tal de sí mismo —porque eso era lo que parecía en ese momento—, lo hizo considerar la verdad de sus palabras.

—Tienes razón —se rindió.

—Siempre la tengo —respondió el Maldito, que le dio la espalda a su doble, llenó dos vasos de güisqui, le ofreció uno a Rogelio, luego se sentó en un sillón, tomó un cigarro y lo completó—: Alias, siempre la tenemos.

 

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Solymar se despertó lentamente y miró al techo. Pronto se dio cuenta de que no estaba sola y se sentó a toda prisa.

—¡Bienvenida de vuelta! —dijo Marysol.

—¿Q-quién eres?

—Mi nombre es Marysol, y quiero hablarte sobre este che con el que te estás andando.

—Qué… quién… ¿Por qué eres tan como yo? No… ¿por qué eres exactamente como yo?

—Esto no es importante ahora, lo importante es…

—¿Cómo es que eso no es importante? ¡Es lo único que importa!

—Ah, vosotros los humanos sois tan… desesperados. ¿Puedes escucharme primero, por favor?

—¡NO! ¡Dime ahora quién eres o lárgate de mi casa!

—De lo contrario, ¿qué vas a hacer exactamente?

Solymar miró a su alrededor. Ella no sabía qué hacer. Tenía curiosidad por ver a esa mujer tan similar a ella, por otro lado, sentía algo que la molestaba, ni siquiera sabía por qué estaba tan nerviosa. Dejó caer los brazos a los costados y, desconsoladamente, miró a la Bandolera.

—‘Tá bueno…—dijo Marysol, en un tono más suave—. Tal vez las cosas hayan empezado de la manera incorrecta, no quiero que te enerves. Siéntate, por favor, te lo explicaré todo.

Solymar se sentó sin poder apartar los ojos de Marysol y preguntó:

—¿Quién eres tú?

—Me llamo Marysol y soy una viajera. He recorrido un largo camino para advertirte sobre Ruan.

—¡No, espera! No puedes venir aquí y hablarme de Ruan sin explicarme… ¡eso! —dijo ella, girando su dedo índice en el aire, moviéndolo entre ella y la Bandolera.

—¿Eso qué?

—¡Tu rostro! Tú… yo…

—Somos parecidas.

—¡Nosotras somos iguales!

—Eso es porque soy una versión de ti misma, solo que en otra realidad.

Solymar soltó una carcajada que era una mezcla de libertinaje e histeria, se levantó del sofá, señaló la puerta y dijo:

—Otra realidad… Lárgate de mi casa, ¡loca!

—¿Loca? Claramente crees en cuentos de hadas o no tendrías la imagen de esa diosa en tu casa. Sentí la energía. La energía de fe que depositas en ese… hmm… juguete. Eres uno de esos creyentes humanos que cree en los milagros y reza a dioses de arcilla que nada pueden hacer por ti. Yo estoy aquí. Justo frente a ti. Y si crees en una estatua, ¿por qué no creerías en una criatura viva?

—¿Tú estás comparándote a la madre de Cristo?

—¡Por supuesto que no! Soy real, ella… bueno… —Marysol extendió su mano derecha, chasqueó los dedos, y la reproducción de la Virgen de Guadalupe, tan caprichosamente exhibida en el altar de la sala de Solymar, se convirtió en polvo.

Y fue entonces cuando Solymar se desmayó por segunda vez, y Marysol no se molestó en recogerla.

 

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En la casa de Ruan, Rogelio y el Maldito se miraban.

De nuevo.

Ruan había contado la historia que Rogelio ya conocía a través de Marysol, pero en la narrativa de Ruan no había emoción ni sentimiento. No tenía remordimientos; no tenía resentimientos; todo lo que Ruan tenía era cierta rabia hacia la Bandolera por no aceptarlo.

Cuando el Maldito terminó su historia, Rogelio enarcó una ceja y sonrió con una sonrisa que lo hizo parecer aún más como su doble. Era la sonrisa serpentina, pretenciosa, calculada y fría. Una sonrisa que había abandonado mientras cuidaba a niños enfermos en África.

—Eres digno de pena —dijo el médico.

—¿Qué dices?

—Eres patético, miserable, o, como diría Marysol, un motón de mierda maloliente.

—Habló el lisiado…

—¿Te das cuenta de que pasaste por el infierno a causa de una mujer? Para uno que se tiene en tan alta estima, para uno que se piensa tan poderoso y estudiado… —Sonrió una vez más esa sonrisa sin amabilidad y sacudió la cabeza a ambos lados. No era una negación, era solo otra forma de hacer que su interlocutor se sintiera disminuido—. Mi amigo, eres solo un idiota controlado por su polla. Quisieras reinar entre los tuyos, pero te quedaste dominado por dos piernas abiertas. —Manejó su silla hacia adelante para estar aún más cerca de Ruan—. Me pones triste.

Maniobró su silla una vez más, dio la espalda al Maldito y se dirigió hacia la primera puerta que vio, esperando que fuera la salida.

—¿A dónde crees que vas, paticojo? —preguntó Ruan.

—No me asocio a perdedores.

—¡Mira quién habla! —dijo Ruan, y Rogelio dejó de girar las ruedas de su silla—. Anoche, podrías haber salido de esa habitación con tus propias piernas, en cambio, elegiste quedarte en medio de las piernas de la perra Marysol. —Rogelio se volvió para mirar al Maldito—. No crees que yo sea patético, doctor, tú sabes que lo somos. Así que no me des conferencias. ¿Cuántas veces, esta mañana, te preguntaste a ti mismo por qué no tomaste esa guitarra e hiciste el milagro de curarte? ¿Qué te impidió, además de tu deseo de tener una pareja, la pareja que nunca tuviste?

—No tengo que justificarme ante ti.

—No, no tienes. Ni ante mí, ni a nadie. —Poco a poco, Ruan se acercó a la silla de Rogelio—. Tienes el conocimiento necesario para ser grande, para ser más grande, lo único que te limita es esta silla. —El Maldito tocó las rodillas de Rogelio, quien, después de escuchar un leve crujido en su columna, sintió que sus músculos se calentaban, como si, solo entonces, la sangre hubiera empezado a circular—. Juntos —continuó Ruan—, vamos a vencer a la perra, ninguno de nosotros la necesita, y después de eso, tendremos la vida que nos merecemos.

Rogelio se puso de pie.

Se levantó como no lo había hecho la noche anterior.

El piso parecía demasiado lejos de sus ojos, y él casi, casi, se mareó. Con su pie derecho, dio un paso reacio hacia adelante, probó sus músculos, sintió su palma firmemente en el suelo y repitió el proceso con su pie izquierdo. Esperaba temblores, esperaba que sus músculos vacilaran, esperaba calambres. Pero ninguna de las cosas que esperaba llegó. Era como si se hubiera sentado unos minutos antes en lugar de haber pasado diez años en esa silla.

Rogelio siempre había pensado que cuando recuperase las piernas sería el día más feliz de su vida, pero eso no fue lo que sucedió. Estaba feliz, sin duda, pero no tan contento como esperaba. Sabía que habría un precio. Se sintió ante el diablo, como si estuviera negociando su propia alma. Al mismo tiempo, recordó que no creía en dioses, demonios ni nada; creía en la magia de la ciencia, la que tenía método, la que requería esfuerzo.

Se maldijo a sí mismo por no encontrar la satisfacción necesaria; ni siquiera en un momento como ese lograba ser completamente normal.

Sintió el deseo de desear.

Quería saltar de puntillas gritando de alegría.

Deseó poder correr por la habitación riéndose como un idiota feliz, una de esas sonrisas que van de oreja a oreja como dicen.

Quería desear no pensar en las consecuencias.

Quería estar feliz.

Pero no pudo.

Él nunca podía.

Comprendió, en ese momento, que el problema nunca había sido Rafaela, ni ninguna otra mujer o persona. Él simplemente no podía hacerlo.

Pero, si la felicidad total no existiera; ciertamente, tampoco existiría la infelicidad completa; y eso, en cierto modo, lo liberó.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó.

Ruan se acercó.

Estaba fácil mirarlo a los ojos. Tenían los mismos ojos, la misma altura, la misma aura de autoridad.

—Tengo todo lo que quiero en este mundo, Rogelio, lo único en mi camino, en nuestro camino, es Marysol.

—No la mataré.

—No necesitamos matarla, solo necesitamos entregarla a los jueces. La llevarán de vuelta al mundo que conoce, al que siempre perteneció.

—¿Qué obtengo de eso? Además, por supuesto, que esas piernas…

Ruan sonrió y respondió:

—Lo que tú quieras. Eres mi guitarra, Rogelio. Eres un conductor de magia. A tu lado, soy más fuerte. Además, estás fuera de la norma de los de tu especie. Eres diferente. Aquí —dijo Ruan, apoyando su dedo índice en la frente del médico—. Tu cabeza es diferente, y lo sabes. Ves cosas que otros humanos no ven, pero luchas con esas cosas porque no puedes explicarlas racionalmente. Por lo tanto, no me importa si harás tu magia usando la ciencia, o si decides derribar todas las barreras que te impiden expandir la energía que sabes que existe, nada de eso me importa. Apenas hazlo. Juntos, somos invencibles.

—¿Invencibles para qué? ¿Cuáles son exactamente tus planes?

Ruan sonrió, extendió ambas manos frente al médico y apareció una esfera azul sobre las palmas extendidas. Los ojos de Rogelio se iluminaron.

Brillaban como no lo habían hecho en años.

Brillaban como no lo habían hecho desde que vio a Manuela acostada en la UCI del hospital y la certeza de que tenía el poder y el conocimiento para traerla de vuelta lo invadió.

Brillaban como no lo habían hecho desde que descubrió que podía viajar entre mundos.

Brillaban como nunca.

Él quería eso.

Él había nacido para eso.

Él era eso.

Sintió la necesidad de llevar a cabo los planes de Ruan; llegó a saborear ese universo exhibido por él, transformado para tenerlo como un señor, un universo cuyo eje central sería él.

Rogelio, el sol.

Le gustaba.

Ruan sonrió con la sonrisa de los campeones y preguntó:

—¿Estás conmigo?

Los ojos de Rogelio aún brillaban, reflejaban el azul del globo, reflejaban su deseo de ser el sol, un sol azul, un sol único. Su propia versión del sol.

Al escuchar la pregunta de Ruan, apartó los ojos del globo.

Sonrió la sonrisa de los idiotas.

La sonrisa que había querido querer sonreír a sus piernas rehechas.

Finalmente sentía algo dentro de sí.

De sus labios idiotas y abiertos, llegó la respuesta.

—No.

 

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En la casa de Solymar, Marysol pisoteaba el piso con una clara señal de impaciencia, como si la chica que yacía en el suelo pudiera volver de su patatús, así como así. Cuando Solymar abrió los ojos, parpadeó dos veces; y Marysol despidió:

—Esa cosa que haces de caerte dormida de la nada… ¿Repetirás? Si sí, tráeme una lima de uñas. Me quema los cuernos esperarte.

—Mi virgencita… ¿qué hiciste con mi virgencita?

—¿Virgen? ¿En serio? Vosotros los humanos tenéis unas ideas…

—¡Tráela de vuelta!

—Si rehago tu diosa de porcelana, ¿me escuchas en silencio?

—Sí.

—¿Sin dormirte?

—No he dormido, yo…

—Poco se me da lo que haces, solo necesito que no repitas.

—Voy a intentarlo.

Con un segundo chasquido de los dedos, la estatuilla de la Virgen de Guadalupe se rehízo y, con un tercero, las velas ante ella se encendieron. Solymar le dio la espalda a Marysol, fue al mini altar, besó los dedos índice y medio de su mano, luego los colocó en la frente de la santa. Con una última mirada cariñosa al altar, se volvió y miró a su doble.

—Te necesito, Sol —dijo la Bandolera—. Ruan es un mago muy poderoso y no dudará en usarte contra mí, para debilitarme. No te dejes engañar pensando que él te ama. Si él necesitar lastimarte…

—¡No hables así de Ruan! Nunca tendría el coraje… él me ha salvado.

—¿Es eso lo que piensas?

—No lo pensó. Lo vi.

—Viste lo que él quería que vieras. Pero sabes la verdad, está dentro de ti, en tu inconsciente, en algún lugar. ¡Búscala!

Una mancha roja pasó ante los ojos de Solymar y ella recordó al Maldito en la puerta del bar mirando a alguien como él.

—Era igual que él… —se susurró a sí misma, casi como si hubiera olvidado que otra versión de ella la estaba mirando.

—¿De quién hablas?

—Pensé que era un gemelo, pero luego… no recuerdo nada más. Solo recuerdo volver a casa… y sus ojos… sus ojos… rojos.

—¡¿Ves?! Tú te acuerdas. Sabes que no te estoy mintiendo. Él es como yo. Venimos del mismo lugar.

—No…

—¿Dijiste que había otro Ruan?

—En el bar. Eran iguales, pero uno estaba en una silla de ruedas.

Marysol no necesitaba escuchar más. Sabía que se trataba de Rogelio, y sabía que Ruan podía hacerlo caminar de nuevo.

Se dio cuenta de que tener a Solymar a su lado ya no era una opción.

Era fundamental.

—Era su doble —explicó la Bandolera.

—¿Doble?

—Como tú y yo.

Con los ojos bien abiertos y la boca floja, Solymar parecía una niña abandonada. Estaba buscando en todas partes tratando de encontrar una mano a la que agarrarse, alguien que la pudiera levantar y decirle que todo aquello era un mal sueño y que pasaría.

—Ruan no es buena gente… es decir… él ni siquiera es gente —comenzó Marysol—. Mató a mi hermana embarazada. Quiere matarme.

—Una mujer embarazada? —Solymar no lo podía creer—. ¿Por qué?

—Porque ella interrumpió sus planes y porque él es malo.

—Y ¿qué quieres tú con él?

—No te mentiré a ti. Aún no sé. Todavía no he decidido.

—Entonces quizás quieras matarlo también…

—Para serte totalmente honesta… puede que sí.

—¡Salte de mi casa!

—Solymar, espera, déjame hablar.

—No.

 

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Bajo el mismo cielo, casi al mismo tiempo, dos poderosos daemons escucharon a dos diferentes nos de dos corrientes humanos.

Uno de ellos se quedó indignado.

El otro bajó la cabeza y se fue, dejando su copia humana confundida y perdida.

El indignado, por supuesto, fue Ruan.

Sus ojos brillaron rojos y furiosos y hubo un fuerte crujido que resonó en las paredes de la habitación donde estaban parados, y el médico se derrumbó en el suelo sin sentir sus piernas.

Desde arriba, Ruan miró con desprecio la versión triste de sí mismo, pisó el antebrazo del médico y dijo:

—Tu suerte, doctorcito, es que un daemon nunca derrama su propia sangre—. El Maldito aumentó la presión sobre la pierna que aplastaba el antebrazo del médico, y Rogelio sintió que se le rompían los huesos—. Pero hay todavía un par de cosas que puedo hacer contigo sin extraerte una gota de sangre.

Rogelio gritó, trató de sacar su brazo, pero Ruan puso aún más fuerza en su pierna, hasta que él mismo lo sintió que le dolía el brazo. Entendió que, lastimándole a su doble, se lastimaría a sí mismo y se quitó el pie.

—¿Por qué te detuviste, daemon? —preguntó Rogelio, entendiendo lo que había sucedido—. ¿No te aguantas un dolorcito?

Ruan ordenó que se abriera la puerta y dijo, antes de teletransportarse a un destino cualquiera:

—¡Arrástrate de aquí!

 

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Marysol salió de la casa de Solymar, pero no se alejó. Sondeó al otro lado de la calle. Sabía que la chica no podía alejarse de Ruan, que le era leal, así que esperó.

No sabía qué haría cuando estuviera cara a cara con el Maldito.

No sabía ni siquiera si había estado al acecho porque quería ver al Maldito o porque quería redescubrir a Rogelio y saber si él había cambiado de bando.

No podía dejar de pensar que Rogelio y Ruan habían estado cara a cara; no podía evitar preguntarse qué les habría pasado a ellos cuando se conocieron; no podía evitar imaginar que Ruan había convencido al médico para que luchara a su lado y que Marysol, una vez más, estaría sola peleando esa guerra.

Cuando Solymar salió de la casa, la Bandolera la siguió.

Solymar parecía sin rumbo. De hecho, lo estaba. Su destino estaba claro en mente, pero la confusión y las lágrimas nublaban su comprensión y su resolución. Ninguna de las dos sabía lo que estaba haciendo hasta que Solymar se acercó a la casa de Ruan y lo vio tirado en la acera, gateando.

—Ruan, Ruan, ¿qué pasó?

El hombre levantó la vista, observó la versión humana de Marysol y dijo:

—Eres tan guapa como ella.

Solymar observó al hombre caído. No era Ruan. Su expresión era más suave, casi reconfortante, y su pelo estaba más corto.

—Tú no eres Ruan…

—No, pero fue él quien me hizo esto.

—¿Por qué?

—Porque es el diablo. Si quieres un consejo, aléjate de él.

Solymar se sentó en la acera, puso una mano en la espalda del médico y cayó la mirada por un momento, hasta que el médico preguntó.

—¿Tienes un móvil?

Antes de que Solymar pudiera responder, Marysol se acercó a los dos.

—¿Tú estás bien?

—Sobreviviré —respondió el médico—. ¿Puedes sacarme de aquí?

La Bandolera ajustó la guitarra sobre su hombro izquierdo, levantó al doctor del suelo y lo tiró, torpemente, sobre su hombro derecho. Lanzó una mirada de reproche a la doble que todavía estaba sentada a un lado de la carretera y dijo:

—Lo hizo con su propio doble, que es parte de sí mismo. ¿De verdad crees que no te hará daño?

Sin esperar la respuesta de Solymar, usó a Ruan como conductor mágico para teletransportarse.

Solymar se quedó allí, aturdida, boquiabierta y sin darse cuenta de que su vida nunca volvería a ser la misma.