A pesar de que la vida doméstica no estaba hecha para Tico, él no podía negar que había cierta comodidad en tener una casa, un hogar, un horario. Lo hacía apreciar cosas que nunca antes había disfrutado, como los fines de semana, por ejemplo.
Ese domingo fue uno de esos días que el niño había aprendido a apreciar. Estaba luminoso, el cielo estaba azul, y él miró por la ventana, feliz y creyendo que podía disfrutar del tan esperado descanso después de una semana entera de clase.
Era domingo, y Tico estaba dispuesto a jugar fútbol con sus nuevos… ¿amigos? No. Tico todavía no los reconocía de esa manera. Eran colegas. Jóvenes que vivían cerca de su nuevo hogar, estudiaban en su nueva escuela, chicos que había conocido en su nueva calle. Todavía no podía llamarlos amigos.
No es que un niño de doce años piense eso, pero Tico era diferente. Su interior estaba diferente. No pensaba esas cosas, pero las sentía. Sentía dentro de sí mismo que, incluso en ese nuevo lugar, esa era su antigua vida, y su antigua vida nunca había parecido ser correcta, no parecía ser la suya.
De todos modos, esos nuevos chicos eran lo que se llama buenas personas. No eran traficantes de drogas. Sonrió al sol y fue hacia la puerta, pero su padrastro lo detuvo.
Los domingos eran importantes para el hombre: «día de reverenciar al Señor», decía. Entonces, ese domingo soleado que había comenzado lleno de promesas terminó convirtiéndose en una sesión de tortura en la que Tico se quedó sentado en un banco incómodo, apretado entre su madre y un hombre gordo que estaba sentado con las piernas abiertas, escuchando cosas que una voz ronca y estridente gritaba al micrófono y que no tenían sentido para él.
¿Por qué gritar si tiene un micrófono?, se preguntó el niño. Todo aquello espectáculo lo dejaba enojado.
Miró a la puerta de salida con ojos largos, pero la mirada vigilante de su padrastro no lo abandonaba. Al final del servicio, soportó pacientemente los saludos de aquellos extraños que asistieron a la iglesia y que parecían gustarle tanto a su padrastro. Cuando, afuera, sintió el sol brillando en su rostro, le dio una mirada compasiva a su madre, quien le permitió tener el resto del día mientras prometiera comportarse.
Mientras el niño redescubría el placer de la libertad, Marysol estaba encarcelada y feliz. No quería salir de la prisión que eran los brazos de Rogelio. Intentó disimularlo para Danielle, trató de ser la dura que había sido en su propio mundo, pero cuando estaba con el médico, no podía evitarlo. Tampoco se reconocía a sí misma. Le gustaba el calor, el olor, la sensación de su piel contra la de él.
Esa mañana, mirando su mano entrelazada con la suya, pensó absurdo que un gesto tan simple como sostener una mano pudiera hacer que su existencia tuviera tanto sentido. De repente, entendió todas las leyendas que había leído sobre los humanos.
Ella entendía lo peligrosos que somos, pero en ese momento, en su mente, era un peligro… bueno. A ella le gustaba ese peligro. Era la amenaza constante de perder lo que la completaba; era el riesgo de no poder contener el corazón en el pecho porque latía sin control. Era esa cosa que no entendía, pero le gustaba y quería más, y más, y siempre más.
Cerró los ojos, recordó a Ruan y lo que tendría que hacer, y visualizó su futuro sin esa mano entrelazada. El pecho de la Bandolera se quedó hueco, como si, ante ella, el futuro se mostrara vacío.
—¿Qué estás pensando? —preguntó Rogelio.
—En Diana…
—¿Por qué?
—Porque verla muerta fue lo peor que me ha pasado. Yo tampoco quiero verte así.
Con dificultad, Rogelio se hizo a un lado en la cama: necesitaba mirar a Marysol, sabía que esta conversación no terminaría bien para él.
—¿Qué quieres decirme, Mary?
—Sé que quieres estar conmigo en el momento del duelo, pero no puedes.
—Tú misma dijiste que él no puede hacerme daño, que nunca derramaría su propia sangre.
—No quiero decirte adiós. No quiero despedirme de alguien importante.
—No necesitamos despedirnos. ¿Qué tiene de malo vivir entre humanos?
—No te preocupes. Antes de irme, voy a devolverte las piernas.
—¿Crees que eso es lo que me preocupa? —preguntó, exasperado.
—Te lo prometí, y cumplo mis promesas.
—Mary, yo te amo, y esta es la primera vez para mí, así que…
—¿Tú qué?
El doctor sonrió, puso una mano llena de ternura en la cara de la Bandolera y repitió:
—Te amo.
—¿Qué es eso?
Solo entonces comprendió que su pregunta no había sido formulada porque ella no creía en su declaración; se había hecho porque ella no entendía lo que era el amor. Fue entonces cuando se dio cuenta de que él tampoco sabía la respuesta a esa pregunta.
«Te amo».
Es simple.
Todos saben lo qué «te amo» significa.
Ella no sabía.
Y al tratar de explicar algo tan simple, algo cuya explicación todos sabían, el médico se dio cuenta de que no tenía la respuesta, no tenía una explicación. Él tampoco lo sabía.
¿Alguien, cualquiera, alguna vez hizo esa pregunta?
Al fin y al cabo, ¿qué significa «te amo»?
—No sé —dijo al fin.
—¿Tú no sabes?
—No.
Rogelio dejó caer su cuerpo sobre el colchón y se echó a reír.
Se rió a carcajadas.
Se rió histéricamente.
Se reía como se ríen las hienas: para comunicar su papel en la relación, en la cadena biológica.
Se rió como se ríen los locos: una risa de libertad, la libertad de los ignorantes, la libertad de aquellos que no necesitan ser responsables de sus acciones.
Se rió porque, por fin, había encontrado una pregunta para la que no tenía respuesta, y ello era definitiva, intensa y catárticamente conveniente.
Descubrió que le gustaba no saberlo.
—Yo. No. Lo. Sé —repitió, saboreando cada palabra entre sorbos de aire mientras se reía—. Siempre he pensado que lo sabía todo, pero ¿eso? Ah, eso no lo sé.
Marysol miró al doctor sin comprenderlo. Cuando Rogelio se calmó y la risa histérica se detuvo, ella hizo la pregunta:
—No sabes lo que es, pero sí es algo bueno, ¿verdad?
La sonrisa que aún mostraba en su rostro desapareció de repente, y sus mejillas se marchitaron, cayeron, se pusieron tristes, a pesar de que sus ojos oscuros aún brillaban.
—No —respondió, recordándose de que Marysol se iría—. Esto es aterrador.
En la tierra de los sentimientos inexplicables, Tico también estaba. Pero el sentimiento desconocido para él no era el amor; no. Lo que Tico ansiaba conocer era una cosita llamada felicidad.
¿Alguien les ha preguntado alguna vez qué significa ser feliz?
¡Ah! Creo que esta es otra de esas preguntas que creemos conocer la respuesta, pero que cuando nos detenemos a pensar…
Pero en ese día, al borde del mar, con los pies descalzos hundidos en la arena, lejos de su entrometido padrastro, libre de los lazos por primera vez en muchos días interminables, Tico casi se sentía feliz. Había algo diferente en el aire. Como si algo maravilloso lo estuviera esperando. No podía, sabía o pensaba explicar esa sensación, pero era como si el sol le acariciase la piel. El viento frío suavizaba el poder de los rayos, y hacía que cerrara los ojos, tratando de sentir cosas que siempre le habían parecido imposibles.
Se sentía como un intruso en nuestro mundo, a menudo se preguntaba si realmente era una persona. Las otras personas no lo miraban como si fuera gente, lo miraban como si fuera una parte del paisaje, pero no una parte hermosa. Tico no era ese tipo de paisaje frente al cual la gente se detiene, sonríe y toma fotos. No. Tico era el grafiti lleno de palabrotas, era el sillón roto tirado en el borde de la acera, era la casa de ventanas destrozadas.
La gente lo miraba y luego miraba hacia otro lado.
Intruso.
Piedra de tropiezo.
Escoria.
Basura.
Había nascido un nada y un nada moriría.
Solo comenzó a sentirse parte de algo, solo pensó que podría hacer la diferencia, cuando conoció a Marysol. Ella no se desviaba de él.
Marysol.
La demonia camarada.
Triste como él.
Rebelde como él.
—¡Poderosa como tú! —dijo una voz desconocida para el niño. En un acto reflexivo, él se apartó del sonido y buscó al dueño de la voz—. ¿Te he asustado, brothercito?
Tico miró al hombre. Era alto, joven, con cabello rubio y rizado que llegaba a los hombros bien diseñados, tenía la piel de un bronceado perfecto tan bien cuidada que brillaba. El chico nunca había visto a alguien tan hermoso de cerca. Era perfecto en cada detalle de su cuerpo y rostro, cuya sonrisa mostraba dientes blancos como los de Marysol, con la diferencia de que la Bandolera casi nunca sonreía, al paso que hombre tenía una sonrisa tan contagiosa que terminó por hacer que Tico sonriera también.
—Sí… pero no… ¡no pasa nada! —respondió el chico.
—Debes preguntarte cómo supe lo que estabas pensando…
Al dejar su momento de contemplación, cuando estaba tratando de comprender cómo era posible existir físicamente una persona tan perfecta, Tico finalmente prestó atención a lo que estaba sucediendo.
—Sí… ¿cómo lo supiste? —Una luz de comprensión cayó sobre el chico, y él preguntó—: Eres uno de ellos, ¿verdad? ¿De la tierra de Marysol?
El otro se rió de buena gana. No es que se estuviera riendo del chico, sino de esa reacción inocente, esa espontaneidad y sinceridad de que siempre había disfrutado tanto.
—Cuando llegué aquí, me pusieron en un pedestal… como si fuera un santo, ¿ya ves? Entonces… cuando conocí a la gente, sentí que necesitaba ayudar. Y una de las frases que logré meter en la mente de muchos es que el ser humano debe, sobre todo, conocerse a sí mismo.
—Eres uno de ellos, ¡guau! —Tico se inclinó hacia el otro, quien sacudió la cabeza sonriendo, haciendo que los rizos dorados se revoloteasen.
—Yo fui uno de ellos. Hoy, me he convertido en algo que va más allá, pero lo importante es que, finalmente, estoy aquí contigo y puedo ayudarte a conocerte a ti mismo. ¡Necesitas, hermanito! No tuvieron el valor de decírtelo.
—¡Yo sabía! —casi gritó, irritado y con cierto triunfo—. Marysol y la inspectora, ¿verdad? Ellas me están ocultando algo.
—Están confundidas y no quieren liarte. No seas tan duro ellas. —Señaló hacia Tico, de forma casi infantil, lo que hizo que el niño sonriera y se desarmara.
—¿Quieres decir que les gusto a ellas?
—Les gusta, y por eso quieren protegerte. Solo que creo que la verdad es la única forma de ayudar a alguien. La verdad te libera. A veces duele, duele mucho, pero al final es liberadora.
—¿Y qué verdad es esta que quieres decirme? Está muy fea o ¿qué?
—No está fea. Todo lo que implica tu origen, bro, no está nada feo… ahora, no te voy a mentir… está triste y te va a hacer sufrir. Pero yo pienso que es llegada la hora de que sepas quién eres, de dónde vienes y así puedas elegir tu camino. Al igual que, hace mucho tiempo y en otro mundo, yo elegí el mío.
Sin saber que Tico estaba a punto de descubrir toda la verdad sobre su origen, Marysol intentó, en vano, entrar en acuerdo con Rogelio.
No entendía de qué se trataba el amor que hacía que el médico quisiera estar con ella en un momento en que no podía hacer nada efectivo para ayudarla; y el médico no entendía qué era el miedo a perder a alguien importante que casi paralizaba a la Bandolera.
Cuando pensaba que Rogelio podría tener el mismo destino que Diana, ella se aterrorizaba. Por supuesto, ella sabía que Ruan no lastimaría a su doble, pero sería una lucha y podrían ocurrir accidentes. Finalmente, se resignaron a no llegar a un acuerdo y salieron de la cama.
—Mary, no hay nada que puedas decirme que me mantenga alejado de ti en un momento tan importante. Te ayudaré, incluso si, para eso, necesite cortarme las muñecas para debilitar aún más a ese bastardo durante la pelea.
La Bandolera se agachó frente a la silla de ruedas y miró a Rogelio. Apoyó ambos brazos sobre sus piernas que no podían sentir y tal vez, por ese segundo, pudo entender de qué se trataba el amor. Podía verlo dentro de los ojos del hombre.
—‘Tá bueno…
—¿Cuándo será?
—Mañana empezaré.
—¿Empezar? He pensado que se trataba de un duelo. Medio día. Sol en la cabeza. Disparo en la frente. Terminado.
—Sí. Pero hay algo que debo hacer primero.
—¿Qué?
—No te preocupes, te encantará.
En la playa, acomodado en la arena, porque esa sería una larga conversación, el macho rubio se presentó a Tico como Febo.
—Suena como nombre de jabón —dijo el chico.
—Es solo uno de mis nombres.
—¿Cuáles son los otros?
—No importan ahora.
—¡Hey! ¡Tira el disco! —pidió una voz femenina a unos metros de distancia.
Febo abrió su mochila y tomó un frisbee dorado que arrojó hacia la dueña de la voz. Ella lo recogió con entusiasmo y corrió hacia sus amigas. Tico las contó: había nueve. Todas muy bellas y alegres.
—Vinieron conmigo —dijo Febo—. ¡Son grandiosas! Son como mis hermanas menores. Inspiradoras, ¿no es así?
—Son… hermosas —respondió el niño, sin dejar de mirar a las chicas.
—Hacen la vida humana más interesante y bella. Pero, vamos a hablar de ti… empecemos por el embarazo. El niño hecho por dos hembras, el niño hecho por dos iguales… el niño demasiado especial.
La cabeza de Tico se llenó de preguntas antes de que la historia comenzara. «¿El niño hecho por dos hembras?», se preguntó mientras Febo contaba su historia, pero se guardó sus preguntas mientras escuchaba.
Febo tenía muchos atributos, como ser el director de todas las artes, excepto que tenía preferencia por la música y mostró su tatuaje en la espalda, una lira, un científico, un médico y un deportista. Como científico, cuando llegó a descifrar el secreto de la vida sobre la muerte, terminó irritando al que sostenía las tijeras que cortaban el hilo de la vida y, por lo tanto, abandonó su mundo y renació en la realidad humana como un ser de pura luz.
Sin embargo, nunca logró desconectarse de su propio mundo. Y, mientras se movía libremente entre los multiversos, comenzó a seguir, de cerca, a la Bandolera. No fue una decisión al azar, Febo se unió a la Bandolera después de que ella robó la guitarra. Un instrumento mágico tan poderoso robado por una criatura contraria a la magia… bueno… él sabía que algo muy interesante saldría de ese arreglo. No sabía si sería algo bueno o malo, no interferiría, pero sintió la necesidad de observar. Era muy curioso.
Por lo tanto, siguió de cerca todo el exterminio de la banda de Marysol e, incluso ante su resolución de no interferir, cuando vio que una criatura tan especial como Tico podría no existir, no pudo contenerse. Ante la matanza, frente a esa valiente mujer embarazada, y ante la posibilidad de salvar a una vida tan especial, Febo no dudó. Tuvo que intervenir. Se sintió obligado. La naturaleza de ese feto de luz, una luz que se extinguía ante sus ojos, era más fuerte que su imparcialidad.
Con la ayuda de uno de sus hermanos, Febo guio esa vida a una posibilidad de supervivencia. Primero, llevándola a la adolescente e irresponsable Danielle, pero la imprudencia de la chava la hizo poner en peligro la vida de esa alma daemon, y Febo se dio cuenta de que no sería una buena idea; entonces el hermano de Febo, que conocía todos los registros de vida y muerte del multiverso, encontró otra solución. No era tan buena como Danielle, quien era el doble perfecto de Diana, pero sí era viable.
Al escuchar toda la historia, Tico se quedó sin palabras. De hecho, Tico casi no tenía sus sentidos. Estaba anestesiado. Se dio cuenta de que las chicas que habían estado jugando frisbee se sentaron a su alrededor y lo miraban complacientes. Tranquilas. Al igual que Febo, que ahora le estaba dando tiempo al niño para entenderlo todo.
—¡Hostia! —dijo Tico al fin—. ¿Me estás diciendo que fui hecho por dos mujeres? —La respiración del niño estaba rápida, y su mirada ansiosa y asustada se encontró con los ojos color miel de Febo.
—Mujeres, no; hembras daemon —respondió Febo, y su mirada se desvió momentáneamente a alguien que había llegado y ya estaba entrometiéndose en la conversación.
—¿Qué tiene de malo? Nuestra hermana no tenía una madre, solo un padre —dijo un joven muy similar a Febo, pero con el cabello castaño claro. Llevaba una tabla debajo del brazo y la metió expertamente en la arena.
Tico notó el tatuaje de alas tribales en sus tobillos. El joven estaba parado junto a la tabla, sonriendo, mientras esperaba quién sabe qué, quizás una respuesta de Tico. Su sonrisa era algo sarcástica, pero no estaba mala. Tenía una manera, pensó Tico, de ser un gran chistoso con quien nadie podría molestarse.
—¿Cuántos hermanos tienes? —Tico le preguntó a Febo, quien cuestionó a su hermano con los ojos. El chistoso respondió, pretendiendo calcular cuidadosamente.
—Sí, bueno… a ver… somos, en total… ¡muchos hermanos! Febo tiene una gemela, ¿sabes? Ella adora a su casimadre, la inspectora.
—Verdad.
Tico se rió y preguntó:
—¿Y cuál es tu nombre?
—Me dicen Mensajero, pues es eso básicamente lo que hago… soy un guía turístico también, pero un mensajero es más simple, así que… —Se encogió de hombros y Febo puso los ojos en blanco.
—Mano, prefiero cuando te llaman Buen Compañero, pero volvamos a lo importante. —Tico lo miraba fijamente. El chico dejó que su sonrisa muriera un poco. Sin que Febo tuviera que preguntar, Tico sabía que tenía que tomar una decisión. Si no había entendido muchas cosas sobre esa historia, al menos una estaba clara: sería su decisión—. Entonces, brothercito, ¿qué pasará? ¿Continuarás tu vida aquí, como el humano que nunca debiste ser, o buscarás tus raíces, conocerás a tu gente, recuperarás tu poder?
Creo que todos saben que la respuesta de Tico no podría ser otra que la obvia. Él sabía que no estaba en su lugar, sabía, dentro de sí mismo, que la vida que vivía no era la suya. Ante la posibilidad de ser verdaderamente libre, el chico acordó buscar sus orígenes. Esta decisión inició una larga conversación en la que Febo le dio instrucciones y le explicó todo lo que necesitaba saber. Tico ansiosamente absorbió cada información.
Estaban en el apogeo de su conversación cuando escucharon el claxon de un descapotable rosa. El Buen Compañero sonrió, y las nueve jóvenes sacudieron la cabeza, sonriendo también. Febo enarcó una ceja, y Tico prestó atención a la criatura que les saludaba desde el interior del coche. Era la criatura más impresionante que Tico ya había visto. Eufóricamente, saludaba con una mano mientras sostenía su sombrero de playa de ala ancha con la otra; sus ojos estaban ocultos por gafas de sol con montura blanca; y estaba adornada con aretes, pulseras y cordones de oro, pero un oro cuyo tono recordaba más al cobre.
Yo misma, cuando vi a esa mujer a través de lo que se me mostró al acceder a los recuerdos de Tico, me quedé impresionada por lo que vi. Ella podría ser la versión femenina de Febo, y ¡guau! era la más pura encarnación de la belleza.
—¿Quién es esta? —preguntó Tico.
—Esta es nuestra hermana. Una de ellas —respondió Febo, y le dio a su hermano una mirada de soslayo—. Se la advertiste, ¿verdad?
El mensajero asintió con la cabeza.
—¿Tu gemela? —preguntó Tico.
—Ah, nooooo… ¡Es Cýpris! ¡Ella y la otra son muy diferentes! Una es una flor; la otra, espinas.
Cýpris se arrodilló en el asiento del automóvil, no tenía intención de salir de allí, pero era obvio que quería que fueran con ella. Como los hermanos y las chicas no se movieron, ella gritó con una voz tan suave como una canción de sirena.
—¿Creías que no me iba a averiguarlo? ¡Ven aquí, chico lindo! —Señaló hacia Tico, quien al escuchar al «lindo» señaló su propio pecho delgado como si le preguntara si era con él que ella hablaba—. Por supuesto que eres tú, ¡ven aquí! ¡Súbete! —Hizo un gesto, mostrando el auto con las manos—. Hace falta enseñarte algunas cositas muy importantes —concluyó, mirando con el ceño fruncido a los hermanos.
Tico lanzó una última mirada dudosa hacia Febo, quien asintió, por lo que el niño caminó lentamente hacia el descapotable. Tímido, él se sentó en el asiento del pasajero mientras ella sonreía. Parecía emocionada y, sin previo aviso, besó la mejilla del niño, lo que hizo que su corazón adolescente se acelerara.
—Bebé, finalmente ha llegado el momento. ¡No puedo soportar tanto sufrimiento! Se dependiera de mí, borraría todo lo malo que te ha pasado. —Puso ambas manos al volante—. Pero hay reglas, así que las seguiré. Necesito enseñarte sobre ciertos sentimientos. ¡Vámonos!
Mientras Cýpris conducía a gran velocidad por las calles de Río de Janeiro, en la emisora de Ruan, Solymar luchaba contra sus celos. Desde la conversación con la Bandolera, las escenas de celos y peleas se habían vuelto frecuentes entre la pareja. Descubrir que, para Ruan, no era más que una copia de la otra, había destrozado algo dentro de Solymar, pero ella no tenía fuerzas ni voluntad para terminar esa relación.
Le faltaba el coraje que sobraba a su doble.
A Solymar no le gustaba ver a Cindy, la nueva estrella de la emisora, lamiendo los cojones de Ruan; sin mencionar a esa mujer alta llamada Charlene Dayane. A Ruan, por su parte, le encantaba todo. Amaba la atención, amaba la adoración. No pasaba nada más, era solo el placer de ser idolatrado, pero Solymar veía a dos hermosas mujeres que perseguían a su novio.
Entonces, ese domingo, ella salió de su casa, furiosa. Era domingo: Ruan no tenía nada qué trabajar. Solymar fue a la emisora para rescatar a su hombre de las manos codiciosas de esas zorras. Cuando abrió la puerta del despacho de su novio, atrapó a él y a Ariana en medio de un abrazo.
Sin saber qué decir, Solymar gritó, cerró la puerta y salió, rabiosa, por los pasillos de la emisora.
Ruan era un daemon.
Y un poderoso mago.
Pero cualquier hombre lo sabe —incluso si él es el todopoderoso del universo—, qué si su mujer lo cacha en los brazos de otra, él sí se tiene que ir tras de ella.
—Sol, ¡espera!
—¿Esperar qué? ¡Ya no aguanto más, Ruan! Pasas todo el tiempo aquí en esta emisora. Siempre hay trabajo… trabajo… trabajo… ¿Qué tanto trabajo es este que solo tú puedes hacer? ¿Y qué tipo de trabajo es este, que siempre tiene una zorra colgada a tu cuello?
Siendo libre, Ruan no tenía mucha paciencia para ese tipo de actuación, pero necesitaba a Sol y, aparentemente, la exclusividad era algo que les gustaba a las mujeres humanas. Cerró los ojos para evitar que se le escapara cualquier desprevenido brillo púrpura, controló sus instintos y se acercó a la joven.
—Sol, mi chula…
—¿Qué? ¿Me vas a decir que esto no es lo que estoy pensando?
—No sé lo que estás pensando, pero lo que viste fue solo un abrazo de hermanos.
—¿Hermanos? ¡¿Hermanos?! ¿En serio, Ruan, que me vas a venir con esto?
—Solo le estaba agradeciendo por el buen trabajo que ha hecho hacia Cindy y Charlene.
—¡Por supuesto! Siempre ellas, esas, esas…
—Solymar, ¡no te pongas así! Cindy es nuestra presentadora estrella, el público la ama.
—Y ella se aprovecha, ¿verdad? Veo muy bien cómo se está siempre se rozando en ti.
—Es que ella es así, cariño. Aún no ha aprendido a comportarse como una dama, pero Ariana…
—Ni me hables. ¡No quiero saber! Todos los días me despierto sabiendo que me dejarás. Todos. Los. Días. Simplemente no sé si te perderé para una de esas mujerzuelas, o si te vas a volver a Marysol. —Cuando recordó a su rival, tan igual a ella, pero tan diferente, tan poderosa, tan consciente de sí misma, Solymar dejó que su ira se convirtiera en dolor y se lanzó a un llanto sincero—. ¿Qué tiene ella que no tenga yo, Ruan? ¿Qué?
El Maldito se acercó a Solymar, la abrazó simulando afecto y le dio un delicado beso en el pelo.
Entendió que no tenía estructura para esa relación. Solymar estaba demostrando ser un retraso y, además de su deseo de tener una copia perfecta de Marysol, ya no veía, en ese momento, razones para quedarse con la joven. Trató de rescatar las razones que lo habían hecho elegir mantenerla a su lado, pero en ese momento, nada tenía sentido. Si iba a pasar todo el tiempo cuestionando cada uno de sus actos, ya no era la dulce y complaciente versión de Marysol, era solo una Marysol histriónica y celosa que había convertido su vida en un tormento.
Además, sin la doble para darle fuerza, Marysol podría ser derrotada más fácilmente en la pelea que, Ruan sabía, estaba cerca. Muy cerca.
Disfrazando un gesto cariñoso, el Maldito puso ambas manos alrededor del cuello de Solymar.
Era hora de terminarlo todo.
Era hora de volver a ser libre.
Afuera de la emisora, la apresurada Cýpris estacionó su descapotable rosa y miró a Tico. Ella sabía lo que tenía que hacer: ayudar a Tico a hacer la transición. Su misión era darle al niño el equilibrio que necesitaba para evitar que se volviera loco. Sí… loco… Creo que esa palabra es apropiada. Tico sí era un daemon, pero había sido creado entre humanos. Las cosas que aún le serían reveladas causarían que sus sentimientos fluctuaran entre extremos, y necesitaría ayuda.
—Tico, Febo tiene otra muy buena frase además de la «Conócete a ti mismo». Él dice, a veces: «Nada en exceso». —Cýpris se echó a reír—. A veces me pongo en desacuerdo con ese decir. Pienso que el amor, por ejemplo, nunca es demasiado, ¿no te parece?
—Creo que sí.
—Sí… pero, en cierto modo, tiene razón, porque el amor puro es una cosa, pero generalmente viene con una especie de combo, y es esta mezcla la que arruínalo todo, ¿ya ves?
—No.
—A ver. El amor puro es la felicidad. Simple. Cuando entran otros sentimientos y sensaciones, ellos pueden agregar vida y brillo o pueden terminar con el amor. Te mostraré en la práctica ahora. Solo contrólate, porque vas a ver un ser que te ha hecho muy mal… y vas a conocer a otro que se te va a liar ese corazoncito ya tan castigado.
Salió del auto, cerró la puerta de golpe y miró al niño como si preguntara: «¿Vienes o no?»
—No me dejarán entrar —dijo el niño, señalando el imponente edificio y sus guardias indiferentes.
—¿Quién lo dijo?
—¡Mírame! Yo creo que tú sí la dejen pasar, pero ¿yo…?
—Tranquilízate, baby, ya tengo todo planeado. O mejor… tenía. Había planeado que entráramos invisibles, pero como eres tan creativo…
— Así que ¿seremos invisibles? ¿Puedes hacerlo?
—Sí lo puedo. —Ella sonrió—. Pero gracias a tu formidable idea, no lo haré. A tu modo será más divertido.
—¿Mi modo? ¡Ni modo! Vayamos invisibles, por favor.
Cýpris lo ignoró y cambió su aspecto. La ropa de playa y el sombrero de ala ancha dieron paso a un traje elegante, en tono azul oscuro y tacones altos con punta puntiaguda. Parecía una ejecutiva.
—Me veo como mi hermana aburrida…
—¡Ni modo digo yo! —dijo una voz femenina suave, pero firme.
Tico se sorprendió cuando notó que había aparecido una segunda ejecutiva, sí, una ejecutiva auténtica, real, con una expresión dura y lista para destruir a los lobos de Wall Street. La virago miró a Tico, con una expresión neutral, y dijo:
—Mi nombre es… —Reflexionó entre los muchos nombres que tenía y eligió el más humano—. Glauce. Vine aquí para ver qué va a hacer la chistosita esta.
Cýpris no le prestó atención a Glauce y, queriendo divertirse, lanzó a Tico un encanto ilusorio, transformándolo en un adulto vestido como un ejecutivo, con credenciales para ingresar a la emisora.
Cuando el trío entró, no se pasó mucho tiempo antes de que encontrasen a Ruan y Solymar en ese disfraz de abrazo que precedía a la ejecución de la joven. Al principio, Ruan no prestó atención a esos tres en el corredor: solo eran ejecutivos. Pero no pasó mucho tiempo antes de que reconociera las auras no humanas.
Tampoco pasó mucho tiempo antes de que reconociera el aura de daemon en Tico bajo la ilusión creada por Cýpris.
—No es posible… —dijo, dejando caer sus brazos al lado de su propio cuerpo.
De un vistazo, Solymar notó el trío de ejecutivos en el corredor y se preguntó qué había allí que pudiera dejar a Ruan boquiabierto, pero recordó que había estado llorando, por lo que se volvió y se secó las lágrimas. Sin saber si había logrado presentarse, sonrió y le tendió la mano al ejecutivo alto y de piel oscura.
—Bienvenidos, ¿qué se les ofrece?
Tico observó la copia perfecta de Marysol caminar hacia él con la mano extendida y se quedó encantado. Era como mirar a una Bandolera que quería sostener entre los brazos y calmar. Se veía tan pequeña, tan desprotegida, tan diferente de la daemon.
—Sol, vete a casa. Hablaremos más tarde —dijo Ruan, antes de que Tico pudiera tomar la mano de la muchacha.
—No te preocupes, puedo recibir a estos señores.
—¡Vete, Sol!
—¡No le hables así! —intervino Tico, olvidándose los buenos modales que su apariencia debía imponer.
Ruan sonrió, se acercó lentamente y dijo:
—Y ¿qué vas a hacer, huerfanito?
—¿Que está pasando aquí? —preguntó Solymar.
—Vete. A. Casa —ordenó Ruan. Cuando Solymar respiró, dando la impresión de que diría algo, el Maldito permitió que sus ojos rojos brillaran a través de las luces artificiales del pasillo, y la joven se escapó, llorando de nuevo.
Tico lanzó una mirada compasiva hacia la versión desprotegida de la Bandolera y se volvió para seguirla, pero Glauce lo detuvo.
—¡Quédate! —dijo con voz firme.
Ruan dedicó su atención a ella. Sintió la energía de los antiguos maestros.
—¿Por qué interferís en un asunto que no es vuestro? —preguntó. No quiso ser irrespetuoso, solo tenía curiosidad.
—Nos quedamos en el mundo humano precisamente para alejarnos de los berrinches de los daemons. Pero entonces, vosotros dos vinisteis pensando que podéis romperlo todo… —comenzó Glauce.
—Pero este es un problema para los jueces —interrumpió Ruan.
—Ah, ¿sí, baby? —dijo Cýpris—. ¿Qué dijiste? ¿Me voy a la Tierra, destrozo todo por allá, y luego regreso a mi mundo porque soy el más grande, el mandamás?
—¿Y por qué no? —preguntó Ruan con una sonrisa.
—También dijimos que este mundo sería temporal para nosotros, pero aquí estamos. Todavía entre los humanos —dijo Glauce.
—Entonces no queréis que yo haga barro en vuestro patio de recreo —acusó Ruan.
—¡Piensa lo que quieras! Estamos aquí porque los humanos nos han cautivado. Han sido siglos y siglos de ofrendas y adoración…
—¿Por qué está presente el bastardo? ¿Elegisteis el lado de la perra?
—No tenemos un lado. Solo queremos que este mundo permanezca seguro e intacto. Pero este daemon inocente —dijo Glauce, señalando a Tico— necesita toda la información para poder elegir su bando.
Ruan sacudió la cabeza dos veces, torció la boca, miró la ilusión inventada para Tico de arriba abajo y dijo:
—¡Ven conmigo, aberración! —Dio la espalda y caminó hacia su despacho sin mirar atrás para asegurarse si Tico lo seguía.
—Ve con él —dijo Glauce.
—¿Qué le voy a decir a ese hijo de puta? —preguntó el chico enojado.
—Di lo que se te ocurra. Lo importante es que lo toques porque, cuando lo hagas, podrás leerlo y sabrás todo lo que le hizo a tu familia… lo que te hizo a ti. No en la forma en que él quiere decirte, no en la forma en que Febo te lo dijo, sino en la forma en que él la sintió, que él la pretendió, y ello te ayudará a elegir tu camino como daemon.
—Ya sé lo que hizo, me lo contó Marysol.
—Conoces la versión de Marysol, pero esa verdad es de ella; puede que encuentres una verdad tuya. Eso es todo, chavo, que debes perseguir: tu verdad.
Tico soltó un suspiro, dejó caer la cabeza frente a su pecho mientras miraba al suelo.
—Él me va a comer vivo.
—No va. Nosotras estamos aquí por ti. Somos dos maestras, y él sigue siendo un simple daemon.
Cýpris y Glauce observaron a Tico seguir, impasible, hacia el despacho de Ruan y esperaron a que se desarrollaran los acontecimientos hasta que el chico saliera. Ellas sabían que él no sería el mismo después de esa conversación.
Desearía poder decirles de qué hablaron los dos, quería poder decirles lo que Tico leyó en Ruan, pero no puedo.
Pero, de lo que sea que hayan hablado, lo que sea que haya descubierto Tico, yo sí sé que fue traumático.
Para los dos.
Y nunca ninguno de ellos me ha permitido acceder a los recuerdos de esa conversación.
Lo que puedo decirles es que, cuando Tico salió de la habitación, parecía ileso.
Y físicamente, lo estaba.
Sin alteraciones en el exterior.
Destrozado en su interior.
Cuando Tico llegó a casa, ya era el final del día, y su madre y su padrastro lo estaban esperando. Lorena estaba ansiosa y preocupada; el padrastro, furioso. Le había dado al niño un voto de confianza, y el niño no lo había respetado.
Tan pronto como Tico cruzó el umbral, el hombre tomó su cinturón, listo para enseñarle una lección al chico, listo para demostrar que un chamaco no le faltaría al respeto.
A Lorena no le gustó esa actitud, pero el Tico que había salido de la casa esa mañana no era el mismo Tico que se regresaba.
—Tico, ¿dónde estabas?
—Por ahí, amá. No hace falta tanto lío.
—Hicimos un trato, Tico, y tú lo rompiste —dijo el hombre, señalando hacia el niño con el brazo de cuya mano colgaba el cinturón doblado.
Sin mostrar miedo, Tico se acercó a su padrastro.
—Eres un buen hombre, pero yo no soy tu hijo. Guárdate este cinturón y cuida bien a tu mujer.
El hombre todavía trató de decir algo, pero tal vez haya sido la mirada decidida del adolescente, tal vez un miedo repentino frente a una fuerza que no conocía, tal vez una advertencia dada por los ángeles en los que creía, pero bajó el cinturón y bajó el tono de voz:
—Ve a tu cuarto.
Tico fue a su cuarto, donde siguió pensando en todas las cosas que, de repente, comenzaban a tener sentido.
Sabía que ya nada volvería a ser igual, y sabía que debería estar al lado de Marysol cuando esa pelea tuviera lugar. En cierto modo, él era una de las razones de esa pelea. Era su derecho estar con ella, era su deber y su mayor necesidad.
Se quedaría a su lado.
La animaría.
Volvería al mundo daemon con ella.