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CAPÍTULO 20

Retribuciones de las Némesis

 

La Bandolera despertó sabiendo lo que haría en ese día. Miró hacia el lado donde Rogelio dormía profundamente. Le había dado la noche perfecta antes de un duelo de vida y muerte. Después del amor, vendría la guerra: estaba perfecto… incluso poético.

Marysol sabía que Ruan estaba en la cima de sus poderes y que había logrado dominar las mentes más poderosas del país y de otras partes del mundo; mientras tanto, ella había estado inmersa en esa historia de amor humano y seguía reacia a sus propios poderes. Recordó la primera vez que desafió al Maldito; se prometió a sí misma que no lo dejaría escapar por segunda vez.

Solo uno permanecería de pie.

Ruan tenía otra ventaja contra ella: Solymar. Y la joven era todo lo que Marysol nunca había sido: una cobarde. Del mismo modo que Marysol prácticamente no se daba cuenta de la sensación de miedo, su doble era toda miedo.

Estaba frente al espejo en el dormitorio de Rogelio, cuando se dio cuenta de que él se había despertado y la estaba mirando en silencio. Ella lo miró por el espejo y él sintió el impacto de esa mirada llena de ira. Pero no era una ira dirigida a él. Cuando la Bandolera miró el reflejo de Rogelio, fue a Ruan que dirigió su odio. El espejo siempre muestra el otro lado, y el otro lado de Rogelio era el Maldito. Pero no tardó mucho en recordarse que el que estaba allí era el Bendito, así que se volvió, lo miró y sonrió.

—Por un rato, pensé que me iba a disparar —dijo él con buen humor.

—No te estaba mirando a ti… ya sabes.

—Mary… ¿Estás segura de que realmente necesitas enfrentarlo así? ¿Duelo a la antigua?

—A la antigua para ti. Para mí es actual y justo. —Tomó los revólveres y los puso en las fundas del cinturón de cuero—. Tiene que ser neutralizado, y no digo que tenga que hacerlo solo para mí y mi banda, sino también por mi mundo y el tuyo. Él destruye todo lo que toca, no deja piedra sin mover y tiene seguidores.

—¿Cuándo será?

—Primero, lo desafiaré con el hechizo High Noon, que nos dejará a los dos incapaces de usar magia uno contra el otro hasta que el duelo se termine. Lucharemos usando solo nuestras habilidades no mágicas. Soy muy buena en ello.

—Son las ocho de la mañana, todavía es temprano. Dijiste que estos duelos son siempre al mediodía.

—Los duelos sí, pero los desafíos ocurren horas antes.

—Y ¿si él se niega?

—No tiene esa opción. El libre albedrío no se ajusta a este hechizo, el libre albedrío es demasiado humano. Solo tengo que ser rápida al pronunciar el hechizo… —Se interrumpió como si tuviera miedo a haber dicho demasiado.

—Me hace extraño que tú, justamente tú, digas que el libre albedrío es algo humano.

—¿Por qué?

—Porque eres un ejemplo más que perfecto de alguien que sabe cómo usar y abusar de esta prerrogativa… del libre albedrío. De Ruan, se puede decir lo mismo. Actuáis de acuerdo con vuestros deseos todo el tiempo.

—Somos forajidos, eso nos hace peculiares —dijo sin mucha convicción, evaluando lo que acababa de decir—. En cuanto a ciertos hechizos, no hay forma de volverse inmune después de que se pronuncian las palabras. Es por lo que el libre albedrío no se encaja cuando se trata de magia. De no ser así, Ruan le hubiera pedido permiso a Cindy para convertirla en una mujer.

—Desde ese punto de vista, tiene sentido. Pero quiero estar ahí. Quiero despedirme cuando devuelvas el Maldito a su mundo. ¿Realmente vas a volver allá? ¿No quieres al menos considerar quedarte?

—No veo otro modo. —Rogelio no estaba acostumbrado a la tristeza y, dado el futuro que preveía, decidió rescatar su racionalidad extrema. Mirar a la Bandolera no le ayudaba en este proceso, por lo que giró su silla hacia el baño mientras escuchaba a Marysol—: Puedes irte, no te detendré. Pero, no quiero que estés solo. Danielle también se ha impuesto y estará allí. Al que parece, vosotros creéis que se trata de un espectáculo—. No se controló y explotó. En el fondo, temía por ellos—: Debéis saber que no me importará cuan bajo él juegue; debéis saber que él, incluso, puede lastimaros a fin de afectarme, pero yo tengo una misión y la cumpliré.

—¡Tienes una venganza, no una misión! No soy un ser poderoso como tú, pero no subestimes mi inteligencia.

—Nunca negué que sea una venganza, un asunto personal; lo que tampoco impide que sea mi misión. Todo en la vida es una misión, ¿o todavía no lo entiendes? ¿O me vas a decir que te convertiste en el científico que eres solo porque tu misión es curar a la gente? Empezaste porque querías tu propia cura. Pensar en sí mismo primero es una característica de mi raza y de la tuya también. Solo que tu raza finge que no, porque piensa que esto es feo; mi raza, no.

—No quiero que te vayas…

—No hay otra manera…

 

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Ruan recibió la ojeada de Marysol cuando ella miró a Rogelio por el espejo. También escuchó parte de la conversación y se preguntó cómo era posible que ella prefiriera una copia defectuosa suya.

Ruan estaba obsesionado por su relación, observándolos a través de todos los espejos cada vez que tenía oportunidad. Quería saberlo todo, quería verlo todo, quería saber si el sexo con el médico era tan bueno, si él era leal, divertido o inteligente. No entendía.

Marysol era cuidadosa, sentía que la vigilaban y trató de preservar la privacidad del médico cubriendo los espejos casi siempre cuando se quedaban juntos. Además, evitaba hablar o pasar por espejos en lugares públicos. Esa mañana, se detuvo frente al espejo porque quería que Ruan escuchara su conversación con Rogelio.

El Maldito también tuvo su noche con Solymar. Después del episodio en la estación de televisión, tuvo que hipnotizarla y borrar sus recuerdos para que ella se quedara manejable de nuevo. Pero Solymar ya no estaba tan indefensa como antes. Sabía, incluso a través de la hipnosis, que algo estaba mal. Quiero decir… algo más que el hecho de él ser un daemon que la había elegido solo porque era exactamente como otra mujer.

Solymar se dio cuenta de que había algo mal detrás de toda esa felicidad que sentía a su lado, como si esa felicidad fuera inventada, hecha solo para ella. Más que eso, sentía que a ella le restaba poco tiempo con Ruan. Estaba segura de que él se iría con la otra. Esa mañana, mientras Ruan se preparaba, Solymar fingía dormir. A diferencia de Rogelio, ella no quería que el amante daemon la viera despierta.

Ruan fue al baño y miró al espejo. Descubrió que Marysol ya estaba en camino, en la parte de atrás de la motocicleta de la inspectora. La hora del duelo se acercaba. Él sonrió. Marysol pretendía sorprenderlo, pero ella sería la sorprendida.

Lo que Ruan no sabía era que Marysol, en realidad, no tensionaba buscarlo. Tenía algo más que hacer y, sabiamente, estaba usando espejos para iludirlo. Cuando estuvo segura de que el Maldito la esperaría tanto como fuera necesario en la emisora, cubrió los espejos retrovisores de la motocicleta y cortó la conexión.

 

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—¿Te volviste loca? ¿Cómo voy a manejar? —Danielle abrió los brazos como solía hacer Diana cuando las dos discutían.

—No manejarás —dijo Marysol con naturalidad—. Dejé que Ruan nos viera, porque no quiero que sepa a dónde nos vamos.

—Y ¿a dónde vamos y qué vamos a hacer?

—Necesito teletransportarme…

—Ya veo… Me he convertido en tu taxista sobrenatural.

—¡Vaya! —Ella se rió y le indicó a Danielle que la siguiera hasta la entrada del edificio—. Estuve hablando con Rogelio y me di cuenta de lo cuanto el Maldito se está volviendo popular y atrayendo seguidores. Entonces me ocurrió que no puedo arriesgarme, porque no tengo la plena convicción de que voy a vencerlo; no puedo subestimar a ese infeliz. Así que… hmm… haré una limpieza… como… no sé… un regalo para la humanidad.

—¿Qué dices? —preguntó Danielle con resentimiento, mientras regresaban a su apartamento. El regreso era una necesidad: no sería apropiado simplemente desaparecer en el aire frente a las personas.

—Danielle, vi el futuro de tu gente. Estudié la historia de la humanidad en este universo, y sé todas las atrocidades que ya han cometido. Creo que Ruan mismo estaría celoso, porque los seres bestiales que alguna vez tuvieron el poder en su mundo dan miedo.

—Lo sé… es mi mundo.

—Sí. Vi que tu país y varios otros se ven dominados por daemons híbridos que han vivido aquí durante muchos años—. Danielle abrió la puerta del apartamento sin apartar la vista de Marysol—. Y Ruan está de su parte.

—Ya veo…

—Los híbridos hacen un tipo diferente de magia, incluso aquellos que han perdido su poder; ellos tienen un discurso monstruoso, llevan las multitudes al abismo mientras estas multitudes los celebran.

—Entiendo. Pero esa gente no deja el poder, Mary. Nunca. Y no lo van a dejar ahora. Nosotros nos quedamos neutralizados. No tenemos voz ni voto. No hay solución.

—Yo soy la solución. —Sus ojos se iluminaron rojos y Danielle dio un paso atrás—. ¡No para ti, para ellos! Si tuviera mi banda conmigo, sería perfecto, pero tendré que hacerlo todo yo misma.

—Oye, ¿no nos convertimos en tu banda?

—Sí, pero ellos tenían poderes, sería más fácil. Eres audaz, pero eres frágil. A ver, no quiero que me malinterpretes, no estoy haciendo poco caso de ti, es que no quiero que te arriesgues.

—Ah… bien… ‘tá bien.

—Al menos tú y los tuyos tendrán mejores tiempos, estoy segura. Ahora, llévame a donde quiero ir, y dejaré mi regalo.

—Marysol, ¿qué vas a hacer?, ¡por el amor de Dios!

—Tu dios no tiene nada que ver. Haré una limpieza, te lo dije. Solo necesitas estar de la mano conmigo. ¿Prometes que no me dejarás ir, no importa lo que veas? De mi parte, prometo que no permitiré que te lastimen.

—¿Por qué no puedo dejarte ir? Nos teletransportamos otras veces y soltamos nuestras manos.

—Es que esta vez voy a gastar mucha, pero mucha energía. No podemos correr el riesgo. ¿Prometes?

Cuando el instinto policial de Danielle la detuvo, Marysol no perdió el tiempo y tocó la frente de la inspectora mostrando el oscuro futuro del que le había hablado.

—El mundo de Talita está a punto de ser destruido, y el tuyo va por el mismo camino. Mira lo que te espera si dejamos los híbridos de Ruan en el poder. El desequilibrio en la balanza universal.

Danielle no podía apartar la vista de las imágenes que Marysol le estaba mostrando. Comenzó suavemente, mostrando el tiempo presente que ya estaba mucho más complicado de lo que se veía en los noticiarios. Dirigidos por Ruan, los híbridos se habían vuelto más fuertes, tenían nuevas ideas, querían más. La ausencia del Maldito, uno de los posibles futuros pronosticados por Marysol, no disminuiría el ansia de poder de esos híbridos porque la semilla ya había sido plantada e, incluso sin el daemon original que había concebido el plan, los híbridos continuarían.

Algunos usarían cargos públicos, otros aprovecharían el estatus de celebridad, se infiltrarían como actores, cantantes y otros artistas para ganar simpatía y conseguir seguidores que harían lo que fuera necesario para complacerlos. No tardarían mucho en promover sus propios valores. Dioses de carne No tendrían la inmortalidad buscada por Ruan, pero encontrarían su propia forma de mantenerse con vida.

Danielle se estremeció ante esa predicción del futuro.

Híbridos que crearon niños y tomaron cuerpos de recién nacidos para mantenerse con vida. Generación tras generación. Los mismos seres renacerían sin haber muerto sabiendo que su futuro ya estaba seguro. Robaban la vida de sus descendientes para mantenerse con vida, se alimentaban de la leche de sus esposas, succionaban la vida humana; cuando finalmente no hubiera otra forma, el destino de la humanidad hubiera sido irremediablemente alterado por la intervención de seres no humanos, el universo se encargaría de limpiarlo trayendo el apocalipsis.

Danielle vio el apocalipsis, la destrucción de la Tierra. Una destrucción que ser vería natural, pero que nunca habría sucedido si no hubiera sido por la intervención del Maldito. Cuando Marysol comenzó a mostrar una predicción futura en la que Ruan hubiera sobrevivido al duelo y continuado entre la gente, Danielle se quedó tan aterrorizada que se alejó del toque de la Bandolera. Todo su cuerpo temblaba.

—¡Suficiente! —dijo la inspectora. Tenía los ojos llorosos, no sabía qué decir.

—¿Lo entiendes? —preguntó Marysol.

—Mary… esto… esto… —Suspiró, dejó caer los hombros y, desconsoladamente, miró a la Bandolera—. ¿Qué vas a hacer?

—Limpiar.

—¿Por dónde empezarás?

—Empezaré donde el Maldito ya se ha infiltrado.

 

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Tico no sabía por qué, pero su instinto le decía que empacara. No tenía mucho que llevar, pero necesitaba llevar sus recuerdos; fotografías, regalos que había recibido de su padre y su madre; en resumen, pequeñas cosas que le hacían pensar en las pocas cosas buenas de su tiempo entre los humanos. No tenía idea de lo que iba a suceder, no sabía cómo sería el viaje, no sabía con quién necesitaba hablar. A pesar de toda la orientación que había recibido de Febo, no era como si el Maestro le hubiera dado un mapa o un folleto. No había un manual de instrucciones sobre cómo ser un daemon nacido entre las personas.

Necesitaba hablar con Marysol y Danielle. Sabiendo lo que sabía, se preguntaba cómo sería ese encuentro; sabía que, en algún lugar, de alguna manera, Marysol era realmente su tía y que Danielle, de una manera muy extraña —pero que tenía mucho sentido para él—, era su madre. Desde su conversación con Febo, había dejado emerger sus instintos más reprimidos. Ya no sentía que no pertenecía a este mundo, él lo sabía. Así, sabiendo, era mucho más fácil aceptar lo que estaba almacenado en las profundidades de su alma.

Miró la mochila maltratada donde había guardado todas las cosas que consideraba importantes, cerró los ojos, respiró el aire a su alrededor, ese aire extraño y antinatural para él; ese aire que nunca había entendido por qué odiaba tanto. Mantuvo el aire atrapado dentro de sus pulmones por más tiempo del necesario. Ahora que sabía que no se quedaría en ese mundo, que no respiraría mucho más por ese aire, era como si fuera a extrañarlo. Exhaló lentamente, abrió los ojos y se dijo a sí mismo:

—Eres un daemon, Thiago. Libera a ese demonio dentro de ti.

Inhaló el aire que no era suyo y estiró los brazos a los costados. No era como si quisiera sentir el ambiente. Aparte del aire, no había nada más en este planeta que le interesara. Lo que Tico quería era imponer su nuevo ser en ese entorno. No quería absorber nada, quería salir de sí mismo. Cuando expiró, lo hizo imaginando que su verdadero yo se iba con ese aire; expiró tratando de sacar el daemon que, por dentro, siempre supo que era.

Sintió que el aire se condensaba a su alrededor, ya no era el mismo aire, su cuerpo empezó a vibrar y pudo sentir el poder tratando de escapar a través de cada uno de sus poros. Levantó la cabeza, miró el humilde techo de su habitación y esperó la transformación que ya sentía cuando escuchó a su madre humana llamar con voz temblorosa.

—Estoy aquí, amá —él dijo.

Lorena entró con los ojos rojos y llorosos y se arrojó a los brazos de Tico, que la abrazó instintivamente.

—¡Mataron a Robson, Tico! ¡Mataron a tu hermano!

Sin fuerzas para pararse, la mujer se arrodilló frente a su hijo. Su rostro era la encarnación del dolor, y Tico no entendió por qué no sufría el mismo dolor. Mientras miraba la cara húmeda y la boca distendida de su madre, en el piso, incapaz de controlar los sollozos, el niño se preguntó por qué no compartía la misma tristeza. Era su mitad humana luchando contra su mitad daemon. El humano se sentía culpable por no llorar a su hermano, el daemon gritaba que siempre supo que algún día le sucedería a Robson; el humano lo obligaba a buscar misericordia y pedirle a Dios que mantuviera el alma del pobre chaval en un buen lugar, el daemon lo exhortaba a buscar justicia para esa muerte.

Ambos, humano y daemon, sabían que esta no era su verdadera madre y, tal vez por eso, Tico no estuviera sufriendo. Aun así, fue madre que dice a Lorena cuando le preguntó:

—¿Qué pasó, amá?

—Se fue a nuestra vieja casa… la facción rival había tomado la favela… él no sabía… lo reconocieron ¡ah, mi Jesús! ¡Lo que le hicieron a mi hijo! Tico, lo mataron, ¡mataron a mi hijo!

—Amá… ¿quiénes fueron? ¿Sabes quiénes lo atraparon?

—Dicen que fueron Mané y Bulldog, ¡esos gusanos! Cambiaron de bando, estaban a la entrada de la fa-fa-favela… dejaron entrar a su hermano, luego lo atraparon…, pero Robson estaba armado, mató a Mané. Ah, Tico, si no hubiera reaccionado… Tu hermano siempre fue tan impulsivo…

—Si no reaccionaba, iban a castigarlo… ¡se murió peleando, amá! —dijo él, sabiendo que nada de lo que dijera podría calmar el sufrimiento de Lorena. Fue entonces cuando el daemon y el humano se mezclaron dentro de él y sintió que le debía algo a esa mujer, y los daemons son leales, siempre pagan sus deudas.

Cogió la mochila de la cama, se la puso en el hombro y se dirigió a la puerta justo cuando su padrastro llegaba a casa.

—Lorena —dijo el hombre, preocupado—. Lorena… —Su mirada de preocupación logró ver solo a la mujer postrada, y se arrodilló junto a la madre de Tico. Satisfecho, el niño le dio la espalda a su antigua familia. Sabía que Lorena estaba bien acompañada.

—Tico ¿a dónde vas? —Lorena preguntó entre sollozos.

—Pues… amá… te lo iba a decir cuando entraste… Conseguí una chamba como aprendiz de cocina… No ganaré mucho porque es para aprender, pero… bueno… —mintió, sabiendo que no estaría bien preocuparla.

—Tico, eres menor de edad —dijo el padrastro con autoridad—. Y ¿cómo puedes pensar en salir de casa ahora? Con tu madre así…

Lorena no dijo nada. Quizás estuviera demasiado anestesiada por la muerte de su hijo mayor; tal vez ella misma sintiera que Tico no era el mismo niño; tal vez ella solo pensara que, si el niño se fuera a trabajar, él tendría un futuro mejor que el de Robson y ella no tendría que llorar la muerte de otro hijo.

Ignorando las palabras de su padrastro y lanzando una mirada valiente hacia Lorena, Thiago —porque así se veía a sí mismo y el nombre de un daemon tiene poder— le dio la espalda a la pareja y dio el primer paso hacia su nueva vida.

—¡Tico! ¡No vas a ir a ninguna parte! —ordenó el padrastro.

Como si no hubiera escuchado, Thiago continuó su camino, pero el hombre lo alcanzó y se paró frente a él.

—Tú no eres mi padre, ¡salte de mi camino! —Los ojos de Thiago centellearon, y un escalofrío recorrió el cuerpo de su padrastro; aun así, el hombre permaneció allí, parado, evitando que el niño pasara.

No queriendo perder el tiempo en una discusión inútil, Thiago empujó al hombre con mucho más fuerza de la que uno pensaría que tendría un niño de doce años. No tenía intención de lastimar a su padrastro y no lo hizo; todo lo que Thiago quería era perseguir a su destino. Sorprendido, con la espalda contra el marco de la puerta, el hombre todavía gritó antes de que el daemon llegara a la calle.

—Tico, ¡necesitas a Jesús! El diablo te quiere, ¿no lo ves?

—El diablo no me quiere. ¡El diablo soy yo! Y mi nombre es Thiago —respondió y siguió su camino sin mirar atrás—. Voy a hacer mi propio High Noon.

 

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Antes de la teletransportación, Danielle todavía intentó resistir.

—¿Estás segura de que es necesario, Mary?

—¿Lo dudas? ¿No creíste en lo que te mostré?

—Sí, yo creí. Pero ¿quién me asegura que, si llegas allí y rompes todo, el futuro cambiará?

—Aproxímate, te lo mostraré —le dijo la Bandolera, extendiendo su mano derecha hacia la inspectora. Danielle se rindió.

—No, no hace falta.

—Necesitas estar firme en este propósito conmigo, Danielle. Estamos juntas, ¿entiendes? Necesitamos estar juntas, porque verás cosas muy feas, pero te prometo que todas serán necesarias. Ya anticipé este futuro también. Sé exactamente quiénes son y dónde están y, por mi honor, te juro que trataré de poparles a todos los inocentes.

—¿Tratarás?

—Será un gran encargo, en el que necesitaré mucha magia, Dani. Más magia de la que me siento capaz de producir. No sé cuánto voy a mantener mis sentidos, pero tú sí estarás protegida.

—Mientras no suelte tu mano…

—¡Exacto!

—¿Cómo te parece si nos esposamos?

—Me parece una gran idea.

El chasquido de las esposas atravesó el espacio-tiempo como una condena. Las dos, mujer y daemon, sabían que, pasase lo que pasase, sus acciones determinarían el futuro de los humanos.

—¿Dónde empezaremos? —preguntó la inspectora.

—En el nido más grande.

—¿Brasilia?

—Brasilia.

 

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Thiago dejó la casa sintiéndose demasiado pequeño para todas las cosas que querían salir de él. En otro momento, habría reconocido ese sentimiento como miedo, pero el daemon que esculcaba ese cuerpo humano sabía que no era miedo; era euforia; era un asiento de justicia; era el llamado a la lucha.

Por supuesto, el niño sabía que el destino de Robson, el hermano mayor asesinado, había sido el destino elegido por el propio Robson. Era un destino cliché; un destino que produciría cualquier escritor de cine barato. Fue la progresión de una vida criminal. Nada más de lo esperado. Aun así, Thiago estaba dispuesto a perseguir esa justicia. No solo porque Robson era su hermano en esta tierra de humanos, sino porque había sido asesinado por otro matón que debería tener el mismo final predecible, por lo que Thiago regresó a la favela para buscar al asesino de su hermano.

El Ejército, en un intento desesperado de contener la violencia, había ocupado algunas áreas de la ciudad, por lo que Thiago sabía que Bulldog estaría desarmado. No es que estuviera realmente preocupado por las armas. El atuendo de daemon le había quedado bien, y en algún lugar él sentía curiosidad por ver si era casi inmortal como Marysol. Estaba casi seguro de que era así, y el miedo, siempre tan presente —incluso asfixiado constantemente— se quedaba atrás con cada paso que daba.

Thiago también sabía dónde solía comer Bulldog y, armado con su nueva identidad de daemon y vestido con ropa limpia, caminó hacia su objetivo. La ropa limpia y el cabello peinado funcionaban casi como una capa de invisibilidad. La gente no lo notaba, no se detenía a mirarlo o a temerlo: era solo un niño con una mochila.

Ese niño y esa mochila tenían una misión, pero el niño que llevaba la mochila no sabía cómo cumplirla, así que solo caminaba. Cuando llegó en el antro donde su objetivo ya estaba establecido, Thiago lo miró desde la distancia sin pensar realmente en nada: un cazador mirando la caza, esperando el momento justo.

Movido por instintos que no sabía que tenía, Thiago apartó los ojos de su presa por unos momentos y fue al baño. Sabía que no perdería el rastro de Bulldog. Con la vestimenta daemon, muchas otras cosas le estaban sucediendo. Thiago ni siquiera sabía cómo lo sabía, pero ya había captado el olor, la esencia de Bulldog. No perdería su caza, por lo que se sintió libre para escaparse por un rato.

En el baño, rebuscó entre las pocas pertenencias de su mochila y encontró lo que quería: un mechón de pelo negro y liso; el cabello de Marysol.

Hasta ese momento, no sabía por qué había guardado los hilos. Un día los había visto entrelazados en un cepillo en el apartamento de Danielle y, sin pensarlo, sin una razón real para hacerlo, se los tomó y se los guardó. Los consideraba lo suficientemente preciosos como para mantenerlos consigo. Sin embargo, en ese mismo minuto, entendió la utilidad de ello: eran parte de un daemon. Una daemon fuerte y poderosa que, a pesar de no ser experta en el uso de la magia, ciertamente había desarrollado dones mágicos. Thiago los había visto él mismo. Y si la daemon dueña de ese pelo era capaz de realizar magia que no era parte de sus dones naturales con solo tocar un doble humano de otro daemon, ¿por qué él no podría hacer lo mismo?

Se armó con lo que los humanos llamamos fe y que él, Thiago, en ese momento, no pudo dar otro nombre, envolvió los hilos alrededor de su muñeca izquierda, respiró hondo y volvió a cazar.

Durante un rato, se quedó allí, mirando a Bulldog, que estaba sentado con las piernas abiertas en una silla de hierro mirando con desdén a su alrededor. Mientras observaba, Thiago tuvo tiempo de recordar el pasado, los momentos en que él, Bulldog y Robson se iban a la escuela; de los momentos en que Bulldog, que no tenía nada para comer, llegaba a la escuela con el vientre gruñendo, y los hermanos necesitaban ayudarlo a conseguir comida.

Cansado de los recuerdos que solo aumentaban el nudo en su estómago y alimentaban aún más su deseo de justicia, Thiago se volvió invisible. Sabía que sí lo había logrado, pero como medida de precaución probó su invisibilidad preguntando por las horas a un hombre que estaba muy cerca de él. El hombre se sobresaltó, buscando el origen de la voz.

Feliz, Thiago entró en el antro, se acercó a la mesa oxidada ocupada por su caza, se inclinó y susurró a su oído:

—Me mataste, cabrón. Así que te perseguiré hasta que tú me ruegues por la muerte.

 

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Marysol y Danielle atracaron frente al Congreso Nacional.

—Mary, ¿estás segura de que no hay inocentes?

—Usé la guitarra. ¡Quédate tranquila!

—¡Dios mío! ¡La guitarra! ¡No trajiste la guitarra! ¿Cómo lo harás?

—A un alto costo y usando mucha potencia. Ya te lo dije. Y una cosa es usar la guitarra para alertar y convocar a los culpables a reunirse en el mismo lugar; otra cosa es usarla para cumplir un propósito como este. No debemos alterar el equilibrio de la balanza universal.

—Pero, si ya la usaste para llamar a los híbridos…, ya has cambiado el balance.

—No. Envié un encanto de atracción. Cada híbrido alcanzado puede rechazar la llamada; lo que no harán, porque son estúpidos y curiosos.

—Entonces no puedes garantizar que atraparás a todos…

—No. Pero los que se quedaren entenderán el mensaje.

—Y tampoco puedes garantizar que no haya inocentes en el edificio…

—No, pero puedo garantizarte que intentaré sacarlos antes de comenzar a limpiar.

—Entonces es día de limpieza.

—Lo que sea…

 

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Al escuchar el susurro irritado de Thiago, Bulldog se asustó y puso su mano en la cintura buscando el arma que debería estar allí si el Ejército no estuviera en las calles, pero su miedo no duró mucho. Cuando miró a su alrededor y no vio a nadie, volvió a concentrarse solo en sí mismo.

¡Ah! Cómo yo quisiera conocer los pensamientos de Bulldog como conozco a los de Thiago… Todo lo que puedo hacer es contarles lo que el nuevo daemon justiciero veía.

Cuando Bulldog se calmó, quizás poniendo ese susurro irritado en la cuenta de un sonido traído por el viento, una conversación capturada desde una de las mesas a su lado, o cualquier otra cosa menos un ser invisible atracado junto a él, Thiago se acercó aún más. Tanto es así, que Bulldog sintió el aliento caliente del chico en su cuello.

—¿No me escuchaste, cabrón? He regresado para vengarme. Te voy a matar.

Ah… Bulldog ya no podía ignorar esa voz. Se levantó sobresaltado, tanto que la silla cayó al suelo. Se dio la vuelta alrededor de su cuerpo buscando la voz, buscando al dueño del aliento caliente.

—¿Q-quién está ahí?

—¿Qué quieres decir, cabrón? ¿Has matado a tanta gente que ni siquiera sabes quién soy?

El chaval continuó mirando a su alrededor, intentó alejarse del sonido, apoyó las caderas contra la mesa oxidada. La gente a su alrededor también lo estaba mirando, sabían que alguien estaba gritando, pero no podían ver quién era. Thiago aprovechó eso, aprovechó la confusión y lo empujó por los hombros. Bulldog cayó con mesa y todo, bajo el sonido de la risa de los clientes del antro.

—¡Levántate, poco hombre! —gritó Thiago—. Levántate porque no te voy a matar tumbado. —Se acercó al asustado Bulldog que intentaba arrastrarse por el suelo para alejar su cuerpo de la voz que le pateaba las costillas—. Sufrirás mucho antes de morir…

Los clientes del antro, asustados, abandonaron sus mesas, pero Thiago no se molestó en mirar a nadie que no fuera su caza. Bulldog logró levantarse y, medio corriendo, medio intentando mirar hacia atrás para tratar de ver a su acosador, salió tropezando, cayendo, levantándose y gritando. Algunas personas en la calle —aquellas que no habían escuchado la voz de alguien invisible gritando— se divertían; tal vez pensaban que el chaval estuviera drogado; otras personas ni siquiera echaban un vistazo a la forma asustada y caída: era solo otro yonqui.

Thiago lo perseguía; a veces lo empujaba, a veces le maldecía, a veces le daba tiempo a Bulldog para que respirara antes de volver a gritarle. Bulldog corría sin rumbo, sin saber a dónde ir, hasta que vio a una iglesia. Tal vez pensó que ese sería el lugar perfecto para esconderse de los espíritus, o del demonio… No lo sé. Como les dije, solo sé lo que Thiago sabía.

Al darse cuenta de la dirección que había tomado el chaval, Thiago se paró frente a la puerta como si fuera una pared; una pared pequeña, sí, pero llena de fuerza; y tan pronto como Bulldog extendió la mano hacia la puerta que, se supone, estaba eternamente abierta, Thiago tomó el brazo extendido y lo giró hacia la espalda del chaval.

—¿Crees que algún santo te protegerá? —Empujó a Bulldog al centro de la calle—. Déjame decirte, cabrón… Hoy, ¡ eres Cristo!

Thiago olió a orina y apartó los ojos de la cara del chaval. El líquido amarillento corrió por sus piernas e hizo un charco en el suelo. La inevitable risa resonó fuerte y enérgica. Bulldog le dio la espalda y no perdió el tiempo mirando hacia atrás.

Corrió porque sabía que su vida dependía de ello.

 

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Para derribarse una estructura, en la mayoría de los casos, es necesario solamente destruirse la base. A veces, una simple grieta pone un monumento gigantesco al suelo. Pero cuando esa estructura es una pirámide, la destrucción tiene que empezar desde arriba. Y eso fue lo que hizo Marysol.

Invisible, atada a Danielle, la Bandolera entró en el edificio del Congreso Nacional. Escogió la invisibilidad en nombre de proteger a los inocentes; ansiaba por retirarlos antes de comenzar a limpiar. Sabía que habría empleados que no tenían otra opción que estar allí; quienes, independientemente de su encanto o del comando que ella había les enviado a través de la guitarra el día anterior, no pudieron evitar estar allí y cumplir con sus obligaciones.

Una vez que se puso segura de que todos los híbridos en ese edificio se habían quedado atrapados bajo su hechizo, Marysol dejó la manta de invisibilidad que la escondía y protegió a Danielle. Junto con su forma visible, también liberó todo el poder de su aura, y no había ningún híbrido que no se detuviera a mirarla, a sentirla, a temerla.

¿Los humanos?

Los humanos solo vieron una aparición armada y sobrenatural rodeada por un halo cegador de luz. Quiero decir… así fue como la vio Danielle, y Danielle era humana, así que… bueno… supongo que eso también lo vieron los otros humanos, de la misma manera que yo la vi a través de los ojos de Danielle.

—¡Oh, mi Jesús! —dijo una empleada de servicio después de hacer tres veces la señal de la cruz—. ¡Nunca soñé con ver a la Virgen María en ropa de vaquera!

A Danielle le quedó gracioso ese comentario; pero Marysol no tenía tiempo que perder, así que puso los ojos en rojo y dijo:

—¡Lárgate, mujer! Vete de aquí, o no podré ahorrarte. —La mujer todavía titubeó por unos segundos, como uno que no cree, o como uno que no entiende, tal vez como uno que encuentra la realidad demasiado absurda para acomodarla en una vida simple, entonces la Bandolera gritó—: AHORAAAAA.

Sin ninguna duda sobre lo que debería hacer en ese momento, la devota empleada se echó a correr hacia la puerta y recorrió el pasillo sin mirar atrás. La última inocente del edificio corrió con ella, y Marysol se sintió libre para liberar a los híbridos de su hechizo.

Estiró los brazos e hizo que cada entrada y salida del lugar se sellara. No era como se los híbridos hubieran intentado irse: estaban apegados a la atracción que tenían hacia el poder de la daemon tal como hubieran estado unidos al aura de Ruan. Era un aura que olía a dominación, que exudaba soberanía; eso daba lugar a la devoción de aquellos que solo podían recordar su antiguo hogar. Los primeros híbridos atacados murieron sin ninguna resistencia, como si fuera un honor que alguien tan poderoso les cortara la vida. Esos daemons, que nunca habían creído en dioses, aprendieron a adorar en el momento de la muerte.

Aprender a adorar fue el último acto de toda una vida.

La pasividad ante la muerte, sin embargo, no duró mucho. Casi nada en el tiempo humano. Pronto, uno de los híbridos se dio cuenta de que su vida terminaría, y tal vez se dio cuenta de que había trabajado duro y dedicado mucho esfuerzo para mantenerse con vida en un mundo que los daemons originales consideraban indigno, un mundo humano.

—¿Quién eres tú? —preguntó.

—Soy tu flagelo, híbrido.

Para Danielle, que no podía apartar los ojos de los ojos de la Bandolera, era como si Marysol emanara un aura de ángel de la muerte. Por supuesto, Marysol no se veía así, ni siquiera creía en ángeles. Marysol solo estaba haciendo su trabajo, tratando de reparar el daño que había sido precipitado también por su culpa. Sentía que se lo debía a aquellos humanos que la habían recibido tan bien. Sentía que se lo debía a Tico. Cuando pensó en Tico, una leve preocupación pasó por sus pensamientos, pero no podía concentrarse en las preocupaciones en ese momento, por lo que dejó escapar un grito de batalla aterrador que habría silenciado a cualquier ser por temor a su propia muerte. Pero el híbrido que estaba delante de ella no era un híbrido cualquiera. Él era el presidente de la Casa. El líder de ese nido —creo que puedo llamarlo así—, y necesitaba hacer algo más que aceptar la matanza.

—Señora, escúchenos… —comenzó, con voz temblorosa—, seremos obedientes, nosotros…

—¡Estáis muertos! —ella gritó de vuelta. No estaba dispuesta a negociar.

Abrió los brazos y, de sus dedos, salieron dardos de fuego que explotaron los híbridos, empezando por el presidente mencionado. Algunos de ellos incluso ensayaron una reacción. Una reacción mínima, pequeñísima, ese intento inocuo que se hace solo porque el instinto de supervivencia grita que hay que hacerlo. No tardó mucho para que se dieran cuenta de la inutilidad del acto, entonces empezaron a correr, escondiéndose debajo de las sillas, tratando de abrir las puertas.

Danielle miraba a todo entre horrorizada y asombrada. Ella sabía que era necesario limpiar; el futuro calculado por Marysol y mostrado a ella quemaba detrás de sus retinas resonando maldiciones, la atormentaba. Pero los ojos rojos de Marysol, en ese momento, también la atormentaban.

La Bandolera actuaba como una némesis; como si esa tarea se hubiera hecho por ella, como si fuera su oficio más sagrado, tal vez su verdadera misión. Ella los mató uno por uno, los arrojó al fuego que los consumía mientras soltaban horribles rugidos de dolor y odio.

Eso sí puedo decirles: han pasado muchos años, pero los recuerdos de ese día todavía están grabados en la mente de Danielle, a veces la persiguen en sus pesadillas, probablemente la acompañarán hasta el día de su muerte.

Los híbridos fueron incendiados y, como fueron consumidos por fuego sobrenatural, se revelaron sus antiguas formas de daemons, y Danielle se perdió en tantas imágenes, tantos gritos, tantos dolores. Trató de decirse a sí misma que el dolor era necesario, trató de dejar a un lado su ética policial al presenciar los asesinatos, trató de suprimir su humanidad para no sucumbir a la compasión. Esos seres no merecían su compasión; esos seres no eran dignos ni siquiera de los pocos pelos que se volvieron blancos después de ese episodio.

—¡No tenéis el derecho a ensuciar la imagen de toda nuestra raza! No somos entidades infernales, y vosotros habéis ayudado a difundir estas mentiras. Sois cobardes que no lograsteis crecer entre los nuestros, huisteis y ahora destruís los mundos de estos desafortunados. ¡Ya no avergonzaréis a mi raza!

Usó la soga que llevaba alrededor de su cintura y, manejándola con su mano libre como si fuera la soga de un vaquero, la giró sobre su cabeza, la expandió y la transformó en una fuente de energía cuyas luces caleidoscópicas cegaron a Danielle, quien bajó la frente y no vio lo que sucedió después, solo sintió que el aire se alejaba a causa del poder emanado por ese encantamiento. Era casi como una bomba, y atravesó el parlamento como la poderosa voz de la Bandolera lo había atravesado segundos antes. Ningún híbrido escapó de ese vórtice que se extendió, se dobló, se encorvó, se calzó a cada híbrido, aplastándolos, encendiéndolos, mostrándoles que el planeta no era suyo. Los gritos que anteriormente habían sido insoportables se convirtieron en un alarido casi ensordecedor que duró unos segundos. Después del ruido, las formas reales de los daemons se separaron de los cuerpos humanos que cayeron, carbonizados, en el piso y, después de eso, llegó el casisilencio.

Los gritos habían desaparecido, pero el sonido de la destrucción estaba allí; en el yeso que se caía de las paredes; en el agua que goteaba insistentemente de las tuberías rotas; en las bombillas que explotaban debido al desplazamiento de energía.

El caos suele ser ruidoso.

Ya cansada, más de lo que pensaba que estaría, Marysol miró a su alrededor para sentir el ambiente. Supo que su trabajo estaba hecho.

—¡Vámonos! —ordenó, pero Danielle tenía una mirada traviesa en su rostro.

—¡Mira nada más! —dijo la inspectora. Parecía encantada con lo que veía—. Todo este caos… ¿Estás segura de que el edificio se encuentra vacío?

—Sí.

—¿Me ayudarías a cumplir un sueño?

 

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Ustedes pueden pensar que Marysol llevó mucho tiempo dentro del Congreso Nacional, pero la verdad es que ella fue muy, muy rápida. No sabría decírselos, en minutos, cuánto tiempo tomó para aislar a los inocentes —tanto humanos como híbridos— y exterminar a los híbridos culpables, pero podría apostar que ella tomó menos tiempo en hacerlo, do que yo he tomado contándoselo. Ella ya estaba parada afuera del edificio, en Brasilia, pensando en la mejor manera de hacer realidad el sueño de Danielle, mientras Thiago seguía persiguiendo al asustado Bulldog en Río de Janeiro.

Bulldog corría por su vida, tal vez ya no podía sentir sus piernas humanas, y Thiago, impulsado por la fuerza y por la magia que le había prestado Marysol a través del pelo unido a su muñeca, corría tras él. El hijo de dos hembras ni siquiera estaba sudoroso, pero cuando Bulldog entró en un páramo cuyo arbusto alto lo ocultaba por completo —o le ocultaría si Thiago no estuviera usando los dones de rastreo de la Bandolera—, decidió que era hora de poner un fin en ello. Se puso más fuerza a sus piernas y corrió con el viento; llegó a Bulldog, haciéndolo caer al suelo.

El chaval trató de gritar, pero su grito falló; falló porque las pequeñas manos invisibles de Thiago se colocaron alrededor de su cuello. Luchaba por aspirar el aire por la boca, pero el aire entrante luchaba con el sonido que intentaba salir; sus piernas se debatían, y él trató de arrastrarse lejos usando los brazos y los codos que sostenían su espalda, pero el agarre de Thiago era inevitable.

Cuando el niño, mitad daemon, mitad humano, sintió que Bulldog se desmayaría, lo liberó del agarre y le permitió alejarse, salir del matorral para que pudiera verlo, para que supiera quién lo mataría.

Bulldog se paró en el suelo de tierra, secándose el sudor y las lágrimas de la cara con el dorso de las manos, mirando a los lados, cuando Thiago se hizo visible.

—Así que el Bulldog se ha convertido en gatito, ¿verdad? —desdeñó al chavo, señalando sus pantalones cortos mojados con orina y sucios con tierra.

—¡Joder! ¡Hazte pa’ tras! ¡Va de retro, demonio!

—¡Demonio tu coño, hijo de puta! ¡DAEMON! Soy un daemon, ¡joder! —dijo con una voz mucho más poderosa de la que estaba acostumbrado a escuchar de su propia boca, y Bulldog estremeció—. ¡Mataste a mi hermano, gilipollas de mierda!

—No lo maté, no lo maté, fue Mané…

Cerró los ojos, no quería enfrentar a Thiago. El miedo en su rostro era un miedo incompatible con lo que un niño de doce años pudiera hacerlo sentir, y, nuevamente, debo lamentarme por no tener acceso a los pensamientos de ese chaval.

Lentamente, Thiago dio dos pasos hacia él, y Bulldog abrió los ojos, no para enfrentar su destino, sino para saber de dónde venía. Thiago se inclinó y, sin preguntar si podía o si sabría cómo, tocó la frente del chaval: quería estar seguro de su culpa antes de hacer justicia. Invocó los poderes del pelo atado a su brazo y, como si estuviera viendo una película, exploró los laberintos de la mente de Bulldog para descubrir qué le había sucedido a Robson.

 

Robson había entrado en el callejón que daba acceso a la calle donde se encontraba la antigua casa de su familia y se enfrentó a Mané y Bulldog. El hermano de Thiago no se dio cuenta de inmediato, pero la intención de los chicos era emboscarlo y llevarlo al jefe del tráfico para que pudiera decidir su destino en el tribunal de los narcos.

Lo que no esperaban era que Robson fuera tan perceptivo. Estaba a punto de subir con los viejos amigos, cuando notó que había muchos residentes vistiendo en trajes rojos, lo cual estaba prohibido por la antigua facción que dominaba la comunidad. Cuando se dio cuenta de que era una emboscada y que no se iba a bajar vivo, corrió para escaparse, pero fue rodeado y usó su vieja pistola para tratar de defenderse. Fue con esa pistola que le disparó a Mané en la cabeza.

Acertar a Mané tuvo un precio, y Robson cayó bajo los disparos de Bulldog. No tardó mucho en morir, pero aún tuvo tiempo de sentir el dolor de las muchas patadas entregadas por su verdugo mientras sangraba en el suelo. El sonido de las sirenas de la patrulla hizo que Bulldog corriera, y Thiago se dio cuenta de que ese fue el último sonido que escuchó su hermano: el sonido de los protectores que no llegaron a tiempo; el sonido de una protección que no merecía.

La policía no pudo atrapar a Bulldog, y el rescate no tuvo tiempo de salvar la vida de Robson, pero esas sirenas realizaron el milagro de darle a Lorena un cuerpo que enterrar. Si no hubieran llegado, el cuerpo de Robson nunca hubiera sido encontrado.

 

Cuando Thiago quitó los dedos de la frente de Bulldog, tenía un sabor amargo en la boca. El chavo, todavía tirado en el suelo, todavía con ese olor a orina que le salía de la ropa, lloraba de miedo al daemon. Cualquiera que no supiera lo que Thiago sabía creería en su inocencia.

Thiago retiró su puño derecho y, con una velocidad sobrehumana y una fuerza que no era suya, sino prestada de la Bandolera, le dio un golpe seguro en la mandíbula del chaval que, al sentir el golpe, pareció comprender que no se trataba de un ser sobrenatural, que era apenas un niño. Un niño. Y él no sería golpeado por un niño. Tomando fuerza, no sé de dónde, se levantó del suelo polvoriento y avanzó hacia Thiago.

La lucha empezó.

 

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Lo sé que ustedes se deben estar muriendo por saber qué sueño fue que Danielle le pidió a Marysol que cumpliera. Les digo, pues, que la Bandolera pensó la solicitud algo… excéntrica. Sí… excéntrica es la palabra justa; ella no estaba segura de haber entendido la motivación de la inspectora, pero yo, como humana y brasileña, debo decirles que sí la entiendo.

—¿Cómo prefieres que haga eso? —preguntó la Bandolera.

—¿Cómo? Tú eres quien sabe cómo, yo solo… No sé… ¡Ah! ¿Qué me ves?

—No me estás entendiendo. Estoy preguntando si ¿puedo derribarlo o quieres divertirte?

—¡Ah! Hmmmm… Quiero que sea escandaloso —respondió Danielle, extendiendo sus brazos frente al cuerpo y luego abriéndolos a los lados, como si tratara de rodear todo el edificio—. Quiero mucho ruido y polvo y una gran columna de humo negro que llegue al cielo.

Por sus ojos asustados, señores, estoy me dando cuenta de que ya han entendido quién fue la responsable de la destrucción del antiguo edificio del Congreso Nacional de Brasil. Sí, fue Marysol quien inició la revolución. Esta transformación que hemos estado experimentando en los últimos años, cuyo mayor símbolo ha sido el montón de escombros en que se ha convertido el Congreso, es el trabajo de una daemon. Pero no estoy aquí para hablar sobre el presente, estoy aquí para contarles cómo lo hizo.

Decidida a dar a Danielle la diversión que quería, Marysol concentró energía en sus manos, como si estuviera absorbiéndola del medio ambiente, aceptando lo que el mundo humano tenía para ofrecer. Danielle sintió que las esposas se calentaban alrededor de su muñeca y, preocupada, miró su brazo. Marysol la regaño.

—¡Déjate de payasada! Es solo un calorcito, no te hará daño.

—¡Vaya! ¡Lo siento si no soy una daemon encabronada!

De las manos de la Bandolera, surgieron dos esferas rojas, parecía que cada una estaba hecha de fuego, o llena de fuego, no sé si puedo explicarles exactamente cómo eran. Pero parecían dos pompas de jabón cuyo interior estaba lleno de llamas en lugar de aire. Marysol extendió ambos brazos hacia adelante, llevando el brazo derecho y obediente de Danielle en el aire. La Bandolera luego unió esas dos esferas y las transformó en una sola bola de fuego.

—¿Quieres tener el honor?

—¿YO? —preguntó Danielle, sorprendida.

—Si quieres divertirte…

—Pero ¡no soy maga!

—La magia es intención. ¡Tómate! —Extendió la bola de fuego hacia Danielle, quien la aceptó con su mano izquierda—. Tú sabes lo que quieres que suceda. Así que… hazlo.

—¿Hago qué? ¿Lo tiro al edificio?

—¡Sí! Pero hazlo sabiendo lo que hay que pasar. ¡Visualiza!

Danielle miró esa esfera, parecía una gran pelota llena de llamas de fuego, la pasó de una mano a otra, vacilante. Probó con la mano izquierda; luego con la mano derecha. Finalmente, colocó la pelota en el suelo y, sin tomar distancia, con la pierna derecha, echó una fuerte patada.

Las intenciones son cosas chistosas. A veces pensamos que sabemos lo que queremos, pero el espíritu, lo que está dentro de nosotros, no nos permite mentir. Tal vez Danielle realmente quería que el edificio fuera destruido, pero ciertamente no quería hacerlo con sus propias manos. O tal vez, tal vez, quisiera, pero en el último minuto, puede haber frenado su deseo debido a la ética personal, la compasión, no lo sé… ni ella lo sabe. El hecho es que la patada golpeó el costado de esa esfera como si fuera una bola marchita, la punta del pie de la inspectora se hundió en la bola, que salió perezosa hacia el edificio y rebotó dos veces, dos rebotes también perezosos, antes de asentarse —perdónenme por eso—, perezosamente, en el caparazón derecho del edificio, balanceándose hacia los lados antes de detenerse, inocua, inmóvil.

Fue muy… desilusionante.

Danielle miraba a esa bola inofensiva; Marysol, a su vez, miraba a Danielle. La inspectora estaba desconcertada:

—¡Explote, maldita sea! —gritó y extendió su mano derecha, la que llevaba el brazo izquierdo de Marysol junto con las esposas, hacia la pelota.

Y luego sucedió.

Y fue rápido.

La pelota se explotó, desplazó el aire, derribó la torre derecha del Anexo 1 del edificio, que se colgó a la izquierda y se apoyó en la torre izquierda como una carta de juego. Las llamas ardían sobre la mitad del cascarón en el que se había asentado la pelota, y la primera columna de humo negro deseada por Danielle comenzó a elevarse hacia el cielo. La inspectora saltó de alegría y gritó:

—¡Me cago en mi puta madre!

Marysol aprovechó el momento de celebración y arrojó llamas hacia el edificio con sus propias manos, derribó las dos torres, rompió la mitad de la mitad izquierda mientras Danielle celebraba. Tres columnas de humo negro se separaron del edificio y se acurrucaron en el aire para convertirse en una. No les llevó mucho tiempo escuchar las sirenas del departamento de bomberos.

—¿Para dónde? —preguntó Danielle, sosteniendo la mano de Marysol.

—Asamblea Legislativa de Río.

La inspectora lanzó una última mirada larga hacia el edificio en llamas, sonrió y mentalizó su próximo destino para que Marysol pudiera llevárselas.

 

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Thiago estaba acostado de espaldas en el suelo, con Bulldog inclinado sobre él, golpeando su rostro y, por un momento, el niño daemon se dejó golpear. Un golpe, otro golpe, y otro y otro. Sabía que los puños de Bulldog eran precisos, se imaginó que, quizás, incluso, su cara estuviera sangrando; tal vez su nariz estuviera rota, pero esos mechones de cabello en su puño, o tal vez el daemon interno que había convocado en casa de su madre Lorena, tal vez fuera una combinación de los dos; no puedo decir. Todo lo que Thiago sabía era que los golpes lo acertaron, pero no lo lastimaron.

Tal vez lo lastimarían, y eso, solo lo descubriría más tarde, pero en ese momento, todo en lo que podía concentrarse era en la ausencia de dolor, por lo que se dejó golpear por un tiempo.

¡Hostia! No se queden tan asombrados. Él tenía doce años. Tenía derecho a cultivar algo de curiosidad.

Lo que, desafortunadamente, Thiago no sabía, es que esos golpes estaban afectando a Marysol. Todo el poder que le permitía a Thiago no sentir dolor, estaba siendo absorbido de la Bandolera a través de los mechones de cabello.

Afortunadamente, el niño no permaneció bajo Bulldog por mucho tiempo; usó su rodilla derecha y golpeó al chaval en el medio de las piernas, luego lo arrojó sobre la cabeza con ambas piernas.

Cualquiera que viera esa escena desde el exterior no creería que un niño tan pequeño sería capaz de hacer ese movimiento; la ligera forma de Thiago parecía tomar la forma de un hombre, parecía mucho más grande de lo que era, a pesar de que no había aumentado ni una pulgada durante esa pelea.

Después de que Bulldog se levantó del suelo, Thiago se acercó y aceptó el primer golpe solo para demostrar que podía pararse, solo para demostrar que era fuerte, solo para comunicarle a Bulldog que no había escapatoria, que él moriría.

Mientras tanto, Marysol ya había limpiado casi todo el país. Estaba siendo rápida y se estaba se volviendo cada vez más débil. Danielle notó el paso vacilante y casi tembloroso de la Bandolera.

—Mary, ¿estás bien?

—Estoy débil.

—¿Todavía queda mucho?

—Aún no hemos terminado el Brasil, así que sí, hay un largo camino por recorrer.

—¿Nos vamos a otros países?

—De verdad ¿crees que todo el mundo colapsará debido a un solo país? La red de Ruan ya ha ido demasiado lejos, y la limpiaré. Necesitamos ser más rápidas.

Danielle tomó la mano de Marysol, y desaparecieron; al mismo tiempo, Thiago hacía su justicia. Golpeó a Bulldog en el estómago, lo que hizo que el chaval se doblara sobre su cuerpo, luego sintió que su cabeza se levantaba con un golpe directo en la barbilla. Después de eso, Thiago no le dio a Bulldog oportunidad de reaccionar.

Usó sus propios puños para matar la cara y el cuerpo del asesino de su hermano.

Y cuando la nariz de Bulldog sangró en Río de Janeiro, Marysol sangró en Washington; la mandíbula del chaval se cayó, rota, sin nada para mantenerla en su lugar aquí; en Sydney, Marysol cayó al suelo, débil; Bulldog se desmayó, pero Thiago todavía estaba matando su rostro con golpes cada vez más enojados, y Marysol probó la sangre dentro de su propia boca en Roma.

La Bandolera y la inspectora estaban en Londres, cuando Marysol, después de la limpieza, cayó de rodillas y no se levantó. Danielle notó los círculos oscuros debajo de sus ojos, la palidez en su rostro y la sangre que goteaba de su nariz y labios.

—Mary…

—Llévame a Tico —le dijo la Bandolera en un susurro.

—¿Tico?

—Piensa en él… ¡ahora!

 

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Thiago estaba cansado cuando finalmente se dio cuenta de que el cuerpo de Bulldog se colgaba, muerto, sostenido por su mano izquierda, mientras que su derecha todavía golpeaba, insistentemente, la masa deformada que una vez se llamó cara. Danielle y Marysol aterrizaron a su lado.

—Tico, ¿qué hiciste? —preguntó Marysol, quien apenas podía pararse sobre sus propias piernas.

Ella se acercó aún más al niño, quería llevar el brazo hacia donde había reconocido su cabello, pero el arresto de las esposas de Danielle la impidió de alcanzarlo, y el simple esfuerzo de tratar de llevar la inspectora con ella hizo que un poco más de sangre gotease de su nariz, pero ella podía ver el color de los ojos del niño. No estaban rojos precisamente, pero ya no tenían su color humano.

—No lo hice, lo estoy haciendo —respondió Thiago, y arrojó a Bulldog contra una pared de ladrillos. La cabeza del chaval se abrió al impacto—. ¡Me estoy desquitando!

—¿De qué? —preguntó Danielle, tratando de decidir si se acercaba al niño o no.

Ya no se parecía al chico dulce que ella conocía. Esos ojos, esa ira, asustaron a Danielle. Marysol abrió las esposas que las ataban, y Danielle trató de sostener a Thiago por el brazo, pero el niño ya había ido al lugar donde yacía el cuerpo del Bulldog y, antes de que alguien pudiera decirle algo, pisó el cráneo abierto del cuerpo que yacía en el piso, convirtiendo la cabeza en un montón de huesos rotos y materia cerebral.

Danielle quería vomitar.

Marysol solo lo miraba. Tranquila.

Marysol entendía la necesidad. Ella bien sabía que, si tuviera la oportunidad, sería su bota contra la cabeza de Ruan, y deseó poder sentir cómo sería si sus talones abrieran el cráneo ensangrentado, y la suela de su bota aplastara el cerebro del bastardo.

Le permitió a Thiago hacer su justicia, aunque el niño la llamara venganza.

—¡Mató a mi hermano! ¡Mi hermano! Crecimos juntos, estudiamos en la misma escuela, pero él lo mató de todos modos. ¡Tenía que morir!

—Te entiendo, chavo —dijo Marysol, limpiándose la sangre de la nariz con el dorso de la mano—. Pero tú robaste algo de mi poder, y lo necesito.

Thiago miró su puño.

—Lo siento. No quise lastimarte. He usado tu pelo, pero… perdóname, tía, no quise lastimarte…

—Lo sé, chavo. Pero has terminado tu trabajo, así que necesito que te deshagas de este pelo y te calmes.

Thiago hizo lo que la Bandolera le pedía, y ella le dio las gracias con un movimiento de cabeza.

—Vayámonos a mi casa —dijo Danielle, y Marysol estuvo de acuerdo, extendiendo su mano para sostener la de la inspectora. Al ver que Thiago no se movía, Danielle preguntó—. ¿No vienes, Tico?

—¿Puedo pediros una cosa?

—¿Qué? —preguntó Danielle

—No me digáis Tico nunca más. Mi nombre es Thiago.

Todas las dudas que Marysol pudiera tener sobre si Tico era o no un daemon se terminaron allí. En ese preciso momento. Los ojos sobrehumanos, la transformación visible de su cuerpo en los pocos días que no se habían visto y el nombre… ¡Ah! ese nombre…

—Muy bien, Thiago.

 

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En el apartamento, Marysol se arrojó sobre el sofá. No tenía idea de cómo se veía, pero podía sentir lo destruida que estaba a través de las miradas preocupadas de Danielle y Thiago. Una preocupación que se mezclaba a la culpa. Thiago, por los mechones de cabello; y Danielle, por pedirle que destruyera el Congreso Nacional.

—Mary, vete a la cama. Duerme un poco.

—Relájate. Estoy bien.

—Estás fatal —dijo Danielle.

—Todavía puedo golpearte la cara.

—No dudo. Pero hazlo por mí, porfa. Descansa. Me siento muy culpable por lo que te pedí que hicieras en el Congreso…

—Vale. Si es por ti, para que dejes de regañarme…

Marysol se fue, dejando a Danielle y Thiago solos en la habitación.

Los dos se miraron el uno al otro. Estaban incómodos.

Ella, llena de preguntas que tenía miedo de hacer.

Él, lleno de respuestas que no sabía si podía liberar.

Danielle tenía miedo de lo que le había visto hacer a Bulldog, pero sabía que Thiago no era un chico normal, él era su hijo nonato, y ella lo amaba. También sabía que no era completamente humano, por lo que tendría que entenderlo y, si no podía, haría todo lo posible por aceptarlo.

Thiago tenía doce años. Era un adolescente y, como todos los adolescentes, sin importar la raza o la especie, todavía no sabía quién era o qué creer. Su ser estaba dividido en dos. Un lado estaba enojado con esa mujer que, él sabía, había sido irresponsable y había tenido problemas, de lo contrario habría sido su madre y le habría ahorrado la vida miserable que tenía; el otro lado sentía afecto por la inspectora que había conocido por algún tiempo y que siempre lo había tratado con respeto.

Estuvieron en silencio por un rato. Sin saber qué decir, qué pensar, qué preguntar, entonces Danielle señaló su ropa.

—¡Estás sucio! Hay sangre y cerebro por todas partes. Ve a ducharte.

Así.

Como si fuera su madre.

Y Thiago se fue.

Así.

Como un hijo obediente.

 

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Dentro del dormitorio, Marysol pensaba en sus próximos pasos. Sabía que Ruan la estaba esperando y que, tarde o temprano, descubriría lo que ella había hecho en lugar de ir a buscarlo. También sabía que estaba demasiado débil para enfrentarlo en un duelo, incluso si fuera un duelo en el que la magia no podía usarse. Ella estaba seca. Por dentro y por fuera.

Miró la guitarra que estaba acomodada en una esquina de la habitación. Esa guitarra que no entendía por qué la había robado, y entendía aún menos por qué los jueces le habían permitido conservarla. Toda esa confusión, toda esa persecución, toda esa… maldición. Ruan solo se había cruzado en su camino debido a la guitarra, porque los jueces la querían de regreso, y sin embargo a ella se le permitieron conservarla.

¿Por qué?

Recordó la sensación, recordó el momento en que se sintió irremediablemente atraída por el instrumento. Era como si fuera de ella, era como si fuera… ella. Pero ¿cómo podría ser ella la guitarra? ¿De dónde venía esa certeza de que la guitarra le pertenecía? La guitarra era toda magia, mientras que ella… bueno… ella era el contrapunto perfecto para el uso de la magia.

Siempre había renunciado a sus habilidades.

Nunca había confiado en lo fácil, lo simple, lo natural.

Demasiado cansada para seguir pensando, se dejó caer sobre el colchón y apoyó la cabeza sobre la almohada.

 

Había arena, y se le metía por los ojos; había el viento que silbaba en sus oídos; la tierra era roja, y ella se quitó el polvo a las botas. Marysol miró hacia adelante. No había nada. O tal vez simplemente no podía verlo por toda esa arena. Se preguntó de dónde venía tanta arena si el suelo en el que estaba era de tierra, pero siguió caminando. No había una dirección correcta para ir, porque todo era vacío.

Vacío, arena y soledad.

El sonido amortiguado de las botas en el suelo de tierra desafiaba la música del viento, y ella bajó el borde del sombrero hacia la frente para evitar que la arena avanzara por sus córneas. Caminó mirando al suelo, mientras el viento castigaba sus mejillas. De vez en cuando, se arriesgaba a echar un vistazo al horizonte para saber si podía ver el final del camino, pero no había final.

Solo había arena.

El viento dibujaba espirales donde esa arena se mezclaba con la tierra roja y eso, de alguna manera, reforzaba la soledad; hacía que la música del viento fuera más triste.

«Marysol…» cantó una voz femenina junto con el viento.

Sin temor a la arena, la Bandolera levantó la cabeza. La figura que caminaba hacia ella no le era ajena.

—¿Qué hace aquí, su señoría?

—La pregunta es, ¿qué haces tú aquí, Marysol?

—Yo no sé. Estoy perdida.

—Qué bueno…

—¿Bueno?

—Qué bueno que finalmente lo hayas reconocido. Has estado perdida por mucho tiempo, cariño.

Marysol miró a los ojos de esa mujer; esa mujer que significaba tanto y, al mismo tiempo, no era nadie en su vida. Quisiera gritar tantas cosas. Gritar. Pero no lo haría, era una daemon, y los daemons no gritan su desespero. Por mucho que le doliera, por mucho que la castigara, por mucho que hubiera aprendido algo sobre los sentimientos y sabía que lo que estaba sintiendo era ira, ella no gritaría. Se quitó el sombrero y permitió que la arena se incrustara en su cabello.

Ella no estaba perdida.

Ella no tenía miedo.

No le daría a esa mujer el placer de verla débil.

La jueza extendió sus brazos y el viento se detuvo.

La falta de la música del viento convirtió la soledad en un peso abrumador.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó la Bandolera.

—Porque sabes quién es la guitarra.

—¿¡Quién!?

—Una no huye de sí misma por mucho tiempo…

La figura de la jueza desapareció en el aire y el viento volvió a levantarse, pero la música que lo acompañaba había cambiado. La Bandolera sintió que su cuerpo se despegaba del suelo por la fuerza del viento y, mientras flotaba en el aire, sintió que se le era quitada la ropa; mientras los granos de arena blanca golpeaban su piel expuesta, reconoció los acordes de la vieja guitarra rellenando el vacío dejado por la música del viento.

El cuerpo desnudo de la Bandolera flotaba mientras su cabello bailaba en espirales junto con la arena.

—Esa eres tú, Marysol. Como te ves. Sin el disfraz, sin la armadura, pero estás incompleta… No huyas de ti misma, no niegues tu magia.

Las cuerdas de la guitarra replicaban notas cada vez más altas, y el sonido era como la arena, también castigaba su piel, parecía querer invadir sus poros, estaba tan cerca que no parecía venir del exterior, parecía salir de ella.

—La guitarra es mía.

Una bocanada de aire impulsó su cuerpo hacia arriba, y la Bandolera extendió los brazos.

—La guitarra soy yo.

Escuchó unos golpes, pero no se les dio atención, el sonido de la guitarra estaba más fuerte; ella abrió los ojos porque sabía que podía dominar la arena, pero su cuerpo fue succionado hacia el suelo.

 

Marysol se despertó con la sacudida de su cuerpo sobre el colchón donde había dormido, un golpe, como si se hubiera caído sobre la cama. Se sentó y se miró a sí misma. Todavía estaba en la misma ropa, todavía estaba en el dormitorio de Daniele, su piel no mostraba signos de haber sido castigada por toda esa arena, todo ese viento.

—¿Estas bien? —preguntó Danielle. Solo entonces la Bandolera se dio cuenta de la presencia de la inspectora. Ella sostenía un plato humeante—. Mi madre y mi abuela siempre decían que una buena sopa levanta a cualquiera —completó Danielle, sin esperar la respuesta.

—Huele rico. ¿Tú la hiciste?

—¡No! Yo cocino tan bien como tú tocas la guitarra.

¡La guitarra!

Marysol miró a la pared donde se suponía que debía estar, pero ya no estaba ahí. La Bandolera sonrió, tomó la bandeja de las manos de la inspectora y la colocó sobre sus propias piernas.

—Está rica —dijo, después de la primera cucharada.

—Les pedí mucha pimienta. —Se sentó al borde de la cama, evaluó la condición de Marysol y preguntó—: ¿Tienes idea de cuánto tiempo necesitas para recuperarte?

—Ya estoy mucho mejor.

—No te hagas. Te ves pálida, parece que te vas a desmayar en cualquier momento. Sé que empezaste el día planeando desafiar a Ruan, pero necesitas un plan B.

 

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Sola, Solymar veía las noticias. Todo ese ataque masivo contra las mayores autoridades políticas del mundo, casi al mismo tiempo. No se mencionaba nada más. Ningún grupo terrorista se había atribuido la responsabilidad de los múltiples ataques, y la muchacha ni siquiera pensaba en asociar ese evento con los daemons que la rodeaban. Se odió a sí misma por un segundo porque estaba más interesada en los ataques realizados en el extranjero y, mientras veía los restos del Congreso Nacional de Brasil en la televisión, perdió interés en las noticias. Comprendió que le daba poca o ninguna importancia a quien estaba en ese edificio, y en algún lugar dentro de sí misma incluso pensaba que se lo merecían.

Hasta lo había deseado algunas veces.

Un sueño hecho realidad.

Cambió de canal porque necesitaba distraerse de su obsesión, pero todos los canales estaban pasando lo mismo, y eso no la distraería. No importaba cuán conmovedor fuera el evento, no le interesaba. Todo lo que la afectaba, en ese momento, era que Ruan no había regresado como se la había prometido, y que ella todavía estaba sola.

Se preguntaba qué pudiera estar haciendo el daemon. Si él estaba con otra mujer, si él estaba detrás de Marysol.

Intentó llamar a su novio, pero fracasó.

Paseó por la casa.

Estaba inquieta, sola y con el alma en un hilo.

Decidió que necesitaba un baño y, mientras la tina se estaba llenando de agua, dejó unos mensajes vergonzosos y desesperados en el buzón de Ruan.

Se acomodó en la bañera, sumergió su cuerpo en el agua tibia.

Desde que había hablado con Marysol, su cabeza estaba hecha un desastre; agregó esa confusión a la visión de Rogelio, caído al suelo, destruido después de hablar con Ruan, y no pudo conectar los puntos. No podía relacionar esa realidad con la suya. Ella vivía en constantes cuestionamientos, porque cuando estaba cerca de Ruan… ya saben… él la hacía feliz, y Solymar consideraba que, si ella estaba tan feliz, eso era lo correcto. A la mierda con los demás. No importaba lo que decían: Ruan era bueno. Era bueno para ella. La hacía feliz. Los otros que cuidasen de sus propias vidas.

Sintió que el agua comenzaba a enfriarse, así que encendió el masajeador y observó cómo se formaba la espuma que ocultaba su cuerpo.

—Ruan… ¿dónde estás? —preguntó a las paredes.

Sola.

Si no hubiera sido tan engañada por los pocos, aunque abrumadores, momentos de realización, podría haberse dado cuenta, en ese momento, de que no estaba tan feliz.

Pasó la punta de los dedos sobre los pezones, sintió un ligero hormigueo entre las piernas y luego continuó. Se alisó toda la piel mientras pensaba en la poderosa mirada de su novio. Se apretó los pechos con fuerza y buscó los chorros de agua dentro de la bañera, haciendo que la golpeasen en los lugares correctos, en los mejores lugares para encontrar placer.

Pero incluso si el hormigueo aumentaba, a pesar de que todo su cuerpo temblaba con el deseo de alcanzar el placer, ella no podía. Apretó sus senos con más fuerza, dejó que su boca respirara gemidos excitados, acercó sus genitales aún más a los fuertes chorros de agua, pero nada. Se encontró fingiendo el placer por sí misma.

Vacía.

Ella y las paredes.

Pero no dejó de intentarlo.

Se quitó las manos de los senos y se las llevó entre las piernas.

Se frotó con fuerza.

No era deseo, era desesperación.

Quería sentir ese placer pensando en Ruan.

Quería sentir cualquier placer que le quitase la agonía y la hiciese olvidar todos esos celos.

Los gemidos ya no escapaban de sus labios.

Ella solo se frotaba, y se frotaba, y seguía se frotando.

Ella ya sentía que se estaba lastimando, pero no le importaba, quería un orgasmo y lo conseguiría.

Cuando llegó el orgasmo, fue solo la respuesta natural del cuerpo a la estimulación. No le dio placer.

Sola en el baño, Solymar se miró a los pechos duros y lloró.

El lloro de los solitarios.

De los necesitados.

De los no amados.

Cuando se calmó, todavía sintiendo una sensación de ardor entre las piernas, que mezclaba el deseo de ser tocada por otra persona y los rasguños que se había infligido a sí misma en la búsqueda de ese orgasmo sin genuino placer, dejó la tina.

 

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—¿Estás loca? —Danielle estaba exasperada, mientras Marysol hurgaba en los cajones buscando por un atuendo.

—¡Es la única forma! Ese es mi plan B. ¡Tu idea!

—Cuando pensé en el plan B, pensé en B como una buena idea, no buena mierda.

—Sabes que es una buena idea. Funcionará.

—Lo sé es que, estando cerca de ella, tu fuerza aumenta, pero proponerla unirse contra él… ¡Ah, doña Marysol, ¡quítate la venda! Tu doble no te apoya, es lo suficientemente histérica como para estar celosa de ese traste y considerarte una rival.

—Tengo que intentarlo. Es la única parte de mí que aún falta y, para enfrentar al Maldito, necesito estar completa.

Sin saber qué hacer, Danielle arrancó los pantalones que la Bandolera tenía en sus manos.

—¡Devuélveme!

—¡No!

—¿Crees que esto me impedirá de pisar a la calle? —preguntó Marysol, le dio la espalda y salió de la habitación sin pantalones. Danielle la siguió.

—Marysol, no lo hagas, Mary…

—Ya estoy haciendo…

—¡OKAY! ¡Vale! —Sacudió las llaves frente a la cara abatida de Marysol y le tendió su par de jeans—. Yo te llevo. ¡Joder!

Marysol le dio las gracias con una sonrisa incolora y se puso los pantalones ya en el pasillo, frente al elevador. Solo, Thiago aprovechó la oportunidad para dormir y, también, para recuperar sus fuerzas y prepararse para el duelo.

No dejaría sola a Marysol.

 

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Marysol cruzó hacia la acera donde se encontraba la casa de la doble, un edificio más pequeño que el anterior, pero con paredes más altas. Trepó la pared frontal, saltó y cayó al otro lado sin hacer ruido. Una vez dentro del patio, no tuvo miedo de entrar, sabía que Ruan no estaba allí.

Probó el pomo de la puerta. Bloqueado

—Un poquito de magia no me hará daño…

Marysol entró y exploró la casa en silencio, escuchando nada más que la música proveniente del baño donde estaba Solymar. Mientras caminaba, sintió un extraño calor entre las piernas; usó sus pies descalzos para sentir las vibraciones del lugar. Sintió la vibración de los pasos de Solymar saliendo del baño y entrando en su dormitorio.

La daemon frunció el ceño, perpleja, ya que el aire estaba lleno de tensión sexual, pero no sentía la presencia de otro hombre o mujer alrededor y, lo que era más importante, no había Ruan. Intentó dejar a un lado toda esa tensión para concentrarse en su objetivo, pero cuanto más se acercaba, más se intensificaba el ardor entre sus piernas.

Pasó por un corredor no muy largo, donde Solymar había instalado su oratorio con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Ella sonrió mientras miraba a la santa.

 

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En su dormitorio, envuelta en una toalla, Solymar estaba sentada en la cama intentando, una vez más, llamar a Ruan, quien finalmente respondió.

—¿Por dónde estuvo? ¡Estoy esperándote!

—Lo siento, cariño, pero algo sucedió. No sé si podré verte hoy.

—¿Qué pudo haber sucedido en la estación que yo no esté al tanto? ¿Olvidaste que yo también trabajo ahí?

—Sol, no hace falta esa actitud ahora…

—Sé qué no hace falta, Ruan, yo no te hago falta.

Colgó el teléfono, furiosa, y comenzó a llorar de nuevo.

 

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Ruan miró al teléfono que se había apagado. No le preocupaba la falta de control de Solymar. Sabía que la guerra había terminado y que no la necesitaría por más tiempo. Comprendió que Marysol lo había engañado haciéndole creer que iba a encontrarse con él cuando vio las noticias sobre los presuntos ataques terroristas en todo el mundo, y especialmente la destrucción del Congreso Nacional. Toda su base estaba allí, todo su plan para cuando ganara el duelo había sido destruido.

—Esa perra cree que puede derrotarme…

Sabía que el siguiente paso de Marysol, ahora que había retrasado mucho sus planes entre los humanos, sería desafiarlo al duelo, por lo que se quedó en donde estaba y esperó.

 

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Marysol sí tenía la intención de buscar al Maldito, pero no sería esa noche. Usó la poca magia que aún tenía y cubrió los espejos en camino a su objetivo para que Ruan no pudiera encontrarla.

En su habitación, Solymar sufría. Era cierto que era romántica y estaba enamorada, pero no era estúpida y, por supuesto, no se tragaba el cuento de Ruan. Tiró su móvil y escuchó un ruido en el pasillo. El trauma del ataque del difunto Arthur surgió, y Solymar empezó a temblar.

No perdió tiempo en vestirse, solo pensó en tomar la pistola que Ruan le había dado y salió de la habitación en silencio. No sabía cómo disparar, estaba temblando con el arma en la mano, pero un atacante no lo sabría, pensó. Luego, de puntillas, caminó por el pasillo sintiendo que no estaba sola. Solymar respiró hondo, trató de controlar el temblor en su cuerpo, ajustó el arma en sus manos y caminó hacia adelante.

—¡Necesitamos hablar! —dijo Marysol tan pronto como la vio. Solymar lanzó un grito cuando vio a su doble, y Marysol la miró de arriba abajo, dándose cuenta de su incomodidad con el arma—. Te vas a lastimar con esto… ¡Dámelo! —Trató de coger el arma, pero Solymar dio un paso atrás—. ‘Tá bueno. Pero ten cuidado, ¡eh!, no te vas a darte un tiro en el pie.

—Deberías temer que te diera un tiro a ti. ¿Cómo me encontraste?

—¿No te dijo tu novio que ninguno de nosotros puede ser herido o asesinado por humanos?

—Me dijo que no puedes lastimarme a mí porque… —Solymar se detuvo, no quería admitir que, en cierto modo, eran la misma criatura.

—Es cierto. Mi fuerza, vista como sobrenatural para ti, no funciona contigo porque yo no podría extraerme sangre. Tu maldito Ruan probó su propio veneno cuando intentó romper el brazo de Rogelio, así que creo que deberías bajar la guardia y escucharme. No vine a lastimarte.

—¡No soy tú! —Solymar estaba temblando, pero era más por indignación que por miedo—. Y ¡para nada me gustas!

—Si no te gusta a ti misma, debes buscar a un psicólogo.

—No estoy de humor, así que no me pruebes. ¡Vete de aquí!

—Él te mintió y te dejó sola. Estás llena de lujuria reprimida, puedo sentirlo, pero él prefiere estar con otra u otras, tal vez incluso… otros.

—Vete a la mierda, ¡demonia sucia!

Marysol se acercó a Solymar en segundos. No podía soportarlo cuando la decían demonio, porque sabía exactamente la connotación que esa palabra tenía entre los humanos.

—Sucia eres tú, viviente, que abres las piernas a otro demonio y aún lloras por su ausencia. ¿Olvidaste que él y yo somos del mismo mundo?

Solymar notó la mirada cansada de Marysol y frunció el ceño; al mismo tiempo que una parte de ella estaba preocupada por esa debilidad no disfrazada, otra parte se rebelaba porque, aunque parecía que caería al suelo en cualquier momento, la Bandolera mantenía esa actitud autoritaria y esa voz fuerte, como si Solymar fuera una niña ingenua e indefensa.

—Viniste a mi casa sabiendo que no eres bienvenida. ¿Qué quieres? ¡Dilo de una maldita vez!

—Estoy sin fuerzas. Danielle dice que estoy enferma, pero es por poco tiempo. No puedo enfrentar a Ruan así. Él me matará si no me ayudas.

—¿Qué dices? —Los ojos de Solymar se abrieron y colocó la pistola en un estante—. De verdad ¿crees que te voy a ayudar a matar a Ruan?

Marysol sacudió la cabeza sin paciencia y se volvió de lado para no enfrentarse a Solymar.

—Creo que no entendiste lo que él busca aquí en tu mundo. Es malo, Solymar. Te sedujo para te jugar contra mí.

—Y tú ¿no hiciste lo mismo con el pobre Rogelio?

—Al principio sí. Pero me quedé con él porque me gusta, porque no es malo y porque me satisface.

Intentando procesar esa información, tratando de combinar la imagen de esa mujer tan parecida a sí misma con la ausencia de Ruan, la cara abatida de Marysol y el recuerdo de Rogelio tirado en el suelo incapaz de caminar, Solymar cambió de tema y llamó la atención sobre la apariencia de la Bandolera.

—¿Qué te pasó?

—Es una larga historia, y no tengo tiempo para ello. No te estoy pidiendo que seas mi amiga, solo quiero que estés de mi lado durante el duelo.

—¡Estás loca! —gritó Solymar, y se volvió para tornar a la habitación. Marysol la tomó del brazo.

Enfurecida, Solymar trató de alejarse y terminó dando un golpe en la cara de la Bandolera, que la empujó hacia atrás. Cada una, en su propio extremo del pasillo, sintió el impacto del golpe sobre la otra. Sol, sintió la bofetada; Marysol, sintió el empujón. Se quedaron sin palabras durante un tiempo considerable.

Solymar acariciaba su mejilla ardiente con la bofetada que le había dado a Marysol, y luego dejó escapar toda la frustración que sentía. Corrió hacia la Bandolera y la arrojó al suelo, se sentó en sus caderas y la abofeteó voluntariamente.

Marysol no ofreció resistencia. De hecho, necesitaba ese contacto con su doble, que le devolvería su fuerza, así que dejó salir a Solymar. La muchacha estaba golpeando y llorando, la toalla que la había envuelto yacía sobre las piernas casi inmóviles de la Bandolera, y su cara estaba en llamas. Hasta que se dio cuenta de que no solo su rostro estaba ardiendo. Todo su cuerpo se había convertido en fuego, y mientras golpeaba a Marysol, sintió el ardor entre sus piernas, donde sus genitales se frotaban contra su oponente durante la pelea. Tal vez inconscientemente, tal vez buscando el placer que no había obtenido durante la masturbación, Solymar comenzó a moverse más libremente mientras se permitía continuar abofeteando a la otra.

La otra que no era otra.

Ya no sabía si el dolor que sentía era suyo o de Marysol.

Ya no sabía si el placer que sentía era suyo o de Marysol.

Sin embargo, continuó abofeteando.

Sin embargo, continuó se frotando.

Cuando llegó el orgasmo, nacido de su vientre, dejó de golpear y de frotar y, asustada, abandonó las caderas de la Bandolera, se sentó en el suelo frío y, con la ayuda de sus manos y pies, se arrastró hacia atrás. De vuelta a la puerta del dormitorio. Se detuvo cuando su espalda encontró el borde de la cama.

Perdida, respirando con dificultad, miró el contorno de Marysol, que también estaba sentada en el suelo, todavía fuera de la habitación, mirándola con los ojos enrojecidos.

No era el rojo de los daemons, Marysol no estaba enojada. Estaba emocionada. Tan emocionada como Solymar.

Marysol apoyó las manos en el suelo y, gateando, se acercó de la asustada doble. Acercó su rostro al de ella, hasta que pudo sentir el calor del aliento de la otra en su propio rostro. Con su mano derecha, liberó el cabello de Solymar de su eterna coleta, luego deslizó sus dedos por su cuello y la besó mansamente.

Un beso gentil.

Un beso casi amoroso.

Cuando sus bocas se separaron, Solymar todavía tenía los ojos cerrados cuando dijo:

—No me gustan las mujeres.

—No soy otra mujer, soy tú.

De rodillas, Marysol se quitó la blusa y se tocó los senos desnudos.

—¿Sientes esto? —preguntó a una Solymar que había echado la cabeza hacia atrás apoyándola sobre el colchón de la cama, mientras sentía el contacto con su propia piel.

—No me gustan las mujeres —repitió Solymar, dividida entre tratar de escapar y seguir sintiendo ese placer.

—Pero te gustas a ti misma—dijo Marysol, todavía acariciando su propia piel—. Igual que me gusto a mí. —Se dejó caer las manos sobre el vientre y, moviéndolas a través de la cintura de sus jeans, tocó su propio sexo. Solymar se mordió el labio, incapaz de detener el gemido de placer.

Marysol luego retiró la mano de su sexo y tocó el de Solymar.

Solymar sabía que era el toque de la otra, pero se sentía como si fuera el suyo. Sentía los dedos de la Bandolera deslizarse sobre ella, invadirla, acariciarla, y quiso más.

—Te odio… Me odio a mí misma… pero quiero hacerlo.

Incapaz de contenerse, arrojó su cuerpo desnudo sobre la Bandolera. Sus bocas se encontraron de nuevo y, porque quería sentir, sentir con cada parte de sí misma, Solymar le mordió el labio inferior de Marysol. El dolor fue compartido por ambas.

—Yo también quiero… —susurró Marysol, y esta vez fue ella quien le mordió el labio a la otra, hasta que el deseo de dolor se convirtió en un beso apasionado.

Dos hembras iguales y diferentes.

Sus cuerpos convergían entre sí, querían ser uno, querían estar dentro de uno y el otro sin poder, por lo que trataron de mantenerse lo más cerca posible.

Si bien permitieron que sus bocas se deslizaran sobre la piel de la otra, no sabían quién estaba besando a quién, todo el sentimiento era doble.

Cada una era dos.

Y los rasguños en la piel se sentían en la piel y en los dedos.

Y las lenguas que pasaban se sentían en la piel y en la boca.

Y los dedos que invadían se sentían en las manos y en el interior.

De cada una.

De las dos.

Al mismo tiempo.

Dejaron el piso frío y se acomodaron en la cama sin pensar en correcto o incorrecto. Boca a boca, el aliento intercambiado entre ellas también intercambiaba fuerza y vida.

Una fuerza que faltaba a Marysol.

Una vida que faltaba a Solymar.

Piel a piel, el contacto mantenido entre ellas promovía el intercambio del coraje y de la alegría.

El coraje que faltaba a Solymar.

La alegría que faltaba a Marysol.

Mientras vivía esa experiencia, la Bandolera no pudo evitar sondear la vida de su doble en ese mundo de humanos. Permitió que todos los dolores y amores de Solymar la tomasen por completo y se los devolvió. Sintiendo la sensación física de dar y recibir placer para ella y para sí misma, Solymar también vio su vida a través de los ojos de la Bandolera.

Ella sabía lo que estaba viendo y lo aceptó como un regalo, una oportunidad de aprender, de descargar todos sus remordimientos, una oportunidad de mirar hacia atrás sabiendo que no podría haber hecho nada diferente y, aunque le doliera recordarlo, logró comprender quien era.

Una mujer.

Una hembra.

Ella también una daemon.

¿Por qué no?

Podría ser. Podría ser valiente y fuerte como Marysol. Podría tener lo que quisiera y, esta vez, podría estar del lado justo.

De repente descubriéndose a sí misma, Solymar se acostó sobre Marysol y, por unos segundos, miró a la Bandolera y le gustó lo que vio.

Ella sonrió.

—Me amo —dijo Solymar, antes de colocar un delicado beso en los labios de Marysol.

La Bandolera le devolvió la sonrisa, y sus manos comenzaron a correr salvajemente sobre los cuerpos de ambas.

Cuando, después de horas, las dos alcanzaron el éxtasis completo y simultáneo, sucedió algo poderoso.

Se convirtieron en una.

Sus espíritus se quedaron unidos. Marysol había recuperado la parte que le faltaba, y Solymar había ganado una parte que no había buscado, pero que le gustaba tener.

Durmieron abrazadas.

 

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A la mañana siguiente, Ruan estaba solo y, de alguna manera, preocupado. No sabía el paradero de la Bandolera. Él la había estado esperando toda la noche, pero ella no se había dignado a aparecer.

Danielle, insegura de si entraba a la casa para entender por qué Marysol estaba tardando tanto para salirse, se quedó durmiendo en el auto y, al sentir los primeros rayos de sol golpeando su rostro a través del parabrisas, decidió que no podía esperar más.

Marysol y Solymar se despertaron casi al mismo tiempo. Se miraron y sonrieron. La Bandolera estaba vigorizada. Todavía no había recuperado completamente su fuerza, pero ya se sentía capaz de luchar, especialmente si Solymar estuviese a su lado.

—Buenos días —dijo ella.

—Hola —respondió Solymar—. Te ves mejor.

—No me veo. Estoy. Y tú sabes.

—Sí, lo sé… ¡qué raro!

—No pongas demasiado de tu pensamiento en ello. Sabes que es correcto. Si empiezas a pensar, también empezarás a cuestionar.

—Las preguntas pueden ser buenas…

—A veces. Otras veces, las preguntas solo sirven para enmascarar la verdad.

—Y ¿cuál es la verdad?

—La verdad es que la primera respuesta es siempre la correcta. Sabes que no miento, sabes que Ruan es malo, así que acepta lo que sabes sin pensar demasiado. ¿Puedes intentarlo?

—Creo que si…

—¿Puedo ducharme? —preguntó la Bandolera, queriendo dejar a Solymar sola con sus pensamientos.

—Sí. —Indicó el baño con la mano.

Mientras Marysol se duchaba, Solymar prendió la televisión que continuaba cubriendo lo sucedido en la Plaza de los Tres Poderes. No se sabía cuántas personas se habían muerto, y la indiferencia que Solymar había experimentado el día anterior desapareció.

Su corazón estaba turbado y se sentía insegura.

No le gustaban los políticos, pero se dio cuenta de que eran personas, y nadie merecía morir así. Marysol regresó a la habitación disculpándose.

—Espero que no te importes, pero te tomé prestado una muda de ropa.

—Vale.

—¿Qué pasó?

—Nada. Estoy viendo las noticias. El edificio del Congreso Nacional fue destruido ayer… ya sabes… a veces soñamos con ello. Estos políticos hacen tanto mal, que incluso queremos que alguien explote todo, pero ahora que ha sucedido…

—No te preocupes; dejé ir a la gente inocente.

La cara de Solymar se convirtió en una cara de asco.

—¿Tú lo hiciste?

—Fue necesario. Ruan…

—¿Ruan? ¿Ruan? ¿Qué podría tener que ver Ruan con esta mierda?

—Él…

—¿Sabes qué? No me interesa. ¡Vete! No puedo creer que me hayas engañado. Eres lo peor que me ha sucedido.

 

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Afuera, Danielle estaba a punto de saltar por encima del muro y entrar, cuando vio a Marysol salirse con la cabeza gacha, seria.

Adentro, Solymar tomó su móvil.

—Ruan, necesito hablarte.