El semblante de Marysol era, para Danielle, indescifrable. Estaba claro que la Bandolera se sentía mucho mejor. Las ojeras y la palidez habían desaparecido y, si no fuera por el semblante malhumorado, podría decirse que incluso estaba de buen humor.
—Vieja loca… —murmuró, tan pronto como saltó al lado de Danielle.
—¿Qué pasó? ¿Qué hiciste ahí toda la noche?
Marysol no respondió de inmediato. Debido al intercambio de energía sexual, no solo había recuperado parte de sus poderes y fuerza; se dio cuenta de que sus sentidos estaban mezclados con los de Solymar e, incluso allí desde la calle, sintió la traición cuando su doble llamó a Ruan y le contó todo lo que había sucedido entre las dos.
No podía perder más tiempo. Ruan ya debería saber que ella había sido la responsable de lo que sucedió en la Plaza de los Tres Poderes, y por supuesto también sabía que ella estaba más fuerte por haber intercambiado energía sexual con su doble. Lo que Ruan tal vez no supiera es que la energía intercambiada solo había sido la necesaria para restaurarla. Le urgía lanzar el High Noon lo antes posible.
Danielle se quedó impaciente:
—Me vas a decir qué pasó ¿o no?
—¡Ya! Nos tomó mucho tiempo llegar a un acuerdo, y ella me hizo caso… es decir… hacer, hacer… exactamente… no. Pero me escuchó, y me dio la fuerza que me hacía falta, durante el sexo. Pero, a la mañana, la loca vio a los noticieros y se volvió furiosa por los buitres que maté. —Enojada, se metió en el auto y cerró la puerta—. ¡Al infierno con ella!
—A ver… Tuviste sexo contigo misma, ¿es así? —preguntó la inspectora. La perplejidad le saltaba de sus ojos—. ¡Hostia!
—¿Qué me ves? ¿Nunca lo hiciste tú? —Marysol la miró de reojo—. ¡Todos lo hacen!
—¡No! ¡Sí! A ver… ni siquiera quiero escucharte —dijo Danielle, mostrando a la Bandolera su palma como si quisiera crear un muro entre ellas, un muro que la separaba de un acto inimaginable.
La Bandolera aceptó esa barrera simbólica y se centró en sus prioridades. Quería volver al apartamento, ponerse una ropa, su ropa, las que la hacían sentirse como en casa, poderosa. Necesitaba su sombrero, sus botas, sus armas. Eran su armadura. Estaba segura de que, al igual que la Bandolera que siempre había sido, podría entender mejor sus pensamientos y rumiar en una forma de sacar su nueva banda de esa pelea.
Sabía que Thiago estaría en el apartamento esperando a las dos, y sabía que no sería capaz de mantener alejado al niño; sabía que Rogelio estaba en su propia casa esperando que ella apareciera, y sabía que no mantendría alejado al médico; ella sabía que Danielle nunca la dejaría; y esas cosas, esas personas, esa familia que había ganado entre los humanos, la ponía nerviosa al tanto que llenaba su corazón de calidez.
Ella no podía pararse frente al Maldito así.
No con tanto que perder.
En el apartamento, logró ponerse su ropa, pero no pudo evitar que su banda la siguiera. Una vez había dirigido un grupo de forajidos, todos bandidos, todos vaqueros, todos buscando lo mismo; pero de pronto, su banda estaba compuesta por un médico, un chico de la calle y una inspectora de policía. Ninguno de ellos era un proscrito, excepto, tal vez, Tico —cuando necesario—, y ciertamente no perseguían los mismos intereses, pero ¡por Dios!, ese bando era importante para ella.
Pensó en Diana y en su cuerpo mutilado, ella pensó en sus otros amigos, su otra familia, sus cuerpos colgados por sus cuellos en cuerdas indignas en un patíbulo inmoral.
No soportaría pasar por eso de nuevo.
Cuando Rogelio apareció en el apartamento de Danielle, se puso segura de que no soportaría perderlo. Se maldijo por estar tan unida a esos humanos; se maldijo por no poder evitar que subieran al auto.
Todo el camino hasta la emisora fue gobernado por el miedo. Un miedo que la Bandolera se negaba a admitir que sentía, pero que estaba allí, corría por sus venas como si fuera su propia sangre.
Cuando llegaron a su destino, ella hizo un último intento frustrado de mantener a los humanos a distancia de la pelea, pero mientras ella y Danielle discutían acaloradamente, Thiago acomodó a Rogelio en su silla de ruedas afuera del vehículo; fue entonces cuando Ruan, cansado de esperar, finalmente se encontró cara a cara con la banda.
—¿Por qué demoraste, zorra? Hace mucho que bajaste de la cama de Sol…
En casa, Solymar seguía pensando en la experiencia vivida en la noche anterior. Le molestaba que no la hubiera molestado. Se sentía bien, se sentía natural, parecía que todo estaba en su lugar y que ella estaba más completa.
«La primera respuesta es siempre la correcta», le había dicho Marysol, y tal vez, si Solymar tuviera ese principio en mente, no estuviera tan confundida. Su sentimiento primario, sus sentidos más primitivos, le contaban que Marysol decía la verdad, que Ruan era peligroso; ella lo sabía con cada órgano de su cuerpo, pero cuando pensaba en su novio, el cálido abrazo, la sonrisa seductora, la seguridad que siempre le había brindado…
Luego, al pensar y repensar, sintió que su corazón saltaba. Mejor, sintió un corazón que no era el suyo saltar. Pensó en todas las sensaciones que había compartido con la Bandolera y se preguntó si todavía estaba compartiendo esas mismas sensaciones. Ansiosa por la compañía de la otra que era ella misma, se concentró en ese latido, y los ojos rojos de Ruan surgieron en sus pensamientos.
La sonrisa del hombre que amaba no estaba seductora.
No en esa visión.
—¿Por qué demoraste, zorra? —Ella escuchó y rápidamente se puso en una posición defensiva. Sola en su casa, Solymar intentaba protegerse de alguien.
Alguien que no estaba allí.
Alguien que nunca estaría.
Sola en su casa, Solymar comenzó a llorar de miedo por las personas que no conocía y que ni siquiera le importaban, pero que eran su familia, su banda.
Sola en su casa, Solymar hizo lo que la Bandolera no tenía el derecho a hacer: se acurrucó en el suelo y esperó a que pasara el miedo.
Protectora, Marysol se paró frente a sus amigos, apretó los dientes y miró a Ruan. Detrás de ella, Danielle y Thiago estaban cada uno a un lado de Rogelio.
—Me demoré porque tomó mucho esfuerzo compensar el retraso de tu novia. A mí me parece que no eres lo suficiente macho como que para satisfacerla.
Danielle sonrió burlonamente y se enfrentó a Ruan. El daemon miró a cada uno en el grupo y luego a sus pies, sacudió la cabeza. Suspiró, contempló al grupo y dijo:
—Veo que te trajiste una audiencia, ¡qué bonita! A ver… quiénes están reemplazando a tu antigua banda que… hmmm… ¡yo linché! —La sonrisa se ensanchó y, señalando a cada uno, continuó—: Una inspectora que vive bajo el alcance de los Asuntos Internos y se rebaja golpeando a sus subordinados; un niño sin hogar que recientemente descubrió la ducha y la ropa limpia; y, lo mejor de todos, un médico lisiado que no puede curarse.
Marysol solo miraba a su objetivo. Sabía que él no tendría piedad, y estaba decidida a derramar hasta la última gota de sangre de su cuerpo.
Ruan dedicó su atención a Rogelio, se inclinó, y ambos se pusieron a la misma altura.
—Creo que tu perra fue en busca de mi perra porque no soy el único que no se puede poner suficientemente macho como que para aplacar el calor de la amante… pero tengo una ventaja, lisiado, mi polla sube sin magia.
La calle estaba llena de personas, pero a Marysol no le importaba el movimiento; estaba preocupada por Rogelio. Todavía no le había contado sobre la aventura que había tenido con su doble, y temía que la comprensión de lo que había sucedido lo debilitase y él cuestionase su amor. No pensaba en la lealtad del médico hacia ella, para nada le importaba que él cambiara de bando, lo que sí le importaba era que él no se sintiese traicionado. Pero, antes de que pudiera interferir y decir algo, el hombre respondió:
—Para que vea como son las cosas, querido doble; estoy lisiado, mi polla solo se eleva con magia y, sin embargo, ella me prefiere a mí.
Rogelio sonrió con una sonrisa que no dejó confundida a Marysol. Esa sonrisa que lo diferenciaba de Ruan. Era una sonrisa humana en todas partes.
Ruan también sonrió.
Esas dos sonrisas, una frente a la otra, hicieron que las diferencias entre los dos se quedasen muy evidentes.
Cómo pudo haber odiado a Rogelio era el único misterio que la Bandolera había que resolver. Cara a cara, no restaba duda —ni siquiera una sombra— de que los dos eran diferentes en todo lo que importaba.
—Ella te está usando —dijo Ruan—. Lo mismo que hago con mi dulce Solcita. —Se rió y continuó—. Puedo sacarte de esa silla de ruedas en un santiamén. Ella también lo puede, pero no lo hizo.
—No la dejé hacerlo —dijo Rogelio, lo que molestó a Ruan por un momento, pero pronto retomó su arrogante pose.
—Interesante… —respondió Ruan, teniendo cuidado de mantener su expresión de desdén—. ¿Sabes qué pasará si ella logra matarme? Ella te abandonará. —Colocó el cabello de Rogelio detrás de la oreja y sonrió al doble que lo miraba con disgusto—. A ver… tal vez tú y yo podamos celebrar después, como ella y Sol hicieron, ¿eh? —Rogelio apretó los dientes ante la propuesta de Ruan. Divirtiéndose con el desagrado que había provocado en su doble, el Maldito continuó—: Oh, no te hagas. Te prometo que te encantará, hasta puedo dejar que tú…
No pudo concluir, ya que Rogelio hizo uso de los brazos que tuvieron que aprender a ser fuertes para sostener su propio cuerpo, agarró al Maldito por el cuello y le dio una llave estranguladora.
Ruan comenzó a ponerse morado.
Rogelio no parecía querer detenerse.
Ruan estaba sin aliento.
Rogelio apretó sus brazos aún más.
Ruan forcejeó, se sacudió las piernas.
Rogelio estaba impasible, sereno, como si el Maldito fuera una muñeca de trapo.
—El único contacto físico que te voy a dar es este, gilipolla —dijo el doctor con una voz tan controlada que nadie diría que estaba cautivo, bajo una fuerza extrema, por sí mismo.
Siempre me pregunté cómo haya sido posible que Rogelio lograra sofocar a su doble durante tanto tiempo sin sentirse sofocado. Desafortunadamente, esa es una respuesta que no puedo darles. Rogelio mismo no sabe cómo ni por qué.
Marysol, aunque sabía que un humano no podía matar a un daemon, al ver la condición de Ruan, cuestionó sus propias creencias. Nunca había visto a Ruan tan sumiso, tan rendido, tan incapacitado. No duró mucho en sus divagaciones porque, por mucho que quisiera que Ruan muriera, lo quería muerto por sus propias manos. Sin embargo, sus dudas se disiparon pronto, porque Rogelio comenzó a sentir la falta de aliento que le estaba infligiendo a su doble, como si unas manos invisibles le apretasen el cuello.
La Bandolera no esperó para saber qué pasaría y, usando la magia que se había vuelto más fácil para ella, los obligó a los dos a alejarse el uno del otro. Ellos sintieron esa fuerza ineluctable que los separaba, colocando uno a cada lado. Ruan cayó al suelo y se llevó las manos a la garganta mientras aspiraba el aire; Marysol podría estar equivocada, pero era la primera vez que veía miedo, miedo real, en los ojos del Maldito. Rogelio sintió que sus brazos aflojaban el cuello del enemigo contra su voluntad, y la silla giró hacia atrás con rapidez. Si no fuera por Thiago, habría terminado en el medio de la carretera.
Ruan no tardó mucho en recuperarse, y Marysol sabía que necesitaba lanzar el desafío, por lo que dejó de preocuparse por la banda. Abrió la boca para recitar las palabras, pero Ruan hizo que Danielle levitara ante él.
A unos cinco metros sobre el suelo, la inspectora sostenía su propia garganta tratando de deshacerse del agarre invisible. El Maldito se le rompería el cuello, todos lo sintieron. Rogelio gritó y le pidió que no lo hiciera. Ruan se rió y dijo:
—¡Tú tienes la culpa, Rogelio! Ella morirá porque tú… tú… me cabreaste.
Thiago se adelantó con un grito furioso para tratar de evitar que Ruan hiciera lo que prometía, pero con su mano libre, el mago lo empujó.
Sabiendo que ya no podía posponer el momento, Marysol se colocó entre el Maldito y la inspectora flotante y señaló a Ruan con un dedo.
El desafío sería lanzado.
Sola en su casa, Solymar estaba angustiada. La conexión que había establecido con la Bandolera durante el sexo le permitía, de una manera muy particular, saber qué estaba pasando con la doble. Fue capaz, a distancia, de absorber las percepciones de Marysol y sentir todo el miedo que ella sentía, aunque Marysol no aceptase ese miedo.
Dentro de la cabeza de Solymar, la angustia por los recuerdos de la antigua banda de Marysol masacrada por Ruan se mezcló con la preocupación de que ocurriera lo mismo con su banda actual. En ese momento, entendió que Rogelio no era solo un doble de Ruan para Marysol, ella realmente quería al médico, y Solymar, por un tiempo, también quiso a ese hombre. Se dio cuenta de las diferencias entre las sonrisas. Era esa sonrisa la que había deseado a su lado por las mañanas.
Fue este poco de amor lo que la hizo levantarse del piso y buscar el valor para permanecer completa.
Fue este poco de amor lo que la hizo decidir irse y unirse a la Bandolera. No quería que matasen a Ruan, quería que lo castigasen y, en algún lugar dentro de sí misma, tenía la esperanza de que el Maldito pudiera cambiar. Mientras se dirigía hacia la puerta, las emociones se alternaban dentro de ella: sentía la necesidad de luchar, defender a todas esas personas, salvar a Danielle.
Danielle…
Diana…
¡Ah! ¡Diana!
Y la tristeza dominaba su interior.
De repente, estaba pensando demasiado rápido, los recuerdos, las imágenes, las decisiones, todo giraba en su cabeza, y todo dolía.
Dolía como el infierno.
La parte de ella que era Marysol sentía la necesidad de ignorar ese dolor de cabeza y luchar; pero la experiencia de su vida hasta ahora la impedía. Ella no era la Bandolera. Con su mano en la manija, se sentía como una cobarde y no dio el último paso hacia afuera.
Estaba mucho más fácil quedarse allí y esperar a que terminara la pelea.
Sería al mediodía.
Quedaba poco.
Ella solo podía esperar y aceptar el resultado, fuera cual fuera.
Fue al baño y tomó un analgésico para tratar de reducir ese dolor pulsante en su cabeza, un dolor que decía que estaba pensando con un cerebro que no era el suyo, y tragó la medicina con tres sorbos nerviosos de agua.
Por supuesto, el dolor no desapareció.
Pero ella necesitaba hacer algo para sacar esas imágenes de su pensamiento. Se puso unas zapatillas y salió a caminar para distraerse.
—HIGH NO… —comenzó Marysol.
Pero el Maldito había hecho su tarea. Tiró a Danielle al suelo y lanzó el contrahechizo.
—NOHIGHNO.
Marysol se congeló. Sus labios no pudieron obedecer la orden mental y se quedaron mudos. El Maldito se acercó con el dedo índice levantado; colocó su dedo sobre los temblorosos labios de Marysol, se inclinó y le dio un beso muy ligero en la boca. Un beso que hizo que Solymar, en su caminata, sintiera los celos que debería sentir y la ira que no era suya.
Sal de mi cabeza, sal de mi cabeza, sal de mi cabeza, pensó, mientras caminaba más y más rápido sin saber a dónde iba.
Mientras tanto, en el medio de la calle, frente a la emisora, Ruan miraba a su enemiga con una mirada llena de burla.
—Ah, no, no, no, no… Esta vez, lo haremos a mi manera, Marysol.
—Así que, ¿vas a apoyarte en la magia, cobarde? —dijo Marysol. Aunque las palabras mostraban preocupación, su rostro mostraba una media sonrisa que no pasó desapercibida al Maldito. Aun así, él dijo:
—Somos seres mágicos. La cobardía es recurrir a un truco tan bajo como el de privarnos de lo que es natural para nuestra raza. Eres mejor que eso, Marysol. —Acarició la cara de la Bandolera—. Ah, sí. Te felicito por lo que hiciste a los híbridos. Retrasará mis planes, pero me hizo sentir orgulloso. Creo que ahora empezarás a entender lo que es ser poderoso, ser capaz de tener todo lo que se desea…
—Lo hice porque estaban afectando el equilibrio universal.
—Bla, bla, bla... equilibrio universal. Balanza universal Todo es mierda. ¿A quiénes ellos amenazaban? —gritó—. ¿A los daemons? ¡Claro que no! No querrás asumir que te gustó jugar a ser dios, así es como los humanos dicen: dios. Pero te conozco, sé que te gustó, y sé que me odias aún más por eso, porque te lo dije un día que te gustaría y entenderías. Y digo más: un día, un día, estarás a mi lado. Dioses los dos.
—Estás intoxicado de poder, pero no trates de bajarme a tu nivel —dijo Marysol con la sonrisa más amplia—. Pero sí, he aprendido dos o tres cositas sobre magia. Incluso hay una pequeña cosa que sé, y que tú no sabes.
—¿Qué?
—¿Te acuerdas de los jueces?
—Recuerdo que intercambiaste secretos con la jueza, pero no veo cómo eso puede ser relevante.
—Bueno… el caso es que ella me hizo unas revelaciones. ¿Quieres escuchar? —preguntó la Bandolera, pero no esperó una respuesta—: La primera es que ella, la jueza, es mi madre.
—Mira nada más… una reunión familiar. Ahora sé a quién entregar tu cuerpo si me obligas a matarte.
—Tú no sabes lo que eso significa, ¿verdad, monte de mierda? Significa que no hace falta que te entregue a las autoridades. Como hija de un juez, puedo elegir tu destino sin preocuparme por el castigo.
—Lástima que esto solo sea útil si ganas el duelo, lo que no sucederá, porque no habrá duelo. Nohighno, ¿te acuerdas?
—Sí, y estoy muy feliz de que hayas recordado esto, porque la segunda revelación que me hizo —comenzó Marysol, extendiendo, esta vez, una mano amorosa que descansó en la cara del Maldito— es que el contrahechizo del High Noon abre el paso entre los mundos para que los jueces presidan el duelo.
Ruan estaba sorprendido, pero no pareció dar marcha atrás en su resolución.
—Y ¿crees que voy a entregar la pelea solo porque tres viejos me van a prestar atención?
—¡Ah, no! Sé cuánto te gusta presumirte. Pero los tres viejos se asegurarán de que no hagas trampa. No tocarás un pelo de ellos —dijo la Bandolera, señalando a Rogelio, Danielle y Thiago.
—¿Ellos? ¿Eso es todo lo que te preocupa? ¿No te importan los humanos que yo pueda usar?
—Bien sabes que nuestra arena no será esta, además, nada más irá interponerse entre tú y yo. Te aseguro que mataré a tu rehén antes de que puedas usarlo en mi contra.
Ruan sonrió la sonrisa de los conquistadores.
—No sabes cuánto me alegras.
Antes de que Marysol pudiera registrar la malicia de esa sonrisa, el suelo tembló y el aire se volvió espeso, como si el viento mismo de repente comenzara a vibrar: era casi posible tocarlo. Se abrió una brecha entre los contendientes y, desde adentro de la brecha, como si todavía estuvieran lejos de la apertura, se podían ver las figuras de los tres jueces.
La banda humana de Marysol no podía apartar los ojos de esa abertura; en cuanto a nuestros contendientes, solo se miraban el uno al otro.
Cuando los jueces cruzaron, buscaron la mirada de Marysol. Todo estaba en silencio, y la Bandolera apartó la vista del Maldito. Se dio cuenta de que, desde el interior de la grieta, todavía era posible notar la silueta de dos seres más caminando lentamente.
—Creo que tenemos más invitados para la fiesta —dijo Ruan.
La Bandolera lanzó una mirada inquisitiva a la jueza, su madre.
—Tienen un rehén, Marysol.
—¡No me importa! —dijo resueltamente y volvió a mirar al Maldito.
—¿Estás segura, zorra? Creo que es mejor que mires de nuevo antes de decidirte.
Boquiabierta, Marysol no supo qué hacer cuando, por la grieta, salió Raúl —el padre de Ruan—, guiando a una chava esposada que no tenía el valor de mirar más allá de sus propios pies.
—¡Irene!
Durante su caminata apresurada, Solymar también sintió esa conmoción. Irene… Ni siquiera sabía quién era la chava, pero la Marysol que compartía su cerebro con ella sabía que esa chava era importante. Los daemons cumplen sus promesas, pagan sus deudas; y la promesa hecha a Talita de que encontraría a su hija no podría cumplirse de una manera tan pobre. Necesitaba a Irene con vida.
Solymar aceleró su ritmo para expulsar los pensamientos, la presión, la responsabilidad, el deseo de correr al lugar del duelo y asegurarse de que se pagara la deuda, que Irene se salvara, pero los pensamientos continuaron girando, rápidos e intensos, en su cabeza.
Intentó mirar el entorno para distraerse.
Tenía que salir de sus propios pensamientos, tenía que desconectarse de su conciencia.
Abrió los ojos al mundo y descubrió que, como ella, todo lo demás estaba diferente. Pasando por un mercado libre donde había varias carpas para voluntarios responsables de las obras sociales. Casi cualquier ayuda se podía encontrar ahí. La gente estaba sirviendo sopas a las personas sin hogar; había un peluquero, un barbero; había personas que tomaban la presión arterial y realizaban pruebas médicas básicas pero esenciales; en resumen, una miríada de buenas obras.
Pero esas personas, esos voluntarios, eran diferentes, tenían algo diferente. Solymar no lo sabía, pero no era que los voluntarios tuvieran algo especial, era ella quien estaba diferente. Podía sentir el aura de esas personas. Se detuvo y prestó atención a esos seres, y pronto se dio cuenta de que esos seres también estaban enfocados en ella.
Todos los voluntarios que la miraban tenían la misma vibración, y era una vibración diferente de la que tenían los voluntarios que no la miraban. Afortunadamente, hoy puedo decirles cuál era la diferencia entre ellos, un privilegio que Solymar no tenía mientras estaba confundida y perdida, parada en la multitud.
Lo que veía Solymar en ese minuto eran híbridos.
Al igual que los que Marysol había eliminado en todo el mundo.
Daemons en cuerpos humanos. Lo que diferenciaba los híbridos que Marysol había destruido de los híbridos que Solymar contemplaba en ese momento no era más que sus elecciones.
No luchaban contra los humanos, los ayudaban.
Sintió una mano tocar su hombro y giró rápidamente. Un hombre mayor, que tenía la misma vibración que los que la miraban, dijo:
—Eres humana, pero te ves como un daemon. ¿Cómo lograste esta aura?
—Quién… ¿qué eres?
—Soy… somos personas. Con diferentes orígenes, pero aprendimos a ser personas —respondió él, sereno y sonriente.
—¿Eres un daemon?
—Ya fui.
—He pensado que erais todos…
—¿Malvados? ¿Dominadores? ¿Con sed de poder?
—Sí.
—No lo somos —dijo y tocó la frente de Solymar, quien sintió que el dolor de cabeza desaparecía. Sostuvo la mano de la doble con la palma expuesta y hacia arriba, pasó el dedo índice sobre las líneas dibujadas en la piel y continuó—: Aprendimos algunas cosas cuando llegamos aquí, de hecho, muchas cosas. Por ejemplo, cuando llegué, encontré un gitano que se estaba muriendo y no tenía forma de salvarlo, así que me convertí en el nuevo dueño de ese cuerpo. Pero los otros gitanos, su familia, se pusieron tan contentos con el milagro, que todo mi deseo de dominación se disipó. ¿Alguna vez te has sentido tan intensamente amada que de pronto eres capaz de hacer algo para proteger a quienes te aman tanto?
—¿Nunca se enteraron?
—No… Excepto por una señora muy vieja, tanto, que ya no podía ver con los ojos. —Cerró la mano de Solymar—. Ella veía con otros sentidos, y una vez que me dijo que, a pesar de no saber cómo había sucedido, sabía que yo no era quien decía ser, pero que no sentía nada malo en mí. Me quedé con ellos hasta que ese cuerpo empezó a perecer. Lamentablemente, es inevitable. Entonces busqué un nuevo cuerpo. He estado entre ustedes durante trescientos años.
—No aceptas morir. ¡Esto no es natural!
—Si pudieras seguir viviendo sin dañar a nadie, ¿renunciarías a eso para simplemente cumplir con una regla que ni siquiera es de tu mundo o de tu naturaleza?
—Yo no sé.
—Sí, lo sabes… Lo que no es natural es aceptar morir cuando existe la posibilidad de extender la vida con dignidad. Eso es lo que hemos estado haciendo. Y a diferencia de otros, no queremos dominar a nadie, solo queremos vivir. Y todavía logramos ayudar a mucha gente con lo poco que ha quedado de nuestros poderes.
—Ya veo… está genial lo que hacéis por aquí.
—Lo hacemos en todo el mundo. Pero el crédito no es solo nuestro, hay muchos humanos que lo hacen posible. Solo ofrecemos el plus, lo poco que todavía tenemos de magia para forzar situaciones más difíciles, por supuesto, siempre teniendo cuidado de no interferir con el equilibrio universal. —Miró intensamente a los ojos de Sol, puso sus manos sobre sus hombros y dijo—: Creo que aún hay tiempo para ayudar a quienes pidieron tú ayuda. No te traiciones a ti misma de nuevo. Si dejas morir una parte de ti, incluso si esa parte es una de muchas, empiezas el proceso de tu propia muerte.
—¿Cómo tú…?
El hombre señaló el camino que Solymar debería tomar, y ordenó:
—¡Ándale!
—¡Apá! —dijo Ruan, satisfecho.
—Hijo, si esta zorra te mata, termino con la humana que ella quiere llevar a su mamá.
—Las reglas son simples —interrumpió la jueza, antes de que Marysol pudiera decir algo—. Quien las rompa será arrestado y puede ser sentenciado a muerte en nuestro mundo.
Sé que ustedes están ansiosos por saber qué sucederá en la pelea, pero necesito interrumpir este punto de la historia para hablarles sobre Thiago: cuando la jueza comenzó a hablar en voz alta, dirigiéndose a todos, el niño se olvidó de la pelea, se olvidó de su resentimiento hacia Ruan por haber matado a su familia, se olvidó de su preocupación por la Bandolera. De repente, todo el universo de Thiago se convergió en esa hembra escondida debajo de una túnica, cuyos ojos —la única parte que se podía ver— eran extraños y familiares al mismo tiempo. Tan familiar como la poderosa y aterciopelada voz que él escuchaba. Era conocida, era demasiado familiar. Era como si esa jueza tuviera su propio campo gravitacional y Thiago fuera una luna. Quería orbitar a su alrededor. Marysol, que conocía la sensación, notó el impulso del niño y preguntó:
—Antes de eso, madre, te pido que te quites el velo.
Se escuchó un murmullo cuando Marysol profirió la palabra madre con tanto desprecio. Thiago, principalmente, la miró con asombro, porque entendió todo muy rápido. Si esa jueza era la madre de Marysol, lo era también de Diana y, por lo tanto, de una manera muy loca, esa jueza era su abuela. La jueza hizo caso a la solicitud de la Bandolera, expuso su rostro y lo pronunció solemnemente.
—Mi nombre es Lenora Barbueno, madre de Marysol y de la difunta Diana. Soy una jueza en mi mundo, y estoy aquí para…
—¡Es tal y cual mi madre Lorena! —gritó Thiago.
—Sí, soy una de las formas de tu madre, Thiago. Eres el hijo que mi Diana no pudo dar a luz debido a la malicia del daemon Ruan, quien tanto avergüenza a los de nuestra raza.
—¿Podemos seguir? —interrumpió Raúl— ¿o va a abrazar a su nieto como lo haría un humano, su señoría?
Lenora miró al hombre con desprecio, pero continuó:
—Los retadores podrán usar magia, pero solo uno contra el otro. No se hará daño al público. ¿Estamos? —Destacó las palabras, mientras miraba a Ruan—. Si el retador Marysol ganar, ella tendrá el derecho a decidir el destino del perdedor; si Ruan ganar, no tendrá el mismo derecho sobre la perdedora, pero podrá cumplir condena si la mata. Si no la matar, puede negociar su sentencia. También quiero recordarles que, entre los crímenes de la Bandolera, el exterminio de otros daemons no está incluido.
—Te estás perdiendo un detallito —dijo Ruan—. La Bandolera sí mató a un daemon. Ella llegó a este mundo porque asesinó a mi hermana Irina.
—Tu hermana tenía la intención de hacer lo mismo con ella, así que fue en defensa propia. Justicia daemon no es crimen.
—A lo mejor este es el motivo por qué estoy disfrutando tanto a la justicia humana —respondió el Maldito.
—No he terminado, ¡cállate! —dijo Lenora—. Marysol, recuerda lo que te dije al primer duelo: hay opciones más dolorosas que la muerte, y sé que quieres salvar a esta chava llamada Irene.
Marysol miró a la hija de Talita, que solo entonces levantó la vista para ver lo que sucedía a su alrededor. Sus ojos se encontraron, y Marysol pudo reconocer la amabilidad de la tabernera en los ojos de su hija. Se puso de pie, rígida como una estatua y preguntó:
—¿La lucha comenzará al mediodía?
—Esto no es un High Noon. Este reto no te dará tiempo para hablar con las personas que conociste aquí, Marysol. A menos que el otro contendiente quiera tiempo también.
—Para nada, su señoría —dijo Ruan sonriendo—. Empecemos de una buena vez. Tengo reservas para el almuerzo…
—¡Que así sea! Necesitamos dejar este lugar. Marysol, ¿hay algún sitio que sea especial para ti?
—Sí —dijo ella—. Si puedo elegir, me gustaría que fuera el mismo sitio donde aterricé por primera vez cuando llegué a este mundo.
—¡Ah! —Ruan interrumpió—. ¿El lugar donde te confundieron con la Reina del Camino y terminaste conociendo al niño híbrido que logró tener dos madres y ningún padre? Por eso sé que voy a lograr matarte, Marysol… eres demasiado humana.
—Sí, Ruan. —Ella sonrió en respuesta—. Pero ese sitio me acuerda que llegué con uno equipaje pesado y maloliente… a ver… ¿quién era? ¡Ah, sí!, el cadáver de tu puta hermana, a quien desangré como a una cerda.
—¡Te voy a matar, zorra inmunda!
Solymar siguió el camino indicado por el anciano sin saber si su destino estaba realmente en esa dirección. Se concentró en el cerebro que no era el suyo, tomó un taxi y fue a la estación de televisión. Cuando llegó, sintió la fuerte vibración, pero no vio a nadie. Como era lo lógico, entró en el edificio para buscar a Ruan.
Ah, está bien… vale… a lo mejor entrar al edificio no era lo más lógico. ¡Era un duelo! Y por supuesto que Ruan y Marysol no iban a pelear en una habitación, pero… bueno… Solymar era un humano tratando de entender todo y pensando con dos cerebros al mismo tiempo. La calle estaba vacía, el auto de Ruan estaba en el estacionamiento… Entendieron, ¿verdad? Al fin y al cabo, ustedes también son humanos.
Fue a la oficina del novio.
No estaba vacía, pero no era Ruan quien estaba allí.
—¡Solymar! —Norberto la saludó—. Contigo quería hablar.
Al mismo tiempo que pensaba: Genial, otro anciano que quiere decirme verdades, Solymar se dio cuenta de que Norberto estaba diferente. Entonces percibió que él no estaba diferente, ella lo estaba. Y ella podía ver el verdadero Norberto a través del cuerpo humano.
—¿Dónde está Ruan? —preguntó. No estaba interesada en lo que fuera que Norberto quisiera decirle.
—Te ves diferente… —dijo Norberto, sin responder.
—Puedo decir lo mismo de ti. Pareces cuarenta años más joven, si no te importas que te diga…
—Sí. —Se inclinó sobre la mesa—. No sé qué te pasó, pero disfrútalo, porque el efecto terminará. —Se reclinó en su silla—. No sé dónde está Ruan, pero tú sí puedes encontrarlo. Estoy seguro de que necesita a la prometida a su lado en un momento tan delicado.
—¿Prometida?
—¡Oh, lo siento! Pensé que ya había hecho la propuesta. —Se golpeó la frente ligeramente—. Perdóname si arruiné la sorpresa.
—No estoy entendiendo…
—Te estoy diciendo qué sucederá si te quedas a su lado. —Abrió el cajón del escritorio de Ruan y sacó una cajita de terciopelo negro que le tendió a Solymar.
Los ojos de la chava se iluminaron cuando vio a la joya, y ella dejó escapar un fuerte suspiro. No era la joya en sí lo que la atraía, era lo que ella representaba. Era un símbolo del amor de Ruan. Un amor que ella anhelaba.
—Él… él…
—Estoy seguro de que está bien… por ahora… Pero tengo mis dudas de que Ruan pueda salirse con la suya… a ver… su doble lo traicionó. —Extendió la mano y recogió la caja de terciopelo que volvió a colocar en el cajón—. En cualquier caso, si él no sobrevive, al menos sabes lo que había planeado para el futuro.
Solymar no se apegó a esa perspectiva del futuro. Estaba mucho más centrada en lo que el hombre había dicho sobre la traición de Rogelio. Se dio cuenta de que no importaba de qué lado se quedase, en cualquiera estaría traicionando a alguien.
—Es que él quiere matar…
—¡Claro que no! —dijo Norberto—. Ella es una zorra vengativa, convirtió un pequeño altercado en una masacre y…
—¡Oh, por favor, Norberto! Sé muy bien que ella no me mintió ni exageró. Solo quiero evitar este loco duelo. No quiero que ninguno de ellos muera.
—La única que quiere muertes es ella…
—No voy a perder el tiempo discutiendo contigo. ¿Sabes cómo consulto dónde están?
—Aprovechándote de la energía de la otra que está pegada a ti… —dijo extendiendo un pequeño espejo hacia Solymar.
—¿Qué hago?
—Mira con cuidado… piensa en ellos, quiera estar con ellos, podrás saber dónde están.
La muchacha no tenía nada que perder. Se miró al espejo, pero no podía verse en el reflejo. Era ella, pero estaba diferente. Su mirada estaba hostil, y la sonrisa habitual —la que nunca moría— no estaba allí, no le hacía compañía a su coleta. Se soltó el pelo, dejó caer el espejo sobre la mesa.
—Se me hace tarde —dijo, y corrió hacia la puerta.
—¿Dónde están? —preguntó Norberto.
—¿No pudiste ver?
Sin esperar una respuesta, se apresuró por el pasillo, chocándose con Ariana, que parecía estar buscando a Ruan también.