Che con el antebrazo izquierdo fracturado durante la guerra de guerrillas.
Los vencedores andan con las botas llenas de barro y sangre, ora ladeando a los muertos, ora recibiendo pedidos de "Socorro" de 33 heridos, de los cuales, 19 son batistianos y 14 del Ejército Rebelde. Para cuidar a todos ellos, solo hay un médico, el Che, quien, durante el ataque, actuó esctrictamente como un combatiente, ahora debe reencontrarse con su profesión, condición bajo la cual ha sido admitido por Fidel Castro.
Fidel les dice con voz estentórea:
—¡Apúrense, carguen todas las armas al camión, y todo lo que nos sirva! ¡Debemos alejarnos cuanto antes de aquí pues, sin duda, enviarán refuerzos! ¡Partimos dentro de cinco minutos!
Fidel carga en uno de los camiones del aserradero de Babún la mayor cantidad posible de artículos, sobre todo, medicinas, alimentos y armas. Divide su columna en dos: una de ellas irá con él por la carretera junto al camión y con el grueso de la tropa, el otro grupo es el de los heridos. El Che se queda como jefe de un pelotón junto a cuatro compañeros para socorrer a los heridos. Es fijado el punto de reencuentro al pie del Pico Turquino.
Entre los heridos que permanecen bajo los cuidados del Che se encuentran: Leal, Maceo, herido en el hombro, Hermes Leiva, con tiro a sedal en el tórax, Almeida, herido en el brazo y pierna izquierdos, Quike Escalona, con problemas en el brazo y mano derechos. Manals tiene un tiro en el pulmón, Peña en la rodilla y Manuel Acuña en el brazo derecho. Los otros seis, que presentaban solo heridas leves, se fueron con Fidel. Los que van con los semi-inválidos son: Joel Iglesias y Oñate, sus ayudantes, y Sinesio Torres, Vilo Acuña y el Che.

Son las 8 de la mañana del 28 de mayo de 1957, hace una hora que los batistianos se han rendido, y los 13 rezagados ven partir al grueso de la tropa.
Cinco guerrilleros deben convertirse en una decena para poder proteger y ayudar a caminar a 8 heridos. Todos tienen que desdoblarse para socorrerlos en el camino y, ante todo, para cargar las armas, incluso los heridos se las ingenian para colocarse el fusil al hombro. Andan encorvados por el peso de las mochilas, donde llevan alimentos, algo de medicinas, una frazada y munición. Todo lo superfluo quedó en el campo de combate.
Es preciso alejarse rápidamente del Uvero. Al llegar a las faldas de la Sierra Maestra, deben escalar borrando sus huellas.
Almeida y Pena no pueden caminar, Quike Escalona se encuentra en la misma situación, y Manals, peor aún con el pulmón lesionado. Tres de los heridos, Acuña Leiva y Maceo, tienen posibilidades de marchar con sus propios medios.
El día 30 Quike Escalona amanece con fiebre, señal de la infección de sus heridas, y se le aplica una inyección de penicilina.
Este mismo día, por la tarde, se encuentran con dos obreros del aserradero de Babún que les ayudan en la fatigosa tarea de llevar a los heridos en hamacas.
Se alimentan abundantemente gracias a las provisiones que les traen estos dos colaboradores, comen una buena ración de pollo y se alejan lo antes posible del lugar, pues están cerca de la carretera por donde pueden llegar los soldados enemigos.
Escalan un buen trecho de la sierra. Después de subir a una loma ven al otro lado un arroyo, saben que ahí vive un campesino amigo.
Rememora el Che:
Con nuestra poca gente disponible iniciamos una jornada corta, pero más difícil; consistía en bajar hasta el fondo del arroyo llamado Del Indio y subir por un estrecho sendero hasta un vara en tierra donde vivía un campesino llamado Israel con su señora y un cuñado. Fue realmente penoso el trasladar a los compañeros por zonas tan abruptas, pero lo hicimos; aquella gente nos entregó hasta la cama de matrimonio para que durmieran allí los heridos.
Mientras avanzan, el Che hace paradas para enviar exploradores y eliminar huellas, su mayor preocupación, y al mismo tiempo instruye que dejen rastros que simulen su marcha en sentido contrario al que se dirigen.
Al día siguiente empiezan temprano la jornada. Las marchas se hacen cada vez más penosas y agotadoras.
Casi todo el mes de junio de 1957 transcurre con la curación de los heridos y en la organización de una pequeña tropa con la que debe reincorporarse a la columna de Fidel.
Los contactos con el exterior se hacen a través del mayoral David, colaborador de la guerrilla, cuyos consejos y oportunas indicaciones, además del alimento que consigue, alivia el sufrimiento de los heridos, protegidos ahora por casi una decena de compañeros que han tomado la responsabilidad de salvarles la vida cueste lo que cueste. Como diría el Che: "Era una cuestión de vida o muerte, teníamos que proteger a nuestros compañeros y hacerlos llegar vivos al grueso de la columna".
A medida que van pasando los días se va incrementando el número de campesinos que se incorporan al escuadrón de Los Ángeles de la Guardia. Todo campesino que se encuentra con ellos se conmueve por la solidaridad entre compañeros y queda además sorprendido por la bravura de este grupo de valientes que más bien parece un semi-ejército de sombras, pues cargan pocas armas y los nuevos voluntarios no traen ni un revólver.
El grupo mantiene postas las 24 horas. Hace ya varios días que acampan cerca de un arroyo. Por los alrededores también hay algunas casas de campesinos, los cuales les proporcionan a diario comida, que no llega a faltar, a tal punto que cuando resuelven partir de nuevo el 24 de junio han de dejar algunos alimentos en una cueva.
La cuarta semana de junio ya forman un grupo de 35 combatientes, muchos de ellos bien armados. E incluso se suman a la tropa del Che dos reclutas del ejército de Batista, ex militares, que vienen a la sierra a luchar por la libertad al lado del "extranjero", como todavía algunos lo llaman con respeto y admiración. Ellos son Gilberto Capote y Nicolás, y vienen de la mano de Arístedes Guerra, otro de los contactos de la región. El Che no pierde tiempo, los dos son escalados de inmediato para enseñar el arte militar a su tropa.
Los últimos días de junio continúan su avance hacia el encuentro con Fidel, ya están cerca del Pico Turquino, han subido más de 1200 metros, y los heridos van recuperándose y dejando de ser una carga. metros, y los heridos van recuperándose y dejando de ser una carga.
El encuentro se estableció al este del Turquino.
Es en esta época, en la que el Che se ve obligado a debutar como dentista, los campesinos lo llaman cariñosamente "el sacamuelas", nueva profesión que ejerce con marcado entusiasmo.
Hace pocos días que Fidel y el Che están de nuevo juntos, el primero se informa de la odisea por la que ha pasado el argentino entre el 28 de mayo y su llegada al Turquino (casi 40 días después), los sacrificios que ha realizado por salvar 8 heridos (los salva a todos). Recuerda también cómo lo dejó con solo 4 combatientes para cuidar a las víctimas del Uvero, y ahora llega con más de 30 hombres, casi todos en condiciones de convertirse en un futuro inmediato en buenos combatientes.
Fidel, hace ya algunas semanas, desde que cuenta ya con cerca de 200 personas, comprende que hay necesidad de dividir en columnas a su tropa, y para ello requiere designar con urgencia un Comandante.
Por su cabeza pasan cuatro nombres: Raúl, su hermano, Juan Almeida Bosque, Camilo Cienfuegos y el Che.
Todos son virtuosos, excelentes combatientes, valientes e intrépidos, hombres que arriesgan una y otra vez la vida, ¿cuál de ellos será el elegido?
Fidel escoge al Che, quien cuenta con un caudal de conocimientos impresionante. Fruto de su avidez por la lectura, posee un concepto marxista-leninista solo igualado por Raúl. Incluso el propio Fidel reconoce un día: "Sus principios filosóficos y su adoctrinamiento en el comunismo eran mucho más avanzados que el mío". Solo un factor va en contra de su designación, es portador de una enfermedad grave, el asma. Pero Fidel observa que esto más bien lo agiganta, pues no toma conocimiento de su enfermedad, y está siempre en la primera línea de fuego. Hay algo que también podría ser visto como algo negativo por algunos de su Ejército, es un extranjero, no es cubano; pero Fidel piensa: Simón Bolívar no era colombiano, ni peruano, ni ecuatoriano, ni boliviano; sin embargo luchó por esos países hasta darles la libertad durante la guerra contra el coloniaje español.
El 30 de junio, Frank País, uno de los mayores intelectuales del Movimiento 26 de Julio, es detenido, y Fidel resuelve hacerle llegar una carta.
El 5 de julio de 1957 se encuentran reunidos en la casa de una campesina, en la Sierra Maestra, donde es redactado un cálido mensaje de los guerrilleros al hermano aprisionado en la ciudad que tan heróicamente viene luchando y abasteciendo armas, dinero, vituallas y nuevos combatientes para la guerrilla. La carta, entre otras cosas, felicita a "Carlos", el nombre de guerra de País, quien en realidad está viviendo sus últimos días. Firman el documento todos los oficiales del Ejército Rebelde, el Che tiene en ese momento el grado de Teniente, y hay varios capitanes (Almeida, Raúl). La carta se redacta en dos columnas y, al poner los cargos de los componentes de la segunda de ellas, Fidel ordena al Che: "Ponle Comandante".
Así se convierte en el primer Comandante de la guerrilla designado después de Fidel Castro. Y todo, de una manera totalmente informal.

EL AVANCE A LAS VILLAS

La Revolución apenas comenzaba a recuperar el aliento. Tras derrotar una vez más con apenas 300 hombres a los 10 mil efectivos militares de Batista que pretendían expulsarlos de Sierra Maestra, Fidel toma una decisión importante: decide invadir el resto del país.
Hacia las dos de la tarde del 21 de agosto de 1957, el líder cubano toma la más brillante de sus decisiones militares: aprovechar la debilidad y el desconcierto de los enemigos e irrumpir inesperadamente en ataque.
Designa al Che Comandante Supremo de Las Villas y extiende un mapa sobre la mesa. Señala con el dedo un punto en la zona de Manzanillo. Acto seguido, desplaza el índice hacia la izquierda hasta posarse sobre la Sierra de Escambray. Entre ambos puntos se extiende la sabana camagüeyana, descubierta y limpia. El Comandante Supremo del Ejército Rebelde le dice al Che:
—¿Te das cuenta?
—¡Sí! —responde lacónico el flamante Comandante de la Columna 8.
¿Existen 8 columnas? Por supuesto que no. Fidel hace que salte la numeración de la 1ª, que dirige él, a la 4ª, de Camilo Cienfuegos, y luego a la 8ª, del Che. Sabe que el enemigo puede interceptar mensajes, y su intención es mostrar que tiene más de los 400 combatientes con los que realmente cuenta.
La integración de esta columna reclama la presencia de los combatientes más aguerridos. El Che los escoge, no solo por sus expedientes de soldados, sino atendiendo también a sus condiciones físicas.
Después de reunir a unos 300 combatientes les habla de la misión. Les pinta un futuro plagado de riesgos, infortunios, desvelos y peligros:
—En el llano desayunaremos soldados, almorzaremos aviones y comeremos tanques. La proporción de enemigos será de 10 a 15 soldados por cada uno de nosotros.
Les repite que probablemente solo la mitad de ellos saldrá con vida. Con esto pretende llevar una tropa de élite, combatientes valientes y voluntarios. Terminado su discurso, les pide a aquellos que quieren acompañarlo que den un paso al frente. La mitad lo hace. Su columna está formada por 144 hombres. La mayoría son campesinos analfabetos (el 90 % de su columna) que nunca han salido de la Sierra Maestra.
Al caer el sol del día 28 de agosto, parte la Columna 8. Su meta, el Escambray, se encuentra a una distancia de casi 600 kilómetros.
A pie, con solo cuatro caballos, los 148 barbudos de la Columna de Ciro Redondo parten bajo un cielo amenazante. Disponen de seis ametralladoras, de una bazuca y unos cincuenta fusiles automáticos.
El Che anota en su diario:
Caminábamos por difíciles terrenos anegados, sufriendo el ataque de plagas de mosquitos que hacían insoportables las horas de descanso; comiendo poco y mal, bebiendo agua de ríos pantanosos o simplemente de pantanos. Nuestras jornadas empezaron a dilatarse y a hacerse verdaderamente horribles. Ya a la semana de haber salido del campamento, cruzando el río Jobabo, que limita las provincias de Camagüey y Oriente, las fuerzas estaban bastante debilitadas.
(...) También se hacía sentir la falta de calzado en nuestra tropa, muchos de cuyos hombres iban descalzos y a pie por los fangales del sur de Camagüey.
El 1 de septiembre toman tres camiones viejos, en cuyo interior no caben todos. De esta manera, los vehículos son aprovechados principalmente para transportar armas, munición y vituallas. La mayoría de los combatientes camina detrás de los viejos vehículos. Estos se van averiando poco a poco y obligan al Che a inutilizarlos paulatinamente. Al cabo de 24 horas deben desprenderse del último.
Este día se desata una tormenta, y parece que un ciclón se aproxima. En estas condiciones, el Ejército decide no moverse, aunque la situación le es favorable al Che. Su columna se mueve alrededor del adversario. Cuando los enemigos avanzan, ellos se dipersan en diversos sentidos desconcertándolos. O si no, toda la columna avanza en un sentido dejando rastros engañosos.
Las marchas son tormentosas y difíciles. Recordando la ocasión, el guerrillero Joel Iglesias dice: "Una marcha de seis kilómetros se volvía de trece en zigzag por el mal estado dEl terreno."
El domingo 7 por la noche cruzan el Río Jabobo a nado. Joel reseña:
El Che era muy buen nadador, y cuando había que cruzar el río y no teníamos con qué pasarlo, él daba el viaje, uno después de otro, trasladando mochilas y armamentos, nadando con una sola mano, y con la otra en alto cargando estas cosas para que no se mojaran.
El día 9 de septiembre el Ejército los sorprende en una emboscada.
Se produce una confusión entre la vanguardia y los guardias.
A las cinco de la tarde, la tropa se pone de nuevo en marcha.
Ernesto hace las últimas recomendaciones a sus hombres:
—Sobre todo, nada de ruido, ni una palabra, ningún objeto brillante...
Tienen que atravesar un camino cubierto de barro espeso y viscoso.
La tropa del Che está agotada, se deja caer al suelo y se queda dormida. Los pies están llenos de llagas, pues recordemos que muchos no tienen zapatos. Los médicos hacen lo que pueden, muy poco. Una plaga de mosquitos los ataca y tienen que envolverse en mantas y sábanas para protegerse. Los centinelas se llevan la peor parte, se tienen que reducir las guardias a media hora en lugar de dos:
Su gente está agotada, se duermen sobre el caballo, caen al suelo y ahí quedan dormidos.
A las 9:30 de la noche del 10 de septiembre, el Che ordena seguir rumbo al Escambray. Deben movilizarse lo más rápidamente posible para despistar al Ejército. Hacia las cuatro de la madrugada llegan a la finca Faldigueras del Diablo, encuentran enlaces del Movimiento que les llevan comida y botas. El Che sufre una fuerte crisis de asma, pide medicinas no solamente para su bronquitis asmática, sino también anfetamínicos para no dormir.

Mediante este procedimiento, el día 29 han despistado totalmente a los batistianos. Al término de once días, nuevamente se enfrentan con ellos; están cercados por cinco compañías. En la noche, el Che envía exploradores en varias direcciones. Ordena: "No deben responder al disparo del enemigo cuando sean localizados". Así lo hacen. Encuentran un claro de 150 m de extensión, por donde la tropa del Che pasa sorteando los disparos. La noche es, felizmente, lluviosa y, el semicombate, de ciegos. Al día siguiente se trasladan a otro lugar, han roto el cerco; pero el cansancio, las dificultades y el sueño persisten. Joel Iglesias, rememorando la época, narra en una carta dirigida a Fidel:
Habíamos dejado atrás la última arrocera Aguilera y entrado en terrenos del central Baraguá, cuando nos encontramos con que el Ejército tenía bloqueada totalmente la línea que había que cruzar. Nos descubrieron en la marcha, y de la retaguardia se repelió a los guardias con un par de tiros. Pensando que los tiros provenían de los guardias emboscados en la línea, siguiendo su inveterada costumbre, ordené esperar la noche, pensando que podríamos pasar.
Cuando me enteré de la escaramuza, es decir, que el enemigo tenía pleno conocimiento de nuestra posición, ya era tarde para intentar el paso, pues era una noche oscura y lluviosa y no teníamos reconocimiento alguno de la posición enemiga, muy reforzada. Hubo que retroceder a brújula, permaneciendo en la zona cenagosa y de monte ralo para despistar a los aviones que, efectivamente, volcaron su ataque sobre un monte frondoso a cierta distancia de nuestra posición. Los exploradores encabezados por el teniente Azevedo descubrieron un paso en la extremidad de la línea enemiga, pues descuidaron una laguna por la que creyeron imposible el tránsito. Por esa laguna cenagosa, tratando de amortiguar en lo posible el ruido de 140 hombres chapalean do fango, caminamos cerca de 2 kilómetros hasta cruzar la línea a cerca de 100 metros de la última posta de la que escuchábamos su conversación. El chapaleo, imposible de evitar totalmente, y la luna clara, me hacen pensar con visos de certeza que el enemigo se dio cuenta de nuestra presencia, pero el bajo nivel combativo que en todo momento han demostrado los soldados de la dictadura los hicieron sordos a todo rumor sospechoso. El drama no estaba solo allí, sino también en las condiciones de la tropa, principalmente en sus zapatos destrozados.
Caminamos toda la noche entre cenagales de agua marina y parte del día siguiente. Una cuarta parte de la tropa estaba sin zapatos, o con ellos en malas condiciones (Ernesto Guevara de la Serna, Obras de 1956 a 1967, 418).
Era necesario pasar todavía más de treinta días para acercarse a la meta. Entonces, resuelve comunicar a sus oficiales el destino: el Escambray. Hasta este momento solo lo conocían tres personas: Fidel, Camilo Cienfuegos y él.
Durante la travesía son constantemente hostigados por la aviación batistiana, que sigue meticulosamente sus pasos.
Hacia las cuatro de la mañana de ese domingo 12 de octubre, la columna Ciro Redondo entra en Las Villas por el pueblo de Sancti Spiritus. El Che escribe a Fidel:
Si prestamos crédito a las informaciones captadas en las conversaciones telefónicas del Ejército, ellos no nos creerían capaces de marchar las dos leguas (cerca de 12 Km) para llegar a la ciudad de Jatibonico. Evidentemente lo hicimos de noche, cruzando el río a nado, mojando nuestro armamento, antes de recorrer una legua más para alcanzar una colina protectora.
Franquear el Jatibonico ha sido como pasar de las tinieblas a la claridad.
Ramiro Valdez dice que fue como un conmutador que enciende la luz, y la imagen es exacta. Pero desde la víspera las montañas azuleaban en el horizonte, dándonos unas ganas locas de llegar a ellas.
Cuando el 14 de octubre de 1958 se esconde el sol, los ciento cuarenta hombres retoman su rumbo, andando como autómatas. Nadie se atreve ni se atrevió jamás a enfrentar la autoridad de su Comandante, quien a vista de todos ellos ha hecho la mayoría del trayecto con su dificultosa "respiración a silbidos". Ya se hallan al pie del Escambray.
Víctor Dreke, que en el año 1958 era Capitán en el Escambray, describió así al Comandante Guevara:
El Che era una leyenda viva al llegar al Escambray en el 58. Yo estaba herido, me llevaron al lugar donde fue el encuentro. Faure nos presenta a todos y le explica al Comandante Guevara que yo había sido herido en el ataque a Placetas. El Che me atendió como médico. Castelló, el doctor nuestro, le explicó dónde estaban las heridas. Conversamos del tiro que casi me mata. Teníamos una pequeña oficina, una máquina de escribir. El Che, con una gran modestia, nos la pidió prestada para hacer un trabajo. Era el Comandante de la Revolución en Las Villas y andaba pidiendo permiso.
Ahora está en el Escambray, resuelve atacar el Cuartel de Güinía. Lo defienden 26 soldados fuertemente armados dentro de una verdadera fortaleza. La señal, un disparo del bazuca. No obstante, los dos primeros disparos a cargo del bazuquero salen muy elevados. Se generaliza el tiroteo. El Che enfurece e insulta al responsable. Ordena entonces que se consiga gasolina para preparar bombas molotov. La tienda de abarrotes de un chino está cerrada y no encuentran gasolina. Cuando logran finalmente preparar las bombas, Amengual y Cabrales son descubiertos en el momento en que se acercan para lanzarlas y mueren ametrallados por los guardias. El bazuquero falla dos veces más. El Che, irritado, lo toma en sus manos y se alza en una lomita. Casi a descubierto, carga el proyectil y falla. Al borde de la desesperación repite el intento. Una, dos, tres veces más, y sigue fallando. Se encuentra solo a veinticinco metros del cuartel. Los defensores lo ubican y comienzan a disparar sobre él. Joel le advierte de que se está exponiendo demasiado. Años después describe estos momentos:
La tierra que levantaban las balas nos tenía ciegos. Pero la lomita nos protegía. En tal situación y con tal volumen de fuego (...) El Che, al ver que el bazuquero no hacía blanco, no hacía nada, se molestó y, parándose, fue a donde estaba, le quitó la bazuca y se paró allí en ese lugar, con los proyectiles picando por todos lados. No sé cómo pudo salvar la vida entre tantas balas. Cogió la bazuca para tirar (...) Yo me le paré delante y lo empujé tratando de que se metiera de nuevo tras la lomita.(...) Entonces él me dio un empujón bastante violento y tuvimos prácticamente una discusión.
Bordón reflexionaría más tarde: "El desprecio al peligro era el talón de Aquiles del Che".
El 21 de octubre, el Che apunta en su diario:
Hace cincuenta y un días que salimos de El Jíbaro. Hemos acampado cuarenta y una veces y solo comimos quince. El resto del tiempo tuvimos que contentarnos con café y, cuando había, con un poco de leche. Las galletas de maíz, la caña de azúcar, y con mucha frecuencia la fruta, componían nuestras comidas.
Entre el 15 de octubre y el 20 de diciembre el Che fija la fecha del día de la gran ofensiva al ejército batistiano, momento a partir del cual no hará más una lucha de guerra de guerrillas, sino una lucha convencional, una guerra de posiciones. Y esto, sin haber asistido jamás a una escuela militar, y teniendo en cuenta que cuando se presentó al servicio militar en la Argentina, en 1946, fue rechazado y considerado inhábil por el servicio médico debido a su asma. Un tiempo después, él mismo diría con marcada socarronería: "Si en algo me sirvió mi asma, fue en que no hiciera el servicio militar en mi patria".
Durante este periodo realiza el entrenamiento diario de su tropa, que ahora alcanza los 364 efectivos, junto con las fuerzas del Escambray, e incluyendo al Directorio Revolucionario. Centenares de villaclareños se presentaron al Che para formar parte de su columna. Él se vio obligado a someterlos a rigurosos tests para admitirlos.
El coronel Del Río Chaviano, apodado el Carnicero del Moncada por haber dirigido la represión tras el ataque al famoso cuartel, repliega sus tropas hasta Santa Clara, donde todo hace pensar que se decidirá la suerte de la guerra. Los rebeldes lo siguen de cerca y hostigan su retaguardia.
A su paso por las ciudades de la provincia de Las Villas caen como moscas, obteniéndose la "nacionalización" de los transmisores de onda corta. El 4 de diciembre el Che aprovecha la calma para probar una nueva radio, la CR 8, Radio Columna Rebelde Número Ocho.
Para el asalto decisivo de Santa Clara el Che cuenta con su "pelotón suicida", compuesto por locos de gran corazón. Está dirigido por el Vaquerito, y solo tiene al principio una decena de voluntarios. Esa escuadra de choque tomará parte importante en los próximos combates.
El Che hablando por Radio Rebelde una emisora creada por él.
Foto: Archivo personal del Che.

LA BATALLA DE SANTA CLARA

El 16 de diciembre, muy temprano, una voz con acento extranjero pide a la encargada de telecomunicaciones de la ciudad de Fomento, Aída Fernández, que le comunique con el teniente Reynaldo Pérez Valencia, jefe del cuartel. Es el Che, que ordena al teniente rendirse.
—No —responde secamente El oficial leal.
Rodeado de sus 120 hombres, atrincherado detrás de los gruesos muros del cuartel, Pérez Valencia se siente fuerte frente a los cuarenta barbudos que lo desafían. Una vez más, el Che, que ha dejado a Bordon la tarea de cortar la ruta a eventuales refuerzos, dirige el asalto. Ambos adversarios tienen planes opuestos: el Che, que no posee más que unas cuarenta balas por fusil, desea que la acción termine cuanto antes; mientras que, por su parte, a los sitiados les interesa que la cosa se prolongue, para dar tiempo a que lleguen los refuerzos.
Pero Pérez Valencia olvida un factor importante: el vuelco de la población en favor de los asaltantes. Varias decenas de pobladores salen a la calle a unirse a los rebEldes. Unos levantando barricadas, otros lanzando bombas molotov. El 17, la aviación entra en escena y comete lo irreparable: bombardea la ciudad y mueren 18 civiles. Los indecisos reaccionan y eligen su bando. Ha llegado el momento de liberarse de Batista. Con lucidez, el Che analiza la situación:
Avión bombardeando Las Villas. Foto: revista Bohemia.
Con sus "revientamanzanas" (bombas que todo lo demuelen) la aviación acababa de asestarnos un duro golpe; para la infantería hubiera sido el momento de aprovecharlo. Si no lo hizo es porque está desmoralizada.
Se concentra la presión en el cuartel. Las balas crepitan por doquier.
Tamayo trepa a la terraza de un edificio y comienza desde allí a tirar al interior. Interviene el pelotón suicida, pero a unos treinta metros de las armas enemigas, sus hombres constituyen un blanco ideal. Varios barbudos caen, Joel Iglesias es alcanzado en el cuello, tiene rota la man díbula.
La moral de los barbudos empieza a vacilar, hay que actuar deprisa. El Vaquerito, el jefe del pelotón suicida, un guerrillero de 18 años graduado de Capitán en plena guerra, propone prender fuego al cuartel, pero no es algo fácil de realizar: sus paredes son muy gruesas y no presentan grieta alguna. El día 18, con las primeras luces del alba, los guerrilleros se aproximan reptando y lanzan un nuevo asalto. Pérez Valencia recuerda:
La primera orden que imparte el Che cuando penetra en el cuartel sometido es: "¡Vayan a buscar a los médicos para que se ocupen de los heridos, no solo de nuestra tropa, sino también del enemigo!".
El botín es importante: dos jeeps, tres camiones, un mortero, una ametralladora calibre 30, ciento treinta y ocho fusiles, ametralladoras ligeras y nueve mil municiones. Más de dieciocho pares de botas, cuatro máquinas de escribir y un despertador. Además de ciento cuarenta y un prisioneros.
Un padre junto a sus dos pequeños hijos. Los tres han muerto por uno de los bombarderos del ejército batistiano.
Foto: revista Bohemia.
La población está de fiesta. Hay una gran algarabía en las calles. Se presenta una multitud a la distribución de armas organizada por los Rebeldes.
El día 22 caen dos ciudades, Cabaiguan y Guayos, esta última con 16 mil habitantes.
Cuando se acerca por los tejados, en la noche oscura, el Che tropieza y se lastima: primero, un corte en el párpado contra una antena de televisión, luego pierde el equilibrio y cae al suelo, fracturándose la muñeca:
Por temor a una reacción de su asma, no acepta la inyección anestésica que le propone el médico (Jean Cormier, La vida del Che, 105).
El Ejército se informa del accidente del Che y emite un parte oficial, el cual es captado en la radio de los Rebeldes. En este, el Teniente General Francisco Tabernilla Dolz, jefe del Estado Conjunto, declara en entrevista de prensa que las fuerzas del regimiento 2 había sorprendido a una partida de forajidos en Laguna de Gujano, provincia de Camagüey, ocasionándole más de 100 muertos, dispersándose el resto y dejando abandonado en su huida armas, equipos e importantes documentos y propaganda comunista. Otros grupos se están presentando a las autoridades. Estos facinerosos y cuatreros venían en fuga desde la Sierra Maestra tratando de escapar a su inminente destrucción, y estaban mandados por el conocido agente comunista Che Guevara, uno de los muertos.

Los Rebeldes se miran risueños y, de pronto, una carcajada inmensa, sonora, recorre el acampamento de uno a otro extremo.
—Ya lo saben —exclama el Che—, todos nosotros estamos muertos, enterrados.
Uno de sus combatientes, dirigiéndose a Tabernilla, vocifera y comenta desdeñosamente:
—¡Viejo imbécil!
Un recio mulato de nutrida barba se acerca al Che exhibiendo, de oreja a oreja, su blanca dentadura.
—Che, yo también estoy muerto —y da una gran carcajada.
El jefe guerrillero aprovecha la alegría del momento y dispone la marcha de un tirón. Llegan al río San Pedro, cerca de Santa Clara (Revista Bohemia, enero de 1959, 101).
El Che está dolorido a consecuencia de la fractura y pide una aspirina al médico. Reanuda en seguida el combate, con el brazo en cabestrillo.
Sancti Spiritus, una ciudad con ciento quince mil habitantes, se coloca al lado del Che, quien, con su tropa, pone en fuga a varios centenares de soldados temerosos de que esa sea la vanguardia de la terrible Columna 8. Se produce una desbandada en las masas del ejército batistiano. En represalia, se anuncia por radio que la ciudad será bombardeada pero, por vez primera, los pilotos se niegan a ejecutar las órdenes y arrojan sus bombas al mar.
Excitados por la amenaza que han escuchado por radio, los ciudadanos están dispuestos a destruir todo lo que tenga relación cercana o lejana con el gobierno y la administración pública. El Che se esfuerza en frenar ese proceso nihilista, el cual desaprueba. Pero la Revolución está en todas partes. Apenas dos horas después de la rendición de Cabaiguan, los guevaristas caen sobre Placetas, localidad de ciento cincuenta mil habitantes, y eje de las comunicaciones en la isla, a 36 kilómetros de Santa Clara.
El sitio será breve: para salvar las apariencias, la tropa pide una tregua antes de rendirse. Entre los sitiadores se encuentra el teniente Pérez Valencia de Fomento, que ahora lucha por la Revolución. Al anuncio de la rendición del cuartel, las campanas de las iglesias marcan el ritmo de un tumultuoso festejo. En la calle el pueblo grita: "¡Viva Cuba libre! ¡Viva el Che!". Ciento cincuenta y nueve hombres acaban de rendirse; la marejada de la Revolución arrastra el pasado.
Para celebrar la Navidad, los fidelistas, insaciables, preparan una operación relámpago sobre Remedios y Caibarien, dos ciudades distantes a ocho kilómetros. Caibarien tiene doscientos cincuenta soldados.
Por primera vez desde el comienzo de la ofensiva en la provincia de Las Villas, el Che efectúa su ataque en pleno día. Encabezados por el Pelotón Suicida, los guevaristas destrozan al adversario. Apenas cede una porción cuando Vaquerito y los suyos se abalanzan sobre la siguiente.
Che con el antebrazo izquierdo fracturado.
Foto: Antonio Núñez
Che haciendo un discurso en Santa Clara.
Foto: Consejo de Estado de Cuba.
Durante esos días de locura, de fe, de entrega y de energía multiplicada por la perspectiva de la victoria, el Che casi no duerme. Dormita en su jeep, bebe mucho café, olvida su mate, olvida su fractura, come deprisa trozos de pollo, salchichas, galletas que le tienden manos desconocidas. El balance es casi increíble: en diez días, los guevaristas han tornado a las fuerzas de Batista doce puestos del ejército de la guardia rural y de la policía. Han puesto en fuga a todas las guarniciones de ocho localidades, hecho más de ochocientos prisioneros y conquistado más de un millar de armas. En La Habana, el presidente Batista intenta salvar las apariencias afirmando a la agencia United Press que acabará con el Che en Santa Clara.
El 28 de diciembre, mientras amanece, resuelve atacar Santa Clara. El efectivo de los soldados enemigos se calcula en más de tres mil. El Che sabe que el resultado del combate depende de la rapidez de su acción, y luego, la suerte de la Revolución.
El Pelotón Suicida es una tropa de élite y, pese a que el Che escoge a dedo a sus componentes, decenas de sus comandados quieren tener la honra de pertenecer a este grupo.
El argentino-cubano instruye a su tropa a levantar barricadas en la ciudad. El Capitán Rogelio Azevedo describe estas instrucciones:
El Che nos dio la misión a todos de ocupar cuanto vehículo hubiera en los garajes y en las calles y atravesarlos en las calles: ómnibus, motoniveladoras, cilindros, todo lo que hubiera. Esa fue mi primera experiencia con relación a la guerra en las ciudades cuando el enemigo tiene medios blindados y uno no tiene nada más que una bazuca y los fusiles de 250 hombres, algunas granadas y cócteles molotov (...). Eso de situar los medios en la calle fue la primera orden que dio el Che y que no se había hecho nunca antes; fue realmente un éxito.
Por ejemplo, en la avenida de la Paz, junto a la Audiencia y la cárcel, atravesamos cuatro guaguas (autobús grande), y en la Central unos cuantos cilindros, aplanadoras, motoniveladores, rastras, camiones... Las máquinas, bueno se las pedíamos a la gente, y si no veíamos al dueño la cogíamos de los garajes, le quitábamos la llave y le rompíamos algo para que no pudiera arrancar ni moverse... Además, cortamos la luz y el agua de la ciudad. Se crearon todas las condiciones favorables. Por otra parte, se utilizó ampliamente los cócteles molotov y se organizó su construcción y la búsqueda de gasolina y otros medios incendiarios para la lucha contra los tanques. (El Oficial, periódico santaclareño, publicación de 1978)
A las ocho de la mañana la columna parte hacia una ciudad que está a 7 kilómetros. En la carretera son atacados por una tanqueta, la cual se ve obligada a retroceder dado el ímpetu de los guerrilleros. Los rebeldes avanzan en dos filas indias, con el Che a la cabeza y con el brazo en cabestrillo. A mediodía llegan a la loma del Capiro, un punto alto que se encuentra ocupado por los soldados de un tren blindado que ha llegado ese mismo día.
Son atacados por una avioneta, a la cual ahuyentan con tiros de ametralladora. Después de su segundo ataque, el avión no vuelve más a incomodar a la columna. Al anochecer están junto a un puente inutilizado por los guerrilleros, y al lado una motoniveladora.
En la noche del 28, el Che saca sus conclusiones sobre esa primera jornada. Es absolutamente necesario evitar el enfrentamiento con los tanques en terreno descubierto. Luego, aprovechar la pasividad táctica del ejército leal para fragmentar sus fuerzas y aislarlas con el fin de enfrentarlas después separadamente. Las barricadas construidas con autos y muebles —todo vale— forman obstáculos ante los tanques y focos activos para los simpatizantes y los barbudos.
El día 29, antes del alba, la táctica de infiltración preconizada por el Che permite a los rebeldes ubicarse ventajosamente en toda la ciudad, aprovechando al máximo la oscuridad.
Ese 29 es el día clave de los combates. Los atacantes ya no pueden contar con el efecto sorpresa. El ejército de Batista logra reagruparse y los están esperando listos para lanzar el contraataque, la ley del mayor número hablará en su favor. Por consiguiente, el Che no debe aflojar la presión a ningún precio. Los aviones se turnan en el ataque a las barricadas. Jóvenes, adultos, viejos, corren en todas direcciones. Las pérdidas se hacen pesadas; en los techos, numerosos civiles son acribilladospor el fuego de metralla. Los barbudos ponen desesperadamente en la batalla sus últimas fuerzas, y las posiciones enemigas ceden una tras otra. No se les da respiro. El Che pronto puede anunciar por radio:
Che manda bloquear toda Santa Clara para dificultar el avance de las tropas enemigas, principalmente los tanques.
Foto: Consejo de Estado de Cuba.
—Atención. Aquí la Columna nº 8. Ciro Redondo, del Ejército Rebelde del Movimiento del 26 de julio. No tardaremos en anunciar nuestro programa al pueblo de Cuba. Y más especialmente el de Las Villas. El ataque a Santa Clara terminará con nuestra victoria.
Por su parte, el Estado Mayor del Ejército de Batista hace correr la voz sobre la muerte de Ernesto Che Guevara. Al día siguiente, 30 de diciembre, él desmiente personalmente, con su habitual ironía, la noticia por radio.

EL ASALTO AL TREN BLINDADO

El tren blindado fue organizado por el ejército gubernamental como "Convoy para los trabajos de reparación de las vías de comunicaciones", a cargo del Cuerpo de Ingenieros en Operaciones y bajo el mando superior del jefe de dicho cuerpo, el coronel Florentino E. Rosell Leyva, MMNP, sigla que usaban los jerarcas militares, y que significa "Mérito Militar, Naval y Policíaco".
El convoy empezó a prepararse en octubre de 1958. Se terminó prácticamente en noviembre, y marchó a mediados de diciembre hacia Santa Clara, desde La Habana.
El Comandante Antonio Núñez da algunos detalles sobre este tren:
El tren fue concebido fundamentalmente para la reparación de las líneas de comunicaciones telefónicas, carreteras, vías férreas y puentes, severamente dañados por las acciones del movimiento guerrillero y el clandestinaje. Por documentos estudiados en el propio tren después de que cayera en nuestro poder, así como por las conversaciones con su oficialidad, que como prisionera trasladaríamos hacia Caibarién, pudimos conocer algunos detalles de su organización.
El tren está dotado de trescientos ochenta soldados y veintiocho oficiales e ingenieros. Tiene los planos de todos los puestos y demás puntos destruidos o dañados por el Ejército Rebelde entre Las Villas y oriente. Su poder de fuego es impresionante: posee cinco lanza-cohetes de 35 y 248 proyectiles, cinco morteros de 60 milímetros con trescientos setenta y dos granadas, catorce ametralladoras calibre 30 con ochenta y ocho mil ochocientas cápsulas, treinta y ocho fusiles automáticos calibre 30 con ciento treinta y tres mil quinientas sesenta balas, trescientos ocho fusiles M-1 y Garand con cincuenta y tres mil seiscientas ochenta cápsulas, además de numerosas armas cortas, cañones de repuesto para las armas citadas, así como un sinnúmero de instrumentos militares y de ingeniería de combate. El tren cuenta con dos locomotoras y diecinueve vagones.
El día 30, a la una de la tarde, 20 guerrilleros comandados por el Vaquerito atacan al tren blindado, que está junto a la Estación de Santa Clara. Treinta minutos después, los 380 soldados se repliegan al interior de los vagones. Vaquerito ordena preparar cocteles molotov y comienzan a arrojarlos por debajo de los rieles del tren. Después de media hora, la temperatura del tren aumenta a tal extremo que el Coronel Florentino Rossel ordena al maquinista retroceder a toda marcha y escapar, pues de lo contrario serían calcinados. A las tres y media de la tarde el tren comienza a retroceder, primero lentamente, luego a toda velocidad, tal y como ordena el coronel. Ignoran que a 3 kilómetros de la estación, después de una curva, los rieles han sido levantados el día anterior por el capitán Roberto Ruiz.
Dejemos que sea el Comandante Antonio Núñez quien nos cuente el final de esta historia:
Al llegar al lugar se sale de los raíles; varios vagones con la potente locomotora que los jalaba se vuelcan y chocan con estrépito increíble contra un garaje. Este es destruido y numerosos automóviles que había dentro quedan convertidos en aplastadora chatarra. Al golpe violento del impacto principal sigue un chirrido cortado por el estruendo de los vagones, que chocan unos contra otros. El pelotón de Guilé, en ese momento al mando del Teniente Roberto Espinoza Puig, asalta inmediatamente tres vagones cercanos, y enseguida los rebeldes hacen cuarenta y un prisioneros. Los guardias, confundidos unos y atontados otros por el colosal choque, no hacen resistencia. Uno de ellos, herido, muere poco después. En el resto de los vagones, los guardias no se atreven a asomarse por las grandes puertas laterales y blindadas. Los rebeldes no cesan de disparar su fuego de fusilería.
Foto antigua del tren descarrilado.
Foto: Archivo personal del Che.
El combate es de extremada violencia. Mientras que los demás barbudos avanzan en zigzag, doblados en dos para ofrecer el menor blanco posible a las balas enemigas, Vaquerito corre con orgullo. Su vecino de ofensiva, Tamayo, le grita: "Vaquerito, agáchate, te van a dar" y, efectivamente, una ráfaga de ametralladora acaba con él. Minutos después el Che comenta al enterarse de la muerte del jefe del pelotón suicida, a modo de oración fúnebre:
—Me mataron 100 soldados. Fueron necesarios cien hombres para poder acabar con él.
Ahora dejemos que sea el propio Guilé quien nos cuente el epílogo:
Como a la hora y pico, les propuse una tregua a los guardias, que la aceptaron. Avancé hacia el tren, desarmado, para hablar con el jefe de ellos. Rubén (el sargento) iba detrás de mí. Entonces se tiró del tren un sargento gordito, con una Thompson en la mano (yo había dejado el Garand al lado de un camión), y nos dijo que nos rindiéramos, que venían los tanques. Yo le dije que no tenía nada que hablar con él, que quería ver al jefe de ellos. Apareció entonces el comandante médico del tren, un hombre gordo, un poco mayor.
Le dije que ordenara la rendición, que los teníamos cercados. Me dijo que él no podía rendirse porque no era el jefe. Le dije que quería hablar con el jefe.
A los pocos minutos salió el Comandante del tren. Me preguntó quién nos mandaba. Le dije que el Che. No respondió nada. Entonces le dije que venía de parte del Che a decirles que se rindieran, y que si él quería podía ir a hablar con el Comandante Guevara. El respondió que no podía abandonar el tren, pero que estaba dispuesto a hablar con el Comandante. Le mandó el mensaje al Che y vino hasta el lado del tren. El Che le dijo que se rindieran, que de todas formas ellos caían prisioneros, pero si seguían peleando serían responsables por el derramamiento de sangre que hubiera. E1 jefe de ellos no aceptó la rendición. Entonces el Che le recordó que sería responsable por la sangre que corriera y que dentro de quince minutos se reanudaría el combate. (Ramón Pardo, El tren blindado)
Antes de que transcurriera ese tiempo, la flamante guarnición del famoso "Convoy para los trabajados de reparación de las vías de comunicaciones", a cargo del Cuerpo de Ingenieros en operaciones, se rinde.
El 31 de diciembre, con el uniforme verde olivo sucio, desgarrado, los cabellos enmarañados, la barba hirsuta y el brazo en cabestrillo, Ernesto es un soldado extenuado, pero siempre de pie, le sostiene su pasión. Comanda, actúa, levanta el ánimo de los unos, canaliza el ardor desordenado de los otros. Parece un ser de otro planeta, es incansable e indestructible en ese último día del año.
Es invitado a negociar con Rojas, el coronel de la Provincial de Policía. Como las dos partes no llegan a un acuerdo, el coronel regresa a su refugio, pero ante el poco entusiasmo manifestado por sus tropas en proseguir el combate, opta por la solución más prudente: se rinde. Entonces, una interminable fila de más de cuatrocientos hombres abandona el lugar.
Arrojan los fusiles ante menos de ciento treinta revolucionarios, en cuyos brazos caen los prisioneros políticos recién liberados.
Sin embargo, aún disparan desde el décimo piso del Gran Hotel, y sobre todo desde los alrededores del cuartel Leoncio Vidal, la fortaleza más grande del centro del país, que alberga nada menos que a mil trescientos soldados. El Che manda a los capitanes Núñez Jiménez y Rodríguez de la Vega pedir la rendición de la guarnición.
Después de terminar con los últimos islotes de resistencia en la ciudad, el Che se precipita al cuartel y expone la situación en crudos términos al comandante Hernández:
—Comandante, ya no es hora de discursos. O se rinde, o abrimos fuego. Nada de tregua, la ciudad está en nuestras manos. A las 12:30 lanzo al asalto todas las fuerzas concentradas aquí. Tomaremos el cuartel y pagaremos el precio necesario para ello, pero usted será responsable ante la historia por la sangre derramada. Usted no ignora que hay un riesgo de intervención militar de los Estados Unidos en Cuba. Si así fuera, el crimen sería peor, pues se le reprocharía haber hecho causa común con un gobierno extranjero. En tal caso, no le quedaría más que suicidarse.
El tren descarrilado en la actualidad ha quedado como un monumento.
Foto del autor.
EI Comandante Hernández da media vuelta y va a discutir con sus subordinados. A mediodía, los primeros soldados salen del cuartel y arrojan sus armas.
Camilo Cienfuegos, que acaba de llegar de Yaguajay, donde ha ganado la batalla del Norte, le dice al Che.
—Ya sé lo que haré después de nuestra victoria...
—¿Qué?
—Te pondré en una jaula y te pasearé por todo el país. Haciendo pagar a la gente una entrada para verte. ¡Me haré rico!
Antes de la media noche, el General Fulgencio Batista huye con toda su familia de La Habana hacia los Estados Unidos.
Che con Camilo Cienfuegos.
Foto: Consejo de Estado de Cuba