Che con el antebrazo izquierdo fracturado
durante la guerra de guerrillas.
Los vencedores andan con las botas
llenas de barro y sangre, ora ladeando a los muertos, ora
recibiendo pedidos de "Socorro" de 33 heridos, de los cuales, 19
son batistianos y 14 del Ejército Rebelde. Para cuidar a todos
ellos, solo hay un médico, el Che, quien, durante el ataque, actuó
esctrictamente como un combatiente, ahora debe reencontrarse con su
profesión, condición bajo la cual ha sido admitido por Fidel
Castro.
Fidel les dice con voz
estentórea:
—¡Apúrense, carguen todas las armas
al camión, y todo lo que nos sirva! ¡Debemos alejarnos cuanto antes
de aquí pues, sin duda, enviarán refuerzos! ¡Partimos dentro de
cinco minutos!
Fidel carga en uno de los camiones
del aserradero de Babún la mayor cantidad posible de artículos,
sobre todo, medicinas, alimentos y armas. Divide su columna en dos:
una de ellas irá con él por la carretera junto al camión y con el
grueso de la tropa, el otro grupo es el de los heridos. El Che se
queda como jefe de un pelotón junto a cuatro compañeros para
socorrer a los heridos. Es fijado el punto de reencuentro al pie
del Pico Turquino.
Entre los heridos que permanecen
bajo los cuidados del Che se encuentran: Leal, Maceo, herido en el
hombro, Hermes Leiva, con tiro a sedal en el tórax, Almeida, herido
en el brazo y pierna izquierdos, Quike Escalona, con problemas en
el brazo y mano derechos. Manals tiene un tiro en el pulmón, Peña
en la rodilla y Manuel Acuña en el brazo derecho. Los otros seis,
que presentaban solo heridas leves, se fueron con Fidel. Los que
van con los semi-inválidos son: Joel Iglesias y Oñate, sus
ayudantes, y Sinesio Torres, Vilo Acuña y el Che.
Son las 8 de la mañana del 28 de
mayo de 1957, hace una hora que los batistianos se han rendido, y
los 13 rezagados ven partir al grueso de la tropa.
Cinco guerrilleros deben convertirse
en una decena para poder proteger y ayudar a caminar a 8 heridos.
Todos tienen que desdoblarse para socorrerlos en el camino y, ante
todo, para cargar las armas, incluso los heridos se las ingenian
para colocarse el fusil al hombro. Andan encorvados por el peso de
las mochilas, donde llevan alimentos, algo de medicinas, una
frazada y munición. Todo lo superfluo quedó en el campo de
combate.
Es preciso alejarse rápidamente del
Uvero. Al llegar a las faldas de la Sierra Maestra, deben escalar
borrando sus huellas.
Almeida y Pena no pueden caminar,
Quike Escalona se encuentra en la misma situación, y Manals, peor
aún con el pulmón lesionado. Tres de los heridos, Acuña Leiva y
Maceo, tienen posibilidades de marchar con sus propios
medios.
El día 30 Quike Escalona amanece
con fiebre, señal de la infección de sus heridas, y se le aplica
una inyección de penicilina.
Este mismo día, por la tarde, se
encuentran con dos obreros del aserradero de Babún que les ayudan
en la fatigosa tarea de llevar a los heridos en hamacas.
Se alimentan abundantemente gracias
a las provisiones que les traen estos dos colaboradores, comen una
buena ración de pollo y se alejan lo antes posible del lugar, pues
están cerca de la carretera por donde pueden llegar los soldados
enemigos.
Escalan un buen trecho de la
sierra. Después de subir a una loma ven al otro lado un arroyo,
saben que ahí vive un campesino amigo.
Rememora el Che:
Con nuestra poca
gente disponible iniciamos una jornada corta, pero más difícil;
consistía en bajar hasta el fondo del arroyo llamado Del Indio y
subir por un estrecho sendero hasta un vara en tierra donde vivía
un campesino llamado Israel con su señora y un cuñado. Fue
realmente penoso el trasladar a los compañeros por zonas tan
abruptas, pero lo hicimos; aquella gente nos entregó hasta la cama
de matrimonio para que durmieran allí los heridos.
Mientras avanzan, el Che hace
paradas para enviar exploradores y eliminar huellas, su mayor
preocupación, y al mismo tiempo instruye que dejen rastros que
simulen su marcha en sentido contrario al que se dirigen.
Al día siguiente empiezan temprano
la jornada. Las marchas se hacen cada vez más penosas y
agotadoras.
Casi todo el mes de junio de 1957
transcurre con la curación de los heridos y en la organización de
una pequeña tropa con la que debe reincorporarse a la columna de
Fidel.
Los contactos con el exterior se
hacen a través del mayoral David, colaborador de la guerrilla,
cuyos consejos y oportunas indicaciones, además del alimento que
consigue, alivia el sufrimiento de los heridos, protegidos ahora
por casi una decena de compañeros que han tomado la responsabilidad
de salvarles la vida cueste lo que cueste. Como diría el Che: "Era
una cuestión de vida o muerte, teníamos que proteger a nuestros
compañeros y hacerlos llegar vivos al grueso de la columna".
A medida que van pasando los días
se va incrementando el número de campesinos que se incorporan al
escuadrón de Los Ángeles de la Guardia. Todo campesino que se
encuentra con ellos se conmueve por la solidaridad entre compañeros
y queda además sorprendido por la bravura de este grupo de
valientes que más bien parece un semi-ejército de sombras, pues
cargan pocas armas y los nuevos voluntarios no traen ni un
revólver.
El grupo mantiene postas las 24
horas. Hace ya varios días que acampan cerca de un arroyo. Por los
alrededores también hay algunas casas de campesinos, los cuales les
proporcionan a diario comida, que no llega a faltar, a tal punto
que cuando resuelven partir de nuevo el 24 de junio han de dejar
algunos alimentos en una cueva.
La cuarta semana de junio ya forman
un grupo de 35 combatientes, muchos de ellos bien armados. E
incluso se suman a la tropa del Che dos reclutas del ejército de
Batista, ex militares, que vienen a la sierra a luchar por la
libertad al lado del "extranjero", como todavía algunos lo llaman
con respeto y admiración. Ellos son Gilberto Capote y Nicolás, y
vienen de la mano de Arístedes Guerra, otro de los contactos de la
región. El Che no pierde tiempo, los dos son escalados de inmediato
para enseñar el arte militar a su tropa.
Los últimos días de junio continúan
su avance hacia el encuentro con Fidel, ya están cerca del Pico
Turquino, han subido más de 1200 metros, y los heridos van
recuperándose y dejando de ser una carga. metros, y los heridos van
recuperándose y dejando de ser una carga.
El encuentro se estableció al este
del Turquino.
Es en esta época, en la que el Che
se ve obligado a debutar como dentista, los campesinos lo llaman
cariñosamente "el sacamuelas", nueva profesión que ejerce con
marcado entusiasmo.
Hace pocos días que Fidel y el Che
están de nuevo juntos, el primero se informa de la odisea por la
que ha pasado el argentino entre el 28 de mayo y su llegada al
Turquino (casi 40 días después), los sacrificios que ha realizado
por salvar 8 heridos (los salva a todos). Recuerda también cómo lo
dejó con solo 4 combatientes para cuidar a las víctimas del Uvero,
y ahora llega con más de 30 hombres, casi todos en condiciones de
convertirse en un futuro inmediato en buenos combatientes.
Fidel, hace ya algunas semanas,
desde que cuenta ya con cerca de 200 personas, comprende que hay
necesidad de dividir en columnas a su tropa, y para ello requiere
designar con urgencia un Comandante.
Por su cabeza pasan cuatro nombres:
Raúl, su hermano, Juan Almeida Bosque, Camilo Cienfuegos y el
Che.
Todos son virtuosos, excelentes
combatientes, valientes e intrépidos, hombres que arriesgan una y
otra vez la vida, ¿cuál de ellos será el elegido?
Fidel escoge al Che, quien cuenta
con un caudal de conocimientos impresionante. Fruto de su avidez
por la lectura, posee un concepto marxista-leninista solo igualado
por Raúl. Incluso el propio Fidel reconoce un día: "Sus principios
filosóficos y su adoctrinamiento en el comunismo eran mucho más
avanzados que el mío". Solo un factor va en contra de su
designación, es portador de una enfermedad grave, el asma. Pero
Fidel observa que esto más bien lo agiganta, pues no toma
conocimiento de su enfermedad, y está siempre en la primera línea
de fuego. Hay algo que también podría ser visto como algo negativo
por algunos de su Ejército, es un extranjero, no es cubano; pero
Fidel piensa: Simón Bolívar no era colombiano, ni peruano, ni
ecuatoriano, ni boliviano; sin embargo luchó por esos países hasta
darles la libertad durante la guerra contra el coloniaje
español.
El 30 de junio, Frank País, uno de
los mayores intelectuales del Movimiento 26 de Julio, es detenido,
y Fidel resuelve hacerle llegar una carta.
El 5 de julio de 1957 se encuentran
reunidos en la casa de una campesina, en la Sierra Maestra, donde
es redactado un cálido mensaje de los guerrilleros al hermano
aprisionado en la ciudad que tan heróicamente viene luchando y
abasteciendo armas, dinero, vituallas y nuevos combatientes para la
guerrilla. La carta, entre otras cosas, felicita a "Carlos", el
nombre de guerra de País, quien en realidad está viviendo sus
últimos días. Firman el documento todos los oficiales del Ejército
Rebelde, el Che tiene en ese momento el grado de Teniente, y hay
varios capitanes (Almeida, Raúl). La carta se redacta en dos
columnas y, al poner los cargos de los componentes de la segunda de
ellas, Fidel ordena al Che: "Ponle Comandante".
Así se convierte en el primer
Comandante de la guerrilla designado después de Fidel Castro. Y
todo, de una manera totalmente informal.
EL AVANCE A LAS
VILLAS
La Revolución apenas comenzaba
a recuperar el aliento. Tras derrotar una vez más con apenas 300
hombres a los 10 mil efectivos militares de Batista que pretendían
expulsarlos de Sierra Maestra, Fidel toma una decisión importante:
decide invadir el resto del país.
Hacia las dos de la tarde del
21 de agosto de 1957, el líder cubano toma la más brillante de sus
decisiones militares: aprovechar la debilidad y el desconcierto de
los enemigos e irrumpir inesperadamente en ataque.
Designa al Che Comandante
Supremo de Las Villas y extiende un mapa sobre la mesa. Señala con
el dedo un punto en la zona de Manzanillo. Acto seguido, desplaza
el índice hacia la izquierda hasta posarse sobre la Sierra de
Escambray. Entre ambos puntos se extiende la sabana camagüeyana,
descubierta y limpia. El Comandante Supremo del Ejército Rebelde le
dice al Che:
—¿Te das cuenta?
—¡Sí! —responde lacónico el
flamante Comandante de la Columna 8.
¿Existen 8 columnas? Por
supuesto que no. Fidel hace que salte la numeración de la 1ª, que
dirige él, a la 4ª, de Camilo Cienfuegos, y luego a la 8ª, del Che.
Sabe que el enemigo puede interceptar mensajes, y su intención es
mostrar que tiene más de los 400 combatientes con los que realmente
cuenta.
La integración de esta columna
reclama la presencia de los combatientes más aguerridos. El Che los
escoge, no solo por sus expedientes de soldados, sino atendiendo
también a sus condiciones físicas.
Después de reunir a unos 300
combatientes les habla de la misión. Les pinta un futuro plagado de
riesgos, infortunios, desvelos y peligros:
—En el llano desayunaremos
soldados, almorzaremos aviones y comeremos tanques. La proporción
de enemigos será de 10 a 15 soldados por cada uno de
nosotros.
Les repite que probablemente
solo la mitad de ellos saldrá con vida. Con esto pretende llevar
una tropa de élite, combatientes valientes y voluntarios. Terminado
su discurso, les pide a aquellos que quieren acompañarlo que den un
paso al frente. La mitad lo hace. Su columna está formada por 144
hombres. La mayoría son campesinos analfabetos (el 90 % de su
columna) que nunca han salido de la Sierra Maestra.
Al caer el sol del día 28 de
agosto, parte la Columna 8. Su meta, el Escambray, se encuentra a
una distancia de casi 600 kilómetros.
A pie, con solo cuatro
caballos, los 148 barbudos de la Columna de Ciro Redondo parten
bajo un cielo amenazante. Disponen de seis ametralladoras, de una
bazuca y unos cincuenta fusiles automáticos.
El Che anota en su
diario:
Caminábamos
por difíciles terrenos anegados, sufriendo el ataque de plagas de
mosquitos que hacían insoportables las horas de descanso; comiendo
poco y mal, bebiendo agua de ríos pantanosos o simplemente de
pantanos. Nuestras jornadas empezaron a dilatarse y a hacerse
verdaderamente horribles. Ya a la semana de haber salido del
campamento, cruzando el río Jobabo, que limita las provincias de
Camagüey y Oriente, las fuerzas estaban bastante debilitadas.
(...) También
se hacía sentir la falta de calzado en nuestra tropa, muchos de
cuyos hombres iban descalzos y a pie por los fangales del sur de
Camagüey.
El 1 de septiembre toman tres
camiones viejos, en cuyo interior no caben todos. De esta manera,
los vehículos son aprovechados principalmente para transportar
armas, munición y vituallas. La mayoría de los combatientes camina
detrás de los viejos vehículos. Estos se van averiando poco a poco
y obligan al Che a inutilizarlos paulatinamente. Al cabo de 24
horas deben desprenderse del último.
Este día se desata una
tormenta, y parece que un ciclón se aproxima. En estas condiciones,
el Ejército decide no moverse, aunque la situación le es favorable
al Che. Su columna se mueve alrededor del adversario. Cuando los
enemigos avanzan, ellos se dipersan en diversos sentidos
desconcertándolos. O si no, toda la columna avanza en un sentido
dejando rastros engañosos.
Las marchas son tormentosas y
difíciles. Recordando la ocasión, el guerrillero Joel Iglesias
dice: "Una marcha de seis kilómetros se volvía de trece en zigzag
por el mal estado dEl terreno."
El domingo 7 por la noche
cruzan el Río Jabobo a nado. Joel reseña:
El Che era
muy buen nadador, y cuando había que cruzar el río y no teníamos
con qué pasarlo, él daba el viaje, uno después de otro, trasladando
mochilas y armamentos, nadando con una sola mano, y con la otra en
alto cargando estas cosas para que no se mojaran.
El día 9 de septiembre el
Ejército los sorprende en una emboscada.
Se produce una confusión
entre la vanguardia y los guardias.
A las cinco de la tarde, la
tropa se pone de nuevo en marcha.
Ernesto hace las últimas
recomendaciones a sus hombres:
—Sobre todo, nada de ruido,
ni una palabra, ningún objeto brillante...
Tienen que atravesar un
camino cubierto de barro espeso y viscoso.
La tropa del Che está
agotada, se deja caer al suelo y se queda dormida. Los pies están
llenos de llagas, pues recordemos que muchos no tienen zapatos. Los
médicos hacen lo que pueden, muy poco. Una plaga de mosquitos los
ataca y tienen que envolverse en mantas y sábanas para protegerse.
Los centinelas se llevan la peor parte, se tienen que reducir las
guardias a media hora en lugar de dos:
Su gente está agotada, se
duermen sobre el caballo, caen al suelo y ahí quedan
dormidos.
A las 9:30 de la noche del 10
de septiembre, el Che ordena seguir rumbo al Escambray. Deben
movilizarse lo más rápidamente posible para despistar al Ejército.
Hacia las cuatro de la madrugada llegan a la finca Faldigueras del
Diablo, encuentran enlaces del Movimiento que les llevan comida y
botas. El Che sufre una fuerte crisis de asma, pide medicinas no
solamente para su bronquitis asmática, sino también anfetamínicos
para no dormir.
Mediante este procedimiento,
el día 29 han despistado totalmente a los batistianos. Al término
de once días, nuevamente se enfrentan con ellos; están cercados por
cinco compañías. En la noche, el Che envía exploradores en varias
direcciones. Ordena: "No deben responder al disparo del enemigo
cuando sean localizados". Así lo hacen. Encuentran un claro de 150
m de extensión, por donde la tropa del Che pasa sorteando los
disparos. La noche es, felizmente, lluviosa y, el semicombate, de
ciegos. Al día siguiente se trasladan a otro lugar, han roto el
cerco; pero el cansancio, las dificultades y el sueño persisten.
Joel Iglesias, rememorando la época, narra en una carta dirigida a
Fidel:
Habíamos
dejado atrás la última arrocera Aguilera y entrado en terrenos del
central Baraguá, cuando nos encontramos con que el Ejército tenía
bloqueada totalmente la línea que había que cruzar. Nos
descubrieron en la marcha, y de la retaguardia se repelió a los
guardias con un par de tiros. Pensando que los tiros provenían de
los guardias emboscados en la línea, siguiendo su inveterada
costumbre, ordené esperar la noche, pensando que podríamos
pasar.
Cuando me
enteré de la escaramuza, es decir, que el enemigo tenía pleno
conocimiento de nuestra posición, ya era tarde para intentar el
paso, pues era una noche oscura y lluviosa y no teníamos
reconocimiento alguno de la posición enemiga, muy reforzada. Hubo
que retroceder a brújula, permaneciendo en la zona cenagosa y de
monte ralo para despistar a los aviones que, efectivamente,
volcaron su ataque sobre un monte frondoso a cierta distancia de
nuestra posición. Los exploradores encabezados por el teniente
Azevedo descubrieron un paso en la extremidad de la línea enemiga,
pues descuidaron una laguna por la que creyeron imposible el
tránsito. Por esa laguna cenagosa, tratando de amortiguar en lo
posible el ruido de 140 hombres chapalean do fango, caminamos cerca
de 2 kilómetros hasta cruzar la línea a cerca de 100 metros de la
última posta de la que escuchábamos su conversación. El chapaleo,
imposible de evitar totalmente, y la luna clara, me hacen pensar
con visos de certeza que el enemigo se dio cuenta de nuestra
presencia, pero el bajo nivel combativo que en todo momento han
demostrado los soldados de la dictadura los hicieron sordos a todo
rumor sospechoso. El drama no estaba solo allí, sino también en las
condiciones de la tropa, principalmente en sus zapatos
destrozados.
Caminamos
toda la noche entre cenagales de agua marina y parte del día
siguiente. Una cuarta parte de la tropa estaba sin zapatos, o con
ellos en malas condiciones (Ernesto Guevara de la Serna, Obras de
1956 a 1967, 418).
Era necesario pasar todavía
más de treinta días para acercarse a la meta. Entonces, resuelve
comunicar a sus oficiales el destino: el Escambray. Hasta este
momento solo lo conocían tres personas: Fidel, Camilo Cienfuegos y
él.
Durante la travesía son
constantemente hostigados por la aviación batistiana, que sigue
meticulosamente sus pasos.
Hacia las cuatro de la mañana
de ese domingo 12 de octubre, la columna Ciro Redondo entra en Las
Villas por el pueblo de Sancti Spiritus. El Che escribe a
Fidel:
Si prestamos
crédito a las informaciones captadas en las conversaciones
telefónicas del Ejército, ellos no nos creerían capaces de marchar
las dos leguas (cerca de 12 Km) para llegar a la ciudad de
Jatibonico. Evidentemente lo hicimos de noche, cruzando el río a
nado, mojando nuestro armamento, antes de recorrer una legua más
para alcanzar una colina protectora.
Franquear el
Jatibonico ha sido como pasar de las tinieblas a la claridad.
Ramiro Valdez
dice que fue como un conmutador que enciende la luz, y la imagen es
exacta. Pero desde la víspera las montañas azuleaban en el
horizonte, dándonos unas ganas locas de llegar a ellas.
Cuando el 14 de octubre de
1958 se esconde el sol, los ciento cuarenta hombres retoman su
rumbo, andando como autómatas. Nadie se atreve ni se atrevió jamás
a enfrentar la autoridad de su Comandante, quien a vista de todos
ellos ha hecho la mayoría del trayecto con su dificultosa
"respiración a silbidos". Ya se hallan al pie del Escambray.
Víctor Dreke, que en el año
1958 era Capitán en el Escambray, describió así al Comandante
Guevara:
El Che era
una leyenda viva al llegar al Escambray en el 58. Yo estaba herido,
me llevaron al lugar donde fue el encuentro. Faure nos presenta a
todos y le explica al Comandante Guevara que yo había sido herido
en el ataque a Placetas. El Che me atendió como médico. Castelló,
el doctor nuestro, le explicó dónde estaban las heridas.
Conversamos del tiro que casi me mata. Teníamos una pequeña
oficina, una máquina de escribir. El Che, con una gran modestia,
nos la pidió prestada para hacer un trabajo. Era el Comandante de
la Revolución en Las Villas y andaba pidiendo permiso.
Ahora está en el Escambray,
resuelve atacar el Cuartel de Güinía. Lo defienden 26 soldados
fuertemente armados dentro de una verdadera fortaleza. La señal, un
disparo del bazuca. No obstante, los dos primeros disparos a cargo
del bazuquero salen muy elevados. Se generaliza el tiroteo. El Che
enfurece e insulta al responsable. Ordena entonces que se consiga
gasolina para preparar bombas molotov. La tienda de abarrotes de un
chino está cerrada y no encuentran gasolina. Cuando logran
finalmente preparar las bombas, Amengual y Cabrales son
descubiertos en el momento en que se acercan para lanzarlas y
mueren ametrallados por los guardias. El bazuquero falla dos veces
más. El Che, irritado, lo toma en sus manos y se alza en una
lomita. Casi a descubierto, carga el proyectil y falla. Al borde de
la desesperación repite el intento. Una, dos, tres veces más, y
sigue fallando. Se encuentra solo a veinticinco metros del cuartel.
Los defensores lo ubican y comienzan a disparar sobre él. Joel le
advierte de que se está exponiendo demasiado. Años después describe
estos momentos:
La tierra que
levantaban las balas nos tenía ciegos. Pero la lomita nos protegía.
En tal situación y con tal volumen de fuego (...) El Che, al ver
que el bazuquero no hacía blanco, no hacía nada, se molestó y,
parándose, fue a donde estaba, le quitó la bazuca y se paró allí en
ese lugar, con los proyectiles picando por todos lados. No sé cómo
pudo salvar la vida entre tantas balas. Cogió la bazuca para tirar
(...) Yo me le paré delante y lo empujé tratando de que se metiera
de nuevo tras la lomita.(...) Entonces él me dio un empujón
bastante violento y tuvimos prácticamente una discusión.
Bordón reflexionaría más
tarde: "El desprecio al peligro era el talón de Aquiles del
Che".
El 21 de octubre, el Che
apunta en su diario:
Hace
cincuenta y un días que salimos de El Jíbaro. Hemos acampado
cuarenta y una veces y solo comimos quince. El resto del tiempo
tuvimos que contentarnos con café y, cuando había, con un poco de
leche. Las galletas de maíz, la caña de azúcar, y con mucha
frecuencia la fruta, componían nuestras comidas.
Entre el 15 de octubre y el
20 de diciembre el Che fija la fecha del día de la gran ofensiva al
ejército batistiano, momento a partir del cual no hará más una
lucha de guerra de guerrillas, sino una lucha convencional, una
guerra de posiciones. Y esto, sin haber asistido jamás a una
escuela militar, y teniendo en cuenta que cuando se presentó al
servicio militar en la Argentina, en 1946, fue rechazado y
considerado inhábil por el servicio médico debido a su asma. Un
tiempo después, él mismo diría con marcada socarronería: "Si en
algo me sirvió mi asma, fue en que no hiciera el servicio militar
en mi patria".
Durante este periodo realiza
el entrenamiento diario de su tropa, que ahora alcanza los 364
efectivos, junto con las fuerzas del Escambray, e incluyendo al
Directorio Revolucionario. Centenares de villaclareños se
presentaron al Che para formar parte de su columna. Él se vio
obligado a someterlos a rigurosos tests para admitirlos.
El coronel Del Río Chaviano,
apodado el Carnicero del Moncada por haber dirigido la represión
tras el ataque al famoso cuartel, repliega sus tropas hasta Santa
Clara, donde todo hace pensar que se decidirá la suerte de la
guerra. Los rebeldes lo siguen de cerca y hostigan su
retaguardia.
A su paso por las ciudades de
la provincia de Las Villas caen como moscas, obteniéndose la
"nacionalización" de los transmisores de onda corta. El 4 de
diciembre el Che aprovecha la calma para probar una nueva radio, la
CR 8, Radio Columna Rebelde Número Ocho.
Para el asalto decisivo de
Santa Clara el Che cuenta con su "pelotón suicida", compuesto por
locos de gran corazón. Está dirigido por el Vaquerito, y solo tiene
al principio una decena de voluntarios. Esa escuadra de choque
tomará parte importante en los próximos combates.
El Che hablando por Radio Rebelde una
emisora creada por él.
Foto: Archivo personal del Che.
LA BATALLA DE
SANTA CLARA
El 16 de diciembre, muy
temprano, una voz con acento extranjero pide a la encargada de
telecomunicaciones de la ciudad de Fomento, Aída Fernández, que le
comunique con el teniente Reynaldo Pérez Valencia, jefe del
cuartel. Es el Che, que ordena al teniente rendirse.
—No —responde secamente El
oficial leal.
Rodeado de sus 120 hombres,
atrincherado detrás de los gruesos muros del cuartel, Pérez
Valencia se siente fuerte frente a los cuarenta barbudos que lo
desafían. Una vez más, el Che, que ha dejado a Bordon la tarea de
cortar la ruta a eventuales refuerzos, dirige el asalto. Ambos
adversarios tienen planes opuestos: el Che, que no posee más que
unas cuarenta balas por fusil, desea que la acción termine cuanto
antes; mientras que, por su parte, a los sitiados les interesa que
la cosa se prolongue, para dar tiempo a que lleguen los
refuerzos.
Pero Pérez Valencia olvida un
factor importante: el vuelco de la población en favor de los
asaltantes. Varias decenas de pobladores salen a la calle a unirse
a los rebEldes. Unos levantando barricadas, otros lanzando bombas
molotov. El 17, la aviación entra en escena y comete lo
irreparable: bombardea la ciudad y mueren 18 civiles. Los indecisos
reaccionan y eligen su bando. Ha llegado el momento de liberarse de
Batista. Con lucidez, el Che analiza la situación:
Avión bombardeando Las Villas. Foto:
revista Bohemia.
Con sus
"revientamanzanas" (bombas que todo lo demuelen) la aviación
acababa de asestarnos un duro golpe; para la infantería hubiera
sido el momento de aprovecharlo. Si no lo hizo es porque está
desmoralizada.
Se concentra la presión en el
cuartel. Las balas crepitan por doquier.
Tamayo trepa a la terraza de
un edificio y comienza desde allí a tirar al interior. Interviene
el pelotón suicida, pero a unos treinta metros de las armas
enemigas, sus hombres constituyen un blanco ideal. Varios barbudos
caen, Joel Iglesias es alcanzado en el cuello, tiene rota la man
díbula.
La moral de los barbudos
empieza a vacilar, hay que actuar deprisa. El Vaquerito, el jefe
del pelotón suicida, un guerrillero de 18 años graduado de Capitán
en plena guerra, propone prender fuego al cuartel, pero no es algo
fácil de realizar: sus paredes son muy gruesas y no presentan
grieta alguna. El día 18, con las primeras luces del alba, los
guerrilleros se aproximan reptando y lanzan un nuevo asalto. Pérez
Valencia recuerda:
La primera
orden que imparte el Che cuando penetra en el cuartel sometido es:
"¡Vayan a buscar a los médicos para que se ocupen de los heridos,
no solo de nuestra tropa, sino también del enemigo!".
El botín es importante: dos
jeeps, tres camiones, un mortero, una ametralladora calibre 30,
ciento treinta y ocho fusiles, ametralladoras ligeras y nueve mil
municiones. Más de dieciocho pares de botas, cuatro máquinas de
escribir y un despertador. Además de ciento cuarenta y un
prisioneros.
Un padre junto a sus dos pequeños
hijos. Los tres han muerto por uno de los bombarderos del ejército
batistiano.
Foto: revista Bohemia.
La población está de fiesta.
Hay una gran algarabía en las calles. Se presenta una multitud a la
distribución de armas organizada por los Rebeldes.
El día 22 caen dos ciudades,
Cabaiguan y Guayos, esta última con 16 mil habitantes.
Cuando se acerca por los
tejados, en la noche oscura, el Che tropieza y se lastima: primero,
un corte en el párpado contra una antena de televisión, luego
pierde el equilibrio y cae al suelo, fracturándose la muñeca:
Por temor a una reacción de
su asma, no acepta la inyección anestésica que le propone el médico
(Jean Cormier, La vida del Che, 105).
El Ejército se informa del
accidente del Che y emite un parte oficial, el cual es captado en
la radio de los Rebeldes. En este, el Teniente General Francisco
Tabernilla Dolz, jefe del Estado Conjunto, declara en entrevista de
prensa que las fuerzas del regimiento 2 había sorprendido a una
partida de forajidos en Laguna de Gujano, provincia de Camagüey,
ocasionándole más de 100 muertos, dispersándose el resto y dejando
abandonado en su huida armas, equipos e importantes documentos y
propaganda comunista. Otros grupos se están presentando a las
autoridades. Estos facinerosos y cuatreros venían en fuga desde la
Sierra Maestra tratando de escapar a su inminente destrucción, y
estaban mandados por el conocido agente comunista Che Guevara, uno
de los muertos.
Los Rebeldes se miran
risueños y, de pronto, una carcajada inmensa, sonora, recorre el
acampamento de uno a otro extremo.
—Ya lo saben —exclama el
Che—, todos nosotros estamos muertos, enterrados.
Uno de sus combatientes,
dirigiéndose a Tabernilla, vocifera y comenta desdeñosamente:
—¡Viejo imbécil!
Un recio mulato de nutrida
barba se acerca al Che exhibiendo, de oreja a oreja, su blanca
dentadura.
—Che, yo también estoy muerto
—y da una gran carcajada.
El jefe guerrillero aprovecha
la alegría del momento y dispone la marcha de un tirón. Llegan al
río San Pedro, cerca de Santa Clara (Revista Bohemia,
enero de 1959, 101).
El Che está dolorido a
consecuencia de la fractura y pide una aspirina al médico. Reanuda
en seguida el combate, con el brazo en cabestrillo.
Sancti Spiritus, una ciudad
con ciento quince mil habitantes, se coloca al lado del Che, quien,
con su tropa, pone en fuga a varios centenares de soldados
temerosos de que esa sea la vanguardia de la terrible Columna 8. Se
produce una desbandada en las masas del ejército batistiano. En
represalia, se anuncia por radio que la ciudad será bombardeada
pero, por vez primera, los pilotos se niegan a ejecutar las órdenes
y arrojan sus bombas al mar.
Excitados por la amenaza que
han escuchado por radio, los ciudadanos están dispuestos a destruir
todo lo que tenga relación cercana o lejana con el gobierno y la
administración pública. El Che se esfuerza en frenar ese proceso
nihilista, el cual desaprueba. Pero la Revolución está en todas
partes. Apenas dos horas después de la rendición de Cabaiguan, los
guevaristas caen sobre Placetas, localidad de ciento cincuenta mil
habitantes, y eje de las comunicaciones en la isla, a 36 kilómetros
de Santa Clara.
El sitio será breve: para
salvar las apariencias, la tropa pide una tregua antes de rendirse.
Entre los sitiadores se encuentra el teniente Pérez Valencia de
Fomento, que ahora lucha por la Revolución. Al anuncio de la
rendición del cuartel, las campanas de las iglesias marcan el ritmo
de un tumultuoso festejo. En la calle el pueblo grita: "¡Viva Cuba
libre! ¡Viva el Che!". Ciento cincuenta y nueve hombres acaban de
rendirse; la marejada de la Revolución arrastra el pasado.
Para celebrar la Navidad, los
fidelistas, insaciables, preparan una operación relámpago sobre
Remedios y Caibarien, dos ciudades distantes a ocho kilómetros.
Caibarien tiene doscientos cincuenta soldados.
Por primera vez desde el
comienzo de la ofensiva en la provincia de Las Villas, el Che
efectúa su ataque en pleno día. Encabezados por el Pelotón Suicida,
los guevaristas destrozan al adversario. Apenas cede una porción
cuando Vaquerito y los suyos se abalanzan sobre la siguiente.
Che con el antebrazo izquierdo
fracturado.
Foto: Antonio Núñez
Che haciendo un discurso en Santa
Clara.
Foto: Consejo de Estado de Cuba.
Durante esos días de locura,
de fe, de entrega y de energía multiplicada por la perspectiva de
la victoria, el Che casi no duerme. Dormita en su jeep, bebe mucho
café, olvida su mate, olvida su fractura, come deprisa trozos de
pollo, salchichas, galletas que le tienden manos desconocidas. El
balance es casi increíble: en diez días, los guevaristas han
tornado a las fuerzas de Batista doce puestos del ejército de la
guardia rural y de la policía. Han puesto en fuga a todas las
guarniciones de ocho localidades, hecho más de ochocientos
prisioneros y conquistado más de un millar de armas. En La Habana,
el presidente Batista intenta salvar las apariencias afirmando a la
agencia United Press que acabará con el Che en Santa
Clara.
El 28 de diciembre, mientras
amanece, resuelve atacar Santa Clara. El efectivo de los soldados
enemigos se calcula en más de tres mil. El Che sabe que el
resultado del combate depende de la rapidez de su acción, y luego,
la suerte de la Revolución.
El Pelotón Suicida es una
tropa de élite y, pese a que el Che escoge a dedo a sus
componentes, decenas de sus comandados quieren tener la honra de
pertenecer a este grupo.
El argentino-cubano instruye
a su tropa a levantar barricadas en la ciudad. El Capitán Rogelio
Azevedo describe estas instrucciones:
El Che nos
dio la misión a todos de ocupar cuanto vehículo hubiera en los
garajes y en las calles y atravesarlos en las calles: ómnibus,
motoniveladoras, cilindros, todo lo que hubiera. Esa fue mi primera
experiencia con relación a la guerra en las ciudades cuando el
enemigo tiene medios blindados y uno no tiene nada más que una
bazuca y los fusiles de 250 hombres, algunas granadas y cócteles
molotov (...). Eso de situar los medios en la calle fue la primera
orden que dio el Che y que no se había hecho nunca antes; fue
realmente un éxito.
Por ejemplo,
en la avenida de la Paz, junto a la Audiencia y la cárcel,
atravesamos cuatro guaguas (autobús grande), y en la Central unos
cuantos cilindros, aplanadoras, motoniveladores, rastras,
camiones... Las máquinas, bueno se las pedíamos a la gente, y si no
veíamos al dueño la cogíamos de los garajes, le quitábamos la llave
y le rompíamos algo para que no pudiera arrancar ni moverse...
Además, cortamos la luz y el agua de la ciudad. Se crearon todas
las condiciones favorables. Por otra parte, se utilizó ampliamente
los cócteles molotov y se organizó su construcción y la búsqueda de
gasolina y otros medios incendiarios para la lucha contra los
tanques. (El Oficial, periódico santaclareño, publicación
de 1978)
A las ocho de la mañana la
columna parte hacia una ciudad que está a 7 kilómetros. En la
carretera son atacados por una tanqueta, la cual se ve obligada a
retroceder dado el ímpetu de los guerrilleros. Los rebeldes avanzan
en dos filas indias, con el Che a la cabeza y con el brazo en
cabestrillo. A mediodía llegan a la loma del Capiro, un punto alto
que se encuentra ocupado por los soldados de un tren blindado que
ha llegado ese mismo día.
Son atacados por una
avioneta, a la cual ahuyentan con tiros de ametralladora. Después
de su segundo ataque, el avión no vuelve más a incomodar a la
columna. Al anochecer están junto a un puente inutilizado por los
guerrilleros, y al lado una motoniveladora.
En la noche del 28, el Che
saca sus conclusiones sobre esa primera jornada. Es absolutamente
necesario evitar el enfrentamiento con los tanques en terreno
descubierto. Luego, aprovechar la pasividad táctica del ejército
leal para fragmentar sus fuerzas y aislarlas con el fin de
enfrentarlas después separadamente. Las barricadas construidas con
autos y muebles —todo vale— forman obstáculos ante los tanques y
focos activos para los simpatizantes y los barbudos.
El día 29, antes del alba, la
táctica de infiltración preconizada por el Che permite a los
rebeldes ubicarse ventajosamente en toda la ciudad, aprovechando al
máximo la oscuridad.
Ese 29 es el día clave de los
combates. Los atacantes ya no pueden contar con el efecto sorpresa.
El ejército de Batista logra reagruparse y los están esperando
listos para lanzar el contraataque, la ley del mayor número hablará
en su favor. Por consiguiente, el Che no debe aflojar la presión a
ningún precio. Los aviones se turnan en el ataque a las barricadas.
Jóvenes, adultos, viejos, corren en todas direcciones. Las pérdidas
se hacen pesadas; en los techos, numerosos civiles son
acribilladospor el fuego de metralla. Los barbudos ponen
desesperadamente en la batalla sus últimas fuerzas, y las
posiciones enemigas ceden una tras otra. No se les da respiro. El
Che pronto puede anunciar por radio:
Che manda bloquear toda Santa Clara
para dificultar el avance de las tropas enemigas, principalmente
los tanques.
Foto: Consejo de Estado de Cuba.
—Atención. Aquí la Columna nº
8. Ciro Redondo, del Ejército Rebelde del Movimiento del 26 de
julio. No tardaremos en anunciar nuestro programa al pueblo de
Cuba. Y más especialmente el de Las Villas. El ataque a Santa Clara
terminará con nuestra victoria.
Por su parte, el Estado Mayor
del Ejército de Batista hace correr la voz sobre la muerte de
Ernesto Che Guevara. Al día siguiente, 30 de diciembre, él
desmiente personalmente, con su habitual ironía, la noticia por
radio.
EL ASALTO AL TREN
BLINDADO
El tren blindado fue
organizado por el ejército gubernamental como "Convoy para los
trabajos de reparación de las vías de comunicaciones", a cargo del
Cuerpo de Ingenieros en Operaciones y bajo el mando superior del
jefe de dicho cuerpo, el coronel Florentino E. Rosell Leyva, MMNP,
sigla que usaban los jerarcas militares, y que significa "Mérito
Militar, Naval y Policíaco".
El convoy empezó a prepararse
en octubre de 1958. Se terminó prácticamente en noviembre, y marchó
a mediados de diciembre hacia Santa Clara, desde La Habana.
El Comandante Antonio Núñez da
algunos detalles sobre este tren:
El tren fue
concebido fundamentalmente para la reparación de las líneas de
comunicaciones telefónicas, carreteras, vías férreas y puentes,
severamente dañados por las acciones del movimiento guerrillero y
el clandestinaje. Por documentos estudiados en el propio tren
después de que cayera en nuestro poder, así como por las
conversaciones con su oficialidad, que como prisionera
trasladaríamos hacia Caibarién, pudimos conocer algunos detalles de
su organización.
El tren está dotado de
trescientos ochenta soldados y veintiocho oficiales e ingenieros.
Tiene los planos de todos los puestos y demás puntos destruidos o
dañados por el Ejército Rebelde entre Las Villas y oriente. Su
poder de fuego es impresionante: posee cinco lanza-cohetes de 35 y
248 proyectiles, cinco morteros de 60 milímetros con trescientos
setenta y dos granadas, catorce ametralladoras calibre 30 con
ochenta y ocho mil ochocientas cápsulas, treinta y ocho fusiles
automáticos calibre 30 con ciento treinta y tres mil quinientas
sesenta balas, trescientos ocho fusiles M-1 y Garand con cincuenta
y tres mil seiscientas ochenta cápsulas, además de numerosas armas
cortas, cañones de repuesto para las armas citadas, así como un
sinnúmero de instrumentos militares y de ingeniería de combate. El
tren cuenta con dos locomotoras y diecinueve vagones.
El día 30, a la una de la
tarde, 20 guerrilleros comandados por el Vaquerito atacan al tren
blindado, que está junto a la Estación de Santa Clara. Treinta
minutos después, los 380 soldados se repliegan al interior de los
vagones. Vaquerito ordena preparar cocteles molotov y comienzan a
arrojarlos por debajo de los rieles del tren. Después de media
hora, la temperatura del tren aumenta a tal extremo que el Coronel
Florentino Rossel ordena al maquinista retroceder a toda marcha y
escapar, pues de lo contrario serían calcinados. A las tres y media
de la tarde el tren comienza a retroceder, primero lentamente,
luego a toda velocidad, tal y como ordena el coronel. Ignoran que a
3 kilómetros de la estación, después de una curva, los rieles han
sido levantados el día anterior por el capitán Roberto Ruiz.
Dejemos que sea el Comandante
Antonio Núñez quien nos cuente el final de esta historia:
Al llegar al
lugar se sale de los raíles; varios vagones con la potente
locomotora que los jalaba se vuelcan y chocan con estrépito
increíble contra un garaje. Este es destruido y numerosos
automóviles que había dentro quedan convertidos en aplastadora
chatarra. Al golpe violento del impacto principal sigue un chirrido
cortado por el estruendo de los vagones, que chocan unos contra
otros. El pelotón de Guilé, en ese momento al mando del Teniente
Roberto Espinoza Puig, asalta inmediatamente tres vagones cercanos,
y enseguida los rebeldes hacen cuarenta y un prisioneros. Los
guardias, confundidos unos y atontados otros por el colosal choque,
no hacen resistencia. Uno de ellos, herido, muere poco después. En
el resto de los vagones, los guardias no se atreven a asomarse por
las grandes puertas laterales y blindadas. Los rebeldes no cesan de
disparar su fuego de fusilería.
Foto antigua del tren
descarrilado.
Foto: Archivo personal del Che.
El combate es de extremada
violencia. Mientras que los demás barbudos avanzan en zigzag,
doblados en dos para ofrecer el menor blanco posible a las balas
enemigas, Vaquerito corre con orgullo. Su vecino de ofensiva,
Tamayo, le grita: "Vaquerito, agáchate, te van a dar" y,
efectivamente, una ráfaga de ametralladora acaba con él. Minutos
después el Che comenta al enterarse de la muerte del jefe del
pelotón suicida, a modo de oración fúnebre:
—Me mataron 100 soldados.
Fueron necesarios cien hombres para poder acabar con él.
Ahora dejemos que sea el
propio Guilé quien nos cuente el epílogo:
Como a la
hora y pico, les propuse una tregua a los guardias, que la
aceptaron. Avancé hacia el tren, desarmado, para hablar con el jefe
de ellos. Rubén (el sargento) iba detrás de mí. Entonces se tiró
del tren un sargento gordito, con una Thompson en la mano (yo había
dejado el Garand al lado de un camión), y nos dijo que nos
rindiéramos, que venían los tanques. Yo le dije que no tenía nada
que hablar con él, que quería ver al jefe de ellos. Apareció
entonces el comandante médico del tren, un hombre gordo, un poco
mayor.
Le dije que
ordenara la rendición, que los teníamos cercados. Me dijo que él no
podía rendirse porque no era el jefe. Le dije que quería hablar con
el jefe.
A los pocos
minutos salió el Comandante del tren. Me preguntó quién nos
mandaba. Le dije que el Che. No respondió nada. Entonces le dije
que venía de parte del Che a decirles que se rindieran, y que si él
quería podía ir a hablar con el Comandante Guevara. El respondió
que no podía abandonar el tren, pero que estaba dispuesto a hablar
con el Comandante. Le mandó el mensaje al Che y vino hasta el lado
del tren. El Che le dijo que se rindieran, que de todas formas
ellos caían prisioneros, pero si seguían peleando serían
responsables por el derramamiento de sangre que hubiera. E1 jefe de
ellos no aceptó la rendición. Entonces el Che le recordó que sería
responsable por la sangre que corriera y que dentro de quince
minutos se reanudaría el combate. (Ramón Pardo, El tren
blindado)
Antes de que transcurriera
ese tiempo, la flamante guarnición del famoso "Convoy para los
trabajados de reparación de las vías de comunicaciones", a cargo
del Cuerpo de Ingenieros en operaciones, se rinde.
El 31 de diciembre, con el
uniforme verde olivo sucio, desgarrado, los cabellos enmarañados,
la barba hirsuta y el brazo en cabestrillo, Ernesto es un soldado
extenuado, pero siempre de pie, le sostiene su pasión. Comanda,
actúa, levanta el ánimo de los unos, canaliza el ardor desordenado
de los otros. Parece un ser de otro planeta, es incansable e
indestructible en ese último día del año.
Es invitado a negociar con
Rojas, el coronel de la Provincial de Policía. Como las dos partes
no llegan a un acuerdo, el coronel regresa a su refugio, pero ante
el poco entusiasmo manifestado por sus tropas en proseguir el
combate, opta por la solución más prudente: se rinde. Entonces, una
interminable fila de más de cuatrocientos hombres abandona el
lugar.
Arrojan los fusiles ante
menos de ciento treinta revolucionarios, en cuyos brazos caen los
prisioneros políticos recién liberados.
Sin embargo, aún disparan
desde el décimo piso del Gran Hotel, y sobre todo desde los
alrededores del cuartel Leoncio Vidal, la fortaleza más grande del
centro del país, que alberga nada menos que a mil trescientos
soldados. El Che manda a los capitanes Núñez Jiménez y Rodríguez de
la Vega pedir la rendición de la guarnición.
Después de terminar con los
últimos islotes de resistencia en la ciudad, el Che se precipita al
cuartel y expone la situación en crudos términos al comandante
Hernández:
—Comandante, ya no es hora de
discursos. O se rinde, o abrimos fuego. Nada de tregua, la ciudad
está en nuestras manos. A las 12:30 lanzo al asalto todas las
fuerzas concentradas aquí. Tomaremos el cuartel y pagaremos el
precio necesario para ello, pero usted será responsable ante la
historia por la sangre derramada. Usted no ignora que hay un riesgo
de intervención militar de los Estados Unidos en Cuba. Si así
fuera, el crimen sería peor, pues se le reprocharía haber hecho
causa común con un gobierno extranjero. En tal caso, no le quedaría
más que suicidarse.
El tren descarrilado en la actualidad
ha quedado como un monumento.
Foto del autor.
EI Comandante Hernández da
media vuelta y va a discutir con sus subordinados. A mediodía, los
primeros soldados salen del cuartel y arrojan sus armas.
Camilo Cienfuegos, que acaba
de llegar de Yaguajay, donde ha ganado la batalla del Norte, le
dice al Che.
—Ya sé lo que haré después de
nuestra victoria...
—¿Qué?
—Te pondré en una jaula y te
pasearé por todo el país. Haciendo pagar a la gente una entrada
para verte. ¡Me haré rico!
Antes de la media noche, el
General Fulgencio Batista huye con toda su familia de La Habana
hacia los Estados Unidos.
Che con Camilo Cienfuegos.
Foto: Consejo de Estado de Cuba