Para cada enfrentamiento con el
Ejército, el Che tenía dispuestas las órdenes de manera
clara.
Todo lo había meditado antes gracias a la experiencia adquirida en
la Sierra Maestra.
Bolivia ha sido enclaustrada en el
corazón de América y privada de salida al mar en la llamada Guerra
del Pacífico, que fue vencida por Chile en 1879. A partir de este
momento, cada 23 de marzo se conmemora la valerosa acción del héroe
boliviano de esta epopeya: Eduardo Abaroa, quien, al ser obligado a
rendirse en un puente denominado Topáter, responde a sus enemigos:
"¿Rendirme yo? ¡Que se rinda su abuela, carajo!".
El país entero debe vivir un día de
fiesta. La víspera, llegan a La Paz los restos de este valeroso
mártir, a quien se recibe con honras militares. En todas las
capitales del departamento se prepara una parada militar. Lo mismo
ocurre en Camiri, el lugar desde el que han sido enviadas las tres
patrullas que inician la persecución de los guerrilleros.
Son las seis de la mañana, comienza
a clarear el día, ocho guerrilleros, bajo el comando de Rolando,
están emboscados desde hace cinco días en las márgenes del río
Ñancahuazú. El Che prevé que es por ahí por donde ingresará el
Ejército en su persecución. Los ocho guerrilleros están
distribuidos en ambas márgenes del río. Pese a la mala noche en su
puesto de guardia, y ojerosos como están, vigilan el río. Se
mantienen alerta, con los dedos ansiosos por apretar el
gatillo.
El jefe de la emboscada es un
hombre experimentado. Ha estado en la Sierra Maestra. Lo acompañan
un cubano, Benigno, un peruano, Juan Pablo Chang-Navarro (el
Chino), y cinco bolivianos: Pan de Dios, Coco Peredo, Wálter,
Moisés Guevara y Paco. La orden es clara: deben dejar pasar a toda
la tropa y esperar el primer disparo, que lo debe efectuar Rolando.
Este último está muy bien protegido por la selva, que le sirve de
manto. El enemigo no puede verlo, pero él sí puede seguir sus
pasos. Mira de hito en hito, tiene el dedo en el gatillo. Acaba de
ser alertado por Antonio: los soldados se acercan. De súbito,
siente un tropel de pasos, son los soldados.
Camiri, lugar de reuniones del Alto
Comando Militar.
Foto del autor.
Los soldados reciben la orden de
avanzar en fila india, con una distancia mínima de 7 metros entre
uno y otro, pero nadie obedece. Avanzan en grupos de dos o de tres,
conversando entre ellos. El oficial al mando no pone las cosas en
su lugar.
El mayor Plata divide su tropa en
Vanguardia, Centro y Retaguardia. La Vanguardia está bajo la
jefatura del subteniente Rubén Amézaga, secundado por los cabos
Terceros y Torrico, y cinco soldados.
Epifanio Vargas, el empleado de
YPFB, que sirve de guía y que colaboraba antes con los
guerrilleros, va a la cabeza. Al principio titubea, pe ro es
"persuadido" a obedecer e ir al frente. Al Centro está el mayor Pla
ta y el capitán Augusto Silva, a 40 metros de la Vanguardia. En la
Retaguardia está el subteniente Loayza con 13 hombres.
Ya ha transcurrido una hora, están
fuertemente armados, preparados para un patrullaje que puede durar
días. Los alimentos para la tropa son cargados en dos mulas por el
subteniente Loayza. Epifanio Vargas co mienza a transpirar, no
quiere seguir adelante, tiene miedo y pide ir más atrás, pero el
subteniente Amézaga lo obliga a seguir sus órdenes.
—Tengo un mal presentimiento, mi
capitán. Puedo perder el cuero —le dice Vargas al capitán
Silva.
El oficial no le responde, sabe
que puede estar en lo cierto. Están ingresando por un cañadón que a
la derecha tiene el cerro cortado a pico por un farallón de más de
20 metros de altura. Son obligados a ir por la izquierda con el
agua casi hasta la cintura. La tropa avanza desprevenida. Forman
una masa dentro del río; nadie guarda distancia.
El agua del río Ñancahuazú sigue
su curso cautelosamente en la hondonada, los soldados marchan con
los rostros inundados de zozobra y precaución. Pero hay ojos y
oídos que hurgan con insistencia los recodos, los de los
guerrilleros. Rolando tiene el fusil señalando al río, a la espera
de vomitar su fuego mortal. El sol que nace recién parece hablar
con Rolando: "Donde menos lo esperas, asomará un rostro".
Y aparecen, primero uno, dos,
cinco, diez. ¡Un enjambre de soldados! La mira de su fusil apunta a
la cabeza del hombre que está a la vanguardia, el cual va
desarmado. Su raciocinio es rápido: "Este es el guía, es un
comemierda, es el primero que debe morir para que sirva de
escarmiento", se dice a sí mismo.
El reloj marca las ocho y media de
la mañana, se levanta el telón de la emboscada. Se escucha un
disparo, dos, tres ráfagas de ametralladora. Comienza el estruendo
de las balas, la granizada de proyectiles es más fuerte que el
graznido de los gavilanes. Las balas colocan su rúbrica en el
enemigo. Una tormenta de plomo socava el pecho de soldados y
oficiales. Es una balacera infernal.
La primera víctima es Epifanio
Vargas, el guía, que recibe un tiro certero en la cabeza procedente
del arma de Rolando, una M-1. No hubo tiempo de recibir la
respuesta del capitán Silva a su extraña premonición, hecha
segundos atrás.
En el medio de la contienda están
la Vanguardia y el Centro, Amézaga y Plata consiguen guarecerse
detrás de una piedra. El segundo permanece ileso, pero el
subteniente Amézaga es herido de muerte. Emite un grito desgarrador
que retumba en todo el cañadón.
Después de 5 minutos cesan los
disparos. "¡Viva el Ejército de Liberación Nacional!", escucha la
tropa del mayor Plata. "¡Ríndanse!", les dicen los guerrilleros.
Catorce de ellos levantan las manos, incluyendo al mayor Plata y al
capitán Augusto Silva.
Es descorrido el telón del
combate, el río está teñido de rojo. Se oyen gritos de dolor por
todos lados. Han muerto 7 soldados, 4 están heridos, el resto
levanta las manos. Son aprisionados 22 efectivos entre oficiales,
clases y soldados. Ocho consiguen huir despavoridos, abandonando
todo lo que les dificultaría la fuga.
Los guerrilleros salen al
encuentro de la tropa derrotada. El panorama es dantesco: rostros
bañados de sangre, cuerpos exangües. Uno de ellos tiene la cabeza
apoyada en una piedra, hay tripas entremezcladas con el cauce del
río.
Un soldado grita de dolor con
gemidos entrecortados por sollozos.
Recordando el combate, el soldado
Eleuterio Sánchez cuenta:
Me dejé caer al
agua antes de levantar mis manos (...) Y al rato viene uno y me
ayuda a levantarme. Ahí nomás creí que me acababa. Les dio la orden
a los otros soldados de que tiraran las armas, que me alcen. Eran
unos tres apenas, y nosotros más de treinta. (Juan Ignacio Siles
del Valle, Que el sueño era tan grande, 68-69)
El Subteniente Lucio Loayza, uno
de los pocos oficiales que escribe un diario de campaña, describe
con dramatismo el miedo y la huída de los soldados del campo de
batalla, sin hacer frente al enemigo:
De pronto, un
chapaleo, es un soldado que huye despavorido. Le hacemos alto. No
nos da importancia. Desaparece en la curva. Nuevamente el ruido de
gente que corre nos obliga a entrar en posición, son los nuestros.
Reconozco al sargento Hernán Chumacero. Me explica que hay heridos
nuestros y que la plana mayor está prisionera. Volvemos a Casa de
Calamina.
Los heridos gimen, lloran, piden
agua. Hay voces delirantes ininteligibles. Salen los "barbudos" del
enmarañado de la selva y dan la orden a los supervivientes de
rescatar a sus muertos y colocarlos en la orilla. No pueden dar
crédito a que solo sean 8 los que casi los exterminan. Cuando se
rindieron, pensaron que estaban siendo emboscados por decenas de
enemigos.
Rolando manda a Coco a comunicar
el éxito de la emboscada al Che:
—Moro, Julio y Ernesto, vayan
inmediatamente a socorrer a los heridos —dice Ramón (el Che), y
continúa—: Inti, tú, como comisario, te encargarás de realizar un
interrogatorio meticuloso.
Los médicos recogen sus maletines
de emergencia y parten hacia el río, junto con Inti y otros
compañeros. Curan a los soldados; han sido educados en Cuba para
tratar por igual a un herido, sea este de su columna o del enemigo.
A uno le sangra la pierna, le aplican una inyección de morfina y le
extraen la bala. Otro tiene el brazo fracturado, lo enyesan; otro
tiene el rostro ensangrentado, sostienen la hemorragia y lo
enfajan.
BOTÍN DE
GUERRA
El Che hace un recuento
detallado del botín de guerra en su diario de campaña:
Día de
acontecimientos guerreros. Pombo quería organizar una góndola hasta
arriba para rescatar mercancía, pero yo me opuse hasta aclarar la
sustitución de Marcos. A las 8 y pico llegó Coco a la carrera a
informar de que había caído una sección del Ejército en la
emboscada. El resultado final ha sido, hasta ahora, 3 morteros de
60 mm., 16 Mausers, 2 Bz, 3 Usis, un diario, dos radios, botas,
etc.; 7 muertos, 14 prisioneros sanos y 4 heridos, pero no logramos
capturarles víveres. Se capturó el plan de operaciones, que
consiste en avanzar por ambos lados del Ñancahuazú para hacer
contacto en un punto medio. Trasladamos aceleradamente gente al
otro lado y dejé a Marcos con casi toda la vanguardia en el final
del camino de maniobras, mientras el centro y parte de la
retaguardia queda en la defensa, y Braulio hace una emboscada al
final del otro camino de maniobras. Así pasaremos la noche para ver
si mañana llegan los famosos Rangers.
Un mayor y un capitán, 22
prisioneros, hablaron como cotorras.
EMBOSCADA DE
IRIPITI
Son las 5 de la mañana del 10
de abril de 1967, toca la diana simultáneamente en el campamento
guerrillero y en Yuque, donde está el mayor Rubén Sánchez Valdivia.
A unos dos kilómetros del campamento del Che están emboscados,
desde hace 8 días, 11 guerrilleros bajo el comando de Rolando, en
un cañadón conocido como "Arroyo de los Monos" o "Arroyo de las
Piedras", situado en la desembocadura del río Iripiti en el río
Ñancahuazú.
El mayor Rubén Sánchez tiene
bajo su comando a 87 hombres entre oficiales, clases y soldados.
Resuelve realizar tres exploraciones, cada una al mando de un
oficial. Todos deben volver antes de mediodía. Las tres columnas
deben abrirse como un abanico: la primera, a cargo del teniente
Hugo Gutiérrez, con 16 soldados, debe ir hacia el Campamento
Central; la segunda, al mando del teniente Luis Saavedra, con 15
efectivos, debe ir al norte, bordeando el río Ñancahuazú; y la
tercera, bajo el comando del teniente Remberto Lafuente, con 40
reclutas, debe ir al noreste, hacia Tiraboy, al encuentro del
capitán Calvi, que está acampado allí con la Compañía "B". Las dos
primeras columnas avanzan juntas hasta la Casa de Calamina. A
partir de ahí se separan, cada una de ellas debe emprender su
dirección.
El teniente Saavedra ha
escogido personalmente a su tropa. Al salir, les recomienda guardar
una distancia prudencial mínima de 6 metros entre uno y otro
conscripto. Obedecen durante una hora, luego se juntan y andan
conversando despreocupadamente, pese a que el oficial les llama la
atención. Obedecen en cuanto él los ve, después, vuelven a andar en
parejas.
Desde su puesto de
observación, Inti ve aproximarse a los enemigos. Corre, encuentra
al jefe de la emboscada y le dice jadeante:
—¡Rolando, veo venir unos
soldados!
—¿Cuántos?
—Deben ser unos tres, pero
seguro que tras de ellos hay más gente.
Los guerrilleros tienen su
propio lenguaje; cada día establecen el significado de un
determinado silbido, que se confunde con el trinar de las aves. Son
las 10:55, Rolando emite dos silbidos cortos, imitando a un loro,
que significa: ¡Alerta..., hay soldados aproximándose!
Diez fusiles están a la
espera del primer disparo, que debe ser ejecutado por el jefe. Inti
ve a Rubio en una posición inadecuada, muy expuesto, y le avisa,
pero no le hace caso, confía en su puntería y subestima al enemigo.
Rolando ya tiene encañonado al que está al frente de la vanguardia.
Transpira. Está ansioso por apretar el gatillo, pero no pierde la
serenidad. Debe disparar solo cuando todo el grupo, o al menos la
mayoría, esté dentro de la línea de tiro de los emboscados.
El grupo del Teniente
Saavedra avanza cautelosamente por la margen izquierda del río. El
sol abrasador los castiga, jadean y sudan copiosamente. Van con el
arma lista para responder a un eventual ataque; no quieren que les
ocurra lo mismo que al grupo del teniente Amézaga, el cual pereció,
casi en su totalidad, el pasado 23 de marzo.
Un disparo certero en la
frente del primer soldado de la vanguardia lo mata
instantáneamente. Sigue un tableteo de ametralladoras. Varios
reclutas sufren el impacto de las balas y se retuercen de dolor. El
resto se echa instintivamente a tierra y responde con el fuego de
sus automáticas.
Cuatro de los que están a la
retaguardia, al oír el primer disparo, retroceden y huyen como alma
que lleva el diablo, hacia Yuque. La balacera cobra sus víctimas:
cinco muertos y tres heridos dejan caer pesadamente sus cuerpos.
Tres, cuatro, cinco minutos..., el tronar de los fusiles está
cesando. Seis minutos... "¡Ríndanse! ¡Soldados..., levanten las
manos!", escuchan los pocos supervivientes. Así lo hacen, son siete
los prisioneros.
La guerrilla recoge a su
primer muerto: Jesús Suárez Gayol, el Rubio.
Rolando envía al Negro,
médico peruano, a comunicar el resultado de la emboscada al
Che:
—Vuelve y dile a Rolando que
repliegue a su gente —le dice Ramón (el Che) al médico.
El peruano corre al lugar
del combate y transmite la orden. El jefe de los diez guerrilleros
no obedece, por el contrario, adelanta la emboscada 500 metros más
al sur y manda comunicar esta decisión al Che.
El Che aprueba las medidas
tomadas por Rolando y envía a toda la vanguardia a reforzar la
emboscada. Hace suyo el buen olfato de Eliseo Reyes Rodríguez y
prepara la trampa al Ejército con un mayor número de efectivos que
en la mañana. Ahora los emboscados son 21.
Rubén Sánchez está inquieto
desde el mediodía por lo que le haya podido pasar al grupo del
teniente Saavedra, pues el teniente Gutiérrez y Lafuente
retornaron, como estaba planeado, a las doce, y no había ninguna
noticia del otro grupo. Unas horas después observa venir al trote a
tres soldados de la tropa de Saavedra.
—Mi mayor, mi mayor —le
dicen al unísono, aturdidos y sofocados por el cansancio, y, no
bien concluyen de expresar su frase, caen exhaustos después de
haber recorrido varios kilómetros.
El reloj está marcando las
15:00 horas.
Sánchez les da agua, les
reanima e interroga:
—¿Qué pasó?
—Fuimos emboscados
—responden.
—El teniente y el resto de
la tropa, ¿dónde están?
—Algunos han debido morir,
otros están heridos, y el resto ha debido ser aprisionado.
Esta información me la
cuenta Rubén Sánchez 34 años después del combate:
—El día 10 se envió
patrullajes a tres direcciones. A Ñancahuazú, Gutiérrez e Iripiti.
Los de Ñancahuazú y Gutiérrez volvieron temprano.
Los de Iripiti demoraban y
demoraban. Aparecieron como a las tres de la tarde, cuando llega un
suboficial con dos soldados que escaparon de una emboscada
realizada a las once de la mañana al pelotón comandado por el
teniente Saavedra. Los sorprendieron, y la mayor parte cayó
prisionera y herida. El suboficial estaba en un estado de psicosis
muy deplorable.
Sánchez llama al
radio-operador y entra en contacto con Camiri. Da parte al coronel
Rocha, Comandante de la IV División en Camiri, quien le ordena ir
en socorro de Saavedra. Sánchez intenta persuadirlo de postergar
ese patrullaje para el día siguiente; pero la orden es terminante:
"Debe partir de inmediato".
Prosigamos con el testimonio
que me dio el actual coronel Rubén Sánchez Valdivia:
—¿De quién fue la decisión
de entrar de nuevo por el mismo cañadón de Iripiti, donde, horas
antes, habían sido emboscados los miembros del pelotón de
Saavedra?
—Del Comandante de la IV
División de Camiri, ya que a la llegada de los remanentes de la
emboscada de la mañana di parte a Camiri de lo sucedido y se me
ordenó que hiciera la persecución.
El autor con Rubén Sánchez.
—¿Usted no pensó que podía
ser víctima de una nueva emboscada, estando tan próximo a la misma
zona?
—No había previsto que
podíamos ser emboscados en Iripiti, no pensé que los guerrilleros
no habían abandonado la zona de Ñancahuazú.
—¿Entró confiado en el
clásico "muerde y huye" de los guerrilleros? O sea, ¿sabía usted
que el guerrillero, después de realizar una emboscada (mordida), y
al saber que será perseguido, abandona el lugar?
—Sí, eso aprendí en las
aulas del Estado Mayor.
—¿A qué hora parte de su
campamento?
—Aproximadamente a las 15:30
horas, con la reserva de 40 hombres que tenía.
—¿Cómo se constituye su
tropa?
—Con 43 hombres. Yo a la
vanguardia, y 30 a la retaguardia con el teniente Martínez y dos
soldados que huyeron en la mañana.
—¿Por qué usted va a la
vanguardia, si los jefes no pueden exponerse al fuego de esa
forma?
—Evidente, esa es una
condición de mando, o ir al centro o ir atrás, pero cuando me hice
cargo de las tropas antiguerrilleras en Yuque, que estaba al mando
del coronel Libera, los encontré totalmente desmoralizados, y era
necesario dar ejemplo e infundirles ánimo.
—¿Y cómo, aún así, está
usted vivo, si se sabe que los guerrilleros tienen excelente
puntería y al primero que matan es al que está a la cabeza?
—Mi suboficial, Raúl Cornejo
me dice: "Yo iré a la cabeza", se ofrece, le digo: "Bueno, está
bien", detrás de él un soldado, el tercero soy yo, y el cuarto mi
ayudante, el teniente Ayala, y detrás del ayudante el soldado que
llevaba la radio.
Son las 16:30. Tal y como
planea Rolando, la emboscada es adelantada, pero no en 500 metros,
sino en 1.000. Están ubicados en ambas márgenes del río Ñancahuazú,
ya no en la desembocadura del Iripiti, sino más arriba. Su estado
de alerta es total. No se han replegado como cree el enemigo, están
utilizando la cuarta regla de la guerrilla: "La adaptabilidad de
una táctica de guerra a las circunstancias del momento. Lo
imposible", ya que aparentemente es un absurdo no escapar sabiendo
que vendrán refuerzos del Ejército; pero toman esta decisión porque
el lugar es ideal para emboscarse y causar más bajas al enemigo que
entró en la mañana.
Los guerrilleros están
mimetizados en la selva, a lo largo de unos 300 metros. Esta vez no
hay un segundo Rubio ni un segundo Inti que alerte a alguno de su
mal posicionamiento. Unos están en la copa de un árbol, otros,
detrás de los matorrales, los más, escondidos por pequeños
montículos verdosos. No hay un solo centinela, todos son centinelas
camuflados con las ramas de la selva.
Son las 16:55, el sol está
cerca de su ocaso, la penumbra caerá dentro de poco. El canto de
las aves se mezcla con la silbatina en código de los guerrilleros.
Un silbido largo, similar al del jilguero, anuncia que el enemigo
está entrando al campo de batalla. Se repite una y otra vez el
silbido, hasta que llega a los oídos atentos de Rolando; este
responde con un soplo corto. Ha recibido el mensaje.
A partir de este momento, 44
faros convertidos en binóculos impacientes fusilan con la mirada al
enemigo. Cada uno ya ha escogido su blanco, están ansiosos por oír
el primer disparo, que deberá dar Rolando. Coco, Inti, Benigno y
Miguel están al frente, en la primera posición de los emboscados.
Coco debe emitir un soplido largo, similar al del tordo, y éste
tiene que ser retransmitido de guerrillero en guerrillero hasta que
Rolando pueda oírlo.
Esta es la señal convenida,
cuyo significado es que todos se encuentran ya dentro de la línea
de fuego. Esta vez no se repetirá la acción de la mañana, en la que
hubo tres fugitivos; la orden es clara: "Nadie debe escapar". Coco
y los otros tres, que están en la vanguardia, deben correr al
primer disparo para cerrarles la retirada.
El suboficial Cornejo está a
la cabeza de la tropa, como punta de vanguardia, el tercero de la
fila es el mayor Sánchez. Cornejo le pide que se vaya más atrás,
pero el jefe de la columna no atiende a la sugerencia. Su tropa
debe ver que está delante, que no le tiene miedo al enemigo, esto
sirve de acicate a sus soldados. Raúl Cornejo comienza a sentir las
garras afiladas del miedo arañándole el estómago. Su sexto sentido
le dice que está entrando a la línea de fuego.
El Teniente Ayala, que está
detrás de Sánchez, anda con la vista clavada en el horizonte,
escudriñando a derecha e izquierda, con el arma en ristre y el dedo
listo para accionar el gatillo. El conscripto Quispe está bañado en
sudor, reza, eleva sus plegarias a Dios para que lo proteja.
Sánchez, con gestos y
ademanes, pregunta al soldado que tiene delante si falta mucho para
el lugar donde fueron emboscados en la mañana. Este responde que
sí. Ninguno se imagina que ya están encañonados por los fusiles de
los barbudos.
Un disparo certero en la
cabeza de Cornejo lo hace caer instantáneamente. Sigue un extraño
ruido de soplidos y de tiros ora lejanos, ora cercanos, y enseguida
el traqueteo confuso de metralletas, que hace temblar la selva. La
batalla ha comenzado, y toda el área huele a sangre, miedo, sudor y
muerte.
El sol, cubierto de
humareda, aún está alto. Los disparos ininterrumpidos y los sonoros
relámpagos cubren de humo y pólvora la zona de combate, dejando
tontos a sus combatientes.
Volvamos al relato que hace
el entonces mayor Rubén Sánchez Valdivia:
—Eran más o menos las 16:45.
Avanzamos un poco más, ya desplegados, ya articulados, más
gravitantes en el interior del cañadón. A las 16:55 recibimos una
primera ráfaga y se entabló el combate. A los cinco minutos
aproximadamente, los guerrilleros comenzaron a gritar para que se
rindieran los soldados. "Ríndanse, no les vamos hacer nada",
decían. Al suboficial Cornejo, que me tomó la delantera, lo vi caer
como un costal de patatas. El tiro fue certero en la cabeza, se ve
que estaba frente a un guerrillero. Se siguió combatiendo, los
soldados se desplegaron, pero no había la posibilidad de un buen
desplazamiento.
Quien apresa al mayor Rubén
Sánchez es Coco Peredo que, siguiendo las órdenes de Rolando, luego
que comienza el combate, emprende una veloz carrera a la
retaguardia del enemigo. Observa que no hay más nadie y comienza a
dirigirse, ahora, hacia el campo de batalla. Es ahí cuando ve a
Sánchez. Coco utiliza el tirante de su fusil, que coloca como
bandolera al cuello del Mayor, por la espalda, aplicándole una
"llave del oso" extraña, pero efectiva, porque consigue desarmar al
oficial.