El Che junto a un campesino y sus dos hijos.
Como puede verse, el Che ya ha perdido sus botas y camina con unas hechas a base de cuero y varias medias enrolladas. Como se detallará más adelante, estas las utiliza a lo largo de casi toda la guerrilla.
Después de la muerte de Pan de Dios, el día 9 de agosto, la información manejada por la prensa contaba con tanto detalle que el Che tuvo la certeza de que Joaquín y su grupo estaban al sur del río Grande, de modo que resuelven ir hasta allí en busca de ellos.
La columna principal de la guerrilla está pasando hambre y sed, sus hombres están macheteando con dificultad la mata tupida y gruesa, por eso su avance es lento.
El grupo de Joaquín, a partir del 9 de agosto, resuelve ir al norte, en busca del Che. Ambos, sin saberlo, están yendo en la dirección correcta; se dirigen a la casa de Honorato Rojas, donde no obtienen información sobre sus compañeros.
Joaquín y su grupo llegan al río Grande la noche del martes 29, hacen campamento y duermen en la margen sur del río. Al día siguiente vadean, pasan a la rivera norte, y se dirigen al este para llegar a las proximidades de la casa de Honorato. Se instalan junto a un arroyo, donde el campesino tiene plantaciones de legumbres y hortalizas, a lo que el capitán Mario Vargas Salinas llama "el almaciguero".
—Distancia del almaciguero hasta la casa de Honorato: aproximadamente 500 metros —dice Vargas Salinas al autor.
El martes 29, el subteniente Barbery, a la sazón jefe de La Laja, y en ausencia temporal del capitán Vargas, envía en misión de rastrillaje a los soldados Faustino García, enfermero del Regimiento Manchego, y a Fidel Rea al río Grande.
El 30 de agosto, la columna principal de la guerrilla resuelve acampar. Están, cuando más, a uno o dos días de jornada de la casa de Honorato Rojas, el lugar al que se dirigen. El Che tiene la esperanza de llegar allí al día siguiente.
La "sombra del reloj solar" señala las 9:30 de la mañana del miércoles 30. En la casa de Honorato están su esposa, su hijo mayor, Lucio, y el enfermero García. Los perros comienzan a ladrar insistentemente, señal inequívoca de que algo extraño está ocurriendo en sus proximidades. Quien descubre el motivo de los ladridos es la esposa del campesino, Julia, que "tiene los ojos de Arauto", ve a tres barbudos en medio de los matorrales, avanzando al arrastre.
—Honorato, viene alguien —le dice a su esposo, con miedo.
Los tres guerrilleros están echados a menos de cincuenta metros con las armas apuntadas a la casa.
—Julia, avisa a Faustino García para que se esconda.
García es el enfermero del Regimiento Manchego, que ha ido en misión de rastrillaje a la casa de Honorato Rojas.
Julia corre y le comunica al enfermero lo que ocurre, y este, al ver que no hay más tiempo para escapar, se quita la ropa y simula estar enfermo, se cubre con un trapo que hace de frazada. La esposa del campesino esconde su mauser debajo del camastro. Al mismo tiempo, le ordena a su hijo Lucio informar al soldado Rea, que está pescando en el río.
—Dile al soldado que acaban de llegar tres guerrilleros.
Wálter, Moisés y Polo, los tres guerrilleros, después de saludar a su viejo amigo Honorato, y siguiendo las instrucciones de Joaquín, entran en la casa sin pedir autorización. Avanzan con las armas en ristre. Ven un hombre echado, temblando. Julia, una mujer vivaz, ve los temblores de García y dice a sus visitantes:
—Está con paludismo. Es un peón.
Faustino está sudando y temblando, siente chorrearle algo caliente por entre las piernas, no consigue controlar el susto. Y, para empeorar las cosas, Wálter se aproxima y le da una palmada en el hombro, lo reconforta y le dice:
—Compañero, no se preocupe, tenemos un médico, hoy por la noche vendrá y le dará remedios.
Los exploradores retornan al almaciguero.
Son las 10 y 45 minutos. Lucio, al igual que la madre, sale corriendo al encuentro de Fidel Rea, a quien encuentra a los pocos minutos y le dice, jadeante:
—Llegaron los guerrilleros a mi casa.
—¿Cuándo?
—Hace pocos minutos.
—¿Cuántos son?
—Vi a tres, pero pidieron comida para 45.
Fidel esconde su ropa de soldado y sus botas, con miedo de ser sorprendido por los guerrilleros, y se dirige de prisa al campamento de La Laja.
A las cinco de la tarde el soldado Rea llega exhausto al campamento militar. Tarda unas 6 horas, cuando normalmente el trayecto dura entre 8 y 10 horas.
Es el propio Vargas Salinas quien recuerda el momento:
—¿Qué está ocurriendo? —le dije a Rea.
—A las 11 de la mañana estaba pescando en el río, al poco tiempo apareció Lucio, el hijo de Honorato Rojas, y me contó que llegaron a su casa tres guerrilleros armados.
Vargas Salina toma una copa de agua y prosigue contándome:
—Ese fue el momento crucial. Nosotros estábamos prácticamente esperando este momento desde hacía cinco meses. Había llegado la oportunidad.
La vida durante esos cinco meses fue un ir y venir de La Laja a la casa de Honorato Rojas, lo cual resultaba cansado y monótono para todos los soldados. No veían la hora de que esa situación terminara.
—Soldados, llegó la hora de terminar con estas caminatas, si tenemos suerte seremos removidos y después licenciados. Estamos yendo a darnos de cara contra los barbudos. Estamos convencidos de que no nos sorprenderán —dice el capitán en un discurso improvisado. (José Luis Alcázar, Ñancahuazú. La guerrilla del Che en Bolivia, 163)
Su tropa le escucha en silencio, conoce las dificultades, tienen grabada en la memoria la idea de que: "Los guerrilleros son muy machos, casi superhombres, no le tienen miedo a la muerte, usan pecheras a prueba de balas". Todo esto es lo que oían hablar a la gente de ellos. Continúa el capitán en su arenga:
—Estamos convencidos de que no son superhombres, ni son invulnerables, ni invencibles. Son tan humanos como nosotros. Conocemos el terreno, y creo que podremos darles una buena sorpresa. La patria necesita de nosotros, y en esta oportunidad responderemos como buenos bolivianos...
Al comienzo de la noche, Joaquín, Negro (el médico peruano) y los tres comisionados que fueron por la mañana, vuelven a la casa de Honorato.
—¿Preparaste la comida? —le dicen al campesino.
—Sí, creo que no va alcanzar para 45 personas, pero hay bastante, degollé dos chanchos.
Mientras Honorato habla, ellos prueban la comida. Está exquisita.
Después le preguntan:
—¿No sabes nada del Ejército?
—No —responde Honorato.
—Si me mientes, te mato ahora mismo —le dice Joaquín en tono amenazante, colocando el cañón del fusil en su cara.
—Ustedes cuatro —dirigiéndose a sus compañeros— vayan a aquellos barracones con cuidado y revisen bien.
Joaquín permanece en el patio con toda la familia del campesino. Los exploradores vuelven media hora después, informando que no encontraron nada anormal.
—Queremos que compres azúcar, sal y otros alimentos más, mañana a primera hora. Vuelves a mediodía, antes de que nos vayamos.
Como nada de eso podía encontrarse cerca, y tal vez fuera necesario ir hasta Vallegrande, lo cual implicaría la tardanza de algunos días, Honorato responde:
—Llevará algunos días.
Paco, superviviente de la guerrilla, me cuenta:
—Nosotros no teníamos intención de cruzar el río. Buscábamos un lugar seguro donde poder establecernos. Y eso fue justamente lo que la comisión le pidió al campesino. Queríamos hacer el campamento allí y enviar exploradores en busca del Che. Fue Honorato quien dijo a Joaquín que, vadeando el río, encontrarían un lugar seguro. Una montaña por donde incluso corría abundante agua. Le dieron dinero para que pudiera ir a Vallegrande o a cualquier pueblito más cercano y comprar los alimentos —y concluye—. Honorato se ofreció para vadear el río al día siguiente, a las 5 y media de la tarde.
—Vamos a vadear el río de noche y no de día —le dice Joaquín a Honorato.
—Imposible, señor.No es posible cruzar el río de noche, hay lugares caudalosos y con remolinos, podemos morir todos.
Joaquín sabe que Honorato está diciendo la verdad, y remata:
—Está bien, mañana estaremos aquí de 4 a 5 de la tarde.
Las agujas del reloj marcan las 7 de la noche. Desde la llegada del soldado Fidel Rea hay gran agitación en La Laja, el capitán ordena a sus soldados:
—Lleven poca cosa en su mochila, tenemos que llegar antes del amanecer a Vado del Yeso. Tú, Barbery, dales dos raciones de comida seca y 40 balas a cada uno.
Divide su tropa en tres fracciones: vanguardia, jefaturizada por el sargento Barba, con cinco de sus mejores soldados; 200 metros por atrás se encuentra el grueso de la tropa junto al capitán, que constituye el centro; y en la retaguardia, a otros 200 metros de distancia, coloca al subteniente Barbery, con 6 soldados.
Falta, como mucho, una hora para que amanezca. Siguen avanzando hacia sur, cuando el capitán se da de bruces con Honorato Rojas, su esposa e hijos. Están escapando. Vargas Salinas le dice al padre de familia:
—¿A dónde vas con tu esposa, hijos y esos bultos?
—Me estoy yendo, mi capitán, no quiero morir.
—Sí, te voy a matar por traidor si te escapas —le dice el capitán Vargas Salinas colocándole el cañón de su revolver en la cabeza.
Este mismo día, el Che tiene dificultades para llegar a la casa de Honorato. Para no ser detectados por el Ejército, se dirigen por caminos infernales, por las faldas de la serranía San Marcos, pasando hambre y sed.
La altura es igual a 1200 metros sobre el nivel del mar. El Vado del Yeso está a 740 metros de altura, y el grupo del Che se encuentra a 460 metros más arriba. Se hallan aprisionados en el mismo lugar, porque no encuentran una bajada que garantice el paso de los mulos que transportan los alimentos, armas y vituallas.
La noche del 30 y la madrugada del 31 se desarrollan tranquilas en el almaciguero, cada dos horas se producen los turnos de las postas en los puestos de observación, de dos en dos personas.
Son las 8 de la mañana, y la tropa del Ejército llega finalmente a la margen derecha del río Grande. Están en el Vado del Yeso, junto a ellos, cinco campesinos: el alcalde Evaristo Caballero, José Cardona, Santiago Morón, Miguel Molina y Honorato Rojas. Escogen el lugar del "matadero" por donde serán conducidos los guerrilleros. Vargas Salinas deja en la margen oriental a 11 soldados, bajo el comando del sargento Barba. El resto vadea el río, guiados por Honorato. Unos minutos después, Honorato retorna a su casa.
El coronel Pedro Barbery me contó en septiembre de 2002:
—Honorato contó: "Los guerrilleros me han pedido para que los haga pasar a las 3 de la tarde", y el capitán le dijo: "Nos tienes que indicar el lugar por donde los harás vadear". "Cómo no", respondió Honorato. Nos llevó al lugar del vadeo, adonde llegamos a las 7 y media de la mañana. Pasamos, vadeamos con el capitán, con Honorato y con 21 soldados, dejamos haciendo la vez del "yunque" a 11 soldados. Nos colocamos al frente con dos ametralladoras livianas que frecuentemente se trancaban, preparamos el terreno, atrás de nosotros quedaron los tres campesinos que nos acompañaron.
Vado del Yeso, Río Grande. Foto del autor

COMBATE

Son las 8 de la mañana del jueves 31 de agosto de 1967. El Regimiento Manchego está en la margen oriental del río Grande, en el Vado del Yeso. Los soldados han caminado toda la noche, están exhaustos, pero no pueden flaquear, pues ahora deben poner en práctica todo lo que les ha enseñado Vargas durante más de 5 meses, quien no se cansa de repetirles: "Vigilancia, desconfianza y silencio total".
Habla el capitán Mario Vargas Salinas:
—Tú, Barbery, te vienes a la otra orilla conmigo y con 19 soldados.
—Tú, Barba, te quedas a cargo de 10 soldados en esta orilla, deben comenzar de inmediato a cavar posiciones y trincheras.
—A la orden, mi capitán —responde la tropa.
Vargas Salinas aprovecha el momento y hace un discurso, les recuerda el deber que tienen para con la patria y concluye: "Confío en ustedes, sé que no me van a defraudar".
El sargento Barba pregunta preocupado cómo será dada la orden para disparar, Vargas responde en voz alta para que toda la tropa pueda oír:
—Yo daré el primer disparo, nadie puede hacerlo antes.
Da la última instrucción a Barba:
—Extingue todos los rastros de que estuvimos aquí. No debe quedar visible ninguna pisada, los guerrilleros siempre están atentos a cualquier señal que indique nuestra proximidad.
El cruce del vado es cauteloso, Honorato Rojas va por delante, pasan en fila india, con una distancia de 10 metros entre uno y otro, Vargas pasa al final. Transcurren 45 minutos durante el vadeo, ahora están en la margen occidental del río. Honorato retorna a su casa. Cavan posiciones y se mimetizan en medio de los matorrales.
La tropa está cansada, está sin dormir desde hace más de 36 horas. Se establece un servicio de centinelas, con cambio de turno cada hora. El capitán Vargas y la mayoría duermen. Ojos sabuesos y atentos cuidan del sueño tranquilo de la tropa.
A partir de las 2 de la tarde nadie más puede cerrar los ojos. El calor es sofocante. El río Grande comienza a evaporarse y el suelo escaldante se raja, se le abren grietas. Hay un ejército de todo tipo de insectos voladores, y los zancudos zumban en los oídos de la tropa.
Tienen hambre y sed; su ración seca se agotó por la mañana, las cantimploras están vacías. El agua está allí, a menos de 20 metros pero no deben moverse. Unos están echados, otros arrodillados. Manos y pies comienzan a adormecerse, son obligados a cambiar constantemente de posición sin descuidar un minuto la mirada del río.
Han dado las 17:30, no hay señal de guerrilleros. El teniente Barbery es el más desesperado de todos ellos. Habla:
—Mi capitán, creo que desistieron, u Honorato nos ha traicionado.
La única respuesta de Vargas fue "¡Silencio!".
Hay ansiedad y tensión. Todos se frotan constantemente las manos en sus ropas, secándose el sudor.
—Nosotros estábamos plantados allí, emboscados desde las 8 de la mañana —me cuenta Vargas recordando la época, y prosigue—: Los momentos de angustia que pasamos fueron enormes. Ya eran las 5 y 45 de la tarde y no aparecían.
Mientras tanto, a pocos kilómetros, el Che continúa con los pies clavados en la serranía de San Marcos, sin condiciones de locomoción. Envía exploradores por un camino diferente al del día anterior, con la esperanza de bajar al río. Escribe angustiado:
Por la mañana salieron de exploración hacia abajo Aniceto y León, volviendo a las 16 horas con la noticia de que había paso para los mulos del campamento de agua en adelante; lo feo estaba antes, pero yo lo vi y sí pueden pasar los animales, de modo que ordené: Que mañana nos haga Miguel un desvío en la última farolla y siga abriendo camino hacia adelante, que nosotros bajaremos las mulas.
Pacho confirma en su diario:
En marcha. En la mañana salieron León y Aniceto para explorar arroyo abajo y los macheteros subieron a preparar el camino para que bajen la mula y el mulo. El mulo llegó desbarrancado por una farolla, dando vueltas pero llegó. Fernando quedó arriba con los mulos que no podían bajar y se le mandó su comida, agua a él y los mulos. A estos se les llevó en una olla. La exploración llegó en la tarde y fue positiva, solo había un lugar malo para los mulos. Saldremos arroyo abajo mañana tras la chapea. Casi todos se quejan de los animales y del tiempo que se pierde con los mismos (son necesarios). Algunos comentan por qué no se reparten las botas.
El entonces capitán Mario Vargas Salinas con el autor.
Los diez guerrilleros del grupo de Joaquín están quietos en el vivero, tienen dos observadores de turno constante en las postas. El resto de los combatientes duerme.
El reloj le dice a Joaquín: "Vamos, son las 4 de la tarde", momento en el cual envía a dos de sus compañeros a la casa de Honorato, quien los está aguardando.
—Esperen un poco —les dice Honorato.
Unos minutos después regresa con una olla de lawa que es una sopa de maíz muy popular en el agro boliviano. El campesino quiere llevarlos con la barriga llena a la carnicería.
Paco, superviviente de la emboscada, me cuenta:
—No entramos a la casa de Honorato. Nos saludó cordialmente y nos pidió para que le esperemos un momento: "Esperen un poco para invitarles a alguna cosa". Algo de comida. En seguida apareció con una olla inmensa de lawa, que nos servimos apresuradamente.
Son las 5 de la tarde, Joaquín ordena la partida. Honorato está delante, y Braulio detrás de él.
—Ahora me voy —le dice Honorato a Joaquín—, voy a Arenales a comprar todo lo que me han pedido, mañana nos vemos junto al río Frías.
El campesino se despide de todos, uno por uno. Lo hace aparentemente con mucho afecto.
José Cardona, el guía que estaba al lado de Vargas recuerda:
—El primero en entrar al agua fue Braulio, un negro muy alto y fuerte, venía golpeando el agua con su machete. Cuando llegó a la mitad del río, se paró y tomó un poco de agua. Les hizo señales a sus compañeros para avanzar.
Paco, recordando el momento, me cuenta lo que refiere Honorato Rojas en este momento:
—Él se puso al lado de Braulio, que iba a la cabeza. Íbamos con mucha precaución. Yo notaba que Braulio tenía mucha susceptibilidad. Nos hizo detener tres veces en el camino, para asegurarnos. Era Braulio el que nos conducía: si había que pararse, si había que agacharse, si había que seguir; él tenía ya una forma de indicarnos. Era el responsable de la vanguardia de la columna. Llegamos al recodo y avanzamos hacia el llamado Vado del Yeso.
El entonces capitán Mario Vargas Salinas me dio el año 2001 un testimonio del que reproduzco solo los trechos más importantes:
—Usted me ha indicado que hasta poco después de las 6 no aparecían los guerrilleros y, como demoraban, el subteniente Barbery se desesperó.
—Claro, imagínese, nosotros plantados allí emboscados desde las ocho de la mañana, los momentos de angustia que pasamos. Y la emboscada se produjo a las cinco y media o seis de la tarde. Quince minutos más y oscurecería. Les dije que estábamos en nuestra casa, que conocíamos mejor que ellos el terreno. Estando en esa conversación, escucho una voz, y dicen "Ahí están". Saco la cabeza y vi una masa, se pararon, luego empezaron a avanzar por la orilla del río. Venían en dirección al lugar por donde iban a vadear, o sea, hacia nosotros. Miraban a uno y otro lado, ahí distinguí la camisa de Honorato Rojas, se vuelven a parar, luego Honorato Rojas se desprende y se pierde en la espesura de la selva. Ellos ignoraban que nosotros estábamos allí. Hay un momento de crisis cuando se paran y descubren huellas que no eran las nuestras. Le dicen a Honorato desconfiando: "Aquí hay huellas". "Sí", les responde Honorato, "son antiguas". Obviamente, ellos le creyeron, luego avanzan y le dicen: "Bueno, Honorato, gracias". Le pagan y se lo despachan, que es la regla de ellos. Ahora ellos esperarían cruzar, vadear, y no dirigirse por donde le dijeron a Honorato Rojas, sino en dirección opuesta. Luego, desde ahí empiezan a moverse. Los soldados iban contando, uno, dos, tres, cinco, siete... fíjese ese compás de espera.
—¿Sus primeras impresiones?
—A todos los que estábamos ahí nos vino una sensación de estupor, perplejidad, miedo, qué sé yo. Después de cinco meses, me decía a mí mismo: "No creo que estén ahí, están a ochenta, cien metros", miles de pensamientos en ese instante. Tanto que se ha hablado de la guerrilla, sobre todo derrota tras derrota por parte del Ejército, ese pensamiento vino a mi cabeza; ahora era nuestra oportunidad. Comienza otra vez el desplazamiento de ellos en fila india.
—¿Cuál era la distancia aproximada entre cada uno de ellos?
—Es muy difícil precisar. Era una fila india, digamos, lo prudente entre ellos. El primero que pasó fue Braulio. Yo tenía la mirada fija en el primer guerrillero, avanza cauteloso, se para al centro del río, nunca deja de mirar la orilla, él cargaba una Browning y un machete, miraba y miraba, con el machete ahuyentaba los marguís (mosquitos pequeños). Para, nuevamente se agacha, se moja un poco, y continúa cruzando el río.
—¿Su posición era segura?
—Yo estaba mimetizado detrás de un árbol. Empiezo a escuchar a Barbery, que me decía: "¡Dele!... ¡Dele, mi capitán!". Saco la cabeza, y vi que ya estaban en el agua la mayoría de ellos, menos dos, al final, que fueron Tania y Maymura, y en ese preciso momento no aparecía Braulio. Yo sentí que Braulio ya estaba encima de mí, porque desapareció de mi vista. Se desplaza Braulio y se va a media izquierda.
—¿Cuál era la distancia aproximada entre usted y Braulio, o el primero de la columna guerrillera?
—También es difícil de precisar, pero ya estaba muy cerca de mí. Yo no le disparé a Braulio, se perdió de mi vista. La última vez que lo vi, había una distancia aproximada de 40 metros, estábamos en línea recta, él al frente mío, venía cargado con una arma enorme, que después supimos que era una Browning, y su machete. Entonces, cuando empieza a moverse, me oculto instintivamente, Barbery dice otra vez: "¡Dele!... ¡Dele, mi capitán!", saco otra vez la cabeza, pero ya no lo veía, se dirigió y se tomó a media izquierda para salir a la orilla. En ese momento hice el primer disparo.
—¿Cómo prosigue?
—Entonces, a partir del primer disparo, empieza la emboscada y termina, porque los guerrilleros, al primer disparo, se entran al agua y con el agua comienzan a hacerse llevar, se veían las mochilas... las cabezas... las mochilas... las cabezas... Entonces, ordeno: "Hay que sacar a la tropa", doy la orden y todos salimos de nuestras posiciones originales al ataque directo, luego fue caza y pesca... caza y pesca..., el único que se escapó fue el Negro, todos cayeron y los sacamos a la orilla.
—¿Cuál fue el tiempo aproximado entre el primer disparo y el momento en el que comienzan a sacarlos de la orilla?
—Cinco minutos, fue violento.
Paco, después de la entrevista con el autor.
La fusilaría, como bien dice Vargas Salinas, es violenta. Comienza con un potente ataque, los guerrilleros reciben un diluvio de fuego escupido por las ametralladoras. No hay silencio ni susurros, se oyen ora quejidos de dolor, ora dicterios obscenos que sacuden no solo a las víctimas de la emboscada, sino también al río que, en un acceso de cólera, envía sus olas a diestra y siniestra.
Uno y varios gritos, unos de órdenes, otros de dolor. El capitán Vargas Salinas ve a un soldado que dispara con los ojos cerrados, le dice indignado: "¡Levanta el pecho y abre los ojos, carajo! Un, dos, tres... ¡Viva Bolivia! Maricón de mierda, ¡apunta y dispara al enemigo, la patria está en grave riesgo!". Si le oye o no, Vargas Salinas no está seguro, pero el soldado se incorpora de su escondite, se pone en pie, y dispara como un endemoniado.
Tania en las caminatas iba siempre al final, cerca a Joaquín. Ahora es diferente, su sexto sentido de mujer le dice que algo no anda bien. Antes de llegar al vado, alcanza a Paco, que está en el medio de la columna, y le dice: "Tengo un mal presentimiento, cambiemos de lugar, yo voy delante tuyo y tú anda en la Retaguardia". Su instinto la traiciona, porque el fuego es más nutrido en el centro y en la vanguardia.
Paco me contó:
—Cuando Joaquín ya estaba en el agua, avanzando unos metros, empieza el tiroteo. Lo que yo he escuchado son chasquidos por todas partes. Entonces, instintivamente me dejé caer al agua. Vi que todos iban arrastrados por la corriente, algunos levantando la mano, otros gritando. Yo no vi quién cayó y quién no cayó. Escuché el grito de Tania. Cuando yo me dejé caer, me volví para atrás, pero no pude ver mucho, porque inmediatamente la corriente me arrastró y la ansiedad, el instinto de conservación, hizo que yo tratara solo de salir de esa línea de fuego. A todos se los llevaba el río. Un soldado gritó: "Se están escapando río abajo, capitán". Vargas, da la orden: "¡Al ataque!". Ordena salir de sus posiciones y dispararles persiguiéndolos río abajo.
Un soldado me relató también lo siguiente:
—Cuando Vargas ordenó salto de avance, corrimos por las dos bandas, río abajo, por la playa, y seguimos disparando. El agua estaba toda roja por allí. Un guerrillero, no sé quién sería, salió del agua, y cuando se iba a internar en el monte, lo mataron.
Prosigamos ahora con lo que me dijo Paco:
—Vi algunos cadáveres de los compañeros, flotando, que se los estaba arrastrando la corriente, que era más fuerte río abajo. Al poco rato, todo sucedió en cuestión de segundos, fracciones de segundos, apareció a mi lado Ernesto, el médico boliviano, y me dice: "Carajo, lo que ha sucedido". Le digo: "Habrá que ocultarse aquí; esto es un desastre", y no me acuerdo qué otras cosas más hablamos. Vimos que los soldados corrían por ambas orillas y con gritos de instrucciones:
"Atajen los cadáveres; recojan las mochilas". Hasta que alguno me vio, porque me sobresalía todo el brazo con que me sujetaba de la piedra y empezaron a tirarme. Me dieron dos balazos a sedal en el brazo y en la axila, y uno más profundo en el hombro. Entonces tuve que soltarme, Ernesto me sostenía. Hasta que dijimos: "Bueno, aquí no hay nada que hacer, hay que rendirse". Ernesto echó al río algunos papeles que traía, las mochilas también las soltamos, y salimos de las piedras.
Honorato Rojas a izquierda. Pasada la emboscada es incorporado a las Fuerzas Armadas con el grado de Sargento.
Cesa la tormenta. Retomemos el diálogo con el jefe de la emboscada:
—Luego del combate su preocupación ha debido ser la recuperación de los cadáveres. ¿Cómo se produce eso?
—Claro, fue violento, rápido, si el río se llevaba los cadáveres, la emboscada no nos servía de nada, no había pruebas de nuestro éxito. Al principio no calculé ese detalle, todo lo demás estaba dentro de un plano. Preví todo menos que el agua se los podía llevar. Esa fue mi angustia, de nada habría servido la emboscada si no recuperábamos los cadáveres, por eso salimos de nuestros escondites. Los soldados se desplazaron a recuperarlos. Es en este momento que Maymura y Paco son aprisionados heridos, el capitán grita: "A esos los quiero vivos". Paco, por salvar la vida, resuelve colaborar en todo, inclusive en la identificación del cadáver, Maymura se recusa terminantemente, pese a recibir culatazo tras culatazo. Es asesinado allí mismo.
Al concluir la entrevista, le pregunté a Vargas Salinas:
—¿Usted no guarda nada como botín de guerra?
—No, salvo la carabina que dice "El negro".

EPÍLOGO

Inmediatamente después de la balacera, y recuperados los 7 cadáveres, aún antes de ejecutar a Maymura, Vargas Salinas comunica a Vallegrande el éxito de la emboscada y el número de bajas.
Esa misma noche el Comando de la Octava División, estacionada en Santa Cruz de la Sierra, emite un comunicado a la prensa dando parte sobre la acción de Vado del Yeso.
Hay algarabía general en el Alto Mando, finalmente el Ejército puede mostrar al país un combate en el cual los guerrilleros sufrieron 8 bajas.
Los cadáveres valen oro, el país necesita ver que no es fruto de la mente de los militares, que la guerrilla sufrió un grave revés. Hasta esta fecha, y en una decena de veces, indicaban que en todas las emboscadas y combates provocaban bajas al enemigo, sin jamás mostrar más de un cadáver (Pedro).
Ahora todo es diferente. Los 8 cuerpos van amarrados a las mulas durante dos días, hasta que llega un camión. El 3 de septiembre son depositados en la lavandería del Hospitral Nuestro Señor de Malta de Vallegrande y mostrados a la prensa. La misma lavandería que se volvería célebre 40 días después, cuando fue colocado el cadáver del Che.
A partir de este momento el Ejército sabe con certeza que restan solamente 26 hombres al lado del Che, y que se encuentran también en las proximiddes de Vado del Yeso.

EL GRUPO DEL CHE

La hora en la que estaba siendo exterminado el grupo de Joaquín, el Che se encontraba a menos de 3 km. Según declaraciones del Inti, incluso se oyeron fusiles en línea recta desde el Vado del Yeso.
En la madrugada del uno septiembre toca la diana en el campamento del Che. Están a 360 metros sobre el nivel del río Grande, y comienzan a bajar por una serranía infernal, la serranía de San Marcos, intransitable, donde los macheteros demoraron casi dos días en abrir una senda. Finalmente llegan a su destino al final del día. El Che anota en su diario:
Temprano bajamos las mulas, tras algunas peripecias que incluyeron un espectacular desbarranque del macho.(...) El camino se extendió más de lo pensado, y solo a las 18:15 caímos en la cuenta de que estábamos en el arroyo (el almaciguero mencionado por el general Mario Vargas Salinas, donde la víspera estaba Joaquín) de casa de Honorato.
Casa de Honorato Rojas. Ha sido ocupada por diversos pobladores que luego la abandonan porque dicen que la casa está embrujada. Foto del autor.
Acampa aquí, envía a Miguel, Benigno y Urbano a explorar los alrededores y la casa de Honorato, que encuentran vacía. Dejemos al propio Che contar los detalles:
Miguel siguió a toda velocidad, pero solo llegó al camino real, y ya era completamente de noche. Benigno y Urbano avanzaron con precaución y no notaron nada anormal, por lo que se tomó la casa, que estaba vacía, pero se había aumentado varios barracones para el Ejército, a la sazón abandonados. Encontramos harina, manteca, sal y chivos; matamos a dos, lo que configuró un festín junto con la harina, aunque la cocinada nos consumió toda la noche a la expectativa. Por la madrugada nos retiramos dejando posta en la casita y en la entrada del camino.
El Che permanece en la casa de Honorato dos días.
La primera noticia del aniquilamiento de la retaguardia la recibe el Che el 2 de septiembre a través de una información proporcionada por la Voz de las Américas. Apunta con nostalgia:
La radio trajo una noticia fea sobre el aniquilamiento de un grupo de 10 hombres dirigidos por un cubano llamado Joaquín en la zona de Camiri; sin embargo, la noticia la dio la Voz de las Américas, y las emisoras locales no han dicho nada.
El día 8, cuando se da la noticia de la llegada de los restos de Tania a Vallegrande, tuvo la certeza de que el grupo de Joaquín había sido realmente exterminado.

EL NEGRO

Su nombre verdadero es Restituto José Cabrera Flores, nacido en el Callao (Perú), el 27 de junio de 1931. Es el único superviviente que huye de la emboscada. Es médico. Es encontrado dos días después y muerto, veamos cómo ocurre esto.
El Negro escucha unos ladridos de perros, está en la rivera sur del río Palmarito, en el punto en que desemboca en el río Ñancahuazú. Primero duda un poco, luego los aullidos son claramente audibles, se da cuenta de que provienen de un perro que está cada vez más cerca. Sube desesperadamente la quebrada, denominada también Palmarito, se procura de un lugar donde protegerse y esconderse.
Antes de que los soldados le den alcance, el can se coloca frente a él.
La tropa improvisa un ring, cuyo palco lo forman los propios soldados, que no pueden disparar, porque quieren evitar la muerte de su querido animal, cuya vida es muy apreciada.
El pastor alemán le muestra sus colmillos afilados y lo ataca, pedazos de carne son dilacerados y cuelgan de la boca del perro. Acierta a darle una patada, y el animal aúlla de dolor, momento en que el Negro aprovecha para asegurar cada mandíbula con una mano, abrirlas de par en par, dar una vuelta sobre sí y matarlo.
Cuando el reloj señala las 7 de la mañana, Restituto se da cuenta de que los soldados están a pocos metros de él, aunque estos no pueden disparar porque cualquier tiro puede alcanzar y/o rebotar en sus propios compañeros. No hay ningún diálogo, ninguna tentativa de intimar rendición, es abatido a culatazos. El teniente que comanda la operación es celoso en el cumplimiento de las órdenes transmitidas por el coronel Luis Reque Terán: "No quiero prisionero ileso o herido, lo quiero muerto".
Transcribo la declaración del campesino José Cardona Evaristo González y María del Carmen Garcés, "Vado de la Traición", La guerrilla del Che en Bolivia, 243):
Había gente que seguía buscando; pero no aparecían ni Tania ni el Negro. Al Negro lo mataron a los tres o cuatro días entre los ríos Grande y Ñancahuazú. Lo mató la gente del batallón motorizado al mando del coronel Augusto Calderón. Lo supe porque él había sido mi jefe en el Servicio, y lo encontré tiempo después y me lo dijo. Dice que estaba harapiento y huyendo. Se supo que lo cogieron prisionero y lo mataron a culatazos. Al cadáver lo llevaron a Choreti.
La prueba de que el Negro iba desarmado me la da el general Mario Vargas Salinas:
—Yo estoy con el fusil del Negro.
Es de advertir que este fusil formó parte del botín de guerra de Vargas Salinas, recolectado al final del día 31 de agosto en Vado del Yeso.
La prueba de que el Negro fue atacado por un perro al que después mató el guerrillero la ofrecen dos radiogramas recibidos en La Paz el 3 de septiembre:
COMANDO EN JEFE DE LAS FF.AA. Comando de Transmisiones-Bolivia Mensaje de Camiri a La Paz nº 17 GR.43 FH 0309030 (03, corresponde al día 3 de septiembre, 09 a las 9 y 30, a 30 minutos) Seec II 178 Resumen Inteligencia.- O 0307000 Sept/67 Comp. Toledo cerro contacto con bandoleros en región quebrada Palmarito punto. Mencionado combate bandoleros sufrieron una baja punto. Solicito helicóptero fin evacuar cadáver bandolero y proceder su identificación punto. Propias tropas ninguna baja punto. Prosíguese busca enemigo.
El segundo radiograma es enviado de Camiri a las 19:30 del mismo día:
Comp. Toledo cerró contacto con elemento adelantados de bandoleros región quebrada palmarcito punto. Bandoleros sufrieron una baja, mismo fue identificado como Médico Negro cuyo nombre verdadero es Gustavo Rodríguez Murillo, especialidad cardiología, edad 30 años, pasaporte peruano punto. Cadáver fue evacuado Chorety punto. Propias tropas solo perdieron un cachorro.
En sus bolsillos encontraron dos cargadores con algunos proyectiles, un encendedor y un cortauñas, junto a cuatro limones y algunas frutas del monte (María del Carmen Garcés, La guerrilla del Che en Bolivia, 242).

HONORATO ROJAS VEGA

El día 12 de julio de 1969 es asesinado por los remanentes del Ejército de Liberación Nacional en Santa Cruz de la Sierra, adonde se fue a vivir.