El Che sentado junto a sus guerrilleros
en un momento de descanso, luego de largas horas de caminata.
El 10 de octubre de 1967, todos los
periodistas que estuvimos presentes en Vallegrande, fuimos
transportados, desde el día anterior, en un avión hacia La Paz.
Este había llegado en la mañana a la localidad, que en la coyuntura
era nuestro lugar de trabajo. Yo bajé en Cochabamba junto al jefe
de redacción de Prensa Libre, y de inmediato me dirigí a
las oficinas del periódico, que estaba situado en la plaza Colón de
Cochabamba. Fue allí donde escribí un artículo titulado: "La
autopsia del Che", en el cual, con cierta autoridad —pues soy
médico—, y con mis magros conocimientos en medicina legal, concluía
denunciando el asesinato del Che.
El director del periódico era el
señor Carlos Bejar, quien leyó mi artículo y me dijo:
—Reginaldo, no puedo publicar
esto.
—¿Por qué? —le interrogué.
—Porque aquí afirmas que el Che ha
muerto el lunes 9 de octubre, alrededor del medio día, y el
Ejército ha lanzado un comunicado público donde dice que ha muerto
en combate, el mismo día 8 de octubre.
Le conté con mayores detalles por
qué afirmaba eso, que correspondía estrictamente a la verdad, y que
debíamos darlo a conocer al mundo. Aunque insistí varias veces, fue
en vano. Le dije incluso:
—Yo firmo el artículo, entonces,
quien responderá seré yo.
Me contestó:
—Por la ley de prensa, el director
del periódico también es responsable, y si publicamos esto ¿sabes
qué va a ocurrir mañana? Dos cosas: mi periódico será cerrado, y
tú, con certeza, desparecerás; vale decir, estarás muerto.
Debían de ser las 4 de la mañana
cuando sucedió todo esto. Me fui desconsolado. Le pedí que me
devolviera mis 4 rollos fotográficos, incluso mis negativos, que
fueron revelados unas horas antes en un laboratorio fotográfico,
situado en la plaza principal. Me dirigí a mi casa, y dos horas
después ya estaba embarcando con destino a Vallegrande. Hice escala
en Comarapa, recogí mi maletín y llegué a Vallegrande al amanecer
del jueves 12 de octubre.
El pueblito de Pukara situado a 15
klómetros de La Higuera.
Foto del autor.
El reloj marcaba seguramente las 9
de la mañana. Fui al Hospital Nuestro Señor de Malta, que estaba
fuertemente custodiado por decenas de soldados y por una faja
grande y bien legible: "Prohibido el ingreso de periodistas".
Bueno, yo soy médico, era conocido en el Hospital Nuestro Señor de
Malta, ingresé como tal y no como periodista. Pero, una vez dentro,
el periodista actuó entrevistando a 4 soldados heridos allí
hospitalizados que participaron en el combate del Churo.
Resolví ingresar en la zona de
guerra, es decir, en La Higuera y sus alrededores, donde sabía que
aún quedaban vivos 10 guerrilleros del total de los 17 que se
enfrentaron a 195 soldados el 8 de octubre.
Durante el ejercicio de mi
profesión, y en calidad de médico de provincia, ya había ido a
todos esos lugares más de una vez a realizar vacunaciones por
determinación de la Sanidad Departamental, con sede en Santa Cruz
de la Sierra, y subsede en Vallegrande, donde me pagaban mi
salario. De modo que conocía muy bien el lugar, tenía preparado un
ardid que no fallaría: llevaba mi maletín médico (que recogí en
Comarapa), que nada se parecía a los maletines de cuero elegantes y
pequeños de un galeno. Era una inmensa maleta de madera, donde no
solo llevaba las vacunas, sino también instrumental quirúrgico de
emergencia. Dejé mi máquina fotográfica, la cual usé en el Hospital
Nuestro Señor de Malta, y mi motocicleta, en el Hotel Teresita,
pues mi moto de nada me serviría a partir de Pukara: de ahí en
adelante ya no había carreteras.
El transporte de pasajeros entre
Vallegrande y Pukara era realizado en camiones, en cuya carrocería
colocaban unas tablas atravesadas, de tal manera que debajo de los
pies de los viajeros no iban solo los bultos de los pasajeros, sino
chanchos y gallinas. Yo tenía 27 años. Iba munido de mi cartera
profesional de médico, de documentos de la sanidad departamental de
Santa Cruz, de hojas de pago que eran realizadas en Vallegrande;
todo esto para comprobar que era un médico que estaba internándose
en la zona de guerra, donde todavía se combatía.
Me embarqué en un camión para
transporte. Los pasajeros teníamos que sentarnos sobre un palo del
camión destartalado, y sujetarnos con las manos a otro palo o
travesaño superior cuando pasaba por los baches, pues los caminos
eran pésimos.
A dos kilómetros de Vallegrande,
en la zona de Guadalupe, había una "tranca" consistente en un palo
chueco apoyado sobre dos palos en forma de "V", siendo un punto
fijo el tronco sobre el cual basculaba, y el otro simplemente un
apoyo; a la derecha se encontraba una pequeña caseta. El vehículo
paró, los pasajeros bajamos y nos identificamos. Todos los que iban
conmigo eran campesinos que retornaban a sus lugares de origen, o
comerciantes que llevaban productos alimenticios como azúcar, arroz
o aceite, y volvían con verduras, frutas, gallinas, huevos,
etc.
Presenté mis documentos de
identidad y de médico. Estaba de turno un sargento, que no se
convenció de mi identidad ni de mis objetivos. Me condujo a su
superior, un capitán, al cual enseñé mi "maleta" de médico, cuyo
tamaño era de aproximadamente de 40 x 40 x 60 cm., a pesar de ello
él no dudó de los motivos de mi viaje, que eran claros: iba a
"vacunar" y a "cumplir mis tareas habituales de médico".
Llegué a Pukara al atardecer. La
distancia que faltaba por recorrer no era superior a 40 kilómetros,
pero la velocidad del vehículo no pasaba de los 10 ó 15 kilómetros
por hora: tal era la "excelente calidad de la carretera". Dormí en
Pukara en la compañía de piojos, vinchucas y chinches, pero debido
a mis frecuentes viajes al interior de la provincia de Comarapa y
Vallegrandem, ya estaba acostumbrado.
Nos fuimos por un camino de
herradura a La Higuera. Desde Pukara se oían disparos esporádicos,
y en La Higuera los estampidos eran más frecuentes. Era el día 13 y
quedaban todavía 10 guerrilleros, que rompieron el cerco del Churo
el día 8. El Ejército no tenía la menor pista de ellos. La historia
vendría a demostrar que cuando llegué a La Higuera y después al
Abra del Picacho, donde había una media docena de casuchas, yo
estaba muy cerca de los 6 sobrevivientes; de ahí la razón de que
los frecuentes disparos que retumbaban en toda la zona llegaran a
mis oídos.
Realicé mis tareas habituales como
médico en La Higuera, aunque no encontré a los 296 habitantes que
mencionaban los datos estadísticos de población en Vallegrande. No
encontré siquiera a 100 habitantes. La gran mayoría se había ido
incluso antes del 8 de octubre, como me dijo más de un campesino,
por miedo a ser hechos prisioneros por el Ejército y acusados de
ser colaboradores de la guerrilla.
No fue fácil obtener la
información que me interesaba. Debía hacerlo de forma sutil. No
podía comportarme como un inquisidor impertinente al obtener la
información acerca de lo que ocurrió los días 8 y 9 de octubre.
Pero entre una y otra consulta, una y otra vacuna, conversaba con
los campesinos, de quienes obtuve muchas de las informaciones que
transcribo en este capítulo. La más importante de todas: el Che
había llegado el domingo 8 de octubre, y el día 9 había sido
ejecutado alrededor del mediodía. Esto coincidía con las
observaciones que hice en Vallegrande el día 10, cuando denuncié la
ausencia de rigidez cadavérica, la tibieza del cadáver y el
orificio delante del corazón con pólvora a su alrededor, prueba
incuestionable de su ejecución a quemarropa.
Lo que relato a continuación, como
dije al principio de este libro, es fruto ante todo de los
testimonios que me ofrecieron los 4 heridos en el combate del
Churo, los campesinos de toda la zona de Pukara, La Higuera, Abra
del Picacho y Masicurí. No tuve el coraje de obtener informaciones
de soldados y oficiales, con quienes me cruzaba con una frecuencia
inusitada, y quienes me detenían con frecuencia para identificarme.
Sin embargo, en 1983 conseguí el testimonio de unos soldados que
participaron en el combate del Churo. He aquí, entonces, el fruto
de mis investigaciones.
DOMINGO 24 DE
SEPTIEMBRE DE 1967
Santa Cruz está de fiesta. La
población cruceña presencia desfiles escolares y militares,
recuerda el 157 aniversario de la revolución de los hijos de Santa
Cruz de la Sierra contra el conquistador español.
Tropa de Gary Prado que va en busca de
los guerrilleros.
El actual general de división Gary
Prado Salmón entrevistado por el autor.
Intervienen las llamadas
Fuerzas Especiales del Ejército, los "boinas verdes bolivianos",
que fueron entrenados desde abril en la técnica de la lucha
contraguerrillera en la jungla.
El campo militar de
instrucción está ubicado en la región tropical de la Esperanza, un
ex-ingenio azucarero. Militares norteamericanos fueron los
instructores de esta nueva clase de soldados. Los oficiales
extranjeros son también green berets, instruidos en Fort
Bragg, y con experiencia guerrera en Vietnam. Estos soldados,
orgullosos, tocados con boinas, desfilan. Forman el batallón de
Asalto Ranger Manchego No. 2.
El batallón de boinas verdes
ha recibido la orden de movilizarse a Vallegrande. Pasada la
medianoche, una larga caravana de vehículos lleva a las Compañías
A, B y C a Vallegrande, comandadas respectivamente por los
capitanes Celso Torrelio, Gary Prado Salmón y Ángel Mariscal.
El comandante de la Octava
División, el Coronel Joaquín Zeteno Anaya, dispone que la Compañía
B de los boinas verdes salga de inmediato a la zona de La Higuera.
Los boinas verdes de Gary Prado son los primeros en pisar zona
roja. En su recorrido llegan a Pukara, y posteriormente marchan a
La Higuera. En menos de dos días, se han desplazado por el norte
del Río Grande, San Antonio, Jagüey, Abra del Picacho, Alto Seco,
Citanos, Chujlas, Casa Monte, Pucará, La Higuera, Pucarillo, Loma
Larga y otras regiones.
He recibido testimonios del
actual General de División y ex-embajador boliviano en México, Gary
Prado Salmón, desde el año 2000.
Hasta el mes de septiembre de
2002, los contactos fueron realizados vía telefónica, primero, y
vía internet, después; pero este año Prado Salmón ha estado en Sao
Paulo durante la primera semana de septiembre (estoy escribiendo
este capítulo en 2004). Aproveché la ocasión y lo entrevisté; lo
que surgió de ese encuentro lo ofrezco ahora. Mi primera pregunta
se refería a quiénes y cuántos fueron sus instructores:
—Usted ha recibido
instrucción militar en la hacienda La Esperanza, ¿podría indicar
quiénes y cuántos eran los instructores?
—Recibimos de Estados Unidos
un equipo de instructores, entre los cuales había un coronel,
cuatro capitanes y 12 sargentos.
MARTES 26 DE
SEPTIEMBRE
Este día se produce el
combate de la vanguardia del Che con la tropa del subteniente
Eduardo Galindo Grandchandt, que causa tres bajas a la guerrilla:
Coco, Miguel y Julio, y provoca la deserción de Camba y León. La
tropa del Che, al ver el combate que libra su vanguardia, se
encamina con rapidez hacia ella, y los remanentes del combate
retroceden al reencuentro con su jefe.
Esa noche llega a Pukara el
capitán Gary Prado Salmón, Comandante de la Compañía B de los
Rangers, junto a su tropa, compuesta por 165 soldados. El pelotón
del subteniente Eduardo Galindo tuvo un encuentro con los
guerrilleros en el Abra, e interrogo entonces al capitán Gary Prado
Salmón:
—¿Cuánto tiempo ha durado su
entrenamiento? —Doce semanas.
—La tropa que le fue asignada
bajo su comando, ¿formaba para usted un grupo ideal?
—¡Sí!, porque yo conocía muy
bien a mi tropa y ellos a mí, lo que tiene capital importancia
durante una guerra. Esto permite un alto grado de eficiencia y
rendimiento por la empatía creada entre los soldados y el jefe
militar.
MIÉRCOLES 27 DE
SEPTIEMBRE
La guerrilla observa que el
Ejército está cerca de ellos. Están ocupando una loma por donde
pretendían ir hacia el norte. El Che lamenta este hecho en su
diario:
Aniceto acababa de hacer una
exploración y vio en una casa cercana un buen grupo de soldados,
ese era el camino más fácil para nosotros y está cortado
ahora.
La guerrilla ve a los
soldados Ranger's, que han sido trasladados el 24 a Vallegrande, y
el 26 dislocados hacia La Higuera.
Pacho apunta este día:
Rodeados. Nos
seguimos internando en el cañón al anochecer.
En esta fecha la guerrilla ya
no tenía carpas, lonas, plásticos, hamacas o algo que pudiese
ayudarles a luchar contra la intemperie, todos estos elementos se
fueron destruyendo, se perdieron, o tuvieron que ser abandonados en
determinados momentos de un combate.
Pacho reanuda su razonamiento
y anota:
No se puede
uno recostar ni aguantarse en ningún lado, espinas hasta el
suelo.
El sol es inclemente este
día. La tropa del Che tiene las cantimploras vacías y lo peor es
que no pueden moverse del lugar, están mimetizados en medio de una
casi selva. Leamos una vez más las reflexiones que escribe Pacho en
su diario:
Hay un sol
abrasador, sudamos bárbaramente. No hay vegetación, solo caracoré y
otros árboles, más espinas.
JUEVES 28 DE
SEPTIEMBRE
Son sometidos a una gran
tensión. Fue un día angustioso, como dice el Che en su
Diario:
Día de
angustias que, en algún momento, pareció ser el último
nuestro.
Le pregunto a Pombo por qué
el Che hace esa anotación en su diario, y me responde con un
semblante nostálgico:
—Estábamos en una quebrada y
pasaron frente a nosotros, a muy corta distancia, 123 soldados en
dos grupos: uno de 46 y otro de 77. En una de las ocasiones sonó un
tiro, y los soldaditos se desplazaron tomando posiciones. El
oficial que los mandaba ordenó que bajaran a una hondonada, al
parecer, en sentido de nuestra tropa. Pero, en definitiva, no pasó
nada y el ejército continuó su marcha.
VIERNES 29 DE
SEPTIEMBRE
Fue en mi tercer viaje a La
Habana, realizado el mes de septiembre de 2004, cuando obtuve de
Pombo y Urbano mayores detalles sobre el combate de Churo, pese a
que ya los había entrevistado en mis dos viajes anteriores. Fui
interrogando a Urbano y a Pombo sobre los momentos cruciales y
previos al último combate de la guerrilla del Che. De este modo, le
pedí a Urbano que extrajera de su banco de datos la siguiente
información:
La guerrilla del Che en Bolivia en un
momento de descanso.
En el medio, el Che junto al peruano Juan Pablo Chang-Navarro (El
Chino).
—El Che tenía como norma
desplazarse durante unas horas o incluso durante toda la noche, ¿no
es así?
—Sí.
—Al amanecer del 29 de
septiembre, ¿envía el Che alguna exploración?
—Sí, envía a Inti, quien
encuentra un buen lugar al que ascendimos en la noche del día 30,
subiendo por derriscos muy peligrosos. La situación del Chino en
las marchas nocturnas se hacía insostenible, ya que a cada momento
se le caían o perdían los espejuelos, quedando completamente
ciego.
Intercalo los datos que
obtuve este día de Urbano y Pombo. Le pregunto a este último:
—Ese lugar encontrado por
Inti, ¿es aprovechado por ustedes?
—Sí, esa noche acampamos en
una especie de meseta más o menos pelada, igual que el resto de esa
zona; pero con la ventaja de que estaba a cierta altura, y eso nos
daba la posibilidad de observar sin que nos vieran y de organizar
la defensa, teniendo al enemigo siempre debajo. Es decir, teníamos
lo que se llama dentro del lenguaje guerrero una "cota militar".
Ellos ya sabían que se encontraban dentro de un "cerco estratégico"
desplegado por el ejército, pues estas informaciones eran
difundidas tanto por radios bolivianas, como por emisoras
extranjeras. La Radio Balmaceda de Chile, por ejemplo,
seguía muy de cerca los acontecimientos de la guerrilla. Este es el
motivo por el cual el Che resuelve permanecer algunos días dando
vueltas y vueltas en zonas próximas a La Higuera, con la idea de
despistar al ejército. Si lo lograba, podría seguir hacia el norte,
al Alto Beni, donde pretendía reagrupar a su tropa y retomar el
contacto con la Red Urbana, que había sido totalmente interrumpido
desde el mes de marzo.
Resolví investigar la
distancia que los separaba del ejército. Le pedí esta información a
Pombo, que me respondió:
—Nosotros estábamos
prácticamente junto a los soldados. Ellos nos pasaron varias veces
a unos 100 metros. Además, estaban acampados en una casa que
estaría a 200 ó 300 metros, y en una quebrada que nosotros veíamos
cerca, tenían un puesto de observación y una emboscada. Es decir,
nosotros sabíamos que estábamos dentro de un cerco estratégico
tendido por el Ejército sobre toda esta zona; un cerco que, según
anunciaba la radio, tenía unos 1.500 ó 1.800 soldados. Para que se
comprenda mejor, nosotros no nos habíamos alejado de La Higuera, en
realidad. Habíamos bajado rumbo al Río Grande, pero luego volteamos
tratando de engañar al Ejército, y regresamos en dirección al
caserío, hacia atrás, pero por otros caminos. Es decir, estábamos
frente a La Higuera, pero ocultos, dando rodeos, esperando el
momento y el lugar para romper el cerco e irnos. Hay una frase del
Che en su resumen del mes de septiembre que sintetiza esto
perfectamente, dice así: "La tarea más importante es zafar y buscar
zonas más propicias..." Como se ve, este día no muda nada en
relación a los 3 últimos días. Están cercados por centenares de
soldados. Entonces, el Che dice:
Otro día de
tensión. Por la mañana, Radio Balmaceda de Chile anunció que altas
fuentes del ejército manifestaron tener acorralado al Che Guevara
en un cañón selvático.
Pombo, es decir, Harry
Villegas Tamayo, actual General de División de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias Cubanas, regresa al pasado, rememora, piensa y
perpetúa para la historia en su libro Pombo, un hombre de la
guerrilla del Che (182):
Por primera
vez en cuatro días comimos algo sólido. Las diarreas eran tremendas
y el agua que tomábamos, pura magnesia. Che autorizó a comernos la
reserva de sardinas que teníamos (tres cuartos de lata por cabeza).
La distribución que ordenó fue la siguiente: media lata ese día, y
un cuarto de lata al otro. Por confusión mía se comió media lata en
la mañana, y el cuarto restante en la tarde (tremenda
bronca).
Pacho robustece sus
pensamientos y confirma la situación crítica en que se
encuentran:
Darío me
trae el diario mandado por Fernando, lo tomo como a quien le dan un
pedazo de papel para que escriba su último pensamiento.
SÁBADO 30 DE
SEPTIEMBRE
Pacho refleja los
acontecimientos de este día en su diario:
De
exploración. Rodeados (rumbo a La Higuera). Al amanecer salgo con
Aniceto al norte, todavía de noche, ya que de día es imposible
andar por este monte llano, seco y lleno de espinas sin que lo vean
a uno. Además, el camino que utilizan los guardias va sobre
nosotros (paralelo) (...) Un desfile de soldados avanza y se sitúa
frente a nosotros, cerrando el cerco.
Durante toda la guerra, el
Che ha seguido cuidadosamente tres normas fundamentales conocidas
como "Las tres reglas de oro": "Vigilancia, desconfianza, y
movilidad permanente". El Che es tan vigilante, desconfiado y móvil
que, desde el mes de mayo hasta julio, al descubrir que no le es
conveniente enfrentar al ejército, se escabulle del mismo, de
manera que no logran ubicarlo.
Entre los días 28 y 30, la tropa de
Gary Prado logra apresar a los desertores Camba y León.
La guerrilla se desplaza solo
de noche, envía patrullas de reconocimiento, observa dónde está el
enemigo, previene para no ser sorprendido con la luz del día.
El Che apunta en su
diario:
A las 12
pasaron en columnas separadas y arma en ristre, y fueron a parar a
la casita donde hicieron campamento y establecieron una vigilancia
nerviosa (...). Se buscó agua, y a las 22:00 iniciamos una fatigosa
marcha nocturna demorada por el Chino, que camina muy mal en la
oscuridad.
Pese al estado crítico en que
se encuentra la guerrilla, en ningún momento cae la moral, ni
entonces, ni el 8 de octubre, día del último combate. El Che
hilvana sus ideas, las revigora, se retrae a todo lo ocurrido en
los últimos treinta días, y en el "resumen del mes", que viene
realizando periódicamente desde noviembre de 1966, cuando comienza
a escribir su diario, asienta:
Las
características son las mismas del mes pasado, salvo que, ahora sí,
el ejército está mostrando más efectividad en su acción (...). La
tarea más importante es zafar y buscar zonas más propicias; luego
los contactos, a pesar de que todo el aparato está desquiciado en
La Paz, donde también nos dieron duros golpes. La moral del resto
de la gente se ha mantenido bastante bien.
Gary Prado, entre los días 28
y 30 de septiembre, apresa a los desertores de la guerrilla, Camba
y León. Esto puede apreciarse en la fotografía de la izquierda y en
la de la página siguiente.
Uno de los desertores de la guerrilla
siendo interrogado por el Ejército.
DOMINGO 1 DE
OCTUBRE
Pacho evoca:
En marcha.
Rodeados. Todos amanecemos agotados, subimos la loma y nos
emboscamos en estado de alerta. Al oscurecer, bajamos y se cocinó
harina y arroz blanco con costilla de anta, primera vez que comemos
desde el día del combate (26 de septiembre), el agua es un poco
amarga por la cantidad de magnesio, por lo que la comida no tenía
buen sabor. Sobró media olla de harina con maíz.
LUNES 2 DE
OCTUBRE
Las agujas del reloj marcan
las 6 de la tarde. La tropa del Che baja para tratar de salir de la
quebrada. Se extravía la retaguardia, y esto causa tres horas de
preocupación y angustia al Che. Su reencuentro se produce gracias a
la forma de comunicación que tienen entre ellos: el uso de
silbidos. Los guerrilleros tienen su propio lenguaje de
comunicación, cada día establecen el significado de determinados
silbidos y sonidos guturales que se confunden con el trinar de las
aves, relinchar de caballos, ladridos de perros, mugir de vacas,
etc.
Son las 9 de la noche cuando
el grueso de la tropa del Che escucha dos silbidos cortos imitando
a un loro. Este es el santo y seña combinado para ese día. La
angustia causada por el extravío y división entre vanguardia y
retaguardia desaparece.
MARTES 3 DE
OCTUBRE
Los 17 guerrilleros suben
nuevamente a un firme que domina el camino de los soldados. Al
anochecer, bajan a un arroyo, donde cocinan y aplacan un tanto el
hambre. Durante varios días solo tuvieron "chankaka" y agua,
sufriendo la consiguiente secuela de diarreas. La "chankaka" es una
especie de raspadura utilizada para endulzar el agua; es el azúcar
del campesino boliviano.
MIÉRCOLES 4 DE
OCTUBRE
El día 4 bajan por una
quebrada y pasan a otra que se les unía por la derecha, por la que
comienzan a ascender. Posteriormente, salieron Pacho, Inti,
Eustaquio y Pombo con la misión de explorar dos quebradas. Por
ninguna de las dos había bajadas ni agua. Se continuó la marcha
hasta la noche, en la que ya no se pudo avanzar más porque no se
veía nada.
Continúan dentro del cerco
estratégico montado por el ejército, con hambre y sed, como refiere
Pacho en su diario:
Rodeados.
Invito a Fernando (Che), Beni (Benigno) y Pombo a comer de mi arroz
y nos ponemos en marcha. Al llegar a un cañón, nos apartamos unos
100 metros a la derecha, y Fernando me manda con Inti de
exploración, al regreso me invita de su arroz y manda a Pombo y
Eustaquio que la continúen. Estamos sin agua y con mucha sed.
JUEVES 5 DE
OCTUBRE
El Che escribe:
Al reiniciar
la marcha caminamos con dificultad hasta las 5:15., momento en que
dejamos un trillo de ganado y nos internamos en un bosquecillo ralo
pero lo suficientemente alto como para ponernos a cubierto de
miradas indiscretas. Benigno y Pacho hicieron varias exploraciones
buscando agua y vadearon completamente la casa cercana, sin
encontrarla, probablemente sea un pocito al lado. Al acabar la
exploración vieron llegar seis soldados a la casa. Salimos al
anochecer con la gente agotada por la falta de agua.
Pacho confirma lo que narra
el Che:
Rodeados
(...) no tenemos una gota de agua, por lo que nos alerta a buscar
en los alrededores (se refiere a un campesino). Comimos harina,
locro de arroz con anta. Es la primera vez que comemos una buena
comida desde el día 25. Hice tostado.
VIERNES 6 DE
OCTUBRE
El Che escribe:
Las
exploraciones demostraron que teníamos una casa muy cerca, pero
también que, en una quebrada más lejana, había agua (la información
fue dada por un campesino). Hacia allí nos dirigimos, y cocinamos
todo el día bajo una gran laja que servía de techo, a pesar de que
yo no pasé el día tranquilo, pues nos aproximamos a pleno sol por
lugares algo poblados y quedamos en un hoyo. Como la comida se
retrasó, decidimos salir por la madrugada hasta un afluente cercano
a este arroyito, y de allí hacer una exploración más exhaustiva
para determinar el rumbo futuro.
Pacho, a su vez,
apunta:
Rodeados. Ya
estoy que se me confunden los días unos con otros, caminamos a
cualquier hora, principalmente de noche, de día con postas y
emboscados, me confundo cuando comienza un día y termina otro.
(...) Nos hartamos de agua y se coló un café.
SÁBADO 7 DE
OCTUBRE
El Chino, peruano de
nacimiento, es uno de los guerrilleros del Che en Bolivia. Posee un
defecto que le impide ser como los otros guerrilleros: tiene muy
mala vista. Un día dejó caer sus lentes, y uno de los cristales se
rompió, lo que le daba un aspecto grotesco. Con el lente impar, en
el que el único cristal tenía el grueso de la base de una botella,
debido a su avanzada miopía, intenta continuar el viaje, seguir el
ritmo de sus compañeros, no perjudicarlos. Tropieza, cae, se agarra
de uno y otro compañero; todos son solidarios con él, pero eso no
impide que se convierta en una carga de plomo para todo el grupo.
Esta situación imposibilita que la tropa se disloque a un ritmo
normal.
El Che escribe, a la luz de
una vela la noche del sábado 7 de octubre, un día antes del combate
que acabaría con la guerra:
Se
cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin
complicaciones, bucólicamente; a las 12:30, una vieja pastoreando
sus chivas entró en el cañón en que habíamos acampado y hubo que
apresarla. La mujer no ha dado ninguna noticia fidedigna sobre los
soldados, contestando a todo que no sabe, que hace tiempo que no va
por allí. Solo dio información sobre los caminos; de resultados del
informe de la vieja se desprende que estamos aproximadamente a una
legua de Higueras, a otra de Jaguey, y a unas dos de Pukara. A las
17:30, Inti, Aniceto y Pablito fueron a casa de la vieja, que tiene
una hija postrada y otra medio enana; se le dieron 50 pesos con el
encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas
esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas. Salimos los 17
con una luna muy pequeña, y la marcha fue muy fatigosa, se dejó
mucho rastro por el cañón donde estábamos, que no tiene casas
cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo
arroyo. A las 2 paramos a descansar, pues ya era inútil seguir
avanzando. El Chino se convierte en una verdadera carga cuando hay
que caminar de noche.
El Ejército
dio una rara información sobre la presencia de 250 hombres en
Serrano para impedir el paso de los cercados, dando la zona de
nuestro refugio entre el río Acero y el Oro. La noticia parece
diversionista. H = 2.000 m.
Pacho, por su lado,
escribe:
Hace un año
que salí de casa, 2 am. Tuve guardia, fue la diana. Tomamos café y
comemos una fritura de las de anoche, no pudimos salir hasta las 5
am, por lo accidentado que es el arroyo y la oscuridad. El camino
ha sido de 1, 1/2 horas, ayudándonos unos a otros en los pasos
malos. Al llegar Fernando me mandó con Beni a hacer una
exploración. A pocos metros, una vieja pastorea cabras y sobre
nosotros hay casas. Por lo tanto pasamos el día esperando para
caminar al oscurecer. La radio da la noticia de que nos tienen
rodeados entre los ríos Grande y Acero (verdad). Dan 5.000.000 de
bolivianos por cualquiera de nosotros, vivo o muerto. 9:25 am. Han
pasado 2 aviones....
Diario del Che escrito el último día 7 de
octubre de 1967.
Foto del autor.
La presencia del Che en La
Higuera, una zona inadecuada para una guerra de guerrillas, ha sido
criticada por diversos historiadores. Incluso ha habido más de un
historiador que ha mencionado:
Es el mismo
Che quien provoca su llegada al lugar del Abra del Batán, donde es
emboscado, pues anda por zonas descampadas, como pretendiendo que
el Ejército de fin de una vez con su tropa y con él; una especie de
suicidio.
Nadie mejor que el actual
General de División de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas,
Harry Villegas, más conocido con el seudónimo de "Pombo", que ha
participado del combate y sobrevivido al mismo, para esclarecer
esta cuestión. Le pregunté:
—¿Por qué motivo están
ustedes en las proximidades de La Higuera, una zona con escasa
vegetación, con muchas planicies pedregosas? —Tenemos la certeza de
que en la emboscada de Vado del Yeso es exterminada nuestra
retaguardia, a la cual pensábamos encontrar justamente en estas
proximidades, y no la encontramos por escasos dos días de atraso,
pues llegamos a la casa de Honorato Rojas, el campesino que conduce
a Mario Vargas Salinas al Vado del Yeso. A mediados de agosto,
cuando es muerto en Iñao el guerrillero Pedro, quien formaba parte
de la retaguardia comandada por Joaquín, el Che tiene la certeza de
que están al sur de nosotros. Decide entonces volver a esta zona,
pues nosotros estábamos muy al norte de ellos, y el Che pensó que
Honorato Rojas, un campesino con quien compartimos unos días el mes
de febrero, en el viaje de exploración, podría ayudarnos a
encontrar a Joaquín, el jefe de la retaguardia y su grupo. Grupo
con el cual no conseguimos reencontrarnos en Bella Vista en el mes
de abril. Nunca más nos vimos. El 2 de septiembre llegamos a la
casa de Honorato Rojas. No lo encontramos, pero el Che oyó por la
radio que el grupo de Joaquín había sido aniquilado en Vado del
Yeso. Cuando él tiene la certeza de que la información es
verdadera, resuelve ir a Pukara, o sea, hacia el norte, con el
objeto de dejar a Moro, que estaba muy enfermo, o de encontrar
medicamentos para él. Y si no conseguíamos nuestra finalidad, en un
acto de sorpresa, tomar un camión y asaltar la Octava División en
Vallegrande, donde no solo nos aprovisionaríamos de alimentos y
reforzaríamos nuestro parque, sino que también resolveríamos el
problema que suponía Moro, que preocupaba muchísimo al Che, pues
estaba muy enfermo.
—¿Éste es el motivo
entonces por el que son emboscados el 26 de septiembre en Abra del
Batán? —le pregunto.
—Sí, nosotros estábamos
yendo a Pukara, y el Che mandó adelantar la vanguardia de nuestra
tropa, la cual fue emboscada.
Obtenida esta información,
quise saber el estado de ánimo y el espíritu combativo de los
guerrilleros.
—Ustedes saben que están
rodeados desde el 26 de septiembre hasta el 8 de octubre, pues ven
casi todos los días a decenas, incluso, un día, a más de un
centenar de soldados. Sabiendo todo esto, ¿la moral no decayó en la
tropa del Che?
—Habíamos tomado una
decisión, nuestra moral era muy alta. Estábamos convencidos de que
estábamos rodeados, la única alternativa era tratar de salir del
cerco. Si se evitaba el combate, mejor. Buscar la ruptura del cerco
y evadirse. Irnos saliendo sin que se percataran, en la noche, para
tratar de alejarnos lo más posible de los soldados. Esa era la
primera variante. Luego, continuar la lucha, tratando de llegar a
contactar con la gente, buscando por el Alto Beni. Hay un conjunto
de jóvenes bolivianos que se encontraban en La Paz. Esta era la
idea: nosotros conocíamos el territorio donde estaba nuestra gente
en La Paz, pues teníamos una casita allí, y otra en los yungas del
Alto Beni. Llegaríamos vía fluvial. Allá nos reorganizaríamos,
retomaríamos el contacto con la Red Urbana, reclutaríamos más
combatientes, que estaban listos en La Paz para incorporarse a
nosotros, y proseguiríamos con la guerra. Había un afluente del río
Amazonas, un pequeño puerto fluvial donde había una unidad de la
Marina Fluvial. Por allí pensábamos salir y llegar al Alto Beni. El
estado político de la gente y moral de la tropa era alto, porque
teníamos la perspectiva de continuar la lucha.
DOMINGO 8 DE
OCTUBRE DE 1967, 01:00 HORAS
Después de más de dos horas
de caminata, se encuentran frente a un farallón aparentemente
imposible de cruzar. Pombo recuerda lo que ocurrió en ese
momento:
Después de
eso, se coordinó continuar la marcha, el camino por allí era
dificilísimo, la gente se encontraba agotada, en realidad no había
deseos de continuar. Entonces se presenta un obstáculo, una faralla
peligrosísima, que a todo el mundo le parecía que era imposible
cruzar.
En aquella
ocasión, el Che se decide a salvar aquel obstáculo y dice que él va
a cruzar. Cómo lo logró es algo realmente que da muestras de su
decisión de vencer en todos los momentos: tuvo que subir a la
faralla prácticamente arañando como un gato, y ya arriba había que
brincar a otra, separada de la anterior por un metro y medio;
debajo había un pozo profundo de agua helada, al que después
cayeron varios compañeros, porque la pendiente estaba muy
resbaladiza.
01:30
HORAS
Pedro Peña es un soldado
miembro del Servicio de Inteligencia disfrazado de campesino en
busca de cualquier rastro de los guerrilleros desde hace una
semana. A poco más de la media noche del domingo 8 de octubre, se
halla en las proximidades de la quebrada del Churo. Se encuentra al
fondo del desfiladero, por donde corre un hilo de agua. Anda con
una pequeña lámpara a kerosén para alumbrarse, pues las nubes no
dejan pasar los reflejos lunares.
De pronto, Pedro tiene la
impresión de haber escuchado algún ruido en medio de la mata. Algo
así como ramas quebradas, un sonar de piedras o un tropel de pies.
Detiene sus pasos, levanta la cabeza y pone la mano derecha detrás
de su oreja..."¡Sí!, hay un ruido que parece de pisadas de
personas", se dice a sí mismo, pero le resulta difícil calcular a
qué distancia pueden encontrarse. Resuelve mudar de dirección e ir
en el sentido de los ruidos. Anda despacio. Minutos después,
escucha voces. "¡Sí, hay ruidos!", a pesar de que no puede escuchar
lo que dicen, ya no tiene dudas. Para poder aproximarse más a
ellos, apaga su lámpara.
En la noche de semiluna, se
diseña una silueta con una inmensa mochila en la espalda y un fusil
en bandolera. Se frota los ojos y piensa: "¿Serán los
guerrilleros...?".
Estos últimos días se ha
hablado mucho de ellos, el ejército está acampado en La Higuera, y
casi a diario va a la casa de los campesinos en busca de
información y alimento para la tropa.
Vuelve a deterner sus pasos.
Peña transpira, inmóvil, como petrificado. Debe estar, como muy
lejos, a unos 100 metros de ellos.
"Sí, son los guerrilleros",
afirma en silencio. Su mente vuela. Imagina en sus bolsillos los
50.000 bolivianos (aproximadamente 4 200 dólares de entonces) que
el Presidente René Barrientos Ortuño ha ofrecido a quien ayude a
encontrar a los "barbudos".
Ahora no es solo una
persona, son dos, tres, cuatro... ocho. Todos están armados, no
tiene ninguna duda. Son los guerrilleros. La luz de la luna le
permite ver esas siluetas, andan con la mirada clavada en el suelo,
con una mochila enorme en la espalda (más de 30 kilos). Uno carga
el arma en bandolera, otro en la mano... La caminata de todos es
lenta.
Como no tiene duda de que
son los guerrilleros, resuelve permanecer en su puesto el tiempo
que sea necesario para descubrir cuántos son. Además, sabe que si
lo descubren espiando pueden fusilarlo; tiene los pies pegados al
suelo. Está escondido detrás de un árbol, transpira
copiosamente.
En total, cuenta 17
personas. Todos caminan en fila india, con una distancia
considerable entre unos y otros. Él permanece 5, 10, 15... minutos,
hasta que no ve pasar a nadie más.
Llega a La Higuera, donde
encuentra al subteniente Carlos Pérez, a quien le comunica lo que
ha visto.
01:30
HORAS
Las 17 siluetas que fueron
divisadas por Pedro Peña se encontraban caminando desde las 22:00
horas, pretendiendo salir del fondo de la quebrada donde estaban.
Poco antes comieron chankaka y una lata de sardinas, y volvieron a
beber agua turbia y amarga.
Van por caminos difíciles:
existen pequeñas rocas y pedregones. Las 17 figuras se mimetizan en
la semioscuridad del angosto cañón del Yuro.
Observan una pequeña fuente
luminosa a unos 100 metros de ellos, que luego se apaga, era el
mechero de Pedro Peña.
04:30
HORAS
Antes de que amanezca, toca
la diana en la parodia del campamento. Pombo refiere estos
momentos, previos a la detección del enemigo:
Nosotros nos
levantamos a las cuatro y pico de la madrugada, a las cuatro y
media aproximadamente, y como a las cinco y media más o menos
estábamos ya coronando el firme; es ese el momento en que Benigno
detectó el enemigo.
O sea, que
si nosotros hubiéramos avanzado en las primeras horas de la
madrugada, nosotros rompemos el cerco, nos habríamos ido:
probablemente nos habrían perseguido, pero ya iríamos en otra
dirección, saliendo de esa zona árida, de esa zona semidesértica,
en marcha rumbo a la zona de los pozos.
05:30
HORAS
La luna acaba de
desaparecer. La madrugada es fría y húmeda. Está amaneciendo,
aunque el sol aún se encuentra escondido en el horizonte. La
columna guerrillera ha descansado desde las dos y media. El Che
reúne a la tropa, y dice a Benigno y Pacho:
—Ustedes vayan por la
izquierda, hacia la quebrada del Jagüey, y observen si hay o no
soldados.
Envía a Ñato y a Urbano a
seguir por el flanco derecho para explorar las proximidades de la
quebrada de la Tosca. A Darío y a Aniceto, les dice:
—Suban hacia la cúspide de
la colina, hacia el cerro Khara-Khara.
Los exploradores, como es
habitual para ellos, andan con cautela para evitar ser sorprendidos
por el enemigo.
De pronto, Ñato le dice a
Urbano:
—Mira, allí a la izquierda
hay varios soldados en marcha.
Urbano le responde:
—Estoy viendo... Están
colocándose en posición de combate.
En cuanto los exploradores
son enviados a inspeccionar la zona en diferentes direcciones, el
Che ordena a Antonio que prepare una emboscada. Los demás
permanecen escondidos.
Benigno recuerda ese
momento:
—Yo estaba en la
exploración y vi un a primer soldado levantarse del suelo, o mejor
dicho, no lo vi yo, lo ve Pacho, que me dijo: "¡Mira dónde hay un
hombre!". Él comenzó a caminar por todo el firme como un centinela
que está rondando de un lado a otro. Entonces nos quedamos
observando, nos daba la impresión de que se trataba de un
campesino, pero vimos que un poco más adelante se levantó otro
hombre. En ese instante comenzaba a salir el sol, aquel es un lugar
frío; entonces nos dimos cuenta de que eran soldados quienes habían
comenzado a moverse, a coger su solecito. Cuando ya vimos que eran
varios los que se levantaban, rápidamente nos bajamos. Entonces yo
vine y le informé a Fernando (el Che). Enseguida se mandó a recoger
las exploraciones, se quitó la emboscada que habíamos puesto en el
punto donde estábamos ocultos y al frente de la cual estaba
Antonio, y nos retiramos quebrada abajo.
06:00
HORAS
En 1983 un soldado me da un
importante testimonio a condición de no revelar su identidad. Le
dije:
—¿Participaste en el Combate
del Churo? —Sí.
—¿Qué pelotón, sección o
compañía integrabas? —Yo formaba parte de la Sección A de los
Ranger's.
—¿Eras comandado por el
capitán Gary Prado Salmón? —No, mi jefe era el subteniente Mario
Eduardo Huerta, a su vez comandado por el capitán Carlos
Pérez.
—¿Desde cuándo formabas
parte de la Sección A y qué función desempeñabas ese día?
—Varios soldados de esta
sección formábamos parte de los "Teams".
—¿Qué era un Team?
— Un equipo de satinadores
que nos especializamos en nuestro entrenamiento en La Esperanza, la
forma en la que debíamos procurar objetos dejados por la guerrilla
o que cayeran en nuestras manos, y el modo en que debíamos
preservar todo lo que perdían o de lo que nosotros nos
apoderábamos, en especial los documentos.
—¿Dónde estabas en la
madrugada del domingo 8 de octubre de 1967?
—En un campamento que
montamos en La Higuera.
—Sé que en la madrugada de
este día Pedro Peña comunicó la presencia de los guerrilleros en la
quebrada del Churo. ¿A qué hora ocurre esto y cómo se
produce?
—Yo soy sucrense, del mismo
lugar que mi jefe, nos conocimos en aquella ciudad. Éramos amigos,
era una especie de estafeta del subteniente Huerta cuando, de
repente, apareció un joven y me pidió hablar de inmediato con el
jefe del campamento.
—¿Qué hiciste ante ese
pedido? —Desperté al teniente Carlos Pérez, que era el jefe de la
Sección A.
—¿A qué hora ocurrió esto y
cómo se produjo el encuentro entre los campesinos y el teniente
Pérez?
—A las seis de la mañana.
Le dije: "Mi teniente, los guerrilleros están aquí cerca".
"¿Dónde?", me preguntó. "Allá, por la izquierda de la quebrada del
Yuro".
Las declaraciones de este
soldado son confirmadas por el testimonio juramentado que da
Eduardo Huerta, el 24 de julio de 1968, al juez de Instrucción
Militar, en La Paz. Estas declaraciones tuvieron lugar en el juicio
que seguía el entonces Ejército Boliviano al ex-ministro de
Gobierno Antonio Arguedas, quien entregó el diario del Che a Fidel
Castro. He aquí sus declaraciones:
—¿Qué disposiciones tomó su
comandante de unidad antes, durante y después del Combate del Yuro?
—interroga el juez.
—El día 8 de octubre, a las
seis de la mañana, recibimos información sobre la presencia de
guerrilleros en la zona de Yuro.
06:20 A 07:00
HORAS
Según el testimonio que
Eduardo Huerta dio al mencionado juez de Instrucción Militar, la
forma en la que comunica a Gary Prado la información y los
acontecimientos posteriores sucede de la siguiente manera:
—El capitán Torrelio me
ordenó que vaya primero al Yuro, a constatar la información, y
después que dé parte al capitán Gary Prado, que se encontraba en el
Picacho, al mando de su Compañía B, a lo que di cumplimiento
inmediato.
Gary Prado Salmón despierta
a su gente, acampada en la cumbre del Abra del Picacho, el punto
más alto de la falda oriental de la cordillera de los Andes, con 1
600 metros de altura sobre el nivel del mar.
El actual General de
División, Prado Salmón, me da el siguiente testimonio a este
respecto:
—¿Dónde se encontraba usted
en la madrugada del 8 de octubre de 1967?
—Tenía mi base de
operaciones de la Compañía B en el Abra del Picacho, a unos tres
kilómetros de La Higuera. Usaba como mi puesto de comando aquella
casita de la cumbre que usted conoce.
—¿A qué hora recibe el aviso
de la presencia de los guerrilleros?
—A las siete de la mañana me
llamó por radio el subteniente Carlos Pérez.
Entretanto, por su parte, el
Che decide abandonar aquella quebrada central y tomar otra que les
queda a la izquierda. Manda a Pacho y a Benigno a hacer un nuevo
reconocimiento, y a su regreso le dicen que aquella quebrada
termina en farallones y que, prácticamente, no hay salida:
—Comandante, acabamos de
ver a cinco soldados en la colina, a poca distancia de aquí.
Prosigamos con el testimonio que me da Prado Salmón y veamos qué
hace él ese día a esa hora:
—¿Cuántos hombres tenía
bajo su mando y cómo dispone su tropa?
—Tenía bajo mi mando una
compañía de 165 hombres, contaba con tres subtenientes (Venegas,
Totty y Espinoza) que comandaban respectivamente los pelotones
primero, segundo y cuarto. El tercero estaba bajo el mando del
sargento Bernardino Huanca.
—¿Cómo estaban compuestos
sus pelotones?
—Cada pelotón tenía cuatro
escuadras de nueve hombres, más un radio-operador, dos estafetas y
un sanitario; con un total de 40 hombres.
07:15
HORAS
En el Abra del Picacho hay
una media docena de casas de barro con techo de paja.
Sigamos con sus
declaraciones que me da el entonces capitán Prado Salmón:
—Alrededor de las siete de
la mañana del domingo 8 de octubre, usted ya sabía que los
guerrilleros estaban cerca. ¿Cuál es la primera medida que toma al
tener esta información en sus manos?
—Formo a mi tropa, compuesta
de 70 hombres, y bajo de inmediato hacia La Higuera y la quebrada
de Jagüey.
—Si usted tenía a su mando
cuatro pelotones, sumando un total de 160 soldados, ¿dónde estaban
los otros noventa hombres?
—De los dos pelotones, uno
de ellos ya no estaba conmigo desde el día anterior, y el otro
salió antes de las siete de la mañana en misión de
patrullaje.
—Al bajar con 70 soldados,
¿estos van junto a usted, o los divide?
—Los divido en dos grupos:
al tercer pelotón del sargento Huanca lo envío a cubrir el sur, y
yo me dirijo a la confluencia de las quebradas del Jagüey y Churo
con ocho hombres, cuatro componentes de la dotación del mortero,
dos de la ametralladora, mi operador de radio y mi estafeta.
—¿Cuánto tiempo demora en
bajar?
—De 15 a 20 minutos.
—Conozco la zona, he estado
más de una media docena de veces allá. Su bajada no ha debido
producirse a paso normal.
—No, fue prácticamente al
trote, no había tiempo que perder.
—¿Qué papel le da al
subteniente Pérez?
—Le ordeno que se dirija al
norte del desfiladero, ubicándolo entre las quebradas del Churo y
del Jagüey.
—¿Dónde establece su puesto
de comando?
— En la confluencia de las
quebradas Jagüey y Churo.
—Yo he estado
personalmente, no solo en la quebrada del Churo, sino en la del
Jagüey y San Antonio. De acuerdo a lo que me indica, usted había
instalado su puesto de comando cerca de una pequeña planicie
semidesprotegida. ¿Es correcta mi apreciación?
—¡Sí!, me ubiqué al sur de
esa planicie porque, si deseasen romper el cerco y dirigirse hacia
el río Grande, deberían pasar necesariamente por donde yo me
ubiqué.
—En su puesto de comando,
¿con qué tipo de armamento cuenta?
—Un Mortero 60, preparado
para lanzar granadas a 100 yardas, y una ametralladora.
08:00
HORAS
En este momento los
guerrilleros han bajado unos 200 metros, no llegan al fondo de la
quebrada, están a unos 100 metros de la misma. El Che los agrupa
cerca de él y resuelve mantener su posición.
Veamos cómo Pombo esclarece
esta cuestión en una publicación de la revista Bohemia
aparecida en 1969:
En esa
circunstancia el Che tenía dos alternativas: una de ellas era
retirarnos hacia una posición más adecuada; la otra era quedarnos,
porque en ese momento estábamos solo a 200 metros del firme, y si
el ejército no nos había detectado, podríamos haber ganado el firme
en las primeras horas de la noche y romper el cerco.
El Che optó
por esta última variante, porque si no habríamos tenido que hacer
el mismo recorrido de la noche anterior y repetir las incidencias
de una noche tortuosa para volver a la misma posición que ahora
ocupábamos.
Benigno hace la siguiente
acotación:
—Eso es lo que me explicó
Che cuando me mandó a explorar, y yo vengo y le informo que la
quebrada no tiene salida. Entonces él dice que es conveniente
tratar de quedarse ahí hasta ver si pasamos inadvertidos y así
ganamos el firme, que estamos a unos 200 metros de él.
Pombo se expresa así en la
entrevista que me ha concedido:
—Nosotros sabíamos que
habíamos visto al Ejército, sabíamos que ellos estaban allí; ahora,
si ellos nos vieron a nosotros o no, eso no podíamos saberlo. Por
eso es que el Che tomó la decisión de quedarse, por eso es que él
decidió no retirarse —hace una pausa y prosigue—. El Che lo
organizó todo, no dejó nada al azar: él organizó la defensa, hizo
exploraciones, previó todas las cosas, hacia dónde teníamos que ir
y, si ocurría un desbande, dónde teníamos que reagruparnos por
primera vez, y si no podíamos reagruparnos ahí, dónde teníamos que
reagruparnos estratégicamente, es decir hacia qué zona teníamos que
ir. O sea, que él previó toda una serie de situaciones.
08:20
HORAS
Pombo, en la primera
entrevista que me proporcionó, el año 2001, le pregunté:
—¿Cómo distribuye y organiza
su defensa el Che?
—La defensa se había
organizado así: retaguardia, Antonio, Chapaco, Arturo y Willy. A la
entrada de la quebrada, Benigno y, posteriormente, Inti y Darío, en
el flanco izquierdo, en el punto más alto, con la misión de
garantizar la entrada y para, en caso de hacerse necesaria la
retirada, retirarnos por ahí. En el flanco derecho, Pacho, con la
misión prácticamente de un puesto de observación. Y en el extremo
superior de la quebrada, Urbano y yo.
En la tercera entrevista soy
más incisivo respecto de la posición que él tenía antes del
combate:
—¿Cuál era su posición
exacta antes del comienzo del combate? ¿Estaba junto a
Urbano?
—Estábamos Urbano y yo, es
difícil decirle exactamente dónde estábamos. Estábamos bien
parapetados y escondidos para que el enemigo no nos
detectara.
—¿Estaba usted al
norte?
—Estaba donde la quebrada se
rompía, si estaba a la derecha, a la izquierda o en el frente, es
difícil decirle.
—¿Pero usted cree que estaba
hacia la subida de la quebrada, o hacia la bajada?
—Estábamos en la parte
superior de la quebrada, donde terminaba abruptamente la
quebrada.
—¿Tenían ustedes alguna
ametralladora Browning u otra similar?
—¡No! No teníamos ninguna
ametralladora, solamente nuestros fusiles automáticos de
repetición.
Le pregunté qué
instrucciones más recibieron del Che y me respondió:
—En caso de que el Ejército
tratase de entrar por la quebrada, nos retirábamos por el flanco
izquierdo. En caso de que atacase por el flanco derecho, nos
retirábamos quebrada abajo. Por allí nos retiraríamos también en
caso de que el ataque se realizase por el extremo superior.
El Che considera tres
posibilidades en lo se refiere al inicio del combate. Veamos lo que
me dice Pombo:
—Hay tres posibilidades: si
nos atacan entre las diez de la mañana y la una de la tarde,
estamos en profunda desventaja. Si nos atacan entre las 13:00 y las
15:00 horas, tendremos más posibilidades de neutralizarlos —y
finalmente concluye—. Si el combate se produce después de las tres
de la tarde, las mayores posibilidades son nuestras, ya que la
noche caerá luego y, como la oscuridad es nuestra aliada,
romperemos el cerco.
A esta hora, el Che ya se
había preocupado de todos los detalles. Uno de ellos, naturalmente
importante, los puntos de reencuentro después del combate. He aquí
el relato de Pombo:
—¿Qué lugares fueron
fijados por el Che como puntos de reunión?
—El primer punto era una
altura que nos quedaba al flanco izquierdo, como un montecito, era
alto, tenía un bosque arriba: ese fue el primer punto. El otro se
encontraba al margen del río Piraipani, con secuencia de tres
días.
Urbano me comenta respecto
de un reencuentro después del comba te:
—En las primeras horas del
día 8 de octubre de 1967 nos hallábamos en la quebrada del Yuro, en
el lugar donde se bifurca esta, y hace como una Y griega —lo que
coincide con el croquis que hace Gary Prado Salmón cuando me relata
donde se produce el combate—. A ambos lados teníamos altas
elevaciones. El Che orientó que el Naranjal era el punto de
reencuentro en caso de producirse el combate contra los soldados
bolivianos. Él siempre, antes del combate, informaba de un punto de
reencuentro, que era conocido por todos, a fin de que nadie, en
caso de dispersión, fuera a extraviarse y a caer en manos del
enemigo.
También quise saber qué
sucedió con sus mochilas, pues el ejército incautó varios objetos
esa misma noche. Leamos lo que me cuenta:
—¿Dónde dejó usted su
mochila? ¿Las dejaron todos en un único lugar, o en lugares
diferentes?
—Todas las mochilas se
concentraron en la comandancia, donde estaba el Che.
09:00
HORAS
El cerco táctico operativo
queda concluido entre las 8 y 9 de la mañana, está constituido por
165 efectivos de la Columna B, comandada por Gary Prado Salmón, y
tiene el refuerzo de dos secciones de la Columna A, a cargo de los
tenientes Carlos Pérez y Eduardo Huerta, cada uno con
aproximadamente 20 soldados. Son entonces 195 el total de efectivos
militares que rodean al Che y los guerrilleros, formando una
especie de herradura.
09:30
Eduardo Huerta declaró al
juez militar en el juicio mencionado en páginas anteriores:
—A las nueve de la mañana
avistamos la zona del Yuro y San Antonio dislocando un equipo de
inteligencia, el cual, en el lapso de una media, volvió con un
cigarrillo "Astoria" fresco, lo que nos indicó que debíamos tomar
una acción de forma inmediata.
Se informa de ello a Gary
Prado Salmón, y el hombre que cercó a los guerrilleros en la
quebrada del Churo, tiene ahora la certeza absoluta de que los
barbudos están allí, encajonados dentro el "cerco operativo" que él
mismo ha preparado.
Antes de empezar a dar más
detalles, es preciso, creo, describir brevemente la zona. La
Higuera es una aldea poblada por 296 habitantes, situada en la
jurisdicción del cantón Pukara, a una altura de 1.050 metros sobre
el nivel del mar, al sudoeste de la provincia de Vallegrande. Se
denomina así porque en épocas pasadas hubo abundantes higueras en
la región.
La distancia que separa a
Pukara de La Higuera es de 15 kilómetros, ambas se encuentran
unidas por una senda. Pukara, a su vez, se comunica con Vallegrande
mediante un camino de tierra en malas condiciones. La aldea de La
Higuera no tiene más de 30 casitas, humildes "chozas" con techo de
paja y muro de adobe, donde sus moradores viven en extrema miseria,
exceptuando al telegrafista, Humberto Hidalgo, dueño de una
hacienda. El pueblito se reduce a una única calle.
Toda la zona próxima a La
Higuera es semidesértica, de escasa vegetación: una especie de
semitrópico, surcado por cañadones y farallones profundos, pequeñas
colinas y serranías abruptas. La mata es rala y baja, con arbustos
espinosos y pedregones de todo tamaño que cubren el terreno dejando
claros entre la pobre floresta, lo cual hace dificultosa la
mimetización.
En las proximidades de la
población existen cuatro quebradas: la Tosca, el Yuro, el Jagüey y
el Quiñal. Todas ellas se unen formando la quebrada San Antonio
que, junto con la quebrada de La Higuera, echa sus aguas turbias al
río Grande, afluente del río Mamoré. Por esa misma vía las aguas se
dirigen al conocido río Amazonas.
En quechua, "yuro" significa
cantarillo o recipiente de arcilla, y "churo", caracol. Como la
forma de la quebrada es similar a la de una vasija o un caracol, ha
recibido el nombre de "quebrada del Yuro" o "quebrada del Churo",
con aproximadamente 300 metros cuadrados de extensión.
Los soldados se encuentran
bien descansados y alimentados. En la hacienda La Esperanza del
departamento de Santa Cruz de la Sierra, al que pertenece
Vallegrande, estos soldados constituyen un batallón bien preparado
durante los meses de julio, agosto y septiembre..
Los guerrilleros padecen
sed y hambre, tienen un ropaje formado por andrajos, y se sienten
cansados después de haber pasado una mala noche.
Pacho escribe con respecto
al escenario:
30 de
septiembre: De día es imposible andar por este monte llano, seco y
lleno de espinas sin que lo vean a uno.
1º de
octubre: El camino de noche ha sido como caminar en el infierno,
espinas en el suelo que, por andar en abarcas, se nos clavan en los
pies y en las piernas, a los lados, a la altura de la cabeza, ha
sido terrible. Solo la voz de mando de Fernando hace que la gente
camine.
2 de
octubre: Este lugar donde estamos es poco hospitalario, seco con
espinas, solo se ve un árbol verde a muchos metros unos de
otros.
Existen farallones y
matorrales bajos, por lo que diría que no se trata de una selva,
sino de un semitrópico o semiselva. Las copas de los árboles son
bajas y poco tupidas, dejan numerosos claros; además, abundan
pedregones de todo tamaño. De este modo, la mimetización de un
guerrillero o un soldado es posible, pero nunca como lo es dentro
de Ñancahuazú, por ejemplo, donde los árboles son tupidos. Este
hecho permite que, una vez visualizado un grupo guerrillero, sea
posible cercarlo y cerrarle las vías de escape.
La ubicación del grupo
guerrillero, desde un punto de vista táctico, es favorable para el
ejército y desfavorable para los guerrilleros.
DE 9:30 A 13:30
HORAS
Los cuatro grupos en los que
el Che divide a los guerrilleros se encuentran parapetados y no
pueden verse entre ellos, aún considerando que están distribuidos
en un área próxima a los 100 ó 200 metros cuadrados. Esto porque
pese a no tratarse de una selva con árboles altos, sí existe
bastante vegetación en el sector que permite a los guerrilleros
mimetizarse dentro de la quebrada.
Los 195 efectivos del
ejército mantienen cercados a los guerrilleros, pero no realizan
ninguna operación de rastrillaje para ubicarlos, aunque tienen
conocimiento de que los 17 barbudos se encuentran cerca de
ellos.
Unos se hallan escondidos en
la copa de algún árbol, otros tras los matorrales, los más por
pequeños montículos verdosos. No hay un solo centinela a la vista,
todos están camuflados por las ramas del semitrópico, tanto
soldados como guerrilleros.
Varios guerrilleros, desde
sus sitios, tienen ya en la mira a algunos soldados. Principalmente
Benigno, Inti, Urbano y Pombo, tienen sus fusiles con el objetivo
claro, pero no disparan. Saben que en cualquier momento los
soldados avanzarán o se producirá un disparo, que dará comienzo al
combate. No pueden perder una fracción de segundo. La reacción
requiere ser inmediata.
Entre las 9 de la mañana, en
que el cerco táctico-operativo fue completado, y la hora 1:30 p.m.,
es decir, durante aproximadamente 4 horas y media, se conserva un
raro ambiente de expectación y silencio que se cierne sobre las
serranías. Permanece la ausencia de voces, una especie de silencio
sepulcral, quebrado únicamente por el trinar de las aves, el mugido
de las vacas y el oleaje de las ramas de los árboles producido por
el viento. Ni el ejército ni los guerrilleros elevan el tono de
voz, cuando quieren comunicarse lo hacen prácticamente cuchicheando
o mediante señas. Los del ejército, mediante radios PRC9 y PRC10.
El ruido causado por un eventual despliegue de tropas, como se ha
manifestado líneas antes, es inexistente, pues el "ejército
pareciera haberse petrificado o convertido en momias en posición de
combate". No avanza.
La inmovilidad de la
guerrilla es perfecta, pues el Che no intenta romper el cerco de
día, sabe con certeza que la proporción de cercadores y cercados es
de 10 a 1 y de que esta ruptura no puede producirse por el norte,
ya que por ahí hay muchas planicies con escasa o ninguna
vegetación, lo que los constituiría en un blanco fácil para el
ejército. Podría intentar una ruptura hacia el sur o hacia el
sudoeste, donde el ropaje del bosque es más tupido y permite una
mejor mimetización del guerrillero, pero el Che decide no romper
cerco por ningún lado. Por el contrario, distribuye su tropa en
cuatro grupos protegiendo norte, sur y ambos flancos, seguro de que
sería atacado en algún momento por el ejército.
La inmovilidad del ejército
es absolutamente equivocada, pues el tiempo pasa y Gary Prado
Salmón sabe que de noche no puede realizar el combate.
¿Qué ocurre entonces durante
esas 4 horas? Los guerrilleros están con el dedo en el gatillo
mimetizados lo mejor posible al fondo de la quebrada del Churo,
casi en la confluencia con la quebrada del Jagüey, listos para
disparar en el momento en que fuesen atacados.
¿Por qué el ejército
permanece quieto, sin atacar al enemigo, durante cuatro o más
horas? ¿Será que Gary Prado Salmón piensa en la posibilidad de que
los guerrilleros intenten romper el cerco, de tal modo que sea
mejor esperarlos que avanzar para blanquearlos, y sin que sus
soldados corran el menor riesgo? Esta posibilidad es inexistente,
pues la guerrilla tiene la característica de movilizarse de noche,
mientras que, durante el día, acampan, se emboscan, dejan puestos
de observación, o envían observadores a lugares donde creen que
puede estar el enemigo. Además, todo esto lo debe conocer Prado
Salmón, que lo habrá aprendido de los instructores norteamericanos
en La Esperanza. Si la guerrilla cometió un error el 26 de
septienbre cuando fue emboscada durante el día, no podría cometer
dos veces el mismo error.
¿Será que el capitán Prado
Salmón da la orden de ataque y que su tropa, por miedo o por
cualquier motivo, no obedece y no avanza? Es posible, él mismo
admitió el miedo, cuando me dijo: "Teníamos miedo de avanzar,
sabíamos que los guerrilleros tenían excelente puntería". Las
propias declaraciones del actual general de división corroboran
este miedo. Cuando le pregunté: "La acción de martillo que
desenvuelve usted con los pelotones de Huanca y de Montero, y con
los refuerzos enviados por Pérez, ¿cómo y cuándo avanza hacia el
yunque?" Su respuesta fue: "El avance era lento, milimétrico, me
han provocado seis muertos y cuatro heridos".
Después de las emboscadas
de Ñancahuazú e Iripiti, en que la guerrilla causa dos grandes
derrotas al ejército, el prestigio de los barbudos creció y los
guerrilleros fueron convirtiéndose en una leyenda.Los soldados les
tenían mucho miedo, hasta tal punto que en toda la guerra se
produjeron más de 100 deserciones en las filas del Ejército.
Incluso ellos mismos se provocaban heridas de bala en los pies para
suscitar su retiro a un hospital o incluso su baja
definitiva.
Dos hechos narrados por el
entonces teniente Eduardo Galindo Grandchant, en su libro
Crónicas de un soldado, confirman esta última afirmación.
Leamos lo que escribe este oficial en el año 2001:
Los soldados rumoreaban que
los atacantes eran "grandotes", unos "supermachos" (...) que tenían
chalecos antibalas.
Otro soldado se plantó un
tiro en el dedo gordo del pie, presumiblemente para no proseguir la
marcha. A los que se disparaban los llamábamos "izquierdistas", ya
que por temor recurrían a plantarse un tiro (generalmente en el pie
izquierdo) para ser evacuados.
Pues bien, incluso dentro
de los RangerŽs, una tropa de élite, esta leyenda también ocupó su
lugar, siempre sintieron un miedo enorme y un gran respeto por los
guerrilleros en cuanto se refiere a su capacidad combativa.
Un soldado contestó así a
mis preguntas en la década de los 80:
—¿Ustedes tenían miedo a
los guerrilleros?
—¡Sí! —me respondió.
—Entre el 27 de septiembre
y el 8 de octubre, casi todos los días estuvieron muy cerca de los
guerrilleros, ¿será que en algún momento, uno de esos días, ustedes
no los vieron?
—Sí, los vimos —responde
con firmeza—, uno de esos días yo estaba con mi amigo apodado Oso
haciendo un rastrillaje junto a una tropa de más de 100 soldados, y
de repente vimos a varios guerrilleros.
—¿A qué distancia estaban
de ustedes?
— Serían unos 30 ó 40
metros.
—¿Qué hicieron?
—Enmudecimos, nos miramos
los dos y, sin decirnos media palabra, nos retiramos.
—¿Comunicaron al
Subteniente Eduardo Huerta, que era el jefe de su Sección?
—¡No! De mutuo acuerdo
resolvimos callarnos.
Totty Aguilera confirma que
vieron a los guerrilleros antes del 8 de octubre y que no dieron
parte a sus superiores. En 2001 le pregunté si vio a los
guerrilleros antes del domingo 8 de octubre. Respondió:
—Una noche comentamos que
estaban por ahí (se refiere a los guerrilleros), que estaban cerca.
No los quisimos atacar, porque ya era gente entrenada.
Totty Aguilera y varios
soldados comandados por él o por Eduardo Huerta ven en más de una
ocasión a los guerrilleros y no lo comunican a su inmediato
superior, el capitán Gary Prado Salmón. ¿Por qué? Inti apunta en su
libro Mi campaña junto al Che en la página 192:
La posición
nuestra quedaba frente a una fracción del ejército y a la misma
altura, de manera que podíamos observar sus maniobras sin que ellos
nos detectaran.
Solo se oyen, confundidos
con los graznidos de algún ganso y con ladridos de los perros,
silbidos en clave de los guerrilleros. Uno o más silbidos, cortos o
largos, cada uno con un significado diferente e inteligible solo
por ellos. Este tipo de comunicación es relatada no solo en los
informes del alto mando a sus tropas (tengo en mis manos documentos
confidenciales que lo relatan), sino que también es confirmada por
Carlos Céspedes, el hijo de Víctor Céspedes, quien escondió durante
un mes en su casa a los cinco supervivientes de la guerrilla. Este
me dijo:
—Era impresionante, se
comunicaban entre ellos solo con señas y silbidos de todo tipo, que
yo no entendía su significado pero que oía perfectamente y que me
permitía comprender que para ellos era un verdadero lenguaje.
13:30
HORAS
Aproximadamente a esta hora
el Che manda a Ñato y a Aniceto, que están al norte, a reemplazar a
Pombo y a Urbano en la parte más alta de la quebrada. Pese a que se
dislocan con el mayor cuidado, al arrastre y prácticamente
culebreando en su ascenso, requieren atravesar una pequeña zona
desprotegida de suficiente vegetación. En tal sentido, son
visualizados por la Compañía de Carlos Pérez. Leamos cómo Pombo me
relata este momento crucial:
—El combate comenzó a la una
y media, ¿verdad?
—Cierto.
—El primer disparo se
produjo el momento en que el Che manda a Aniceto a reemplazarlo a
usted, ¿es verdad o no?
—A Aniceto y al Ñato, ellos
vinieron a reemplazarnos a nosotros.
—Cuénteme lo que ocurrió en
ese instante.
—No sabemos las razones por
las cuales el Che mandó a relevarnos, todo parece indicar que él
conocía el avance de los soldados, en tal punto de avanzada, que
está al flanco derecho de la quebrada, donde se encuentra Che, de
ahí se detectaba bien. Él conocía estas cosas y, cuando manda el
relevo, nos manda ir a Urbano y a mí, que teníamos más experiencia
en la lucha al lado de él, y luego comienza el tiroteo contra
Aniceto. Es ahí, en ese momento, en que nos detectan, porque los
del ejército dicen: "Hay cuatro en la quebrada" (Pombo, Urbano,
Ñato y Aniceto), y abren fuego sobre nosotros. Ahí nos protegimos
detrás de unas rocas. Pero ni Aniceto ni Ñato pudieron llegar a
donde estábamos, porque el Ejército los descubrió cuando se estaban
moviendo en la quebrada, y fue entonces cuando se generalizó el
fuego. Fuego por todos los flancos, excepto por el izquierdo, que
es por donde estaba Benigno y por donde debíamos retirarnos. Eso
creó una situación no prevista en la que el Ejército dominaba una
parte del lecho de la quebrada por la que no se podía pasar, y con
ello nuestras posiciones quedaron aisladas unas de otras.
Urbano dice:
—Pombo y yo estábamos en la
parte de arriba de la quebrada, pero en la base de esta, es decir,
teníamos a una parte del Ejército a nuestra misma altura, pero no
podíamos distinguir las posiciones de nuestros compañeros, ni
tampoco la de Benigno, que estaba en el punto más alto, y es por
eso que desde allí se pudo hacer algunas bajas al Ejército.
Esto quiere decir que si el
Che no hubiera mandado a Aniceto y Ñato a relevar a Pombo y Urbano,
seguramente el Ejército no habría atacado y que, en la noche, la
guerrilla habría roto el cerco o postergado para otro día el
combate decisivo.
Pero, mejor regresemos al
lugar de los hechos.
El soldado Mario Characollo
se queda paralizado por fracción de segundos. Ha visto a dos
guerrilleros. Su reacción es un grito, y dice: "¡Allí están los
sapos!". Utiliza el nombre de este batracio como sinónimo de
guerrillero. Su carabina automática es accionada y es seguido
primero por Mario Lafuente, por la Sección de Carlos Pérez, y luego
por toda la Compañía B y las dos Secciones de la Compañía A,
quienes hacen llegar una andanada de balas. A pesar de los disparos
de ametralladora, ninguno hace blanco y Ñato y Aniceto llegan a su
destino.
El combate ha
comenzado.
Después del primer disparo,
dos, tres ráfagas de ametralladora. Comienza el vocinglerío de las
balas, la granizada de proyectiles es fuerte. Las balas colocan su
rúbrica en los combatientes. Una tormenta de plomo socava el pecho
de algunos soldados y guerrilleros. Es una baleadura
infernal.
13:40
HORAS
Benigno e Inti, que están en
el flanco izquierdo, hacia el noroeste, ya tienen encañonados a los
soldados Mario Characollo y a Mario Lafuente desde las 9 de la
mañana. No les disparan, porque la orden del Che es clara.
De pronto, observan que
disparan a Aniceto y Ñato. Resuelven accionar sus gatillos y matan
en el acto a Mario Characollo y a Mario Lafuente, quienes se
encontraban bajo el comando del sargento Mario Terán, quien
alcanzaría una vergonzosa celebridad por su actitud el día 9 de
octubre. Mario Characollo deja escapar un quejido, se dobla en dos
y cae. Para Mario Lafuente todo se vuelve extraño, vago, sombrío y
tenebroso. Los dos están heridos de muerte. Lafuente puede
movilizarse, ha recibido un balazo en el brazo. Characollo tiene
las tripas mezcladas con la tierra de la selva. Lafuente corre,
tropieza con algunos heridos que parecen agarrarlo por las piernas.
Socorre a su camarada, que está con las tripas al aire, quiere
reintroducirlas en su barriga.
Characollo agoniza con
gemidos de dolor.
Segundos después, Mario
Lafuente recibe una andanada de balas y, al igual que su amigo,
fallece en combate.
13:45
HORAS
Producidas las dos bajas, el
teniente Pérez da la orden de no avanzar, por temor a sufrir más
bajas. Benigno hace una acotación a este respecto en una
declaración a la revista Bohemia No. 42:
Cuando yo
estoy arriba, disparando contra ellos, en uno de los momentos más
intensos del combate, oigo claramente que el radista transmitía,
probablemente a la jefatura de la compañía: "Mi teniente pide
permiso para retirar la tropa, mi teniente pide permiso para
retirar la tropa; estamos teniendo muchas bajas, estamos teniendo
muchas bajas...". (36)
DE LA 13:30 A
LAS 15:45 HORAS
El combate no cesa un
minuto. La mayoría de los pobladores se esconden en sus casas, y
cuando salen lo hacen a horcajadas, como si el combate se estuviese
produciendo allí mismo. Esta incesante balacera provoca pavor a
algunos jefes militares, como el coronel Andrés Selich, por
ejemplo. Este militar llegó a las dos y media de la tarde a la zona
de combate, y en lugar de dirigirse al puesto de comando, donde
hubiera llegado en no más de 30 ó 60 minutos, y colaborar con el
jefe del combate, el capitán Gary Prado Salmón, que posee un grado
superior, permanece quieto en La Higuera.
El coronel Andrés Selich
solo envía satinadores en busca de mochilas y pertenencias de los
guerrilleros. En opinión de más de un campesino, él y otros jefes
militares se escondieron en La Higuera (Adys Cupull y Froilán
González, De Ñancahuazú a La Higuera). Tal acusación es
correcta, ya que este militar va al encuentro de Gary Prado Salmón
solo después de las cinco y media de la tarde, cuando el combate ha
terminado, y Gary Prado Salmón emprende el camino de retorno a La
Higuera. Es entonces, recién, cuando se encuentran en medio del
camino.
La fusilería es violenta.
Comienza con un potente ataque del ejército. Los guerrilleros
reciben la furia de los fusiles, las automáticas, las
ametralladoras y los morteros.
Un campesino en La Higuera
me contó lo siguiente:
—Yo estaba el domingo 8 de
octubre en mi casa, aquí donde estamos hablando. Cuando, después de
mediodía, escuchábamos estampidos ensordecedores y la tierra bajo
mis pies empezó a temblar.
El sol se cubre de una
extraña humareda, los disparos ininterrumpidos y los sonoros
relámpagos envuelven de humo y pólvora la zona de combate, dejando
tontos a sus combatientes.
A partir de este momento el
intercambio de disparos es generalizado hasta cerca de las 16:00
horas, momento en el cual Prado Salmón manda parar el fuego por
algunos minutos, para que Totty Aguilera pueda comunicarse
radiofónicamente con Vallegrande.
Gary Prado Salmón, que
instaló dos morteros al sur, casi en la confluencia de las
quebradas del Churo con el Jagüey, dispara gra duando a 100 yardas
de acuerdo con el relato que me dio; pero ninguno de los morterazos
hizo blanco.
13:50
HORAS
Las ametralladoras y fusiles
vuelven a tronar cuando Ñato y Aniceto son descubiertos, con lo que
comienza el combate:
—¿Aniceto y Ñato
permanecieron algún tiempo con usted y Urbano? —le pregunto a
Pombo.
—Sí, cerca de
nosotros.
—¿Qué ocurre después?
—Mandamos de vuelta a
Aniceto al puesto de mando, a comunicar que no podíamos ir donde el
Che nos mandaba. Entonces, Aniceto llega a la comandancia y ve que
el Che no estaba más allá, que ya se había ido. Se vuelve, sube
combatiendo con tiroteos esporádicos.
—¿Quién le da a usted estas
informaciones referentes a lo que vio Aniceto: la ausencia del Che
en su puesto de mando, si Aniceto muere y no logra regresar?
—Ñato, no olvide que ha
sobrevivido al combate y que esa noche hemos roto el cerco seis
combatientes. Uno de ellos, reitero, era el Ñato. Y Aniceto muere
en las manos de él.
—¿Cómo se produce la muerte
de Aniceto?
—Cuándo él estaba viniendo a
comunicarnos la ausencia del Che, recibe un balazo en el ojo.
Herido, llega a donde está Ñato y muere junto a él.
—¿Puede calcular el tiempo
que pasa entre el momento en que se produce el primer disparo y el
que es herido?
—Resulta difícil calcular
cerca de cuarenta años después del combate, no tengo tanta memoria;
pero, por lógica, han debido pasar de unos 15 a 20 minutos.
14:20
HORAS
—¿A qué hora va usted al
lugar de las mochilas? ¿Encontró su mochila? —le pregunto a
Pombo.
—El Che volvió en un momento
dado al lugar donde estaban las mochilas, pues había sacado de la
mía y de la de Benigno e Inti algunas cosas importantes, como los
diarios de guerra, 20 mil dólares, moneda nacional, y una radio que
tenía Inti.
No solo el Che remueve y
extrae algo de las mochilas, sino que todos los guerrilleros
extraen lo más importante para alivianar peso, incluso los
enfermos.
14:30
HORAS
Le pregunto al general Gary
Prado Salmón:
—¿Qué ocurre después que
tiene usted las dos bajas?
—A los pocos minutos notamos
algunos bultos, sombras entre la vegetación que se aproximaban del
claro, cerca de mi puesto de comando.
—Por esta información que me
da, puede deducirse que la ubicación de su puesto de comando fue
muy bien escogida por usted, que la ubicó en un lugar estratégico,
¿qué hacen esos guerrilleros?
—Se preparan para cruzar el
claro, nosotros nos mantenemos en absoluto silencio; de repente, de
la parte superior, nos hacen llegar una ráfaga de armas automáticas
hacia mi posición, obligándonos a cubrirnos.
—¿Podría decirse, entonces,
que pudieron estar preparando una ruptura de cerco exactamente por
donde estaba usted?
—Seguro. El fuego estaba
destinado a permitir el movimiento de ellos.
—¿Qué conducta adopta en ese
instante?
—Ordené que el mortero y la
ametralladora abriesen fuego, apoyando esa acción con nuestras
armas individuales.
—Dado que los guerrilleros
les envían una tempestad de plomo, seguramente pararon su avance,
¿verdad?
—Evidente, pero conseguimos
impedir su primera tentativa de salida.
—Usted está en ese momento
con tan solo ocho soldados, cifra irrisoria. ¿Qué hace usted para
mejorar su situación en ese instante?
—Pedí que el subteniente
Pérez, que estaba en la parte superior del desfiladero, me enviara
dos escuadras, cada una con nueve soldados, con el objeto de
reforzar mi puesto de comando, ya que en ese momento el pelotón de
Huanca se encontraba registrando el desfiladero de La Tusca.
—Como Pérez, tiene dos
bajas. Seguramente cumple su orden haciendo que sus soldados vayan
a su encuentro por el lado oeste de la quebrada. ¿A qué distancia
de usted estaba Pérez, y cuánto tiempo demoran en llegar los
refuerzos?
—Pérez estaba a unos 300
metros de mí, y los soldados demoraron en llegar a mi puesto de
comando unos 15 minutos.
Ahora paso a poner las
declaraciones de Pombo.
—Uno de los aspectos, al
que hay que prestar más atención para comprender cómo ocurrieron
las cosas, está dado por las concepciones humanas del Che. Porque
es por eso, por su compañerismo, por sus sentimientos para con los
que venían enfermos, y por su responsabilidad como jefe, por lo que
él decidió quedarse al frente de la gente que no tenía capacidad de
combatir y, desplegando la reducida fuerza con que contaba,
garantizar que los enfermos pudieran salir del cerco. Y cuando él
trató de salir del cerco, ya no pudo hacerlo, porque el ejército
había completado su avance y él queda entre varias tropas, que lo
bloquean por todas las salidas. Me parece que debo interrumpir aquí
el relato de cómo nosotros salimos de allí de la quebrada, para
ampliar un poco sobre la forma en que nosotros creemos que cayó
Fernando (el Che). Esa es la parte más importante...
Prosiga, le digo:
—El Che decide salvar a los
enfermos. Nosotros creemos que, al fallar lo planificado por él de
quedarnos dentro de la quebrada defendiendo las posiciones, y al
penetrar el Ejército en la quebrada, decide retirarse. Pudo darse
cuenta de que el Ejército está terminando el cerco, y tuvo que
haber analizado que llevaba consigo a un grupo de compañeros que no
estaban en condiciones para combatir. Nosotros consideramos que
entonces él decidió dividir el grupo que lo acompañaba, que eran
como siete, en dos partes, de manera que unos, los enfermos,
pudiesen avanzar, mientras él se quedaba al frente de los que
podían combatir, aguantando el avance del Ejército. Eso permitiría
que los enfermos pudiesen salir del lugar antes de que el cerco se
cerrase. Y probablemente Che calculó que después ellos romperían
aquel cerco a tiros, o como fuese posible. O sea —puntualiza
Pombo—, que él decidió correr esos riesgos en virtud de salvarles
la vida a los enfermos. Los enfermos, los que no podían combatir,
eran el médico, Morogoro, Eustaquio y Chapaco. A ellos tres, el Che
les puso a un compañero que podría ser la custodia de ellos y que
se encontraba en condiciones de combatir, que es Pablito. Este
grupo va avanzando y tratando de salir del cerco, mientras el Che
aguanta el ataque del Ejército. Se queda con el Chino, que no podía
combatir tampoco, pero de todas formas él se queda con el Chino,
Willy, Antonio, Arturo y Pacho.
Para tener claro el
panorama de lo sucedido, vuelvo una vez más a la entrevista que le
hice a Gary Prado Salmón. En aquella ocasión le comenté:
—En la década del 80
escribí en Sao Paulo un artículo de prensa; unos días después, en
una reunión de compatriotas, se me aproximó un paisano y me dijo
agresivamente: "¡Carajo! Ustedes los periodistas solo hablan del
Che y del Che, de los guerrilleros y de los guerrilleros, y de
nosotros los soldados bolivianos, nada". Antes de que pueda
contestarle algo, desabotonó su pantalón, se suspendió su camisa y
me mostró una cicatriz inmensa que cubría la parte superior de su
abdomen, y concluyó así: "Esta es una herida de bala, la he ganado
en combate, en la guerrilla del 67". Le confieso, mi general, que
él hablaba una verdad, y como dijo una verdad, me gustaría saber:
¿Fue valiente y corajuda la actitud de sus soldados?, y, entre
ellos, ¿no estará escondido en el anonimato algún héroe? —Mis
hombres actuaron con serenidad y valentía, nada tengo que reclamar
del comportamiento de mis soldados. Todos fueron corajosos, pero
hay un destaque especial para el sargento Huanca, quien tuvo una
actuación de película. En un momento dado del combate había dos
guerrilleros parapetados, Antonio y Arturo, ellos cerraban la
quebrada, en este momento el sargento Huanca hizo saltar a los dos.
Saltó, corrió y lanzó granadas. Los soldados avanzaron y mataron a
los dos guerrilleros.
—Si usted menciona a
Huanca, eso quiere decir que lo hizo venir de La Tusca, cerca a su
posición...
—Sí, ya estaba cerca a mí,
lo ubiqué en mi flanco izquierdo, le pedí que ingresase a El Churo
por abajo, junto a la desembocadura de la quebrada.
El mayor Diego Martínez
confirma en su libro lo que me relata Gary Prado:
Huanca en
persona atacó con furia, como un demente, demoliendo la posición
con granadas de mano. Catorce años más tarde, los alumnos de la
Escuela de Sargentos entonarían orgullosos el cántico: "Guerrillero
no te atrevas", en honor al Sargento Huanca.
Concluyamos lo que ocurre
en este momento con el testimonio de Gary Prado Salmón:
—Se sabe que hay una
técnica de combate clásica en una guerra de guerrillas, el conocido
"yunque y martillo". De acuerdo con su relato, intuyo que Huanca,
usted y su pelotón de apoyo hacen a la vez de "persecutores,
golpeadores, un verdadero martillo". ¿Es correcta mi
apreciación?
—¡Sí! A partir de las dos
primeras bajas que tuvimos, y no pudiendo más moverse el
subteniente Pérez, que estaba al norte, le ordené que haga las
veces del "yunque", que retenga ahí a los guerrilleros, que no los
deje pasar, que su cerco sea efectivo, de modo que nosotros, el
dicho "martillo", los íbamos empujando hacia el yunque.
DE LAS 14:30 Y
15:30 HORAS
Como manifesté en páginas
anteriores, el 12 de octubre de 1967, después de publicar mi
artículo en el periódico cochabambino Prensa Libre, volví
a Vallegrande con el objeto tanto de descubrir el destino que
darían al cadáver del Che, como de entrevistar a los soldados que
participaron en el combate, lo que felizmente conseguí, pues
encontré a cuatro soldados heridos en el Combate del Churo que
estaban ingresados en el Hospital Nuestro Señor de Malta: Valentín
Choque, Benito Jiménez, Miguel Taboada y Julio Paco, que habían
participado del combate tres días antes, además, dos de ellos
fueron testigos oculares de la prisión del Che.
He aquí el testimonio de los
mismos, a quienes reuní junto a una de las camas:
—¿A qué hora se produce la
prisión del Che? —pregunto colectivamente.
—Difícil que calculemos la
hora, pues no teníamos reloj, pero se ha producido aproximadamente
a una hora y media, después de iniciado el combate, o sea,
aproximadamente a las tres de la tarde —dice uno de ellos mientras
los otros asienten.
—¿Cómo era el combate y que
ocurrió a esa hora?
—La balacera era infernal,
su ruido nos ensordecía. Yo vi a un barbudo cargando a su
compañero.
Uno de los soldados heridos que participaron
en el Combate del Churo y que fueron entrevistados por el autor el
12 de octubre de 1967.
—Es verdad —dice uno de
ellos, tomando la palabra—, el que tenía colgada el arma del hombro
con su mano derecha, se bajaba de rato en rato para manosear con su
mano izquierda alguna cosa en su pierna izquierda (era la herida de
bala que recibió el Che minutos antes).
—¿Y las armas de los
guerrilleros?
—Los dos estaban
armados.
Intrigado porque no tomasen
alguna actitud y fuesen simplemente testigos oculares,
pregunté:
—¿Pero ustedes
permanecieron inmóviles y quietos sin dispararles? ¿A qué distancia
estaban de los guerrilleros?
—Estábamos a unos 40 ó 50
metros. Yo disparé, y no sé si les provoqué alguna herida grave o
no, porque siguieron subiendo —responde uno de ellos.
—Yo no podía disparar
porque tenía el brazo herido —me dice otro, mostrándome la venda
que tiene en el brazo derecho.
Este testimonio es
confirmado por el ex-ministro de gobierno, Antonio Arguedas, y se
basa en dos declaraciones: la del soldado Balboa y la de Mario
Terán, el suboficial que un día después asesinaría al Che. Ambos
fueron en busca del ministro a reclamar la gratificación que el
gobierno ofreció a quienes capturaran o mataran al Che o a
cualquier guerrillero. He aquí las declaraciones que ofrecen a dos
medios de comunicación, a la agencia Deutsche Presse
Argentur alemana, y a la revista Punto Final de
Chile:
Unos meses
después, cuando fueron a La Paz a reclamar su "gratificación" por
haber detenido al Che, el soldado Balboa me contó: "Como boliviano,
estoy orgulloso de Simón Cuba (Willy). Cuando vi a los tres
guerrilleros aparecer, habría querido tener los ojos de un escultor
para hacer un monumento. Yo esculpiría la figura de aquel hombre,
con el fusil colgado en bandolera, cargando su compañero
herido".
El Che hacía
trimestralmente un comentario sobre toda su tropa, este documento
es poco conocido, se encuentra actualmente en las bóvedas del Banco
Central de Bolivia. El 14 de mayo de 1967, apunta sobre Simón Cuba
Saravia (Willy):
Tres meses.
Bueno, callado, disciplinado y trabajador. Hay que probarlo en un
buen combate.
El 14 de agosto
asienta:
Seis meses,
bueno, no es un combatiente aguerrido, y tal vez no lo sea nunca,
pero sus características arriba mencionadas y su firmeza lo hacen
un hombre seguro.
Sin embargo, y
paradójicamente, ocho días antes del combate, muda de concepto
cuando escribe:
La moral de
la tropa está bastante buena, solamente tengo dudas de Willy, que
tal vez aproveche algún momento para tratar de escapar, solamente
si yo fuese a hablar con él.
Ahora bien, ¿qué ocurrió y
cómo se produjo la prisión del Che?
Poco después de que el Che
envíe a Aniceto a relevar a Pombo y a Urbano a la una y media, y
cuando este regresa 20 minutos después y no lo encuentra en la
comandancia, ¿qué sucede con el Che y con los heridos que estaban
junto a él?
El comandante supremo de la
guerrilla pidió a Pablito que condujera a los tres heridos fuera de
la zona de combate y, junto a los guerrilleros sanos, formó una
cortina de fuego para que salieran. No lo consiguieron en el primer
intento, pues el ejército o, más concretamente, los siete soldados
que estaban junto a Gary Prado Salmón y él mismo, le hace llegar
una tormenta de fuego que impide su salida. El Che espera 15
minutos, manda que tomen otro camino, y entonces disparan
ininterrumpidamente hacia el lugar donde estaba Gary Prado
Salmón.
Los tres heridos y Pablito
consiguen salir de la zona de combate, rompen el cerco, se van por
el sudoeste y se esconden allí hasta que oscurece. Cuando cae la
noche vuelven al punto de encuentro, el Naranjal, como me revela
Urbano:
—En el trayecto hacia el
punto de reencuentro, hallamos en el firme de una loma varias
pertenencias personales del Médico y de Chapaco (dos de los
enfermos).
A partir de este momento,
lo que relato sobre el destino final de los tres enfermos y Pablito
se basa exclusivamente en la lógica después de meditar y estudiar
muchísimas veces este punto. Evidentemente, no tengo ninguna prueba
respecto de lo que afirmo a continuación:
Chapaco, el guerrillero
tarijeño, resolvió no dirigirse al segundo punto de reencuentro el
tercer día, junto al río Piraipani, porque consideró demasiado
peligroso subir la quebrada, donde sabía que estaba el Ejército.
Prefirió retirarse por el sudoeste y tuvo éxito. Rompió el cerco la
misma noche del domingo 8 de octubre y llegó a unos 100 kilómetros
hacia el sur en cuatro días, hasta al río Mizque. Ahí son
exterminados por el ejército, es el momento en que los
descubren.
Huanca y un grupo de entre
8 y 10 soldados tardan quince minutos en llegar junto a Gary Prado,
que luego dislocó a Huanca al flanco superior derecho, hacia donde
intentan romper el cerco. Como el Che observa que no es posible
romper el cerco por ese lado, Chapaco plantea que es mejor ir por
el sudoeste, argumentando que él es de Tarija y que los conduciría
hasta allí, donde todos lo conocen. El Che acepta y forma la
segunda cortina de fuego para que salgan.
Pombo me dijo en septiembre
de 2004:
—Chapaco era de Tarija, y
como ellos salen por el sur y son encontrados en el río Mizque,
seguramente estaban dirigiéndose a Tarija.
La segunda cortina de fuego
que crea el Che para proteger a los enfermos es más efectiva, por
lo que consiguen romper el cerco por el sudoeste, donde estaba
antes el sargento Huanca que, por fortuna para los guerrilleros, es
desplazado por Gary Prado junto a todo su grupo.
Concluye así Gary Prado
Salmón después de mi última pregunta:
—Después de esa primera
tentativa de los guerrilleros de romper el cerco, ¿hay una segunda?
—¡Sí!, al poco tiempo lo intentan por segunda vez, pero nuestra
reacción es más violenta, lo que provoca la retirada de ellos al
interior del desfiladero.
Quienes se retiran al
interior del desfiladero son el Che, Willy y Arturo. En ese momento
el Che es alcanzado por tres disparos: uno en la pierna izquierda,
otro le hace volar la boina, y el tercero impacta en la recámara de
su carabina, que le salva la vida. Arturo muere una hora después.
Willy se encuentra ileso, carga al Che herido y sube el
desfiladero.
El buen olfato de Gary
Prado hace que disloque al sargento Huanca y a los soldados Encinas
y Balboa al noroeste, por donde presume que pueden salir. De modo
que, cuando Huanca está instalando su mortero, se cruzan con el Che
y Willy. Sorprendidos, los tres efectivos del ejército tienen una
reacción inmediata, la de encantonarlos, pues no hay necesidad de
intimar la rendición.
El sargento Huanca les
dice:
—¡Suelten las armas! Willy
suelta a su protegido, que se desploma. El Che le dice al
sargento:
—No hay ninguna necesidad
de que le entregue mi arma, está inutilizada.
Encinas piensa que su
prisionero no le obedece y se dirige hacia él a propinarle un
puntapié, diciéndole:
—¡Carajo, me vas a dar tu
arma a la fuerza! Willy se interpone entre los dos, y dice:
—Este es el Comandante Che
Guevara y lo vas a respetar.
Balboa le da un culatazo al
Che en el pecho, y éste le responde:
—No sea cobarde, hombre. No
me golpee. Pero si gusta, dispare.
Los tres quedan mustios, no
tenían idea de la identidad de ninguno de sus prisioneros.
Bernardino Huanca manda a
uno de sus soldados a comunicar a Prado Salmón, que no está a más
de 30 ó 40 metros, la prisión del Che. El capitán llega en menos de
10 minutos y se produce un largo diálogo entre ambos. Antes de
esto, sin embargo, Huanca y sus comandados amarran pies y manos del
Che y Willy con una soga que tenían junto a ellos.
Cuando llega Prado, sin
decir nada, levanta la mano izquierda del Che, comprueba que tiene
una herida de bala, la que había recibido en la Sierra Maestra y de
la cual tenía conocimiento. Le pregunta entonces:
—¿Quién es usted? —esto me
lo refirió en la entrevista.
—Soy Che Guevara —le
responde con voz firme.
Le pregunté a Gary Prado
qué sensación tuvo o qué podía recordar de aquel momento. He aquí
su respuesta:
—Aparenté no darle
importancia y me dirigí al otro: "¿y usted?". "Soy Willy",
respondió. "¿Usted es boliviano?", le pregunté. "¡Sí!", me
respondió. "¿Cuál es su verdadero nombre?". "Simón Cuba", me
dijo.
Ante estas palabras, Gary
Prado entra en contacto con Totty Aguilera, le pide que comnique a
Vallegrande que el Che ha sido hecho preso.
Le pido a Totty Aguilera
que me dé algunos detalles del contacto con Vallegrande:
—¿Qué hora era cuando se
informa de la prisión del Che?
—Difícil precisar, debían
ser las tres o cuatro de la tarde.
—¿Qué medio
utiliza?
—La radio PRC10.
El diálogo según él fue
este:
—Lince a Saturno, repito,
Lince llamando a Saturno, cambio.
(Lince era el código de
Totty Aguilera, y Saturno el del Coronel Joaquín Zenteno Anaya,
Comandante de la Octava División acantonada en Vallegrande).
—Saturno en la línea,
Saturno en línea, puede hablar, Lince, cambio.
—Lince hablando, Lince
informando: Tenemos a Papá —hace una pausa en su relato y me dice—.
Creo que fue la intervención de Dios, porque conseguí comunicarme
fácil y rápidamente, lo que no siempre ocurría.
Esta información retumba en
los oídos de Zenteno Anaya, el radiooperador, y de otras personas
que estaban allí junto al Servicio de Radiocomunicaciones. Todos se
incorporan, se miran unos a otros y piden a Zenteno Anaya que pida
la confirmación.
—¿Dieron crédito fácil y
sin cuestionar mayormente en Vallegrande? —le pregunto.
—No, me pidieron que
confirmara. Ahí utilizo la otra radio, llamo otra vez a Gary Prado
y le digo que de Vallegrande me piden que confirme. Me dice: "Estoy
a su lado, estoy con él".
—¿Preguntaron algo más de
Vallegrande?
—Sí, querían saber su
estado de salud. Llamé a Flaco (apodo de Gary Prado) y retransmití
lo que Prado me indicaba: "Solo tiene una herida en la
pierna".
Retomemos la palabra de
Prado Salmón:
—¿Cuál fue el trato al que
usted llegó con el Che, y él con usted?
—De respeto mutuo. Lo traté
desde el primer momento de "Comandante" y él a mí de "Capitán".
Hubo respeto, primero, porque como oficial profesional tenía que
ser esa mi actitud. Uno conoce las normas de la guerra, y segundo,
no había motivo para que no lo respetara, nunca sentí que debiera
actuar de otra forma.
—¿Cómo descubre y lo trata
a usted de capitán?
—Habíamos establecido que
los oficiales no debíamos llevar nuestros grados, para no ser
víctimas de los guerrilleros, pues en un combate o emboscada ellos
primero matan a los oficiales, para que los soldados queden sin
conducción. Yo tenía un apodo, "Flaco", pero mis soldados no me
llamaban de tal y me dijeron "capitán", no se animaron a decirme
Flaco, el Che oyó y desde ese momento me trató como capitán.
—Usted indica que mandó
amarrarlos, ¿el Che aceptó pasivamente esto?
—No, me dijo: "¡capitán!,
¿no le parece una crueldad tener a un herido amarrado?". Su
pregunta me conmovió y ordené que le desamarrasen las manos.
—En su libro La
Guerrilla Inmolada usted narra largos diálogos sostenidos con
el Che. Independiente de los mismos, ¿ocurrió algún hecho destacado
o anecdótico?
—¡Sí! Al principio de su
prisión, me dijo si podía beber agua de su cantimplora. No lo
permití. Le di de la mía. Tuve miedo que al verse perdido intentase
el suicidio. Hay muchos casos de suicidio en la historia, podemos
recordar por ejemplo la actitud de Himmler que, cuando fue hecho
prisionero durante la Segunda Guerra Mundial, se suicidó ingiriendo
el cianureto de potasio que tenía incrustado en su dentadura.
—¿A qué hora concluye el
combate?
— Suspendí las acciones a
las 17:00 horas.
—A partir del momento de su
prisión, ¿dónde permanece el Che?
—Lo dejé en el mismo lugar
donde fue preso.
—El tiroteo y el combate
continuaba después de la prisión del Che, ¿cómo distribuye su
tiempo en ese intervalo?
—Me desplazaba a uno y otro
lugar, principalmente a mis dos flancos, izquierdo y derecho.
—Usted me ha indicado que
el Che ha sido aprisionado a una distancia máxima de 30 ó 40 metros
de su puesto de comando, esto significa que durante todo el
combate, usted, además de no ser un simple jefe que da órdenes
utilizando estafeta o ayudante de órdenes, está en medio del
tiroteo, ¿verdad?
—En efecto, más de una vez
he sentido silbar las balas por encima de mi cabeza.
—La acción de martillo que
desenvuelve usted con los pelotones de Huanca, de Montero, y con
los refuerzos enviados por Pérez, ¿cómo y cuánto avanza hacia el
yunque?
— El avance era lento,
milimétrico, me han provocado seis muertos y cuatro heridos.
—¿Cómo y a qué hora se
produce su partida hacia La Higuera?
—Partí a las cinco, y
llegué cerca del anochecer.
—¿Cómo fue transportado el
Che?
—Uno de mis soldados lo
ayudó. Su herida no era grave. A usted le consta, no tocó el hueso.
Entonces, como no había fractura, solo provocó lesión muscular, con
una mínima pérdida de sangre.
En opinión de los tres
guerrilleros cubanos supervivientes, los hechos se habrían
producido de la siguiente manera:
—Nosotros creemos que
cuando el Che trató de salir de allí, cuando ya los enfermos habían
podido avanzar hacia otro punto, él se encuentra con que el
ejército ha concluido el cerco y que tiene a su gente situada en el
centro. Choca de frente con esa gente que, como después supimos,
formaba la Sección del Sargento Huanca. Se enfrenta a ellos, que
tienen emplazamientos de ametralladora, y logran herir al Che.
Entonces, el grupo de cubanos que estaba allí hace resistencia,
mientras Willy logra subir con Che a la loma por donde tenían que
retirarse. Se ocultan, pero poco después los localizan. Todo parece
indicar que los encuentran fortuitamente, no porque los estuvieran
rastreando, sino porque un grupo de soldaditos iba a instalar un
mortero cuando de repente choca con las fuerzas del Che... Toda
aquella zona es como una herradura, es la herradura de La Higuera,
que es todo un sistema, una cordillera completa que hace una
herradura y muere en torno al río Grande.
Hace una pausa y
prosigue:
—El Che choca con una
sección de esa compañía, la Sección que estaba al mando del
sargento Huanca. El Che antes se hubiera defendido de cualquier
otra sección que bajara por allí. El sargento Huanca hace con su
gente el movimiento ese de soldados que pasan por detrás de
Benigno, ellos son los que ven moverse a Urbano, los que bajan por
detrás y caen al Yuro, y los que impiden que el Che pueda salir por
donde salieron los otros compañeros, por donde salieron los
enfermos. Porque por la quebrada del Yuro baja una tropa que viene
detrás del Che. Cuando el Che sale de su posición inicial hay una
tropa que avanza por detrás de él, por lo se ve en la necesidad de
defenderse de esta sección, entonces es cuando resuelve dividir a
su gente. Ahora, ¿qué pasa? Que la otra sección que baja por el
flanco izquierdo cae también a la quebrada del Yuro. Cuando el Che
va saliendo choca con ella. Pero cuando esa sección logra llegar al
Yuro, los enfermos ya habían pasado por allí. Por eso es que los
enfermos se van del cerco. ¿La correlación de fuerzas? Bueno, de
diez a uno.
DE LAS 15:00 A
LAS 16:00 HORAS
Como el subteniente Totty
Aguilera era el jefe de comunicaciones, le pregunté si los aviones
AT 6 se utilizaron con el fin de atemorizar al enemigo o de
bombardearlo. Responde:
—Vi aviones dando vueltas
sobre la zona, por casualidad ellos también tenían la misma
frecuencia con la PRC10 tierra y aire. Al ver los aviones, digo:
"Tenemos una frecuencia para los aviones, a ver, traten de
identificar su frecuencia". Y justamente estaba pilotando uno de
los aviones Gonzalo Dalence, vallegrandino, un compañero mío, que
reconoce mi voz y me dice: "Totty, Totty, ¿qué piensan hacer?", le
digo:"Vamos a bombardear". Me responde: "No sean bárbaros, cómo nos
van a bombardear también a nosotros, ustedes no saben dónde están
los guerrilleros y dónde nosotros. No hagan eso". Por suerte, hice
esta comunicación con mi compañero de curso, Buby Salomón, dieron
entonces media vuelta y se fueron. Al rato llegó el helicóptero,
que aterrizó para llevarse a los heridos (los mismos que entrevisté
cuatro días después).
Subteniente Totty Aguilera con el aparato de
radio.
17:00
HORAS
Gary Prado Salmón da la
orden de suspender el ataque y se repliega en La Higuera con toda
su tropa y con el Che herido.
¿Cuál es el corolario que
supone el error de que el Ejército desperdiciara cuatro o más horas
y ordenara el repliegue en La Higuera?
1) La guerrilla sufre 7
bajas en el mismo día. Dos son conducidos vivos a la escuela de La
Higuera, otros dos mueren, y 3 permanecen en la Quebrada del Churo,
cuyos cadáveres serían conducidos el lunes 9 a Vallegrande.
2) 10 sobreviven. De entre
ellos, 6 salen esa misma noche hacia el norte, donde durante el día
estaba el teniente Carlos Pérez. Llegan a 200 metros de la escuela
de La Higuera, donde se encuentra preso el Che. Ellos son: Inti,
Ñato, Benigno, Darío, Urbano y Pombo. De estos sobrevivirían 5, los
cuales causarían al ejército, en aproximadamente dos meses,
alrededor de 20 bajas entre muertos y heridos. De los otros 4, 3
están enfermos: Moro, Eustaquio y Chapaco, que son conducidos por
Pablito. Se dirigen hacia el sudoeste, y son exterminados 4 días
despues junto al río Mizque. Cuando el ejército los ubica, los mata
a todos sin entablar combate, a morterazos, sin aproximarse
siquiera a los guerrilleros, y el ataque final lo hacen solo
despues de haber enviado un torrente de morteros. Esta misma
conducta podría haber sido adoptada por Gary Prado Salmón a las 9
de la mañana, que podría haber ordenado el avance después de
algunas horas, cuando los morteros ya podían haber matado a varios
guerrilleros siguiendo la táctica militar conocida como
"ablandamiento". Si esto no se podía hacer hasta las 9, por no
tener la certeza de la ubicación del enemigo, podría sin embargo
haberse realizado a la una y media o dos de la tarde, cuando ya se
tenía conocimiento exacto de la ubicación de los guerrilleros, en
cuyo momento se podía replegar el yunque y enviarles el martillo
ininterrunpidamente al área donde estaban cercados. Leamos lo que
dice al respecto Prado Salmón en la página 191 de su libro:
Están
enbotellados en un tramo de unos 200 metros de la quebrada, que
tiene adecuada cobertura vegetal, pero no ofrece buenas
alternativas de salida, ya que las márgenes, además de ser
abruptas, terminan en descampados desde donde pueden ser observados
fácilmente.
3) El ejército tiene 6
muertos y 4 heridos. Si hubiese sido hecho un bombardeo en la
mañana, sus bajas podían ser igual a cero, con lo que se habría
evitado la salida de 6 supervivientes, los mismos que le causaron
tantas bajas en dos meses de fuga.
4) Parece que el Che hubiera
previsto esta situación, pues en la madrugada de este día dice a su
tropa lo que ya se ha mencionado antes pero que conviene
recordar:
—Si nos atacan entre las
diez de la mañana y la una de la tarde estamos en profunda
desventaja. Si nos atacan entre las 13:00 y las 15:00 horas
tendrenos más posibilidades de neutralizarlos —y concluye—. Si el
combate se produce después de las tres de la tarde, las mayores
posibilidades son nuestras, ya que la noche caerá luego y, como la
oscuridad es nuestra aliada, romperemos el cerco.
5) Gary Prado comete dos
graves errores: no ataca a las 9:30, cuando el "Cerco
táctico-operativo" está totalmente completo y, en lugar de mantener
el cerco toda la noche y de enviar al Che prisionero, se repliega
en La Higuera con más de 10 soldados, permitiendo con esto la
salida del cerco de 10 guerrilleros, 6 de los cuales les causarían
20 bajas en su fuga del Churo hacia Cochabamba.