Imagen del Che en La Habana. Su presencia e imagen aún vive entre la gente.
Pese a que con respecto a la identidad de Ernesto Che Guevara no había ninguna duda, Félix Rodríguez, el agente de la CIA, recibe una llamada desde Virginia-USA, en la que le dicen:
—Queremos que le corten la cabeza y las dos manos. Nos traes las dos cosas.
Félix Ramos hace el pedido directamente al general Alfredo Ovando Candia, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, y este transmite la orden al coronel Joaquín Zenteno Anaya, Comandante de la VIII División del Ejército acantonada en Vallegrande, quien responde al jefe militar:
—Mi general, yo soy católico, acepto que le corten las manos, pero no la cabeza.
—Entonces sáquele un molde de la cara.
En efecto, la noche del martes 10, alrededor de las 23:00 horas, van a la lavandería varios militares con los médicos Moisés Abraham Baptista y José Martínez Casso, el director del hospital.
Como las manos del Che se encontraban en un avanzado estado de descomposición, intuí que eso se debía a algún problema técnico en el proceso de formolización pues, si el mismo hubiese sido hecho siguiendo criterios profesionales adecuados, no habría llegado al estado de putrefacción en que fue encontrado, pues en formol se pueden conservar piezas humanas en perfecto estado durante décadas.
Intrigado por esta cuestión, en noviembre de 2006 busqué a la enfermera Suzana Osinaga, la persona que le inyectó el formol en la tarde del lunes 9 de octubre de 1967:
—¿Usted fue quien preparó el formol para inyectárselo al Che?
—¡Sí! —me responde sin titubear.
—¿Qué disolución hizo y qué cantidad de formol preparó en aquel irrigador blanco, viejo y desportillado de donde salía un catéter que los médicos Moisés Abraham Baptista y José Martínez Casso le inyectaron en la arteria carótida derecha del Che?
—Preparé un litro de formol, y diluí con medio litro de agua.
—¿Por qué una cantidad tan pequeña, si la cantidad total inyectada debe ser mayor?
—Porque no teníamos más formol que eso —sentencia.
Los dos médicos llevan en una caja instrumental quirúrgico y proceden a la desarticulación del espacio que separa la extremidad inferior de los huesos del antebrazo, cúbito y radio, de los huesos del carpo y metacarpo que forman la mano.
Comienzan por el lado derecho y por la región dorsal, de modo que, cuando cortan los tendones extensores, debido a un fenómeno propio de física, sus antagonistas, que son los tendones flexores, al no tener un contrapeso del otro lado, hacen que la mano del Che se contraiga.
José Martínez Castro le diría al corresponsal de guerra de El Diario de La Paz, Augusto Sánchez:
—El Che se me ha despedido.
Cortadas las dos manos, las colocan en un frasco con formol.
El doctor Martínez Casso, director del hospital, recibe además por parte del coronel Joaquín Zenteno Anaya, la orden de hacer un molde del rostro del Che.
El director del hospital no sabía cómo hacerlo ni qué material utilizar, pues jamás había realizado una operación similar, de modo que busca a su colega, el doctor Baptista, y ambos barajan la posibilidad de utilizar yeso o geltrate, utilizado por los dentistas en la toma de impresiones dentales. Buscan entonces al odontólogo de la ciudad, y le dicen:
—Doctor, necesitamos hacer una máscara del rostro del Che, ¿qué material podemos utilizar y cómo proceder?
—No se debe usar yeso, se puede sacar el molde con geltrate, que es un mercaptano.
—Proporciónenos entonces y díganos cómo proceder —le dice el director.
—Requieren de un molde rígido, en cuyo interior deben colocar el geltrate y presionar sobre el rostro, solamente así es posible sacar esa máscara. Nosotros, en odontología, para sacar el negativo de la dentadura utilizamos un molde de fierro.
—Entonces proporcionenos y enséñenos cómo proceder.
—No tengo la suficiente cantidad de geltrate como para sacar la máscara de un rostro.
—¿Qué consejo nos da entonces, si no podemos usar ni yeso ni geltrate?
—Pueden usar cebo, utilizado en la fabricación de velas.
—¡Ah, ya sé! —dice Martinez Casso..
Se van al mercado y allí compran una buena cantidad de cebo.
Víctor Zanier Valenzuela, el hombre que lleva a Cuba lo que hoy en día se conoce como "La mascarilla del Che", me comentó en 2001 que dicha máscara no era buena, pues había lugares huecos, y tenía además cabellos, cejas, pestañas y barba del Che. Resolví preguntar a la enfermera Suzana Osinaga, que ayudó en la formolización del Che:
—Dígame, señora Osinaga, ¿sabe usted cómo le toman la mascarilla al Che? —Detalles no sé, no he visto nada.
—Pero, ¿no sabe usted nada?
—Poca cosa.
—¿Por ejemplo?
—Después de la media noche del martes 10 tocó a mi puerta el portero, Felipe, que me dijo: "Estoy haciendo hervir una olla con cebo de las velas", "¿Para qué es el cebo?", le pregunté, "Para hacerle una máscara al Che", me dijo.
—No sé si usted sabe que la máscara tomada no fue buena.
—Sí. El portero me contó que hizo hervir el cebo en una olla, se lo colocaron casi hirviendo, y cuando se enfrió y la sacaron salió con parte del "cuero" de su cara. Dicen que su aspecto era tétrico.
—¿Qué hicieron entonces?
—El portero les aconsejó utilizar algún aislante, vaselina, o algún tipo de crema para evitar que saliera el "cuero". Después hirvió otra olla de cebo y se la entregó a los dos médicos.
—¿Utilizaron ese aislante?
—No sé —me respondió.
Terminado este macabro ritual consistente en cortarle las manos y en hacerle su mascarilla, lo que les llevó unas dos horas, observaron que la máscara estaba llena de imperfecciones, pues había partes gruesas, otras más delgadas, e incluso había partes tan finas que prácticamente parecían agujeros. El jefe militar les pidió que abandonaran la lavandería, debían de ser aproximadamente las tres de la madrugada, pues a esta hora el portero, Felipe, toca nuevamente en la puerta de la enfermera Suzana Osinaga, y le dice:
—Doña Suzana, se están llevando al Che.
En efecto, lo cargaron junto con otros cadáveres, los pusieron encima de una volqueta, y los llevaron al aeropuerto para enterrarlos.
Entre los días 11 y 15 de octubre de 1967 la prensa boliviana e internacional repitió reiteradas veces mi denuncia: "El médico de Valle grande ha dicho que el Che no ha muerto en combate, que ha sido asesinado y rematado a quemarropa". Solo que ninguno de los dos médicos citados era el autor de la denuncia, sino yo. Me confundieron con uno de esos médicos. Entonces, el Ejército les obligó a que firmaran una supuesta autopsia que nunca hicieron. Pidieron que viniesen de la Argentina peritos de identificación. Estos examinaron las manos cortadas del Che, tomaron nuevas impresiones digitales, las compararon con las que tenían en su poder de la Argentina, y emitieron un comunicado confirmando que las manos que les fueron proporcionadas eran, efectivamente, de Ernesto Guevara de la Serna. Estos certificados se entregaron a la prensa el día 15 de octubre de 1967.
El ex-ministro Antonio Arguedas ha muerto fruto de un atentado realizado en La Paz el año 2001. Antes de esta fecha ya había sufrido dos atentados.
Foto: Archivo del autor.
Las manos y la mascarilla estaban en el Ministerio de Gobierno, su titular, Antonio Arguedas, preguntó más de una vez al general René Barrientos Ortuño, Presidente de la República, y al general Alfredo Ovando Candia qué harían con las manos y la mascarilla del Che. Como no había ninguna duda de que el cadáver expuesto en Vallegrande correspondiera a Ernesto Che Guevara, la CIA no insistió más en dichas piezas. Durante casi dos meses la respuesta de los jefes militares era siempre evasiva a la pregunta de Antonio Arguedas, pero este, por razones que luego se comprenderían, persistió tanto, que un día el general Alfredo Ovando Candia le dijo: "Haz lo que quieras".
Las manos estaban en un frasco de formol, y la mascarilla envuelta en una servilleta. Entonces, Antonio Arguedas compra una caja de zinc y los coloca dentro. Se dirige a la calle Zagárnaga, donde se venden piezas de artesanía, y compra una caja con motivos tiwanacotas.
Esta fotografía ha sido tomada el mes de enero de 1968, cuando Antonio Arguedas resuelve esconder en su casa dichas manos y la mascarilla del Che. Como vio que el estado era tétrico y con la intención de que no continuase deteriorandose, las colocó en un nuevo frasco con mayor cantidad de formol.
Foto: Archivo del autor.
En 2002 busqué a Carlos Arguedas, hijo del ministro asesinado unos meses antes, y le pedí que me hiciera una declaración referente a las manos y la mascarilla del Che. He aquí su testimonio:
—Sé, por referencias de Víctor Zanier Valenzuela, que su papá le entregó a él no solo el diario del Che, sino también sus manos y su mascarilla en el año 1969. ¿Qué sabe usted de eso?
—Un buen día, mi papá, que estaba internado en el hospital como consecuencia de un atentado criminal, me dijo que le entregara dichos objetos a Víctor Zanier, le pregunté dónde estaban, y me indicó que estaban en nuestra casa, en Sopocachi (un barrio de La Paz), en su oficina, en un lugar con doble fondo.
—Encontrarlos ¿fue fácil, o hubo dificultades?
—No fue fácil. Demoré más de una semana en encontrarlos, pues había sido enterrado y sepultado bajo concreto en el piso y, como mi papá estaba internado, no podía él personalmente indicarme el lugar exacto. Lo que me ayudó al final, es que indicó que estaba debajo de un ropero empotrado.
—¿Dichas manos y rostro tenían alguna protección especial?
—¡Sí! Estaban dentro de una caja de madera con motivos tiwanacotas, lindísima, al centro tenía una placa de oro donde decía: "Ernesto Che Guevara, 1928-1967". Saqué la plaqueta y la metí en mi bolsillo, abro la caja y encuentro otra plaqueta de plata en su interior con la misma leyenda, era una caja herméticamente cerrada de zinc. Al lado izquierdo estaba la bandera de Argentina, y al lado derecho, la de Bolivia. Ambas placas las entregué a mi mamá.
—¿Su impresión al ver eso?
—Era impactante, porque más que ver las manos y la caja tiwanacota, habían pasado la imagen de la mascarrilla en negativo del Che, y las manos semidestruídas con aspecto macabro, me impactó muchísimo.
—¿Qué hizo a continuación?
— Volví a enterrar todo con mi madre.
—¿Cómo llegan las manos y la mascarilla a manos de Víctor Zanier Valenzuela?
—Mi papá me instruyó que buscase a este señor y que se las entregara a él. Lo encontré y fuimos con él a mi casa para desenterrar de nuevo.
—¿En qué estado se encontraban las manos?
—Como le dije anteriormente, cuando abrimos la caja ahí vimos las dos manos dentro de un frasco de formol, en total descomposición.
—¿Qué hicieron después?
—Lo metimos en un maletín con plastoformo, agarramos un taxi, y Víctor Zanier se fue con la caja de zinc y su contenido.
¿A qué se debió este horroroso aspecto? A varios factores. Primero, en aquella época no había bisturí de láminas descartables como hoy en día. En los centros quirúrgicos la instrumentista colocaba dos bisturís para el caso de cirugías grandes y, en esta ocasión, los dos médicos tenían un solo bisturí con la punta defectuosa, lo que les dificultó el corte. Segundo, la proporción de formol utilizada fue insuficiente, le inyectaron menos de la tercera parte necesaria para la conservación. Normalmente se utiliza una proporción de entre el 60 % y el 70 % de formol, y entre un 30 % y un 40 % de agua; y se inyecta entre 3 y 5 litros, y no litro y medio, que fue lo que hicieron. Debido a ello, el formol no llegó a todos los tejidos del cuerpo, particularmente a las extremidades, por lo que entró en proceso de putrefacción.
La descripción que me hace Carlos Arguedas coincide con la que me hizo en la misma época Santiago Feliu, Consejero Político de la Embajada de Cuba en Bolivia, quien me manifestó que, en un principio, pretendían restaurar sus manos y exponerlas en una urna especial en Cuba pero, pese a todos los esfuerzos realizados, fracasaron, y como no consiguieron su objetivo, nunca se mostraron al pueblo cubano.
Con respecto a la mascarilla, hubo la intención de hacer una réplica en cobre o en bronce y divulgarla al mundo, como manifestó el propio Fidel Castro en 1971 en la visita que hizo a Chile cuando los miembros de un sindicato preguntaron sobre el tema. Interrogué a Santiago Feliu si sabía dónde se encontraban ahora esas piezas. Me respondió que lo desconocía. La respuesta a esa pregunta la conoce solo Fidel Castro.