¿Por qué es considerado el Che un
mito? Esta respuesta es fácil y difícil al mismo tiempo, y dicha
atribución es aprobada por unos y reprobada por otros. Pedro Suz
K., un alto exponente ............... de la cinemateca boliviana,
refiere:
Mito, se sabe que
es un ingrediente insoslayable para la construcción de cualquier
identidad.
Pero no es igual el
Mito, así con la solemnidad de la memoria colectiva, no es lo mismo
que el simulacro de mito estampado en la polera, traficado en
afiches, llaveros, carátula y hasta lociones para después de
afeitar dotados del poder milagroso de la seducción
irresistible...
SURGE LA
PREGUNTA
Si el Che es un mito, ¿cuándo
nace el mito? La respuesta, para la gran mayoría de sus
historiadores y biógrafos, está en que nace el mito el mismo día en
que muere el hombre, vale decir, el 9 de octubre de 1967. El
periodista y escritor Tomás Eloy Martínez dice al respecto:
Nadie sabe el
momento preciso en que nacen los mitos, porque todo mito tarda
décadas o siglos en encender los sueños de los hombres. El del Che
Guevara, sin embargo, brotó ese mismo 9 de octubre de una manera
clara, y fue —como el de Cristo— una creación de sus enemigos. La
imagen que la Historia ha retenido de Cristo es inseparable de los
símbolos de su calvario: la cruz del Gólgota, la corona de espinas,
la lanza en el costado derecho, el manto que los centuriones
apuestan a la suerte de los dados. La eternidad del Che está unida
a la batea de La Higuera donde yacía su cadáver, a la sonrisa entre
irónica y desamparada del fin, a la barba rala y a los ojos
entreabiertos que expresaban, sin rencor, la soledad de los
vencidos. (Tomás Eloy Martínez, Presencia, personajes,
12)
Los días 9 y 10 de octubre de
1967, cuando su cadáver se encontraba en la lavandería del Hospital
Nuestro Señor de Malta, fue comparado por la mayoría de las
personas que lo vieron con Jesucristo. Este hecho se debe a
diversas razones, entre las cuales puedo citar: su rostro era
angelical, sereno, bello, con cabello y barba crecida, tal y como
los artistas retratan a Jesús. Su aspecto físico y su vestimenta,
capaces de impresionar a cualquier observador, demostraban cómo un
hombre que tenía el poder y la gloria en Cuba, en un gesto
inusitado y sorprendente, se despoja de todo y, anónimamente, se va
a la selva boliviana, donde dará su último suspiro con un ropaje
patibulario; surgía pues fácilmente la idea de que el hombre había
tenido que pasar por un calvario antes de morir.
El padre brasileño Frei Betto
dice:
La Revolución
Cubana es uno de los mitos de mi generación. Y la figura de Ernesto
Che Guevara, con los ojos firmes vueltos para el futuro, uno de sus
principales iconos. (...) había mucho de seductor en la estampa de
Ernesto Guevara, con aquella sonrisa burlona que desconcierta al
enemigo, los ojos altivos bajo la boina azul polarizada por la
estrella, fijos en la utopía de la liberación de la Patria
Latinoamericana. Cuando se es joven, a una buena causa le basta el
diez por ciento de razón, el cuarenta de emoción y el cincuenta de
estilo, ese "saber vivir" con que los vencedores arrancan de los
pobres mortales una admiración incontenida y una envidia
secreta.
Y concluye en la entrevista
dada al periodista Luis Suárez Salazar (Luis Suárez Salazar, Ivette
Suazo, y Ana María Paellón, Che, América Libre, julio
1967, 20):
La figura más
paradigmática producida por la Revolución Cubana fue Ernesto Che
Guevara.
Frei Betto, en junio de 2004,
cuando se presentaba uno de mis libros sobre el Che, dijo en su
discurso:
¿Ustedes
saben que lo que el hombre más desea en la vida no es ni dinero ni
sexo? Lo que el hombre más desea en la vida es ¡el poder! Y el Che
abandonó el poder y la gloria para internarse en las selvas de
Bolivia como un soldado anónimo.
El actual vicepresidente
boliviano Carlos D. Meza Guisbert escribió en 1997:
Pensamos
entonces, treinta años después, en el hombre de la boina negra y la
estrella solitaria y los ojos de infinito y la melena al viento y
la certidumbre en el rostro, y nos subyuga el icono, nos enamora el
mito, nos embruja una imagen que se forjó sobre la base de la
santidad revolucionaria. Si católico, el Che hubiese sido sin duda
consagrado Santo.
(...) Pero
el Che vive, a pesar de esas derrotas terribles e incuestionables,
a pesar de que es imposible sostener mínimamente la vigencia de un
sistema político, social y económico, que no solo no fue justo, que
no solo fracasó estrepitosamente en lo económico, sino que además,
terminó en dictaduras implacables. ¿Por qué? Quizás porque nos
fascinan los hombres puros y transparentes, y el Che Guevara lo
era. (La Razón, 5 de octubre de 1997, 6)
El expresidente boliviano
Jaime Paz Zamora escribió en 1997:
Ni el
momento culminante de su muerte, ni su derrota militar,
significaron su defunción histórica o su fracaso humano. Hoy, el
Che Guevara vive como paradigma en millones de hombres y mujeres de
este planeta. Y su existencia está significada por el valor
inmanente de quien pone la vida misma por los demás, por los otros,
por el pueblo. Con los ojos de nuestro tiempo, podemos decir que el
Che Guevara alcanza la categoría de héroe mítico porque fue
abanderado de la dignidad y la soberanía de los pueblos. (La
Razón, 5 de octubre de 1997, 6)
El Premio Nobel de
Literatura, José Saramago, dice:
Fue visto
como un Cristo que hubiese descendido de la cruz para descrucificar
a la humanidad, como un ser dotado de poderes absolutos que fuera
capaz de extraer de una piedra el agua con que se mataría toda la
sed, y de transformar esa misma agua en el vino con que bebía el
esplendor de la vida.
Y todo eso
era cierto porque el retrato de Che Guevara fue, a los ojos de
millones de personas, el retrato de la dignidad suprema del ser
humano.
Pero fue
también usado como adorno incongruente en muchas casas de la
pequeña y de la media burguesía intelectual portuguesa.
(...) Una de
las lecciones políticas más instructivas, en los tiempos de hoy,
sería saber lo que piensan de sí mismos esos militares y millares
de hombres y mujeres que en todo el mundo tuvieron algún día el
retrato del Che Guevara a la cabecera de la cama, o en frente de la
mesa de trabajo, o en la sala donde recibían a los amigos, y que
ahora sonríen por haber creído o fingido creer. Algunos dirían que
la vida cambió, que el Che Guevara, al perder su guerra, nos hizo
perder la nuestra, y por tanto era inútil echarse a llorar como un
niño a quien se le ha derramado la leche. Otros confesarían que se
dejaron envolver por una moda del tiempo, la misma que hizo crecer
barbas y alargar melenas, como si la revolución fuera una cuestión
de peluqueros. Los más honestos reconocerían que el corazón les
duele, que sienten en él el movimiento perpetuo de un
remordimiento, como si su verdadera vida hubiese suspendido el
curso y ahora les preguntase, obsesivamente, a dónde piensan ir sin
ideales ni esperanza, sin una idea de futuro que diese algún
sentido al presente.
El Che
Guevara, si tal se puede afirmar, continuó existiendo después de
haber muerto. Porque el Che Guevara es solo el otro hombre de lo
que hay de más justo y digno en el espíritu humano. Lo que tantas
veces vive adormecido dentro de nosotros. Lo que debemos despertar
para conocer y conocernos, para agregar el paso humilde de cada uno
al camino de todos. José Saramago, Presencia literaria, 8
de junio de 1997, 5)
El director de opinión
diario cochabambino, Edwin Tapia Frontanilla, escribe: "El Che
perdió la guerrilla pero conquisó la Historia." ¿Por qué designan
toda la zona de guerra como a San Ernesto de La Higuera? Por su
aspecto similar al de Jesucristo. El conocimiento lento y paulatino
de sus pobladores de las virtudes que el Che poseía en vida libertó
la imaginación de cada uno de ellos. Alguien comenzó a ponerle una
vela en una foto comprada a escondidas a los fotógrafos
vallegrandinos que lo retrataron el día 10 de octubre, alguien
comenzó a orar y a hacerle uno y otro pedido, y el mismo,
aparentemente, era concedido. "Entonces, si quien oraba junto a su
retrato era atendido en su solicitud, el Che era un santo, hacía
milagros". Su primer milagro, que nadie es capaz de identificar
cómo, cuándo y dónde se produjo, sirvió para que otros pobladores
le hicieran rogativas: encontrar a un mulo que se le perdía, un
pedazo de tierra que producía poca patata y debía incrementar, una
súplica para que un familiar sanara de una determinada enfermedad,
etc. Así, de manera particular, los campesinos sacralizaron al
Che.
Desde 1966 he visitado unas
diez veces Vallegrande y La Higuera, y en la mayoría de las casas
de los campesinos que he visitado a partir de la década de 80,
además de encontrar algún talismán atribuido como pertenencia del
Che, he escuchado las historias más inverosímiles, excéntricas y,
cuando no, estrambóticas, de algún prodigio atribuido a él. Hay
pobladores que al llegar a sus casas ven en primer lugar el retrato
del Che, y cuando ingresan se persignan haciendo una genuflexión.
La fe de esta gente en el espíritu del Che es real, las historias
que cuentan sobre sus milagros están regadas de un fuerte
esoterismo, de una presencia metafísica. "El Che es un Santo" juran
los vallegrandinos y los pobladores de Pukara, La Higuera y
Ñancahuazú.
En Ñancahuazú, en la copa de
un árbol que servía de puesto de observación, hay una foto con la
mayoría de los libros escritos sobre el Che. Los vecinos ponen
velas al pie del mismo y rezan oraciones con inusitada frecuencia,
lo que presencié en uno de los viajes que realicé en la década del
90.
El 8 de octubre de 1997,
cuando se le rendían homenajes al Che al cumplirse 30 años de su
muerte, viajó junto a mí desde Santa Cruz hasta Vallegrande una
señorita de aproximadamente unos 25 años de edad. Llegamos en la
madrugada del día 9, no había espacio en los pocos hoteles y
alojamientos de la ciudad; entonces, la comisión de recepción de
los actos de conmemoración nos condujo a unas 20 personas a las
instalaciones de un orfanato dirigido por unas monjitas
maravillosas, donde ellas albergan con amor a niños huérfanos. Me
llamó la atención ver en la puerta de entrada el retrato del Che.
Me resultó curioso ver la imagen de un ateo confeso en la casa de
Dios. Pero no solo fue eso. Aquella muchacha, el día que
abandonábamos Vallegrande, se me aproximó y me pidió una
colaboración para retornar al Beni, una ciudad situada a cerca de
500 kilómetros de Vallegrande. No tenía un solo centavo en el
bolsillo. Le pregunté comó y por qué había venido con tan poco
dinero:
—Es el espíritu de San
Ernesto de La Higuera el que me ha traído.
—¿Cómo? —le dije.
—Estudio Derecho en el Beni.
La universidad resolvió enviar una comisión a Vallegrande y, como
todos éramos pobres, se resolvió hacer fiestas, rifas, etc., y yo
participé activamente en todo eso.
—Entonces, ¿viniste gracias
a esas actividades?
—Sí, pero no fui elegida
entre los dos representantes, entonces oré toda una noche invocando
el espíritu del Che, pidiendo que me llevara a Vallegrande. Al día
siguiente volví al Centro Universitario, reclamé, insistí para que
me permitieran venir, y me dijeron finalmente que solo me pagarían
el pasaje de ida hasta Vallegrande, que mis gastos de permanencia y
retorno debía resolverlos yo.
—¿Cuánto dinero
juntaste?
—Poquísimo, no sé cuánto,
pero no me alcanza para pagar aquí el orfanato y para retornar al
Beni.
—¿Resolviste correr este
riesgo?
—¡Sí! Quien me ha traído es
el espíritu del Che. ¡Es San Ernesto de La Higuera! Casi 40 años
después (estoy escribiendo el 11 de diciembre de 2006) aún retumba
en mis oídos una frase premonitoria y profética dicha nada más y
nada menos que por quien combatió al Che y dirigió a distancia su
derrota militar. Me refiero al coronel Joaquín Zenteno Anaya que,
la noche del 9 de octubre de 1967, aproximadamente a las 22:00
horas, cuando estuve cenando en el Hotel Teresita, se encontraba en
una mesa aledaña acompañado por el general Alfredo Ovando Candia y
otros altos jefes militares. Zenteno Anaya dijo en un determinado
momento:
—El cadáver del Che tiene
que desaparecer, porque si no ocurre así, su tumba se convertirá en
un santuario, los rojos lo convertirán en un lugar de
peregrinación.
Después de 30 años, cuando
se encontró su cadáver, cientos de miles de personas hasta hoy en
día han visitado la lavandería y su tumba, y continuarán
visitándolas por muchísimo tiempo, pues ahora la Alcaldía de
Vallegrande ha construído un mausoleo —que aún está en
construcción— en el mismo lugar en el que se encontraron sus
restos.
Mausoleo del Che. Foto del autor.
Pero la peregrinación no se
hace solo a la lavandería y a su tumba, pues peregrinos de todo el
mundo le dedican una misa casi todos los días en la catedral de
Vallegrande (esta información me la dio una vallegrandina).
Intrigado por este hecho, me dirigí a la parroquia.
Primero encontré a la
secretaria, a la que pregunté al respecto de las misas, lo cual me
confirmó. Abrió la agenda y vi que su nombre estaba escrito en
prácticamente todas las hojas del calendario. Después busqué al
párroco quien, además de confirmármelo, me refirió que dichas misas
eran realizadas no solo a petición de los bolivianos, sino de
ciudadanos de todo el mundo.
CASA DEL
TELEGRAFISTA
Esta casa es citada en el
diario del Che el día 26 de septiembre de 1967, cuando
escribe:
Al llegar a La Higuera, todo
cambió: habían desaparecido los hombres y solo alguna que otra
mujer había. Coco fue a casa del telegrafista, pues hay teléfono, y
trajo una comunicación del día 22 en el que el Subprefecto de Valle
Grande comunica al Corregidor que se tienen noticias de la
presencia guerrillera en la zona y que cualquier noticia debe
comunicarse a Vallegrande, donde pagarán los gastos.
Casa donde vivía el telegrafista Félix
Hidalgo y donde ahora reside un matrimonio francés. Aquí el autor
con la esposa de Juan Lebras, el nuevo propietario de esta
histórica casa.
Esta citación del Che hace
famosa esta casa, donde, a partir del domingo 8 de octubre de 1967,
duermen los jefes militares hasta abandonar la zona. Al día
siguiente, 9 de octubre, sobre una mesa, el agente de la CIA, Félix
Rodríguez, fotografía el diario del Che y otros documentos, lo que
es citado por este agente en su libro y por todos los jefes
militares llamados a dar su testimonio ante la justicia militar en
la ciudad de La Paz, cuando se le siguió al ex-ministro Antonio
Arguedas un juicio por "Infidencia".
En esta casa vivía la familia
Hidalgo, la única que pudo albergarme cuando fui en dos ocasiones a
vacunar a sus pobladores ejerciendo así mi año de provincia como
médico del Ministerio de Salud.
Cuando visité esta casa hace
un mes (me refiero a noviembre de 2006) fui invadido por un fuerte
impacto emocional al recordar un pasado distante, no solo por mi
presencia aquí, sino también por haber sido el lugar donde se
produjeron unos hechos históricos tan importantes.
Esta casa está situada a unos
100 metros de la escuela de La Higuera. Allí vivía el telegrafista
Félix Hidalgo junto a su familia. Era el único campesino
propietario de una pequeña hacienda con 7 mil metros
cuadrados.
En el año 2003, un matrimonio
francés admirador del Che, resuelve visitar La Higuera, donde
acampan. El propietario de esa casa, que ya no era la familia
Hidalgo, le ofreció vendérsela, y después de una negocicación que
dura 2 semanas, el inmueble es adquirido. El matrimonio decide
conservarlo tal como era hace casi 4 décadas, solo hacen una
pequeña remodelación en el interior de las habitaciones e instalan
una placa de energía solar. Además, atienden a los turistas que,
como ellos, deseen visitar el lugar, ya sea por su importancia
histórica como por el contacto con la naturaleza.
Juan Lebras, el nuevo
propietario, me dice:
—Compramos la casa por ser
histórica en primer lugar, por eso la preservamos tal como era y,
segundo, queríamos establecer una base en Sudamérica, para dejarle
al turista un lugar para descansar. Como somos viajeros, sabemos lo
que necesita la gente en un viaje a La Higuera, ¿por qué no
restaurar la casa?, pensamos. En el exterior no hemos hecho nada,
pero el interior lo hemos remodelado.
—¿Cuándo la inaugura? —le
pregunto.
—El mes de octubre de
2004.
—¿Qué tipo de gente visita
esta casa?
—La gente que va a La
Higuera no son turistas que buscan algo como Río de Janeiro, por
ejemplo, o como visitar una catedral o un monumento, el turista
viene para oler algo, para conocer y sentir algo de la historia del
Che. Son turistas que vienen a conocer el lugar del último combate
del Che. Solo llegar hasta aquí es una aventura para ellos.
—¿Qué tipo de gente la
visita? ¿Hay algo que le haya llamado especialmente la atención
sobre los visitantes?
—Viene gente de todo tipo,
llegan ora en ómnibus, ora en camión, ora en motocicleta, inclusive
en bicicleta los más jóvenes y los más aventureros o admiradores
del Che. Llegan de los dos sentidos, digo de los dos sentidos
porque antes solo había la carretera que venía de Vallegrande,
ahora hay una nueva carretera que viene desde Sucre.
—¿Qué proporción de gente
viene?
—A veces, cuando hay
movimientos sociales, bloqueos o falta de diesel, no viene nadie.
Otras veces vienen cada día varios turistas de Sucre, Santa Cruz,
Samaipata, del extranjero... Directo por el nuevo camino de Sucre,
haciendo la vuelta de Latinoamérica.
—¿Qué ofrecen a los turistas
o a las personas interesadas en conocer la historia del Che?
—En los caballos los
llevamos al Churo, bajamos al lugar del combate, el cual me ha
hecho conocer el campesino Manuel Cortez, al que usted ha
entrevistado varias veces.
—Según este campesino, y por
los análisis que hace usted, ¿cómo está el lugar en relación a
1967?
—La primera vez fui con
Manuel al lugar del combate, después me he dado cuenta, estudiando
lo que dicen los protagonistas y el diario del Che, que ya no está
como antes. Profundicé en mis investigaciones.
Me fui solito con mi
mochila, mi cámara, mis papeles y con el croquis que me hizo
Benigno en Francia para llegar al lugar exacto. Me he quedado
muchas veces en la quebrada, durmiendo allá, encontré sus
campamentos entre los días 26 de septiembre y 7 de octubre. He
pasado hambre y sed, he dormido a la intemperie en hamaca, como los
guerrilleros, quise sentir e imaginar cómo pasaron ellos dos
semanas aquí, le confieso que el hambre y la sed me vencieron y que
tuve que retornar a esta casa antes de lo previsto.
—¿Ha encontrado durante sus
recorridos algún objeto perteneciente a los guerrilleros? Le hago
esta pregunta porque los seis supervivientes de la guerra indican
que abandonaron, por ejemplo, todo el material quirúrgico, pues de
nada les serviría ya sin un médico. Abandonaron también otros
muchos objetos al decidir evadirse de la zona, cuando entiendieron
que el grupo guerrillero fue derrotado militarmente y que no tenía
más sentido seguir luchando.
—¡Sí!, he encontrado la tapa
metálica de una caja de munición, una cuchara de madera en un
campamento, unos cartuchos de rifle, y una lata de comida de los
militares y, en otro lugar, una lata de carne de los
americanos.
—Yo estuve en La Higuera el
12 de octubre, a los 4 días del Combate del Churo; en aquella
ocasión no encontré ni 100 campesinos, y sabía, por visitas
anteriores que hice como médico y por cálculos estadísticos, que su
población estaba cerca a las 300 personas, ¿puede decirme si usted
investigó esta cuestión?
—Cómo no. Según Manuel
Cortez, que hoy en día es el único campesino que ha resuelto
quedarse a vivir aquí desde 1967, todo el mundo se fue, pues el
Ejército les dio mucho miedo cuando vieron que el Che llegó vivo y
que al día siguiente lo asesinaron. Entonces se evadieron. La
mayoría se fue a Santa Cruz, siguiendo el curso del río Grande u
otros caminos de herradura que ellos conocían.
—Su apreciación coincide con
lo que he podido averiguar a lo largo de los diversos viajes que he
realizado hasta aquí desde antes de la guerra, durante la misma y
después de ella. Por ejemplo hoy, al llegar, me ha sorprendido el
avance de Pukara, que está a menos de 20 kilómetros de aquí. Allí
la población ha aumentado, y las casas tienen ahora, en su mayoría,
techos de cerámica, tienen una buena escuela, etc., pero aquí nada
ha cambiado, por el contrario, a sus habitantes los contamos con
los dedos de la mano. Todo está exactamente como en el año 1967,
excepto lo que ha realizado la alcaldía de Vallegrande en la
escuela de La Higuera para mantener esto como patrimonio
histórico.