El Che, a pesar de su enfermedad, nunca dudó al momento de entrar a la guerrilla ni a adentrarse a aquellos sitios o en trabajos que podrían llevarlo a terribles crisis asmáticas.
Corre el mes de diciembre de 1930. La familia Guevara de la Serna está viviendo en una localidad llamada San Isidro, una zona muy húmeda situada al margen del río de La Plata, cerca de Buenos Aires. Celia de la Serna está junto a su hijo Ernestito, bañándose en la costa. Se hace tarde, comienza una llovizna, el frío y la humedad aumentan. De súbito, el niño comienza a tener dificultad para respirar, su pecho, con cada respiración, emite un sonido parecido al maullido de un gato. Celia, preocupada, lo cubre de inmediato y lo lleva a la casa. Pocos minutos después llega Ernesto Guevara Lynch, que ve al hijo con un claro cuadro de dificultad respiratoria, e increpa a su esposa por haber tenido al niño hasta esa hora junto al río. Le culpa de la crisis de su hijo. Minutos después, ambos salen en busca de un médico, el cual aplicará una inyección de adrenalina, con lo que el niño obtendrá una mejoría parcial. El diagnóstico dicta una bronquitis asmática.
En 1965, 48 años después y poco antes de morir, Celia, la madre del Che, declaró a la escritora Julia Constenla (Celia, la madre del Che, 32): "Nunca me sentí realmente culpable del asma de Ernestito".
Era frecuente la acusación de Ernesto Guevara Lynch a Celia cada vez que Ernestito tenía crisis de asma, lo que frecuentemente ocasionaba una fuerte discusión entre ambos.
"A veces parecían dos gallos de riña que se excitaban con la pelea", declara Julia Constenla.
El Che aprendió a nadar en la piscina del Hotel La Gruta en Alta Gracia. Se convirtió en un excelente nadador, el año 1952 atravesó a nado el río Amazonas. Este deporte le era favorable a su asma.
Foto: Cortesía de Horacio Días Leite
Consultan diversos médicos. Todos son unánimes, el diagnóstico es correcto y, para mejorarlo, no curarlo, hacen uso de todo cuanto les es aconsejado: pastillas, jarabes, inyecciones, etc.
Varios médicos les aconsejan que se marchen a un lugar más seco. Lo hacen cuando el niño tenía 5 años. En la ciudad de Córdoba, el pediatra Fernando Peña les recomienda que se vayan justamente a Alta Gracia, en las sierras de Córdoba.
Su primer refugio allí es el Hotel de la Gruta, un poco apartado del pueblo, más próximo a los cerros.
El clima de la zona tiene cualidades salubres y vitales, la pureza de sus vertientes y fuentes de agua natural, por lo general ferruginosas (provistas de hierro), son diuréticas. Además, el aire que se desprende de la parte más elevada de la sierra es puro y oxigenado.
Alquilan una casa abandonada, que se levanta en la calle Avellaneda, envuelta en la peor de las desgracias. Hace ocho años que se encuentra deshabitada, y son pocos los que se animan a pasar por allí. Un cartel azul en la entrada exhibe su nombre con letras blancas: Villa Chichita. Es una casona con cuerpo de castillo amarillento y en el vecindario es conocida como la Casa de los fantasmas.
En 1935, cuando Ernestito ya tiene siete años, resuelven buscar otra casa. Alquilan un chalet denominado Villa Nydia, actualmente convertido en el Museo del Che.
Sin duda, el asma mejoró en Alta Gracia, pero nunca desapareció. Por este motivo la familia vivía prevenida. Compraron un tubo de oxígeno que mantenían siempre lleno, pero el niño solo lo utilizaba cuando su crisis era muy fuerte.
Su padre, recordando los momentos difíciles que pasaban, escribió un día:
El asma se le iba haciendo crónica y para nosotros comenzaba a ser como una maldición. Comenzó nuestro Vía Crucis. No podíamos oírlo hipar y, no habiendo atendido jamás a un asmático, mi mujer y yo nos desesperábamos.
A partir de este momento ellos mismos descubren que era importante un desarrollo físico adecuado, para minimizar las crisis. Así, le enseñan a nadar y, particularmente su madre, lo induce a practicar caminatas y subidas a los cerros.
Los once años que vivieron allí fueron determinantes para el futuro de Ernesto. Alta Gracia tenía dos polos opuestos. Al pie de la montaña, dos hoteles de lujo y casas de gente de clase adinerada. Por otro lado, en los alrededores, en la maraña del monte, estaba una población arrabalera, conformada por miles de trabajadores de minas de wólfram o de mica, de extracción de mármol o de piedra para fabricar cal. En este lugar imperaba la miseria de los labradores y obreros mal pagados.
Es aquí donde a Ernesto le llama la atención la injusticia de la división de clases. Sus amigos, en este lugar, como ya se dijo antes, lo conforman los hijos de los mineros, de los peones de los campos de golf, de los mozos de los hoteles y algún que otro niño de clase media como él.
Como dice su padre:
Es entonces cuando posiblemente nace en Ernesto aquella rebelión que nunca lo abandonó contra la clase social que explotaba y oprimía a la clase pobre...
Así pudo, desde su más tierna edad, empaparse de las necesidades que tienen los pobres, y pudo sacar consecuencia con respecto a las pocas posibilidades que tenía de mejorar.
En Alta Gracia aprendió lo que era la miseria, la paleó junto a sus compañeritos de juego y pudo apreciar la injusticia que se hacía con ellos.
Ya joven, a Ernesto sus crisis le indujeron a quedarse en casa, sin hacer esfuerzos físicos agotadores. Por ello, solía encerrarse en la biblioteca de su padre para leer adquiriendo así un hábito que lo acompañaría por el resto de su vida. Su padre apunta:
El asma germina en Ernestito, desde tierna edad, una fortaleza de carácter que lo va templando a diario: sin miedo al peligro, capaz de enfrentar cualquier adversidad, se convierte en temerario. Así, va adquiriendo un carácter que él mismo va modelando, con delectación de artista; hasta que, cuando es adulto, no es consecuente con su enfermedad y acaba por convertirse en guerrillero, sabiendo perfectamente que en la selva hay humedad y que este es el factor desencadenante de sus crisis.
Alberto Granado dirigía un equipo de rugby y a cualquier candidato al club lo sometía a un test. Mandó a Ernesto que saltase una barrera que consistía en un palo a metro y medio del suelo sujetado por dos personas. Realizó el salto con éxito una y otra vez. Su padre se opuso a la práctica de este deporte por su enfermedad, pero él no hizo caso. Durante los partidos más de una vez salía del campo a aplicarse un bombazo con su inhalador "Asmopul".
Foto: Archivo personal del Che.
La primera actividad deportiva que tiene repercusiones sobre su asma es el rugby, deporte que practicaba desde los 12 años. Con 15, Alberto Granado se ve obligado a admitirlo en el club SIC, del cual era Director Técnico.
En Córdoba ingresa en otro club. Más de una vez sale, en medio del juego, para aplicarse unos "bombazos" con el inhalador y volver inmediatamente al campo.
Esta práctica tan violenta preocupaba a su padre: "Hijo, tu enfermedad no te permitirá jugar este deporte. Abandónalo y continúa solo con la natación", le dijo en más de una ocasión. Sin embargo, Ernesto no hace caso y su padre trata de volverse más tajante: "Te prohibo que juegues Rugby", pero el chico continúa jugando como medio scrum.
Carlos Figueroa, amigo de la infancia del Che, me contó en septiembre de 2004:
—Cuando jugaba, siempre conseguía un amigo que corriera por la línea con el inhalador y cargara su "asmopul" para dárselo cuando él se lo pidiese. Si se sentía atacado por la enfermedad, pedía permiso al juez y se daba unos cuantos bombazos para después seguir jugando.
Su padre estaba dispuesto a no permitirle proseguir con este deporte e hizo un intento final:
—Hijo, te repito: te prohibo que sigas jugando al rugby. Si continúas, tomaré una conducta más radical.
—Viejo, me gusta el rugby, y aunque reviente lo voy a seguir practicando.
Al ver que era imposible hacerlo desistir, Ernesto Guevara Lynch decide buscar a su cuñado, Martínez Castro —presidente del club SIC— y le pide que saque a su hijo del equipo. Su cuñado asiente y Ernesto, furioso, se va al club vecino, el Atalaya, y sigue jugando al rugby como siempre.

VIA CRUCIS EN LOS VIAJES

Cuando en 1952 realiza su viaje en motocicleta por América del Sur en compañía de su amigo Alberto Granado, sufre varias crisis. En este viaje escribe su segundo diario —el primero pertenece a cuando realizó un viaje en bicicleta recorriendo cinco mil kilómetros por todo el norte y centro argentino—, y es allí, cuando se dirige al leprosario de San Pablo (Perú), donde por primera vez hace referencia a su enfermedad:
El asma no daba señales de disminuir, de modo que tuve que tomar una drástica determinación y conseguir un antiasmático por el método tan prosaico de la compra. Algo me calmé. Mirábamos con ojos soñadores la tentadora orilla de la selva, incitante en su verdor misterioso. El asma y los mosquitos quitaban plumas a mis alas.
Su mejoría es discreta, pues sus medicamentos se van agotando a la par que el dinero. De este modo, hay un momento en el que se ve totalmente desprovisto de cualquier antiasmático.
Ya no queda más adrenalina y mi asma sigue aumentando; apenas como un puñado de arroz y tomo unos mates.
Ernesto tiene varias formas de pasar el tiempo o vencer sus crisis, una de ellas, es enfrascándose en la lectura; la otra es jugando al ajedrez, como cuenta cuando está de paso por el Ecuador:
Los hospitales por lo menos son limpios y no del todo malos. Mi pasatiempo favorito es el ajedrez, que juego con los de la pensión. Mi asma, bastante mejor.
Pero continúa mortificándolo, pues rememora de nuevo:
Pasé un día malísimo postrado por el asma con mareos y diarreas consecuencia de un purgante salino.
El 23 de diciembre de 1953 llega a Guatemala y, al día siguiente, le ataca la enfermedad, postrándolo en cama y no permitiéndole compartir con sus amigos las fiestas navideñas: "La serie siguiente de días lo pasé en medio de un desesperante ataque de asma, inmovilizado por esa causa...".

UN GUERRILLERO ASMÁTICO

Cuando embarca en el Granma, que parte el 25 de noviembre de 1956, es acometido por otra crisis de asma. Al dejar la casa de seguridad, su amigo, el guatemalteco Alfonso Bauer, prefiere cargar con instrumentos y medicamentos de primeros socorros en una maleta médica. No coge ni un solo antiasmático. Fidel Castro recuerda esto:
Un día, a fines de noviembre de 1956, con nosotros emprendió la marcha hacia Cuba. Recuerdo que aquella travesía fue muy dura para él, puesto que, dadas las circunstancias en las que era necesario organizar la partida, no pudo siquiera proveerse de las medicinas que necesitaba, y toda la travesía la pasó bajo un fuerte ataque de asma, sin un solo alivio, pero también sin una sola queja. (Ernesto Guevara, Obras escogidas, 6)
En 1957, en pleno combate, sufre una de las peores crisis de su vida:
Inmóvil en el suelo, como muerto, representa una imagen mítica para quienes lo consideran el Cristo guerrillero. No solamente no puede caminar, sino que hasta es incapaz de levantarse. Gime, con los ojos desmesuradamente abiertos. Uno de sus compañeros del Granma, Luis Crespo, se inclina sobre el moribundo, lo sacude, le increpa fraternalmente:
—¡Muévete, Che, los soldados se acercan! ¡Vamos, arriba! Nada. Con la mirada perdida, el Che está en el umbral de un sarcófago. Luis, el Guajiro, cambia el tono:
—Vamos, ¡argentino de mierda! ¿Vas a mover el culo? ¡Yo te voy a hacer avanzar!
Esas palabras —en realidad del habla habitual de los campesinos cubanos— tampoco surten efecto. Entonces el Guajiro, viendo que no hay más remedio, carga al Che sobre sus espaldas.
Bajo la granizada de balas que rebotan a escasos centímetros de Crespo y del Che regándoles de pólvora y hierbas, el campesino se ve obligado a tenderse en el suelo y a reptar, cargando con su fardo, al Che.
Un bohío, una choza semiderruida, les sirve de refugio.
El Guajiro coloca a Ernesto boca abajo, en posición de tiro, por si se acerca una patrulla. Cae la noche como una hermana protectora.
Poco a poco la crisis se calma, el Che revive y comprende que Luis lo ha salvado. La columna y sus barbudos están lejos, y los soldados de Batista más lejos aún.
Al cabo de unas horas, algo recuperado, el Che hace señas a su salvador, indicándole que ya se siente mejor. Extraen una brújula, escrutan el cie lo y reanudan la marcha. Cuando se siente más fuerte, le pregunta:
—¿Por qué arriesgaste tu vida para salvar la mía? —Mi padre era asmático. Lo he visto en la agonía cuando era pequeño y era una tortura para mí. Pensé en él. Eso es todo.
Como el Che había perdido muchas fuerzas al salir del bohío junto a Crespo, al retomar el camino en busca de la columna del Che, el campesino le dice:
—Dame la mochila, voy a ayudarte.
El Che le responde lacónicamente, pero ahora con voz autoritaria, a su subordinado:
—He venido a Cuba a combatir y no a ser cargado.
A mediados de este año es acometido por una fuerte crisis en un nuevo combate. Casi pierde la vida. Leamos lo que escribe:
Emprendí una zigzagueante carrera llevando sobre los hombros mil balas que portaba en una tremenda cartuchera de cuero, saludado por los gritos de desprecio de algunos soldados enemigos. Al llegar cerca del refugio de los árboles, mi pistola se cayó. Mi único gesto altivo de esa mañana triste fue frenar, volver sobre mis pasos, recoger mi pistola y salir corriendo, saludado esta vez por la pequeña polvareda que levantaban como puntillas a mi alrededor las balas de los fusiles. Cuando me consideré a salvo, sin saber de mis compañeros ni del resultado de la ofensiva, quedé descansando, parapetado en una gran piedra en medio del monte. El asma, piadosamente, me había dejado correr unos cuantos metros, pero se vengaba de mí y el corazón saltaba dentro del pecho. Sentí la ruptura de ramas por gente que se acercaba, ya no era posible seguir huyendo (que realmente era lo que sentía ganas de hacer), esta vez era otro compañero nuestro, extraviado recluta recién incorporado a la tropa. Su frase de consuelo fue más o menos "No se preocupe, Comandante, yo muero con usted". Yo no tenía ganas de morir y sí tentaciones de recordarle algo de su madre, me parece que no lo hice. Ese día me sentí cobarde. (Orlando Borrego, Recuerdos en ráfaga, 7)
Los primeros meses de la guerra, hasta que la Red Urbana consiguió proveerles de vituallas y armamento, casi todos los guerrilleros dormían al aire libre. Los que podían se fabricaban hamacas de sacos de harina o azúcar y, cuando llegaba una hamaca de lona, era distribuida por orden a quien se fabricaba la hamaca provisional de tejidos rústicos. El Che lo intentó una vez, pero le provocó una crisis de asma, de modo que desistió y tuvo que dormir al aire libre sin ninguna protección. Fidel desconocía esta situación, hasta que un día toma la medida correcta. Leamos esta historia, narrada por el Che:
Durante estos días de prueba a mí me llegó por fin la oportunidad de una hamaca de lona. La hamaca es un bien preciado que no había conseguido antes por la rigurosa ley de la guerrilla, que establecía dar las de lona a los que ya habían hecho su hamaca de saco, para combatir así la haraganería.
Todo el mundo podía hacerse una hamaca de saco y, el tenerla, le daba derecho a adquirir la próxima de lona que viniera. Si embargo, no podía yo usar la hamaca de saco debido a mi afección alérgica; la pelusa me afectaba mucho y me veía obligado a dormir en el suelo. Al no tener la de saco, no me correspondía la de lona. Estos pequeños detalles son la parte de la tragedia individual de cada guerrilla y de su uso exclusivo; pero Fidel se dio cuenta y rompió el reglamento para adjudicarme una hamaca impermeable. (I. Lavretski, Che Guevara, 21)
Durante este calvario, en el que hace lo imposible para esconder a sus compañeros su enfermedad, hay algunas situaciones que merecen men ción especial, como la que relata la campesina Ponciana Sánchez:
Los rebeldes, al ver enfermo al Che, lo hospedaron en casa de un hacendado enemigo de Batista y dejaron un guerrillero para cuidarlo. El hacendado consiguió un poco de adrenalina que ayudó al Che a reponerse para poder unirse a sus camaradas; pero estaba tan débil que la distancia que un hombre puede caminar en unas cuantas horas, fue recorrida por el Che en diez días.
Veamos ahora cómo evoca el Che este pasaje de su vida:
De ahí en adelante pasaron diez de los días más amargos de la lucha en la Sierra Maestra, caminando apoyado de árbol en árbol y en la culata del fusil, acompañado de un soldado amedrentado que temblaba cada vez que se iniciaba un tiroteo y sufría un ataque de nervios cada vez que mi asma me obligaba a toser en algún punto peligroso.
En 1958, en la campaña de Las Villas, un lugarteniente del Che, el Capitán Antonio Núñez, relata cómo el Che, atacado por una fuerte crisis, no interrumpe el avance de la tropa de ninguna manera. Es a través del relato del mencionado oficial, dirigido a I. Lavretski, que podemos ver la dimensión de su estoicismo:
Yo no comprendo cómo él podía caminar, ya que su enfermedad le ahogaba; sin embargo, iba por los montes con la mochila repleta a la espalda, con armas, con equipo completo, como el más vigoroso y resistente luchador. Su voluntad, por supuesto, era de hierro, pero todavía más grande era la lealtad a sus ideales; esto era lo que le daba fuerzas. Si el acceso de asma le venía en el transcurso de la marcha, el Che no se permitía atrasarse del resto del grupo.
Hay muchas fotografías del Che montando ora una mula ora un burro en la selva. Todas fueron tomadas cuando estuvo en la Sierra Maestra y en Bolivia. Él solo subía a un animal obligado por sus compañeros para aliviarle sus caminatas por sus crisis de asma.
En el trabajo voluntario instituído por él, iba todas las semanas a pesar de que el polvo de la caña cortada y el humo desprendido por la quema de la misma provocaba sus crisis de asma. En esos momentos utilizaba su inhalador y continuaba trabajando.
Joel Iglesias confirma lo expresado por Antonio Núñez:
Las crisis de asma del Che no se reflejaban en absoluto en el movimiento de la columna. A lo sumo permitía solo que alguien le llevara su mochila. Consideraba que el grupo no debía demorarse a causa de su enfermedad.
Esto fue regla general para todos. El grupo no se detenía por culpa de los enfermos. ¡Si no podes moverte, quédate, cúrate! Si puedes soportar, entonces camina. Esta regla jamás fue rota por él. (I. Lavretski, Che Guevara, 24)
El corte de caña llevado a cabo en una jornada de Trabajo Voluntario, a la cabeza de la cual estaba el Che, se realizaba en un campo de caña quemada, bajo un sol abrasador que había elevado la temperatura a niveles casi insoportables. Rememorando el momento, escribe Orlando Borrego, su ex-viceministro:
Los rostros de los cortadores se habían convertido en irreconocibles, debido al tizne de la caña quemada. Ese tizne se mezcla con la miel que, a causa del calor recibido, sale de la caña, causando verdaderas molestias para trabajar, tanto en las manos como en todo el cuerpo. Cerca de nosotros se escuchaba la respiración entrecortada del Che. (Recuerdos en ráfaga, 18)
Es digno de mención que este corte duró un mes. Durante todo ese tiempo el Che estuvo usando su "bombita", pero si el lector cree que eso le mejoraba en un 100%, se engaña, pues su mejoría solo hubiera tenido lugar eliminando el polvo de la caña cortada y el humo. De esta manera, el Che trabaja como un hombre sano a pesar de las crisis de asma. Este mes bate todos los récords en el total de caña cortado, no lo supera nadie, ni siquiera los profesionales. Y todo como trabajador voluntario, sin recibir un solo centavo por este trabajo.
Fin de la jornada de duro trabajo en el corte de caña .
Foto: Archivo personal del Che
En 1962, Salvador Allende, entonces senador chileno, visitó al Che, lo cual le causó una imborrable impresión. Sobre todo sorprendió a Allende, médico de profesión, que el cerebral Comandante rebelde estuviera seriamente enfermo de asma. Declararía un día:
En un amplio local adaptado para dormitorio, donde por todas partes se veían libros, en una cama de campaña, yacía desnudo hasta la cintura un hombre con pantalón verde olivo, de penetrante mirada, con un inhalador a la mano. Con un gesto me pidió esperar, mientras dominaba un acceso de asma. En el transcurso de unos cuantos minutos pude observarle y vi que tenía los ojos brillantes de fiebre. Ante mí, yacía atormentado por la cruel enfermedad uno de los grandiosos combatientes de América. Después conversamos. Él, sin ostentación, me dijo que durante todo el tiempo de la Guerra revolucionaria el asma no le había dejado tranquilo. Observándolo y escuchándolo, sin querer, pensaba en el drama de este hombre que, llamado a realizar grandes tareas, se encontraba en poder de tan despiadada e implacable enfermedad. (I. Lavretski, Che Guevara, 189)
Se sabe que el polen de las plantas y la humedad, fenómenos que acompañan irremediablemente a la selva, son un factor desencadenante de las crisis de bronquitis asmática, hoy en día conocida como "broncoespasmo" cuando es muy intensa. El Che, un médico conocedor de este problema, de que su enfermedad se agravaría irremediablemente si se convertía en guerrillero, no vacila, no piensa dos veces. Pone en práctica su determinación de cambiar la humanidad por un mundo mejor, particularmente para los hijos de la miseria y del hambre, así pague por ello un alto precio. Se interna en la selva y sus crisis repetitivas, muchas veces sub-intrantes, toman cuenta de su vida.
A pesar de todo eso, el Che va en la guerrila. No le importa su enfermedad y si ha de luchar en Sierra Maestra, en el Congo, en Bolivia o en la selva, donde está presente la humedad y el polen de las plantas, factores fundamentales que desencadenan crisis de broncoespasmo.
Durante todo el tiempo que dura la guerrilla en Bolivia, sus compañeros lo ayudan cuando sufre alguna crisis de asma. Cargan la mochila del jefe, y en sus recaidas no dejan que realice tareas que requieran algún esfuerzo físico. Pero, la mayoría de las veces, el jefe supremo de la Guerrilla anda enfermo, recusa ese gesto solidario y lo confunde con piedad, cosa que detesta.
En varias ocasiones, sin embargo, se queja del asma en su diario. Hubo un momento en que se agotaron sus medicamentos y sus comandados, al notar el problema, se ofrecen a retornar al campamento en busca de sus remedios. El Che se niega, hasta que un día se rinde ante la gravedad de la enfermedad. Parten dos compañeros, Benigno y Ñato, los esperan acampando en un lugar de difícil acceso para el Ejército. Quince días después vuelven los dos guerrilleros profundamente desconsolados. Cuentan que el Ejército tiene centenares de soldados protegiendo los campamentos; entonces, como no pueden llegar a la cueva donde estaban guardados sus remedios, retornan sin ellos.
El 6 de julio los soldados le piden al Che que una operación comando asalte la población de Samaipata, pero el Comandante no quiere aceptar. Sus soldados se hacen fuertes y prácticamente le imponen que se proceda así. Seis guerrilleros se dirigen a la población ribereña por la carretera asfaltada Cochabamba-Santa Cruz y toman la población. En el cuartel matan a un soldado, y van a la farmacia, donde descubren que no hay un solo medicamento para su enfermedad. Retornan desconsolados a Las Cuevas, allí los estaba esperando el grueso de la tropa.
Cuando el Che es hecho prisionero el 8 de octubre estuvo con asma. Así lo relata al autor el exsubteniente Toto Quintanilla: "Cuando me tocó el turno de hacer guardia para evitar que se escapara, noté cómo respiraba con dificultad, su respiración era ruidosa. Murió con broncoespasmo".