El Che en Sierra Maestra.
Foto: Archivo del autor.
La madrugada del 5 de diciembre, son
pocos los que pueden dar un paso más. La gente se desmaya, camina
pequeñas distancias para pedir descansos prolongados. Debido a
ello, se ordena un alto a la orilla de un cañaveral, en un
bosquecito ralo, relativamente cercano al monte firme. La mayoría
de los expedicionarios duerme aque lla mañana.
A mediodía empiezan a sobrevolar las
cercanías los aviones Piper y otros tipos de avionetas del
Ejército y de particulares. Algunos de los expedicionarios cortan
cañas mientras pasan los aviones, sin pensar que pueden verlos dada
la baja altura y la poca velocidad a la que vuelan.
Sobre las cuatro de la tarde aparece
de nuevo la aviación, y a las cuatro y cuarenta y cinco,
atacan.
El Ejército, con una tropa de 140
hombres, prepara una emboscada. Hasta este momento, ni la aviación
ni las patrullas terrestres habían localizado a los rebeldes. Sin
embargo, ahora tienen la certeza de dónde se encuentran. En un
principio las fuerzas de Batista no dan crédito a la denuncia del
campesino Tato Vega. Por ello, se dirigen al lugar y comprueban los
rastros dejados por los expedicionarios. Por entre las cañas y las
hierbas del campo avanza el Ejército a paso acelerado.
El Che escribiría apesadumbrado unos
años después lo ocurrido:
Alegría de Pío es un
lugar de la provincia de Oriente, municipio de Niquero, situado
cerca de Cabo Cruz, al nordeste de Agua Fina, en el borde sur de
los cañaverales, en el límite del monte y abierto por un lado a
unas abras donde se inicia un bosque cerrado. Su vegetación no es
lo suficientemente densa como para ocultar por completo la
presencia de los expedicionarios; sin embargo, Fidel ordena hacer
campamento.
El Che anota el motivo por el cual
acampan y sus deficiencias:
El 5 de diciembre,
de madrugada, después de una marcha nocturna interrumpida por los
desmayos y las fatigas y los descansos de la tropa, alcanzamos un
punto conocido paradójicamente por el nombre de Alegría de Pío
(...). El lugar era mal elegido para campamento, pero hicimos un
alto para pasar el día y reiniciar la marcha en la noche
inmediata.
Unos años después exhuma de su
memoria más detalles, y anexa información a este episodio en
Pasajes de la Guerra Revolucionaria:
Detrás de la
posición que ocupa la columna hay una ligera elevación del terreno
que nos permite observar el avance del enemigo. No obstante, se
decide parar en vista del agotamiento general de la tropa después
de las jornadas anteriores. Acampan en un lugar inadecuado, son
colocadas postas en la retaguardia, pero la pequeña colina les
impide ver que exactamente detrás encuéntrase el Ejército.
Sobre los rebeldes cae un diluvio
de fuego escupido por las ametralladoras del ejército batistiano.
Pronto, la tormenta de plomo incesante hace mella y comienzan a
caer sus víctimas. La sorpresa es total: los centinelas en las
postas no consiguieron visualizar a tiempo al enemigo, quien se
abalanza sobre ellos.
El Ejército empieza a cerrales la
salida prendiendo fuego a los cañaverales y utilizando bombas de
Napalm, las mismas que se utilizarían posteriormente en Vietnam y
en Bolivia (en este último cuando combatió el ejército boliviano a
la guerrilla del Che). Los campesinos que vivían en las
proximidades, de acuerdo con el relato que hace Juan Almeida
Bosque, se ilusionaron creyendo que haciendo algunas señas,
mostrando que eran campesinos oriundos del lugar que vivían en
aquellas casas e indicando que había niños, podrían salvarse.
Desesperados, improvisaron algunas señales que imaginaban podían
darles resultados; colocaron sábanas y frazadas en los techos con
la esperanza de que los pilotos se dieran cuenta de que había gente
en las proximidades de los bombardeos. De nada sirvió tanto
esfuerzo, pues las bombas cayeron en más de una casa de campesinos,
y tuvieron que huir hacia la selva para salvar sus vidas dejándolo
todo atrás. Al volver encontraron diversas casas convertidas en
cenizas por las bombas.
Esta conducta de las Fuerzas Aéreas
batistianas se repetiría durante dos largos años en casi todo el
territorio cubano allí donde sospecharan que podían estar los
guerrilleros. Ametrallearon y bombardearon indiscrimandamente casas
aisladas en la selva, e incluso poblaciones indefensas, matando a
millares de civiles, adultos y niños.
Las bombas incencidiarias tenían
por objeto incinerar a los expedicionarios y obligarles a salir de
los cañaverales. Con esto irían a un matadero más fácil, pues había
algunas planicies en los alrededores de estas plantaciones de caña,
donde los expedicionarios serían un blanco fácil.
Al comienzo del ataque, los
rebeldes se agachan y se deslizan por el suelo arrastrándose. De
esta manera pretenden librarse de las balas que vuelan sobre sus
cabezas, pero seguidamente les llueven bombas del cielo que, al
tocar tierra y explotar, se dividen en fragmentos innumerables,
hiriendo manos y pies, perforando intestinos y destruyendo cabezas.
Todo el aire impregnado por la mañana de hambre y angustia, ahora
está envuelto en un río de lava que transporta sangre, sudor y
muerte.
Fidel recuerda aquellos
momentos:
Al atardecer del
día cinco, pequeños aviones enemigos comenzaron a explorar el área
donde estábamos. Alrededor de las cuatro de la tarde, aviones de
caza hicieron vuelos rasantes sobre el mato. Cerca de las cinco de
la tarde, oímos los primeros disparos y, segundos después, un fuego
cerrado de infantería sobre nosotros, que estábamos desconcentrados
por causa del ruído ensordecedor de los cazas en vuelo rasante.
Fuimos sorprendidos.
Más adelante prosigue con su relato
a Ignacio Ramonet:
Dispersión total.
Quedé solo al lado de dos compañeros en el cañaveral, cerca del
local de donde una parte de nuestra gente se retiró y atravesó.
Cada hombre o pequeño grupo vivió su propia odisea. Quedamos los
tres escondidos en el medio del cañaveral, esperamos la noche, que
ya estaba próxima, y nos dirigimos para el área de la floresta
mayor. Allí dormimos como fue posible. Total de fuerzas, tres
hombres; total de armas, mi fusil con noventa balas y el de
Universo, con treinta. Era lo que sobraba sobre mi comando.
El área estaba
llena de soldados. Era necesario ir hacia el este y reunir el
máximo posible de las fuerzas dispersas.
(...) No es difícil
imaginar cómo me sentía mal después de haber visto deshacerse en
cuestión de minutos el esfuerzo realizado durante casi dos años.
Fue un despropósito. Ya habíamos caminado varios kilómetros en
plena luz del día, cuando noté que un avión civil de pequeño porte
daba vueltas encima de nosotros, a una distancia de aproximadamente
mil metros.
Fue entonces que me
di cuenta del peligro. Apretamos el paso. Hacia delante vimos una
plantación de caña destruída. Había tres zonas llenas de ramaje de
marabú, una planta espinosa que crece espontáneamente en terrenos
abandonados, alineados en dirección este, a una distancia de más o
menos treinta metros uno de otro pelotón. En la primera de ellas
nos escondimos.
Entre tanto Fidel Castro ha tenido
un tiempo suficiente para hacer un autoanálisis del momento crítico
que atravesaba, ha podido pensar en cuántos hombres ha perdido en
ese atardecer, cuántas vidas de gente importante preparada para una
guerra larga, todos —o casi todos— excelentes tiradores, con
puntería refinada, con conocimiento de los métodos de guerra
irregular, con capacidad de realizar grandes caminatas con más de
30 kilogramos en la espalda. Lo que además lo atormentaba, era la
pérdida de una gran cantidad de armamento y pertrechos bélicos
importantes, de todos los medios de comunicación dispersados entre
sus diversos pelotones y de la dificulad que tendría en reagrupar a
su gente para seguir adelante.
Veamos lo que le cuenta a Ignacio
Ramonet 47 años después:
Viví allí uno de
los momentos más dramáticos de mi vida. Dormí un sueño pesado en
aquel cañaveral, a una pequeña distancia del punto que habían
ametrallado. Yo decía: "Con certeza comenzarán a explorar por
tierra.
Vendrán para
verificar los resultados del ataque descomunal que hicieron".
Ellos no tenían
cómo saber quiénes eran aquellos hombres que se encontraban allí.
Asimismo atacaron con verdadera furia. Eso ocurrió poco después del
mediodía. No sé la hora exacta. Sé que estábamos debajo de unas
pajas hojas de caña, porque dejaron un pequeño avión vigilando todo
el tiempo, y necesitábamos quedarnos allí sin movernos; entonces,
allí, en el medio del cañaveral, fuimos tomados de un terrible
agotamiento por todas las tensiones que pasamos en los días
anteriores.
Ignacio Romanet le pregunta:
—¿Esa fue una de las situaciones
más dramáticas que usted vivió?
—De las que yo viví, fue esa,
aquella tarde, aquella hora; ninguna otra fue tan dramática.
Juan Almeida gira hacia su derecha
y ve al Che. Leamos su relato:
Miro a un lado y
encuentro a Che herido en el cuello. Está sentado, recostado en un
árbol de tronco fino. Junto a él, su fusil, una mochila grande con
los medicamentos e instrumental médico y una caja metálica de
balas.
Se coloca el fusil en bandolera,
saca la pistola-ametralladora y comienza a disparar hacia el lugar
donde le parece ver guardias en movimiento y desde el cual recibe
los tiros. Sus disparos van en la dirección donde momentos antes
escuchó la voz de rendición. El enemigo concentra aún más el fuego
hacia los rebeldes, oyen las estampidas de las granadas, cuyas
explosiones acaban con algunos rebeldes dilacerados, con los
órganos hechos pedazos volando por los aires.
Cuando amaina un poco el fuego,
Juan dice a su tropa de combatientes débiles y heridos: "¡Vamos al
este, compañeros!" Almeida no recibe ningún balazo. Algunos quieren
claudicar porque sus heridas son demasiado grandes. Pero él no
pierde su serenidad.
Al Che le dice:
—Recoge tu fusil, deja la mochila y
lo que más puedas, pues no podemos cargar tanto. Ponte algo en el
cuello, que estás sangrando mucho y vámonos.
El Che se retrotrae al pasado, y
hace un relato pormenorizado relativo a los acontecimientos de esa
tarde. Escribe en su Diario de Campaña la noche del 5 de
diciembre:
Acampamos en un
bosquecito a la orilla de un cañaveral, en una hondonada rodeada de
sierra. A las 4:30 fuimos sorprendidos por fuerzas enemigas. El
Estado mayor se retiró al cañaveral y ordenó la retirada en esa
dirección. La retirada tomó proporciones de fuga. El Estado mayor
abandonó mucho implemento. Yo traté de salvar una caja de balas, y
en ese momento una ráfaga hirió, creo que mortalmente, a Arbentosa,
y a mí de refilón también en el cuello. La bala dio primero en la
caja y me tiró al suelo, perdí el ánimo un par de minutos. Pepe
Ponce tenía una herida en un pulmón. Raúl Suárez en una mano. Al
retirarme, detrás mío quedaba el comandante (Onelio) Pino gritando
rendición y (José) Fuentes en las mismas condiciones, más los
heridos graves. Formamos un grupo y salimos del cañaveral. (Juan)
Almeida, Ramiro Valdez, (Reynaldo) Benitez, (Rafael) Chao y
yo.
Nada dice en su diario referente a
que cambió una caja de balas por otra de medicamentos, pero lo
haría 5 años después. En el mes de febrero de 1961, la Unión de
Escritores y Artistas de Cuba le pide que escriba sobre la guerra
de guerrillas. El Che accede y firma diversos artículos.Estos son
publicados en la revista Verde Olivo con el seudónimo de
El Francotirador, ya usado durante la guerra de guerrillas en el
diario El Cubano Libre, que él mismo fundó en plena época
de guerra. En el primer artículo escribe su relato fidedigno y
cubierto de un manto dramático:
Recuerdo
perfectamente a Faustino Pérez, de rodillas en la guardarraya,
disparando su pistola ametralladora. Cerca de mí un compañero
llamado Arbentosa caminaba hacia el cañaveral. Una ráfaga que no se
distinguió de las demás nos alcanzó a los dos. Sentí un fuerte
golpe en el pecho y una herida en el cuello; me di a mí mismo por
muerto. Arbentosa, vomitando sangre por la nariz, la boca y la
enorme herida de la bala cuarenta y cinco, gritó algo así como "me
mataron" y empezó a disparar alocadamente, pues no se veía a nadie
en aquel momento. Le dije a Faustino, desde el suelo, "me
fastidiaron" (pero más fuerte la palabra). Faustino me echó una
mirada en medio de su tarea y me dijo que no era nada, pero en sus
ojos se leía la condena que significaba mi herida.
(...). Quedé
tendido; disparé un tiro hacia el monte siguiendo el mismo oscuro
impulso del herido. Inmediatamente, me puse a pensar en la mejor
manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido. Recordé
un viejo cuento de Jack London.
Hagamos un paréntesis. Con certeza
Ernesto se refiere a dos libros del escritor socialista
norteamericano Jack London: La quimera del oro y La
hoguera, donde se relata con precisión la agonía de un hombre
en la nieve. Hecho este paréntesis, prosigamos con su relato:
(...) donde el
protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar
con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte por
congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen que
recuerdo.
Alguien, de
rodillas, gritaba que había que rendirse y se oyó atrás una voz,
que después supe pertenecía a Camilo Cienfuegos, gritando: "Aquí no
se rinde nadie..." y una palabrota después. Ponce se acercó
agitado, con la respiración anhelante, mostrando un balazo que
aparentemente le atravesaba el pulmón. Me dijo que estaba herido y
le manifesté, con toda indiferencia, que yo también. Siguió Ponce
arrastrándose hacia el cañaveral, así como otros compañeros ilesos.
Por un momento quedé solo, tendido allí esperando la muerte.
Almeida llegó hasta mí y me dio ánimos para seguir; a pesar de los
dolores, lo hice y entramos en el cañaveral.
A continuación, el Che recuerda un
hecho de extraordinaria dimensión simbólica:
Almeida volvió a
hacerse cargo de su grupo. En ese momento un compañero dejó una
caja de balas casi a mis pies, se lo indiqué, y el hombre me
contestó con cara que recuerdo perfectamente, por la angustia que
reflejaba, algo así como "no es hora para cajas de balas", e
inmediatamente siguió el camino del cañaveral (después murió
asesinado por uno de los esbirros de Batista).
Quizas esa fue la
primera vez que tuve planteado prácticamente ante mí el dilema de
mi dedicación a la medicina o a mi deber de soldado revolucionario.
Tenía delante una mochila llena de medicamentos y una caja de
balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la
caja de balas, dejando la mochila, para cruzar el claro que me
separaba de las cañas.
Así, el Che, en un momento crucial
de su vida, herido y con dificultades para moverse, ante la
disyuntiva de escoger entre una caja, cuyo contenido con balas
había sido abandonado minutos antes por un compañero, y otra con
medicamentos, escoge la primera. Es más, ni siquiera considera que
la caja de balas es más pesada que la otra y que, además, está
perdiendo sangre. En ese instante, su raciocinio se basa en que,
para vencer una guerra, se requiere más de balas que de drogas e
instrumental médico. Esto representa para él una decisión crucial
en su vida; aunque no abandona jamás su profesión de médico de
campaña, da mayor importancia a la guerra en sí que a la medicina.
Este día, el Che se gradúa de guerrillero.
Veamos cómo recuerda aquel momento
Fidel Castro:
Cuando noté que
sería inevitable dormir, me eché de lado y posicioné la culata del
fusil entre las piernas dobladas, y la punta de la boca del fusil
debajo de mi quijada. No quería que me capturasen vivo si la
expedición enemiga me sorprendiese durmiendo. En ese caso, si yo
hubiese tenido una pistola, hubiera sido mejor; son más fáciles de
sacar y balear al enemigo o en uno mismo; pero con un fusil de esas
características, si me sorprendieses durmiendo no daría para hacer
eso. Estábamos debajo de unas pajas, y el avión allá encima. Como
no podía moverme, dormí profundamente unas tres horas, tal era el
agotamiento.
El Ejército rebelde es destruido, y
varios expedicionarios mueren en batalla la misma tarde del 5 de
diciembre. Veintiuno son ejecutados en el lapso de uno a dos días.
Otros consiguen salir de la Sierra y volver a sus casas para
esconderse o rendirse. Algunos de ellos nunca más fueron vistos. En
total, de los ochenta y dos hombres que desembarcaron del Granma el
día 2 de diciembre, solamente diecisiete prosiguen después del
desbande y de la emboscada en Alegría de Pío.
A pesar de ello, todos los líderes,
con excepción de Juan Manuel Márquez y Ñico López (también
capturado y ejecutado), permanecen vivos para continuar la lucha.
Dichos supervivientes conforman cuatro grupos. Al principio cada
uno aislado del otro, sin conocer el rumbo de sus compañeros
durante varios días. Estos grupos son:
1.- Grupo de Fidel:
constituido por el médico Faustino Pérez y Universo Sánchez.
2.- Grupo de Raúl:
constituido por Ciro Redondo, Efigenio Ameijeiras, René Rodríguez,
Armando Rodríguez y César Gómez.
3.- Grupo de Juan Almeida:
constituido por Ramiro Valdez, Ernesto Che Guevara, Benítez y
Chao.
4.- Grupo de Camilo
Cienfuegos: constituido por Pancho González y Pablo Hurtado.
GRUPO DE FIDEL
CASTRO
Mucho antes del naufragio,
Fidel, si no previó esta catástrofe, por lo menos vislumbró
problemas en los cuales unos u otros podrían extraviarse. Para una
eventualidad semejante la orden era clara: "Todos deben dirigirse
hacia el este, a la Sierra Maestra, en dirección del pico Turquino,
fijado como punto de reencuentro".
Durante 4 días se mantienen
prácticamente inmóviles. Saben que mientras no delaten su
presencia, es muy improbable que los guardias se decidan a
registrar el interior de los cañaverales.
El sábado 8 son asesinados
diecisiete expedicionarios. Obviamente, ninguno de los
supervivientes conoce el dato hasta pasado un tiem po.
Poco después del mediodía del
día 13, Universo detecta desde la posta a un campesino. Es Adrián
García, padre de Guillermo García, miembro de la Red de Campesinos.
Fidel se presenta con el nombre de Alejandro, su nombre de guerra,
y como García sabe que Fidel y Alejandro son la misma persona, les
ofrece todo tipo de colaboración. Les da abrigo en su casa, los
alimenta, y hace correr la noticia a todos los miembros de la Red
de que Alejandro "está vivo".
El 15 por la noche avanzan
treinta kilómetros. Ahora su paso es rápido, pues andan con guías
campesinos conocedores del lugar, todos ellos preparados por Celia
Sánchez para una eventualidad similar.
Imágenes de los rebeldes caídos en
Alegría de Pío y de los que fueron ultimados una vez que se habían
rendido.
Fotos: revista Bohemia
GRUPO DE RAÚL
CASTRO
Los seis hombres de este grupo
se internan en los cañaverales. Al igual que Fidel, todos han
conservado sus armas, pero están sin mochilas. Fueron obligados a
abandonarlas en Alegría de Pío para disminuir su peso y poder
moverse mejor. Raúl cuenta en su diario:
A las seis
menos cuarto nos levantamos, empezamos a caminar rumbo a la salida
del sol. Desde muy temprano vinieron tres o cuatro aviones, y hasta
la hora en que escribo estas líneas (12 del día) no han cesado de
dar vueltas. En estos precisos instantes los aviones empiezan a
arrojar bombas en zonas muy cercanas a las nuestras, 12 menos cinco
minutos.
Detienen el
pequeño bombardeo y yo sigo escribiendo y, mientras esté con vida,
que tal vez se acabe hoy o mañana, seguiré reportando en mi diario,
en el instante.
Durante los días siguientes,
al igual que el grupo de Fidel, resuelven permanecer inmóviles;
cambian de escondite en lugares próximos, siempre junto a la paja y
los cañaverales.
El 12 se encuentran con unos
campesinos colaboradores que les traen un suculento almuerzo y les
reiteran las atrocidades cometidas por el Ejército.
El campesino Guillermo García,
que luego se incorporó a la guerrilla, describe patéticamente las
atrocidades de la dictadura:
En la playa
encontraron los campesinos la mitad de la cabeza de uno de los
expedicionarios, porque los trajeron a rastras, los desbarataron a
todos.
Los
arrastraban con caballos por unos pedregales, hasta donde podía
entrar un carro en casa de Daniel Pérez. Los sacó en automóvil,
Regalón.
Este Regalón
se subió encima de un cadáver y daba saltos sobre él para que
vieran que estaba muerto. Y almorzó encima de uno, y le cortó un
dedo a otro para quitarle la sortija. Después lo fusilaron.El día
13 Raúl recibe una nota del campesino Guillermo García, del Comité
de Recepción. Le informa de que ha localizado a Faustino Pérez, y
le pide que no se mueva del lugar en que se encuentra, pues más
tarde le llevará una información más precisa sobre su compañero.
Esta nota da a todo el grupo de Raúl la esperanza de que Fidel debe
estar vivo y muy cerca de ellos, pues Faustino Pérez forma parte
del Estado Mayor.
GRUPO DE
ALMEIDA
Al atardecer del día 5, Juan
Almeida se encuentra en un momento dado solo en compañía del Che.
Pierde de vista a sus compañeros, que estaban unas horas antes a su
lado. Unos minutos después, Benítez les da alcance. Más adelante
aparecen Ramiro Valdez y Chao. Ahora forman un grupo de cinco
personas bajo el comando de Almeida. Ven a su derecha la caña
ardiendo: al principio, el humo es color ceniza; después,
negro.
De izquierda a derecha, tres de los
cuatro líderes lìderes que sobrevivieron a la emboscada de Alegría
de Pío: Fidel Castro, Raúl Castro y Juan Almeida.
Foto: Consejo de Estado de Cuba
Pasan la noche junto a un
árbol, dejando siempre a uno de ellos de posta para no ser
sorprendidos por el enemigo.
Revisan la herida del Che, la
limpian, no es tan grande y el sangrado ha disminuido. Che se
recuesta sobre una gran piedra y apunta:
Salimos a la
noche orientándonos por la luna y la Estrella Polar, hasta que se
perdieron y dormimos.
El 8 de diciembre por la
mañana, hambrientos y sedientos, se guían por el sol y siguen rumbo
al este.
Continúan avanzando hacia el
este, pero a cada hora que pasa se sienten más débiles. Almeida
escribe al respecto:
Ya no tenemos
caña, tunas, ni cangrejos, y no sabemos dónde estamos. Como todo se
acabó, ahora se siente más la necesidad del agua, la poquita que
nos queda es un tesoro. Estamos como atontados, a cada rato tenemos
mareos. ¿Cómo salir de aquí sin que se nos agoten las pocas fuerzas
que nos quedan?
Se distribuyen las guardias y
la observación del lugar. Deben repartirse la poca agua que les
resta, buscan un frasco para distribuir la pequeña ración, pero
notan que está roto y utilizan en su lugar un cubito. Almeida
cuenta con detalle este peculiar pasaje:
Menos mal que
se nos ocurrió usar el cubito de la mirilla para servir la ración
de agua, pues, cuando hay poca, la medida de la ración es
necesaria, la gente quiere equidad; no se admite, no se tolera la
mala distribución, todos están atentos y vigilantes a la ración que
les toca.
A las dos de la madrugada del
día 13 llegan a la casa de unos evángelicos. Esta familia de
adventistas, después de darles comida, les consigue ropa de
campesinos.
Se dividen en dos grupos. Esa
noche marchan Che, Chao, Pancho y Almeida junto al adventista
Rosabal, que les sirve de guía y les lleva a su finca, en la loma
El Mamey.
EL
REENCUENTRO
El objetivo que tienen los
tres grupos de llegar a la Sierra Maestra y de reagruparse se hace
muy próximo a partir del día 13 de diciembre, es decir, ocho días
después de la debacle.
Este día, Fidel encuentra a
los campesinos Rubén y Walterio Tejeda, miembros del Comité de
Recepción a los expedicionarios. Tras este encuentro se dirigen al
arroyo Limoncito, donde se ubica la finca de Marcial Areviches, y
establecen campamento.
Este mismo día, su hermano
Raúl Castro, recibe del campesino Neno Hidalgo informaciones que, a
pesar de no ser precisas, muestran que hay dos o tres
expedicionarios camino de Sierra Maestra. Transcribe Raúl en su
Diario de Campaña:
Aquí pasamos
un día muy contentos y llenos de esperanzas de encontrarnos en la
Sierra con Fidel.
Este mismo día, el grupo de
Almeida llega a la casa del campesino Alfredo Gonzáles, quien les
informa de que han pasado expedicionarios hacia la Sierra
Maestra.
El Che destaca este aspecto de
forma muy escueta:
Sabemos que
grupos de compañeros han pasado rumbo a las montañas.
El viernes 14, el grupo de
Raúl llega prácticamente a las faldas de la Sierra Maestra, próxima
a una carretera muy custodiada por el Ejército. Apunta en su
diario: "Creo que nos será difícil localizar a Fidel, pero lo
lograremos".
Tropas de Batista, con las armas
dispuestas para el ataque.
Foto: revista Bohemia
Los supervivientes de día
duermen y/o descansan, y de noche caminan en dirección a la
montaña. Aplican las enseñanzas de Bayo: "cuando no se debe dar
chance al enemigo para encontrarlos, debe imponerse la
nocturnidad".
El Che cita en su dario los
fuertes indicios de que pronto se encontrarán con Fidel:
Pasamos sin
novedad el día. Se recibe una nota de G.A. (Guillermo García)
indicando que localizó a Fausto (Faustino Pérez), que nos quedemos
en el lugar, hay indicios de que se va a dar con Alejandro
(Fidel).
El lunes 17, el grupo de
Fidel se encuentra con el campesino Mongo Pérez, importantísimo
miembro de la Red de Recepción, quien los conduce a su finca.
Este mismo día, el grupo de
Raúl tiene la certeza de que Fidel Castro ya está en la Sierra
Maestra. Les da esta información el campesino Hermes Cordero, que
espera a nuevos expedicionarios por orden de Fidel, en el pie de la
montaña. Al encontrar a los cinco, y minutos después de las
primeras conversaciones, les manifiesta:
—¿Cuál de ustedes es Raúl?
Raúl, a pesar de saber que puede confiar en el campesino, antes de
responder, le formula una serie de preguntas para cerciorarse de si
realmente es miembro de la Comisión de Recepción y, cuando se
convence, se identifica.
Tropas batistianas internándose en los
cañaverales en busca de los rebeldes.
Foto: revista Bohemia
—Soy yo —responde con un
fuerte apretón de manos.
—Traigo el encargo de
Faustino Perez de que ustedes no se muevan de aquí. Yo volveré a
encontrarme con Alejandro y volveré dentro de un día.
Raúl, consciente de que
requiere darle una prueba a su hermano de que se ha producido un
encuentro con el campesino, le entrega su licencia de conducir de
México.
Cordero retorna de inmediato,
pero exhausto, pues está subiendo y bajando lomas y serranías de la
Sierra Maestra desde el amanecer. Para su felicidad, se encuentra
con un muchacho de aproximadamente 18 años, Primitivo Pérez, hijo
de Crescencio Pérez, uno de los miembros más importantes de la Red
de Campesinos montada por Celia. Le entrega la licencia para que la
lleve a la finca El Salvador. Una vez allí, el chico conversa con
su tío, Mongo Pérez. Por razones de seguridad, Fidel no permanece
en la casa de Mongo, está acampado en la Sierra, cerca de allí.
Mongo agarra una cartera de piel, coloca dentro de la misma la
licencia y le indica el lugar donde se encuentran los tres
expedicionarios. Cuando Primitivo está cerca del citado lugar,
recibe una voz de mando:
—¡Alto! ¿Quién eres?
—Amigo de Celia
Sánchez.
Con esto, Universo, que
estaba de posta, emprende la marcha junto con el muchacho hacia
Fidel. A unos 200 metros se encuentra Faustino en una segunda posta
con el fin proteger al jefe máximo del Ejército Rebelde. A 300
metros de allí encuentran a Fidel. Primitivo, sin expresar palabra
alguna, le extiende la cartera. Fidel la abre y ve en su interior
la licencia de Raúl.
—¡Mi hermano! —dice con
marcado entusiasmo y alegría—.
¿Dónde está? El muchacho
comienza a explicarle y, antes de que concluya su relato, Fidel le
pregunta:
—¿Está armado?
—¡Sí!
Acto seguido, Primitivo le
explica que esa mañana Hermes Cor dero, su vecino, le ha dado la
cartera para entregársela a Mongo Pérez. Fidel, pese a observar que
todos los nombres citados son de confianza, resuelve tomar
precauciones para evitar cualquier estratagema preparada por el
Ejército:
—Mira —le dice a Primitivo—,
yo te voy a dar los nombres de algunos extranjeros que tienen sus
apodos. Uno de ellos es argentino, se llama Ernesto Guevara y le
dicen Che; otro, dominicano, que se llama Mejía y le dicen
Pichirilo...
A medida que Fidel le da esas
instrucciones, va anotando en un pedazo de papel los nombres y los
alias de los extranjeros y continúa:
—Tú te aprendes estos nombres
de memoria, regresas, y le preguntas al que se hace pasar por Raúl,
que te diga los apodos de Ernesto y Mejía.
—¿Y después? —interroga
ansioso Primitivo.
—Si te dice los dos apodos
correctamente, es mi hermano.
Primitivo parte de inmediato
a toda velocidad, pues se da cuenta de que el caso urge, y es
consciente del papel que le ha sido confiado.
Cuando se ve frente a los
cinco, lo primero que le llama la atención es el lamentable estado
en que se encuentran. Están todos sucios, con sus ropas agujereadas
y llenas de barro. Da la impresión de que hace meses que no cambian
de indumentaria. A continuación, cumple rigurosamente las
instrucciones de Fidel y, al recibir las respuestas, correctas les
dice:
—¡Vamos!
A partir de ese momento serán
seis los que irán a las proximidades de la casa de Mongo Pérez.
Llegan poco después de la una de la mañana del martes 18 de octubre
al cañaveral de la finca El Salvador. Bajo una palma está Fidel.
Raúl, al verlo, se desprende del grupo, corre y abraza efusivamente
a su hermano. La primera palabra que oye de Fidel es:
—¿Cuántos fusiles
traes?
—Cinco.
—¡Y dos que tengo yo: siete!
¡Ahora sí ganamos la guerra!