Dentro de una guerra de guerrillas,
el campesino representa un protagonista y no un mero observador.
Requiere tomar una actitud: a favor de los insurgentes o a favor
del Ejército regular. Si decide colocarse al lado de los
guerrilleros y es aprisionado y descubierto como tal por las
fuerzas regulares, lo fusilan. Si la guerrilla descubre que
determinado campesino no los ayuda no toma ninguna conducta contra
él pero, si se convierte en delator y traidor, también lo
fusilan.
Al principio de la guerra, el
nativo, cuando colabora con los guerrilleros, lo hace más por un
sentimiento de humanidad que por convicción política. Pero a medida
que transcurre el conflicto, se incorpora como guerrillero y da su
vida por la causa, dejando de ser un mero colaborador.
El campesino que delata al
guerrillero, como Tato Vega por ejemplo en Alegría de Pío, lo hace
guiado por intereses económicos o forzado por sus patrones que lo
obligan a servir de guías y/o de colaboradores al Ejército de
Batista.
Desde el principio de la guerra, los
campesinos tienen un papel solidario con los guerrilleros.
Militarmente hablando, los
campesinos constituyen una verdadera retaguardia del Ejército
Rebelde, y sin retaguardia no puede triunfar ni triunfaría jamás
una guerrilla.
El Ejército Rebelde, ahora con cerca
de treinta combatientes, no pasa hambre gracias al apoyo
incondicional del campesinado, querecibe en dinero el valor de los
artículos que venden a la Guerrilla. El dinero no falta porque
Fidel trajo dinero con él, y porque el Movimiento 26 de Julio les
hace llegar constantemente.
Durante toda la campaña, los
guerrilleros viven a la intemperie. Pocas veces arman un verdadero
campamento con carpas, y menos veces, aún permanecen o duermen
dentro de la casa de un campesino. Esto quiere decir que tienen que
soportar las inclemencias del clima: lluvia, frío, humedad, calor y
a diversos tipos de insectos y animales.
Cuando llueve, los pocos trapos que
tienen —alguna lona o, eventualmente, algún plástico— son
utilizados, no para protegerse del agua, sino para cuidar las
armas, que no pueden mojarse y deben permanecer siempre listas para
ser usadas.
Los animales e insectos constituyen
un problema, particularmente los mosquitos. Pero no solo ellos,
incluso los cangrejos que durante la noche se comen la ropa de los
expedicionarios.
Ácaros, piojos y pulgas también
hacen parte del cuerpo de los guerrilleros, que andan sucios, con
la ropa sin lavar; la vestimenta de algunos, además de andrajosa,
parece brillante por la cantidad de tierra y suciedad que se
asienta sobre ella. Efigenio Ameijeiras hace un singular comenario
a este respecto:
Me quité la canana,
la puse de cabecera en el suelo y me acosté entre un millar de
pulgas que me hicieron rascarme y dar más vueltas en la noche que
diez perros sarnosos.
La ropa solo debe cumplir su
misión: proteger el cuerpo y nada más. La mayoría de las veces es
ropa de civil, de campesino, etc. De ahí que, frecuentemente,
mostraran un aspecto patibulario que causaba admiración a unos y, a
otros, menos conscientes, repulsión.
El Ejército Rebelde paga a los
campesinos y a algunos comerciantes que les proporcionan
ocasionalmente víveres. Para tal fin, reciben remesas del
Movimiento que tiene sus núcleos en todo el país. Pese a todo esto,
la comida es prácticamente insuficiente en calidad y en cantidad
durante toda la guerra; de ahí que se acostumbran a vivir en casi
un permanennte estado de insuficiencia alimentaria.
Durante la contienda bélica
aprenden mucho. Sin embargo, hay dos actitudes que no consiguen
introducir dentro de sus nuevos hábitos: "No comer y no dormir".
Porque no pueden darse el lujo de rechazar uno u otro alimento; lo
que interesa en la guerra no es ni la cantidad ni la calidad del
alimento, sino engañar al estómago para disfrazar el hambre.
Raúl aborda esta cuestión en su
diario:
Ya los restos del
torete asado estilo argentino por el Che, apestaban, pero ¿quién ha
visto a un guerrillero hambriento respetar una carne pestilente?
Con mucha naranja agria y plátanos hervidos, nos la comimos. Solo
uno vomitó.
Las guardias o postas son
permanentes; no hay el menor descuido, vigilan de dos en dos y en
puntos estratégicos con visión más allá de un kilómetro. Cada
guerrillero, cuando está de guardia, permanece dos horas. Las botas
distribuidas en Tuxpan, prácticamente desde el día en que se
produce el desembarque del Granma, fueron un problema serio;
además, no siempre eran del tamaño adecuado para un determinado
expedicionario. Por otra parte, las ciénagas retenían los zapatos,
y muchas veces los expedicionarios se veían obligados a quitárselos
porque no conseguían sacarlos del barro pegajoso, por lo que debían
andar descalzos. Tal es así que el Che y Faustino Pérez, ambos
médicos, tienen que desdoblarse y proceder a curar las llagas y
heridas que comienzan a presentar los guerrilleros.
RED
URBANA
Así como la retaguardia de la
guerrilla es importante, sin una Red de Apoyo una guerrilla tampoco
tendría muchas posibilidades de triunfar.
Los primeros que la organizan
son: Celia Sánchez, Haydée Santa María, Melba Hernández y Frank
País, que actúan incluso desde el asalto al Cuartel Moncada
producido en 1953.
Gracias a este trabajo,
después de la debacle del 5 de diciembre en Alegría de Pío, Fidel
Castro consigue no solo llegar a la Sierra Maestra sano y salvo,
sino también reunirse con los otros 16 expedicionarios.
El 22 de diciembre, el
guerrillero Mongo Pérez regresa de su viaje de Santiago y de
Manzanillo al campamento; informa a Fidel de sus contactos con
Frank y Celia. Trae armas, ropas, botas, medicina y un poco de
dinero. El Che anota:
El 29 de
diciembre llega un nuevo contacto a la Sierra Maestra, traído por
Geña (Eugenia) Verdecia, Quique Escalona.
EL ATAQUE AL
CUARTEL DE LA PLATA
Los 17 miembros del Ejército
Rebelde han recibido instrucción militar en México, pero no sucede
lo mismo con los recientemente incorporados. En plena campaña Fidel
y los expedicionarios los instruyen.
Este mismo día, Eugenia
Verdecia llega al campamento con trescientas balas, tres
fulminantes y nueve cartuchos de dinamita; los ha traído escondidos
en medio de sus innumerables faldas.
Similar conducta realizarán, a
lo largo de toda la guerra, varias mujeres que entran y salen de la
Sierra arriesgando sus vidas.
El 24 de diciembre Fidel
reparte entre los combatientes uniformes, frazadas y botas.
El 29 del mismo mes vuelve
Eugenia, llamada cariñosamente por los guerrilleros "Geña", con
artefactos bélicos.
Los santos y señas de la
guerrilla se cambian casi todos los días. Particularmente los que
entran a una posta reciben a diario nuevas instrucciones, y/o crean
ellos mismos alguna forma peculiar de comunicarse con sus amigos,
una señal de peligro, la llegada de un amigo, etc. Utilizan
silbidos de aves, aullidos y gruñidos de cuadrúpedos diversos,
etc.
Las medidas de precaución
adoptadas por Fidel son constantes, no descuida un solo aspecto, no
quiere ser sorprendido de nuevo, como ocurrió en Alegría de
Pío.
El 2 de enero la columna
guerrillera posee 24 combatientes.
Están atrincherados en la
Sierra Maestra pero, como norma de la guerrilla, su "movilidad debe
ser constante", hay que evitar cualquier sorpresa del
enemigo.
Hace varios días que Fidel
está pensando atacar un cuartel situado en la desembocadura del río
La Plata en el mar.
El 11 de enero Fidel se
propone esperar a una patrulla enviada por él unos días antes que
debía traer información sobre el cuartel de La Plata. Este punto ya
se va perfilando como el objetivo de la acción que piensa
emprender.
El 13 de enero son apresados
por el Ejército 11 campesinos, vecinos de La Plata y de Palma
Mocha. Seis de ellos son llevados a bordo del guardacostas 33, y el
día 23 arrojados al mar —algunos atados, otros metidos en sacos—, a
varias millas de la costa, por orden del teniente Julio Laurent.
Todos mueren ahogados o devorados por los tiburones. El único
superviviente, Agripino Cordero, logra mantenerse a flote durante
14 horas y nadar hasta cruzar la orilla. Es quien cuenta esta
historia.
LA
VÍSPERA
Para Fidel, tener éxito en el
primer enfrentamiento armado con el Ejército es una cuestión de
vida o muerte. Esto se debe a que hasta la fecha se le considera
muerto. Esta versión se debe a los rumores que hay tanto dentro de
Cuba, como fuera del país. Han sido divulgados por la agencia de
noticias U.P.I. Fidel, entonces, necesita demostrar que está vivo.
Para ello es fundamental vencer en la primera batalla.
Además porque atacando un
cuartel pretende proveerse de las armas que ha perdido en el
desembarque. Asimismo tiene que salir airoso sin tener bajas, ya
que de los 33 hombres disponbiles en esta fecha, solo 16 han
recibido instrucción militar.
Así, una vez decidido el
blanco, avanzan con grandes precauciones. Ven la desembocadura del
río y un cuartel a medio construir, después, un pequeño grupo de
hombres uniformados realizando tareas domésticas.
Fidel indicando cómo atacarán. Foto:
Consejo de Estado de Cuba
Fidel ordena comenzar la
observación del cuartel, pues, de ser posible, el ataque deberá
realizarse esa misma noche. Universo Sánchez y Luis Crespo trepan a
las copas más altas y tupidas que encuentran. Con las miras
telescópicas es muy fácil definir todos los movimientos alrededor
del cuartel. Mientras tanto, Almeida, Crescencio y Armando
Rodríguez se acercan y llegan hasta a unos trescientos metros de la
casa de los guardias.
El miércoles 16, al caer la
tarde, parten. La decisión ha sido ya tomada; se descuelgan por la
ladera opuesta al cuartel. Fidel se adelanta con un grupo reducido
y se sitúa a unos trescientos metros de la casa.
EL
ATAQUE
Fidel delinea la estrategia
del ataque y les dice:
—Debemos tomar el cuartel a
toda costa, ocupar el armamento y el parque de los guardias, y
hacerlo con el mayor ahorro posible de munición.
—¿Cómo serán distribuidas las
escuadras?—pregunta Universo.
—Tú, Almeida, dirigirás el
grupo compuesto por seis combatientes. Guarda un breve silencio y
luego se dirige a Raúl:
—Tú jefaturizarás el grupo con
cuatro guerrilleros. Hace otra pausa y, dirigiéndose a Julio Días,
el jefe, ordena:
—Te acompañarán también cuatro
hombres.
—¿Y tú, Fidel? —le pregunta el
Che.
—Yo iré por en el centro,
contigo y cuatro más.
Universo, preocupado con la
posibilidad de perder mucha munición, le dice:
—Fidel, ¿por qué no atacamos
con una operación comando? Tendríamos un gran ahorro de
parque.
—He estado pensando en eso...
El problema está en que alguien de nuestro grupo puede morir, y yo
no quiero que muera nadie.
Complementa con una serie de
instrucciones detalladas a cada jefe de escuadra.
Son las dos y cinco minutos
del jueves 17 de enero. 23 guerrilleros se dirigen hacia las dos
casas, una del Ejército, y la otra del mayoral Honorio. Van juntos,
en fila india, guardando silencio absoluto. Cuando ya tienen el
dominio visual avanzan al arrastre y llegan al camino Real. Una vez
en el lugar, se dividen en dos grupos: el primero, de Almeida,
permanece allí y toma posiciones. Los otros tres grupos siguen
avanzando hacia el sur. Luego se dividen en dos: el de Raúl se va
al este y se queda frente al cuartel. El grupo de Fidel y Julio
sigue adelante con un pequeño movimiento al sudeste, se queda al
frente de la posta y de la casa de Honorio. Julio sigue unos
cincuenta metros más y acaba cerrando el cerco; componen un clásico
cerco táctica en "L", con el palo menor formado por el grupo de
Almeida, y el palo mayor por el resto de la tropa.
Son las dos y treinta y cinco
minutos, faltan cinco minutos.
Son las dos y cuarenta
minutos. Fidel no encuentra a nadie en la posta. El primer disparo
debía ser al guardia, pero este no está ocupando su lugar. No hay
un solo soldado fuera de las dos casas, todos están
durmiendo.
—¡Ábranse las cortinas y
comience el ataque!
Se oye el primer estampido:
es el santo y seña. En este momento, todos aprietan el gatillo tan
solo 3 veces, pero cuando todos lo accionan al mismo tiempo el
ruido es ensordecedor.
Los soldados son cogidos por
sorpresa, su desconcierto es total.
Vuelve el silencio. Fidel
grita:
—¡Soldados, ríndanse! ¡Están
rodeados! ¡Salgan con las manos en alto! ¡Sus vidas serán
respetadas!
Los atacantes están solo a
cuarenta o cincuenta metros de las dos casas. Nadie responde. Ahora
gritan todos los guerrrilleros. Los soldados escuchan perfectamente
la voz de rendición, pero no están dispuestos a obedecer. Empuñan
sus armas y responden con plomo. Sus disparos apuntan en todas
direcciones, menos al área de las cuatro escuadras, muy bien
mimetizadas; además, los batistianos no los ven e ignoran dónde se
ha ubicado el enemigo.
Los veintitrés guerrilleros
hacen una nueva descarga. La orden es economizar parque y accionar
el gatillo solo tres veces. La primera vez cumplieron rigurosamente
la instrucción de Fidel: "Debemos economizar parque", pero ahora
no. Muchos de los guerrilleros disparan ininterrumpidamente. Luego
dejan de hacerlo, pero se continúan oyendo tiros: provienen del
Ejército.
Los atacantes esperan algunos
minutos hasta que se produzca el silencio. Nuevamente los soldados
son invitados a rendirse y otra vez, en lugar de bandera blanca,
algunos del Ejército de Batista se colocan cerca a la ventana para
direccionar mejor sus tiros. Como es obvio, los veintitrés rebeldes
apuntan hacia las ventanas y puertas.
Esta vez algunos de los tiros
pasan por encima de las cabezas de los atacantes, pero sin ningún
riesgo, pues todos están echados.
Cuando cesan los tiros se oye
de nuevo:
—¡Soldados, ríndanse!
¡Preservaremos su vidas!
Y, otra vez, la respuesta es
el fuego. Pasan algunos minutos, y el Che y Crespo, por orden de
Fidel, se aproximan a las casas. Echan simultáneamente las dos
únicas granadas que poseen, pero no estallan. Al observar eso,
Raúl, que está con dinamita, se acerca a las casas con demasiada
intrepidez —cuando no con imprudencia— y arroja los pocos cartuchos
de dinamita, que caen cerca a la puerta, pero tanto su estallido
como su efectividad son prácticamente nulos.
Horas después, Raúl escribe
lo ocurrido en su diario:
F., (Fidel)
cansado de arengas, le hizo la última, y cambiando su mirilla por
la ametralladora de Fajardo, le disparó un peine completo a la casa
de zinc. Estos disparos de ametralladora 45 se sentían con golpes
más secos que se introducían escalonadamente en la madera de las
paredes del cuartel. Por fin, de la casa de zinc dijo uno de ellos
que se rendía, era el sargento Walter, que tenía una situación
difícil en la otra casa, en esos momentos disparó varias ráfagas de
ametralladora, iniciándose otra vez por breve tiempo un nutrido
tiroteo de las escuadras de Julio y F. contra la casa de guano de
Honorio.
De súbito se oyen
gritos:
—¡Nos rendimos! ¡Queremos
saber las condiciones...!
—¡Rendición incondicional,
preservaremos sus vidas! ¡Solo queremos las armas! —responde
Fidel.
Pasan algunos minutos y no
ocurre nada, ni colocan bandera blanca, ni sale nadie del
cuartel.
Universo se aleja de su
escondite, está yendo a prenderle fuego a la casa de Honorio cuando
siente rebotar unas balas cerca a sus pies y retorna.
Camilo Cienfuegos es también
obligado a retroceder porque no paran de dispararle.
Al amanecer, el Che apunta en
su diario estos momentos aciagos:
Universo
probó primero pero volvió precipitadamente cuando dispararon cerca;
después, Cienfuegos también con resultado negativo y, luego, Luis
Crespo que la incendió y yo. Resultó que el objetivo nuestro era un
rancho lleno de cocos.
Luis Crespo
cruzó bordeando una caballeriza o chiquero y le salió un soldado a
quien hirió en el pecho. Yo le quité el fusil y lo usé de parapeto
durante algunos minutos para tirarle a un hombre a quien creo haber
herido.
La luz de las llamas permite
ver dos siluetas dirigirse hacia el río. Los guerrilleros les
disparan, pero sin resultado alguno, corren como endemoniados y en
zig-zag. Ninguna bala los alcanza.
Sergio Pérez y algunos más
han acabado sus balas. Sergio recurre a Manuel Acuña para que le dé
algunas. Este le da solo una y le dice con sarcasmo:
—Tenga, primo, pero ahórrela.
No la gaste mucho para que le dure.
La casa de Honorio empieza a
arder, y a los pocos minutos comienzan a salir con las manos en
alto.
—¡Ciérrense las cortinas y
concluye el combate!
No se oyen más disparos.
Ahora se escuchan quejidos de dolor entremezclados con el ruido
chispeante de las llamas. Los guerrilleros se aproximan con las
armas en ristre y con el dedo en el gatillo. Cuando ingresan en el
cuartel ven charcos de sangre, entremezclados con armas. Oyen
gemidos y lamentos. El Che socorre a uno que está sangrando en la
canilla y le hace un torniquete. Lo mismo hace con otro, en el
antebrazo. Alguien dice: "¡Madre mía!...", su voz era apenas un
susuro, un suspiro... y expira.
Todos los guerrilleros se
ponen a socorrer a los heridos, a darles agua, analgésicos. Esta
conducta los deja sorprendidos. Uno de ellos obsequia a Raúl un
hermoso cuchillo de combate.
Raúl, indignado porque el
combate duró más de media hora, y al ver tantos heridos y bajas que
pudieron haberse evitado si se hubiesen rendido antes, le pregunta
a uno de ellos:
—Estaban ustedes totalmente
cercados, no tenían ninguna chance de evitar el desenlace. ¿Por qué
han demorado tanto tiempo en rendirse?
—Porque teníamos miedo a que
nos fusilasen.
—Eso no lo haríamos, ni lo
haremos jamás a lo largo de toda la guerra. El Ejército Rebelde
respeta y respetará siempre la vida de un prisionero.
Fidel Castro le narraría
varios lustros después a Ignacio Ramonet:
Ayudados por los campesinos
que habían recogido algunos fusiles de nuestros compañeros
asesinados o que habían guardado las armas, reunimos 17 armas de
guerra, y con esas armas obtuvimos la primera victoria. (Ignacio
Ramonet, Fidel Castro, biografía a duas vozes,
174)
EPÍLOGO
1) En el Ejército
batistiano, de los diez enemigos, uno ha huido, dos han muerto y
cinco se encuentran heridos, tres de los cuales morirán
posteriormente.
2) En la tropa de
Fidel nadie ha sufrido un rasguño.
3) Botín de Guerra:
Ocho Springfield, una ametralladora Thompson y
unos mil tiros. Los rebeldes gastaron aproximadamente
quinientos.
4) Al poco tiempo, uno
de los soldados supervivientes se incorporó al Ejército Rebelde y
permaneció como guerrillero hasta el triunfo de la
Revolución.
VICTORIA EN
UVERO
Durante dos días toda la tropa
se concentra cerca del cuartel del Uvero, esperando la orden de
partida. Existe ansiedad en todos los combatientes, pues será la
primera vez que llevarán a cabo un enfrentamiento de grandes
proporciones.
En estos últimos días Fidel
quiere obtener más información relativa a los batistianos. Su
colaborador, el campesino Cordero, cuya familia vive al lado del
cuartel, les detalla el número de postas, el tipo de
comunicaciones, la ubicación del telégrafo, los caminos de acceso,
etc.
El 27 de mayo, al anochecer,
se da la orden de partida. Bajan 16 kilómetros en ocho horas, a
través de unos caminos construidos por aserraderos de la Compañía
Babún.
A las cinco de la madrugada
del 28 de mayo ochenta guerrilleros se posicionan frente al
cuartel.
La zona de ataque es una
planicie, un llano junto a la orilla del mar. Se ubica junto a las
faldas de la Sierra Maestra. Al este del cuartel hay una pequeña
población rural compuesta por varios caseríos donde hay hombres,
mujeres y niños. Los atacantes deben evitar a toda costa lanzar un
solo disparo en esta dirección. Fidel reúne a su Estado Mayor e
imparte las instrucciones. Deben abrirse en forma de abanico para
cercar el cuartel por el norte, este y oeste. El sur no preocupa
porque ahí se halla el borde marítimo. Castro divide su columna en
doce grupos. En los mandos se yerguen los jefes más importantes:
Juan Almeida, Raúl Castro, Che y Camilo Cienfuegos. Fidel se queda
en el centro, esto es, al norte del cuartel.
Escondidos entre el follaje y
una tupida mata, el dedo en el gatillo, obedecen la orden: Nadie
debe disparar ni avanzar mientras no oigan la primera detonación;
esta será dada por Fidel al puesto telegráfico.
A las cinco y cuarto, cuando
todavía está oscuro, Fidel hace el disparo. Es la señal. El primer
tiro es tan certero que destruye el poste de transmisión del único
medio de comunicación del cuartel con el resto del país. En
cuestión de segundos se produce una balacera infernal. Las primeras
descargas se dirigen a los puestos de observación, cuyos centinelas
caen. El cuartel responde al tiroteo de forma inmediata. Todos
comienzan a avanzar al arrastre. El ejército hace fuego a ciegas.
Observa que las balas vienen de tres puntos: norte, este y oeste,
pero no percibe a ningún agresor. La penumbra de la madrugada
protege a los atacantes. El avance se desarrolla lento, cauteloso.
La tropa de Fidel se da cuenta de que el enfrentamiento se puede
demorar más de lo necesario. Incluso, quizá, puedan sorprenderlos
debido a las cercanas luces del alba. Pero nadie puede dar marcha
atrás. La orden es absoluta: Deben disparar hasta su último
cartucho, nadie puede retroceder. Los jefes de pelotón y escuadrón
son responsables del éxito. La mayoría de los arremetedores nunca
han estado en una situación similar.
Joel Iglesias diría un tiempo
después:
Ni Cantinflas
ni yo teníamos la menor idea de lo que era un combate, incluso ni
una película de guerra habíamos visto ninguno de los dos.
El refrán es "Vencer o
vencer". Lo contrario significaría quedarse sin parque, como contó
Sergio Pérez un tiempo después:
De no tomar
el cuartel, aparte del golpe moral que significaba aquello, nos
quedábamos sin parque para los fusiles.
Sin duda, ello significaría
una derrota de consecuencias terribles. Por eso, todo el mundo
avanza. Almeida lo hace hacia la entrada del cuartel, a la
izquierda del Che.
Son ochenta contra cincuenta
y tres defensores del cuartel. Todo el Ejército Rebelde cuenta con
ciento veintisiete guerrilleros, de modo que parte del Estado Mayor
y de la columna lucha en las inmediaciones del Uvero. Algunos no
pueden refrenar su deseo de participar en la lucha, particularmente
viendo que ha pasado media hora y que pronto llegará el nuevo día.
Uno de ellos es el guerrillero Luis Crespo, que va al frente.
La resistencia desde el
cuartel es enconada. No parece que quieran rendirse. Por el
contrario, concentran mejor su fuego gracias a la incipiente
claridad que aparece en el horizonte y que les permite visualizar
algunas figuras humanas. De este modo hay bajas, no solo en el
cuartel, sino también en los rebeldes.
Las agujas del reloj apuntan
las siete y cuarto de la mañana. A partir de las seis y cuarenta y
cinco, la claridad es total. Los disparos del cuartel se vuelven
más efectivos. La mayoría pasa sobre las cabezas de los
guerrilleros y otros hacen blanco.
Juan Almeida Bosque, jefe de
escuadrón, no mide los riesgos y peligros. Su coraje abarca una
sucesión de actos que rozan la imprudencia. Obviamente, es herido,
y no por una sola bala, sino por varias. Sus compañeros le alertan
que de seguir combatiendo así podría dejar sus huesos en la Sierra.
Su respuesta: "Si así ocurre, valdrá la pena". Una de las balas
llega al bolsillo derecho, donde lleva una cuchara y una lata de
leche, por lo que la bala rebota y se dirige al hombro.
El entonces capitán Juan Almeida Bosque
echado sobre su hamaca durante un descanso en la campaña
militar.
Foto: Consejo del Estado de Cuba
El actual Comandante Juan Almeida
Bosque con el autor, ahora es el tercer hombre en la jerarquía
militar cubana.
Guillermo García, el actual
General Zayas, cuenta al autor:
"Almeida sacó la lata y
empezó a tomar leche manchada de sangre".
Y el actual Comandante Juan
Bosque Almeida dice al autor:
Yo tenía una
lata de leche en el pantalón, la cual fue perforada por un disparo,
no podíamos desperdiciar ni una gota de dicha leche, nos la tomamos
junto a Zayas y a otros más, estaba mezclada con mi sangre.
Pero no es el único herido,
hay más. Uno de ellos es el combatiente Leal. El Che, cerquísima de
él, escucha unos lamentos, se arrastra, llega al lugar: es un
compañero a quien una bala le ha impactado sobre la cabeza. El Che
relata en sus memorias este pasaje:
En ese
momento escuché cerca de mí un gemido y unos gritos en medio del
combate, pensé que sería algún soldado enemigo herido y avancé
arrastrándome, mientras le intimaba rendición; en realidad, era el
compañero Leal, herido en la cabeza. Hice una corta inspección de
la herida, con entrada y salida en la región parietal; Leal estaba
desmayándose, mientras empezaba la parálisis de los miembros de un
costado del cuerpo, no recuerdo exactamente cuál. El único vendaje
que tenía a mano era un pedazo de papel que coloqué sobre las
heridas (Ernesto Guevara de la Serna, Pasajes de la Guerra
Revolucionaria, 59).
La resistencia del cuartel no
disminuye. Por el contrario, se hace más encarnizada. Los soldados
de Batista luchan con la misma fiereza que los rebeldes, como
reconocería un tiempo después el Che: "Debe reconocerse que por
ambos lados se hizo derroche de coraje".
La voz de los fusiles
continúa firme. No hay un minuto de pausa. Sobre las siete y
cincuenta y cinco minutos los atacantes se ubican a aproximadamente
unas decenas de metros del cuartel. Apunta el Che:
Desde mi
posición, apenas a unos 50 ó 60 metros de la avanzada enemiga, vi
cómo de la trinchera que estaba delante salían dos soldados a toda
carrera y a ambos les tiré, pero se refugiaron en las casas del
batey, que eran sagradas para nosotros. Seguimos avanzando, aunque
ya no quedaba nada más que un pequeño terreno, sin la más mínima
hierba para ocultarse, y las balas silbaban peligrosamente cerca de
nosotros.
(...)
Estábamos recuperando valor y haciendo acopio de decisión para
tomar por asalto el refugio, pues era la única forma de acabar con
la resistencia.
El Che nos relata el momento
de la rendición del enemigo:
Este empujón
dominó la posta y se abrió el camino del cuartel. Por el otro lado,
el certero tiro de ametralladora de Guillermo García había
liquidado a tres de los defensores, el cuarto salió corriendo,
siendo muerto al huir. Raúl, con su pelotón dividido en dos partes,
fue avanzando rápidamente sobre el cuartel. Fue la acción de los
dos capitanes, Guillermo García y Almeida, la que decidió el
combate; cada uno liquidó a la posta asignada y permitió el asalto
final (Paco Ignacio Taibo II, Ernesto Guevara, también conocido
como El Che, 174)
Como siempre, él minimiza su
intervención en el combate. Apunta Fidel:
Che atendió
primero al médico militar del cuartel, que tenía una herida en la
cabeza, y después los dos atendieron a lo soldados heridos, que
eran más numerosos que los nuestros. Che atendió a nuestro
adversario como médico. No se imagina usted —refiriéndose a Ignacio
Ramonet— la sensiblidad de aquel hombre. Y atendió también a
nuestros compañeros heridos. (Ignacio Ramonet, Fidel Castro,
biografía a duas vozes, 178)
EPÍLOGO:
El mismo Che Guevara
proporciona nombres y cifras de las bajas:
Cuando hicimos
el recuento de la batalla, nos encontramos el siguiente cuadro: por
nuestra parte, habían muerto seis compañeros en ese momento.
En total,
quince compañeros fuera de combate. Ellos habían tenido 19 heridos,
14 muertos, otros 14 prisioneros y habían escapado 6, lo que hacía
un total de 53 hombres, al mando de un segundo teniente que sacó la
bandera blanca después de estar herido. Si se considera que
nuestros combatientes eran unos 80 hombres, y los de ellos 53, se
tiene un total de 133 hombres aproximadamente, de los cuales, 38,
es decir, más de la cuarta parte, quedaron fuera de combate en poco
más de dos horas y media de combate. Fue un ataque por asalto de
hombres que avanzaban a pecho descubierto contra otros que se
defendían con pocas posibilidades de protección.