De ofensas y agravios

UNA VEZ Su Excelencia estuvo en el exilio antes de tomar para siempre el poder y su fiel compañera tuvo que regresar al país, enferma de ántrax, sólo para morir. El gobierno ordenó detenerla al bajar del buque y fue llevada presa cubierta de cadenas a la ciudad capital, siendo encerrada en una bartolina con las prostitutas.

La venganza de S. E., años más tarde, fue simple como puede imaginarse; todas las esposas e hijas de sus enemigos políticos, caídos a raíz del golpe de Estado que lo llevó al poder, fueron concentradas en La Góndola Dorada, el prostíbulo más elegante del país, y allí vivieron por doce años, sin permiso de salir a la calle ni de ver a sus maridos y progenitores, disfrazadas de odaliscas, envueltas en tules, sus cabezas coronadas con diademas de fantasía, adornadas con perlas de Basora y chales de Lahore, sentadas en divanes que semejaban góndolas y en tronos de papier maché, con telones de fondo que representaban parques, boscajes y kioscos en noches estrelladas, etcétera.

Durante todos esos años fueron obligadas a yacer en sus cámaras orientales y tras los biombos chinos, con leprosos, tuberculosos, y con todos los enfermos agónicos atacados de cólico miserere y vómito negro que pedían como última gracia una noche en La Góndola Dorada, de modo que muchas murieron allí, siendo sepultadas en el jardín de la casa, o salieron al final del cautiverio dañadas o mutiladas, con hijos habidos de aquellas relaciones y sus lacras y purulencias fueron ejemplos para las futuras generaciones y así evitar el peligro que representa el atentar contra la virtud de una noble dama que fue declarada mártir de la Iglesia, como dijo la prensa oficial, etcétera.