LOS ELEFANTES llevan duelo por la muerte de sus pares y sufren su ausencia, según un estudio de bastantes años realizado por científicos de la Universidad de Sussex en el Parque Nacional de Amboseli, en Kenia.
El estudio, publicado en la revista Biology Letters de la Royal Society, y difundido por The Times, explica que los elefantes se acercan a los cuerpos sin vida de los suyos para tocarlos con sus trompas y pezuñas aunque lleven fallecidos mucho tiempo, o sus huesos se encuentren dispersos por el suelo. Ese gesto es comparado al de los humanos que se abrazan a los cadáveres de sus seres queridos, y los miman y besan como si pudieran hacerlos despertar.
Una de las investigadoras, la bióloga Karen McComb, afirmó que los elefantes se forman a menudo en procesión de duelo para marchar hacia el sitio donde yace el cuerpo de un pariente muerto. Una vez en presencia de los restos, alargan levemente las orejas, alzan las cabezas y se agitan como si percibieran de algún modo el sentido de su propia finitud.
Pero no sólo se conmueven ante sus propios muertos. También reaccionan de igual manera si se encuentran ante los restos de los elefantes de otras manadas desconocidas.
Los científicos autores del estudio entresacan el ejemplo de una familia de elefantes a la que siguieron durante catorce años, y que en determinado momento vio morir a una hembra del cortejo. Tras el deceso, los deudos partieron del lugar y una semana después, cuando estaban a unos veinte kilómetros de distancia, sin desviarse nunca del camino regresaron al sitio donde había quedado el cuerpo.
“Al llegar al lugar donde estaban los huesos, se detuvieron frente a ellos y luego los tocaron. Realmente hacían pensar que sabían quién era ella y que su desaparición del seno familiar significaba una pérdida irreparable”, indica Cynthia Moss, otra de las investigadoras.
“Se quedan muy quietos —explica—, todo el grupo se muestra tenso y silencioso, y después se acercan a los huesos y los tocan con mucha delicadeza, a menudo el cráneo y los colmillos, y permanecen al lado durante un largo rato.” El hecho de que recuerden con dolor es atribuido a su memoria, a su inteligencia, y a su don de animales sociables. “Me atrevo a decir que entienden el sentido de la muerte, y lo que significa”, agrega.
El cerebro del elefante tiene más circunvoluciones lobulares que el cerebro humano, lo que indica una sustancial capacidad de almacenamiento de información. Esta memoria, de propiedades fotográficas, les sirve para reconocer e identificar uno a uno a sus congéneres. Pueden diferenciar entre más de doscientos individuos de su misma especie.
La memoria es el vínculo que mantiene unida a una comunidad tan cerrada, y les permite la defensa en grupo contra los predadores. La facultad de recordar es esencial así mismo para las hembras, pues dependen unas de otras para la crianza de los críos, a los que entre todas tratan con ternura, y con humor. Les gastan bromas, como lanzarles agua con la trompa y tras ello hacerse las desentendidas mirando a otro lado. Para despertarlos cuando creen que han dormido suficiente, los tocan suavemente con la trompa.
Es la elefanta la que en épocas de sequía guía a toda la manada, porque gracias a su memoria conoce los mejores parajes donde hay vegetación comestible, las fuentes de agua pródigas, o el sitio en donde hallar sal, necesaria a su metabolismo. La información es reunida a través de su vida gracias a la observación cuidadosa de los senderos seguidos por las matriarcas que la antecedieron, y que luego registra su cerebro.
Todo el grupo depende para sobrevivir de la memoria de la matriarca, y entre más larga sea su vida, más necesaria será a los suyos. La matriarca ha sido siempre la más codiciada por los cazadores, pues posee los colmillos más grandes y por tanto más valiosos por su peso en marfil.
Sin embargo, a veces una memoria tan vasta, que permite a las elefantas recordar sitios por los que pasaron veinte años atrás, resulta peligrosa para la manada, pues algunos de esos lugares han sido ocupados entre tanto por agricultores hostiles para sembrar maíz, plátanos u otros cultivos, con lo que más bien puede conducir a una trampa de muerte a quienes confían en su sabiduría.
Contrario a las hembras, los machos tienen un comportamiento menos sabio. Cuando dejan la adolescencia vagan de un lugar a otro en busca de compañeras de turno, lo que desata no pocas veces luchas a muerte entre ellos, sobre todo si más de uno quiere acercarse a la vez a una hembra en celo. Ya adultos, desprecian toda compañía y se entregan a la vida en soledad.