Padres e hijos

Para Carlos Castaldi

LA VISITA al hotel MGM-Mirage en el corazón de Las Vegas es algo difícil de olvidar. Con sus tres torres de cincuenta pisos cada una, sus cinco mil habitaciones, trescientos ascensores, veinte restaurantes, cinco galerías de tiendas y boutiques, ocho campos de golf, doce piscinas, parques, jardines, las emociones que ofrece empiezan a partir del volcán. Mientras duerme, este coloso permanece disimulado bajo una apacible cascada, hasta que, después de caer la noche, despliega cada quince minutos su terrorífico esplendor. Las aguas se agitan, parecen hervir, y un creciente estruendo indica el despertar del corazón durmiente del gigante de fuego. La erupción toma fuerza mientras que las llamaradas naranja y rojo iluminan el cielo elevándose cien pies por encima del agua. Cuando el fuego empieza a cubrir la superficie de la laguna, las personas que logran los primeros lugares, justo al borde del agua, pueden sentir cómo sube la temperatura. Después de un desborde final de pirotecnia, regresa a su estado de reposo, hasta la próxima sesión.

El visitante avanza luego por un puente elevado hasta donde suben los vapores de una selva tropical que es parte del paisaje del volcán. Palmeras de sesenta pies y árboles centenarios cubiertos de líquenes elevan su denso follaje entre cascadas y lagunas en cuyas riberas pantanosas dormitan fieros caimanes. Sobre las rocas cubiertas de suave musgo, crecen raras orquídeas y bromelias, envueltas en la tenue luz solar irisada por el agua de las cascadas. Los sonidos propios de la jungla se hacen patentes a cada momento. Se trata del Jardín Secreto, hasta hace muy poco habitado por felinos, principalmente los raros y fascinantes tigres blancos.

Los célebres ilusionistas alemanes Sigfrid & Roy crearon esta maravilla de selva que parece salida del sombrero en uno de sus actos de magia. Sigfrid Fischbacher y su compañero Roy Horn, el uno nacido en la Pomerania y el otro en Baviera, actuaban cada noche desde hacía años en el MGM-Mirage, dueños de un espectáculo de fama mundial en el que participaban sus tigres blancos del Jardín Secreto.

El teatro se llenaba siempre al tope de su capacidad de dos mil butacas. Si algún turista no se había prevenido de hacer reserva de localidades con meses de anticipación, debía pagar por un boleto de reventa al menos trescientos dólares, si es que con suerte encontraba alguno. Hoy toda es historia antigua porque el show de magia fue clausurado definitivamente. Los felinos del Jardín Secreto se hallan ahora dispersos en diferentes zoológicos de los Estados Unidos, y el único que permanece en su sitio es el viejo y legendario león de la MGM, cuyos rugidos han dado la bienvenida a sucesivas generaciones de espectadores en las salas de cine alrededor del planeta.

Todo ocurrió un viernes. Aquella noche, como todas las otras, Roy apareció en el escenario llevando por la correa a Montecore, un tigre blanco de siete años de edad y seiscientas libras de peso, para dar inicio al número estelar del espectáculo. La indumentaria del mago era igualmente blanca, salvo por el chaleco de seda de color naranja.

El número consistía en que Roy cubría al tigre con un manto escarlata de bordes dorados, levantaba el manto con presto ademán, y el tigre se había esfumado. Sacudía luego el manto, en busca fingida de materializar de nuevo al tigre, y al no conseguirlo tras repetidos intentos, empezaba a llamarlo por su nombre como si se sintiera preocupado de que por una falla del truco hubiera desaparecido para siempre en el aire.

Entonces se oían rugidos que llegaban desde la platea, y los reflectores caían sobre el tigre, subido a un estrado que se alzaba a mitad de las filas centrales de asientos. La fiera bajaba con elástico salto, avanzaba por el pasillo central sin hacer caso del barullo asustado de los espectadores, y regresaba al escenario, ahora entre aplausos y exclamaciones de admiración. Cómo lograba Roy transportar a un tigre de seiscientas libras de peso de una parte a otra del teatro, volviéndolo invisible, es algo que no tiene todavía explicación. Quizás ya no la tendrá nunca.

Montecore es hijo de Vishnu, el afamado tigre heterocigótico, un padrote dorado capaz de producir camadas de cachorros completamente blancos, o rayados blancos y dorados, y de Sitarra, la gran dama de los tigres blancos, de modo que pertenece a una elevada estirpe. Sitarra había fallecido en el hospital del Jardín Secreto una semana atrás de ese viernes a que nos referimos, aquejada de esclerosis múltiple. La tigresa, considerada por largo tiempo estéril, tras ser apareada con Vishnu dio a luz a su primera camada de cachorros, entre ellos Montesore. A la segunda camada pertenecen Rojo, Blanco y Azul, también hijos de Vishnu, que nacieron el 4 de julio de 1989, día de la independencia de Estados Unidos.

La relación entre Sitarra y Roy había que verla para creerla —dice Bernie Yuman, el vocero del espectáculo—. Las tigresas nunca toleran a los tigres machos a su lado cuando dan a luz, así se trate del tigre heterocigótico, ni menos la cercanía de una persona; pero Sitarra no sólo le permitió a Roy asistirla durante el parto de Montesore, sino que, una vez nacido el cachorro, lo tomó del cogote entre sus fauces y lo puso en el regazo de Roy, limpiándolos amorosamente a ambos con la lengua.

De manera que la relación entre Montecore y Roy era como la de un hijo con su padre. Esperaba a la puerta cuando se trataba de reuniones de negocios, lo acompañaba mientras comía, recibía los alimentos de su mano, y no era extraño que se quedara a pasar la noche en su dormitorio. El cachorro nunca llegó a estar cerca de su verdadero padre, pues el tigre heterocigótico, después de cumplido su cometido de cubrir a las hembras, era devuelto a su jaula del Jardín Secreto.

Ese viernes la rutina habría de variar de manera inesperada. Roy presentó como siempre a Montecore ante la concurrencia, dijo unos cuantos chistes, y se dispuso a cubrirlo con el manto. El tigre, como si no quisiera esa vez participar en el juego, se alejó hacia un extremo del escenario. Roy lo llamó para que se acercara, pero no hizo caso; abrió entonces los brazos y miró al público con cara de impotencia, como pidiendo auxilio ante tanta terquedad, y fue en su busca; y mientras le decía, bromeando, que si se había quedado sordo le dio un toque en la nariz con el micrófono.

Tras recibir el segundo toque del micrófono en la nariz, el tigre se alzó sobre las patas traseras, y empujó al mago con el hocico, haciéndolo caer. El público rio, divertido por el juego, y siguió riendo cuando el tigre se abalanzó sobre el mago y lo inmovilizó bajo sus patas.

Amy Sherman es una maestra retirada que había llegado desde Lincoln, Nebraska, junto con su madre que cumplía años ese día para celebrar la ocasión. Ambas se hallaban sentadas en la primera fila a menos de diez yardas del escenario. La versión de Amy es la siguiente:

Parecía un juego al que ambos se hallaban acostumbrados. El tigre siguió negándose a ejecutar la orden, y el mago lo volvió a golpear con el micrófono. Entonces el tigre lo empujó y lo hizo caer al suelo, y los dos se trabaron en lucha, mientras el mago lo golpeaba ahora más fuerte. La respuesta del tigre fue un veloz zarpazo. Luego vimos cómo agarraba al mago entre las fauces por el cuello y lo arrastraba por todo el escenario. Después de varias vueltas, mientras los reflectores los seguían, tigre y mago desaparecieron tras del telón de fondo, por donde habían entrado. Lo último que se vio del mago fueron sus botas blancas. Se escucharon los aplausos. Todos volvimos la cabeza hacia el estrado donde ya sabíamos que el tigre reaparecía después de esfumarse bajo el manto escarlata. Pensábamos que de todo modos lo veríamos de pronto allí.

“El mago parecía un muñeco de trapo mientras el tigre lo arrastraba llevándolo agarrado del cuello con los colmillos”, dice por su parte la madre de Amy; “el abundante rastro de sangre que iba quedando sobre el piso del escenario maravilló a todo el mundo, cómo una sustancia química roja, una pintura especial para trucos podía imitar tan bien la sangre”.

Kira Basser, de Filadelfia, donde trabaja para la tienda Sacks, dice:

Yo me sentía electrizada, viendo aquella lucha entre el mago y el tigre, sorprendida por el realismo de la escena. Pero en Las Vegas, una debe acostumbrarse a los prodigios. Las muchachas de piernas desnudas que asistían al mago no dejaban de sonreír, con sonrisa congelada. Las personas bien entrenadas para esa clase de espectáculos ya se sabe que todo lo fingen bien, el terror, el asombro, la desesperación, y también las sonrisas que cubren todo eso cuando todo eso pasa a ser real.

Amy Sherman no sabe cuánto tiempo pasó antes de que Sigfried, el otro mago del dúo, apareciera en el escenario para decir: “Lo siento, la función ha terminado, y el espectáculo ha terminado para siempre”. Pero cuando volvió a meterse tras la cortina, nadie abandonó sus asientos. Se oyeron nuevos aplausos, que fueron seguidos por otros, hasta que la sala estalló en una ovación cerrada. “Todo nos parecía maravilloso, era tan auténtico. Lo que esperábamos ahora era que el mago apareciera montado en el tigre volando por los aires, algo como eso.”

El mago había perdido a esas horas gran cantidad de sangre. Hubo que dispararle al tigre un dardo sedante que lo puso fuera de combate para poder librarlo de sus garras. Cuando los paramédicos del Clark County Fire llegaron se hallaba en capacidad de hablar, pero presentaba serias dificultades respiratorias. La zarpa de Montesore había errado por poco en desgarrar la arteria carótida. En esas condiciones fue llevado al servicio de cirugía de emergencia del University Medical Center.

Luego de ser operado de emergencia en horas de la madrugada del sábado, fue puesto en la lista de pacientes en estado crítico. Mientras tanto el tigre, bajo los efectos del somnífero, había sido conducido de regreso al Jardín Secreto, donde quedó en cuarentena.

“Montecore desarrolló un secreto rencor en contra del mago por haber suplantado a su padre biológico, pero se cuidó de demostrarlo hasta que estuvo en edad adulta, ya en plena capacidad de fuerza y vigor”, escribió en Las Vegas Sun el doctor Richard Feinberg, especialista en psiquiatría animal. “La crisis de identidad filial llega a ser causa de agresión; es lo que ocurre con muchos menores adoptados que al alcanzar la edad adulta no son capaces de superar ese complejo de identidad, y reaccionan con violencia”.

Aún se habla de la ejecución de Montesore, al que ya han empezado a llamar “el tigre asesino de Las Vegas”. Pero esto es algo que debe ser decidido por la policía del condado conforme dictamen de las autoridades sanitarias. De ser desechada la ejecución, al menos quedará vedado de participar en espectáculos públicos, y pasará el resto de su vida en el confinamiento de una jaula.