Agradecimientos

Un libro así te brinda la oportunidad de detenerte, aclarar el pasado, darte cuenta de dónde te encuentras y considerar en lo posible el porvenir. Para ello es necesario repasar las experiencias, averiguar cuáles han sido los momentos clave y señalar a los que te han acompañado en el camino.

Los agradecimientos han de ser numerosos. En primer lugar a las personas a quienes se lo he dedicado: la madre que ha estado ayudando hasta más allá de lo imaginable; la pareja, imposible imaginar la vida sin él; los amigos, cuyo concurso es imprescindible para recorrer el camino y para llevar a buen puerto las acciones que he emprendido. Sin ellos, lisa y llanamente, yo sería una persona distinta por completo. Los que hacen acto de presencia en estas páginas me lo han enseñado todo: la importancia de ciertos valores, la conciencia de lo que uno es y de lo que no, el sentido de la responsabilidad, el afán de aprender cada día sin dar nunca nada por sabido.

Sin olvidar, desde luego, a mis otros amigos, los libros, que me enseñan pacientemente a reflexionar por poco que sea el tino, como sucede con los demás amigos, con que se los elija. Está bien que sean muchos, pero aunque sean sólo unos pocos, los mejores nos ayudan a colocarnos delante de su espejo y a conocernos mejor. Me resultan imprescindibles las veladas, unas veces con ellos y otras con los de carne y hueso, a los que cada vez necesito más.

Y en lo que a la gestación del libro se refiere, mi agradecimiento a Francisco Martínez Soria, que un día se acercó a mí para comentarme esta idea. Sin conocerme, me adivinó muy bien, intuyó que este era el único tipo de propuesta que me podía hacer correr semejante riesgo. Y, claro, a Alberto Torrego, compañero de tantos largos de piscina y, ahora, de otros más complicados y en aguas más turbulentas. Y a Soco Thomàs: para engendrar esto nos han hecho falta no nueve meses, sino nueve años. Y gracias también a aquel verano de 2007 en Mallorca, donde Jesús Huarte, otro sabio, me aconsejó esperar, mientras que Gorka y Marta, la mujer de Jesús, me decían lo mismo y sentían que su opinión no me importaba tanto.

Finalmente, a Rosa Montero y a Nativel Preciado, grandes sabias de tantas cosas, por permitirme ser su amigo, por enseñarme tanto y por ser tan y tan generosas.