Capítulo 1

 

Allegra miró al auxiliar de vuelo y sonrió. Rechazó la copa de champán con un movimiento de la cabeza y una sonrisa desvaída. Afortunadamente, el compartimiento de primera clase estaba casi vacío. Nadie podía presenciar su preocupación, nadie podía saber que seguía impresionada por la noticia que le había dado su hermano Matteo hacía dos días. ¿Cómo era posible que su abuelo le hubiese ocultado la gravedad de su enfermedad? Ella sabía que estaba haciéndose pruebas porque los médicos sospechaban que la leucemia había vuelto, pero le había quitado importancia cuando, hacía dos meses, le había preguntado el pronóstico. En ese momento, sabía que le quedaba un año de vida. Tenía al corazón encogido. No podía creerse que el hombre que parecía más grande que la vida misma no fuese a estar allí en la próxima Navidad. Los ojos se le empañaron de lágrimas. Se las secó precipitadamente cuando notó que volvía el auxiliar de vuelo. No podía perder la compostura. Todo el mundo estaba mirando y tenía que mantener las apariencias, sobre todo, cuando las tecnologías avanzaban a la velocidad de la luz. Era Allegra di Sione, la nieta mayor de uno de los hombres más poderosos del mundo. También era la cara visible de la Fundación Di Sione, una fundación benéfica a la que dedicaba su vida. Era feliz realizando ese trabajo tan absorbente aunque significara que casi siempre se sintiera muy sola.

Intentó pensar en otras cosas y miró por la ventanilla del avión que ocupaba su posición en la pista del aeropuerto internacional de Dubái. Era principios de mayo y el sol era deslumbrante. Casi tan deslumbrante como habían sido los invitados y el éxito de última gala que había celebrado la fundación. Su equipo le había asegurado que había sido la mejor hasta la fecha, que había recaudado casi el doble que la del año anterior, pero ella, aunque estaba muy orgullosa, no podía pensar en eso cuando seguía dándole vueltas a lo que le había contado Matteo. Aparte de la noticia sobre la salud de su abuelo, su hermano había dejado caer otra bomba. La pequeña fábula que les contaba su abuelo no era una fábula en absoluto, según Matteo.

Siempre le había emocionado la historia que les contaba su abuelo sobre las amantes perdidas. Incluso, había llegado a preguntarse si su abuelo había llevado una vida tan disoluta como la de sus propios padres. Sin embargo, había descartado esa posibilidad porque sabía que su abuelo había adorado a su esposa hasta que ella murió. Su integridad era una de las muchas virtudes que ella había intentado emular. Aparte, su prioridad absoluta siempre había sido levantar la fortuna de los Di Sione. Sin embargo, no estaba preparada para descubrir que las amantes perdidas tenían un significado verdadero. ¿Por qué le había encomendado su abuelo a Matteo que recuperara un collar perdido hacía mucho tiempo? Además, la expresión de los ojos de su hermano cuando le dijo que volviera a casa sin demora…

Tomó una bocanada de aire cuando el avión se elevó en el árido cielo del desierto. Cuando tenía seis años, había hecho frente a la pérdida de sus padres de la forma más atroz y entre la atención de todos los medios de comunicación. Había sofocado su propio dolor para ayudar a sus seis hermanos a pesar de lo mucho que echaba de menos a su madre, cuyo amor había sido tan volátil como abundante. Haría frente a lo que tuviera que decirle su abuelo, fuera lo que fuese.

 

 

A pesar de todos los ánimos que se había dado a sí misma durante el vuelo, no podía dejar de temblar mientras el coche tomaba el camino que llevaba al lugar que ella llamaba su hogar. Tenía un piso con tres dormitorios en Manhattan, pero la residencia de los Di Sione en Long Island, donde se había criado con sus hermanos, era su verdadero hogar. Como pasaba con casi todos los hogares, tenía recuerdos agridulces, aunque en su caso, y en el de sus hermanos, eran más agrios que dulces. No podía apartar la mirada de la impresionante mansión. Estaba rodeada de césped impecablemente cortado y se veía a lo lejos el Estrecho de Long Island. Allí la llevaron después de la noche que estuvo en la casa de sus padres y presenció la que sería su última pelea a gritos inducida por las drogas. Dos horas después, llegó un coche de policía, se bajó un agente y, con cuatro palabras, sus hermanos y ella se convirtieron en huérfanos.

Allegra enterró ese recuerdo espantoso en el rincón más recóndito de la cabeza y se bajó del coche. Se abrió la puerta doble y salió Alma, el ama de llaves que había formado parte de la familia desde que ella tuvo uso de razón. Aunque la sonrisa de la anciana italiana era tan amplia y acogedora como siempre, Allegra captó la preocupación en sus ojos marrones y en su forma de agarrarse las manos.

–Señorita Allegra, cuánto tiempo… –la saludó Alma cuando entró en el enorme vestíbulo.

Allegra asintió con la cabeza, pero ya estaba buscando a su abuelo con el corazón desbocado ante la posibilidad de que se lo hubieran llevado de allí.

–¿Dónde está él? ¿Cómo está?

La sonrisa de Alma se apagó un poco más.

–El médico le ha aconsejado que descanse en la cama, pero el señor Giovanni… insiste en que tiene un buen día. Está sentado fuera, en su sitio favorito.

Allegra se apartó de la imponente escalera de hierro fundido que subía los tres pisos y fue a dirigirse hacia el ala oeste de la villa, al sitio donde su abuelo había desayunado toda su vida.

–Señorita Allegra…

Se detuvo y se dio la vuelta para mirar a Alma. El desasosiego que vio reflejado en su rostro le produjo un escalofrío en la espalda. No había dudado de su hermano ni por un momento, pero la verdad era que Matteo había estado un poco absorto por la mujer que lo había acompañado a la gala de la fundación. En cierto sentido, había esperado que hubiese exagerado la gravedad de la situación cuando había hablado con ella en Dubái. Sin embargo, la expresión del ama de llaves confirmaba que Matteo no había exagerado.

–No está como la última vez que lo vio. Prepárese.

Allegra asintió con la cabeza. Tenía la boca seca y se pasó las manos húmedas por el vestido de lino azul marino mientras seguía por el pasillo. No veía la luz que entraba por los ventanales e iluminaba las obras de arte que adornaban las paredes. Solo le importaba llegar al final del pasillo y salir por las puertas acristaladas que daban a la terraza con columnas.

Alma le había dicho que se preparara, pero, a pesar de la advertencia, se quedó boquiabierta cuando salió al exterior. Había esperado que su abuelo estuviese sentado en su butaca favorita. Se quedó helada cuando vio la cama con lo que parecía una bombona de oxígeno. Su abuelo estaba tumbado con unas mantas de cachemira por encima de la cintura. El pecho le subía y bajaba lentamente y tenía los ojos cerrados. Sin embargo, lo que más le impresionó fue que su rostro, normalmente resplandeciente, estuviese pálido y demacrado. El cambio, desde la última vez que lo vio hacía dos meses, era increíblemente asombroso.

–¿Vas a quedarte todo el día como una estatua?

Allegra dio un respingo y se acercó a esa figura, cuya fragilidad quedaba cruelmente resaltada por la luz del sol.

–Abuelo…

–Siéntate –le ordenó Giovanni dando unas palmadas en la cama con una mano nudosa.

Ella se sentó en el borde de la cama y tuvo que contener un sollozo cuando miró a su abuelo a los ojos. No habría podido soportar que también se hubiese apagado el espíritu indomable del hombre que llegó a la isla de Ellis hacía más de medio siglo. Sin embargo, y afortunadamente, sus ojos grises eran tan penetrantes como siempre, aunque un poco ensombrecidos por el dolor.

–¿Por qué no me lo dijiste? –susurró ella con la voz ronca por las emociones que estaba intentando contener–. Hemos hablado muchas veces por teléfono desde la última vez que estuve aquí. ¿Por qué no me has dicho que viniera?

–Tenías otras cosas en la cabeza.

–¿Como qué? –preguntó ella con el ceño fruncido.

–Sé lo importante que era para ti la gala de la fundación y, a juzgar por lo que he oído, fue un éxito clamoroso. No quería que te preocuparas por un anciano cuando ese acontecimiento tan importante exigía toda tu atención.

–Mi trabajo nunca será tan importante como tú para mí. Lo sabes. ¡Deberías haberme avisado!

–Considérame debidamente regañado –replicó él con media sonrisa.

Allegra, avergonzada, sacudió la cabeza.

–Lo siento.

–No lo sientas. Tu pasión serena es una de las muchas cosas que admiro de ti, piccola mia –él le tendió una mano muy grande y ella la tomó. Era cálida y tranquilizadora, pero no tenía la fuerza de antes–. Entonces, ¿Matteo ha hablado contigo?

Allegra asintió con la cabeza mientras tragaba saliva.

–La leucemia ha vuelto y el pronóstico es que te queda un año si tenemos suerte, ¿no?

Le tembló la voz al preguntarlo y sintió un vacío enorme cuando miró a su abuelo. Había deseado con cada célula de su cuerpo que no fuese verdad, pero Giovanni asintió con la cabeza.

–Sí –él la miró a los ojos para que no diera la espalda a la realidad–. Además, esta vez no habrá intervención. La última vez ya fue bastante arriesgada, o eso me han dicho los médicos.

–¿Estás seguro de que no se puede hacer? Podría hacer algunas llamadas…

–Allegra, querida, no te he pedido que vengas por eso. He roto todos los pronósticos durante más de quince años, desde que me lo diagnosticaron la primera vez. He vivido muy bien y me han bendecido de muchas maneras. He aceptado mi destino, pero antes de que me marche…

–Por favor, no hables así –le interrumpió Allegra.

Su abuelo la miró con compasión y sacudió la cabeza.

–Asimilarás esto como has asimilado muchas cosas dolorosas en tu vida. Eres fuerte, Allegra. Sé que serás más fuerte todavía en este trance.

Ella quería taparse los oídos como una niña, pero nunca había eludido la realidad. Era una niña cuando tuvo que hacerse responsable de sus hermanos menores de un día para otro. Alessandro, su hermano mayor, y Dante y Dario, los gemelos que habían hecho la vida imposible a todas y cada una de las personas que habían estado en contacto con ellos en la residencia Di Sione, fueron a un internado en cuanto fueron lo bastante mayores, pero sus tres hermanos menores habían sido responsabilidad de ella. Si bien sabía en el fondo de su corazón que no había conseguido ser el mejor modelo a seguir, sí había intentado por todos los medios que sus vidas como huérfanos fuesen lo más fáciles posible. Había intentado darles estabilidad en un mundo donde las niñeras entraban y salían como si las puertas fuesen giratorias y donde su abuelo había estado plenamente dedicado a levantar su emporio. Había fracasado muchas veces y Giovanni había tenido que intervenir. Con cada fracaso había dudado que tuviese la capacidad de ser lo que tenía que ser para su familia, pero nunca había dejado de hacer lo que tenía que hacer, y lo que tenía que hacer era su familia. Su abuelo y sus hermanos siempre eran lo primero. Sofocó el dolor que le atenazaba el corazón, tomó aire y asintió con la cabeza.

–¿Qué necesitas que haga?

Fuese por la decisión de su voz o porque había aceptado que no podía cambiar los designios del destino, su abuelo se sentó con algo más de color en la cara. Ella se alegró aunque tenía el corazón acelerado. Giovanni no la habría llamado si no fuese a pedirle algo importante.

–Necesito que recuperes algo, algo único y muy preciado que perdí hace mucho tiempo.

–De acuerdo –Allegra asintió con la cabeza–. Llamaré al director de la agencia de detectives que utilizo para…

–No, lo has entendido mal. No quiero que encuentren esa cosa, necesito recuperarla. Ya sé dónde está.

–Si ya sabes dónde está, ¿por qué no mandas a alguien a por ella? –preguntó Allegra con el ceño fruncido.

–Necesito que vayas tú y la consigas –contestó Giovanni sacudiendo levemente la cabeza.

–No lo entiendo.

–Es posible que tenga que explicártelo –Giovanni resopló–. ¿Te acuerdas de la historia de mis amantes perdidas?

–¿La colección de la que nos hablabas cuando éramos pequeños? Matteo me contó que le habías pedido que te encontrara una. Entonces, ¿son de verdad? ¿Existen?

El anciano esbozó una sonrisa triste.

–Sí, querida, son de verdad. Las vendí para empezar nuestro negocio familiar, pero ahora… –él desvió la mirada y a ella se le encogió el corazón por la desolación que había captado–. Ahora necesito recuperarlas. ¡Tengo que recuperarlas antes de que me muera!

Ella asintió con la cabeza. No podía negárselo al hombre cuyo amor nunca se había apagado aunque estuviese enterrado bajo la inmensa responsabilidad de ocuparse de sus muchos nietos.

–Te lo encontraré, sea lo que sea.

Giovanni suspiró y apoyó la cabeza en la almohada blanca como la nieve, pero no dejó de mirarla a los ojos ni un instante.

–Sabía que podía contar contigo. Si la memoria no me falla, mi adorada caja se vendió hace décadas a un jeque. La quería para su novia y me hizo una oferta que no pude rechazar –él sonrió, aunque fue una sonrisa teñida con una desolación mayor todavía–. Además, ¿quién era yo para interponerme en el amor verdadero?

–¿Te acuerdas de cómo se llama? ¿De dónde era?

Allegra quería que le diera los datos lo antes posible para librar a su abuelo de esos recuerdos que, evidentemente, estaba produciéndole mucha tristeza. El abuelo que ella recordaba siempre apegado al presente, al futuro del negocio familiar y al bienestar de sus nietos. Verlo recordar ese pasado del que hablaba muy pocas veces aumentaba el temor a la pérdida inminente.

–No recuerdo su nombre, pero era el jeque de Dar-Aman. Cuando nos conocimos, él estaba a punto de casarse con la mujer de sus sueños. Quería la caja como parte del regalo de boda. Era una de las muchas que había acumulado a lo largo de los años.

Nonno –ella murmuró la palabra italiana que no había empleado desde hacía mucho tiempo–. Haré lo que pueda para recuperarla, pero tienes que tener presente que eso fue hace mucho. Es posible que haya vendido la caja.

No quería decepcionar a su abuelo por nada del mundo, pero tenía que prepararlo por si se encontraba en un callejón sin salida.

–No –Giovanni sacudió la cabeza–. Intenté comprársela cuando el jeque perdió a su esposa, pero se negó a separarse de la caja. Me juró que nunca se desprendería de ella. Volví a intentarlo hace unos años, pero sin éxito. Sin embargo, sigue en el palacio de Dar-Aman.

Esa convicción hizo que Allegra supusiera que su abuelo había seguido de cerca a su preciada caja y se preguntó por qué no había hecho nada para recuperarla antes. El nombre Di Sione podía abrir las puertas más cerradas, por no decir nada de la fortuna que lo acompañaba.

–¿Me la encontrarás, querida?

Era imposible pasar por alto el tono suplicante y era difícil asimilar que durante años había anhelado en secreto esa caja, la caja que había vendido para poner los cimientos de su familia.

–Claro que lo haré. ¿Cómo la conseguiste?

Su abuelo tosió y ese sonido áspero retumbó en la terraza bañada por el sol. Luego, se atragantó y ella, presa del pánico, se levantó de un salto.

–Abuelo…

Él señaló la bombona de oxígeno. Ella le puso la mascarilla en la cara mientras una enfermera salía por las puertas acristaladas. Matteo le había comentado que los médicos habían permitido que se fuese a su casa solo si tenía asistencia médica privada. No obstante, la aparición de la enfermera confirmaba la gravedad de su abuelo y que las cosas solo podían empeorar.

–Lo siento, señorita Di Sione, pero ahora tiene que descansar.

Ella miró el pecho de su abuelo, que subía y bajaba a toda velocidad, y le escocieron los ojos.

–Abuelo…

Él se quitó la mascarilla a pesar de las protestas de la enfermera.

–No pasa nada. Estos ataques duran poco y parecen peores de lo que son. A este perro viejo todavía le queda vida.

Él guiñó un ojo y ella sonrió, pero el miedo todavía le atenazaba el corazón. Él volvió a tenderle la mano y ella se acercó.

–Trae la caja, querida Allegra. Tiene que volver a casa.

Allegra asintió con la cabeza, se inclinó y le besó la pálida mejilla.

–Le encontraré, te lo prometo. Ahora, descansa, por favor.

Él le apretó la mano con más fuerza antes de soltársela. Ella se alejó con la cabeza llena de preguntas y el corazón lleno de lágrimas. Sacó el teléfono del bolsillo del vestido, llamó a Matteo y resopló con desesperación cuando le contestó el buzón de voz. Pensó llamar al resto de sus hermanos, pero descartó la idea. Aparte de Matteo y Bianca, no había hablado con el resto de sus hermanos desde hacía un par de semanas. Todos sabían que su abuelo estaba enfermo y buscarían tiempo para visitar a Giovanni, pero tenían unas vidas muy ocupadas. No podía añadirles la carga de esa tristeza. Además, tenía que empezar a ocuparse de la promesa que le había hecho a su abuelo, una promesa que pensaba cumplir pasara lo que pasase.