Capítulo 4

 

Estás preparada para echarte a la carretera? –le preguntó una voz mientras ella observaba un cuadro de Gerhard Richter.

Allegra se dio la vuelta y tragó saliva por la sorpresa. Rahim se había cambiado la vestimenta protocolaria y se había puesto una túnica de algodón negro con una kufiya del mismo color sujeta a la cabeza por dos cordones blancos. Sin embargo, la combinación resultaba más… potente. Quizá fuese porque esa tela más ligera resaltaba la anchura de su espalda y se ceñía a su fina cintura y a sus muslos… o porque estaba chiflada por admirar a un hombre que no le interesaba lo más mínimo. Apartó la mirada de su pecho y la dirigió hacia su rostro, con mucho cuidado de esbozar una sonrisa inexpresiva. Con esa ropa informal y esa sonrisa natural, podría haberse engañado a sí misma y haber pensado que iba a salir a tomar café con alguien normal y corriente, pero no lo era. Rahim era el jeque de Dar-Aman y su sangre real se remontaba a docenas de generaciones. Además, tenía una fortuna inmensa que no había considerado oportuno compartir con su pueblo.

–Sí –contestó ella con cierta tensión.

Él la miró con curiosidad, pero no dijo nada y le hizo un gesto para que saliera delante de él de la habitación a la que la habían llevado para que esperara su llegada. Se recordó con toda firmeza que tenía que controlar las emociones y las opiniones y se aclaró la garganta mientras volvían a recorrer una infinidad de habitaciones y pasillos lujosamente decorados.

–¿Qué tal te han ido las reuniones?

–¿Te interesa de verdad?

Ella captó el brillo burlón de sus ojos y prefirió pasarlo por alto.

–Naturalmente. No lo preguntaría si no me interesara.

–La primera salió como había esperado y las dos siguientes salieron mal –contestó él.

–No parece que te importe gran cosa.

–Porque estaba preparado –él se encogió de hombros–. Esperaba que salieran mal. Me habría sorprendido lo contrario.

–¿Por qué?

–Porque habría sabido que me estaban mintiendo y la reunión habría dado un giro desafortunado.

Él sonrió con más severidad y el brillo de los ojos se hizo casi despiadado.

–¿Por qué? –volvió a preguntar ella como una cotorra.

–Porque no soporto ningún tipo de falsedad. Prefiero que mis oponentes sean francos conmigo aunque el resultado del enfrentamiento pueda ser perjudicial para mí.

La velada amenaza le produjo un escalofrío en la espina dorsal. Ella no había hecho nada malo, sencillamente, no había tenido tiempo de informar plenamente a Rahim Al-Hadi del motivo de su visita, pero, aun así, el remordimiento se adueñó de ella porque después del baño, mientras Nura había estado ocupada llevándose el té, ella había examinado minuciosamente sus aposentos por si la caja estaba allí por casualidad. No tenía intención de marcharse sin la caja, pero lo correcto era hablar con Rahim, como había pensado hacer en un principio, y no buscarla a sus espaldas.

–Claro –murmuró ella cuando comprendió que él estaba esperando que dijera algo.

Él asintió con la cabeza y apretó levemente los labios.

–Perfecto. Vamos por aquí, nos están esperando.

Pasaron por un inmenso arco dorado sacado de Las mil y una noches y Allegra se quedó boquiabierta unos segundos hasta que salieron a un patio del tamaño de un campo de fútbol. Los bordes estaban llenos de las omnipresentes fuentes y de algunas zonas para sentarse, pero al fondo, sobre un círculo de piedra, había unos helicópteros con los colores y el emblema real de Dar-Aman.

–¿Vamos a viajar en helicóptero? –preguntó ella mientras Rahim se dirigía directamente hacia las aeronaves seguido por dos guardaespaldas.

–Casi todo el recorrido, pero lo acabaremos en todoterreno. ¿Sigues estando segura de que quieres venir?

Él la miró y pareció como si lo hiciese con más intensidad. Ella sonrió porque no estaba dispuesta a darle otra excusa para que pospusiera la reunión.

–Claro.

Allegra se puso el sombrero que había llevado, siempre viajaba preparada para cualquier contingencia, y comprobó que se había guardado el teléfono en los pantalones caqui.

Llegaron al primer helicóptero y un guardaespaldas abrió la puerta. Antes de que pudiera subir, Allegra se encontró elevada por unos brazos muy fuertes. La presencia compacta y abrumadora de Rahim era como un muro de calidez en su espalda y contuvo la respiración por el asombro cuando su… vientre le rozó el trasero durante un segundo abrasador. Fue una sensación tan desconocida que se quedó helada durante un instante.

–No tienes miedo de las alturas, ¿verdad? –le preguntó él con la boca tan cerca de la oreja que sintió la caricia de su aliento.

–No, claro que no –contestó ella intentando no estremecerse.

Él la agarró de un brazo antes de dejarla en el asiento delantero. Luego, rodeó el helicóptero para sentarse al lado de ella.

–Perfecto. Entonces, disfrutarás con la experiencia. Abróchate el cinturón de seguridad –le indicó él antes de darle unos cascos para amortiguar el ruido.

Allegra lo hizo e intentó no mirar sus manos mientras preparaba la aeronave, pero la elegancia con la que manejaba los controles era increíblemente hipnótica. Apartó la mirada y vio que la escolta se montaba en los otros helicópteros. Torció la boca cuando Rahim tiró hacia atrás de la palanca y el aparato se elevó.

–¿Siempre viajáis con tantos guardaespaldas? –le preguntó ella mirando los otros dos helicópteros que se elevaban detrás de ellos.

–Los he reducido a la mitad durante los tres últimos meses, pero no puedo reducirlos más.

–¿Por qué?

–Porque eso sería romper el protocolo.

Ella arqueó una ceja con escepticismo.

–¿No es una exageración que el protocolo exija que tengáis casi dos docenas de guardaespaldas?

–Sé cuidar de mí mismo –los ojos se le nublaron un instante, hasta que ese color avellana se aclaró otra vez–. Lo he hecho durante mucho tiempo, pero las leyes son las leyes.

–Las leyes también pueden cambiarse, sobre todo, si no son en beneficio del pueblo, ¿no?

–Claro –él la miró con los ojos entrecerrados–, pero los cambios no se hacen de un día para otro, suele ser un proceso largo y arduo.

–Solo si se interponen quienes quieren beneficiarse injustamente. Normalmente, lo único que se necesita para que se den cambios de verdad es que haya alguien lo bastante decidido y que crea que está haciendo lo correcto.

–Estoy de acuerdo.

–¿De verdad?

Él apartó la mirada de los mandos y la miró a ella.

–Pereces sorprendida, Allegra. ¿Por qué no iba a estar de acuerdo con algo tan sensato?

Ella se tragó la respuesta que se le ocurrió automáticamente.

–No hay muchas personas que reciban bien las opiniones de las mujeres, sobre todo, cuando se trata de asuntos de Estado.

–Entonces, es una suerte que yo no sea uno de ellos, ¿verdad? –preguntó él con una sonrisa.

Ella lo miró fijamente porque no sabía si estaba jugando con ella o si creía que no pasaba nada por decir unas mentiras tan descaradas. Sobre todo, después de lo que le había dicho sobre las falsedades.

–Alteza…

–Rahim –le interrumpió él con delicadeza.

Allegra miró a los guardaespaldas que estaban sentados detrás.

–No pasa nada. No pueden oírnos si no elevas la voz. Además, me gusta cómo dices mi nombre.

Ella contuvo la respiración y se sonrojó mientras él le recorría el cuerpo con la mirada hasta detenerla en la boca.

–Creo que esto no es apropiado –soltó ella antes de que pudiera evitarlo.

Él esbozó una sonrisa tentadoramente maliciosa.

–Entonces, no heriré tu sensibilidad y dirigiré la conversación hacia algo más… apropiado. Háblame de ti.

–¿Por qué? –preguntó ella sorprendida y olvidándose de la diplomacia.

–Espero que sea una forma mejor de pasar el tiempo ya que otros temas provocan una reacción casi… inestable en ti.

Ella tragó saliva al darse cuenta de que él había interpretado con precisión sus emociones. Rahim había visto dentro de ella y quería cambiar de conversación. Se profundizó la permanente decepción con un hombre que era completamente incorregible. Sacudió la cabeza.

–Si no os importa, me gustaría hablaros del motivo de mi visita.

–Yo preferiría esperar hasta que pudiera prestarte toda mi atención, solo a ti. Te lo mereces. Hasta entonces, cuéntame cómo empezaste con la fundación.

Ella, frustrada, miró al desolado e indescriptiblemente hermoso paisaje que tenía debajo y se dejó llevar por los recuerdos. Los recuerdos de su madre habían ido velándose con los años, pero conservaba con toda claridad algunas conversaciones que se presentaban en los momentos más inesperados.

«Sobre todo, sé siempre tú misma. Entonces, tu voz se oirá. No seas como yo, Allegra…».

Anna di Sione le había dado ese repentino consejo cuando ella tenía seis años y se había puesto las perlas de su madre. Era un placer para el que no tenía que competir con sus hermanos. Había sido uno de esos momentos tan valiosos que había pasado con su madre y que lo habían disfrutado ellas dos solas.

–Me tomé un año libre después del instituto y recorrí el mundo haciendo voluntariado. Supongo que estaba buscándome a mí misma en cierto sentido –ella se encogió del hombros porque le incomodaba contar una parte importante de lo que había trazado su camino en la vida. Sin embargo, se atrevió a mirarlo y solo vio un interés cordial–. En cualquier caso, enseguida comprobé que algunas de las cosas que a mí me parecían lo más normal del mundo eran unos lujos inalcanzables o estaban prohibidas para las mujeres de algunos países. Cuando volví, lo hablé con mi abuelo. Él creó la fundación un año antes de que me licenciara en la universidad y yo me hice cargo y la extendí por el mundo.

–Así como su reputación –Rahim sacudió la cabeza pensativamente–. Deberías estar orgullosa.

Ella sintió una calidez alarmante por el halago.

–Lo estoy, pero no ha sido fácil. Desgraciadamente, será una batalla contracorriente mientras los hombres crean que están al mando.

La risa de Rahim le retumbó por todo el cuerpo y sus ojos dejaron escapar un brillo deslumbrante.

–Comprobarás que no me resisto a que una mujer tome el mando cuando la situación lo exige.

–¿No os parece una afrenta a vuestra masculinidad?

–Mi masculinidad es lo bastante firme como para que me gusten los desafíos de las mujeres –contestó él con una voz profunda e hipnótica–. En realidad, disfruto. Aunque eso no quiere decir que no ejerza el control cuando haga falta.

–¿Control sobre vuestras mujeres?

Él volvió a sonreír, pero esa vez fue una sonrisa carnal y letal.

–¿Estamos metiéndonos en un terreno personal y sexual, Allegra?

Ella notó que le ardía la cara, pero no apartó la mirada.

–Solo estoy comprobando que hablamos de lo mismo.

La sonrisa de él desapareció y entrecerró los ojos.

–¿Qué crees tú que quiero decir?

Ella intentó encogerse de hombros, pero no pudo.

–Fuerza física contra las mujeres…

–Para mí es aborrecible y es un delito en mi reino, uno que suscribo plenamente. No puede haber malentendidos sobre eso.

La firmeza de sus palabras hizo que ella tragara saliva.

–Yo… Naturalmente. Para ser sincera, creo que esta conversación ha podido tomar un giro equivocado.

Él apretó las mandíbulas mientras desviaba el helicóptero hacia el oeste.

–Un manual de psicología diría que indica cierto freudianismo, ¿no?

Las alarmas se encendieron dentro de ella por lo cerca que estaba rozando las verdades que no quería desvelar.

–No me conocéis lo bastante como para deducir eso.

–El tiempo da igual cuando se trata de la intuición. Eres apasionada con el trabajo que haces. Esa pasión tiene que tener un origen.

–Todos tenemos un pasado que nos moldea, Alteza.

Ella lo dijo en un tono un poco afectado para no recordar el mundo inestable en el que habían vivido sus hermanos y ella antes de que el enfrentamiento definitivo entre sus padres hubiese acabado con todo.

–Estoy de acuerdo. Dime que lo que te ha moldeado no fue nada físico y dejaré el asunto.

Ella abrió los ojos, lo miró fijamente y captó toda la intensidad de su mirada. Se le secó la boca y sacudió la cabeza.

–No, no me maltrataron físicamente.

Él soltó el aire y asintió sombríamente con la cabeza. Volaron unos minutos en silencio y ella abandonó el doloroso pasado para volver al presente. Debajo de ella podían verse más muestras del abandono de las infraestructuras de Dar-Aman. Sin embargo, también podían verse algunos edificios nuevos, ejemplos del renacimiento del que había hablado Rahim. Aunque eso no impidió que lamentara la monumental pérdida. Él la miró cuando ella suspiró.

–Has hablado de tu abuelo, pero no de tus padres. ¿Ellos también se dedican a la beneficencia?

A ella se le encogió el corazón al oír hablar de sus padres.

–Creía que ibais a dejar el asunto.

Rahim esbozó una sonrisa levísima y curiosamente empática.

–Tranquila, habibi. Lo dejaré si quieres.

Esa comprensión inesperada desató algo dentro de ella y, con el batiburrillo de emociones que la dominaba por dentro, no se sorprendió cuando se encontró confesándose.

–Mis padres murieron cuando yo tenía seis años.

Él volvió a asentir con la cabeza, pero no le presentó las vacías condolencias que le presentaba casi todo el mundo en las escasas ocasiones en las que hablaba de sus padres.

–Supongo que es algo desdichado que tenemos en común.

–Yo creía… –Allegra frunció el ceño–. ¿Vuestro padre no murió solo hace seis meses?

Rahim apretó los dientes con la mirada impasible clavada en el horizonte.

–Sí, pero estaba muerto en muchos sentidos antes de que exhalara el último aliento.

Ella quiso preguntarle qué quería decir para luego negar que tuvieran algo en común. Sin embargo, le fastidiaba haber desvelado tantas cosas de sí misma en tan poco tiempo y que ninguna de esas cosas le hubiese ayudado a cumplir la tarea que le había encomendado su abuelo. Estaba buscando la manera de sacar el asunto cuando sobrevolaron una colina.

–¿Qué es eso? –preguntó ella señalando una obra.

–El nuevo circuito que se terminará a finales de este año. Celebraremos la primera carrera la próxima primavera.

Allegra hizo un esfuerzo para contener las emociones.

–¿No he leído en algún sitio que erais piloto? –le preguntó ella.

–Aficionado. Mi origen me impide tener una profesión tan peligrosa –contestó él encogiéndose de hombros con resignación.

–Pero tenéis supercoches, ¿no?

Él asintió con la cabeza y la miró con el ceño ligeramente fruncido.

–Algunos. ¿Adónde quieres llegar? Y no me digas que a ninguna parte porque capto en tu voz que estás juzgándome. ¿Vas a volver a acusarme de no ocuparme de mi pueblo?

–¿Lo hacéis?

Ella lo miró a la cara y se preguntó por qué le importaría tanto su respuesta.

–Claro –contestó él sin titubear–. Creo que no se puede tirar dinero sobre un problema sin saber antes dónde está la raíz de ese problema.

–A mí me parece que es muy fácil ver dónde está la raíz de los problemas de vuestro país. Es posible que estéis haciendo algo ahora, pero la pregunta es por qué nadie, fuera del precioso palacio, se ha preocupado lo suficiente hasta ahora. Si lo hubiesen hecho, vuestro reino no estaría en este estado.

Ella oyó un gruñido de incredulidad a través de los cascos y se hizo un silencio sepulcral. Miró hacia atrás y vio la cara de espanto de los guardaespaldas antes de que miraran hacia otro lado.

¿Qué había hecho? Apretó los puños e intentó pensar en algo que pudiera mitigar la bomba que acababa de arrojar en su propio camino. Abochornada, tomó aire. Rahim Al-Hadi la sacaba de sus casillas con una facilidad aterradora, pero, aun así, sabía que se había pasado mucho de la raya.

–Alteza…

–Ya ha dicho suficiente por el momento, señorita Di Sione. Si bien no quiero aburrirle con el protocolo de mi país, le advierto que si vuelve a ofenderme, la detendrán, o algo peor. Es posible que tenga que ahorrarse los comentarios hasta que estemos solos.

Antes de que ella pudiera farfullar alguna explicación para justificar su lengua incontenible, él volvió a desviar el helicóptero para alejarlo del Mar Arábigo. El terreno dejó de ser verde y exuberante y empezaron a aparecer las dunas del desierto de Dar-Aman mientras solo se oían los rotores que giraban en el aire caliente.

Entonces, uno de los guardaespaldas se inclinó hacia delante y señaló hacia abajo. Rahim asintió con la cabeza y empezó a descender hacia un convoy de todoterrenos que estaba alineado en un llano. Aterrizaron y un grupo con vestimentas bereberes, encabezado por un anciano, se dirigió hacia ellos. Su rostro arrugado esbozó una sonrisa mientras abrazaba a Rahim. Luego, se dieron un beso en cada mejilla y se llevaron la mano al corazón varias veces.

Allegra se bajó lentamente del helicóptero y vio los gestos de bienvenida, que, como ella sabía por experiencias previas, estaban reservados para los invitados especiales o la familia. Rahim la miró después de unos minutos, pero su expresión cordial había desaparecido. Hizo un gesto con la cabeza a uno de sus hombres, quien se acercó a ella y le indicó que se montara en uno de los muchos todoterrenos. Se dio cuenta de que no viajaría con Rahim y sintió una decepción profunda y desconcertante. Sin embargo, sonrió cuando se dio cuenta de que estaban mirándola con curiosidad y se sentó en el asiento sin decir nada. La sonrisa se le borró de la cara en cuanto el séquito salió a toda velocidad por un terreno tan abrupto que media hora después, cuando se detuvieron junto a un grupo de tiendas de campaña beduinas de color marrón, estaba convencida de que se había roto más de un hueso. Unas montañas muy escarpadas se elevaban a ambos lados del campamento y comprendió por qué había que abandonar los helicópteros para terminar el recorrido. La escena era impresionante, aunque sus huesos estaban un poco resentidos. Se bajó del coche con mucho cuidado y se encontró a Rahim delante de ella.

–¿Estás bien? –le preguntó él.

Le vibraba todo el cuerpo por la rabia y Allegra comprendió que su arrebato en el helicóptero seguía siendo un asunto pendiente entre ellos, pero le sorprendió que dejase sus cosas para preguntarle qué tal estaba si estaba disgustado con ella.

–Estoy bien. En cuanto a lo que dije…

Él sacudió la cabeza con firmeza.

–Ya hablaremos de eso más tarde.

Rahim dio algunas órdenes en árabe y se quedaron todos menos dos mujeres y el anciano. Dio algunas instrucciones más y las mujeres se acercaron apresuradamente e inclinaron la cabeza.

–Laila y Sharifa te ayudaran a que te asees y te servirán algo de beber. Volveremos al palacio cuando haya terminado la reunión.

Él empezó a alejarse.

–Alteza…

Rahim se dio la vuelta bruscamente.

–Pareces dispuesta a sacar algunas conclusiones severas sobre mí. ¿Tan incorregible soy?

Se quedó atónita por la pregunta tan directa y porque parecía sinceramente perplejo por sus comentarios. Como no tenía ninguna respuesta lo bastante diplomática, replicó con otra pregunta.

–¿Por qué parecéis tan empeñado en que me interese por vos?

Él se puso ligeramente tenso, pero se encogió de hombros.

–Si no, ¿cómo ibas a dejar a un lado los prejuicios y ver la luz?

–No reacciono ante nada que no tenga delante de mí.

Ella se dio cuenta de que su respuesta iba más dirigida a él que a su reino y se sintió avergonzada. Él frunció el ceño bajo la kufiya y la miró fijamente durante un instante.

–Es posible que esto no haya sido una buena idea después de todo –murmuró él en tono sombrío. Luego, señaló con la cabeza a las mujeres que estaban cerca–. Habré acabado dentro de dos horas y volveremos al palacio.

Rahim se marchó antes de que ella pudiera replicar. Cuando las mujeres se acercaron y le indicaron que las siguiera, Allegra suspiró para sus adentros y esbozó otra sonrisa.

Una hora más tarde, después de haber intentado montar en un camello malhumorado y de haber subido unas dunas para ver la puesta de sol más espectacular que había visto en su vida, se lavó las manos y los pies y se sentó en un almohadón bordado dentro de una tienda de campaña fresca e increíblemente decorada. La media docena de mujeres que la rodeaban hablaban inglés mejor o peor y a ella le asombró que casi todas habían querido tener carreras profesionales en algún momento de sus vidas. Carreras que habían terminado bruscamente hacía unos quince años. Cuando preguntó por qué, se encogieron de hombros, se miraron disimuladamente y hablaron acaloradamente en árabe. Se dio cuenta de que había tocado un tema espinoso e intentó cambiar de conversación, pero cerró la boca al notar en la nuca que estaban mirándola. Giró la cabeza y se encontró con la mirada de Rahim. Él la miró primero a los ojos y luego a los platos vacíos que tenía delante. Fue una mirada gélida y con una ceja arqueada.

–Me atrevería a decir que las dos horas pasadas no han sido una tortura para ti.

–No del todo –replicó Allegra sonrojándose.

–Ha llegado el momento de volver al palacio. Si puedes soportar la idea de marcharte, claro.

Él la miró en silencio mientras ella se lavaba las manos y se levantaba. Una vez más, su expresión era de enojo y desconcierto. Cuando se acercó a él, se dio la vuelta y salió de la tienda de campaña. Su estatura y su túnica ondulante formaban una figura imponente entre el gentío que se había reunido para despedir a su jeque. Ella aceleró el paso para seguirlo y tuvo que reconocerse a sí misma que no le gustaba ese Rahim Al-Hadi silencioso y meditabundo. No le gustaba lo más mínimo.