Cuando el helicóptero volvió a aterrizar en el césped del palacio, Allegra estuvo a punto de salir corriendo de ese ambiente tenso. Rahim no había hablado casi, se había limitado a contestar las preguntas directas que le había hecho ella. No había contestado con monosílabos, pero sus respuestas habían sido tan tensas que podrían haberlo sido.
–¿Por qué te has reunido con los ancianos?
Ella hizo la pregunta que había tenido en los labios desde que despegaron de Nur-Aman. Por un segundo, creyó que él no iba a contestar, pero Rahim la miró mientras se dirigían al pasillo que llevaba a sus aposentos. Allegra suspiró con alivio cuando él aminoró el paso para que pudiera seguirlo y pasó por alto esa parte de sí misma que se burlaba de ella por intentar retrasar la llegada a ese sitio que llamaban, estúpidamente, el ala de las mujeres, o porque intentaba encontrar algún indicio de que el hombre que había asolado su reino mientras se rodeaba de obras de arte de valor incalculable y coches veloces podía corregirse.
–¿Te has fijado en los oleoductos abandonados que había cerca del campamento? –le preguntó él.
–Sí.
–En esa montaña fue donde mi primer antepasado descubrió la malaquita que ha dado fama a Dar-Aman y en el valle que hay debajo de Nur-Aman encontramos nuestro primer yacimiento de petróleo. Esos oleoductos se hicieron hace casi veinte años. Fue un plan atrevido y brillante que debería haber llevado empleo y crecimiento a Nur-Aman.
El orgullo de su voz la cautivó, pero también hizo que se preguntara por qué no había visto las necesidades de su pueblo hasta hacía tan poco tiempo.
–¿Pero?
–Pero no los han tocado desde hace más de quince años.
–Ya lo he visto. ¿Por qué?
La expresión de Rahim reflejó disgusto y tristeza. Ella se preguntó el motivo de la segunda y esperó la respuesta.
–Se renegociaron los contratos y los derechos de extracción se vendieron a empresas extranjeras.
–¿No hay leyes que lo impidan?
–Se retorcieron, pero no se infringieron –contestó él encogiéndose de hombros.
–Me sorprende que reconozcas algo así.
–No tengo nada que ocultar, Allegra, y menos sobre algo tan importante como eso.
–¿Qué vas a hacer al respecto?
–Solo se puede hacer una cosa. Pienso recuperar y conservar lo que es mío.
Allegra lo miró a los ojos y sintió ese calor abrasador por dentro. Era absurdo que le afectaran unas palabras que hablaban de derechos petrolíferos y de aumentar las riquezas de él. Sin embargo, eso daba igual y echaba leña al fuego de la confusión.
Llegaron a las puertas de sus aposentos y Rahim las abrió de par en par. Nura no estaba por ninguna parte y el corazón se le aceleró mientras entraba en la sala seguida de cerca por Rahim y su abrumadora presencia masculina.
–Gracias por llevarme. Ha sido una experiencia esclarecedora.
Ella lo dijo cuando ya no tuvo a dónde mirar y acabó mirándole a él, quien la observaba con una intensidad que le abrasó más las entrañas. Tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para apartar la mirada de su sensual boca.
Él se acercó a ella y tomó un mechón ondulado que se le había escapado de la coleta. Lo acarició con unos movimientos lentos y pensativos antes de pasárselo por detrás de la oreja. Ese contacto electrizante le recorrió todo el cuerpo, hasta el rincón más recóndito, y se le encogieron las entrañas por la excitación que se adueñó de ella. Hizo otro esfuerzo para tragar saliva cuando la boca se le llenó de un anhelo indescriptible. Él dejó caer la mano y ella tuvo que contenerse para no agarrársela y que repitiera la caricia.
–Me alegro de que se te hayan abierto los ojos.
–¿De… De verdad? –preguntó ella ambiguamente.
Todavía anhelaba su contacto con una avidez que la asustaba y sorprendía. Él, como si hubiese leído sus pensamientos, levantó lentamente una mano. Esa vez, le acarició una mejilla y el mentón de una forma casi reverencial. Cuando llegó a la comisura de los labios, ella contuvo la respiración como si tuviese miedo de que fuese a retirarla si movía la boca.
–Naturalmente, me complacería más si aplicaras fructíferamente tus observaciones. ¿Puedo contar con que lo harás, Allegra?
Ella sabía que tenía que prestar más atención a esa conversación e intentó concentrarse, pero él estaba pasándole el pulgar por el labio inferior y su capacidad de razonar estaba a punto de caer en barrena.
–No estoy segura… de lo que…
Él la calló con un dedo en los labios.
–Te propondré una cosa, Allegra, y espero sinceramente que seas receptiva –dijo él mirándola con unos ojos ardientes.
Ella ya había visto esa mirada una vez. Fue cuando el actor de una película le había hecho una proposición indecente a la actriz. Entonces, se había burlado para sus adentros de lo improbable que era todo eso. En ese momento, mientras contenía la respiración, una emoción casi prohibida hacía que le bullera la sangre. Se aclaró la garganta cuando él no dijo nada al cabo de unos minutos.
–¿Qué… Qué tipo de propuesta? –preguntó ella con la voz ronca y todas las terminaciones nerviosas de la boca reaccionando al contacto de su dedo.
Los preciosos ojos de él se oscurecieron por el reflejo de la avidez que la atenazaba por dentro.
–Una propuesta que espero que consiga que nuestras metas sean las mismas ahora que has estado algún tiempo en Dar-Aman.
Volvió a pasarle el dedo por la piel, pero esa vez bajó hasta el hombro y siguió por el brazo hasta la mano. Le tomó los dedos y se los llevó a los labios para besarle los nudillos. Ella contuvo el aliento y él esbozó una sonrisa muy leve.
–Seguiremos hablando esta noche. El banquete es a las ocho. Te recogeré un poco antes.
Él se dio la vuelta, se marchó y la dejó en un estado de confusión sensual y excitación desorbitada. Además, y a pesar de que se repetía a sí misma que era una necia por haber caído en una trampa tan evidente, no encontraba un argumento lo bastante convincente que le serenara el pulso desbocado mientras entraba aturdida en el dormitorio.
Rahim salió de los aposentos de Allegra con la sangre como lava y la certeza de que el juego había cambiado significativamente. Aunque no tanto como para apartarlo de lo que tenía que hacer por su pueblo. Era como si hubiesen aumentado las dimensiones de sus intenciones y el patrón siguiese siendo el mismo.
Sin embargo, era algo que no le gustaba porque nunca había mezclado el placer con el trabajo, o, dicho de otra forma, no había permitido que sus apremios personales le impidieran alcanzar sus metas. Una relación sexual con Allegra, por mucho que él la considerase algo esporádico, sería lo bastante personal como para que peligrara lo que ella y su fundación podían hacer por Dar-Aman. Porque, para decirlo claramente, quería acostarse con Allegra di Sione. Lo había sabido desde que esa mañana miró sus cautivadores ojos. A pesar de sus ataques desmedidos e injustificados, se había encontrado arrastrado por la atracción que brotaba entre ellos.
Sin embargo, esa misma tarde, durante un momento, había estado seguro de que se había equivocado al creer que ella podía ser la solución de sus problemas. Había estado dispuesto a decirle que hiciese las maletas en cuanto volvieran, hasta que empezó a hacerle preguntas en el helicóptero. Aunque había sido escéptico hasta en ese momento. El interés de ella por lo que estaba haciendo en Nur-Aman había sido lo que le había convencido de que no la montara en el primer avión que saliera de Dar-Aman. Quizá su viaje no hubiese sido tan baldío después de todo. Ella había mostrado interés y eso era algo que él podía aprovechar. Sabía, sin arrogancia, que con un poco de esfuerzo podía socavar la idea preconcebida que tenía de él y pensaba emplear esa herramienta en beneficio propio.
En cuanto a esa atracción devastadora que había entre ellos… Dejó escapar un gruñido de frustración por la tensión de sus entrañas. A pesar de la inteligencia que se reflejaba en sus ojos y del impresionante éxito de su fundación, Allegra di Sione tenía todas las trazas de ser una mujer que exigía mucha atención en privado. Había vislumbrado, bajo su apariencia impasible y pragmática, un temperamento apasionado que podía descontrolarse si no se manejaba con cuidado, y él no pensaba ser quien la manejara en ese sentido. Ya había tenido demasiadas experiencias con mujeres que exigían mucha atención. Aminoró el paso mientras se acercaba a sus aposentos privados. Había recuerdos de su madre por todos lados; en la amplia habitación que daba al jardín donde ella tenía pájaros exóticos, en las salas decoradas con alfombras, tapices y vitrinas llenas objetos muy delicados. Mirara donde mirase, veía recuerdos de su sonrisa de oreja a oreja cuando su padre le enseñaba algo que le había llevado a la vuelta de un viaje de trabajo o de sus rabietas de diva cuando no se satisfacía inmediatamente alguno de sus caprichos.
Criticar a su madre era un defecto, pero si bien había sabido que lo habían querido con una devoción absoluta cuando era pequeño, también pasó por un periodo de miedo atroz sobre lo que sería su vida si le arrebataban ese amor cundo tuvo una muestra el día que cumplió once años. Esa noche se prometió por primera vez que no permitiría que el amor, o cualquier sentimiento que se le pareciera, entrara en su vida, y al hacerse mayor se había convertido en rechazo desdeñoso hacia todo lo que se le pareciera remotamente. Podía tener relaciones sexuales, es más, su vida se había convertido en una sucesión de aventuras carnales aunque reconocía que las primeras incursiones en ese tipo de vida habían sido para llamar la atención de su padre. Era una verdad triste y amarga que todavía le costaba asimilar. Otra verdad que le costaba aceptar era que, si quería que Allegra fuese su salvadora, tendría olvidarse de tener relaciones sexuales con ella.
La tensión en las entrañas protestó por esa decisión. No le hizo caso, cruzó las puertas talladas que daban paso a su dormitorio y salió a su terraza privada. Miró a la izquierda, donde estaba el ala de las mujeres. Sintió un cosquilleo en los dedos al acordarse de la sedosa piel de Allegra y de la carnosa boca que había acariciado. La necesidad de paladearla había sido increíblemente apremiante, pero era una debilidad que tenía que dominar. Quizá en el futuro, cuando su reino estuviese más asentado y nadie dudara de su liderazgo, podría retomar las cosas con ella… Sacudió la cabeza y apretó los puños para sofocar el cosquilleo.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia el ala oeste, hacía la zona que daba al grandioso salón de baile, donde estaban haciéndose los preparativos para el banquete de esa noche. Resopló y aceptó que no tenía elección cuando se trataba de su pueblo. Lo principal y prioritario era su bienestar. Los apremios de la carne tendrían que quedar relegados por mucho que le costara.
Seguía intentando hacer acopio de ese sentido del deber cuando llamó a la puerta de Allegra noventa minutos más tarde. Ella abrió la puerta y él notó que le bullía la sangre y que le costaba respirar. Llevaba un vestido largo y ceñido de un color azul casi idéntico al de sus ojos y unos zapatos de tacón que hacían que le llegara a la barbilla. Estaba tan hermosa que lo dejó sin respiración.
–Buenas noches –murmuró ella.
Él le devolvió el saludo y, sin poder evitarlo, dijo las palabras que le quemaban en la boca.
–Estás preciosa.
Ella se sonrojó ligeramente y sonrió. Él volvió a sentir el cosquilleo en los dedos por la necesidad de acariciarla.
–Gracias. Tú tampoco estás mal.
Allegra tenía el pelo peinado con capas ondulantes sujetas a un lado con pasador con diamantes y le caía sobre el hombro por el otro lado. Los rizos que había visto antes en la coleta eran más pronunciados en ese momento y tuvo que aplacar las ganas de introducir la mano y sentir lo sedosos que eran, y de estrecharla contra sí y devorar esa boca seductora con un brillo color melocotón.
Esbozó una sonrisa forzada y maldijo a los dioses por ese arrebato de lujuria tan inoportuno. También dio las gracias porque la túnica ocultaba la evidencia de su excitación.
–Como es un poco pronto, tomaremos el camino más… pintoresco hasta el salón de baile.
Él esperó en tensión a que ella se resistiera, pero asintió con la cabeza inmediatamente y él respiró con alivio.
–Me encantaría. He estado leyendo un poco más sobre la fascinante historia del palacio y, sobre todo, de su decoración interior. Me encantaría ver algo más si no te importa.
Rahim se dijo a sí mismo que debería estar complacido por el interés de ella, pero sintió cierta desazón al acordarse de otras conquistas femeninas que habían intentado impresionarlo con todo lo que sabían sobre Dar-Aman, y que no sabían que eso aceleraba la salida de su vida. Además, las miradas disimuladas de Allegra despertaban algo dentro de él que no podía identificar. Dejó a un lado esa sensación y se centró en lo más importante.
–Naturalmente. Empezaremos por la habitación bazar. Me han dicho que es la habitación más fotografiada de esta parte del mundo.
–Gracias –ella lo dijo con alivio y la sensación de antes se hizo más intensa, aunque sus palabras fueron bastante inofensivas–. Había esperado que no me tuvieras en cuenta la falta de delicadeza de antes.
La sonrisa de ella era cautivadora y Rahim se advirtió para no dejarse arrastrar.
–Sería un necio si no te perdonara, sobre todo, cuando espero que te marches con una impresión de mí mejor que la que tenías cuando llegaste.
Ella lo miró con el labio inferior entre los dientes y él tuvo que sofocar un gruñido.
–La noche es joven, no nos precipitemos –replicó ella con cautela.
Rahim suspiró teatralmente.
–Vaya, y yo que esperaba haber cautivado a todo el mundo con mi personalidad adorable para cuando se hubiesen servido los aperitivos…
La risa de ella iluminó un rincón oscuro y frío que él tenía por dentro.
–Lo siguiente que dirás de ti es que eres guapo y encantador.
Él arqueó una ceja con arrogancia y sacudió la cabeza.
–Tienes razón, no nos precipitemos.
Entonces, le pareció que lo más natural del mundo era ofrecerle el brazo. Ella titubeó un segundo, pero lo tomó y siguió su paso. El delicado olor de su perfume los envolvió mientras salían del ala este. Estaban acercándose a la habitación bazar cuando ella se detuvo.
–Es increíble…
Él siguió la dirección de su mirada y sonrió por su reacción a lo que había en el centro de la galería, justo debajo de la cúpula dorada. El caballo de mármol estaba rodeado de querubines con flautas que dejaban caer agua en la fuente. El caballo árabe estaba representado con toda su magnificencia y sus crines flotaban en el aire mientras se elevaba del agua sobre sus patas traseras.
Cuando ella empezó a acercarse a la fuente, Rahim despidió a los guardaespaldas con una mano. Sus pasos fueron alejándose hasta que solo se oyó el agua de la fuente.
–Era el caballo favorito de mi madre –le explicó Rahim–. Cuando murió en un accidente durante una carrera, mi padre encargó este monumento para ella.
Ella rodeó la estatua y la observó con los ojos abiertos por la fascinación. Se paró en la parte delantera y pasó los dedos por las palabras cinceladas en la piedra.
–¿Qué quiere decir?
–La traducción libre sería «el querido».
Ella sonrió levemente, pero él captó que era una sonrisa teñida de tristeza.
–Cada rincón del palacio es increíble, casi como un cuento de hadas.
Rahim intentó disimular la amargura mientras contestaba.
–Esa era la idea. Mi madre quería un palacio de cuento de hadas y mi padre se ocupó de que lo tuviera.
–Es precioso de verdad, es un lugar mágico –ella lo dijo sinceramente y él vio su delicada sonrisa mientras volvía a pasar los dedos por las palabras–. Tu padre debió de amarla mucho si removió el cielo y la tierra para darle lo que quería.
La tristeza y la rabia que sentía cuando pensaba en su padre se hicieron más intensas.
–Supongo que podría decirse eso.
Allegra dejó de observar la estatua y lo miró.
–¿A ti no te lo parece?
–Supongo que algunos lo verán como amor –él se encogió de hombros–. Otros podrían verlo como una obsesión perjudicial a largo plazo.
–¿Tú eres de los segundos?
Él intentó contener la palabra que no quería decir, pero súbitamente brotó la necesidad de compartir, de quitarse un peso de encima, y la palabra le salió de la boca.
–Acompáñame.
–¿Adónde? –preguntó ella con los ojos muy abiertos.
–Solo será un minuto.
Él le tomó la mano y notó la tensión en las entrañas por el contacto. Aminoró el paso cuando se acercaron a la puerta doble del ala norte. La abrió de par en par y observó la luz que bañaba la decoración morada y dorada. La escalera de mármol en curva ocupaba el centro, como en todos los sitios del palacio, y estaba pensada para que la bajara elegantemente una princesa.
–Este sitio no deja de asombrarme.
Rahim, que empezaba a pensar que estaba loco por exponerse a unos recuerdos tan turbadores, se limitó a asentir con la cabeza. Allegra, que quizá se hubiese dado cuenta de lo alterado que estaba, se dio la vuelta para mirarlo.
–¿Por qué me has traído aquí, Rahim?
Él miró la escalera.
–¿Sabes por qué está cerrada este ala?
–No, el libro no decía…
–Claro que no. Ese libro es para quienes creen en los cuentos de hadas.
Ella frunció el ceño por su sarcasmo, pero no dijo nada y lo observó cuando empezó a ir de un lado a otro.
–Mi madre estaba bajando apresuradamente esas escaleras para enseñarle a mi padre un adorno que había comprado cuando se resbaló y se cayó. Sufrió una conmoción cerebral, se rompió un tobillo y quedó un tiempo en coma.
Rahim no oyó casi el murmullo de espanto de Allegra, estaba absorto por el recuerdo de aquellos días y del miedo que le atenazó el corazón cuando vio que el amor debilitaba a un hombre fuerte y noble, un hombre al que, hasta ese momento, había considerado invencible.
–De un día para otro, mi padre se convirtió en un ser inútil, abandonó todo y a todos, entre otros, a su asustado y desorientado hijo, y no se separó de la cama de mi madre.
–¿Cuánto tiempo estuvo… enferma?
–Estuvo seis días en el hospital y solo me permitieron verla una vez durante cinco minutos. Mi padre estaba aterrado de que pudieran contagiarle una infección, aunque el médico le había dicho que era imposible. Se aisló completamente del mundo. Cuando estaba obligado a atender algún asunto de Estado, lo hacía como un zombi. Esa semana oí más de una vez que sus asesores susurraban sobre su estado mental.
–Pero tu madre mejoró…
Él se apartó de ella y de las escaleras que simbolizaban tantas cosas que quería olvidar.
–Volvió a casa y, aparte de que mi padre cerrara el ala norte para no tener que ver dónde se cayó ella, sí, las cosas mejoraron, pero nunca volvieron a ser como antes.
–¿Porque habías presenciado el amor de tus padres? –preguntó Allegra mirándolo fijamente con comprensión.
–No. Vi lo destructiva que era la obsesión de mi padre.
Había visto con toda claridad el efecto debilitador que tenía el amor. El sentimiento que había disfrutado y había tomado como algo natural, se había convertido de repente en algo que podía suponer la destrucción de su país y de él mismo.
–Sin embargo, incluso entonces esperé haberme equivocado, que lo que había visto en mi padre durante aquella semana hubiese sido una alteración pasajera.
El amor de su padre tenía que abarcar a su hijo y a cada uno de sus súbditos, no solo a su amada esposa. Ese amor tenía que convertirlo en un gobernante y en un padre mejor, no en un espectro cuando el amor se sentía amenazado.
–¿Qué pasó? –le preguntó ella desde detrás de él.
–Mi madre murió cuatro años después y mi padre me demostró hasta qué punto podían empeorar las cosas.
Una mano lo agarró del bíceps y él se sorprendió de lo fuerte que era y de lo mucho que quería que no lo soltara.
–Los dos os quedaríais destrozados…
–La vida de mi padre terminó ese día.
Khalil Al-Hadi dejó de vivir cuando murieron su esposa y su segundo hijo nonato.
–Y yo me fui a vivir a Washington en cuanto pude –añadió Rahim.
Fue el sitio que utilizó durante los quince años siguientes para olvidar a su padre y a su tierra. Al principio, no había querido creer lo que estaba pasando delante de sus ojos, pero su vida se alteró alarmantemente y fue cayendo en un infierno que le provocaba reacciones desdichadas. Cuando se dio cuenta de que sus intentos eran inútiles, que su padre no podía ver más allá de su propio dolor, él ya llevaba una vida disipada que se había convertido en una adicción que no quería abandonar. No había encontrado ningún motivo para poner freno a una libertad embriagadora que lo eximía de cualquier responsabilidad en lo relativo a Dar-Aman. Al fin y al cabo, si su padre no se molestaba en interesarse por lo que él hacía, él correspondería desconectándose completamente de su país. Se pasó la mano distraídamente por el pecho como si quisiera aliviar el dolor que sentía en el corazón. Su exilio autoimpuesto había sido tan efectivo que no se había enterado de lo mal que habían ido las cosas, de cómo habían abandonado a su pueblo.
–Sin embargo, hay algo más, ¿verdad?
Él la miró con una mueca que era la caricatura de una sonrisa. La miró fijamente a los ojos azules y se preguntó que sentiría si se dejaba arrastrar por ellos. Sin embargo, se dominó.
–Siempre lo hay, habibi, como creo que también lo hay para ti, pero aquí es donde me busco una excusa y digo que no quiero hablar mal de los muertos.
–O donde muestras una rendija en tu coraza que indica que eres humano.
–¿Y por qué iba a querer enseñar ese defecto?
–¿No son los héroes con defectos los que siempre acaban llevándose a la chica?
–No somos personajes de ficción, Allegra. La obsesión ciega puede ser dañina para el que la da y para el que la recibe. Prefiero vivir en la realidad por muy desagradable que pueda ser algunas veces.
Su comentario borró el último rastro de melancolía que había en los ojos de ella y observó, fascinado, que volvía a ponerse la careta pragmática.
–Tienes razón, no vivimos en un cuento de hadas. ¿Seguimos el recorrido?
Como una diplomática de verdad, admiró sonoramente los frescos y la interminable hilera de lámparas de techo cuando llegaron a la habitación bazar, pero, después de haber mirado algunos objetos que había sobre los aparadores que estaban pegados a la pared, siguió adelante. La biblioteca, que había sido el orgullo de su abuelo, también recibió alabanzas, pero sus ojos no se iluminaron con verdadero interés hasta que llegaron al salón de trono, donde se habían celebrado todas las coronaciones de Dar-Aman.
–En esta habitación se conservan todas las coronas, desde la de nuestro primer jeque.
–Si no recuerdo mal, también es la habitación donde se conserva la colección de cajas antiguas más extensa de tu madre, ¿no?
–Sí –él sonrió–, aunque hay otra colección privada más pequeña.
Ella se soltó de su brazo antes de que pudiera seguir con la historia y se acercó a la primera vitrina. La observó mientras examinaba cuidadosamente cada objeto y preguntaba por su procedencia antes de pasar al siguiente. Él le daba alguna información, pero ella parecía no atenderlo, estaba completamente concentrada en las vitrinas.
Una discreta tos le indicó que Harun estaba allí y se dio la vuelta. Su consejero le hizo un gesto y él se dirigió a Allegra.
–Se espera su presencia como invitada de honor.
Ella disimuló la decepción, pero él la captó.
–¿Podremos volver más tarde?
–Si lo desea… –murmuró él cuando su intuición le hizo sospechar algo que no sabía qué era.
Ella no volvió a tomarle el brazo y parecía reacia a abandonar el salón del trono. Cuando llegaron al salón de baile Mariam, llamado así por su abuela, él le presentó a todos los dignatarios que pudo. Allegra conversó con inteligencia, pero él podía darse cuenta de que estaba pensando en otra cosa, como si estuviese cansándose de llevar la careta. Desconcertado, intentó captar su atención, llevarla hacia lo que quería hablar con ella, pero no consiguió que se concentrara plenamente en él hasta que habló de las mujeres de Nur-Aman.
–¿Vais a implantar otro sistema educativo para ellas? –preguntó ella antes de morder el postre de higos.
–Tengo pensado hacerlo a lo largo del año. También estoy en conversaciones con otras comunidades de dentro y fuera de Shar-el-Aman.
–Me alegra oírlo.
Rahim asintió con la cabeza y también se alegró de que ella se hubiese centrado por fin.
–No solo para las mujeres, sino, sobre todo, para los niños. Sin embargo, antes tengo que ocuparme de mi imagen personal.
–¿Qué tiene que ver vuestra imagen personal? –le preguntó ella con el ceño fruncido.
Rahim hizo una pausa porque sabía que había llegado a la parte delicada de la negociación.
–Mucho, como seguramente sepas.
–Solo si pretendéis poner vuestros intereses personales por encima de los de vuestro pueblo –replicó ella en un tono lo bastante airado como para que varias personas los miraran.
Rahim sonrió con los dientes apretados y se levantó. Sus invitados también se levantaron ante la indicación de que el banquete había terminado. Desgraciadamente, también significaba que tendría que alargar un poco más sus obligaciones como anfitrión. Cuando las charlas que le exigía el protocolo terminaron, Allegra estaba rígida y con una sonrisa de plástico en la cara. Se acercó a ella, se inclinó y le susurró a la oreja.
–Vámonos y tengamos esa conversación ahora.
Ella asintió con la cabeza y él la sacó del salón de baile. Sabía que eran el centro de atracción de muchas miradas, pero la verdad era que le daba igual lo que pensaran. Había tenido razón al pensar que ella exigía mucha atención. Ya se había cansado de tener que andar con cuidado de no ofenderla y el convencimiento de que la necesitaba para que lo ayudara a reparar su imagen estaba quebrándose por la frustración que se adueñaba de él.
Su despacho era la habitación privada que estaba más cerca. Despidió al ayudante que estaba en la antesala y entró con Allegra en el despacho principal. Cerró la puerta y la llevó a un sofá de cuero que había delante de la ventana que daba a su patio privado. Una vez sentada, fue de un lado a otro sin saber cómo tratar ese asunto sin que le explotara en la cara. Le costaba tanto formar las frases adecuadas en la cabeza que no se dio cuenta de que habían pasado los minutos.
–Rahim…
Se paró en seco al oír su nombre dicho por ella y tomó aire.
–Está claro que tus motivos para que hayas venido a Dar-Aman no entran en conflicto con los míos, pero no hay ningún motivo para que no podamos hacer que salga bien.
–Yo… –ella frunció el ceño–. Y no entiendo…
Rahim se sentó al lado de ella y se dio cuenta del error que era. Podía ver los pechos que subían y bajaban debajo del vestido y no podía apartar la vista de la sombra del escote. Hizo un esfuerzo para levantar la vista y siguió.
–Ya sé que no es lo que sueles hacer, pero estoy dispuesto a pagar la factura por ese aspecto de tu trabajo.
Ella frunció más el ceño.
–Lo siento, pero no tengo ni la más remota idea de lo que estás hablando.
Rahim apretó los dientes.
–No sé si estás haciéndote la tonta o… –Rahim se calló y tomó aire–. Estás aquí en nombre de la Fundación Di Sione y sé muy bien todo lo que cubre la fundación. Solo se necesitaría una adaptación mínima para incluir las relaciones públicas. Si te preocupa el pago, me ocuparé de que se te remunere todo lo que hagas.
Ella se quedó boquiabierta, pero la cerró mientras intentaba encontrar las palabras, probablemente, para rechazarlo. Rahim sintió una oleada de rabia, pero la sofocó. Sus sentimientos personales daban igual, lo único que importaba era que ella aceptara ayudarlo a ayudar a su pueblo. Sin embargo, ella habló antes de que él pudiera decir nada más.
–Vine a Dar-Aman porque tienes una caja, una caja de Fabergé, y quiero comprártela. Ese es el único motivo para que haya venido. Si fueses tan amable de darme un precio, me ocuparé de que te lo paguen antes de que me marche mañana.