El Earl
de Tennessee

Earl vive en la siguiente puerta, en el sótano de Edna, detrás de las jardineras que Edna pinta de verde cada año, detrás de los geranios polvorientos. Nosotros nos sentábamos en las jardineras hasta el día en que Tito vio una cucaracha con una mancha de pintura verde en la cabeza. Ahora nos sentamos en los escalones que doblan hacia el departamento del sótano donde vive Earl.

Earl trabaja de noche. Sus persianas están siempre cerradas durante el día. A veces sale y nos dice que nos estemos quietos. La puertita de madera cerrada a piedra y lodo que ha conservado la oscuridad se abre con un suspiro y deja escapar una bocanada de moho y humedad como de libros que se han quedado afuera en la lluvia. Es la única ocasión en que vemos a Earl además de cuando va y viene del trabajo. Tiene dos perritos negros que lo acompañan a todas partes. No caminan, como todos los perros, sino que brincan y hacen machincuepas como un apóstrofe y una coma.

De noche, Nenny y yo oímos cuando Earl regresa de su trabajo. Primero el golpecito seco y el rechinido de la puerta del carro que se abre, luego el raspón en el concreto, el campanilleo excitado de las placas de los collares de los perros seguido de un fuerte retintín de llaves, y finalmente el quejido de la puerta de madera que se abre y libera su bocanada de humedad.

Earl es reparador de sinfonolas. Dice que aprendió su oficio en el sur. Habla con acento sureño, fuma puros gordos y usa sombrero de fieltro —invierno o verano, frío o calor, no le hace— un sombrero de fieltro. En su departamento hay cajas y cajas de discos de 45, húmedos y enmohecidos como el olor que sale de allí cada que abre. Nos regala todos los discos menos los de country y western.

Dicen que Earl está casado y tiene una mujer en alguna parte. Edna dice que la vio una vez que Earl la trajo a su departamento. Mamá dice que es una cosa flaca, rubia, pálida como las salamandras que nunca han visto el sol. Pero yo también la vi una vez y no es así para nada. Y los muchachos de enfrente dicen que es una señora alta y pelirroja, que viste pantalones color de rosa pegaditos y anteojos verdes. Nunca nos ponemos de acuerdo sobre su apariencia, pero sí sabemos esto: cuando ella viene, él la lleva bien apretada del codo, se meten rápidamente en el departamento, cierran la puerta con llave y nunca se quedan mucho tiempo.