Las tres hermanas

Vinieron con el viento que sopla en agosto, delgadito como tela de araña y casi sin que las vieran. Tres que no parecían tener relación sino con la luna. Una con risa de estaño y una con ojos de gato y una con manos como porcelana. Las tías, las tres hermanas, las comadres, dijeron ellas.

La bebé murió. La hermana de Rachel y Lucy. Una noche un perro aulló, y al día siguiente un pájaro amarillo entró por la ventana abierta. Antes de que terminara la semana, la fiebre de la bebé empeoró. Entonces vino Jesús, tomó a la bebé y se la llevó lejos. Eso fue lo que dijo su mamá.

Luego llegaron las visitas… un puro entrar y salir de la casita. Era difícil mantener los pisos limpios. Cualquiera que se había preguntado jamás de qué color eran las paredes entraba a mirar ese pulgarcito de humano en una caja como de dulces.

Yo nunca había visto a alguien muerto, no la muerte de a de veras, no en la sala de alguien donde la gente besaba y bendecía y encendía una vela. No en una casa. Parecía extrañísimo.

Deben haberlo sabido, las hermanas. Tenían el poder y podían sentir qué era qué. Dijeron ellas: ven acá, y me dieron un chicle. Olían a Kleenex o al interior de una bolsa de satín, y entonces ya no sentí miedo.

¿Cómo te llamas?, preguntó la de ojos de gato.

Esperanza, dije yo.

Esperanza, repitió la vieja venas azules en una aguda voz delgada. Esperanza… un buen nombre, un buen nombre.

Me duelen las rodillas, se quejó la de la risa chistosa.

Mañana va a llover.

Sí, mañana, dijeron.

¿Cómo lo saben?, pregunté.

Lo sabemos.

Mira sus manos, dijo la ojos de gato.

Y me las voltearon una y otra vez como si estuviesen buscando algo.

Es especial.

Sí, llegará muy lejos.

Sí, sí, hmmm.

Haz un deseo.

¿Un deseo?

Sí, pide algo, ¿qué es lo que quieres?

¿Lo que sea?, dije yo.

Sí, bueno, ¿por qué no?

Cerré los ojos.

¿Ya pediste tu deseo?

Sí, dije yo.

Bueno, eso es todo. Se te va a conceder.

¿Cómo lo saben?, les pregunté.

Sabemos. Sabemos.

Esperanza. La de las manos de mármol me llamó aparte. Esperanza. Tomó mi rostro con sus manos de venas azulosas y me miró y me miró. Un largo silencio. Cuando te vayas siempre debes acordarte de volver, dijo ella.

¿Qué?

Cuando te vayas tienes que acordarte de regresar por los demás. Un círculo, ¿comprendes? Tú siempre serás Esperanza. Tú siempre serás Mango Street. No puedes borrar lo que sabes. No puedes olvidar quién eres.

No supe qué decir. Era como si ella me leyera la mente, como si supiera cuál había sido mi deseo, y me avergoncé por mi deseo tan egoísta.

Debes acordarte de regresar. Por los que no pueden irse tan fácilmente como tú. ¿Te acordarás?, preguntó como si me lo estuviera ordenando. Sí, sí, dije yo un poco confusa.

Bueno, dijo ella sobándome las manos. Bueno. Eso es todo. Puedes irte.

Me levanté a alcanzar a Rachel y Lucy que ya estaban afuera esperándome junto a la puerta, preguntándose qué hacía yo con tres viejitas que olían a canela. No entendí todo lo que me dijeron. Me di la vuelta. Sonrieron y se esfumaron diciendo adiós con sus manos de humo.

Después no volví a verlas. Ni una vez, ni dos, ni jamás nunca.