Se dirigió con prisa al dormitorio, se internó de nuevo en el clóset oculto y tecleó sobre una caja fuerte los dígitos que formaban la clave para abrirla, sacó dos mil dólares y de una pequeña caja de madera extrajo un arma semiautomática calibre 22, la cual había disparado en dos ocasiones cuando aspiraba a formar parte del grupo de pandilleros de la ciudad.
Pasó sus dedos sobre el cañón de 4 pulgadas de acero al carbono y acabado negro mate. Cogió una caja de municiones, la cargó y metió el resto en el bolsillo delantero de la bolsa con el dinero.
Revisó que estuviese en perfecto estado, y la guardó en la parte interna de su bota derecha, luego la ajustó con un soporte táctico para piernas.
Abrió otro cajón y sacó dos navajas militares con mango azul marino, no sabía con exactitud a qué se enfrentaría, de lo que sí estaba convencido era de que el momento de ayudar a su hermano había llegado.
Bajaron con rapidez hasta la entrada del condominio, donde los esperaba su amigo y, aunque al principio se inquietó por el retraso de ellos, no tardó en percatarse de la situación.
Era más que evidente la mirada tierna que Selene dedicó durante unos segundos a Ryan, quien, a diferencia de ella, solo le dirigió una media sonrisa y casi enseguida se colocó el casco.
Selene se sintió un poco confundida al encontrar al amigo de él junto a dos motocicletas y, aunque moría de ganas de preguntar por la rubia, decidió esperar.
—Él es Paul, te marcharás con él, yo iré con mi chica —aclaró con el dedo apuntado hacia el impresionante medio de transporte, como si hubiese escuchado sus pensamientos.
Echó un vistazo a la preciosa motocicleta negra y plateada, con un diseño estupendo. En el costado derecho tenía dibujada una espada rodeada de fuego. Y aunque nunca se había subido a una, sintió deseos de experimentar la velocidad, solo si era pegada como calcomanía a la espalda de Ryan.
Paul la saludó con un gesto miliar y después le sonrió con afecto. Era un hombre de unos veinticinco años probablemente, de aspecto desenfadado, barba incipiente y sonrisa ladeada que evocaba la picardía de un niño travieso.
Siguió sus instrucciones y se colocó el casco. Paul le indicó que podía sujetarse de él, y no dudó ni por un instante en hacerlo en cuanto el vértigo de la velocidad se le acumuló en el estómago.
Desde la parte trasera podía observar con facilidad a Ryan, lucía estupendo en su caballo de acero, un hombre atractivo, cuyo aspecto y porte a todas luces gritaba ¡peligro!
Algunos meses atrás ni siquiera se hubiese detenido a mirar a alguien como él, por considerar a esa clase de tipos como inestables, irresponsables, pero, sobre todo, peligrosos.
Sin embargo, él no poseía ninguno de esos tres calificativos, era un hombre de negocios, centrado, con sentimientos hermosos hacia su familia y, el único peligro que implicaba estar cerca de él, era caer rendida en sus brazos y en su cama, lo cual podía ser más peligroso para el corazón, que para el propio cuerpo.
—Por favor, mantente a salvo mientras no estoy cerca.
Escuchó la voz de Ryan en el interior del casco, y recordó que él le había dicho que podían hablarse a través del intercomunicador interno.
Llevó con rapidez su mano al lado derecho, presionó el botón y enseguida volvió a sujetarse de la cintura de Paul.
—Tú también, quisiera… volver a verte, cuando todo esto termine.
Casi de inmediato se arrepintió de haberlo dicho, y deseó que él no hubiese escuchado.
—Cada vez que mires a mi hermano, verás una parte de mí.
Lo vio hacerle una señal a su compañero y se desvió a una velocidad tan vertiginosa, que al instante se perdió de vista.
El corazón le dio un vuelco y un grueso nudo apretó en su garganta, su marido estaba en peligro, y ahora también su amante.
De momento se sintió avergonzada de ella misma por la conducta indecente e inapropiada que había tenido con su cuñado, pero no podía culparse por ello, era algo más fuerte que ella misma, que cualquier razón o sentimiento de culpa que pudiera agobiarla.
Paul se estacionó enfrente de un taller para motocicletas, bajaron y después abrió la puerta metálica enrollable y la invitó a entrar.
Ryan continuó hasta llegar al otro lado del Central Park y, después de encontrar un lugar en el estacionamiento, se dirigió caminando hasta llegar a casi trescientos metros de distancia del puente Gapstow, y sacó unos prismáticos plegables de largo alcance para poder ver los alrededores.
Observó con detenimiento las inmediaciones del puente, así como las pocas personas que parecían tener prisa por marcharse ante la inminente lluvia que se avecinaba.
El cielo oscurecido por las nubes despejaba de cierta forma el lugar, y así podría ser un blanco fácil en caso de que decidieran asesinarlo.
Se ajustó la cazadora, y se acomodó la bolsa de costado antes de dirigirse al lugar en apariencia solitario. Con cada paso que lo acercaba al puente sentía que se alejaba de la posibilidad de volver a ver a Selene.
Debía ser cauteloso y procurar mantener la cordura, estaba preparado para disparar su arma en cualquier momento, sin embargo, no lo estaba para morir, no sin antes pedir perdón a la gente que le había causado daño, especialmente a su hermano.
Su teléfono sonó en el momento en que pareció divisar una sombra junto al árbol. Instintivamente, metió la mano en su bolsillo y respondió sin verificar quién llamaba.
—¿A dónde coño has ido? —La voz de Patrick lo detuvo de forma repentina.
—Te lo explicaré luego.
—Aquí no hay tiempo para juegos, dime a dónde te ha citado Lombardo y te protegeremos.
—Estoy en Central Park —se limitó a responder y colgó la llamada.
Miró fijamente el árbol donde se suponía debía dejar el dinero y, aunque no divisaba a nadie cerca, decidió continuar hasta llegar a pocos metros del lugar indicado.
Se negaba a marcharse y perder la única oportunidad que podría darle una pista para encontrar a su hermano.
Su teléfono volvió a repicar, esta vez era Selene. Se debatió entre responder o no, y antes de que pudiera hacerlo, una voz áspera lo tomó por sorpresa.
—Tira el móvil al agua.
El tipo pelirrojo con apariencia ruda y gorro de invierno le hizo una señal con el arma que llevaba bajo su abrigo.
Sin protestar hizo lo que le pidió.
—Arrójame la bolsa.
—Quiero ver a mi hermano —exigió a sabiendas de que ahora ambos corrían peligro y no estaba en posición de hacer peticiones.
—Tienes suerte, el jefe ha pedido que te lleve con nosotros, así que en menos de una hora lo verás.
Estaba en una gran disyuntiva, y debía tener mucho cuidado si deseaba volver a ver a Ronan. Arrojó la bolsa a los pies del sujeto, quien de inmediato la recogió, le dio un vistazo al interior y se la llevó al hombro.
Se acercó con precaución e hizo una rápida revisión para verificar si portaba algún arma y, aunque lo hizo de forma rápida, solo encontró las navajas.
—Bonito suvenir y botín de guerra, amigo. Andando, camina adelante, yo te seguiré.