Despertó alterado, con el cuerpo sudoroso y una sensación de desasosiego por la reciente pesadilla. Miró en dirección al reloj digital encima de su mesa de luz y resopló al ver que era demasiado temprano para salir, y tampoco podría volver a dormirse.
Mesó su cabello y se quitó la camiseta blanca que estaba prácticamente adherida a su tórax amplio y tonificado.
El sonido del móvil hizo que desviara su atención por completo a la pantalla que iluminó su habitación, no era usual recibir llamadas a las cuatro de la madrugada.
—¿Ryan?
—¿Ronan, eres tú? —Se le hizo un nudo en la garganta al escuchar la voz de su hermano, en especial a esa hora.
—Soy yo —reveló agitado—, perdona, sé que no hemos hablado en mucho tiempo, pero necesito verte.
De un salto se incorporó y encendió la luz, temió que algo terrible pudiera haber sucedido.
—¿Cómo has conseguido mi número?
—Contraté a un investigador privado para que te localizara.
—¿Qué ha sucedido?, ¿el abuelo está bien?
—Sí, el viejo Ben está mejor que nunca, pero yo… hermano, tengo problemas y necesito que vengas cuanto antes, solo tú puedes sacarme de este lío.
—¿Puedes al menos decirme lo que te pasa?
—No por teléfono, ¿crees que puedas estar el sábado aquí?, te esperaré en el hotel The Surrey.
—Cuenta conmigo, nos veremos allí.
—Gracias, sé que así es, no sabes cuánto me alegró escucharte, adiós.
—Cuídate, te avisaré en cuanto tome el vuelo.
Fue inquietante la angustia que percibió a través de la voz de su hermano, y podría haber jurado que algo lo atemorizaba.
Empuñó el móvil con impotencia, después de catorce años parecía que el pasado había regresado.
No dudó en recoger algunas cosas para meterlas en una valija, y dejó encima de la cama una nota para Kate. Ella no lo entendería, era la mejor manera de decirle que se ausentaría de la ciudad.
Durante toda su vida creyó que la familia era el lazo más fuerte que existía, y habría hecho lo que fuera por conservarlo intacto, sin embargo, estaba convencido de que todo lo sucedido en el pasado había sido culpa suya.
Se mantuvo lejos para evitar causarles más daño, su abuelo y su hermano eran lo único que le quedaba, solo Dios sabía cuánto los amaba, y lo que estaba dispuesto a hacer para garantizar su bienestar.