Estaba por salir de su piso cuando recibió una llamada telefónica.
—¿Señora Blake?
—Sí, soy yo, ¿quién habla?
—Soy el detective O´Neal, si tiene unos minutos, me gustaría charlar con usted.
—Por supuesto, dígame dónde; ahora mismo voy camino a The Laurel, recogeré algo y luego iré al hospital.
—La esperaré en el condominio, estoy cerca.
Los recuerdos la invadieron cuando se acercaba al lugar a donde había vivido los mejores instantes junto a Ryan, era un sentimiento que se había negado a enfrentar, necesitaba resolverlo, pero ese no era el momento apropiado para hacerlo.
El hombre alto y de piel oscura la esperaba en la entrada del condominio. Su porte de autoridad era innegable, así como el hecho de que tenía un interés particular.
—Señora Blake, un placer conocerla.
—Puede decirme Selene, espero ayudarlo con lo que necesita.
—Con toda seguridad podrá hacerlo.
El conserje la identificó con rapidez y sin ninguna objeción permitió que entraran.
Tomaron asiento en la terraza, después de que ella prepara un café.
—Wow, así es cómo se siente estar en un departamento de millonario —expresó O´Neal sin intenciones de ocultar su fascinación por el suntuoso lugar y la impresionante vista de la ciudad.
—En realidad también quedé casi sin palabras cuando Ryan me trajo aquí.
—Bueno, pero supongo que en su condición ha de estar más familiarizada con estos lujos.
—No se deje llevar por las apariencias, vivo en un departamento estudio en Greenwich Village, al menos todavía, porque no tuve oportunidad de mudar mis pertenencias al departamento de Ronan.
—Quizás eso haya sido bueno para ti.
—No comprendo, ¿de qué forma?
—Selene, tengo algunas pruebas que incriminan a tu esposo en delitos como estafa y tráfico de influencias, supongo que debes saber algo más.
—No sé a qué se refiere.
—Ryan es mi amigo, y me aseguró que podía confiar en ti, a pesar de que eres la esposa de Ronan Blake.
—¿Qué es lo que quiere?
—Me dijo que tienes en tu poder la laptop, así como toda la información sobre los siniestros en los cuales apareces vinculada como agente de la empresa aseguradora, ¿comprendes que esto te relaciona de alguna manera al delito de estafa en contra de esta compañía de seguros?
—¿Me está diciendo que me va a investigar por estafa?
—Estoy convencido de que no tienes nada que ver en esto, además de que mi amigo me lo aseguró, tengo que confirmarlo y, para eso, necesitamos establecer cómo operaba tu marido, obviamente sin que supieras lo que ocurría.
Durante unos segundos miró el cielo despejado sobre las inmensas construcciones y edificios de la ciudad y, por primera vez desde que conoció a Ronan, sintió que solo sabía lo que él había permitido; y más allá de los momentos de intimidad que habían compartido, solo los unía un delgado lazo matrimonial.
—Hay otras cosas aparte de eso —afirmó devolviéndole la mirada.
—¿Cómo qué?
—Sobre su firma de inversiones.
—Lo sé, después hablaremos acerca de ello.
—Iré por el ordenador portátil —declaró resuelta a contar todo lo que sabía.
Durante las siguientes dos horas revisaron la totalidad de los archivos, y O´Neal tomó nota de cada una de las transacciones fraudulentas, así como también de los siniestros en los cuales figuraba Ronan como autor intelectual, y Federico Lombardo, con su pandilla de ladrones, como los autores materiales.
También Selene le entregó toda la información que había recabado junto Ryan, y que implicaban de forma contundente a su marido.
El detective había solicitado una orden de un juzgado para congelar los activos y las cuentas bancarias de Ronan, así como las de Selene, especialmente la que ella le informó que él había abierto a su nombre, y de la cual no había tenido conocimiento hasta el día en que encontró los soportes de transferencias.
O´Neal le informó que Ryan le hizo prometer que evitaría a toda costa que ella fuese inculpada por los delitos de su hermano, y más que una promesa había pactado con él para entregarle a Lombardo a cambio de su libertad.
Hubiese hecho lo mismo por Ronan, sin embargo, estaba demasiado implicado como para evitar las consecuencias de sus actos.
Lo que aún no les quedaba claro era la razón por la cual Lombardo lo había secuestrado a él y no a alguien más para presionarlo, ya que de esa forma hubiese sido más fácil obligarlo a saldar una cuantiosa suma de dinero que le pertenecía al mafioso y que él se había gastado sin miramientos.
Al terminar la entrevista lo acompañó a la puerta. Quedó sola, en el silencio, abrazada a los recuerdos y la cantidad de pensamientos confusos que abarcaban su cabeza y no daban lugar a imaginar tan siquiera qué sería de su vida en adelante.
Para cuando regresó al hospital eran las cinco de la tarde, y estaba dispuesta a enfrentar a su esposo.
Ronan se sobresaltó en su cama y se incorporó al verla.
—Hola, cariño, ¿trajiste lo que te pedí?
Selene sonrió, y de momento sintió que podría tener el control de su vida.
—Hola, no.
La expresión de desagrado no se hizo esperar, y como lo había imaginado estalló en un arrebato de ira.
—¡Maldición, Selene!, ¿eres idiota o qué? Fui muy claro cuando te dije que necesitaba que trajeras contigo mi ordenador portátil.
De pronto, el hombre que una vez conoció desapareció por completo lo que le causó una sensación de terror, y aunque por dentro temblaba como hoja en medio de una tormenta, en su exterior denotaba un control y seguridad que jamás había mostrado frente a él.
—¿Hay algo que yo no sepa? —lo retó.
Selene no sabía si era prudente desafiarlo de esa manera y de dejar en evidencia las cosas de las cuales se había enterado las últimas horas.
—No necesitas saberlo todo, recuerda que no es la primera vez que hablamos esto, tengo mis negocios y no me agrada que te inmiscuyas en mis asuntos.
Era cierto, desde el principio Ronan había delimitado su vida, y ella tenía acceso solo a lo que él le permitía, y cuando lo deseaba.
—Creo que de momento lo he olvidado —confesó reflexiva.
—Me encargaré de recordártelo —amenazó con un ligero toque de sarcasmo.
De pronto, la invadió una sensación de hastío que no podía explicar. No concebía cómo había podido consentir que su relación hubiese funcionado de esa manera, que Ronan la tratara con tanto desdén, y que además se hubiese acostumbrado a hacerlo y ella a permitirlo.
—No, querido.
—¿Qué has dicho?
La pregunta amenazante precedió a la mirada desdeñosa. Frunció el entrecejo y contrajo el rostro, era incuestionable que sospechaba lo que ella diría.
—Que en adelante me permitirás saber si alguno de tus negocios implica un riesgo para mi trabajo o para mí.
—¡¿Qué demonios te pasa?! No tienes el derecho a entrometer tus narices en mis asuntos.
—Y tú no tienes derecho a tratarme como basura, no sé cómo he podido dejarme embaucar por ti.
—Te casaste conmigo porque te doy la seguridad económica que no tienes con tu precario empleo, ni la que te han dado tus padres jamás. Eres una mujer insegura, que necesita que refuerce tu autoestima con el hecho de que mereces a alguien como yo a tu lado —escupió con desprecio y sonrió al ver el rostro pálido de Selene—. ¿O me crees tan tonto como para no haber notado quién eras en realidad?
—No te necesito —reveló ella con un halo de orgullo en su semblante.
—Lo harás, eso te lo juro —la amenazó sin el más mínimo pudor.
—Pues estoy segura de que no, y antes de irme te informo que entregué tu laptop a la policía, el detective O´Neal la requería para su investigación.
La apariencia de Ronan se volvió irreconocible, en escasos segundos una expresión de odio y desazón que jamás había visto transformó su rostro en uno con rasgos grotescos e intimidante.
Se levantó de un salto y se precipitó con furia sobre ella.
—¡¿Qué has hecho qué, maldita zorra?!
La empujó contra la pared y cubrió todo su cuello con la mano derecha.
El ahogo sofocó de inmediato la respiración y le produjo un dolor desesperante en el pecho.
Sintió en cuestión de segundos que sus sentidos iban en picada, y que si no la soltaba moriría estrangulada.
—Harás lo que yo te diga, porque ahora sabes de lo que soy capaz —sentenció dedicándole una última mirada de desprecio.
Sin más la soltó y dejó caer en el suelo, le dio la espalda y se acomodó de nuevo en la cama.
Selene aspiró con desesperación la mayor cantidad de aire posible, lo que provocó una tos continua y asfixiante.
Las lágrimas de dolor y desengaño se juntaron en sus ojos y dieron paso al descubrimiento de la realidad que había estado oculta tras una fachada, y que se había negado a ver.