Los siguientes tres meses pasaron volando y entre citas, almuerzos y cenas juntos, poco a poco descubrieron más de lo que esperaban, una relación fortalecida por un hermoso lazo de amistad, enmarcado por el sentimiento de entrega y el deseo que no dejaba de manifestarse con mayor intensidad.
Esa noche quedaron en ir a cenar a una pizzería, la favorita de ella. Ryan la recogió en su motocicleta. Estaba pletórico, ansioso, y más callado que de costumbre.
Durante la cena dejó que Selene diera rienda suelta a su emoción y le contara todo lo que había sucedido en la entrevista que tuvo el día anterior en el New York Times.
—¿Te sucede algo? —preguntó un poco inquieta ante la idea de haberlo aburrido con su perorata.
—No, estoy bien. Y en verdad me siento orgulloso de ti, has conseguido transformar tu vida en cuestión de semanas, y ahora te dedicas a algo que amas, eso merece un brindis.
—Ha sido posible gracias a ti, Ryan. Durante años creí que debía ocultar mi verdadera personalidad, cuando lo que sucedía en realidad era que desconocía lo mejor de este mundo, porque no había conocido personas maravillosas como tú, que me hicieran sentir especial, valiente, lista y hasta hermosa.
—Eres valiente, lista, hermosa y, para mí, la más especial, pero…
—¿Extrañas tu hogar? —indagó con el corazón en vilo de imaginar que ya se había hartado de tontear con ella.
—No, te he extrañado a ti, cada día necesito verte, escucharte, o al menos saber que estás bien.
—Sé que te parecerá extraño que sea yo quien diga esto, pero también te he echado de menos, y necesito sentir tu contacto —declaró Selene con un brillo especial en sus ojos.
La revelación provocó que la erección que había mantenido controlada y oculta bajo su aparente serenidad cobrara vida de una forma inesperada.
—Eso lo podemos solucionar ahora mismo —aclaró.
Se inclinó y cogió el delicado rostro con ambas manos; contempló el brillo embriagador de la mirada hermosa y le dio un beso fugaz.
Desde el momento en que entraron en el ascensor del condominio sus manos desesperadas tocaban sus cuerpos hambrientos de deseo y la pasión que desataban con tan solo una simple cercanía.
Habían pasado unos pocos meses, y para Ryan era como una eternidad desde aquel día que saboreó cada parte de su cuerpo, la deseaba con locura, y la amaba como jamás había amado a ninguna otra mujer.
Se decía una y otra vez que debía ser cuidadoso, porque la quería para siempre, y todavía no había escuchado de su boca ninguna palabra de amor, solo de cariño.
La urgencia por sentirlo dentro tenía a Selene húmeda y tan excitada que no paraba de gemir. Sus sentidos obnubilados por el deseo solo gritaban que quería sentirlo en lo más profundo de su ser.
Con la erección al límite, Ryan ponía en duda si soportaría los juegos sexuales preliminares.
—Hazme tuya, ahora por favor.
Una súplica que le abrió las puertas del paraíso, sin más dilación y con una embestida feroz regresó al séptimo cielo.
El gemido placentero de Selene ahogado en su boca provocó que una corriente abrasadora se extendiera por todo su cuerpo.
Ella inclinó con rapidez sus caderas para recibir las arremetidas continúas cargadas de lujuria, hasta que al fin el éxtasis explosivo del clímax los alcanzó a ambos.
—Chiquita, no tienes idea de todo lo que me haces sentir, pero más allá de cualquier deseo carnal, estoy convencido de que te amo, y necesito saber si sientes algo por mí —susurró cerca de sus labios.
Un destello de felicidad iluminó los preciosos ojos, y una gran sonrisa reveló su respuesta.
—Oh, Ryan, yo también te amo.
La sorpresiva confesión segundos después del fabuloso momento que habían vivido fue lo más increíble que hubiese escuchado.
Se inclinó encima de ella y la besó con el alma y el cuerpo. Sus lenguas se entrelazaron y tocaron con pasión.
Recorrió con sus manos cada espacio del cuerpo delicado, y besó toda la extensión de su piel, tantas veces, hasta que el sabor de su piel quedó impregnado en su lengua, y en todos sus sentidos e hicieron el amor hasta el amanecer.
Como cada domingo Selene se había comprometido a visitar a sus padres, y despertó sobresaltada junto a Ryan.
Su cuerpo desnudo a su lado exudaba lujuria, y su rostro relajado una gran ternura. Le dio un dulce beso y se levantó para preparar el desayuno.
Llevaba apenas unos quince minutos en la cocina, cuando él entró agitado.
—No vuelvas a hacerme esto.
Se dio la vuelta con rapidez y se encontró con su mirada ansiosa de pie a un lado de la isla de la cocina, apenas vestido con un pantalón gris de chándal.
—Lo siento, cariño, creí que era mejor dejarte dormir.
Se acercó con su andar felino y la besó con dulzura.
—Ya no quiero que te vayas, deseo que lo primero que vea al despertar sea tu rostro. Iba a hacer esto anoche, pero no estaba en mis planes una terapia de calibración de mi columna vertebral.
Le dio la espalda y fue al dormitorio, a los pocos segundos regresó y se inclinó a sus pies.
—Selene Moore, ¿me harías el honor de casarte conmigo?
La conmoción del momento, junto a la intensa felicidad, embargó su alma y sacó dos lágrimas que corrieron sin reparo por sus mejillas.
—Sí, amor, acepto.
Consiguieron salir del penthouse poco después de las tres de la tarde. Ryan se ofreció a llevarla a Brooklyn y así le darían la noticia a su familia.
Le preocupaba que su padre dijese algo que pudiera incomodarlo, pero casi de inmediato recordó que él era diferente, que se había enamorado de alguien especial, sencillo y humano, pero sobre todo que la amaba de verdad.
Para su sorpresa Ryan les simpatizó desde primer momento. Tuvo la gentileza de ayudar a Douglas a hacer unos ajustes mecánicos a su coche, con sus conocimientos en mecánica le dio varias sugerencias que ayudarían al mejor funcionamiento del motor.
Después jugó al fútbol con Mike y, como si no hubiese sido suficiente, apoyó a Sarah a servir la mesa.
—La cena estuvo deliciosa, muchas gracias, señora Moore.
—No fue nada.
—Estoy agradecido por su atención, y queríamos que fuesen los primeros en saber que le he pedido matrimonio a su hija, y ella ha aceptado. Esperamos contar con su aprobación.
Aunque era de esperarse, la noticia no dejó de sorprenderlos de manera grata. El rostro radiante de Selene era la prueba fehaciente de que su felicidad era completa.
—Cuentas con nuestra bendición, por supuesto que nos agrada la noticia, felicidades, chicos —anunció Douglas emocionado.
—Estamos en deuda contigo por haberle devuelto la sonrisa a nuestra hija, de hecho, me recuerda la de… tía Eleanor —acotó Sarah con los ojos humedecidos por las lágrimas.
—Mamá, por favor, la tía abuela era una mujer hermosísima.
—Te mostraré su fotografía, Ryan, y tú me dirás si no es cierto lo que digo.
Salió con rapidez del comedor y en menos de dos minutos traía consigo un viejo álbum familiar.
Selene, avergonzada por el exceso de confianza de su madre, puso su mano en la frente, esperando que olvidara pronto el asunto.
Abrió sus páginas y apuntó con el dedo una foto.
—¡Es ella!
Ryan de pronto palideció y su sonrisa se borró por completo. Estaba sorprendido de encontrar allí esa fotografía.
—¡Por Dios! Es Eleanor Reed, y usted es… Sarah Reed. —Terminó el nombre mirándola con la expresión de un hallazgo sorprendente.
—Sí, es mi apellido de soltera, pero ¿de dónde conoces a mi tía? —indagó Sarah confundida.
—No me lo van a creer. Hace seis años buscaba ayuda para los tratamientos de la esposa de mi amigo Patrick O´Neal, y acudí a una fundación llamada Wallace. Eleanor estaba allí reunida con otras personas, ya que ella promovía una de las fundaciones más grandes dedicadas a ayudar a los niños y mujeres con cáncer.
—¡¿Conociste a mi tía abuela?! —preguntó Selene asombrada de una casualidad tan grande.
—No solo eso, me convertí en su socio al año siguiente, y abrimos una oficina de la fundación en Florida; Eleanor me habló en muchas ocasiones de su hija: Sarah Reed. No tenía idea de dónde estaba. Al fallecer dejó una cuantiosa suma de dinero para ella, la cual dejó en manos de un albacea, él ha velado por su fortuna e intereses durante estos años. Sarah, usted es muy rica.
Durante unos pocos segundos quedaron en silencio, confundidos y con la atención fija sobre él.
—¡Dios! No puede ser —exclamó Sarah consternada y sorprendida en partes iguales.
—Tengo en mi oficina una carta que dejó para usted, ahora mismo voy a telefonear al señor William Steel para que la recoja, le avisaré que he encontrado a la heredera Reed y que tome el primer vuelo para que venga a entrevistarse con usted.