¡Mañana es la boda!
Su corazón bombeó con fuerza y agitó todo su cuerpo al pensar que solo faltaban unas pocas horas para contraer nupcias con el hombre de sus sueños.
Se estiró con pereza entre las deliciosas sábanas blancas de su cama que, aunque no era tamaño king size como la de su novio, al menos sí lo suficientemente cómoda y grande como para que ella pudiera dar las veinte mil vueltas propias de su ritual antes de quedarse dormida.
Desvió la mirada hacia el clóset entreabierto donde se podía ver con facilidad el vestido blanco que colgaba del perchero; un precioso modelo adornado con apliques de piedras de Swarovski desde el escote hasta la cintura en corte princesa, e irradiaba hermosos destellos con la luz matutina que se colaba a través de la ventana.
Miró a su alrededor con nostalgia, deseaba con todo su ser conservar su piso de soltera, pero la rotunda negativa de su prometido la hizo dudar. Él opinaba que era un lugar demasiado común y sobre todo incómodo, para alguien como ella, en especial, porque pronto se convertiría en la señora Blake, y tendría que mudarse con él a un fabuloso piso ubicado en Soho, donde cualquier mujer se sentiría como una verdadera princesa.
Ronan era maravilloso, sin embargo, en ocasiones la hacía sentir inútil e inferior, a pesar de que ella sabía cómo desenvolverse sin problemas en cualquier circunstancia, lo cual había conseguido debido a su trabajo como agente de seguros.
Una tenue sonrisa se dibujó en su rostro al recordar a Larry, su mentor, amigo y jefe quien le enseñó mucho de lo que había aprendido en materia de seguros; era un mundo fascinante, sobre todo para ella que tuvo que aprender a desarrollar la habilidad de entablar conversaciones productivas, sin que su cliente notara que en el fondo continuaba siendo una mujer tímida.
La sonrisa se esfumó con rapidez y, por un instante, quiso olvidar el hecho de que quizás era mejor que Ronan nunca descubriera cómo era ella en realidad.
Había escondido su autoimagen cargada de complejos e inseguridades, y le hizo creer a él y al mundo entero que era una mujer astuta, sin complejos y segura de sí misma.
Aspiró profundo y el ambiente cargado con el aroma del ramo de rosas junto a su cama le recordó que ya era hora de levantarse, estaba por incorporarse cuando advirtió la melodía de su teléfono.
Estiró la mano y cogió el celular que estaba sobre la mesilla de noche ubicada a su lado.
Apenas vio el nombre en la pantalla del móvil, una amplia sonrisa iluminó todo su rostro.
—Buenos días, ¿cómo ha amanecido mi hermosa prometida?
—Buenos días, amor. Muy emocionada y hasta algo ansiosa, creo que el día no me alcanzará para todo lo que tengo que hacer.
—Despreocúpate, todo quedará de lujo, especialmente porque contamos con la mejor organizadora de bodas en todo Manhattan.
Selene resopló con un dejo de frustración ante la imagen de Sophie Anders, a quien su prometido le había pagado una fortuna para que se encargara de todo en absoluto, y había relegado las preferencias de la novia a simples sugerencias.
—Esa mujer no me agrada —reveló con un mohín, y recordó las miradas insinuantes que la afamada especialista le hacía a su futuro esposo.
La risa espontánea de Ronan resonó al otro lado del teléfono.
—Lo sé, y creo que es la única manera de evitar que te estreses con todo esto, y te dediques a ti.
—¿Vendrás hoy? —indagó Selene con un nudo en la garganta.
—Lo siento, cariño, no puedo, me comprometí a asistir a unas reuniones de negocios y mi vuelo no sale sino hasta esta noche, te aseguro que mañana me verás en el altar.
—Claro, te quiero.
—Ídem.
La forma lacónica como Ronan respondía a su declaración casi siempre era la misma.
Selene chasqueó la lengua y arrojó frustrada el celular a un costado de la cama.
Aún le era difícil conseguir palabras de amor de él, aunque sus acciones decían otra cosa, y eso la tranquilizaba.
No fue fácil tomar la decisión de aceptar comprometerse y contraer nupcias, por lo que Ronan tuvo que esforzarse hasta que consiguió el anhelado “sí”.
De hecho, había modificado sus votos unas seis veces, y todavía continuaba indecisa sobre qué decir.
Cogió la agenda y releyó con detalle, seguía siendo una declaración de amor escueta y falta de fundamentos, puesto que, por ninguna parte decía con claridad el motivo por el cual había decidido aceptar a Ronan aparte de amarlo, y era que con él sentía seguridad.
Caviló durante unos segundos sobre el asunto y descubrió que hasta eso había sido relativo, porque cuando estaban con otras personas seguía sintiéndose perdida.
Se dio una ducha y se vistió con rapidez, estaba sobre la hora y todavía faltaban varios asuntos por resolver. Para eso contaba con la grata compañía de Camila, quien desde hacía poco más de dos años se había convertido en una buena amiga.
Mudarse de la casa de sus padres había sido un significativo avance en su vida, ya que deseaba con ansias disfrutar del silencio y la soledad que no tenía.
El sonido del timbre en la puerta le recordó que su amiga debía pasar por ella.
Una cosa era darse prisa para llegar temprano a su oficina, y otra muy distinta apresurarse para llegar a tiempo a la cita que tenía pautada con el maquillista.
Saltó con habilidad por encima de una caja, olvidando por un momento que a menos de un metro había apilado más de una docena de discos compactos en sus respectivos estuches.
El chasquido bajo sus pies descalzos le recordó de inmediato que probablemente eran sus joyas del jazz las que habían perecido, quiso dar un salto más, pero ya era tarde.
—¡Mierda!
En menos de dos segundos su cuerpo se estrelló contra el tapete.
Se incorporó con dificultad para revisar el daño, mientras que el retintín de la puerta, ahora acompañado con la voz nasal de Camila gritando su nombre, no le permitía pensar.
—¡¿Qué demonios ha pasado aquí?! —exclamó asombrada su amiga al entrar.
—Un pequeño accidente, supongo —confesó Selene encogiéndose de hombros con un rápido vistazo a sus discos revueltos en el suelo.
El salón lucía más pequeño de lo normal, las cajas con todas sus pertenencias continuaban esparcidas por todo el lugar, tal parecía que no iba a conseguir empacar todo durante el día.
—¿Quieres que te ayude a guardar todo?, ¿o lo olvidamos para después de la luna de miel? —propuso Camila con un gesto de complicidad.
Ambas sabían que le costaría mucho dejar su pequeño piso, porque no habría forma de convencer a Ronan de conservarlo.
—Descuida, déjalo, ya regresaré luego.
—Pues date prisa, llevamos retraso para tu prueba de maquillaje y peinado, ya sabes que Rainier es muy solicitado, tiene una agenda súper apretada, solo tenemos una oportunidad y es ¡ahora mismo!, y después tenemos una cita agendada en el spa.
—Vale —convino antes de darle un vistazo al desorden, ponerse las zapatillas, coger su bolsa y salir.