Una amplia sonrisa dio luz al rostro níveo de Selene, el cabello negro brillante resaltaba bajo el velo del precioso vestido blanco y sus facciones suavizadas por la felicidad que la embargaba se reflejaron en el espejo del magnífico tocador del salón de fiestas.
Habían transcurrido exactamente ciento ochenta y seis días desde el momento en que vio por primera vez a Ronan.
Esa tarde, al igual que otras, llegó apresurada a la estación para coger el tren de las cinco, era viernes, y como solía suceder, el vagón estaba repleto.
Distraída y acomodada en un asiento fingía mirar por la ventanilla, y en ocasiones volteaba para observar al resto de los pasajeros, y allí, por encima de algunos gorros de invierno, pudo ver con facilidad la imponente figura trajeada de ese hombre sexi y apuesto que tenía toda su atención sobre ella. Los ojos de un azul verdoso la miraban con tanta intensidad que creyó le faltaría la respiración.
Sintió que todo a su alrededor había dejado de existir. Sus labios se curvaron en una atractiva y viril sonrisa que terminó de sumirla en un extraño hechizo.
El simple recuerdo la estremeció de pies a cabeza, pues desde ese momento supo que había encontrado a un hombre diferente, que terminó por enseñarle a vivir a plenitud cada instante de su vida.
El ruido de la puerta la devolvió a la realidad.
—¡Selene, tu maridito te ha buscado por todas partes! —gritó Camila emocionada con el rostro enrojecido y los ojos chispeantes.
Soltó una risa tonta y se acercó entre tropiezos para abrazarla con fuerza.
Los mechones rubios despeinados le hicieron cosquillas en la nariz, y el fuerte olor a alcohol se impregnó de inmediato en el ambiente.
—¡Estás como una cuba! —exclamó Selene asombrada.
—Pues sí, pero es que estoy muy feliz por ti, y por ese bombón que tienes como marido que, como está tan buenorro, no deberías dejarlo solo ni un segundo —confesó Camila con palabras atropelladas.
—Tienes razón, y menos el día de nuestra boda —admitió antes de darle un repaso a su mejor amiga—. Vamos a ver si lavamos tu cara para que al menos parezcas más sobria.
Los brazos fuertes de Ronan la recibieron con un reconfortante apretón y levantó sus pies del suelo para hacerla girar.
Su cabello negro revuelto le daba un aspecto un poco desaliñado, tenía la camisa entreabierta sin pajarita y sin el smoking que lució unas horas atrás. Sin embargo, para ella, él era perfecto.
—¿Dónde te habías metido?, estuve buscándote por todos lados, aunque admito que ni siquiera podía dar un par de pasos sin que alguna de tus tías o primas se me acercara a decirme lo afortunado que soy por haberte desposado —susurró cerca de su oído al tiempo que apresó el lóbulo de su oreja entre los labios.
Una deliciosa sacudida de emoción recorrió su cuerpo curvilíneo bajo el ataviado traje de novia, y sus terminaciones nerviosas despertaron de un tirón.
Suspiró y aceptó gustosa el apasionado beso, con el cual Ronan consiguió arrancarle un leve quejido de placer seguido de una risa entrecortada.
—Sí, eres afortunado —convino—, y yo también lo soy, pero tendremos que guardar algo para cuando estemos solos —sugirió escondiendo su rostro ruborizado sobre el pecho de Ronan, y aspiró con descaro la deliciosa fragancia con olor a madera y cítricos que la enloquecía.
—Vamos, hijo, suelta ya a la novia para que pueda bailar con ella. —La voz de Benjamín Campbell los tomó por sorpresa.
—Claro, abuelo, pero solo será por unos minutos —respondió él con un guiño.
—Estaría encantada de bailar con usted, señor Campbell.
—Nada de señor, ahora soy tu abuelo —replicó de inmediato el hombre con el ceño fruncido y una falsa mueca de indignación.
Las canas que cubrían su cabello no le restaba nada del atractivo innato que poseía, que junto a su estatura y porte galante de seguro enloqueció a muchas chicas en su juventud.
Benjamín Campbell era el dueño de una fortuna que mantenía en el más absoluto secretismo, al igual de la forma en cómo llegó a obtenerla.
Era el tipo de hombre rudo en los negocios, pero diplomático a la hora de cerrar sus transacciones, y si debía dar alguna explicación, solo se limitaba a sonreír con amabilidad, lo cual sacaba de sus casillas a muchas personas.
Lo que pocos sabían, y Selene estaba entre ellos, porque él mismo así lo quiso, era que Benjamín había construido su fortuna desde la nada, usando solo su astucia y sagacidad para convencer a otros de que invirtieran en sus ideas innovadoras, y aunque en el año 1969, cuando todo empezó, parecían solo negocios de alto riesgo, comenzaron a rendir frutos casi de forma instantánea, y así catapultó una de las primeras empresas multinivel al tercer lugar de las más rentables en los Estados Unidos.
Era una historia digna de contar, pero por algún motivo que desconocía, él prefería reservarse solo para su círculo más cercano, una razón más para sentirse privilegiada de pertenecer a la familia Blake.
Mientras acoplaba sus pasos a los del abuelo, dio un vistazo hacia donde se encontraba ubicada su familia. Notó que su madre bajaba la mano de Mike, su hermanito menor, quien apuntaba con su dedo la gran tarta sobre la mesa. También se percató de que Alison, su hermana menor, los observaba escéptica.
—Estoy muy feliz de que mi nieto te haya escogido como su esposa, eres una buena chica, y de todo corazón les deseo lo mejor, ambos lo merecen.
—Gracias, abuelo, yo también me siento feliz de haber contraído nupcias con él, es un hombre maravilloso.
Al terminar el baile, caminó a través de las mesas decoradas con delicados tonos en color melón y blanco, todas cubiertas con mantelería fina, y repleta de bocadillos, canapés y bebidas.
En verdad la decoradora se había lucido a lo grande y, por fortuna, había estado ocupada lo suficiente como para mantenerse lejos del novio.
Se acercó a donde la esperaba su familia. Hizo un escaneo rápido y de inmediato percibió la incomodidad de su padre, y el aburrimiento de su hermana; en cambio, su madre lucía fascinada con todo.
—¡Cariño, es una boda fantástica! —exclamó con una mueca de refinada coquetería cuando sus brazos la envolvieron.
Su madre era una hermosa mujer; sus rasgos elegantes, así como el sentido proporcionado y oportuno de las prendas de vestir que seleccionaba para cada ocasión, la hubiesen convertido con facilidad en una excelente crítica de modas.
Llevaba un moño alto y unos pendientes discretos pero costosos, así como un maquillaje moderado que captaba más atención de la que su marido hubiese deseado.
—Por supuesto que lo es, Sarah, todo esto —indicó su padre, con la voz cargada de sarcasmo y un gesto desdeñoso con el dedo índice apuntado en varias direcciones, sin soltar la copa que sostenía en la mano— lo han pagado Blake y el viejo Campbell.
Le tomó unos segundos reparar en su apariencia: lucía regio, elegante y bien combinado; era notable que su esposa había hecho un buen trabajo, ya que a él le habría costado un mundo combinar su camisa con alguna corbata, escogía del armario lo más cómodo, sin importar si armonizaba o no, o si era la prenda apropiada para el momento.
Se miraron entre ellos y Selene cayó en cuenta de que su felicidad jamás sería completa hasta que su hermana y su padre dejaran de sentir esa antipatía declarada hacia su esposo.
Resopló y sonrió con aparente naturalidad antes de tomar asiento junto a ellos. Sarah y Douglas Moore venían de hogares muy diferentes. Ella había sido criada por su tía Eleanor Reed, una distinguida mujer de una digna y acaudalada familia británica, que luego de descubrir que su sobrina, a quien le había costeado la educación en los mejores colegios, había quedado embarazada; razón por la cual la desheredó y echó a la calle.
En cambio, él pertenecía a la clase trabajadora, un contador con aspiraciones que jamás llegó a concretar, y al verse como esposo y padre de tres hijos, no le quedó más que trabajar duro para mantenerlos.
Selene sabía de su resentimiento notorio hacia “la clase acomodada”, como él solía decirle, estaba convencida de que la razón era que consideraba como delincuentes a cualquier millonario, y siempre recalcaba que nadie trabajando se hacía rico, cuando en realidad era porque ellos sí lograron conseguir lo que él no pudo.
—Te ves hermosa —admitió Alison—, aunque un poco diferente de “los Corleone”, para ti es fácil camuflarte en su círculo, naciste para eso. —Terminó la frase con una ligera sonrisa forzada.
Allison había heredado lo mejor de sus progenitores: la belleza y elegancia de su madre; y, por otro lado, el sarcasmo y lengua vilipendiosa de su padre.
Selene se sintió indignada ante la forma en cómo su familia consideraba al hombre con quien había decidido enlazar su vida.
—No les digas así, por favor, y esto va para todos. —Aspiró profundo y soltó una bocanada de aire para calmar la frustración que la invadió—. Ronan ahora es mi marido, y su abuelo también será el mío, en consecuencia, formaré parte de su familia, como ellos de la nuestra, así que les agradezco que muestren un poco de respeto.
Douglas resopló y tomó otro trago de whisky seco antes de intentar disculparse.
—He sido grosero, lo siento, pero Ali tiene razón, ¿o cómo explicarías que ese viejo lleve a su chaperón y a cuatro guardaespaldas con él a donde sea que vaya? —acotó y señaló con discreción a los tipos rudos que permanecían a menos de tres metros del viejo.
—A eso se le llama precaución, papá —masculló de forma severa entre dientes—. Es un hombre con una fortuna, y tal vez teme que algo pueda sucederle.
—Está bien, solo digo. —Douglas levantó las manos y mostró las palmas en señal de rendición.
—Tú siempre dices cosas desacertadas y fuera de lugar —lo atacó Sarah con una mirada de desprecio.
—¿Como tu falso acento inglés? —embistió él sin consideración.
—¡Ya basta! —replicó Selene entre dientes, enfadada por la escena que comenzaba a caldear los ánimos.
—Yo solo quiero pastel —confesó el pequeño Mike con una expresión de tristeza en su carita. Fue lamentable que su hermanito de siete años hubiese tenido que presenciar la penosa discusión familiar.
—Sí, cariño, vamos por un trozo de tarta, o pudín, que están riquísimos.
Lo tomó de la mano y se alejó presurosa hacia la mesa de postres, no sin antes hacer una mueca de desagrado.
Alison miró con decepción a sus padres deteniéndose durante unos segundos en el rostro adusto de su madre.
—Debí haber sabido que ustedes no esperarían a llegar a casa para sacar el armamento pesado, de hecho, aunque concuerdo con papá en cuanto a esa gente, no creo que sea el momento apropiado para arruinar la reciente felicidad de mi hermana, ¿no lo creen?
—Ya me disculpé, hija, y no lo haré otra vez.
—Le debes una disculpa a mi mamá, aunque ella no te lo diga, le hiere la forma en que le hablas.
—Sarah sabe que no me burlo de su acento, es que no veo necesario que le haga saber a todo el mundo que vivió en una de las mejores zonas de Londres, pero que ahora tiene una modesta casa hipotecada en Brooklyn.
Su mujer giró la cabeza con un sutil movimiento que emulaba el de un elegante cisne que da un vistazo a su alrededor.
—Tus comentarios cargados de sarcasmo solo evidencian la falta de valor que le das a lo que con tanto trabajo hemos conseguido, y que debería ser motivo de orgullo y no de vergüenza. Pero no permitiré que empañes mi felicidad con tu resentimiento en un día tan especial.
—Vaya. —Se limitó Douglas a responder e hizo un gesto de brindis con una de sus mejores sonrisas a su nuevo yerno—. Veamos si puedo encontrar algo bueno de esta unión.
Para Selene fue una noche fantástica, llena de sorpresas, declaraciones de afecto de sus familiares y amigos, a pesar del mal rato que la hizo pasar su padre, a quien no culpaba por la aversión hacia su marido, pero tampoco lo justificaba, pues no tenía ningún tipo de prueba que sostuviera sus argumentos.
Y cuando al fin llegó el esperado momento de marcharse de la recepción, agradeció en silencio por ser la mujer más afortunada y dichosa.
Se quedarían durante dos noches en la suite del hotel The Surrey, el favorito de Ronan, y donde habían tenido su primera noche en intimidad. Después volarían a Tahití, y luego a Bora Bora, allí tenían reservado un bungalow de lujo para su luna de miel.
Sentía que era todo tan perfecto que tuvo miedo de que algo empañara su reciente felicidad, y que la vida le cobrara con lágrimas las risas y la dicha que había conseguido en tan poco tiempo.