Capítulo 6

Se miraron entre ellos, con rapidez él se movió por el salón, cogió una bolsa y colocó dentro el ordenador portátil.

Los ojos desorbitados de ella estaban puestos sobre la puerta que en cualquier momento se abriría.

Ryan chasqueó los dedos y le hizo señas para que activara de nuevo la alarma, después la cogió de la mano y la llevó al dormitorio.

Abrió la ventana con rapidez, mientras hacía un conteo calculado de los segundos que el sistema podría tener programado para activarse.

—¿¡Es una puta broma!? ¡Son seis niveles de altura! —susurró aterrada ante la idea de caer al vacío.

—Lo sé, descuida, no caerás, confía en mí —aseguró con cariño, se cruzó en el torso la bolsa con la laptop, y la ayudó a salir a la cornisa.

Colocó su pie sobre el borde de unos cuarenta centímetros de ancho, y el terror se esparció como pólvora encendida por todo su cuerpo; ni siquiera en sus peores pesadillas había imaginado que estaría en una situación similar.

No llevaba ni medio día de conocer a su cuñado que había regresado del más allá, y ya le comenzaba a ver la cara de la muerte.

Adhirió por completo su cuerpo contra la pared en busca de seguridad, sintió que sus piernas temblorosas no soportarían tanta adrenalina y terminarían por ceder.

Ryan volvió a cerrarla con cuidado y la animó para que se desplazara con extremo cuidado y así apartarse lo suficiente del cristal.

Con el sol de las once de la mañana frente a ellos, permanecieron quietos y en silencio, y a pesar de que en realidad el calor era soportable, el sudor comenzó poco a poco a humedecer sus rostros.

—¡Joder! ¡Alguien se ha llevado el maldito ordenador!

La voz áspera retumbó en todo el piso, y llegó hasta donde ellos se encontraban.

Después de unos minutos de silencio, escucharon al mismo hombre hacer una llamada telefónica que resultó inteligible.

—¡Vamos! Parece que la chica está con alguien.

Volvieron a mirarse, pero esta vez sabían que ya no había vuelta atrás, estaban en peligro.

Después de escuchar el sonido de la puerta al cerrarse, se apuró a regresar al interior. Abrió la ventana y colocó una pierna dentro, prefirió ir despacio, pero sin soltar a Selene.

El sudor en los dedos de ella hizo que su mano resbalara y se librara del agarre de Ryan.

Dejó escapar un gritillo de terror, y con un solo movimiento Ryan la cogió y arrastró abrazada al interior de la habitación.

El cuerpo tenso y frágil quedó completamente tendido sobre el de él. Aspiró el delicado aroma a flores frescas que desprendían los cabellos que como azabache colgaban a un costado de su rostro.

Tener esa proximidad tan íntima, con los suaves senos presionados sobre su tórax, y percibir el delicioso aliento tibio provocaron una serie de sensaciones que turbaron sus sentidos.

Los ojos de color azul verdoso de Ryan se clavaron con intensidad en los de ella, y sus bocas entreabiertas quedaron tan solo a pocos centímetros.

Era innegable, ella también se encontraba bajo el magnetismo de la mirada hermosa y limpia, como si se reencontrara con Ronan, pero con una descarga emocional indescriptible.

El sonido intermitente de la alarma los devolvió a la realidad, Selene tragó grueso al percatarse de que había estado demasiado cerca de su cuñado, lo cual la inquietó al punto de sentirse avergonzada.

Corrió y la desactivó, se dio la vuelta para buscarlo con la mirada, y lo encontró de pie a unos pocos metros.

—Vamos, tenemos que saber qué hay aquí dentro —aclaró con una seña hacia la bolsa que contenía el portátil.

El trayecto de regreso se hizo casi eterno, entre el silencio de ambos y el momento que Selene deseaba olvidar y no podía, los minutos transcurrían como arrastrados por pesadas cadenas.

—¿A dónde vamos? —Se armó de valor antes de formular la pregunta.

Tuvo que esforzarse para que se sonara casual, sin embargo, su voz denotó algo de tensión.

Ryan ni siquiera volteó a mirarla, o se perdería de nuevo en la belleza de los ojos azul oscuro.

—A un lugar donde pueda revisar el ordenador con calma.

—¿Se te ocurre alguno?

—Pues sí, de hecho, hemos llegado.

Selene no se había percatado de que había aparcado a un costado de la vía donde se encontraba ubicado un motel de mediana categoría.

Ryan notó la sorpresa en el rostro de Selene contraído por el desagrado.

—Olvídalo, no dormiremos allí, solo necesito un sitio tranquilo, donde esté seguro de que nadie nos molestará, y lejos de los lugares sofisticados a los que mi hermano te tiene acostumbrada.

Selene bajó y dio un portazo antes de que pudiera terminar la frase, con lo que consiguió sacarle una fuerte carcajada.

El desagradable olor a humedad corría desde la entrada del establecimiento hasta la habitación, donde era notable la falta de aseo continuo.

Ryan miró de reojo la actitud de Selene que observó con cuidado todo el lugar antes de tomar asiento en el viejo sofá con tapizado naranja.

Colocó el ordenador sobre la mesilla y se sentó en la única silla disponible frente a la pantalla ya encendida.

Había un total de cuarenta y siete archivos, y solo diez poseían acceso restringido, por cuanto tuvo que valerse de artimañas tecnológicas para lograr abrirlos.

Después de tres horas sin descanso, tenía suficiente información acerca de los clientes importantes de Ronan, quienes en apariencia eran empresarios sin ningún tipo de antecedentes policiales, ni contactos con la mafia.

—¡Esto es un maldito rompecabezas! —Apartó de un manotazo la silla y se paró frente a la ventana.

Selene se acercó y comenzó a leer con interés la información de los archivos.

—Conozco a tres de estas personas —aclaró sin quitar los ojos de la pantalla—, adquirieron pólizas hasta para sus mascotas.

—No comprendo.

—Soy agente de seguros, y las mejores comisiones que he obtenido han sido por clientes de Ronan.

—Continúa —Ryan la animó con genuino interés.

Cogió la silla, la giró y se sentó a horcajadas, para poder apoyar ambos antebrazos sobre el respaldo.

—Resulta interesante algo, justo hace dos semanas el señor Raymond reportó un robo en su casa ubicada en Malibú.

—¿Qué le han robado?

—Prácticamente todo lo que declaró como de valor: joyas, obras, entre otras cosas. La indemnización supera los setecientos mil dólares.

—¿Cuál es el proceso para la indemnización?

—Ya está en marcha, los ajustadores y evaluadores completaron sus informes, y solo es cuestión de aprobación.

—¿Cuántos clientes tuyos han presentado siniestros similares?

—Solo tres, el señor Raymond ha sido el último, de hecho, esto ha incrementado mi índice de siniestralidad.

—¿Por qué tendría él en su portátil el inventario de los bienes de esos tipos?

—No lo sé, pero supongo que porque también son clientes suyos, aunque no encuentro relación con esto.

—Tal vez porque sabía lo que sucedería —dedujo sin dejar de prestar atención a cada una de sus expresiones.

—¡¿Qué insinúas?! —La deducción la indignó.

—No he dicho nada

—¿¡Olvidas que lo tienen secuestrado!? —Selene se puso de pie con el rostro enrojecido—. Y vienes aquí con tu, con tu… cara fresca y bronceada a dudar de su moral. No te lo permitiré, cuñadito —soltó con desprecio y se cruzó de brazos al notar la aparente calma de Ryan que seguía sentado.

—No lo he olvidado, pero debo ser neutral si quiero saber los motivos de su secuestro, estamos del mismo lado, cuñadita —remarcó la última palabra con la entonación que ella había utilizado segundos antes.

Selene no podía creer que Ryan fuese tan desconsiderado aun en la situación por la que atravesaba su propio hermano.

Se apartó de su campo visual y se encerró en el baño, donde se echó a llorar como no lo había hecho en años.

A las dos de la tarde salieron del hotel y se detuvieron a comer en un sencillo restaurante.

Ryan observaba de soslayo las expresiones del rostro de porcelana de su cuñada.

—¿Qué tanto me miras, acaso perdiste a una parecida a mí?

Después de decirlo tapó su boca con la palma de la mano y abrió los ojos como platos al ver la espléndida sonrisa en el rostro de Ryan.

—Pues ahora que lo mencionas sí, pero por desgracia se parece a mí.

—Lo siento, no quise…

—Olvídalo.

—¿Tienes hijos? —Quiso saber tras ver un atisbo de ternura en los ojos de él.

—No, todavía no tengo ese privilegio.

—Pero sí estás casado, ¿verdad?

—No, al menos por el momento. ¿Y qué me dices de ti? ¿Tienen planes de tener niños pronto?

Suspiró y desvió la mirada hacia la camarera que se acercaba con café y esperó hasta que se marchara, eso le dio un poco de tiempo para excusar a su marido, a quien el tema le causaba más que un simple enojo.

—No, Ronan dice que es mejor esperar un tiempo a que nos adaptemos a estar juntos antes de tenerlos.

—Entiendo —se limitó a responder sin mirarla.

Ciertamente él comprendía mejor que nadie, puesto que no se sentía preparado para afrontar un matrimonio, y menos una familia. Prefería esperar a que quizás algo en su interior le indicara que era el momento de sentar cabeza y asumir como un verdadero hombre de familia.

—¿Puedo preguntarte por qué mi hermano guardaba tus joyas?

Sus ojos se anclaron con especial interés en los de ella, estaba seguro de que tenía algún secreto que podía ser importante para hallar a Ronan.

—Es… que quería que estuviesen a salvo —aclaró con ardor en las mejillas.

No estaba preparada para contar absolutamente nada de su vida privada a un desconocido, y menos tratándose de alguien como Ryan.

—¿De quién? —insistió.

—¿No crees que te has desviado demasiado del motivo que me tiene sentada frente a ti?

—Tienes razón, disculpa si te he incomodado —respondió con una leve sonrisa—; entonces, háblame de la vida de Ronan, ¿conoces a sus amigos, clientes o quizás cómo estaban sus finanzas?

Selene sintió una fuerte descarga de ira que se esmeró en ocultar.

—Si piensas hurgar en la vida de tu hermano te sugiero que intentes de otra forma, ya que mi marido tiene una vida social bastante ajetreada, muchísimo trabajo y disfruta de toda la solvencia económica que le otorgan sus negocios.

—Aún no me respondes.

Selene resopló con pereza.

—Algunos de sus clientes se convirtieron en los míos, y sus amigos… pues solo conozco a varios de ellos, el resto son de mi entorno.

—¿Qué hay de sus finanzas?

—Está solvente.

—¿Cómo lo sabes?

—Pues nunca lo he visto preocupado por el dinero, por el contrario, disfruta del lujo que quiere y cuando le apetece.

—¿Todavía tiene el estudio en casa de mi abuelo?

—Sí, ¿por qué?

—Iremos allá.

Selene miró con desconcierto esos hermosos ojos que le incitaban a confesar lo frágil y vulnerable que se sentía, y que hubiese dado cualquier cosa, con tal de que los brazos fuertes que permanecían quietos la rodearan en un abrazo.

—¿No has considerado que también podríamos ponerlo en peligro?

—Sí, lo que tal vez mi hermano no te ha contado es que mi abuelo está más seguro que cualquiera de nosotros, Adrianno Rossi, el que acompaña a todos lados a mi abuelo, no es un asesor cualquiera.

—¿Eso qué rayos significa?

—Es su consejero, tiene contactos con algunos viejos mafiosos y pandilleros.

—¿Tratas de decirme que el rumor de que tu abuelo es un mafioso es cierto? —preguntó intimidada ante la imagen de verse en la cueva del lobo.

—¿Crees que jugaría con algo tan serio? ¿Cómo es que Ronan no te dijo esto?

—Ha de ser porque tampoco he tenido que rendir cuentas acerca de mis orígenes.

—¿Qué tienen que ver tus orígenes con todo esto? Lo que quiero decir, es que aparentemente no conoces nada de nuestra familia, ¿o me equivoco?

Selene suspiró con aire de superioridad, ya que contaba con información valiosa acerca de los Blake.

—Sé que tu padre murió en un accidente automovilístico cuando apenas ustedes tenían diez años. Y tu madre… Rose falleció de un ataque al corazón; que fuiste el hermano que causó muchos problemas a tu familia, que huiste de casa a los diecinueve años y que siempre anhelaste la atención que recibía tu hermano por ser el más popular, ¿me equivoco?

Ryan escuchó boquiabierto la versión más retorcida de todo cuanto había sucedido antes de marcharse.

—No comprendo por qué Ronan te contó todo de forma tan diferente a como lo recuerdo —reflexionó en voz baja con la mirada perdida en el paisaje tras el cristal de la fachada.

—¿Qué parte de la historia? —indagó con suspicacia.

—Qué importa, termina tu comida, nos iremos en un rato —respondió con un dejo de decepción.